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Teología Práctica Latinoamericana Reflexiones para la praxis
cristiana en la iglesia, la sociedad y la cultura Vol. 1 No. 2 – Julio/Diciembre 2021 - San José, Costa Rica Consulta de Teología Práctica en América Latina
y El Caribe hoy Teoría, Método y Praxis: Hacia una teología práctica latinoamericana
y caribeña |
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Epistemologías
interrelacionales Sofía Chipana Quispe pp. 35-49 |
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Vengo para mirar de nuevo, para deducirlo y despertar el
ojo ciego. Sin miedo, tú y yo, descolonicemos lo que nos enseñaron. Anita Tijoux La Fuerza del tiempo que
nos habita
Las palabras que ofrezco
llegan desde el sentipensar o corazonar
de los pueblos que no sólo se reconocen desde su identidad cultural, sino en
esa fuerza de los mundos que habitamos, que nos habitan y con las que
convivimos, la ancestralidad, presente en los
diversos seres ubicados en los territorios y territorialidades reconocidos y
nombrados de diversas maneras. En este tiempo del calendario gregoriano de
febrero[1],
las regiones altas de los territorios del Sur nos conectamos con la fuerza de
la crianza mutua de la vida que nos ofrece la Pachamama,
desde la k’amasa, fuerza vital, de sentirse
criada y criar la vida en correspondencia mutua, presento el compartir que
titulamos como: otras formas de sabidurías y saberes: una introducción a las
epistemologías decoloniales. En el compartir de saberes me
aproximo a algunas narrativas, textualidades y cosmopráxis ancestrales que acompañan desde tiempos
milenarios a los pueblos en Abya Yala[2],
desde la conciencia de que todo está enlazado, y que todo tiene vida, por lo
tanto, ofrecen saberes y sabidurías que fueron descalificadas, por lo que los
sentipensares que denominan como descolonización,
nos abre los ojos para ver los ropajes que llevamos interiorizados del poder
colonial, patriarcal y de señorío que determinó nuestro ser, estar, saber y
quehacer. Para muchos esta propuesta no
es viable porque no se puede volver en el tiempo y borrar la herencia
colonial, sin embargo, para las sabidurías ancestrales la integración de los
diversos tiempos es importante, pues el pasado está relacionado con la
comprensión de la vida que posibilita aprender a releer nuestras historias
desde las memorias transgresoras que sostuvieron las resistencias, frente a
la violencia del pensamiento hegemónico colonizador que descartó las
sabidurías ancestrales, haciendo hasta lo imposible por alinearnos en un
territorio totalizado por el esquema binario que separó los cuerpos de las
convivencias necesarias en el cosmos, imponiendo el mundo de lo uno, lo
único, lo universal y verdadero
privándonos de la dignidad de nuestras cosmogonías a partir del
discurso de la superioridad moral que se sostuvo en el color de la piel que
dio paso a la clasificación antropológica de seres superiores e inferiores,
como diría Eduardo Galeano: El color de la piel no
había tenido menor importancia en las civilizaciones anteriores. La Europa
del Renacimiento fundó el racismo. Y cinco siglos después, Europa no
consigue curarse de esa enfermedad. Misión de evangelización, deber de
civilización, horror a la diversidad, negación de la realidad: el racismo era
y es un eficaz salvoconducto para huir de la historia (1998, 24). La instauración de lo
“blanco”, como corporalidad de privilegios, asume al pluriverso
de mundos, como territorios y cuerpos de conquista, subestimando la fuerza de
las comunidades y pueblos en resistencia que, constatan las desarmonías
generadas por la ambición humana, por lo que ofrecen el Qapac
Ñan[3],
el camino noble de la sabiduría para asumir el restablecimiento de las
relaciones desde la profundidad de las espiritualidades ancestrales que
posibilitan el equilibrio y la armonía en la Gran Red de la Vida, como se
puede constatar en la cosmopraxis de los pueblos
que se orientan a partir de los principios que se entretejen desde la
pluralidad de historias en proceso, sostenidas en la crianza mutua de la vida
pese a la violencia simbólica y sistémica de la constitución del mundo de lo
uno que se encarga de silenciar y jerarquizar sus saberes a partir de los
criterios de verdad y validez. Un mundo donde habitan
otros mundos y otros saberes
La provocación zapatista, de
reconocer “un mundo, donde quepan muchos mundos”, fue un gran impulso de auto
reconocimiento para los pueblos en resistencia, aunque cada día desaparecen
comunidades de biodiversidades de vida, los otros mundos se reconocen en los
hermosos y complejos pluriversos que generan
grietas en la pretensión del adueñamiento de la vida, que se disfraza en el
discurso del multiculturalismo, la “inclusión social”, la interculturalidad,
la economía verde para proteger la naturaleza, la seguridad alimentaria;
mientras su caminar se sostiene en el poder bélico del exterminio de los
diversos mundos, por lo que la defensa de los territorios y de todas sus
interrelaciones se convierte en una traba a sus pretensiones. No obstante,
los otros mundos siguen siendo y estando desde las memorias del corazón que
buscan incesantemente escarbar la herencia epistemológica de la consciencia
cósmica de las relaciones en correspondencia, de la que deviene el sentido de
comunalidad que se amplía a todos los mundos que se
ven y los que no se ven, pero están presentes. En esos modos de sentipensar la vida, la persona, el ser humano/a, no se
ubica diferenciada de las otras comunidades de vida, por ejemplo, en el mundo
andino la constitución de la persona no tiene la finalidad de diferenciarse
de las/os otras/os seres, ya que el jaqi
(ser persona), se constituye en la posibilidad de sus interrelaciones, es
decir, “se refiere a la condición social de ser persona, con todas sus
ramificaciones de socialidad en términos de las
obligaciones y los deberes recíprocos entre personas, sean humanos o no
humanos” (Arnold 2017, 29), pues las/os otras/os
seres en la medida que mantienen las relaciones con la comunidad humana
permiten reconocerse en un parentesco amplio, por ello no puede asumirse como
administrador, sino como un ser en relación con las diversas comunidades, ya
que a la vez que es criado por las diversas comunidades de vida, en
reciprocidad las cría, de ese modo circula la fuerza del ayni[4]
comunitario. Ubicando los principios de
vida que se conservan en los pueblos, si bien se sostienen en las nociones
cosmológicas de sus mundos, sin embargo, en ellas se establece una serie de
orientaciones que posibilitan las relaciones con los mundos de las diversas
formas de vida como los vemos expresada en el siguiente sentipensar:
El mundo andino, es un
mundo de crianzas, todos crían y se dejan criar, por eso esta cualidad de la
crianza no sólo es atributo del hombre, sino que es común denominador de
todos los miembros que conforman la colectividad natural. En cada pacha local
se conversa con todo lo que existe y de distintas formas o maneras; el andino
es un conversador por excelencia, esta tremenda capacidad de conversar con la
naturaleza hace que se establezcan relaciones o simbiosis estrechas y
permanentes entre todos los miembros que conforman el ayllu; su única
preocupación es vivir mejor y de la manera más armoniosa posible y en
equilibrio con todos; entonces la plenitud de la vida se alcanza criándose
mutuamente (Apaza Ticona 1997, 103). En esas relaciones de crianzas
mutuas, se cultivan sabidurías que permite reconocer no sólo un saber, sino
el pluralismo de saberes, sentires, identidades y maneras de habitar y
transitar la vida, es decir, se trata de una “epistemología integral que trasciende
el género humano como sujeto cognoscitivo. El conocimiento es una cualidad de
todos los seres, sean humanos o no humanos, animados o “inertes”, y se lo
consigue a través de muchas vías, el ritual, la celebración, el trance, la
representación simbólica y la unión mística (Estermann
2008, 40), aunque el autor limite la relación a algunos aspectos de la vida,
se tiene que comprender que en el mundo andino a la que se refiere, todas las
realidades están interrelacionadas, por lo tanto el conocimiento se adquiere
en todas las dimensiones de la vida, ya que las relaciones son dinámicas y
permanentes, de ese modo se concibe la Suma Qamaña,
el Buen Vivir. Por lo tanto, el sentipensar, es cultivado en las interrelaciones de los
muchos mundos, ya que las otras y otros seres ofrecen sus saberes y
sabidurías a partir de los intercambios que se establecen desde la
observación, la interpretación, la conversación y sobre todo la escucha,
pues, “el viento, los pájaros, el agua, los cielos, etc., todos dicen algo y
en ese decir el ser humano produce el conocimiento necesario para habitar,
con sentido, el mundo familiar que vive” (Bautista S. 2014, 160). De ese modo se emprende aprendizajes y
enseñanzas recíprocas que posibilitan la continuidad de la vida en el espacio
biocultural, reconociendo que los muchos mundos, son el resultado de los
entretejidos que fluyen de manera constante. El mundo de lo uno que
se construye en la desigualdad
Desde el
reconocimiento de los muchos mundos, se cuestiona a la noción de un mundo que
se sostiene en un pensamiento monocultural
constituido desde el criterio de la validez que atraviesa tiempos,
territorios y se sostiene en el racismo epistémico y el capitalismo racial, a
lo que se denomina como la colonialidad del saber,
cuyas bases se sostienen en las estructuras de la supremacía de un Dios, una
verdad, una historia, un idioma, una cultura, una especie dominante y un sexo
dominante, imponiéndose en esos monocultivos mentales, la estructura binaria,
excluyente que separa y jerarquiza las realidades y relaciones desde los
parámetros anteriormente mencionados, en la que se establece purismos,
esencialismos y fundamentalismos, que naturalizan las desigualdades desde las
perspectivas ontológicas del no ser, por lo que la construcción de los seres
sin alma se sostiene en el aspecto biológico como cuerpos gobernables, esos
otros/as a los que su pasado las/os condena, porque cargan con el peso de las
identidades impuestas que anulan las diferencias desde el prejuicio cultural
que considera a las/os otras/os como: bárbaros objetos de civilización y
desde la moral superior asociadas/os con la maldad, la crueldad, el pecado,
por lo que requieren del control religioso. De ese modo se configura una
universalidad distorsionada, desigual, desarmonizada, que cría las
individualidades como un “constructo resultante de un largo proceso de
rupturas postuladas en la desacralización, desnaturalización y descomunalización (Gomel Apaza
2005, 71), pues desde las ciencias modernas uniformes de occidente se deslegitima
los otros conocimientos, valiéndose de sistemas educativos, como serán las
escuelas y universidades que siguen la
ruta “civilizatoria”, aunque se disfracen en discurso de la
interculturalidad, sin embargo, sigue las políticas de exterminio, asimilación,
invisivilización y el desprecio a los saberes-haceres propios. En ese sentido, hay una especie de
formateo para repetir o copiar lo aprendido, que es parte de un proceso de
alienación, de negación y hasta de odio por lo propio, mientras se asume lo
ajeno que paulatinamente provoca el vaciamiento y las rupturas en las
interrelaciones con las otras formas de saberes y seres, imponiéndose una
episteme totalizante. Definitivamente
que ese mundo que se constituye desde la “unidad” y la uniformidad, rompe con
la comunión, pues en nombre de esa unidad que hoy se considera como
globalización, se instaura una guerra contra el pluriverso;
pero simultáneamente está la resistencia de las naciones, nacionalidades y
comunidades clandestinas que insisten en pervivir a partir de las propias
autoafirmaciones, pues ese es el proceso de la descolonización que viven los
pueblos en Abya Yala,
a fin de seguir en conexión y vibrando con las diversas biodiversidades en y
con el cosmos. Por ello se celebra los intercambios de saberes que son
capaces de romper con el disciplinamiento
colonizador, a partir de las memorias transgresoras, como lo expresa Eduardo
Galeano: Cuando le queman sus
casitas del papel, la memoria encuentra refugio en las bocas que cantan las glorias
de los hombres y los dioses, cantares que de gente en gente quedan, y en los
cuerpos que danzan al son de los troncos huecos, los caparazones de tortuga y
las flautas de caña (Galeano 1998, 58). Ancestralidad: Memoria larga que nos habita
Los pueblos que siguen siendo
y estando en Abya Yala,
se reconocen en una memoria larga, por ello, las abuelas y abuelos, no narran
un solo relato de sus cosmogénesis, ya que las
historias están entretejidas de nacimientos y fines de mundo, de noches y
amaneceres fecundos, como ya lo dijimos anteriormente la ancestralidad
no se limita a lo humano, sino a la comunidad del gran tejido de
interrelaciones, que posibilitan el restablecimiento del equilibrio y la
armonía. Se trata
de ancestralidades que habitan en el cosmos y sus
constelaciones, como se reconoce en las altas montañas y glaciares que en el
contexto andino son nombrados como Apus,
considerados/as como protectores/as, consejeros/as y acompañantes a quiénes
se debe “reconocimiento y respeto porque saben más que nosotros por haber
‘vivido’ y ‘visto’ muchísimo más” (Valladolid Rivera 1991, 174), por lo que
se busca establecer la conversación y el intercambio recíproco, por medio de
los saludos, conversaciones, fiestas, rituales y ofrendas propias que
posibilitan el intercambio de energías. De la misma forma en el ámbito de la
salud, las plantas y árboles medicinales son
consideradas como las hermanas mayores por la sabiduría milenaria que poseen
para sanar. Otras ancestras reconocidas y queridas
en los diversos territorios, son las semillas, ellas están plenamente
integradas en las familias, comunidades y pueblos, pero por su ser caminante
en los intercambios atraviesa diversos caminos a fin de cuidar y ampliar la
diversidad, que es cuidada por las mujeres, ya que entre ambas se establece
una relación de parentesco. Así podríamos nombrar a las
diversas ancestras/os que habitan los territorios
en pleno vínculo con la ancestralidad humana que
después de retornar al vientre de la tierra, vive su tiempo de transformación
habitando en otros espacios, por ello, si bien la ausencia física se llora y
siente, pero se sabe que habitan de otras maneras y que en algunos tiempos
determinados llegan de visita acompañado de otros/as seres, en el caso
andino, las primeras lluvias que preparan la tierra para el cultivo y el
encuentro con las semillas en el mes de noviembre, por ello el recibimiento
no se da sólo en un entorno familiar, sino comunitario. El vínculo que se establece
entre los cuerpos y la tierra habitada, refleja la pertenencia a ella, de ese
modo es reconocida como la ancestra mayor, pues en
ella se recrea la vida en las múltiples relaciones, en ese sentido la tierra
y territorio no se limita a la noción de propiedad, ni de posesión, pues la
comunidad humana no se atribuye el ser dueño/a de la tierra, su presencia
como las y los otras/os seres tiene que ver con la convivencia cariñosa, actitud
fundamental en las sabidurías, ya que el respeto y cariño en las relaciones
posibilita la recreación de los diversos mundos, la biodiversidad. De ese modo se encauza la vida
en plenitud, o el buen vivir, en la medida en que los diversos mundos, se complementan,
donde la presencia de la ancestralidad no sólo
queda en la evocación de la memoria, sino que es parte de la vida, ya que
algunas tienen la posibilidad de influir en las conductas, por lo que se
cuida la relación con ellas y ellos. Sobre todo, con las/os que habitan en
espacios de mucho respeto, ya que en esos otros mundos se encuentran
presentes en las fuerzas insondables que sólo algunas/os sabias/os tienen la
capacidad de interpretarlas y relacionarse con ellas; aspecto que, por
influencia del cristianismo es catalogado como diabólico o endemoniado;
aunque los/as abuelos/as usan ese discurso para que la presencia de esos
seres sea respetadas y no alteradas en su equilibrio y armonía. No obstante,
conforme se va vaciando el sentido de sus seres y presencias, las relaciones
se complejizan, y con afán se busca domarlas con diversas ritualidades a fin
de buscar beneficios personales, como pasa en los espacios donde se ubican
las minas, las fuentes de agua, los bosques, o el monte. Desde ese
vínculo con la ancestralidad, la resistencia de los
pueblos en los territorios ancestrales tiene un largo caminar, por el
constante avasallamiento y hasta destrucción de las comunidades de vida, como
lo expresan las guardianas de lagunas en Perú, “si ella se seca ¿dónde
vivirán los espíritus que habitan en ellas?”, es decir, la ancestralidad. Pues la lucha y resistencia de los pueblos
sostenidas en la crianza mutua, son catalogadas por las políticas
colonialistas, extractivistas, capitalistas,
jerárquicas y patriarcales, apoyadas en la antropología hegemónica, como
“animismo primitivo”, lo que permite en nombre de la civilización, el
desarrollo extractivista que extiende su poderío a
partir del discurso del bienestar global, restringiendo el sentido de lo
local. Mientras que las
interrelaciones del pluriverso, no se comprenden
desde las perspectivas universalistas, sino “como una manera recíproca de
criarse en el mundo, entre la familia o entre el cerro guardián y otros
sitios sagrados del paisaje, y los/as humanos/as, animales y plantas…” (Arnold 2017, 17). Se trata de una ontología relacional,
donde el ser humano se siente parte del Tejido de la Vida, que se entreteje
en las sinergias que logran gestarse en las biodiversidades que habitan los
territorios; aunque por los intercambios entre pueblos, se tiene la noción de
que la reciprocidad con la ancestralidad fluye por
diversos territorios criando el buen vivir, por lo que el cuidado y la
defensa de los territorios para algunos/as sabias/os, es un legado para toda
la humanidad. En ese
sentido, muchas de las comunidades desde la vivencia de sus espiritualidades
ancestrales, buscan restablecer la tierra sin males, la loma santa, el buen
vivir, que se entreteje en los cuerpos que se reconocen como hijos e hijas de
la tierra, pues la fuerza vital fluye en las tierras, territorios en la danza
de sus ciclos, por lo que en reciprocidad, los hijos
e hijas procuran en las relaciones el buen sentir, el buen pensar, el buen
querer y el buen hacer. Sanación de la ancestralidad negada
En esta última parte del
compartir, planteo la necesidad de la armonización de la vida a partir de las
espiritualidades relacionales que sostienen los saberes y conocimientos que
se entretejen en las correspondencias mutuas, ya que muchos pueblos llevan la
herida de la negación, provocado por el enajenamiento y la asimilación
colonial, y su sanación no pasa por la “inclusión” a esas sociedades
desiguales en la que muchas poblaciones subsisten, a fin de superar su
condición de inferioridad, sino en la posibilidad de reconstruir las
historias plurales, como lo hacen las narraciones que acompañan el tejido de
los saberes, donde las y los que son considerados/as como débiles manifiestan
esos otros poderes que confrontan al que tiene poder para dominar, relatos
que no son “puro cuento”, sino que reflejan procesos vitales que sostienen el
equilibrio en la vida y sus relaciones. La negación de la ancestralidad para muchas abuelas y abuelos, es presencia
enfermedad, y ella es considerada como una señal de la desarmonía que ha
afectado a los pueblos, la tierra, a los animales, aves, peces, a los
sembríos, a las lagunas, a los ríos… Por ello debe ser armonizada, pues esas
heridas requieren ser escuchadas, y como toda enfermedad en el conocimiento
de los pueblos, tienen deseos, se alimentan, caminan y se presentan cuando
las relaciones se ven alteradas. De modo que la sanación requiere de los/as kolla wallas[5],
es decir, de seres que llevan la sanación y procuran la conversación con la
enfermedad, propiciando el proceso de la sanación que conlleva la fuerza de
las espiritualidades relacionales, recíprocas, complementarias, comunales,
que acuerpan y sostienen la sanación a partir de las memorias transgresoras,
donde el poder de la palabra en la conversación y el silencio para escuchar
son fundamentales. Aunque
este proceso es sumamente complejo, en un contexto de desencuentros
permanentes con ese mundo que construyó los mestizajes que tienen como
horizonte su “blanqueamiento”, y se sostienen en el poder dominante que
provoca una serie de construcciones desiguales a partir del prejuicio racial,
provocando una serie de rupturas en la comunión interrelacional
cósmica. Sin embargo, se reconoce que comunidades y naciones aún clandestinas
en sus propios territorios van tejiendo sus espiritualidades con los hilos
rotos y quemados, gracias a las fuerzas que dinamizan las sinergias de
tiempos y espacios de todos los mundos, desde la que se establece la
interrelación de los cuerpos que fluyen en vínculos inseparables, pues la humanidad
no se ubica al margen, o al centro, sino como un ser en relación con las y
los otras/os seres, de ese modo asume que su cuerpo es tierra-cosmos. Por ello, pese a la constante
amenaza del sistema devorador de mundos, el fuego de la ancestralidad
alienta el camino de la conciencia cósmica de ser tierra que anda, por lo que
la lucha por los territorios no tiene que ver sólo con sostener las
tradiciones, usos y costumbres, sino la autodeterminación como pueblos para
seguir siendo y estando, en plena comunalidad con
todas/os las/os seres, que habitan en los territorios. Pues, la privación de
la ancestra mayor, la tierra, la Pachamama, es la enajenación absoluta, ya que se
pertenece a ella, como dicen las/os mayores, de ella venimos y retornamos a
ella, la Madre. En ese sentido, la sanación
implica el restablecimiento de la ancestralidad
femenina negada, que es una de las fuerzas mayores que ha sido invisibilizada por la noción patriarcal de la supremacía
masculina y el racismo, que niega en su genealogía a su ancestralidad
femenina. Sin embargo, en los mundos considerados como el de los “nadies”, se siente la fuerza que se sostiene en las
sabidurías cultivadas por mujeres transgresoras, que se negaron a dejar sus
seres desde la recreación de los ropajes impuestos, conservando los idiomas,
la alimentación, los tejidos, los rituales, el cuido de la vida de sus
pueblos y el vínculo con los territorios de origen, pues ellas desde su “no
ser”, son las que conservaron los saberes y sabidurías relacionales de la
crianza mutua, como se puede ver en su relación con las semillas, no
limitadas sólo a
la seguridad alimentaria, sino la soberanía alimentaria que
sostiene la autodeterminación de los pueblos para gobernarse a sí mismos a
partir de sus saberes y sabidurías relacionales, desde el vínculo con la
tierra-territorio, como lo expresaba Máxima Acuña Atalaya[6]: “Soy
Pobre y analfabeta, pero sé que nuestra laguna y las montañas son nuestro
verdadero tesoro y lucharé para que no las destruyan”. Ellas,
sabias, sanadoras, caminantas, parteras, comideras,
tejedoras, músicas, buscan sanar junto a la Pachamama las violencias que sufren los cuerpos, y
recuperar el sentido de las relaciones duales que se vieron ensombrecidas
desde la noción binaria excluyente, ya que las fuerzas denominadas duales, en
los mundos plurales relacionales tiene que ver con el sentido de la reciprocidad
de fuerzas complementarias que habitan en todas/os las/os seres. Desde la conexión con esas
fuerzas negadas, los caminos de la sanación para los pueblos en resistencia,
implica reconocerse en el entretejido de las epistemologías relacionales, que
sólo son posibles a partir del vínculo con la ancestralidad
que empuja a hacer el kuti[7],
que implica el proceso de circulación por la espiral de la vida, desde fuera
hacía adentro, hacia la izquierda donde se ubica el corazón, para conectarse
con las fuerzas vitales que posibilitan la reconstitución del equilibrio y la
armonía de la vida:
Cuando naces, eres una cuerda sin anudar, eres Pacha
(cosmos), totalidad tiempo y espacio, el gran
vacío se va llenando de pequeños
amarres que van
creciendo con tus palabras, y tus
faenas y cada
cierto tiempo debes realizar un Kuti (vuelta) un enlace
dentro de ti mismo solamente
así podrás volver a ser el mismo
que naciste (Carvalho Oliva 2016, 5). Bibliografía
Apaza Ticona, Jorge. 1997. “Cosmovisión andina en la crianza de
la papa”. En Manos sabias para criar la vida: tecnología andina. Simposio
del 49o Congreso Internacional de Americanistas (Quito, julio de 1997),
editado por Juan Van Kessel y Horacio Larraín
Barros, 101–25. Quito: Hombre y Ambiente. Arnold,
Denisse. 2017. “Hacia una antropología de la vida en los Andes”. En El
desarrollo y lo sagrado en los Andes: resignificaciones,
interpretaciones y propuestas en la cosmo-praxis,
editado por Heydi Tatiana Galarza Mendoza, 11–40.
Estudios Socioreligiosos 2. La Paz, Bolivia: ISEAT. Bautista
S., Rafael. 2014. La descolonización de la política: introducción a una
política comunitaria. La Paz, Bolivia: AGRUCO/COSUDE/Plural. Carvalho
Oliva, Homero. 2016. “Nudo Primigenio”. En Poesías del Buen Vivir Andino,
editado por Luna Calante, 5. Plaquette
Monografica, Anno III.
Venecia, Italia: 7Lune. Estermann,
José. 2008. Si el Sur fuera el Norte: Chakanas
interculturales entre Andes y Occidente. Colección “Teología y filosofía
Andinas” 5. La Paz: ISEAT. Galeano,
Eduardo. 1998. Úselo
y tírelo: el mundo del fin del milenio, visto desde una ecología
latinoamericana. Buenos Aires, Argentina:
Planeta. Gomel
Apaza, Zenón. 2005. “Cariño y Tecnología”. Fe y Pueblo, 70–80. Valladolid
Rivera, Julio. 1991. “Agroastronomía andina”. En Cultura
Andina Agrocéntrica, editado por François Greslou, Eduardo Grillo Fernández, Enrique Moya Bendezú, Grimaldo Rengifo Vásquez, Víctor Antonio
Rodríguez Suy Suy, y
Julio Valladolid Rivera, 171–207. Lima, Perú: PRATEC. *Sobre la
autora: Sofía Chipana Quispe es miembro de la comunidad de Teólogas
Andinas de Abya Yala, y
la articulación de Teología y Pastoral Andina Perú, Argentina y Bolivia. Correo
electrónico: warmi_pacha@hotmail.com |
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[1] Tiempo en que ofrecí el sentipensar en las
conferencias de la consulta previa sobre: Teoría, método y praxis: Hacia una
teología práctica latinoamericana y caribeña.
[2] En el idioma del pueblo Kuna de Panamá, se
traduce como tierra en plena madurez, expresión asumida por los diversos
pueblos como alternativa al nombre colonial de América Latina.
[3] Termino quechua que se atribuía a la red de
caminos que vinculaba los diversos territorios en el gobierno de los Inkas. Se
analógicamente se asocia al camino sabio de las interrelaciones.
[4] Principio que acompaña a los pueblos aymaras
y quechuas, en su organización comunal que posibilita la correspondencia mutua
complementaria que se establece con todos/as los/as seres que se cohabita en un
determinado territorio.
[5] Termino aymara, que traducido literalmente
podría ser, el que lleva la bolsa de la medicina, se trata de una asignación a
las territorialidades del Kollasuyo, como los pueblos de la medicina en el
tiempo de la expansión Inka.
[6] Máxima Acuña Atalaya, agricultura y defensora
territorial peruana, en la región de Cajamarca donde se inició la lucha contra
el mega proyecto minero Conga de propiedad de Newmont
Mining Corporation y
compañía de minas Buenaventura, por lo que recibió el premio Medioambiental
Goldman el 2016.
[7] En el contexto andino, es la fuerza del
retorno a las fuerzas de la vida que posibilitan el cambio, la transformación
de una realidad, que conlleva el fin de un tiempo y da el inicio a otro, tiene
una dimensión cósmica, pero también es una fuerza que se puede intencionar o provocar.