Teología Práctica

Latinoamericana

Reflexiones para la praxis cristiana en la iglesia, la sociedad y la cultura

Vol. 1 No. 1 – Enero/Junio 2021 -  San José, Costa Rica

Praxis pastoral latinoamericana en tiempos de pandemia por Covid-19

Estudios previos a la consulta de Teología Práctica Latinoamericana organizada por la UBL en el año 2021

 

 

 

 

El verdadero culto que deben ofrecer

Liturgia y corporalidad en tiempos de pandemia

Amós López Rubio

 

 

 

Resumen

La pandemia que por estos días azota a la humanidad ha establecido el distanciamiento  social y físico como medida de precaución y control. ¿Cómo celebrar nuestro culto a Dios en la ausencia de los cuerpos? Como respuesta a esta disyuntiva, se comparten algunas reflexiones revisando nuestra práctica litúrgica a partir de criterios teológicos y litúrgicos que nos permitan validar las opciones que las iglesias han venido ensayando en medio de esta crisis. La corporalidad como dimensión esencial de la liturgia servirá de eje para este análisis. Tres serán los criterios orientadores: la adoración a Dios “en espíritu y en verdad”, la solidaridad como liturgia diaconal y la vinculación con el cuerpo mayor que es el mundo, la liturgia en su dimensión ecológica.

Palabras clave: liturgia, corporalidad, espiritualidad, servicio, creación.

Summary

The pandemic that is hitting humanity these days has established social and physical distancing as a precaution and control measure. How to celebrate our worship of God in the absence of bodies? In response to this dilemma, some reflections are shared reviewing our liturgical practice based on theological and liturgical criteria that allow us to validate the options that the churches have been trying in the midst of this crisis. Corporality as an essential dimension of the liturgy will serve as the axis for this analysis. There will be three guiding criteria: adoration of God “in spirit and in truth”, solidarity as a diaconal liturgy and the connection with the greater body that is the world, the liturgy in its ecological dimension.

Keywords: liturgy, corporality, spirituality, service, creation.

 

El verdadero culto que deben ofrecer

Liturgia y corporalidad en tiempos de pandemia

Introducción

Sin cuerpos no hay liturgia. La celebración del culto cristiano siempre ha supuesto la reunión de una comunidad, una asamblea congregada en un lugar determinado. Pero más que un supuesto, la confluencia de los cuerpos de las personas que celebran es lo que hace posible la liturgia misma, si partimos incluso de lo que significa el propio término en el griego, “obra del pueblo”, “servicio desde la comunidad y para la comunidad”.[1] Y los cuerpos no solo hacen posible que acontezca la liturgia sino que también conforman el cuerpo mayor que es la iglesia, el cuerpo de Cristo que realiza ese culto, según la imagen acuñada por el apóstol Pablo.[2]

Ante este innegable principio, ¿cómo celebrar nuestro culto a Dios en la ausencia de los cuerpos? ¿es posible que haya liturgia sin asamblea reunida?    

La pandemia que por estos días azota a la humanidad ha colocado espacios intermedios, ha generado distancias entre los cuerpos, sin embargo, las comunidades cristianas han mantenido la comunicación entre los cuerpos y, con esto, la cercanía. Han buscado alternativas para continuar celebrando la fe desde las experiencias personales, familiares o en pequeños grupos, con el auxilio de las tecnologías de la comunicación que hoy facilitan interacción y participación en tiempo real.

En aquellos lugares del mundo donde ya la situación ha permitido el reinicio de los cultos en los templos y otros lugares de reunión, se imponen limitaciones en cuanto al número de personas que puede congregarse, se observan medidas de bioseguridad, se respetan las distancias entre las personas; los abrazos, besos y estrechones de manos están prohibidos. Aún así, seguimos celebrando y anhelando el día en que podamos volver a sentir en nuestra piel el profundo significado de los gestos, el afecto de los hermanos y las hermanas, la proximidad de los cuerpos que conforman el cuerpo mayor que es la iglesia de Jesucristo.

Este trabajo sugiere algunas reflexiones en torno a los desafíos que coloca este tiempo de pandemia a las celebraciones litúrgicas, intenta esclarecer algunos criterios teológicos y litúrgicos que nos permitan validar las opciones que las iglesias han venido ensayando en medio de esta crisis; propone, además, la necesaria revisión de nuestras prácticas litúrgicas como respuesta a los desafíos del presente, el cual parece prolongarse por tiempo indefinido.

La corporalidad como dimensión esencial de la liturgia servirá de eje para este análisis. Seguiremos tres criterios orientadores en el desarrollo del texto: la adoración a Dios “en espíritu y en verdad”, la solidaridad como liturgia diaconal y la vinculación con el cuerpo mayor que es el mundo, la liturgia en su dimensión ecológica.

La corporalidad, locus litúrgico

En el cuerpo se viven y se expresan todas las experiencias, así también la experiencia de Dios. La asamblea que adora es un cuerpo viviente, y cada persona en particular. No existe liturgia ni cultura fuera del cuerpo, es así como la liturgia se encarna en la realidad humana. El criterio teológico que fundamenta la centralidad de la corporalidad en la liturgia es la encarnación de Dios en nuestra humanidad. En Jesús de Nazaret, Dios ha asumido nuestro cuerpo, nuestra historia, nuestra cultura. Este Dios incorporado en nuestra existencia es el mismo Dios adorado a través de nuestros cuerpos.

Nuestros sentidos nos mantienen en relación con el mundo exterior y alimentan nuestro mundo interior. La fe, la esperanza, el amor, el cariño, el sufrimiento, la indignación, todo ello pasa por nuestra corporalidad. Valores, sentimientos, sentidos de vida solo son aprehendidos, asumidos y expresados por medio de nuestros cuerpos. Así,  “La persona humana está hecha de tal manera que todo lo realiza desde su interioridad espiritual y desde su corporeidad: no solo alimenta sentimientos e ideas en su interior, sino que los expresa exteriormente con palabras, gestos y actitudes”.[3] Por eso, cuando decimos que nuestro culto es nuestra vida y nuestra vida es nuestro culto, estamos afirmando que nuestra corporalidad sustenta, expresa y hace posible nuestra adoración a Dios.

Jaci Maraschin ha descrito el modo en que nuestros sentidos participan de la liturgia.[4] En la liturgia vemos símbolos, colores, vitrales, ambientes adecuadamente provistos para la celebración. El ejercicio de la contemplación es un esfuerzo por alcanzar el contenido espiritual de todo lo que vemos. Y esa mirada que despierta la liturgia pretende entrar en sintonía con el mirar de Dios, con el modo en que Dios nos ve y ve a nuestro mundo. En la liturgia degustamos. Participar del pan y del vino es una experiencia que pasa por el paladar, por la capacidad y el placer de saborear. Y este degustar de la comida nos remite siempre a la necesidad de compartir la mesa para que nadie tenga hambre o sed. Así se relacionan la alegría de compartir y saborear con el deseo de construir comunión en medio de un mundo desigual.

En la liturgia escuchamos, pero es necesario contrarrestar esa tendencia a intentar racionalizar todo lo que pasa por el oído. Lo corporal no puede reducirse a lo intelectual. La experiencia litúrgica va más allá de los textos leídos. Es importante que lo que escuchemos sugiera una apertura al misterio que celebramos, y el misterio no puede ser comprendido totalmente.[5] De ahí que el lenguaje litúrgico sea siempre mistagógico, esto es, que conduce al misterio. En la liturgia tocamos, palpamos, abrazamos, besamos. Estos gestos abundan en la práctica de Jesús, en su expresión de afecto hacia las personas, en su toque sanador. Por eso, el toque en la liturgia –a través de la imposición de manos, el saludo, la unción, el abrazo de la paz- busca reconocer en el cuerpo de los otros y las otras la presencia del espíritu de Cristo, revivir a nivel simbólico y ritual el toque sanador y liberador del Resucitado. El toque hace presente lo divino en lo humano, “no podemos tocar a Dios, pero cada uno de nosotros puede tocar a otros en el nombre de Dios”.[6]

Finalmente, en la liturgia olemos. En su nacimiento, Jesús recibió incienso y mirra. En el templo de Jerusalén también sentimos un ambiente de agradables aromas. Una mujer unge los pies de Jesús con un delicioso perfume. Por otro lado, esta es una experiencia que nos religa con los olores de la naturaleza y nos recuerda que nuestros cuerpos son parte del gran cuerpo de la creación. Abrir espacio al olfato es adentrarnos en la dimensión ecológica de la liturgia lo cual no se reduce a experimentar el placer sino a tomar conciencia de que habitamos un mundo donde también hay contaminación, olor a podredumbre y corrupción. Así, la liturgia nos invita a liberar la creación de toda forma de polución y deterioro.

El lenguaje del cuerpo en la liturgia –o lenguaje corporal- también se expresa en la capacidad de movimiento. Las personas se trasladan de un espacio a otro en el culto, cambian de postura, utilizan los miembros de su cuerpo en determinados gestos, danzan, tocan a otras personas, emiten sonidos. Todo ello engloba la automanifestación del ser humano por medio de su corporalidad. Así, el cuerpo se vuelve un medio de comunicación, vehículo de signos, un proceso semiótico. Se debe considerar, además, dentro de este rico sistema de comunicación corporal, el lenguaje de la vestimenta y los objetos. De ese lenguaje

hacen parte objetos y utensilios que son semejantes a nuestro cuerpo (columnas, esculturas, etc), que necesitan de nuestro cuerpo (utensilios) y que nuestro cuerpo utiliza (púlpito, altar, asientos, escaleras, etc). También el lenguaje del espacio, el cual (…) sólo es experimentado porque el ser humano en su corporeidad se relaciona en él y en relación a él, puede ser entendido así, en el sentido más amplio, como un lenguaje corporal.[7]

Hay sentidos que exigen proximidad, como el tacto, el gusto y el olfato. En cambio, la audición y la visión permiten una experiencia “a distancia”.[8] Esto es lo que está sucediendo actualmente con las liturgias virtuales. Ante la necesidad del distanciamiento social y físico, ellas explotan estos últimos sentidos. De este modo y en alguna medida, los cuerpos se “reúnen” y conectan por medio de sus sentidos, la corporalidad es involucrada, la liturgia acontece y los compromisos de fe son fortalecidos.

Adorar en espíritu y en verdad: la espiritualidad litúrgica es profética 

La existencia humana implica la corporalidad y la espiritualidad. El ser humano no es una dualidad sino una unidad, “no ‘tiene’ cuerpo y espíritu, sino que ‘es’ cuerpo-espíritu y desde su totalidad se expresa y realiza, con palabras y gestos”.[9] La resurrección en cuerpo y espíritu, como evento que irrumpe en la historia dándole a esta un contenido liberador, que transforma la realidad y señala nuevos horizontes para la vida, deja atrás los esquemas dualistas, aunque algunos sigan insistiendo en ellos para marcar diferencias y antagonismos. ¿Es posible hablar de los frutos del espíritu prescindiendo de la corporalidad? ¿Es posible hablar de la conducta de los cuerpos sin contar con el espíritu que les anima?

Esta relación intrínseca entre el cuerpo y los dones espirituales que lo habitan y se expresan por medio de él es lo que permite afirmar que lo espiritual no es la ausencia del cuerpo. El cuerpo está lleno de potencialidades, de capacidades, y en el lenguaje paulino se trata de dones, carismas, capacidades que el Espíritu de Dios genera para colocarlas al servicio de la comunidad.[10] Somos seres creados para amar, por lo que nuestras potencialidades deben encaminarse hacia la práctica del amor, de la misericordia, de la justicia. Por ello es que Maraschin entiende que el don mayor es el cuerpo propio ya que solo a través de él podemos amar.[11] Pablo, por su parte, sostiene que el mayor don al que debemos aspirar debe ser el amor, y esta afirmación se sitúa en el centro de su discurso acerca de los dones espirituales en la primera carta a la iglesia de Corinto.[12] 

Aquí se presenta esa unidad indisoluble de gesto, sentido teológico y la actitud de vida que ese gesto provoca.[13] La liturgia cristiana celebra, en todo tiempo, la resurrección de Jesús. Es el evento fundante de nuestra fe y culto. La resurrección es el gesto amoroso de Dios que afirma su opción por la vida y la justicia, dándonos esperanza en medio de señales de muerte. Recordar y celebrar este gesto salvífico es una invitación permanente a vivir nuestra propia pascua –paso de muerte a vida. La resurrección afirma la centralidad del cuerpo y este es portador del Espíritu que en el principio de todo creó la vida.  

En el diálogo de Jesús con la mujer samaritana (Jn 4) la vivencia de la adoración a Dios se focaliza en la persona y su experiencia de fe, en esa unidad de cuerpo y espíritu que somos –sin que esto excluya la dimensión comunitaria. El término griego “proskyneo” (inclinarse, postrarse) traducido por “adoración” hace referencia a una relación de obediencia y compromiso. La actitud corporal –inclinarse- indica un camino de vida –seguimiento, obediencia. En el texto de la visita de los sabios del oriente al niño Jesús (Mt 2, 1-12) se muestra cómo el gesto de postrarse y adorar está acompañado de la entrega, del ofrecimiento de dones, lo cual, en el pensamiento bíblico, indica el ofrecimiento de la propia vida, una voluntad al servicio del proyecto de Dios, no como resultado del miedo sino de una libre decisión.

La persona que reconoce a Dios como su Creador y Señor se “postra” delante de aquel en actitud de servicio, identificándose plenamente con su obra en el mundo y comprometiéndose a colaborar con ella. Y esto fue lo que sucedió con la samaritana a partir de su encuentro con Jesús: reconocimiento y seguimiento. La adoración se explicita en ambas actitudes.

Lamentablemente, la rica experiencia de la adoración como criterio que orienta la totalidad del culto que ofrecemos a Dios, se ha visto reducida en muchos ámbitos evangélicos actuales a determinados estados de ánimo, géneros musicales o textos de cantos que aluden a la intimidad con Dios. Si bien la idea de esta relación íntima no es ajena a la actitud del adorante, la adoración implica más bien un estilo de vida en consonancia con las exigencias éticas de Dios. Se adora no solamente en el culto sino también en la vida cotidiana. Es más, el modo en que vivimos la fe en la cotidianidad determina el modo en que adoramos a Dios en la liturgia. Lo primero es condición de lo segundo (Sal 15).

En las palabras de Jesús a la mujer samaritana, además de esta visión de la adoración que señala un estilo de vida, aparecen algunas intuiciones que nos pueden ayudar a pensar y vivir la liturgia en un contexto de distanciamiento social donde comienzan a desdibujarse elementos tradicionales del culto como, por ejemplo, los espacios y los ritos. El texto apunta hacia le necesidad de revisar la relación entre persona, comunidad de fe y comunidad humana en la experiencia del culto a Dios. El solo hecho de que haya personas congregadas en un lugar no garantiza el cumplimiento de la finalidad del culto, no asegura per se la relación que debe darse entre oración y compromiso con la causa mayor que es la vida, lo cual solo es posible si permitimos que el Espíritu de Dios nos ponga en sintonía con la misión de Jesús y su reino.[14]    

Adorar a Dios “en espíritu y en verdad” es una máxima de Jesús que coloca el sentido del culto no en el cumplimiento de ritos establecidos, no en el uso de lugares designados de antemano como sagrados y en un sentido excluyente, es decir, donde no se admite la posibilidad de que otro espacio pueda ser igualmente idóneo para efectuar la celebración. La propuesta de Jesús nos coloca en el ámbito de la espiritualidad, en la disposición de todo el ser de la persona para tener una experiencia auténtica de adoración. Si nuestro cuerpo es “templo del Espíritu” es en el cuerpo donde reverenciamos a Dios “día y noche, por las calles, en el hogar, la escuela, el trabajo. Los espacios, lugares, tiempos específicos y cualquier otra limitación de tipo físico desaparecen como mediación”.[15]

Por tanto, espiritualidad y adoración se alimentan mutuamente, y confluyen en un determinado estilo de vida.[16] De ahí que la experiencia de la adoración no ocurre de cualquier modo ni se realiza desde cualquier principio orientador. Adorar a Dios “en espíritu y en verdad” remite a esa adoración que en el testimonio bíblico se expresa en una vida guiada por el Espíritu de Dios. Esto es lo que produce una espiritualidad en el sentido bíblico del término.

Según las exigencias éticas de los profetas en el Antiguo Testamento, el culto a Dios expresa una espiritualidad de obediencia y compromiso. Obediencia a los mandamientos de Dios, sobre todo en lo concerniente a la negación de toda forma de idolatría, y compromiso con el prójimo, con la shalom de Dios como proyecto de vida en comunidad. El profeta Miqueas lo resume con estas palabras:

¿Se agradará el Señor de millares de carneros o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide el Señor de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios.[17]

Reconocer a Yahvé como Dios verdadero y poner en práctica sus mandamientos son los fundamentos de esta liturgia espiritual que abarca todas las dimensiones de la vida. La adoración plena y verdadera es aquella que se ofrece en el testimonio cotidiano, en la práctica de la justicia y la compasión. Los profetas insisten en la coherencia entre fe y vida, entre culto y comportamiento ético.[18]

Quizás este tiempo de aislamiento social haya servido para reforzar justamente el compromiso social. Abundan las historias de cómo muchas personas se han movilizado para apoyar y acompañar a los más vulnerables ante esta crisis. Las iglesias también se han movilizado en este sentido y han dispuesto sus recursos, sean escasos o abundantes, para aliviar necesidades como la búsqueda de alimentos y medicinas, el acompañamiento a distancia –llamadas telefónicas, video-llamadas- para brindar orientación, consejería y consuelo. La liturgia entendida como “servicio a Dios en el servicio a las personas” ha sido y sigue siendo un testimonio de solidaridad donde los cuerpos se acercan y celebran, comparten los panes y los peces, y animan la esperanza. 

La comprensión que tiene el apóstol Pablo del culto a Dios entra en sintonía con esta espiritualidad profética, con esta adoración traducida en obediencia y se conforma a partir de la experiencia de Jesús. Para Pablo, el culto verdadero consiste en la entrega del cuerpo –como signo de la entrega de la totalidad de la vida- en sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.[19] Es la entrega de Jesús la que tiene a la vista el apóstol, aquel que se constituyó él mismo en ofrenda, altar y templo. Cuando los cuerpos se entregan a favor de los demás, en obediencia y compromiso, acontece entonces la liturgia fundamental de la cual Jesús es el ejemplo mayor.

Cuerpos solidarios, la liturgia del buen samaritano

La liturgia es la expresión de la vida de una comunidad guiada por su fe y esperanza. No es solamente expresión de lo que esa comunidad cree sino también expresión de su modo de vida, ya que una determinada forma de creer –sentido teológico- siempre conduce a una determinada forma de actuar –actitud espiritual, apropiación de la acción litúrgica que se traduce en prácticas concretas.

Los valores éticos que animan la vida de esa comunidad, su modo de existir en la sociedad, sus apuestas sociales y políticas, su visión de las relaciones humanas, su compromiso con la transformación de situaciones injustas, con la dignificación de las personas, con el cuidado de la creación, todo ello encuentra en el culto un lugar de convergencia y síntesis. El culto expresa qué tipo de comunidad somos y qué tipo de sociedad queremos, y todo ello orientado por una determinada teología, una visión de Dios que influye directamente en la visión del ser humano y del mundo en su conjunto.

Como bien indica Ione Buyst:

La liturgia es una práctica simbólica dentro de la cual es vivida, vehiculada y reforzada una determinada visión del hombre y el mundo … si la liturgia representa una imagen tranquila y positiva de la realidad social y política, llevará a los ciudadanos a la aceptación pacífica y a la integración social. Si ofrece una representación crítica sobre la realidad, suscitará una reacción de indignación, de protesta, de lucha, de esperanza, expresando la voluntad y la necesidad del cambio social y político.[20]

A través de sus múltiples lenguajes, todos ellos ligados a la corporalidad, la liturgia no solo comunica los contenidos de la fe de una comunidad sino que sitúa a esa comunidad en una relación responsable con la sociedad donde está inmersa. La liturgia llama al encuentro entre hermanos y hermanas, llama al encuentro con la Palabra de Dios e invita nuevamente al encuentro de esa comunidad de hermanos y hermanas con sus semejantes en la vida cotidiana, poniendo en práctica aquellos contenidos de la fe alimentados y profundizados en el culto. De este modo, el culto está conectado a la misión de la iglesia. La exhortación final de la liturgia cristiana siempre apunta a la misión de la iglesia.

Esto nos invita a reflexionar en nuestros cultos en tiempos de pandemia, en el modo en que la liturgia nos conecta con la misión y nos impulsa al encuentro con nuestro prójimo. Ahora los cuerpos que conforman la asamblea litúrgica están dispersos pero eso no limita en ningún sentido la acción solidaria y compasiva que es propia de la misión de la iglesia. Los cuerpos que conforman el cuerpo de Cristo continúan conectados y en actitud de servicio.

Juan José Barreda Toscano nos recuerda que el concepto paulino de “cuerpo” difiere de la comprensión habitual del término –como cuerpo social- en la sociedad grecorromana del primer siglo, ya que transgrede las diferencias socio-económicas, remitiendo más bien a una comunidad de personas que se unen voluntariamente para desarrollar relaciones fraternales no discriminatorias, sobre la base de la práctica de la justicia y el amor en el espíritu de Cristo. Es desde el seguimiento a Jesús que la iglesia se constituye en su cuerpo viviente, una comunidad que “lo ‘trasluce’ por su opción de vida, sus concepciones y su organización”.[21]

Volvemos a Pablo y leemos sus palabras en perspectiva litúrgica y diaconal: “Cuando un miembro del cuerpo sufre, los demás miembros de conduelen con él”.[22] Y aquí es preciso ampliar la noción de cuerpo para traspasar las fronteras de la ekklesia y comprendernos como parte de un cuerpo social donde la ekklesia acontece y sirve. La liturgia como diaconía es la vivencia que permite afirmar al gesto del samaritano compasivo del Evangelio de Lucas como referente vivencial del culto ceremonial. Reginaldo Veloso lo expresa de la siguiente manera:

Lo mejor que podía pasar en la vida de las comunidades cristianas, siguiendo las pisadas del Maestro, fue percibir que “servicio al prójimo”, “servicio al pueblo”, “servicio a Dios”, era todo la misma cosa. Esa es la lógica de la parábola del samaritano (Lc 10, 25-37), donde la vida eterna acontece y Dios es adorado y servido cuando alguien se inclina sobre las heridas de quien está caído a la vera del camino; entonces, la “liturgia del camino”, ignorada por los sacerdotes y levitas del templo, se evidencia como la propuesta elemental de Jesús para sus discípulos y discípulas: “Ve tú y haz lo mismo” … La “liturgia del camino” se traduce, entonces, a cada momento, en actitudes, gestos, iniciativas y acciones individuales o colectivas y comunitarias, a favor de la vida, de la felicidad, especialmente de los más carentes y empobrecidos, del bien común de todas y todas con quienes convivimos.[23]

A partir de esa experiencia, la liturgia del santuario “tendrá sentido y honestidad si es la culminación celebrativa de toda esa experiencia, de todo ese culto existencial, de esa liturgia del camino”.[24] Para las primeras comunidades cristianas, la adoración y el servicio se fundían en una sola práctica. En los textos evangélicos sobre la alimentación de las multitudes, las acciones de servicio por parte de Jesús y sus discípulos se vinculan a la práctica litúrgica de aquellas comunidades donde el gesto de compartir el pan se inserta en el ámbito de la celebración eucarística donde hay enseñanza, bendición y repartición del pan (Mc 6, 30-44).[25]

Si ahora predominan, a causa del distanciamiento social, las liturgias virtuales, estas deben animar a la comunidad cristiana a continuar sirviendo de cara a las nuevas necesidades y retos que plantea esta crisis sanitaria. Las limitaciones establecidas para evitar la aglomeración de grandes números de personas en las reuniones litúrgicas así como evitar el contacto físico en estos espacios son ahora los modos adecuados de mostrar nuestro amor solidario. Es la mejor manera de asumir en estos tiempos una actitud responsable, rendir el culto verdadero que implica la preocupación por y el cuidado de los demás:

lo que solemos hacer en comunidad es exactamente lo que no debemos hacer ahora si queremos proteger la vida … es un momento para tocar el corazón de los demás con lo que decimos, lo que compartimos, lo que hacemos y lo que no hacemos para proteger la vida que tanto Dios ama.[26]

Son tiempos de fortalecer la vocación diaconal de las iglesias en coordinación con otros actores sociales que también se movilizan en función de aliviar, curar, acompañar a personas enfermas, a quienes han perdido seres queridos, a quienes están en soledad, a quienes sufren las consecuencias psicológicas de un prolongado confinamiento doméstico. Esta labor diaconal implica también la denuncia profética de aquellas actitudes de indiferencia social, de falta de voluntad política para colocar recursos en el enfrentamiento al virus.

Celebrar con el cuerpo del mundo

La liturgia que celebran nuestros cuerpos no es un hecho aislado. La adoración a Dios no es una experiencia exclusiva de los seres humanos. Participamos de la gran celebración de toda la creación. Nuestra mayor creatividad jamás podrá superar la liturgia de la naturaleza, la primera en introducir ciclos, vestiduras multicolores, movimientos, olores, sonidos, tonalidades y espacios. La liturgia de la creación es una gran puesta en escena donde se mezcla lo sinfónico, lo telúrico, lo dramático, lo sapiencial, y la belleza de la vida renovándose, comunicándose, ofreciendo lo mejor de sí.

En el libro del Éxodo, la observancia del sábado ya está vinculada a la memoria de la creación de Dios, el descanso del pueblo está inspirado en el hecho de que Dios descansó al terminar su obra creadora, lo cual no quiere decir que Dios dejó de crear sino que continúa siendo un Dios creador (Ex 20, 11). En este sentido, hacer memoria de la creación significa no solo recordar lo que Dios hizo y alabar sus obras sino también recordar que somos llamados, como parte de su creación, a ser co-creadores con Dios, dando continuidad a esa obra como seres creados a su imagen, es decir, con la capacidad de desarrollar nuestra creatividad para el bien y el cuidado de la creación.

En el libro del Deuteronomio, el descanso sabático adquiere un nuevo elemento. A la memoria de la creación se le añade la memoria de la liberación de la esclavitud en Egipto, es decir, el día de reposo es ocasión para afirmar la historia y la identidad de un pueblo cuyo origen está relacionado directamente con un acto liberador de Dios (Dt 5, 15). Por tanto, creación y liberación son actos que quedan así unidos en la historia y la razón de ser del pueblo de Israel, la liberación de la esclavitud es también un acto creador ya que indica los comienzos de un nuevo proyecto de vida para Israel, una vida que vivida en libertad, se vuelve testimonio al mundo del amor y la justicia de ese Dios liberador. Por tanto, en el día de reposo, el pueblo recuerda que Dios no solo crea sino que recrea la vida cada vez que el pueblo es liberado de cualquier forma de opresión.[27]

Celebrar con el gran cuerpo que es el mundo es propiciar tiempo y espacio para el reposo. Nuestros cuerpos tienen necesidad de descansar. Sin embargo se trata de un descanso creador donde renovamos fuerzas para continuar colaborando con la obra de Dios en el mundo. Y esta creatividad está ligada a gestos que liberan, que redimen. Re-crear es volver a traer a la existencia aquello que se ha extinguido, re-animar la vida que parece apagarse. Es preciso, desde la liturgia, articular gestos que sanen y liberen. De este modo, el vínculo que se da entre la liturgia de una comunidad local con la liturgia de toda la creación se expresa también en ese anhelo común de redención. El pasaje salvífico de muerte a vida incluye a todo el mundo creado.

El apóstol Pablo expresa esta comprensión en su carta a los Romanos:

La creación espera ansiosa y desea vivamente el momento en que se revela nuestra condición  de hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no espontáneamente, sino por voluntad de aquel que la sometió; pero latía en ella la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera viene gimiendo hasta el presente y sufriendo dolores de parto. Pero no solo ella. También nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior anhelando la liberación de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación está relacionada con la esperanza.[28]

El texto expone algunos aspectos que entrañan una urgencia particular en la actualidad: 1) la creación participa de la liberación humana y viceversa, no es posible concebir la liberación de las personas sin la liberación del resto de los seres vivos; 2) los seres humanos necesitamos reconocer nuestra responsabilidad en el estado corrupto al que hemos conducido a la creación divina, corrupción que se evidencia no solo en el daño causado a otras personas, sino también al resto de la Tierra, y 3) la liberación que ansía la creación, y cada ser humano en su situación y necesidad, está relacionada con la posibilidad de recuperar nuestra condición de hijos e hijas de Dios, lo cual equivale también hoy en día, en medio de la crisis ecológica que vivimos, a recuperar nuestra condición de hijos e hijas de la Tierra.

Una de las grandes lecciones –muchas veces repetida en los últimos decenios- que ha dejado esta crisis sanitaria es la urgente necesidad de preservar el equilibrio de los ecosistemas, permitir que la Tierra descanse y recupere sus energías. La paralización del ritmo desenfrenado de la contaminante vida humana, como resultado del confinamiento, produjo mejorías en la salud medioambiental.[29] Se hace necesario detener la constante y creciente agresión de la civilización humana, la cual ha ultrapasado los límites planetarios en varias dimensiones[30].

La identificación con la creación como el gran cuerpo al que pertenecemos, un cuerpo que necesita ser sanado y liberado, sugiere una espiritualidad litúrgica que, desde los afectos, ofrezca una percepción del mundo, y de todas las formas de existencia que lo habitan, como sacramento de Dios. Hablamos de una liturgia y una teología que promuevan el cuidado de la creación desde la herencia de la fe, que nos involucren en acciones concretas educativas, de cuidado y preservación. Leonardo Boff entiende que esto solo será posible si nos abrimos a la experiencia tremenda, conmovedora y fascinante de lo sagrado en toda la creación. Lo sagrado

merece respeto, cuidado y veneración. La mejor forma de abordarlo es entrar en su lógica que es dialógica, que incluye lo contrario y que hace de lo contradictorio algo complementario…Una vez asumido, lo sagrado nos hace retornar de nuestro exilio y despertar de nuestra alienación. Nos introduce en la casa que habíamos abandonado. Y comenzamos a tratar a la Tierra y a cada cosa que haya dentro de ella y al universo entero como tratamos nuestro cuerpo, cada órgano nuestro, cada emoción de nuestra alma y cada pensamiento de nuestra mente. Solo una relación personal con la tierra nos hace amarla. Y si amamos a alguien no lo explotamos, sino que lo respetamos y veneramos.[31]

El amor a la tierra es otra dimensión de lo sagrado, un movimiento compasivo por la casa común donde todos habitamos. Nuestro culto debe ser sensible para poder articular el discurso del mundo con el discurso de Dios, debe ser una liturgia conectada a todos los saberes, clamores y dimensiones, rehaciendo, sanando la vida humana atomizada por los dualismos y las fragmentaciones. Una liturgia que privilegie el sentir a Dios, no tanto pensarlo o entenderlo. Cuando redescubrimos a Dios por medio del sentimiento, de la misericordia, de la ternura, comenzamos a religar todas las cosas. Sin embargo, se trataría más bien de regenerar las energías vitales que siempre han mantenido la unidad de la vida.

Necesitamos aprender de la espiritualidad de los pueblos originarios de nuestra América en la cual el mundo es comprendido desde su unidad y su interrelación, las partes nunca están separadas del todo.[32] Aquí hay un desafío para la teología y la liturgia cristianas: deconstruir una visión fragmentaria del mundo y asumir una más holística e integradora; sentir, acoger y celebrar la unidad del todo que ya ha sido dada desde el principio.

Consideraciones finales

La celebración litúrgica ocupa un lugar prominente dentro de la acción pastoral de la iglesia por cuanto sintetiza y expresa como testimonio a la sociedad y el mundo la misión de las comunidades cristianas y sus opciones éticas fundamentales en medio de realidades alarmantes como la corrupción, la pobreza y la exclusión socio-económica, la superficialidad religiosa, la guerras genocidas, la violencia intrafamiliar, las discriminaciones, el consumismo alienante, los conflictos étnicos y la incapacidad de gobiernos y organizaciones internacionales para responder a los elementales derechos de millones de personas, así como contrarrestar el desastre ecoambiental.

Un nuevo virus se suma a esta lista incorporando nuevos desafíos a esta acción pastoral de las iglesias. Se trata, en primer lugar, de buscar alternativas para que el cuerpo de Cristo que es la iglesia continúe convocándose y celebrando su fe y esperanza en condiciones de distanciamiento social. El distanciamiento social ha potenciado la producción de liturgias virtuales, lo cual tampoco es algo nuevo ni surge como consecuencia de la pandemia. Es una experiencia que ya venía ensayándose desde el surgimiento de las redes sociales y como respuesta a necesidades puntuales.

Por otro lado, la transmisión televisiva y radial de celebraciones litúrgicas ha sido una práctica habitual desde hace muchos años con el objetivo de alcanzar a cristianos y cristianas que por diversas razones no pueden asistir a los templos y lugares de culto. La Covid 19 solo ha acentuado estas prácticas haciendo uso de las nuevas tecnologías de la comunicación y su impacto es tal que quizás estemos a las puertas de un nuevo tiempo donde se alternarán liturgias virtuales y presenciales, y para este cambio hay que prepararse.

Se trata, en segundo lugar, de que la liturgia revisite y redimensione su función misional, esto es, reunir a cristianos y cristianas en el culto para después ser enviados en servicio al mundo. La razón de ser de la liturgia no se limita a una cuestión formal, a la preocupación por desarrollar de manera satisfactoria y estéticamente aceptable una ceremonia o un ritual. Su motivación más profunda es “comunicar un mensaje que ayude a vivir con fe y esperanza; es fomentar una espiritualidad y una mística no evasiva ni individualista sino con responsabilidad y a favor de la vida, el encuentro comunitario, el perdón y la reconciliación”.[33]

Si la liturgia requiere del encuentro de los cuerpos es preciso que este encuentro se siga produciendo y que siga promoviendo una práctica diaconal, una espiritualidad profética y una actitud permanente de cuidado y defensa de la vida de toda la creación.    

Referencias bibliográficas

Aldazábal, José. Gestos y simbolos. Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 2003.

Barreda Toscano, Juan José. “La conformación de la noción de ‘cuerpo de Cristo’ en la liturgia”. En Arte, liturgia y teología, editado por Juan José Barreda Toscano y Edesio Sánchez Cetina, 7a ed., 59–91. Lima, Perú: Ediciones PUMA, 2013.

Bernal, José Manuel. Para vivir el año litúrgico: una visión genética de los ciclos y de las fiestas. Estella (Navarra): Verbo Divino, 1997.

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Amós López Rubio: Pastor de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba y doctor en teología por el Instituto Universitario ISEDET, Argentina. Tiene una Maestría en Ciencias Teológicas por la Universidad Bíblica Latinoamericana. Es profesor invitado del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas y colabora con otras instituciones de formación teológica en América Latina y el Caribe. Algunas de sus áreas de investigación son teología práctica, misión, ecumenismo, teologías latinoamericanas y protestantismo en Cuba. Es compilador del libro Liturgia, fiesta de la esperanza. Una introducción al culto cristiano desde una perspectiva ecuménica y latinoamericana (La Habana: Editorial Caminos, 2018).

Correo electrónico: lopez.amos70@gmail.com

 

 



[1]    Cf. Edwin Mora Guevara, “Liturgia: obra del pueblo”, Vida y Pensamiento 13, núm. 2 (1993): 106–16.

 

[2]    Cf. 1 Co 12, 27; Ro 12, 4-5.

 

[3]    José Aldazábal, Gestos y simbolos (Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica, 2003), 25.

 

[4]    A beleza da santidade: ensaios de liturgia (São Paulo: Aste, 1996).

 

[5]    Como bien señala Odo Casel, el Evangelio de Cristo es un misterio que comienza en la encarnación, cuando el Dios invisible se hace visible; continúa en el drama redentor de la cruz y alcanza su culmen en la resurrección. Aunque el misterio fue revelado, “todavía sigue siendo un misterio, porque él es divino en su esencia, inaccesible a nuestra inteligencia humana y revelado únicamente por la gracia”. Las acciones litúrgicas que se realizan en palabras y gestos son solo “símbolos elocuentes” de la entrega total de la iglesia a Dios, una expresión de amor y fidelidad. Cf. O mistério do culto no cristianismo, 2a edição (São Paulo: Edições Loyola, 2009).

 

[6]    James F White, Introdução ao culto cristão, 2a ed. (São Leopaldo: Sinodal, 2005), 70.

 

[7]    Karl-Heinrich Bieritz, “Fundamentação antropológica”, en Manual de Ciência Litúrgica. Ciência litúrgica na teología e prática da igreja. Vol. 1: Fundamentos do culto cristão, ed. Hans-Christoph Schmidt-Lauber, Michael Meyer-Blanck, y Karl-Heinrich Bieritz (São Leopoldo: Sinodal/EST, 2011), 148s.

 

[8]    Luiz Carlos Ramos, Em espírito e em verdade. Curso prático de liturgia, 2a, revisada e ampliada ed., Cristianismo Práctico 2 (São Bernardo do Campo: Editeo, 2012), 127.

 

[9]    Aldazábal, Gestos y simbolos, 25.

 

[10]   Cf. 1 Co 12 – 14.

 

[11]   Maraschin, A beleza da santidade, 124.

 

[12]   Los capítulos 11 al 14 de esta primera carta a los Corintios tiene como ámbito la celebración litúrgica de aquella comunidad. Es importante notar como Pablo relaciona, en esta sección de su carta, elementos como la eucaristía, los dones espirituales y su uso eficaz en el culto, movilizado justamente por el amor hacia los demás. Los dones espirituales, cuyo propósito es el servicio, son promovidos por el mismo Espíritu que levantó a Jesús de entre los muertos. Por ello, la eucaristía celebra la entrega mayor por la vida de los otros y las otras, este es el don fundamental que orienta la vida y misión de la iglesia, un don que se hace visible, palpable, posible mediante un cuerpo crucificado por el odio y resucitado por el amor. La razón de ser de los dones espirituales es así la entrega amorosa de los cuerpos, en obediencia al gesto de autodonación de Jesús.

 

[13]   De acuerdo con Ione Buyst, los elementos que componen el gesto en la liturgia son: el gesto corporal, el sentido teológico de ese gesto dentro de la liturgia cristiana y la actitud espiritual que este gesto demanda y crea al mismo tiempo. Cf. “‘Liturgia, de coração – 16. Corpos’”, Revista de Liturgia, núm. 119 (octubre de 1993): 30.

 

[14]   Penha Carpanedo, “Espiritualidade litúrgica”, Revista de Liturgia, núm. 135 (junio de 1996): 27.

 

[15]   Elida Quevedo, “Acercamiento teológico y pastoral a los apectos fundamentales del culto pentecostal”, Caminos, núm. 54 (2009): 30.

 

[16]   De acuerdo con la espiritualidad paulina y joánica, existen dos estilos de vida que obedecen a móviles diferentes: vivir según la “carne” y vivir según el “espíritu”. Vivir en la carne es orientar nuestra conducta hacia el pecado y la muerte, es aquella orientación ética (o antiética) que provoca la destrucción de la vida (Ro 8, 13). Esta misma orientación está presente en el concepto de “mundo” en tanto sistema humano construido sobre la opresión y la violencia, esto es, la manifestación socio-política del mal que promueve valores contrarios al amor y la justicia. Vivir según el espíritu es orientar nuestra conducta hacia la promoción de una vida digna y plena. La “vida abundante” es el resultado del seguimiento a Jesús y el compromiso con su reino. Cf. Roy H May, Discernimiento moral: una introducción a la ética cristiana (San José, Costa Rica: DEI, 1998), 40s; Alberto F. Roldán, La espiritualidad que deseamos: Perspectiva biblica, teológica y cultural, 2a ed. (Salem, Oregon: Publicaciones Kerigma, 2018), 80s.

 

[17]   Miq 6, 7-8.

 

[18]   Cf. Jr 7, 1-15; Am 5, 21-24.

 

[19]   Cf. Ro 12, 1. La entrega generosa y voluntaria a la causa del reinado de Dios sustituye el antiguo culto sacrificial donde el ofrendante es distinto a la ofrenda y donde dicha ofrenda busca ganar el favor de la deidad. En la nueva liturgia inaugurada por Jesús, inspirada en la tradición ética de los profetas, el ofrendante es también la ofrenda. Nadie debe ofrecerse en lugar del otro o para beneficio del otro. La vida no es un producto para el canje donde se violenta el derecho ajeno sino que es un don que se recibe y se entrega por decisión propia. El culto contemporáneo que se orienta según la lógica del mercado rescata este principio del antiguo culto sacrificial donde la fe y las ofrendas de las personas se convierten en producto de canje para provecho de los liderazgos enriquecidos. Es una orientación contraria a la espiritualidad profética y jesuánica donde el sentido último del ofertorio es el bien de la comunidad. El culto según el mercado produce un reduccionismo teológico centrado en “el deber ineludible de ofrendar”, una acertada expresión de Juan Stam en su artículo “¿Es bíblica la teología de la prosperidad?”, publicado en su blog digital el 1ro de septiembre de 2009.

 

[20]   Como estudar liturgia: princípios de ciência litúrgica (São Paulo, Brasil: Edições Paulinas, 1990), 52s.

 

[21]   Juan José Barreda Toscano, “La conformación de la noción de ‘cuerpo de Cristo’ en la liturgia”, en Arte, liturgia y teología, ed. Juan José Barreda Toscano y Edesio Sánchez Cetina, 7a ed. (Lima, Perú: Ediciones PUMA, 2013), 61.

 

[22]   1 Co 12, 26.

 

[23]   “Liturgia: servicio a la comunidad”, en Una introducción al culto cristiano desde una perspectiva ecuménica y latinoamericana, ed. Amós López (La Habana: Editorial Caminos, 2018), 24s.

 

[24]   Veloso, 25.

 

[25]   Amós López, “Liturgia y prácticas pastorales: construir el camino de la responsabilidad”, Caminos, núm. 54 (2009): 20.

 

[26]   CMI, “Carta pastoral del 18 de marzo de 2020”, Consejo Mundial de iglesias (blog), el 18 de marzo de 2020, https://www.oikoumene.org/es/resources/documents/pastoral-letter-18-march-2020.

 

[27]   Desde la lectura que hace la fe cristiana de estos contenidos hay dos cuestiones importantes a resaltar. La curación de enfermos por Jesús en el día sábado constituía un acto de recreación y liberación. El ser humano enfermo era rehabilitado a su condición plena de criatura al tiempo que era liberado del estigma social y religioso que pesaban sobre él según la teología predominante de la época. Por otro lado, la constitución del domingo como Día del Señor retoma estos temas al interpretar el evento pascual como un proceso liberador que comienza desde la creación misma, “un proceso de regeneración que invade la totalidad de la historia”. De este modo, la creación es “el primer paso hacia la plenitud de la alianza que culmina en Cristo”. Cf. José Manuel Bernal, Para vivir el año litúrgico: una visión genética de los ciclos y de las fiestas (Estella (Navarra): Verbo Divino, 1997), 67.

 

[28]   Ro 8, 19-24a.

 

[29]   Boaventura De Sousa Santos, La cruel pedagogía del virus (Buenos Aires: CLACSO, 2020), 23s. El autor se pregunta, irónicamente, si la detención de la catástrofe medioambiental necesitará de la devastación de la vida humana.

 

[30]   Todo ello “afecta también los equilibrios cuidadosamente mantenidos de los entornos micro-bióticos y la relación entre la humanidad y el mundo de los animales y los bio-organismos. La inclemente deforestación y la expansión de las zonas industrializadas de la agricultura han hecho retroceder las áreas en las que la vida silvestre se puede desarrollar sin una interacción muy cercana con los entornos en los que la humanidad puede crecer y sobrevivir. El fenómenos de la zoonosis, el salto de los virus del reino animal al reino humano, es también el resultado de la prolongada violación humana de la creación, la destrucción de hábitats naturales y el excesivo abuso de animales para el consumo humano y la explotación industrializada. Tendremos que repensar nuestro modelo de relacionarnos con los recursos naturales y con la vida animal”. Dietrich Werner, “Diez Mandamientos para las Reacciones Pastorales Responsables ante la Crisis del Nuevo Coronavirus” (Brot für die Welt/Pan para el mundo, 2020), https://actalliance.org/?s=diez+manadimentos.

 

[31]   Leonardo Boff, Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres (Buenos Aires: LUMEN, 1996), 153.

 

[32]   Cf. Jorge Miranda Luizaga y Viviane Del Carpio Natcheff, “Funadmentos de las espiritualidades panandinas”, en Teología andina: el tejido diverso de la fe indígena, ed. José Estermann (La Paz, Bolivia: ISEAT, 2006), 24.

 

[33]   Amós López, “Ecología y liturgia”, Reflexión y Diálogo, núm. 11 (junio de 2007): 17.