Abel Moya Gómez
Experimentar a Dios
para renovar la iglesia
Memoria y
perspectiva en torno a una pastoral inclusiva
En este artículo, examinamos la tensión entre las pastorales tradicionales, centradas en la sanación y transformación espiritual desde la misión convencional, y la propuesta de la pastoral luterana inclusiva en Costa Rica, entre 2005 y 2019. Esta última busca no solo la transformación social, sino también la renovación eclesial, priorizando la experiencia de Dios desde la comunidad y promoviendo la integración de sectores históricamente excluidos. Distinguimos entre la pastoral experimental, orientada a evangelizar poblaciones específicas, y la pastoral experimentadora, que, antes de transmitir un mensaje de fe, busca comprender las realidades de los marginados, desafiando las nociones hegemónicas de cuidado y salud. La comunidad luterana inclusiva se posicionó como pionera en la apertura a personas LGBT+ y en la promoción de una lectura bíblica desprejuiciada. Sus principios metodológicos clave son el silencio teórico (suspender la teología excluyente para escuchar las voces marginadas y a Dios) y el desarme operativo (eliminar discursos y acciones discriminatorias). La necesaria renovación eclesial exige hoy este proceso de experimentación y aprendizaje, reconociendo que la diversidad es un hecho y la inclusión un objetivo.
Palabras clave: comunidad inclusiva, pastoral experimentadora, lectura bíblica desprejuiciada, silencio teórico, desarme operativo.
Abel Moya Gómez
Experiencing God to renew the church
Memory and Perspective on an Inclusive
Pastoral Ministry
In this
article, we examine the tension between traditional pastoral ministries,
focused on healing and spiritual transformation based on conventional mission,
and the proposal of inclusive Lutheran pastoral care, developed between 2005
and 2019. The latter seeks not only social transformation but also ecclesial
renewal, prioritizing the experience of God from within the community and
promoting the integration of historically excluded sectors. A distinction is
made between experimental pastoral ministry, aimed at evangelizing specific
populations, and experiential pastoral ministry, which first seeks to
understand the realities of marginalized individuals before conveying a message
of faith, challenging hegemonic notions of care and health. The inclusive Lutheran
community positioned itself as a pioneer in opening its doors to LGBT+
individuals and promoting an unbiased interpretation of the Bible. Its key
methodological principles are theoretical silence (suspending exclusionary
theology to listen to marginalized voices and God) and operational disarmament
(eliminating discriminatory actions and discourses). The necessary ecclesial
renewal today demands this process of experimentation and learning, recognizing
that diversity is a reality and inclusion an objective.
Keywords: inclusive community, experimental
pastoral care, unbiased biblical reading, theoretical silence, operational
disarmament.
Abel Moya Gómez
Experimentar a Dios
para renovar la iglesia
Memoria y
perspectiva en torno a una pastoral inclusiva
Mientras que Thom S. Rainer y Eric Geiger
consideran la pastoral de la iglesia como una fuerza transformadora del
espíritu humano, diseñada “...en torno a un proceso sencillo y estratégico que
conduce a las personas a través de las etapas de crecimiento espiritual”[1], Daniel S. Schipani la concibe desde una perspectiva terapéutica,
señalando que “...como comunidad intermedia clave, está llamada a ser la
comunidad sanadora por excelencia”.[2]
En ambas concepciones, la pastoral parece emerger de consideraciones
inalienables sobre aquello que debe ser sanado y transformado, así como de una
visión clara sobre los resultados esperados en su desarrollo.[3]
Sin embargo, la historia de la pastoral
no ha sido precisamente un conjunto de episodios participativos, incluyentes e
integradores, mucho menos en esta parte del mundo. Incluso aquellas pastorales
más preocupadas por el sujeto beneficiario no han logrado deshacerse de sus
prejuicios para comprender mejor su realidad, dignidad, autonomía y verdad. Por
lo general, los conceptos sobre la pastoral de la iglesia parten de premisas
similares a las mencionadas antes, definitivas y radiantes. No obstante, para
Magnus y Katarina Hedqvist,
pastores fundadores de la pastoral luterana de la diversidad en Costa Rica, la
acción eclesial surge de un profundo deseo de experimentar a Dios[4] desde el
necesario silencio teórico y el imprescindible desarme operativo. Esto abre
camino a nuevos descubrimientos y emprendimientos, tanto para la iglesia como,
en especial, para sus líderes.
Experimentar a Dios sería, entonces, el
objetivo constituyente de esta pastoral: un acto que libera de sobrepesos
doctrinales, impedimentos denominacionales, restricciones rituales, velos y más
velos ante una realidad que urge ser vivida sin restricciones. Una realidad en
la que pueda descubrirse la voz del Dios vivo y actuante, tantas veces distinta
a lo consabido y trillado; lo consabido y trillado que, en más de una ocasión,
ha puesto el dedo en la llaga, pero no para sanar, sino para incrementar el dolor
y la vergüenza, como reconocieron los obispos de Suecia al abordar el tema del
VIH:
Una parte del problema ha sido y es la
incapacidad de la Iglesia a la hora de gestionar cuestiones relacionadas con la
ética sexual. El silencio o las recomendaciones inoportunas de la Iglesia han
contribuido a la continuada propagación de la epidemia […] La parte de la
Iglesia que cuenta con recursos a su disposición tiene la responsabilidad
manifiesta de escuchar a los que sufren y dar voz a los que han sido
silenciados.[5]
De cara a una ineludible renovación de la
iglesia, cabe preguntarse: ¿de qué vale lo inalienable? ¿De qué sirve lo claro
cuando hemos de ser iluminados por lo insospechado-redentor?
Embelesados ante el verde, tintura de la
esperanza, a veces olvidamos cuánto tiene de azul y cuánto de amarillo, al
punto de vetarlos en la ardua e insistente marcha por alcanzar nuestros sueños.
Sin embargo, sin azules y amarillos jamás tendríamos verdes, no avanzaríamos en
el develamiento del arcoíris que Dios promete como símbolo de redención para
todos sus hijos e hijas. En el desarrollo de la pastoral, cada color cuenta,
incluso aquellos desconocidos e inesperados. Pienso ahora en un lienzo
maravilloso que engalanaba el salón de actos del Instituto Bíblico Pastoral de
la Universidad Bíblica Latinoamericana: manos que tejen, con cintas
multicolores, la riqueza de Dios en nuestros rostros.[6]
Como dijimos al construir una de las
políticas más significativas de la Iglesia Luterana Costarricense:
No resulta fácil superar siglos de opresión,
represión y exclusión por razón de género y diversidad sexual, mucho menos al
interior de las instituciones religiosas. Sin embargo, en la actualidad este
desafío resulta apremiante, especialmente desde el estudio de la Biblia y el
quehacer teológico pastoral.[7]
Conocí a Magnus y Katarina
a comienzos de 2009, mientras exploraba el reto de vivir en un nuevo país y en
una nueva iglesia.[8]
Nunca habría sospechado que enfrentaría desafíos aún mayores. Sin embargo, ese
año se me fue develando, de la mano de aquellos escandinavos arriesgados, una
nueva manera de ser iglesia: otra forma de comprender las Escrituras y de
anunciar el Evangelio, un modo novedoso y audaz de acompañar, de experimentar
pastoralmente.
Por entonces, ninguna otra comunidad de
fe en Costa Rica abría sus puertas a las diversidades sexuales.[9] Ninguna se
atrevía aún a redescubrir la Biblia leyendo los pasajes sagrados con lentes
desprejuiciados en torno a lo afectivo y lo sexual. Nunca antes se había
incluido de manera participativa a grupos de gays,
lesbianas y personas transgénero en el gobierno eclesiástico, en sus
discusiones teológicas o en su quehacer diacónico y
litúrgico.
Por primera vez, se valoraba la
posibilidad de apoyar a líderes de estos grupos para que cursaran estudios
formales en Biblia y Teología y, posteriormente, accedieran a la ordenación
sacerdotal. Todo parecía tan utópico y desestructurante
que ponía los pelos de punta, y todo esto comenzó a cambiar mi cotidianidad, mi
manera de entender y vivir la fe, y la forma en que desarrollaba mi propia
vocación ministerial.
La comunidad luterana de la diversidad en
Costa Rica —la comunidad de aquellos suecos precursores, nuestra iglesia—
comenzó en 2005, tras su arribo misionero a la Iglesia Luterana Costarricense
desde la Iglesia Sueca, una institución con 5 siglos de historia, pero con
muchos deseos de experimentar nuevos desafíos. Aunque provenían de un contexto
socioeconómico y cultural en extremo divergente, tenían un intenso deseo de
aprender de una joven colectividad luterana al otro lado del Atlántico, que aún
no alcanzaba sus 20 años de vida y contaba con un número de fieles
particularmente reducido en un país oficialmente católico romano.[10]
Entre los luteranos costarricenses, el
intercambio de experiencias pastorales en torno a colectivos sexualmente
diversos ya era familiar desde que, años antes, iniciaron un programa diacónico enfocado en VIH/sida. El desafío ahora consistía
en abrir los espacios litúrgicos, fomentar la lectura sistemática de la Biblia
y replantear la manera de entender, vivir y comunicar la pastoral, la tradición
y la doctrina, sin que ello significara un caos ni provocara separaciones
dolorosas e insalvables. Para este colectivo, acostumbrado a trabajar con
diversos grupos vulnerabilizados, el reto no fue
especialmente complejo.
No obstante, se produjeron ciertos
malestares internos que obligaron a profundizar los esfuerzos de
sensibilización, especialmente entre líderes de sectores más golpeados por la
exclusión, como indígenas y migrantes. Paradójicamente, quienes habían experimentado
el dolor de la marginación y el amordazamiento por su origen étnico o
nacionalidad, no siempre se mostraron cercanos a la diversidad sexual.
Siglos de machismo, homofobia, lesbofobia
y transfobia aprendida —también presentes entre los excluidos— no se superan
con facilidad. Como bien señala Paulo Freire:
Casi siempre, en un primer momento de este
descubrimiento, los oprimidos, en vez de buscar la liberación en la lucha y a
través de ella, tienden a ser opresores también o subopresores.
La estructura de su pensamiento se encuentra condicionada por la contradicción
vivida en la situación concreta, existencial en que se forman. Su ideal es,
realmente, ser hombres, pero para ellos, ser hombres, en la contradicción en
que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara, equivale a ser
opresores.[11]
O lo que es lo mismo: las primeras
palabras y acciones de los oprimidos en proceso de liberarse de la opresión
tienden a ser opresoras, y de ello las comunidades LGBT+ son testigos en todos
los sentidos posibles.
De pastorales sanadoras y transformadoras
—en cierto modo herederas de las mismas fórmulas desarrolladas por Rainer,
Geiger y Schipani, con todo y sus diferencias—, los
luteranos costarricenses se abocaron a construir una pastoral experimentadora,
cuyas peculiaridades abordaremos a continuación.
Desde ya, es necesario destacar que
hablamos de pastoral experimentadora y no experimental. Esta distinción
semántica nos parece fundamental.
Entendemos por pastoral experimental
aquella acción eclesial con enfoque innovador, que se adapta a las necesidades
concretas de poblaciones específicas para desarrollar su programa evangelizador
y de promoción de la fe. En resumen, se trata de una práctica orientada a
transformar y/o sanar, en palabras de Rainer, por parte de una iglesia dedicada
“...a lo más significativo: llevar el evangelio a los residentes de la
comunidad”[12],
con, según Schipani, “...la vocación de ser la
ecología de cuidado, salud y plenitud humana por excelencia, en la medida en
que esté finalmente orientada según la ética y la política de Dios”.[13]
Por su parte, una pastoral
experimentadora ofrece otra perspectiva. No busca evangelizar ni promover la fe
sin antes descubrir quiénes son aquellas personas con las que se encuentra en
el camino; sin reconocer qué formas de presencia despliega Dios entre ellas, en
tanto camina junto a ellas y dice y hace cosas nuevas. No comunica su estilo de
cuidado ni impone sus nociones sobre salud o plenitud humanas —con frecuencia
construidas en procesos hegemónicos y excluyentes— sin antes replantearse qué
significa cuidar, sanar y participar, en el aquí y el ahora de su accionar, en
diálogo con expresiones de esperanza más amplias y desafiantes.
Si se comprende el sentido y la intención
de esta acción pastoral experimentadora frente a las formas tradicionales
experimentales, se hará evidente todo lo que tiene de novedoso, provocador,
renovador y fructífero, especialmente para la iglesia.
En 2005, los pastores Magnus y Katarina Hedqvist propusieron a
los luteranos costarricenses salir en busca del Dios inclusivo entre la
población sexualmente diversa del país, superando los márgenes de la pastoral
del VIH/sida, cuyo enfoque estaba demasiado centrado en lo
terapéutico-asistencial.[14]
Esta propuesta abrió un emocionante proceso de aprendizaje a todos los niveles.
De cierta manera, desde esta pastoral
experimental, se asumía la homosexualidad como una condición estrechamente
relacionada con la pandemia del VIH/sida, lo que podía dar a entender que, para
la iglesia, la orientación sexual homosexual conducía inevitablemente a la
propagación del virus, precisamente aquello que se pretendía evitar,
contrarrestar y prevenir.
Lo primero que la pastoral luterana
experimentadora de la diversidad quería dejar claro era que las personas gays, lesbianas y transgénero no son “enfermas”, al
igual que las personas seropositivas. Ni su orientación sexual ni su identidad
de género implican anomalía o perversión alguna. No son culpables de nada ni
deben corregir nada, y estaban invitadas a participar plenamente en la vida de
la iglesia, libres de estigma y discriminación. Entendíamos y compartíamos que:
El camino teórico, técnico y científico que
nos ha llevado a comprender la homosexualidad como un modo de organización de
la sexualidad e independiente de la salud, no mayoritario, pero no peor o
incompleto o inmaduro, ha sido también un camino de redescubrimiento de la
sexualidad humana, homo y heterosexual. Por un lado, el descubrimiento de una
sexualidad que va más allá del mecanicismo biologicista de la reproducción
[...] Por otro lado, el descubrimiento de una sexualidad enormemente diversa,
que se resiste a ser clasificada porque está construida sobre la biografía
personal e irrepetible de cada individuo.[15]
En 2010, la responsabilidad pastoral de
la comunidad luterana de la diversidad y la coordinación de la pastoral pasó a
manos de la pastora holandesa-estadounidense Ana Langerak,
misionera de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Hasta 2012, redobló los
esfuerzos por ampliar la apertura y la escucha sobre la diversidad sexual, en
vínculo con instituciones de educación teológica, organizaciones sociales y
activistas de la sociedad civil.
Desde finales de 2012 hasta 2019,
correspondió a mi persona asumir la coordinación de la comunidad y de la
pastoral luterana de la diversidad en Costa Rica, así como el desafío de
ensanchar los horizontes frente a nuevos retos, tanto en lo eclesial como en lo
social. Esto ocurrió en medio de un creciente interés externo hacia esa manera
novedosa de entender, proclamar y celebrar el seguimiento de Jesús con los
colectivos LGBT+, y de una búsqueda interna por hacer más visible dicho
testimonio.
Las diferentes etapas en el camino de
búsqueda del Dios inclusivo entre y con la población sexualmente diversa
revelan valiosas pautas metodológicas en las que es imprescindible profundizar:
en primer lugar, el silencio teórico[16];
en segundo lugar, el desarme operativo, ambos mencionados anteriormente.
El silencio teórico se refiere a la
necesaria pausa teológica al momento de abrir las puertas y salir al encuentro
de las personas y colectivos LGBT+. Hasta ese momento, la teología oficial de
la iglesia no había hecho más que reforzar los cerrojos y ampliar la distancia
frente a la diversidad sexual.
Las consideraciones sobre el género, los
roles y relaciones de género, la identidad y la orientación sexual, así como
los fines de la propia sexualidad, desde la interpretación bíblica y el
pensamiento teológico tradicional, en nada favorecían el acercamiento, mucho
menos el compromiso reivindicativo. Siglos de tinta teológica impregnados de
una perspectiva profundamente moralizante, colonialista, androcéntrica,
academicista, fundamentalista, sexista y homófoba no ofrecían apoyo alguno para
la necesaria ruptura con un pasado segregador ni para la urgente acogida de un
futuro incluyente.
Desde luego, era necesario reflexionar,
repensar, reconstruir, desechar, ensayar, replantearlo todo. Pero, antes que
nada, había que escuchar, un acto especialmente complejo dentro del modelo
clásico de ser iglesia, incluso dentro de una colectividad heredera de la
Reforma, es decir, semper reformanda.
¿Y cómo escuchar sin hacer silencio?
¿Cómo oír las voces de los apartados y de Dios entre y con los apartados sin
detener el parloteo de nuestros decires sobre ese Dios en la historia?
El desarme operativo se refiere a la
imprescindible detención y desarticulación de todos los procederes
estigmatizantes, discriminatorios, vulnerabilizantes,
opresivos y condenatorios —en hechos y en discursos— impulsados precisamente
por el parloteo bíblico-teológico tradicional. Dicho desarme debía constituir
una condición sine qua non para el acercamiento, la construcción de
vínculos sólidos y el trabajo conjunto.
¿Cómo demostrar que se busca y promueve
la inclusión sin desmantelar las prácticas excluyentes, los discursos
restrictivos y etiquetantes, los liderazgos
manipuladores, los prejuicios convertidos en murallas ante el otro, contra su
identidad, su aportación y su orientación?
Estas pautas metodológicas definieron la
pastoral e impulsaron la comunidad, propiciando un estilo único y una
proyección excepcional dentro del contexto religioso costarricense.
Experimentar a Dios supuso rehacernos
como colectividad de fe, como comunidad inserta en una determinada tradición
denominacional, intérpretes inclusivos de la Escritura, opuestos a las
sentencias marginalizantes, testigos de otra forma de
creer, asumir, proclamar y celebrar la fe.
Sin silencio teórico y sin un desarme
operativo previo, jamás hubiéramos podido atender y entender el clamor de los
colectivos tradicionalmente rechazados por su identidad de género y orientación
sexual en las iglesias y en la sociedad; apartados de los círculos religiosos,
políticos y mediáticos con poder, condenados a la periferia y enmudecidos a la
fuerza. Solo así logramos organizar espacios conjuntos de celebración,
formación y reivindicación. Solo así conseguimos comprender la perspectiva de
derechos humanos como enfoque transversal de nuestra lectura bíblica, como
óptica de sentido y significado del quehacer teológico, y como instrumento para
delinear el seguimiento de Jesús en la hora presente.
Encontramos apoyo en otros movimientos y
líderes latinoamericanos. Vale destacar el acompañamiento que, desde fuera y
desde lejos, recibimos del pastor luterano argentino Lisandro Orlov, fundador y líder de la pastoral luterana del VIH en
el sur del continente, quien constituyó una fuerza espiritual y dialéctica
enorme. Del mismo modo, Andre Musskopf,
teólogo formado en la tradición luterana brasileña, víctima de la exclusión
institucional respecto del acceso al sacerdocio,[17]
pero enérgico en la labor teológica y educativa, nos dedicó apreciables horas
de formación y asesoría. De ellos y de otros recibimos siempre el mismo
mensaje: escuchar es la clave, escuchar para encontrar al Dios de los excluidos
en medio y con los excluidos, que habla con una voz inconfundible no bien
hacemos silencio. Escuchar para detener el fruto de la verborrea teológica
acelerada, que solo ha causado un torrente interminable de angustias, espanto y
resentimientos. Como ya indicaba el padre Benjamín Forcano
a comienzos de los años 80:
Por falta de una actitud serena, profundamente
humana, no hemos sido capaces de acercarnos al mundo del homosexual auténtico,
lo hemos condenado o evitado como un leproso y lo hemos obligado a vivir en la
clandestinidad, organizándose muchas veces en un submundo abyecto. Y, a la hora
de juzgarlos, lo hemos hecho solo por esas acciones antisociales o infamantes
que de vez en cuando trascendían a la prensa.[18]
Escuchándolos, y tratando de oír al Dios
entre los marginados en el complejo y singular contexto político, cultural y
religioso costarricense, desde su fundación, la comunidad y la pastoral
luterana de la diversidad participaron en la organización y desarrollo de las
diversas marchas de la diversidad, iniciadas en 2008 y celebradas anualmente.
Estuvimos presentes en mesas de diálogo legislativo con movimientos sociales y
diputados abiertos al debate, con el fin de promover políticas públicas
enfocadas en derechos humanos sexuales y reproductivos.
Asimismo, formamos parte de múltiples
grupos de trabajo con el Ministerio de Educación Pública, el Ministerio de
Salud, la Defensoría de los Habitantes, el Ministerio de Justicia y Paz, el
Ministerio de Cultura y Juventud, centros educativos, municipalidades, colegios
profesionales y universidades públicas y privadas[19],
colaborando en la concepción e implementación de programas educativos
inclusivos.
Además, participamos en jornadas de visibilización y sensibilización con organizaciones y
actores sociales de relevancia, destacando la lucha contra el llamado
referéndum del odio en 2010. Dicho referéndum, apoyado por la Iglesia Católica
y la Alianza Evangélica, y desestimado por la Sala Constitucional, buscaba el
rechazo mayoritario de la sociedad a una propuesta legal que promoviera la
igualdad de derechos en materia de matrimonio civil.
Dos años más tarde, participamos
activamente en el histórico Movimiento Invisibles, que surgió en Costa Rica
como respuesta a las declaraciones del diputado evangélico Justo Orozco
Álvarez, quien, Biblia en mano, minimizaba desde la Asamblea Legislativa la
existencia y el impacto de la comunidad sexualmente diversa. En 2012, este
movimiento convocó una multitudinaria marcha bajo el lema “Por una Costa Rica
en igualdad y libertad”, unificando a organizaciones y a la sociedad en general
en torno a la reivindicación de los derechos de la comunidad LGBT+.
También integramos la lucha por el
matrimonio igualitario o entre personas del mismo sexo, que se logró con éxito
tras un fallo de la Sala Constitucional en 2018 y se implementó a partir de
2020.
Ciertamente, llegó el momento de hablar,
de interpretar las Escrituras y hacer teología, públicamente, desde la
experimentación desplegada más allá de las paredes de la comunidad de fe. En
2013 escribí:
La utilización de la Biblia como documento de
autoridad espiritual para oponerse al tema de la legalización de uniones entre
personas del mismo sexo no corresponde con un consenso intereclesial
a nivel mundial sobre lo que la Sagrada Escritura dice acerca de la
homosexualidad, el matrimonio y otros asuntos relacionados. De hecho, muchas
iglesias protestantes históricas, algunas de ellas de carácter nacional y con
una tradición cercana a los 500 años de antigüedad, leen la Biblia de manera
inclusiva, es decir, proponiendo una interpretación no condenatoria de la
homosexualidad que da paso a bendiciones de parejas LGBT+.
[…]
La interpretación conservadora y
fundamentalista de la Biblia no corresponde al criterio de todas las iglesias
en el mundo, por lo que resulta un error afirmar que el cristianismo condena la
homosexualidad y desaprueba el matrimonio igualitario. El cristianismo es tan
diverso hoy como en sus orígenes. Ni todos los cristianos concuerdan en un
mismo discernimiento sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, ni todas
las iglesias coinciden en un mismo juicio sobre estos temas.
La utilización de la Biblia por parte de las
iglesias conservadoras responde a estrategias de estas instituciones en
relación con el objetivo de salvaguardar la autoridad y el control social, así
como los dividendos políticos, económicos y espirituales que esto representa en
sociedades conservadoras.[20]
Un año después, argumenté en una revista
de la Universidad Estatal a Distancia:
La teología cambia, evoluciona, pero el cambio
no sucede de manera pacífica ni tampoco de manera rápida. Los sectores
conservadores, dependiendo de sus intereses, arremeten contra los nuevos
postulados teológicos y las nuevas posiciones eclesiales. Es enorme la lista de
silenciados/as y excomulgados/as por desafiar a la teología oficial con
planteamientos teológicos contestatarios.
[…]
La teología se construye a la luz de la Biblia
y ahí tenemos el primer problema. La Biblia es un conjunto de textos muy
antiguos, elaborados en sociedades patriarcales, machistas, misóginas,
androcéntricas y sexistas. Entonces, para poder hacer teología, debemos
interpretar la Biblia.
Ha sido la interpretación crítica de la Biblia
—histórica, contextual y ayudada por diversas disciplinas de las ciencias
sociales— la que ha colaborado a desentramar los textos bíblicos y nos ha
permitido construir una interpretación bíblica no condenatoria sobre la
homosexualidad.
Para la Biblia, leída con ojo crítico, con
sentido de justicia que emerge de la misericordia de Dios, que no hace acepción
de personas, los fundamentos de una relación sentimental y sexual entre seres
humanos no surgen de la observancia estricta de normas rígidas, sino del amor,
del deseo libre y sincero de amar y ser amado, fundado en el respeto a la
dignidad e integridad del otro o la otra y de uno o una misma. Lo contrario
sería esclavitud, nada más alejado del concepto bíblico de la libertad y la gracia.
Si bien es evidente el sentido patriarcal,
androcéntrico y machista de muchos textos bíblicos que responden a las
ideologías opresoras de los sectores que los produjeron, también es posible
percibir sentido disidente y liberador en textos contestatarios, fruto de
sectores opuestos a las manipulaciones de reyes, sacerdotes y jueces en épocas
bíblicas que, como las iglesias conservadoras de la actualidad, pretendieron
mantener el statu quo.[21]
Experimentar a Dios junto a los
estigmatizados y rechazados por su identidad de género y orientación sexual,
haciendo uso de los aportes de la hermenéutica histórico-crítica de la
Escritura, nos permitió construir un conocimiento bíblico aterrizado, mucho más
inteligible, al margen de toda la carga represiva y condenatoria sobre la
sexualidad, el cuerpo, el género, el derecho al placer y la concreción de una
familia. En tal sentido, constatamos en comunidad lo reconocido por la
Federación Luterana Mundial:
Mientras que la investigación
histórico-crítica acentuó la distancia histórica entre el texto bíblico y sus
intérpretes. También profundizó la percepción de la Palabra de Dios como una
fuerza dinámica que le habla a cada nueva generación en términos que dicha
generación pueda entender [...] debemos celebrar que podamos escuchar la voz de
Dios a través de nuestras diversas experiencias y maneras de entender el mundo
y de entendernos mutuamente.[22]
Atrevernos a experimentar a Dios no solo
nos hizo partícipes de grandes hitos en el escenario nacional, sino que también
propició vivencias y reflexiones excepcionales en el ámbito personal y
comunitario, en la arena de lo social, dentro de la comunidad creyente y a lo
interno de la persona de fe.
Hasta 2019, incontables personas de
diferentes orígenes, condiciones y orientaciones visitaron y formaron parte de
la comunidad luterana de la diversidad, algunas de ellas convirtiéndose en
referentes notables de los colectivos LGBT+ en el país y la región. Entre
ellas, destaca Natasha Jiménez Mata, activista trans e intersex,
coordinadora general del Espacio Latinoamericano de Sexualidades y Derechos
(MULABI), con una participación activa como consultora en la Organización de
Estados Americanos (OEA). También se encuentra Paulina Torres Mora, docente de
la Universidad Nacional (UNA), reconocida activista por los derechos lésbicos,
mariscal de la Marcha de la Diversidad 2015 y fundadora del Movimiento Beso
Diverso, una de las organizaciones más influyentes de la diversidad en Costa
Rica. Asimismo, Jota Vargas Alvarado ha sido una líder notable del movimiento
trans en el país; abogada, notaria y excomisionada
presidencial LGBT+, ha trabajado intensamente por la visibilización
y defensa de los derechos de esta población.
Desde el inicio, la riqueza de la
pluralidad en la composición fue un distintivo elocuente. En mi memoria habitan
múltiples anécdotas conmovedoras, rostros y voces entrañables. A continuación,
comparto tres ejemplos de los más significativos, con nombres modificados y
ciertos aspectos matizados para preservar el anonimato y el derecho a la
privacidad de los protagonistas.
La técnica de reproducción asistida
conocida como fecundación in vitro (FIV), legalizada en Costa Rica en 1995, fue
prohibida en el país en el 2000, debido a preocupaciones éticas sobre el manejo
de embriones. De esta manera, una nación reconocida internacionalmente por su
defensa de los derechos humanos se convirtió en la primera de Latinoamérica en
vetar dicha práctica.
En la desafortunada decisión de la Sala
Constitucional influyó profundamente el criterio de la Iglesia Católica y de
iglesias evangélicas conservadoras. También fue determinante en la resistencia
a acatar la condena impuesta por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en
2012, que ordenó restablecer la FIV como parte de los derechos reproductivos.
Esta situación impactó a la opinión pública, como lo reflejó la cadena de
noticias británica BBC:
…la Iglesia Católica y los grupos
conservadores están presionando para que no se apruebe y las discusiones están
generando un ardiente debate sobre los derechos humanos, la concepción de la
vida humana y el concepto de familia [...] El obispo José Francisco Ulloa
recientemente calificó a estas iniciativas de ‘horrores’ y ‘nefastas’ y pidió a
los católicos oponerse a ellas, ya que, según dijo, de lo contrario, estarían
traicionando sus valores.[23]
En ese contexto, un grupo de mujeres
luteranas alzó la voz a favor del levantamiento del veto a la FIV, que afectaba
también a parejas del mismo sexo. La comunidad y la pastoral luterana de la
diversidad brindaron su apoyo sin demora. Así lo manifesté en una entrevista
con Voces Nuestras, Centro de Comunicación Educativo:
...¿cómo vamos a acompañar esto? ¿De una manera represiva o de una
manera más acogedora, más solidaria? Con estos conceptos que han sido bien
desarrollados en el cristianismo oficial, en ese cristianismo conservador, con
estos hay que romper [...] Sabemos que es difícil para las iglesias, porque
todo el andamiaje teológico conservador continúa moviendo la mayoría de
iglesias en este país y una buena parte de las iglesias en el mundo.[24]
Fue durante la Pascua de 2016 que
llegaron a nuestra comunidad Javier, Miguel y la pequeña Sofía. El amor los
había unido y los llevó a considerar formar una familia. Decidieron someterse
al procedimiento de FIV fuera de Costa Rica. Aunque no fue hasta marzo de 2017
que nació en el país la primera bebé producto de esta técnica en un centro
privado[25], ellos no
esperaron esa posibilidad incierta. Anticiparon el nacimiento de su hija, quien
alegró nuestras celebraciones de la Semana Mayor.
Javier había sido un líder carismático en
una iglesia evangélica de San José, con habilidades catequéticas notables y
talento como director de coro. Para él y Miguel, era doloroso no contar con una
comunidad de fe en la que se les acogiera y apoyara como padres, donde se
bendijera el fruto de su amor. La censura los llevó a abandonar su iglesia de
origen, dejándolos con una sensación de pérdida crucial: la vida comunitaria.
Querían seguir celebrando su fe y
agradecer a Dios por el milagro de la vida, por Sofía y por la posibilidad de
comulgar nuevamente con la frente en alto. En una predicación de aquella Pascua
memorable, fue un gozo escuchar a Javier testimoniar con base en el himno al
amor divino: “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién nos
separará del amor de Cristo?” (Ro 8, 31-39)[26]
Hoy me sigo preguntando: ¿Qué valores
defendía el obispo Ulloa al justificar la prohibición de la FIV? ¿Puede haber
verdadero valor en negarle a dos cristianos que se aman la posibilidad de
formar una familia? ¿Cómo condenar la existencia de una familia como la de
Javier, Miguel y Sofía? ¿Cómo justificar dicha condena en el mensaje amoroso y
misericordioso de Jesús, con el que estamos comprometidos? ¿En qué beneficia
tal exclusión a la comunidad de creyentes? ¿Acaso no hay lugar para ellos entre
los hijos e hijas de Dios, en la fiesta eucarística y en su bendición?
No fue sino hasta abril de 2020 que nació
la primera bebé mediante FIV en un hospital público costarricense, como reseñó
el Semanario Universidad un año después.[27]
Ya no sería una posibilidad reservada solo a quienes pueden costear el
procedimiento en el exterior o en clínicas privadas del país. Sin duda, nadie
prevalece en nuestra contra si Dios está a nuestro favor.
Si bien la Organización Mundial de la
Salud (OMS) despatologizó la homosexualidad en 1990[28],
no fue hasta 2018 que eliminó la transexualidad de su manual de enfermedades.[29] Aunque esta
condición continuó clasificada bajo un nuevo epígrafe titulado “condiciones
relativas a la salud sexual”, y el cambio no entró en vigor oficialmente hasta
2022, la modificación representó un avance sustancial en la lucha por el
reconocimiento y la dignidad de las personas trans.
En Costa Rica, como en la mayoría de los
países de Latinoamérica, persiste la idea errónea de que las personas
transexuales son hombres homosexuales que se visten de mujer para ejercer el
trabajo sexual. La población en general desconoce las diferencias entre
transexualidad masculina y femenina y su nexo con la orientación sexual, las
cuales no están necesariamente relacionadas con el trabajo sexual. En el ámbito
religioso, la percepción sobre la transexualidad es aún más rudimentaria,
peyorativa y reprobatoria.
Luz llegó a la comunidad de fe con otro
nombre. No el real, pues ese se lo eligió ella misma tiempo después. El nombre
que le impusieron sus padres —que consideraba ficticio hasta su transformación—
era Juan Carlos. Así la conocimos, una tarde lluviosa del “invierno”
costarricense.
Al principio asistía a las celebraciones
con una caja de zapatos en la mano. Pero no era cualquier caja, ni cualquier
par de zapatos. Se dirigía al baño minutos antes de que iniciara nuestra misa
inclusiva, donde ocurría una especie de transfiguración muy particular.
Juan Carlos irrumpía en la celebración
comunitaria calzando unos tacones más altos de lo que podía manejar, con una
expresión de satisfacción indescriptible. Aquellas breves horas entre nosotros
eran el único momento de la semana en que lograba sentirse completamente a
gusto, asumiendo públicamente su identidad transgénero. El resto del tiempo
continuaba siendo él: un chico tímido e incómodo, atrapado en un cuerpo que no
le permitía expresarse con plenitud.
Fuera de la misa inclusiva, algo no
andaba bien. Allí, en el interior de la comunidad, Juan Carlos desaparecía y
emergía Luz, la mujer que latía bajo su piel desde que tenía memoria, y que
había reprimido a regañadientes. Sin embargo, algo seguía generándole una
dolorosa insatisfacción, porque:
Las personas se sienten bien cuando están en
armonía consigo mismas y con su medio ambiente, cuando tienen alguna cosa en
común con otras y algunas otras cosas solo con las personas de su confianza. Y
cuando poseen algunas características propias que las destacan como
personalidades inconfundibles.[30]
Juan Carlos decidió que nada frenaría su
realización. Abandonó la caja de zapatos cuando por fin se atrevió a ser Luz.
Sin embargo, es difícil olvidar aquella especie de pequeño baúl donde embutía a
la mujer que le impedían sacar a plena claridad, al aire libre, donde cada
quien debe ser como siente que vive mejor. En la comunidad fuimos su espacio de
armonía. Allí nació Luz, tacones puestos, y salió al mundo sin renunciar a la
fe que le daba sentido de vida. Allí descubrió muchos otros dones, Biblia abierta
y palabra al vuelo, libre y dispuesta a liberar a otras como ella.
Luz nunca ocultó lo difícil que le
resultaba explicar a sus nuevas amistades del mundo trans su creencia en Dios,
su fe en Jesús y su compromiso con la comunidad. A veces, repetía en su estilo
histriónico: —¿Cuándo pararé de sufrir?—. Antes,
penaba por continuar en el papel de Juan Carlos, llena de ansiedad y temor;
ahora, penaba por ser Luz y seguir incomprendida por la mayoría respecto a su
práctica religiosa. —Y es que ser trans y ser devota no es algo de todos los
días —decía con convicción—. Son las pruebas del Señor entre quienes cantan “un
cántico nuevo”—. Luego, citaba con solemnidad: —“Los que siguen al Cordero a
dondequiera que vaya, y han sido rescatados de entre los hombres como primicias
para Dios…”— (Ap 14,4-5).
Las palabras de Apocalipsis no fueron
simple implante en la boca de Luz sino la revelación de un compromiso
misionero. Entre las suyas le decían “la pastora” porque nunca pudo
desentenderse del llamado de Jesús. A algo similar convocaría el pastor Lisandro
Orlov:
Vivamos según el Evangelio, alegres, sin
miedos, libres para anunciar la buena nueva y denunciar con valor la exclusión,
la discriminación, la condena moralista a pobres, a trabajadoras sociales, a
homosexuales y transexuales [...] Mientras los de afuera no nos reconozcamos y
compartamos nuestras experiencias, el poder seguirá privándonos del Acceso
Universal y de Nuestros Derechos.[31]
Para los sectores conservadores, la
reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos es un asunto exclusivo
de gays, lesbianas y personas trans. En esta
línea de pensamiento, consideran que, o no hay que prestarles demasiada
atención para evitar que se perciban como relevantes, o deben ser combatidos
enérgicamente para que no “contaminen” al resto de la sociedad, supuestamente
segura de sus valores, como afirmó el obispo Ulloa, lo que comentamos antes.
Sin embargo, algo ocurrió el 16 de junio de 2012 en respuesta a la convocatoria
del Movimiento Invisibles a favor de los derechos LGBT+.[32]
O la “contaminación” alcanzaba proporciones desmesuradas, o el “asunto” nunca
había sido privativo de los colectivos sexualmente diversos.
Si bien es cierto que, en el pasado, los
colectivos de la diversidad sexual habían luchado en solitario por los derechos
sexuales y reproductivos, acompañados en ocasiones por agrupaciones feministas,
que encabezaban históricamente esta batalla, la gran marcha de Invisibles marcó
un cambio radical en el panorama.
El profundo cansancio de múltiples
sectores progresistas y buena parte de la ciudadanía se hizo patente en un país
tradicionalmente ecuánime y cauteloso al momento de tomar las calles. Un
hartazgo acumulado estalló no solo contra los grupos religiosos fundamentalistas,
cuyos líderes tenían presencia en la Asamblea Legislativa, sino también contra
los partidos tradicionales y las personalidades públicas, que observaban de
brazos cruzados y en silencio el ninguneo de décadas hacia las personas
sexualmente diversas.
Hasta ese momento, los centros más importantes de toma de decisiones,
construcción de conocimiento, información y formación de la opinión pública,
concepción y aplicación de la justicia, fomento de la cultura y desarrollo de
la espiritualidad, permanecían en silencio ante un trato que no solo era
vergonzoso, sino también opresivo e intransigente contra las personas LGBT+.
Así lo reseñaba CRhoy, uno de los primeros medios
digitales de Costa Rica:
En la manifestación de los Invisibles de este
sábado 16 de junio, no solo la comunidad homosexual se hizo presente; padres
con hijos, parejas con bebés, payasos invisibilizados, mujeres y hombres en
favor de la Fertilización In Vitro, del Estado Laico y los Derechos Humanos
vinieron a hacerse visibles y a dar la cara por los derechos de todas las
personas.[33]
No fuimos los únicos religiosos presentes
en apoyo al llamado de la diversidad, pero sí la única comunidad de fe, dentro
del amplio espectro de instituciones religiosas costarricenses, que estuvo
oficialmente representada. En una entrevista con CRHoy,
expresé:
La Iglesia Luterana desde hace 25 años
acompañamos a los sectores vulnerabilizados en sus
luchas por la justicia, tenemos una comunidad de hermanos y hermanas LGBT+ y
creemos que es un deber de la iglesia siguiendo a Jesús que estuvo junto a los
discriminados, inclusive él lo fue también, es un deber de la Iglesia Luterana
estar con todo aquel que es rechazado y excluido.[34]
Esta visibilidad de nuestro esfuerzo
contra cualquier tipo de discriminación hizo que muchas personas heterosexuales
con igual sentir se acercaran a la iglesia, especialmente a la comunidad de la
diversidad, que pastoreábamos. Entre ese creciente flujo de personas solidarias
con los sectores LGBT+ discriminados se encontraban Elisa, David y su hija
Tania.
La aportación de esta joven pareja
heterosexual en la comunidad fue notable. Como docente en enseñanza media,
Elisa colaboró en la sistematización de las reflexiones y en la conducción de
los debates comunitarios sobre el acompañamiento que debíamos brindar a los más
jóvenes, entendiendo que sobre ellos recaía un mayor riesgo y vulnerabilidad.
En tanto, David contribuyó a la ampliación y profundización de nuestro mensaje
teológico, desde su experticia en filosofía y pensamiento cristiano. Ambos
habían nacido y se habían criado en familias de tradición cristiana, pero desde
hacía tiempo rehuían participar en iglesias que según ellos habían perdido el
rumbo cada vez más apartadas de las personas de a pie, sus realidades y
necesidades.
“Ustedes son mis amigos” —recordaban que
había dicho Jesús— “...si hacen lo que yo les mando. Este es el mandamiento
mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado [...] No los llamo
ya siervos [...] a ustedes los he llamado amigos...” (Jn
15,12-15). Pero, cuán difícil era sentirse amigo de quienes no hacían más que
arremeter contra la diversidad sexual mientras callaban frente a la violencia
contra las mujeres, la discriminación contra los migrantes, la corrupción
galopante, el abuso infantil y un largo listado de dramas sociales, económicos
y políticos. Cuán complejo sentir empatía con iglesias que solo hablaban del
“pecado” del amor homosexual olvidando que “Los seres humanos pecamos en el
reino terrenal cuando destruimos las condiciones que sustentan la buena vida
del prójimo o de nosotros mismos.”[35],
siendo, las diversas expresiones de la sexualidad humana, parte indisoluble de
esas vitales condiciones.
Elisa y David solicitaron formalmente a
la comunidad el bautizo de Tania. Por primera y única vez, nuestro peculiar
colectivo de fe se vio envuelto en una celebración semejante. Este
acontecimiento fue recibido por los hermanos y hermanas como una confirmación
de parte de Dios de que la comunidad era bendecida, apoyada e impulsada desde
lo alto para emprender nuevas y grandes obras.
La alegría y la convicción de estar entre
amigos fue enorme. También nos llevó a reflexionar sobre la necesidad de abrir
aún más la comunidad a cualquier persona, independientemente de su orientación
sexual e identidad de género, pues la diversidad involucra a todos: es una
invitación a crecer juntos y, bajo ninguna circunstancia, debe ser una
agrupación cerrada o excluyente.
Con el bautizo de Tania llegó una
interrogante retadora: ¿Cómo ser atractivos y cómo generar pertenencia más allá
de los intereses del colectivo LGBT+? ¿Qué significa, en verdad, ser inclusivos
y cómo asumir sus desafíos?
Silencio teórico y desarme operativo para
renovar la iglesia, esa es la ruta. En el pasado, cuando leíamos al padre Forcano, vibrábamos al son de sus letras:
La discriminación cruel contra los
homosexuales no tiene fundamento alguno ni en la razón ni en el Evangelio. Si
el Evangelio nos propone crear unas nuevas relaciones humanas, basadas en la
justicia y fraternidad, si en la comunidad cristiana alienta un nuevo espíritu
que elimina todas las relaciones de explotación y dominio, hay que estudiar la
manera de que esto se haga realidad también en el mundo de los homosexuales.[36]
El problema surge cuando reconocemos que,
a pesar de la propuesta del Evangelio, las iglesias han logrado sofocar el
nuevo espíritu que erradicaría las vejaciones y subyugaciones, especialmente en
materia de género y sexualidad. En muchos casos, incluso sin plena conciencia
de ello, han excluido a quienes representan una amenaza para ciertas
estructuras establecidas. Cuando todo está prefijado, cada idea acomodada, los
supuestos rígidamente delineados y las soluciones previamente orientadas, las
mismas vejaciones y subyugaciones tienden a persistir. Esto ocurre porque no se
ha considerado el ideario del otro, sus urgencias, criterios, realidades y
propuestas. Desconocemos el impacto que tendrá en los demás la ejecución de
nuestros propósitos y si los impulsará hacia el bienestar y la realización
plena, o, por el contrario, los hará retroceder. En definitiva, se trata de una
exclusión originada en el desconocimiento de aquellos a quienes afirmamos
querer promover.
Cuando no hemos salido al encuentro del
otro, en este caso del gay, la lesbiana, la trans, el intersex,
el bisexual, cuando nos mantenemos aún en el clóset de nuestros saberes y
nuestro mundo de significado, y damos los primeros pasos muy seguros de
nosotros mismos, con las armaduras de nuestros sabios y las lanzas de nuestros
santos, nada acontecerá a favor de la promoción y el cambio. Hay que ir en silencio
a aprender, incluso sabiendo que, posiblemente, aquellos a quienes encontremos
tengan mucho que reprocharnos por siglos y siglos de arrinconamientos, condenas
y castigos de parte nuestra.
Afuera tampoco nos vamos a encontrar
inmaculados, nada será color de rosa. Hallaremos azules, amarillos, verdes
radiantes, pero también escarlatas, marrones, grises y sombras tan oscuras que
resulta imposible calificarlas. Es más, no habrá que andar demasiado; incluso
dentro de nuestras paredes nos toparemos con protagonistas de todos los colores
e intensidades, claridades y oscuridades, con quienes será necesario
recomenzar. Porque nadie es bueno ni malo por ser homosexual o heterosexual, sino, en gran medida, por cómo ha sido tratado en el camino
y por las cargas que ha debido arrastrar en su contra. Pero, pese a todo ello,
hay que salir, salir para encontrar lo nuevo que Dios tiene para decirnos, que
irá en el sentido de transformarlo todo: al otro y a nosotros.
Hoy nos quejamos del mundo y decimos que
es un hervidero de vaivenes, pero las iglesias no son espacios distintos ni
mucho menos ajenos a esos mismos vientos. Por mencionar solo el caso de la
Iglesia Católica, recordamos las diversas y sostenidas condenas del papa
Benedicto XVI hacia las personas LGBT+. Una de las últimas y más sonadas, aun
siendo pontífice ex cathedra, la incluyó en su discurso de Navidad de
2012 a la Curia Vaticana, donde fue enfático al afirmar: “Hombre y mujer como
realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen.
El hombre niega su propia naturaleza.”[37]
Se refería al influjo de los estudios de género y LGBT+ con sus nuevas
categorías de análisis. Por su parte, el papa Francisco, no más renunció su
antecesor, en una conversación con periodistas durante su viaje de regreso de
Brasil a Roma, dijo que él no era quién para juzgar a los homosexuales.[38]
Todo parecía evolucionar hasta que, 12
años después, cuando en 38 países del mundo, incluidos algunos de los más
influyentes de Occidente, el matrimonio entre personas del mismo sexo o alguna
forma de unión civil con derechos similares es una realidad —un avance en la
lucha por la igualdad de oportunidades— el nuevo papa León XIV exclama sin
titubeos: “Es tarea de quien tiene responsabilidad de gobierno aplicarse para
construir sociedades civiles armónicas y pacíficas [...] sobre todo invirtiendo
en la familia, fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer...”[39], separándose
dramáticamente de la línea del papa argentino a solo 20 días de su sepelio.
Si no guardamos silencio teórico ni
acometemos un desarme operativo previo en el afán por renovar la iglesia en el
encuentro con los excluidos, sobre todo los excluidos cada vez más organizados
y empoderados, podemos quedar a merced del ridículo, especialmente ante el Dios
vivo entre y con ellos, difícil de reconocer y del cual nos iremos apartando.
También frente al resto de los seres humanos, con quienes el encuentro se
volverá más complicado. Nos convertiremos, poco a poco, en una minoría cada vez
más intrascendente, hasta terminar hablando solos de suposiciones imposibles y
proyectos irrealizables.
En ningún momento se trata de renunciar a
nuestras raíces, desconocer nuestro legado, hacer concesiones indiscriminadas o
adoptar el último discurso de moda. Como hemos señalado, nada es bueno, óptimo,
justo, sano o digno únicamente por provenir de un determinado colectivo. Se
trata de escuchar para reflexionar, ver para descubrir, juzgar para rectificar
y actuar para avanzar verdaderamente, con honestidad, humildad, osadía y
esperanza, bajo una perspectiva de derechos humanos, cuyos fundamentos tiene profundas
raíces cristianas. Como indica la Federación Luterana Mundial:
Los principios relacionados con los derechos
humanos son la expresión legal de la dignidad que Dios concede a todo ser
humano, dignidad que la iglesia está llamada a proteger y promover. En la
medida en que los derechos humanos representan las condiciones mínimas de
bienestar al que todas las personas tienen derecho, un ministerio de los
derechos humanos también refleja la compasión de Cristo por una humanidad que
sufre.[40]
En este proceso, uno de los
descubrimientos más significativos es el de que todos estamos en camino,
comenzando por nosotros mismos, las personas de fe, para quienes Dios tiene
cosas nuevas y extraordinarias, ciertamente inéditas y sorprendentes.
Quiero ser definitivamente claro en lo
que respecta a marchar en silencio teórico y en un desarme operativo previo
tras el Dios inclusivo. Para ello, me sirven las palabras del padre José
Antonio Fortea, teólogo y exorcista católico, en uno de sus textos sobre la
homosexualidad, con el deseo de dejar nítida su posición teológica,
especialmente para aquellos lectores católicos tan homófobos que los denomina
“puros”:
Y así manifiesto que creo con todo mi corazón
en Jesucristo, el Hijo de Dios. Creer en Jesús supone creer en el Evangelio.
Creer en el Evangelio supone creer en la Iglesia. Creer en la Santa Iglesia
supone creer en su Magisterio. Creer en el Magisterio supone creer que hay una
serie de cosas prohibidas en materia sexual.[41]
La secuencia es un evidente itinerario de
aquel que va al encuentro del otro, incluso con las mejores intenciones, pero
enarbolando de antemano todo lo que le apartará de él, armado hasta los dientes
con cuanto puede esgrimir para acentuar el abismo.
-
“Creo en Jesucristo.” ¡Bien!
-
“Hijo de Dios.” ¡Bravo!
-
“Que es creer en el Evangelio.” ¿Cuál? ¿El de la
letra que mata o el del espíritu que vivifica? Porque también los inquisidores,
creyendo en el Evangelio, prendieron las piras para acabar con textos, personas
y culturas enteras.
-
“Que es creer en la Iglesia.” ¿La de Jesús en
los evangelios, a rebosar de intocables o la excluyente del papa Benedicto XVI?
-
“Que es creer en su Magisterio.” ¿El mismo que
vocifera contra el matrimonio igualitario y enmudece frente a la pederastia
perpetrada por miembros del clero?
-
“Prohibitivo en materia sexual.” ¿De todo
aquello que no tenga como fin la procreación?
-
¿En serio?
Guardar silencio previo es un ejercicio
fundamental para iniciar el proceso con la actitud adecuada, permitiendo una
disposición reflexiva, consciente y abierta. Como se suele decir, es empezar la
caminata con el pie derecho, facilitando un vínculo más profundo con la
experiencia que está por desarrollarse y eliminando cualquier propensión a la
traba y el desencuentro.
Por otro lado, cuando descubrimos que
todos estamos en camino, también comprendemos que, en la iglesia que busca
transformarse, debemos transitar una misma ruta de experimentación y
aprendizaje. Esto no implica imponer uniformidad en el pensamiento ni en la
acción, sino asegurar que cada persona participe activamente en el proceso,
evitando que algún sector se distancie demasiado y genere brechas difíciles —o
incluso imposibles— de superar. A lo largo de nuestra experiencia, en varias
ocasiones creímos representar a la inmensa mayoría de los miembros de la
iglesia a la que pertenecíamos, cuando en realidad no compartían nuestro
conocimiento ni nuestra perspectiva. Por ello, el diálogo, la formación y el
fortalecimiento educativo son fundamentales en cada una de las temáticas
abordadas, pues cualquier incomprensión puede volverse en contra del proceso o
impedir el cambio genuino que se espera.
La inclusión no puede imponerse. La
diversidad es un hecho, pero la inclusión, especialmente en las iglesias, sigue
siendo un objetivo a alcanzar, un proceso en constante evolución que exige
mejoras, deconstrucciones y reconstrucciones. Los seres humanos, y aún más los
creyentes, solemos permanecer “en guardia” frente al otro, siempre a la
defensiva, temerosos de nuevas amenazas de extraños, de ideas y costumbres
ajenas, de revelaciones que desafían certezas, de intercambios que transforman,
de encuentros y desencuentros que exigen adaptación. Habitamos una tensión
constante entre lo conocido y seguro, y lo desconocido e incierto. En tal
sentido, la inclusión siempre será un reto.
Las propias organizaciones LGBT+ no
siempre reflejan el nivel de inclusión que podría suponerse desde una
perspectiva externa. Los colectivos organizados de hombres gays
no necesariamente establecen un diálogo fluido con sus contrapartes lesbianas,
y en más de una ocasión se generan tensiones entre lesbianas y personas trans.
Estas dinámicas expresan los efectos acumulativos de la opresión, dominación e
incomprensión dentro del sistema excluyente predominante, de lo que habló
Freire y a lo cual nos referimos en las primeras páginas de este artículo.
En una ocasión, dialogando con una líder
lesbiana feminista, fue enfática en manifestar su desacuerdo con la imagen que
solían proyectar una buena parte de las mujeres trans. Para ella constituían
una estampa de aquello que las feministas habían denunciado como fruto de una
construcción patriarcal, machista y misógina. El estereotipo de mujer hipersexuada, entaconada, descotada, maquillada en exceso,
más cercana a las faenas tradicionalmente impuestas a lo femenino y al margen
de las responsabilidades vinculadas con lo masculino, proveídas, exhibidas,
atadas al espejo, a los cosméticos, la lencería, la lentejuela y cuanto le ha
diseñado el hombre, en nada contribuían a la liberación femenina, sin entrar en
la discusión sobre la dicotomía “lo biológico vs. lo social”, que radicaliza aun más las posiciones. Lo verdaderamente llamativo es las
escasas posibilidades para el debate sosegado y constructivo sobre estos temas
y el grado de reacciones adversas que provoca justo entre quienes deberían
apoyarse frente al poder opresor.
En otro orden, nos parece fundamental
evitar estimular y o reproducir ciertas reservas y formas de rechazo, a veces
sutiles, propio de algunos sectores dentro de los colectivos sexualmente
diversos, donde puede prevalecer un sentimiento de ghetto
que refuerza las distancias. Por ejemplo, la existencia de reticencias hacia
personas heterosexuales, hacia quienes no han visibilizado su orientación o no
participan en determinadas iniciativas reivindicadoras, lo que refleja una
barrera que contradice el principio de inclusión y dificulta la construcción de
espacios verdaderamente integradores. En muchas ocasiones en el seno de la
comunidad de fe, debimos oponernos con firmeza a comentarios y actitudes del
modo “...es que es buga...”[42]
o “...es colega...”[43],
en el contexto de otorgar reconocimientos, asignar tareas, o simplemente
encomendar representaciones.
La inclusión, por definición, supone la
posibilidad de que todas las personas, sin importar su orientación sexual o
identidad de género, participen en igualdad de condiciones. Quien tenga la
voluntad y capacidad de contribuir debe encontrar un espacio legítimo donde su
aporte sea valorado, así como, en principio, su capacidad para desempeñar
cualquier función.
En este sentido, las nuevas iglesias,
abiertas, acogedoras y en transformación ininterrumpida, tienen ante sí un
amplio campo de trabajo, pues en el pasado han enfrentado serias dificultades
de comunicación y conflictos internos entre sus homólogos cristianos de
distintas denominaciones. Católicos, protestantes, evangélicos y ortodoxos han
sostenido disputas históricas prolongadas por espacios y oportunidades, lo que
ha llevado a un largo y complejo proceso de reconciliación. La experiencia
adquirida en el diálogo entre iguales representa un valor estratégico, capaz de
contribuir significativamente a la construcción de una sociedad inclusiva,
promoviendo el reconocimiento y la integración genuina de la diversidad sexual,
y quizás sea ese uno de los aportes más significativos del cristianismo en la
hora actual.
La pastoral no es, ni puede ser, solo la
acción organizada de la iglesia para llevar a cabo su misión sanadora,
evangelizadora y transformadora en el mundo. Es, y debe ser, sobre todas las
cosas, un proceso de experimentación del Dios en y con el mundo, que transforme
de continuo a la iglesia para que pueda, renovada, colaborar en la mejora de
cuanto existe. Esto es lo que hemos querido evidenciar al comparar la visión de
Rainer, Geiger y Schipani con la de la comunidad y la
pastoral luterana de la diversidad en Costa Rica, en la cual ya no nos
encontramos hoy, pero que asumimos por casi 10 años.
La propuesta de esta experiencia pastoral
introduce el “experimentar a Dios” como eje central, lo cual implica liberarse
de sobrepesos doctrinales, impedimentos denominacionales, restricciones
rituales y velos que impiden un encuentro genuino con la divinidad entre los
excluidos. Este enfoque metodológico resalta dos estrategias fundamentales: el
silencio teórico, que exige pausar la teología excluyente para escuchar las
voces de aquellos históricamente marginados, y el desarme operativo, que
consiste en desmontar activamente los discursos y prácticas discriminatorias
que han perdurado en las distintas tradiciones eclesiales.
Los aprendizajes que se extraen de esta
experiencia han sido múltiples y reveladores, e invitan a replantear de manera
radical el rol de la iglesia en el cumplimiento de su misión; es decir, a
entenderla como un espacio de experimentación, de aprendizaje constante y de
reconstrucción ética, en el cual el encuentro con la diversidad y la escucha
atenta se convierten en ingredientes esenciales para la necesaria renovación
tanto interna como social.
Lo aprendido en el trabajo conjunto con
organizaciones LGBT+, indica que la ansiada transformación va más allá de la
mera aplicación de una noción de evangelización, sanación o cambio. Se trata de
un proceso de reconfiguración en el que se integran las voces de quienes han
sido históricamente marginados y las de quienes están dentro de la institución,
y en el que se confrontan los prejuicios históricos y se reafirman los valores
fundamentales de justicia, equidad y respeto a la dignidad humana.
La iglesia, a través de la pastoral
experimentadora, puede y debe reinventarse en diálogo con los desafíos del
presente, superando la rigidez de contextos antiguos y abriendo sus fronteras a
nuevas formas de comprensión de los textos sagrados y de la experiencia divina.
En este proceso de aprendizaje, reconocer que la diversidad es un hecho
ineludible y que la inclusión es un objetivo vital, se convierte en la clave
para que la iglesia pueda responder de manera ética y eficaz a las demandas
contemporáneas, sin quedar obsoleta ni relegada.
Como hemos insistido, la diversidad es
una realidad innegable, mientras que la inclusión sigue siendo un horizonte al
que debemos aspirar. En el camino, descubriremos lo mejor de nuestra esencia,
que no reside en la fortaleza doctrinal, la complejidad ritual o la profundidad
de la fe, sino en el deseo de experimentar a aquel que lo ha creado todo y nos
renueva constantemente.
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Rainer, Thom S., y Eric Geiger. Iglesia
Simple: Como volver al proceso Divino de hacer discípulos. Nashville, Tenn.: B&H Publishing
Group, 2007.
Román-López
Dollinger, Angel Eduardo, ed. Teología Práctica
Latinoamericana y Caribeña. Fundamentos teóricos. San
José, Costa Rica: SEBILA, 2022.
https://www.ubl.ac.cr/libreria-producto/teologia-practica-latinoamericana-y-caribena-fundamentos-teoricos
Schipani, Daniel S. Camino de sabiduría: Consejería, cuidado
psico-espiritual. Matanzas, Cuba: Seminario Evangélico de Teología, SET,
2018.
———. Manual de Psicología Pastoral:
Fundamentos y Principios de Acompañamiento. Matanzas, Cuba: Seminario
Evangélico de TeologíaSET, 2016.
Solórzano, José Steven. “Iglesia Luterana
Costarricense apoya a la población LGBTI”. Centro de Comunicación Educativo. Voces
Nuestras (blog), el 4 de agosto de 2016.
https://vocesnuestras.org/iglesia-luterana-costarricense-apoya-a-la-poblacion-lgbti.
Sobre el autor
Teólogo y pastor cubano radicado en Costa Rica. Graduado en 2004 del Instituto Superior de Estudios Bíblicos y Teológicos de Cuba. Ordenado presbítero en 2007 en la Iglesia Presbiteriana cubana. Ha trabajado en formación teológica en espacios protestantes, católicos y ecuménicos. Pastor luterano hasta 2019. Se especializa en formación para la gestión de proyectos con enfoque en derechos humanos.
Correo del autor: abel506@gmail.com
Artículo aprobado el 28 de mayo de 2025
Artículo recibido el 15 de mayo de 2025
[1] Iglesia Simple: Como
volver al proceso Divino de hacer discípulos (Nashville, Tenn.: B&H Publishing Group,
2007), 81.
[2] Manual de Psicología
Pastoral: Fundamentos y Principios de Acompañamiento (Matanzas, Cuba:
Seminario Evangélico de TeologíaSET, 2016), 4.
[3] Desde el punto de vista teológico, existen
notables diferencias entre Schipani, teólogo y pastor
menonita; Rainer, directivo de la empresa bautista LifeWay Christian Resources; y Geiger, pastor de la megaiglesia no confesional Mariners Church.
Esta disparidad doctrinal sirve a nuestro propósito: mostrar que corrientes tan
opuestas pueden partir de preconceptos similares, como desarrollamos en esta
primera sección del artículo.
[4] Podría entenderse como un acto puramente
contemplativo, semejante al de los célebres místicos cristianos. Sin embargo,
en nuestro caso, desborda lo meramente meditativo y contemplativo para lograr
involucramientos y transformaciones concretas en los ámbitos comunitario,
social, religioso, político y cultural.
[5] La Iglesia Sueca, Carta
de los obispos de Suecia sobre el VIH en una perspectiva global
(Uppsala, Suecia: Consejo Episcopal, 2007), 21 y 23.
[6] Puede verse una imagen de esta obra
pictórica en la portada de un libro publicado por la Universidad Bíblica
Latinoamericana: Angel Eduardo Román-López Dollinger, ed., Teología Práctica Latinoamericana y Caribeña. Fundamentos
teóricos (San José, Costa Rica: SEBILA, 2022).
[7] Marianela Ledezma y Abel Moya, Política de géneros y diversidad sexual (San José, Costa
Rica: Iglesia Luterana Costarricense, 2016), 7.
[8] Un año antes, llegaba a Costa Rica desde
Cuba, mi país de origen, y desde la Iglesia Presbiteriana en la que fui
ordenado como presbítero.
[9] Aunque para esa fecha se estaban
desarrollando algunos acercamientos y ciertas acciones de apertura en iglesias
protestantes históricas, como la Iglesia Episcopal de Costa Rica, no tenían la
envergadura de lo que ocurría entre los luteranos costarricenses.
[10] El artículo 75 de la Constitución Política de
Costa Rica establece que la religión católica es la del Estado, lo que
significa que este contribuye a su mantenimiento. Así, el Estado costarricense
es actualmente el único confesional de Latinoamérica.
[11] Paulo Freire, Pedagogía
del oprimido, 2a ed. (México: Siglo XXI, 2005), 43.
[12] La iglesia poscuarentena: Seis desafíos urgentes y oportunidades que
determinarán el futuro de tu congregación (Miami, USA: Editorial Patmos,
2020), 46.
[13] Camino de sabiduría:
Consejería, cuidado psico-espiritual (Matanzas, Cuba: Seminario
Evangélico de Teología, SET, 2018), 29.
[14] A diferencia de otras pastorales de VIH/sida
en países de nuestro continente, la de la Iglesia Luterana Costarricense, en
sus inicios, operó más como un programa de diaconía. De hecho, su nombre sigue
siendo Programa de VIH/sida, como parte del Área de Diaconía de esta institución. En consecuencia,
sus actividades se centran principalmente en el aprendizaje del autocuidado, la
prevención, la detección, el tratamiento y el apoyo psicológico.
[15] Ana Berástegui
Pedro-Viejo, “La homosexualidad: De la patología a la diversidad sexual”, en Homosexualidades y cristianismo en el S. XXI, ed. Javier
De la Torre (Madrid: Editorial Dykinson, S.L., 2020), 272–73.
[16] En ningún caso se debe comprender como un
tipo de negación, indiferencia o complicidad frente a las circunstancias y sus
demandas, sino como el acto que beneficia un abordaje sin sesgos.
[17] Veinte años después de que la Iglesia
Evangélica de Confesión Luterana en Brasil le negara la ordenación, Musskopf logró acceder al sacerdocio en la Iglesia Bautista
de Nazaret, en Salvador de Bahía.
[18] Nueva ética sexual
(Madrid: Ediciones Paulinas, 1981), 368.
[19] Entre las universidades públicas con las que
colaboramos se encuentran la Universidad de Costa Rica (UCR), la Universidad
Nacional (UNA) y la Universidad Estatal a Distancia (UNED). Entre las privadas,
destacan la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología (ULACIT) y la
Universidad Bíblica Latinoamericana (UBL).
[20] Fe inclusiva y
matrimonio igualitario: Consideraciones sobre el matrimonio igualitario y otras
formas de legalización de uniones entre personas del mismo sexo (San
José, Costa Rica: Iglesia Luterana Costarricense, 2013), 14s.
[21] “Homosexualidad y fe cristiana: Acercamiento
desde una teología inclusiva”, Rupturas 4, núm. 2
(2014): 153s.
[22] Federación Luterana Mundial, La Biblia en la vida de la Comunión Luterana: Un documento de
estudio sobre hermenéutica luterana (Ginebra, Suiza: Federación Luterana
Mundial, 2016), 21.
[23] Néfer Muñoz, “Costa
Rica: el país que niega la fertilización in vitro”, BBC
News Mundo, el 12 de agosto de 2013, sec. Centroamérica cuenta.
[24] José Steven Solórzano, “Iglesia Luterana
Costarricense apoya a la población LGBTI”, Centro de Comunicación Educativo, Voces Nuestras (blog), el 4 de agosto de 2016.
[25] Cf. Ángela Ávalos Rodríguez, “Nació primera
bebé fecundada ‘in vitro’ en Costa Rica después de fallo de Corte
Interamericana”, La Nación, el 9 de marzo de 2017,
Digital edición, sec. El País.
[26] En este artículo, usamos la versión Biblia de Jerusalén Latinoamericana (Bilbao, España:
Desclée De Brouwer, 2018).
[27] Cf. Monserrat Cordero Parra, “Hospitales de
la Caja dieron lugar a 33 nacimientos por FIV durante la pandemia”, Semanario Universidad, el 21 de abril de 2021, Digital
edición, sec. País.
[28] 17 años antes la American
Psychiatric Association
(APA) despatologizó la homosexualidad en histórica votación. Véase una reseña
sobre el psiquiatra John Fryer, uno de los
protagonistas de este acontecimiento en: Ellen Barry, “¿Quién fue el psiquiatra
enmascarado que impulsó una revolución y luego ‘desapareció’?”, The New
York Times, el 5 de mayo de 2022, Digital edición, sec. versión en
español.
[29] Cf. Marta Borraz, “La OMS deja de considerar
la transexualidad un trastorno mental”, ElDiario.es,
el 18 de junio de 2018, Digital edición, sec. Sociedad.
[30] BZgA, ed., Acéptenme como soy. Nuestra hija, nuestro hijo, se apartan de la
norma. Guía para padres de hijos homosexuales, trad. PFALyG
(Buenos Aires, Argentina: Epifanía, 2001), 8s.
[31] Acceso universal y
derechos humanos: Mensaje de la Pastoral Ecuménica VIH y sida para el Día
Mundial del Sida 2009 (Buenos Aires, Argentina: Epifanía, 2010), 23.
[32] Cf. Jose Daniel
Clarke, “La marcha LGBTIQ+ más grande en Costa Rica (hasta 2012)”, YouTube, el
28 de junio de 2022.
[33] Daniela Araya, “El día en que los invisibles
se hicieron”, CRHoy.com, el 16 de junio de 2012,
Digital edición, sec. Nacionales.
[34] Araya.
[35] Federación Luterana Mundial, Matrimonio, familia y sexualidad humana. Directrices y procesos
propuestos para el diálogo respetuoso (Buenos Aires: Epifanía, 2007),
13.
[36] Nueva ética sexual,
382.
[37] “Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la
Curia Romana con motivo de las felicitaciones de navidad” (Documentos del
Vaticano, el 21 de diciembre de 2012).
[38] BBC News Mundo, “Papa Francisco: ‘Si una
persona es gay, ¿quién soy yo para juzgarlo?’”, BBC News
Mundo, el 29 de julio de 2013, Noticiero.
[39] “Discurso del Santo Padre León XIV. Audiencia
al cuerpo diplomático acreditado ante La Santa Sede” (Documentos del Vaticano,
el 16 de mayo de 2025).
[40] Federación Luterana Mundial, Principios básicos para el desarrollo sostenible
(Ginebra, Suiza: Federación Luterana Mundial, 2002), 28.
[41] Manzanas de Gomorra:
Reflexiones teológicas acerca de la homosexualidad y el cristianismo
(Benasque, España: Editorial Dos Latidos, 2015), 4.
[42] Es una expresión utilizada por personas LGBT+
para referirse a personas heterosexuales. Aunque no posee una connotación
peyorativa, sí marca una distinción entre identidades sexuales y, en ciertos
contextos, puede reforzar una percepción de separación o diferenciación entre
grupos.
[43] Término utilizado dentro de la comunidad
LGBT+ para referirse a una persona que comparte la misma orientación sexual o
identidad de género, es decir, alguien considerado “uno de los nuestros”. A
diferencia de expresiones que marcan una separación entre grupos, como “buga”,
el uso de “colega” enfatiza identidad compartida, cercanía y pertenencia dentro
del colectivo.