Teología Práctica

Latinoamericana

Reflexiones para la praxis cristiana en la iglesia, la sociedad y la cultura

Vol. 1 No. 1 – Enero/Junio 2021 -  San José, Costa Rica

Praxis pastoral latinoamericana en tiempos de pandemia por Covid-19

Estudios previos a la consulta de Teología Práctica Latinoamericana organizada por la UBL en el año 2021

 

 

 

 

Comunidades cristianas y pandemia: del encuentro presencial al encuentro virtual

Un análisis desde el concepto de la brecha digital

Neli Miranda

 

 

 

Resumen

El presente trabajo analiza el nuevo escenario virtual surgido en las comunidades cristianas a causa de la pandemia, bajo qué condiciones socio-económicas se da este escenario virtual, y cómo afecta las relaciones comunitarias, litúrgicas y pastorales en la feligresía.

Palabras claves: comunidades cristianas, pandemia, acompañamiento pastoral,  modalidad virtual y  brecha digital

Abstract

This paper analyzes the emerging virtual scenario among the Christian communities due the pandemic, socio-economic conditions involved in this emerging scenario, and how it affects the community, liturgical and pastoral relationship in the congregations.

Key words: Christian communities, pandemic,  pastoral accompaniment, online mode and digital divide.

 

Comunidades cristianas y pandemia: del encuentro presencial al encuentro virtual

Un análisis desde el concepto de la brecha digital

Presentación

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el brote de la enfermedad por coronaviurs, conocida como Covid-19 y que en forma de pandemia afecta actualmente a la humanidad, “... fue notificado por primera vez en Wuhan (China) el 31 de diciembre de 2019” (2020b). Las noticias del surgimiento de un nuevo coronavirus sonaron lejanas para la mayoría de la población mundial. No muchas personas anticiparon las repercusiones mundiales del nuevo virus. Sin embargo, el año 2020 inició con la alarma del rápido avance del virus hacia otros países y continentes. Ante su rápida propagación y las miles de personas contagiadas, en el mes de marzo la OMS declaró como pandemia la enfermedad producida por el nuevo coronavirus.

Con el afán de contener la propagación del virus, los gobiernos locales tomaron diferentes medidas de aislamiento social, confinamiento y de restricción de la movilidad de la población. Esto impactó dramáticamente las actividades económicas, educativas, religiosas y recreativas, entre otras. Así, la pandemia provocada por el Covid-19 que había llegado primariamente como una crisis sanitaria, pronto desdobló sus múltiples efectos en la vida de la población mundial.

La nueva realidad también afectó drásticamente la vida religiosa de miles de comunidades cristianas en Latinoamérica y el Caribe. Ante el confinamiento, muchas comunidades buscaron alternativas en la modalidad virtual para sus celebraciones litúrgicas y el acompañamiento pastoral. Esta modalidad resultó ser de gran ayuda para mediar las reuniones comunitarias. Sin embargo, sus beneficios no alcanzaron a la mayoría de la población que no tiene acceso a las tecnologías propias de esta modalidad.

Las desigualdades sociales preexistentes a la pandemia, el confinamiento obligatorio de la feligresía y la alternativa de la modalidad virtual para las reuniones comunitarias, han configurado un nuevo escenario para el culto y el acompañamiento pastoral en las comunidades cristianas en medio de la pandemia.

¿Bajo qué condiciones se da este nuevo escenario? ¿Está toda la feligresía presente en el nuevo escenario? ¿Recibe toda la feligresía los beneficios de la modalidad virtual? ¿De qué maneras, la condición socio-económica de la feligresía influye en su acceso o exclusión de las actividades comunitarias en medio de la pandemia? Estas son algunas preguntas que se plantean en el presente trabajo. El objetivo es analizar el nuevo escenario virtual surgido en las comunidades cristianas a causa de la pandemia, bajo qué condiciones socio-económicas se da este escenario virtual, y cómo afecta las relaciones comunitarias, litúrgicas y pastorales en la feligresía.

El análisis parte de ubicar a las comunidades cristianas en medio de la crisis del confinamiento y la alternativa de la virtualidad para sus reuniones comunitarias. A continuación, se coloca el concepto de modalidad virtual dentro de la Sociedad de la Información o Sociedad de Comunicación, nombres con los cuales se caracteriza el contexto socio-económico del siglo XXI, y en el cuál las comunidades cristianas viven la pandemia. El análisis concluye con una vista al concepto de brecha digital. A través de estudios recientes, se analiza cómo la brecha digital impacta a las comunidades rurales y población adulta mayor en la región. El trabajo cierra con algunas reflexiones propias del ambiente de incertidumbre de la crisis actual.

Del encuentro presencial al encuentro virtual

Las celebraciones litúrgicas a través de las cuales se viven los sacramentos en comunidad, constituyen una práctica vital de acompañamiento pastoral. Las oraciones, los cantos, las lecciones bíblicas, el sermón u homilía, la participación de la Comunión o Santa Cena, el encuentro en el abrazo de la paz, la bendición pastoral y todas las acciones litúrgicas, son un toque pastoral para las personas que asisten fielmente a sus comunidades de fe. En este sentido, la comunidad congregada en un espacio abierto y gratuito, se convierte en un sacramento que acompaña y conforta la vida espiritual de sus miembros. Es en esta participación comunitaria-presencial donde la comunidad encuentra sentido de vida y fortaleza para enfrentar las diferentes crisis de la vida.

La nueva realidad de confinamiento de la feligresía y la cancelación de las celebraciones en los templos, imposibilitaron el encuentro comunitario-presencial. Este hecho impactó la vida espiritual de las comunidades cristianas, las cuales enfrentaron abruptamente el desarraigo de los espacios físicos de sus templos y del espacio simbólico que constituye la comunidad reunida físicamente.

La limitación de lo presencial llega en una época de desarrollo tecnológico sin precedentes, en donde las telecomunicaciones o comunicación a distancia han alcanzado un gran progreso a través de la tecnología digital. De modo que ante el nuevo escenario, mediado por la imposibilidad del encuentro presencial, se abrió la alternativa de la modalidad virtual para continuar con el desarrollo de las diferentes actividades comunitarias religiosas.

La comunicación virtual ha venido desarrollándose desde hace algunas décadas en diferentes actividades de la población. Por ejemplo, en el campo laboral, en el área financiera, en procesos educativos, en el área de la salud e inclusive en actividades religiosas. Esta forma de comunicación surgió y ha ido avanzando de la mano del desarrollo de las nuevas tecnologías involucradas en la telecomunicación. Esto generado el desarrollo de entornos no físicos y, además, permite estar en contacto con una o más personas situadas en diferentes lugares. Estas nuevas formas de comunicación incluyen la interactividad entre las personas, quienes pueden compartir textos, audio, video, imágenes, etc.

Antes de la pandemia, ya algunas comunidades cristianas habían utilizado varias estrategias de comunicación virtual. Sin embargo, nunca antes, como en medio de la pandemia, la virtualidad había mediado tan activa y sistemáticamente las actividades de muchas comunidades. Así las celebraciones litúrgicas, el acompañamiento pastoral y las diferentes actividades comunitarias, pasaron a ser desarrolladas a través de redes sociales, videoconferencias, salas de chat, telefonía móvil, y a través de diferentes programas y aplicaciones para la comunicación virtual.

De esta manera, muchas comunidades cristianas configuraron su nueva realidad sobre la modalidad virtual, o sea, una forma de comunicación a distancia e interactiva, mediada por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Dentro de estas tecnologías se sitúan múltiples dispositivos y servicios como la televisión, la radio, los teléfonos residenciales, los teléfonos móviles, en particular los Smartphone o teléfonos inteligentes, la computadora, las tabletas, las diferentes aplicaciones informáticas y las redes de telecomunicación, en concreto la de internet.

Cabe resaltar que el uso de los medios virtuales para las celebraciones religiosas, fue una de las recomendaciones que propuso la Organización Mundial de la Salud (OMS) en medio de la pandemia. Esta organización recomendó a las personas con liderazgo religioso y a las comunidades confesionales: “La evitación de reuniones numerosas y la realización de ritos y actividades religiosas a distancia o por medios virtuales, según lo prescrito y siempre que sea posible” (OMS 2020a, 1).

Las comunidades cristianas dentro del contexto de la Sociedad de la Información o Sociedad del Conocimiento

La categoría modalidad virtual es propia de un concepto más amplio conocido como “Sociedad de la Información”. Este concepto se emplea para denominar a la actual sociedad del siglo XXI. Fue acuñado en la década de los años 1970s, en el contexto del creciente auge de la tecnología y su impacto en la economía mundial. Aunque algunos teóricos prefirieron utilizar el concepto de Sociedad postindustrial para denominar la nueva forma de dinámica socio-económica surgida ante el auge de la tecnología (Cabero Almenara 2006). En este sentido el concepto de Sociedad de la Información se refiere al paso “…de una sociedad industrial basada en la producción de bienes materiales a una sociedad postindustrial basada en la transferencia, gestión y manipulación de la información y el conocimiento” (Cabero Almenara 2001, 64).

La Sociedad de la Información se caracteriza por varios hechos significativos, entre los cuales predomina el factor económico. Sin embargo, hay cierta tendencia de entender este concepto desde una visión reducida y enfocada solamente en la variedad de las nuevas tecnologías y las diferentes formas de comunicación que generan. Las explicaciones y reflexiones de diversos autores, autoras y organizaciones señalan que el concepto implica mucho más que el uso de las tecnologías. Por ejemplo, Manuel Castells caracteriza a la Sociedad de la información como un:

Nuevo sistema tecnológico, económico y social… una economía en la que el incremento de la productividad no depende del incremento cuantitativo de los factores de producción (capital, trabajo, recursos naturales), sino de la aplicación de conocimientos e información a la gestión, producción y distribución, tanto en los procesos como en los productos” (citado en: K. Torrealba Arcia 2006, 57).

Con relación a este tema, la Organización de Naciones unidas (ONU) organizó la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la información (CMSI) en el año 2003. En esta cumbre participaron estados, empresas, ciudadanas y ciudadanos, quienes declararon su deseo y compromiso de:

… construir una sociedad de la información centrada en la persona, integradora y orientada al desarrollo, en que todos puedan crear, consultar, utilizar y compartir la información y el conocimiento, para que las personas, las comunidades y los pueblos puedan emplear plenamente sus posibilidades en la promoción de su desarrollo sostenible y en la mejora de su calidad de vida… (CMSI 2004, párr. A.1).

En este esfuerzo, la ONU caracteriza a la Sociedad de la Información desde un enfoque de la persona y su desarrollo humano. Sin embargo, es evidente que esta declaración atiende más a una visión de sociedad que a la realidad que vive la mayoría de los pueblos en medio del siglo XXI.

Por esa razón, como concepto alternativo a Sociedad de la Información, a finales de la década de los años 1990s surgió el concepto Sociedad del Conocimiento, el cual es empleado particularmente en medios académicos (Torres 2005). Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) hace un contraste entre los conceptos de Sociedad de la Información y Sociedad de la Comunicación: “La noción de sociedad de la información se basa en los progresos tecnológicos. En cambio, el concepto de sociedades del conocimiento comprende dimensiones sociales, éticas y políticas mucho más vastas” (2005).

Por su parte, Isabel Forero de Moreno profundiza en la definición de este término, al afirmar lo siguiente: “Asimismo, la sociedad del conocimiento es un concepto importante no sólo para el crecimiento económico, sino también para desarrollar todos los sectores de la sociedad desde un punto de vista humano (2009, 42).

La exposición y reflexión sobre estos conceptos apunta a colocar a las comunidades cristianas dentro de un contexto socio-histórico y económico que ha venido desarrollándose desde el siglo pasado. El surgimiento de este contexto/época/sociedad se da sobre la base del desarrollo tecnológico. Sin embargo, como se ha señalado anteriormente, el desarrollo de esta nueva forma de sociedad, no se debe solamente a la presencia de las nuevas tecnologías, sino que también a factores relacionados con aspectos políticos, económicos y sociales.

Así, en pleno siglo XXI y en el contexto de la Sociedad de la Información o Sociedad del Conocimiento (o Sociedad Post industrial), las comunidades cristianas tienen la posibilidad de enfrentar el confinamiento a través de la modalidad virtual, con lo cual hacen posible el encuentro a distancia. Sin embargo, el acceso a esta alternativa no pasa solamente por las bondades de las nuevas tecnologías, sino por la realidad socio-económica de muchas comunidades, en donde la conectividad (acceso a Internet) y el acceso a los dispositivos digitales no están a la mano.

Antes de la pandemia, la brecha socio-económica, muy marcada en los países latinoamericanos y del Caribe, evidenciaba ya la exclusión y el aislamiento de muchas personas. Sin embargo, las celebraciones litúrgicas y la atención pastoral seguían siendo uno de los pocos privilegios a los cuales se accedía gratuitamente. Durante la pandemia, inclusive este derecho ha sido limitado para muchas personas que no tienen acceso a las tecnologías. En este sentido, la pandemia llega como una crisis que aumenta las desigualdades sociales y coloca a muchas comunidades cristianas ante la brecha digital.

Así, el desarrollo de reuniones virtuales por parte de las comunidades cristianas para afrontar el confinamiento, pasaron por la brecha digital que marcó la diferencia entre asumir o no esta modalidad, y entre participar o no de la gracia del sacramento de la comunidad reunida.

La brecha digital y su impacto en comunidades rurales y grupos etarios

Antes de la pandemia, muchas comunidades cristianas habían desarrollado estrategias de evangelización a través de la radio y la televisión. Sus transmisiones incluían celebraciones litúrgicas, enseñanzas, predicaciones y oraciones. Algunas de estas transmisiones incluían la comunicación interactiva. Otras comunidades utilizaron también las redes sociales, desarrollaron sitios web y blogs, o crearon aplicaciones especiales para transmitir su mensaje, estrategias que incluyeron también la comunicación interactiva.

De este modo, ante la emergencia de la pandemia, algunas comunidades particularmente de zonas urbanas asumieron fácilmente la modalidad virtual para sus reuniones, puesto que ya contaban con experiencia previa y con el soporte tecnológico necesario. Otras, con muchas limitaciones hicieron el esfuerzo y afrontaron la realidad, utilizando la escasa tecnología que tenían a su alcance. Finalmente, muchas comunidades sin acceso a la tecnología, enfrentaron no solo el distanciamiento social, sino también el aislamiento social. Estas comunidades enfrentaron el fenómeno conocido como brecha digital.

El concepto de brecha digital ha sido acuñado para señalar el hecho de que las oportunidades y beneficios del desarrollo tecnológico no llegan de igual manera a los diferentes grupos de una sociedad. Manuel Area Moreira señala al respecto que: “El acceso a las nuevas tecnologías y al conocimiento e información está al alcance de aquellas personas que tengan las posibilidades materiales y las habilidades adecuadas para comprarlas y usarlas, provocando un aumento de las distancias culturales y sociales” (2002, 6). Este autor señala dos factores principales que constituyen la brecha digital: la imposibilidad económica para acceder a las diferentes tecnologías y la ausencia de competencias para usarlas. Dentro de estos factores también hay que considerar el hecho de que muchas poblaciones del área rural no son cubiertas por las empresas que venden el servicio de Internet y de energía eléctrica.

Además de la descripción técnica de la brecha digital, debe añadirse que, “La brecha digital en los países es el resultado de las desigualdades sociales preexistentes que responden a diferentes factores, tales como el nivel de ingresos, la educación, el género, el origen étnico y la ubicación geográfica” (Márquez, Acevedo Martínez, y Castro Lugo 2016, 2).

En sí, el impacto de la brecha digital es experimentado negativamente por aquellas personas que viven en situación de pobreza y pobreza extrema. La mayoría de estas personas viven en áreas rurales o áreas periféricas a las ciudades. De igual manera, la brecha digital afecta a la población de personas adultas mayores, algunas de las cuales tienen la tecnología a la mano, pero no han tenido la oportunidad de aprender su manejo.

En el informe No. 7 sobre la evolución y efectos de la pandemia Covid-19 en América Latina y el Caribe, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señala con números cómo se vive la brecha digital en la región (2020). Este informe enlaza el factor de conectividad con las variables de urbanidad, ruralidad y edad.

Diferencias en el factor de conectividad entre la zona urbana y la zona rural

El informe señala que en la región, el 67% de los hogares urbanos está conectado a Internet, mientras que en las zonas rurales solo el 23%. Se resalta que en algunos países como Bolivia, El Salvador, Paraguay y Perú, más del 90% de los hogares rurales no cuentan con conexión a Internet. Se resalta también que aun en los países con mejor situación, solo cerca de la mitad de los hogares rurales están conectados (CEPAL 2020). Esto significa que tres de cada cinco hogares del área urbana tienen acceso a Internet; mientras que solo uno de cada cinco, en el área rural.

No es difícil entender esta situación, dada la exclusión social y pobreza en que viven las poblaciones rurales. De acuerdo a los últimos datos disponibles de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), tres de cada cuatro trabajadores rurales en Latinoamérica tiene empleos informales (cerca de 41 millones de persona). Esto significa empleos inestables, bajos ingresos, sin protección social ni derechos laborales (2020). En medio de esta realidad, hay que enfatizar que dentro de la población rural se encuentra la mayoría de población indígena.

Sin caer en un discurso que glorifica a la tecnología digital como la solución de todos los males de una sociedad, es importante señalar el impacto que trae la falta de acceso a la red de Internet en las comunidades. Esto significa que la población no puede acceder a la diversidad de información importante contenida en los diferentes sitios de la red, al servicio de correo electrónico, a las redes sociales, a programas de video llamada y video conferencias, a plataformas educativas, a aplicaciones que permiten enviar imágenes, videos, mensajes de texto o notas de voz, en fin a una diversidad de alternativas que generan la comunicación virtual.

Ante esta situación, es muy posible que durante la pandemia muchas personas hayan quedado incomunicadas de su comunidad religiosa a causa de la falta de la tecnología necesaria para comunicarse virtualmente. Así, es fácil imaginar a muchas comunidades “desamparadas como ovejas sin pastor” durante la pandemia, y no por falta de voluntad de su liderazgo espiritual, sino por las desigualdades que se viven hace siglos en las comunidades rurales y comunidades que viven en la periferia.

Es importante señalar que, en medio de estas crisis, la radio y la televisión sobresalieron como tecnologías más accesibles para la vida rural y acompañaron a muchas personas para alimentar su vida espiritual.

El factor conectividad en términos de grupos etarios.

 Además de la ruralidad y urbanidad, el estudio de la CEPAL (2020) considera la edad como un factor que influye en el acceso a la Internet. El estudio revela que la población más joven y la población adulta mayor son las que tienen menor conectividad.

-     El 42% de los menores de 25 años y el 54% de las personas mayores de 66 años no tienen conexión a Internet.

-     Los grupos con menor conectividad son las niñas y niños de 5 a 12 años y el de los adultos mayores de 65 y más años.

-     Las personas más conectadas son las que pertenecen a los grupos etarios de 21 a 25 años y de 26 a 65 años.

Parece que el rango de edad de las personas con mayor acceso a la Internet está relacionado con la población que por su edad tienen acceso a un trabajo remunerado. Este hecho excluiría de la conectividad a muchas niñas, niños y personas mayores que, inclusive desarrollando diferentes trabajos, no tienen ninguna remuneración económica.

Algunas personas mayores durante la pandemia recibieron el apoyo de sus familias, quienes las incorporaron a las actividades virtuales. Sin embargo, en general, las personas mayores y la niñez, han sido los grandes grupos ausentes en las actividades desarrolladas a través de la modalidad virtual.

Acceso a las diferentes velocidades de conexión

Otro factor importante para el acceso óptimo a la red de Internet es la velocidad de conexión. La velocidad varía de acuerdo a los diferentes planes de conectividad que ofrecen las empresas de este servicio. Así, a mayores precios, mayor velocidad y mayor accesibilidad a todas las oportunidades que ofrece la red. Por ejemplo, una velocidad alta permite a dos o tres miembros de una misma familia participar activamente y al mismo tiempo en una celebración litúrgica realizada en un programa de video conferencia. Mientras que las familias que tienen una velocidad de conexión menor, no pueden participar de la misma forma en esas actividades.

De acuerdo al estudio de la CEPAL (2020), en medio de la pandemia, el 44% de los países de la región seguía todavía sin alcanzar la velocidad de descarga que permite desarrollar varias actividades en línea simultáneamente. Esto significa que se tiene una velocidad de conexión inferior a los 25 Mbps, lo cual permite a los usuarios desarrollar solamente actividades básicas.

Este estudio también revela que el costo del servicio de acceso a Internet (plan fijo o móvil) para la población más pobre significa hasta el 14% de su ingreso. De esta manera, los pagos de planes con acceso a mayor velocidad de conexión en Internet reducen las oportunidades de muchas familias. Esto dejaría a la mayoría de familias de la población ante la disyuntiva de pagar un servicio de acceso a Internet para participar de las reuniones religiosas de su comunidad, o de comprar comida u otros bienes básicos para su sustento.

¿Hacia dónde va el camino?

La pandemia, el distanciamiento social, las necesidades relacionales humanas, la presencia de las tecnologías como alternativa para la comunicación, las desigualdades sociales y la incertidumbre, son señales que marcan el camino hacia el futuro, no solo para las comunidades cristianas, sino para toda la población mundial.

El abordaje de los temas de pobreza, desigualdad y exclusión no es nuevo dentro de las comunidades cristianas. Lo nuevo es añadir un factor más de exclusión, en este caso, la exclusión de muchas personas de los beneficios de las tecnologías de la información y la comunicación en medio de la pandemia.

El protagonismo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en medio de la pandemia, debería estar enfocado en reducir distancias, acercar personas a pesar del distanciamiento social y en generar comunidad. Sin embargo, la brecha digital que imposibilita el acceso, uso y apropiación de las tecnologías, ha generado la exclusión de muchas personas de la relación comunitaria.

El mundo post pandemia tarda en llegar. La vacuna tiene un largo camino para llegar a la mayoría de la población y el proceso de des-confinamiento podría durar algún tiempo. En este contexto, la comunicación virtual seguirá teniendo un gran protagonismo y las comunidades cristianas seguirán enfrentando el desafío de la brecha digital, la cual ha generado la exclusión de muchas personas de la comunidad.

Muchas personas y comunidades han enfrentado ya esta brecha con prácticas que acercan a las personas a la comunidad. Han enviado recargas de tiempo de aire a los teléfonos de familiares y amigos, han donado tecnología para beneficio de toda la comunidad, han apoyado a las personas mayores en el uso de las tecnologías y han aprovechado al máximo la tecnología disponible para el beneficio comunitario. Estas experiencias hablan de enfrentar el desafío de la brecha digital desde los valores comunitarios cristianos de inclusión, solidaridad y generosidad.

Este tiempo de crisis es también una oportunidad para pensar creativamente y generar la relación comunitaria en contextos en donde no hay posibilidades de acceso a las nuevas tecnologías. Este es el caso del uso de la radio y la televisión, del correo físico y otras alternativas de comunicación comunitaria. La oportunidad llega también para empoderar el liderazgo local, para desarrollar iglesias domésticas, en fin, para mantener unida a la comunidad de Jesús, porque no se puede hacer comunidad donde falta aunque sea solo una de las hermanas o hermanos más pequeñitos de Jesús.

Referencias bibliográficas

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Neli Miranda. Presbítera de la Iglesia Episcopal de Guatemala. Ministra encargada de la congregación de St. Alban en la ciudad de Antigua Guatemala. Docente universitaria de las áreas de Teología, Psicología y Educación cristiana.

 Correo electrónico: nelimirandalopez@gmail.com