Abel Moya Gómez

Experimentar a Dios para renovar la iglesia

Memoria y perspectiva en torno a una pastoral inclusiva

Resumen

En este artículo, examinamos la tensión entre las pastorales tradicionales, centradas en la sanación y transformación espiritual desde la misión convencional, y la propuesta de la pastoral luterana inclusiva en Costa Rica, entre 2005 y 2019. Esta última busca no solo la transformación social, sino también la renovación eclesial, priorizando la experiencia de Dios desde la comunidad y promoviendo la integración de sectores históricamente excluidos. Distinguimos entre la pastoral experimental, orientada a evangelizar poblaciones específicas, y la pastoral experimentadora, que, antes de transmitir un mensaje de fe, busca comprender las realidades de los marginados, desafiando las nociones hegemónicas de cuidado y salud. La comunidad luterana inclusiva se posicionó como pionera en la apertura a personas LGBT+ y en la promoción de una lectura bíblica desprejuiciada. Sus principios metodológicos clave son el silencio teórico (suspender la teología excluyente para escuchar las voces marginadas y a Dios) y el desarme operativo (eliminar discursos y acciones discriminatorias). La necesaria renovación eclesial exige hoy este proceso de experimentación y aprendizaje, reconociendo que la diversidad es un hecho y la inclusión un objetivo.

Palabras clave: comunidad inclusiva, pastoral experimentadora, lectura bíblica desprejuiciada, silencio teórico, desarme operativo.

Abel Moya Gómez

Experiencing God to renew the church

Memory and Perspective on an Inclusive Pastoral Ministry

Summary

In this article, we examine the tension between traditional pastoral ministries, focused on healing and spiritual transformation based on conventional mission, and the proposal of inclusive Lutheran pastoral care, developed between 2005 and 2019. The latter seeks not only social transformation but also ecclesial renewal, prioritizing the experience of God from within the community and promoting the integration of historically excluded sectors. A distinction is made between experimental pastoral ministry, aimed at evangelizing specific populations, and experiential pastoral ministry, which first seeks to understand the realities of marginalized individuals before conveying a message of faith, challenging hegemonic notions of care and health. The inclusive Lutheran community positioned itself as a pioneer in opening its doors to LGBT+ individuals and promoting an unbiased interpretation of the Bible. Its key methodological principles are theoretical silence (suspending exclusionary theology to listen to marginalized voices and God) and operational disarmament (eliminating discriminatory actions and discourses). The necessary ecclesial renewal today demands this process of experimentation and learning, recognizing that diversity is a reality and inclusion an objective.

Keywords: inclusive community, experimental pastoral care, unbiased biblical reading, theoretical silence, operational disarmament.

Abel Moya Gómez

Experimentar a Dios para renovar la iglesia

Memoria y perspectiva en torno a una pastoral inclusiva

Mientras que Thom S. Rainer y Eric Geiger consideran la pastoral de la iglesia como una fuerza transformadora del espíritu humano, diseñada “...en torno a un proceso sencillo y estratégico que conduce a las personas a través de las etapas de crecimiento espiritual”[1], Daniel S. Schipani la concibe desde una perspectiva terapéutica, señalando que “...como comunidad intermedia clave, está llamada a ser la comunidad sanadora por excelencia”.[2] En ambas concepciones, la pastoral parece emerger de consideraciones inalienables sobre aquello que debe ser sanado y transformado, así como de una visión clara sobre los resultados esperados en su desarrollo.[3]

Sin embargo, la historia de la pastoral no ha sido precisamente un conjunto de episodios participativos, incluyentes e integradores, mucho menos en esta parte del mundo. Incluso aquellas pastorales más preocupadas por el sujeto beneficiario no han logrado deshacerse de sus prejuicios para comprender mejor su realidad, dignidad, autonomía y verdad. Por lo general, los conceptos sobre la pastoral de la iglesia parten de premisas similares a las mencionadas antes, definitivas y radiantes. No obstante, para Magnus y Katarina Hedqvist, pastores fundadores de la pastoral luterana de la diversidad en Costa Rica, la acción eclesial surge de un profundo deseo de experimentar a Dios[4] desde el necesario silencio teórico y el imprescindible desarme operativo. Esto abre camino a nuevos descubrimientos y emprendimientos, tanto para la iglesia como, en especial, para sus líderes.

Experimentar a Dios sería, entonces, el objetivo constituyente de esta pastoral: un acto que libera de sobrepesos doctrinales, impedimentos denominacionales, restricciones rituales, velos y más velos ante una realidad que urge ser vivida sin restricciones. Una realidad en la que pueda descubrirse la voz del Dios vivo y actuante, tantas veces distinta a lo consabido y trillado; lo consabido y trillado que, en más de una ocasión, ha puesto el dedo en la llaga, pero no para sanar, sino para incrementar el dolor y la vergüenza, como reconocieron los obispos de Suecia al abordar el tema del VIH:

Una parte del problema ha sido y es la incapacidad de la Iglesia a la hora de gestionar cuestiones relacionadas con la ética sexual. El silencio o las recomendaciones inoportunas de la Iglesia han contribuido a la continuada propagación de la epidemia […] La parte de la Iglesia que cuenta con recursos a su disposición tiene la responsabilidad manifiesta de escuchar a los que sufren y dar voz a los que han sido silenciados.[5]

De cara a una ineludible renovación de la iglesia, cabe preguntarse: ¿de qué vale lo inalienable? ¿De qué sirve lo claro cuando hemos de ser iluminados por lo insospechado-redentor?

Embelesados ante el verde, tintura de la esperanza, a veces olvidamos cuánto tiene de azul y cuánto de amarillo, al punto de vetarlos en la ardua e insistente marcha por alcanzar nuestros sueños. Sin embargo, sin azules y amarillos jamás tendríamos verdes, no avanzaríamos en el develamiento del arcoíris que Dios promete como símbolo de redención para todos sus hijos e hijas. En el desarrollo de la pastoral, cada color cuenta, incluso aquellos desconocidos e inesperados. Pienso ahora en un lienzo maravilloso que engalanaba el salón de actos del Instituto Bíblico Pastoral de la Universidad Bíblica Latinoamericana: manos que tejen, con cintas multicolores, la riqueza de Dios en nuestros rostros.[6]

Como dijimos al construir una de las políticas más significativas de la Iglesia Luterana Costarricense:

No resulta fácil superar siglos de opresión, represión y exclusión por razón de género y diversidad sexual, mucho menos al interior de las instituciones religiosas. Sin embargo, en la actualidad este desafío resulta apremiante, especialmente desde el estudio de la Biblia y el quehacer teológico pastoral.[7]

Conocí a Magnus y Katarina a comienzos de 2009, mientras exploraba el reto de vivir en un nuevo país y en una nueva iglesia.[8] Nunca habría sospechado que enfrentaría desafíos aún mayores. Sin embargo, ese año se me fue develando, de la mano de aquellos escandinavos arriesgados, una nueva manera de ser iglesia: otra forma de comprender las Escrituras y de anunciar el Evangelio, un modo novedoso y audaz de acompañar, de experimentar pastoralmente.

Por entonces, ninguna otra comunidad de fe en Costa Rica abría sus puertas a las diversidades sexuales.[9] Ninguna se atrevía aún a redescubrir la Biblia leyendo los pasajes sagrados con lentes desprejuiciados en torno a lo afectivo y lo sexual. Nunca antes se había incluido de manera participativa a grupos de gays, lesbianas y personas transgénero en el gobierno eclesiástico, en sus discusiones teológicas o en su quehacer diacónico y litúrgico.

Por primera vez, se valoraba la posibilidad de apoyar a líderes de estos grupos para que cursaran estudios formales en Biblia y Teología y, posteriormente, accedieran a la ordenación sacerdotal. Todo parecía tan utópico y desestructurante que ponía los pelos de punta, y todo esto comenzó a cambiar mi cotidianidad, mi manera de entender y vivir la fe, y la forma en que desarrollaba mi propia vocación ministerial.

La comunidad luterana de la diversidad en Costa Rica —la comunidad de aquellos suecos precursores, nuestra iglesia— comenzó en 2005, tras su arribo misionero a la Iglesia Luterana Costarricense desde la Iglesia Sueca, una institución con 5 siglos de historia, pero con muchos deseos de experimentar nuevos desafíos. Aunque provenían de un contexto socioeconómico y cultural en extremo divergente, tenían un intenso deseo de aprender de una joven colectividad luterana al otro lado del Atlántico, que aún no alcanzaba sus 20 años de vida y contaba con un número de fieles particularmente reducido en un país oficialmente católico romano.[10]

Entre los luteranos costarricenses, el intercambio de experiencias pastorales en torno a colectivos sexualmente diversos ya era familiar desde que, años antes, iniciaron un programa diacónico enfocado en VIH/sida. El desafío ahora consistía en abrir los espacios litúrgicos, fomentar la lectura sistemática de la Biblia y replantear la manera de entender, vivir y comunicar la pastoral, la tradición y la doctrina, sin que ello significara un caos ni provocara separaciones dolorosas e insalvables. Para este colectivo, acostumbrado a trabajar con diversos grupos vulnerabilizados, el reto no fue especialmente complejo.

No obstante, se produjeron ciertos malestares internos que obligaron a profundizar los esfuerzos de sensibilización, especialmente entre líderes de sectores más golpeados por la exclusión, como indígenas y migrantes. Paradójicamente, quienes habían experimentado el dolor de la marginación y el amordazamiento por su origen étnico o nacionalidad, no siempre se mostraron cercanos a la diversidad sexual.

Siglos de machismo, homofobia, lesbofobia y transfobia aprendida —también presentes entre los excluidos— no se superan con facilidad. Como bien señala Paulo Freire:

Casi siempre, en un primer momento de este descubrimiento, los oprimidos, en vez de buscar la liberación en la lucha y a través de ella, tienden a ser opresores también o subopresores. La estructura de su pensamiento se encuentra condicionada por la contradicción vivida en la situación concreta, existencial en que se forman. Su ideal es, realmente, ser hombres, pero para ellos, ser hombres, en la contradicción en que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara, equivale a ser opresores.[11]

O lo que es lo mismo: las primeras palabras y acciones de los oprimidos en proceso de liberarse de la opresión tienden a ser opresoras, y de ello las comunidades LGBT+ son testigos en todos los sentidos posibles.

De pastorales sanadoras y transformadoras —en cierto modo herederas de las mismas fórmulas desarrolladas por Rainer, Geiger y Schipani, con todo y sus diferencias—, los luteranos costarricenses se abocaron a construir una pastoral experimentadora, cuyas peculiaridades abordaremos a continuación.

Desde ya, es necesario destacar que hablamos de pastoral experimentadora y no experimental. Esta distinción semántica nos parece fundamental.

Entendemos por pastoral experimental aquella acción eclesial con enfoque innovador, que se adapta a las necesidades concretas de poblaciones específicas para desarrollar su programa evangelizador y de promoción de la fe. En resumen, se trata de una práctica orientada a transformar y/o sanar, en palabras de Rainer, por parte de una iglesia dedicada “...a lo más significativo: llevar el evangelio a los residentes de la comunidad”[12], con, según Schipani, “...la vocación de ser la ecología de cuidado, salud y plenitud humana por excelencia, en la medida en que esté finalmente orientada según la ética y la política de Dios”.[13]

Por su parte, una pastoral experimentadora ofrece otra perspectiva. No busca evangelizar ni promover la fe sin antes descubrir quiénes son aquellas personas con las que se encuentra en el camino; sin reconocer qué formas de presencia despliega Dios entre ellas, en tanto camina junto a ellas y dice y hace cosas nuevas. No comunica su estilo de cuidado ni impone sus nociones sobre salud o plenitud humanas —con frecuencia construidas en procesos hegemónicos y excluyentes— sin antes replantearse qué significa cuidar, sanar y participar, en el aquí y el ahora de su accionar, en diálogo con expresiones de esperanza más amplias y desafiantes.

Si se comprende el sentido y la intención de esta acción pastoral experimentadora frente a las formas tradicionales experimentales, se hará evidente todo lo que tiene de novedoso, provocador, renovador y fructífero, especialmente para la iglesia.

Experimentar a Dios

En 2005, los pastores Magnus y Katarina Hedqvist propusieron a los luteranos costarricenses salir en busca del Dios inclusivo entre la población sexualmente diversa del país, superando los márgenes de la pastoral del VIH/sida, cuyo enfoque estaba demasiado centrado en lo terapéutico-asistencial.[14] Esta propuesta abrió un emocionante proceso de aprendizaje a todos los niveles.

De cierta manera, desde esta pastoral experimental, se asumía la homosexualidad como una condición estrechamente relacionada con la pandemia del VIH/sida, lo que podía dar a entender que, para la iglesia, la orientación sexual homosexual conducía inevitablemente a la propagación del virus, precisamente aquello que se pretendía evitar, contrarrestar y prevenir.

Lo primero que la pastoral luterana experimentadora de la diversidad quería dejar claro era que las personas gays, lesbianas y transgénero no son “enfermas”, al igual que las personas seropositivas. Ni su orientación sexual ni su identidad de género implican anomalía o perversión alguna. No son culpables de nada ni deben corregir nada, y estaban invitadas a participar plenamente en la vida de la iglesia, libres de estigma y discriminación. Entendíamos y compartíamos que:

El camino teórico, técnico y científico que nos ha llevado a comprender la homosexualidad como un modo de organización de la sexualidad e independiente de la salud, no mayoritario, pero no peor o incompleto o inmaduro, ha sido también un camino de redescubrimiento de la sexualidad humana, homo y heterosexual. Por un lado, el descubrimiento de una sexualidad que va más allá del mecanicismo biologicista de la reproducción [...] Por otro lado, el descubrimiento de una sexualidad enormemente diversa, que se resiste a ser clasificada porque está construida sobre la biografía personal e irrepetible de cada individuo.[15]

En 2010, la responsabilidad pastoral de la comunidad luterana de la diversidad y la coordinación de la pastoral pasó a manos de la pastora holandesa-estadounidense Ana Langerak, misionera de la Iglesia Evangélica Luterana en América. Hasta 2012, redobló los esfuerzos por ampliar la apertura y la escucha sobre la diversidad sexual, en vínculo con instituciones de educación teológica, organizaciones sociales y activistas de la sociedad civil.

Desde finales de 2012 hasta 2019, correspondió a mi persona asumir la coordinación de la comunidad y de la pastoral luterana de la diversidad en Costa Rica, así como el desafío de ensanchar los horizontes frente a nuevos retos, tanto en lo eclesial como en lo social. Esto ocurrió en medio de un creciente interés externo hacia esa manera novedosa de entender, proclamar y celebrar el seguimiento de Jesús con los colectivos LGBT+, y de una búsqueda interna por hacer más visible dicho testimonio.

Las diferentes etapas en el camino de búsqueda del Dios inclusivo entre y con la población sexualmente diversa revelan valiosas pautas metodológicas en las que es imprescindible profundizar: en primer lugar, el silencio teórico[16]; en segundo lugar, el desarme operativo, ambos mencionados anteriormente.

El silencio teórico se refiere a la necesaria pausa teológica al momento de abrir las puertas y salir al encuentro de las personas y colectivos LGBT+. Hasta ese momento, la teología oficial de la iglesia no había hecho más que reforzar los cerrojos y ampliar la distancia frente a la diversidad sexual.

Las consideraciones sobre el género, los roles y relaciones de género, la identidad y la orientación sexual, así como los fines de la propia sexualidad, desde la interpretación bíblica y el pensamiento teológico tradicional, en nada favorecían el acercamiento, mucho menos el compromiso reivindicativo. Siglos de tinta teológica impregnados de una perspectiva profundamente moralizante, colonialista, androcéntrica, academicista, fundamentalista, sexista y homófoba no ofrecían apoyo alguno para la necesaria ruptura con un pasado segregador ni para la urgente acogida de un futuro incluyente.

Desde luego, era necesario reflexionar, repensar, reconstruir, desechar, ensayar, replantearlo todo. Pero, antes que nada, había que escuchar, un acto especialmente complejo dentro del modelo clásico de ser iglesia, incluso dentro de una colectividad heredera de la Reforma, es decir, semper reformanda.

¿Y cómo escuchar sin hacer silencio? ¿Cómo oír las voces de los apartados y de Dios entre y con los apartados sin detener el parloteo de nuestros decires sobre ese Dios en la historia?

El desarme operativo se refiere a la imprescindible detención y desarticulación de todos los procederes estigmatizantes, discriminatorios, vulnerabilizantes, opresivos y condenatorios —en hechos y en discursos— impulsados precisamente por el parloteo bíblico-teológico tradicional. Dicho desarme debía constituir una condición sine qua non para el acercamiento, la construcción de vínculos sólidos y el trabajo conjunto.

¿Cómo demostrar que se busca y promueve la inclusión sin desmantelar las prácticas excluyentes, los discursos restrictivos y etiquetantes, los liderazgos manipuladores, los prejuicios convertidos en murallas ante el otro, contra su identidad, su aportación y su orientación?

Estas pautas metodológicas definieron la pastoral e impulsaron la comunidad, propiciando un estilo único y una proyección excepcional dentro del contexto religioso costarricense.

Experimentar a Dios supuso rehacernos como colectividad de fe, como comunidad inserta en una determinada tradición denominacional, intérpretes inclusivos de la Escritura, opuestos a las sentencias marginalizantes, testigos de otra forma de creer, asumir, proclamar y celebrar la fe.

Sin silencio teórico y sin un desarme operativo previo, jamás hubiéramos podido atender y entender el clamor de los colectivos tradicionalmente rechazados por su identidad de género y orientación sexual en las iglesias y en la sociedad; apartados de los círculos religiosos, políticos y mediáticos con poder, condenados a la periferia y enmudecidos a la fuerza. Solo así logramos organizar espacios conjuntos de celebración, formación y reivindicación. Solo así conseguimos comprender la perspectiva de derechos humanos como enfoque transversal de nuestra lectura bíblica, como óptica de sentido y significado del quehacer teológico, y como instrumento para delinear el seguimiento de Jesús en la hora presente.

Encontramos apoyo en otros movimientos y líderes latinoamericanos. Vale destacar el acompañamiento que, desde fuera y desde lejos, recibimos del pastor luterano argentino Lisandro Orlov, fundador y líder de la pastoral luterana del VIH en el sur del continente, quien constituyó una fuerza espiritual y dialéctica enorme. Del mismo modo, Andre Musskopf, teólogo formado en la tradición luterana brasileña, víctima de la exclusión institucional respecto del acceso al sacerdocio,[17] pero enérgico en la labor teológica y educativa, nos dedicó apreciables horas de formación y asesoría. De ellos y de otros recibimos siempre el mismo mensaje: escuchar es la clave, escuchar para encontrar al Dios de los excluidos en medio y con los excluidos, que habla con una voz inconfundible no bien hacemos silencio. Escuchar para detener el fruto de la verborrea teológica acelerada, que solo ha causado un torrente interminable de angustias, espanto y resentimientos. Como ya indicaba el padre Benjamín Forcano a comienzos de los años 80:

Por falta de una actitud serena, profundamente humana, no hemos sido capaces de acercarnos al mundo del homosexual auténtico, lo hemos condenado o evitado como un leproso y lo hemos obligado a vivir en la clandestinidad, organizándose muchas veces en un submundo abyecto. Y, a la hora de juzgarlos, lo hemos hecho solo por esas acciones antisociales o infamantes que de vez en cuando trascendían a la prensa.[18]

Escuchándolos, y tratando de oír al Dios entre los marginados en el complejo y singular contexto político, cultural y religioso costarricense, desde su fundación, la comunidad y la pastoral luterana de la diversidad participaron en la organización y desarrollo de las diversas marchas de la diversidad, iniciadas en 2008 y celebradas anualmente. Estuvimos presentes en mesas de diálogo legislativo con movimientos sociales y diputados abiertos al debate, con el fin de promover políticas públicas enfocadas en derechos humanos sexuales y reproductivos.

Asimismo, formamos parte de múltiples grupos de trabajo con el Ministerio de Educación Pública, el Ministerio de Salud, la Defensoría de los Habitantes, el Ministerio de Justicia y Paz, el Ministerio de Cultura y Juventud, centros educativos, municipalidades, colegios profesionales y universidades públicas y privadas[19], colaborando en la concepción e implementación de programas educativos inclusivos.

Además, participamos en jornadas de visibilización y sensibilización con organizaciones y actores sociales de relevancia, destacando la lucha contra el llamado referéndum del odio en 2010. Dicho referéndum, apoyado por la Iglesia Católica y la Alianza Evangélica, y desestimado por la Sala Constitucional, buscaba el rechazo mayoritario de la sociedad a una propuesta legal que promoviera la igualdad de derechos en materia de matrimonio civil.

Dos años más tarde, participamos activamente en el histórico Movimiento Invisibles, que surgió en Costa Rica como respuesta a las declaraciones del diputado evangélico Justo Orozco Álvarez, quien, Biblia en mano, minimizaba desde la Asamblea Legislativa la existencia y el impacto de la comunidad sexualmente diversa. En 2012, este movimiento convocó una multitudinaria marcha bajo el lema “Por una Costa Rica en igualdad y libertad”, unificando a organizaciones y a la sociedad en general en torno a la reivindicación de los derechos de la comunidad LGBT+.

También integramos la lucha por el matrimonio igualitario o entre personas del mismo sexo, que se logró con éxito tras un fallo de la Sala Constitucional en 2018 y se implementó a partir de 2020.

Ciertamente, llegó el momento de hablar, de interpretar las Escrituras y hacer teología, públicamente, desde la experimentación desplegada más allá de las paredes de la comunidad de fe. En 2013 escribí:

La utilización de la Biblia como documento de autoridad espiritual para oponerse al tema de la legalización de uniones entre personas del mismo sexo no corresponde con un consenso intereclesial a nivel mundial sobre lo que la Sagrada Escritura dice acerca de la homosexualidad, el matrimonio y otros asuntos relacionados. De hecho, muchas iglesias protestantes históricas, algunas de ellas de carácter nacional y con una tradición cercana a los 500 años de antigüedad, leen la Biblia de manera inclusiva, es decir, proponiendo una interpretación no condenatoria de la homosexualidad que da paso a bendiciones de parejas LGBT+.

[…]

La interpretación conservadora y fundamentalista de la Biblia no corresponde al criterio de todas las iglesias en el mundo, por lo que resulta un error afirmar que el cristianismo condena la homosexualidad y desaprueba el matrimonio igualitario. El cristianismo es tan diverso hoy como en sus orígenes. Ni todos los cristianos concuerdan en un mismo discernimiento sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, ni todas las iglesias coinciden en un mismo juicio sobre estos temas.

La utilización de la Biblia por parte de las iglesias conservadoras responde a estrategias de estas instituciones en relación con el objetivo de salvaguardar la autoridad y el control social, así como los dividendos políticos, económicos y espirituales que esto representa en sociedades conservadoras.[20]

Un año después, argumenté en una revista de la Universidad Estatal a Distancia:

La teología cambia, evoluciona, pero el cambio no sucede de manera pacífica ni tampoco de manera rápida. Los sectores conservadores, dependiendo de sus intereses, arremeten contra los nuevos postulados teológicos y las nuevas posiciones eclesiales. Es enorme la lista de silenciados/as y excomulgados/as por desafiar a la teología oficial con planteamientos teológicos contestatarios.

[…]

La teología se construye a la luz de la Biblia y ahí tenemos el primer problema. La Biblia es un conjunto de textos muy antiguos, elaborados en sociedades patriarcales, machistas, misóginas, androcéntricas y sexistas. Entonces, para poder hacer teología, debemos interpretar la Biblia.

Ha sido la interpretación crítica de la Biblia —histórica, contextual y ayudada por diversas disciplinas de las ciencias sociales— la que ha colaborado a desentramar los textos bíblicos y nos ha permitido construir una interpretación bíblica no condenatoria sobre la homosexualidad.

Para la Biblia, leída con ojo crítico, con sentido de justicia que emerge de la misericordia de Dios, que no hace acepción de personas, los fundamentos de una relación sentimental y sexual entre seres humanos no surgen de la observancia estricta de normas rígidas, sino del amor, del deseo libre y sincero de amar y ser amado, fundado en el respeto a la dignidad e integridad del otro o la otra y de uno o una misma. Lo contrario sería esclavitud, nada más alejado del concepto bíblico de la libertad y la gracia.

Si bien es evidente el sentido patriarcal, androcéntrico y machista de muchos textos bíblicos que responden a las ideologías opresoras de los sectores que los produjeron, también es posible percibir sentido disidente y liberador en textos contestatarios, fruto de sectores opuestos a las manipulaciones de reyes, sacerdotes y jueces en épocas bíblicas que, como las iglesias conservadoras de la actualidad, pretendieron mantener el statu quo.[21]

Experimentar a Dios junto a los estigmatizados y rechazados por su identidad de género y orientación sexual, haciendo uso de los aportes de la hermenéutica histórico-crítica de la Escritura, nos permitió construir un conocimiento bíblico aterrizado, mucho más inteligible, al margen de toda la carga represiva y condenatoria sobre la sexualidad, el cuerpo, el género, el derecho al placer y la concreción de una familia. En tal sentido, constatamos en comunidad lo reconocido por la Federación Luterana Mundial:

Mientras que la investigación histórico-crítica acentuó la distancia histórica entre el texto bíblico y sus intérpretes. También profundizó la percepción de la Palabra de Dios como una fuerza dinámica que le habla a cada nueva generación en términos que dicha generación pueda entender [...] debemos celebrar que podamos escuchar la voz de Dios a través de nuestras diversas experiencias y maneras de entender el mundo y de entendernos mutuamente.[22]

Atrevernos a experimentar a Dios no solo nos hizo partícipes de grandes hitos en el escenario nacional, sino que también propició vivencias y reflexiones excepcionales en el ámbito personal y comunitario, en la arena de lo social, dentro de la comunidad creyente y a lo interno de la persona de fe.

Testigos en el andar

Hasta 2019, incontables personas de diferentes orígenes, condiciones y orientaciones visitaron y formaron parte de la comunidad luterana de la diversidad, algunas de ellas convirtiéndose en referentes notables de los colectivos LGBT+ en el país y la región. Entre ellas, destaca Natasha Jiménez Mata, activista trans e intersex, coordinadora general del Espacio Latinoamericano de Sexualidades y Derechos (MULABI), con una participación activa como consultora en la Organización de Estados Americanos (OEA). También se encuentra Paulina Torres Mora, docente de la Universidad Nacional (UNA), reconocida activista por los derechos lésbicos, mariscal de la Marcha de la Diversidad 2015 y fundadora del Movimiento Beso Diverso, una de las organizaciones más influyentes de la diversidad en Costa Rica. Asimismo, Jota Vargas Alvarado ha sido una líder notable del movimiento trans en el país; abogada, notaria y excomisionada presidencial LGBT+, ha trabajado intensamente por la visibilización y defensa de los derechos de esta población.

Desde el inicio, la riqueza de la pluralidad en la composición fue un distintivo elocuente. En mi memoria habitan múltiples anécdotas conmovedoras, rostros y voces entrañables. A continuación, comparto tres ejemplos de los más significativos, con nombres modificados y ciertos aspectos matizados para preservar el anonimato y el derecho a la privacidad de los protagonistas.

¿Quién contra nosotros?

La técnica de reproducción asistida conocida como fecundación in vitro (FIV), legalizada en Costa Rica en 1995, fue prohibida en el país en el 2000, debido a preocupaciones éticas sobre el manejo de embriones. De esta manera, una nación reconocida internacionalmente por su defensa de los derechos humanos se convirtió en la primera de Latinoamérica en vetar dicha práctica.

En la desafortunada decisión de la Sala Constitucional influyó profundamente el criterio de la Iglesia Católica y de iglesias evangélicas conservadoras. También fue determinante en la resistencia a acatar la condena impuesta por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en 2012, que ordenó restablecer la FIV como parte de los derechos reproductivos. Esta situación impactó a la opinión pública, como lo reflejó la cadena de noticias británica BBC:

…la Iglesia Católica y los grupos conservadores están presionando para que no se apruebe y las discusiones están generando un ardiente debate sobre los derechos humanos, la concepción de la vida humana y el concepto de familia [...] El obispo José Francisco Ulloa recientemente calificó a estas iniciativas de ‘horrores’ y ‘nefastas’ y pidió a los católicos oponerse a ellas, ya que, según dijo, de lo contrario, estarían traicionando sus valores.[23]

En ese contexto, un grupo de mujeres luteranas alzó la voz a favor del levantamiento del veto a la FIV, que afectaba también a parejas del mismo sexo. La comunidad y la pastoral luterana de la diversidad brindaron su apoyo sin demora. Así lo manifesté en una entrevista con Voces Nuestras, Centro de Comunicación Educativo:

...¿cómo vamos a acompañar esto? ¿De una manera represiva o de una manera más acogedora, más solidaria? Con estos conceptos que han sido bien desarrollados en el cristianismo oficial, en ese cristianismo conservador, con estos hay que romper [...] Sabemos que es difícil para las iglesias, porque todo el andamiaje teológico conservador continúa moviendo la mayoría de iglesias en este país y una buena parte de las iglesias en el mundo.[24]

Fue durante la Pascua de 2016 que llegaron a nuestra comunidad Javier, Miguel y la pequeña Sofía. El amor los había unido y los llevó a considerar formar una familia. Decidieron someterse al procedimiento de FIV fuera de Costa Rica. Aunque no fue hasta marzo de 2017 que nació en el país la primera bebé producto de esta técnica en un centro privado[25], ellos no esperaron esa posibilidad incierta. Anticiparon el nacimiento de su hija, quien alegró nuestras celebraciones de la Semana Mayor.

Javier había sido un líder carismático en una iglesia evangélica de San José, con habilidades catequéticas notables y talento como director de coro. Para él y Miguel, era doloroso no contar con una comunidad de fe en la que se les acogiera y apoyara como padres, donde se bendijera el fruto de su amor. La censura los llevó a abandonar su iglesia de origen, dejándolos con una sensación de pérdida crucial: la vida comunitaria.

Querían seguir celebrando su fe y agradecer a Dios por el milagro de la vida, por Sofía y por la posibilidad de comulgar nuevamente con la frente en alto. En una predicación de aquella Pascua memorable, fue un gozo escuchar a Javier testimoniar con base en el himno al amor divino: “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Ro 8, 31-39)[26]

Hoy me sigo preguntando: ¿Qué valores defendía el obispo Ulloa al justificar la prohibición de la FIV? ¿Puede haber verdadero valor en negarle a dos cristianos que se aman la posibilidad de formar una familia? ¿Cómo condenar la existencia de una familia como la de Javier, Miguel y Sofía? ¿Cómo justificar dicha condena en el mensaje amoroso y misericordioso de Jesús, con el que estamos comprometidos? ¿En qué beneficia tal exclusión a la comunidad de creyentes? ¿Acaso no hay lugar para ellos entre los hijos e hijas de Dios, en la fiesta eucarística y en su bendición?

No fue sino hasta abril de 2020 que nació la primera bebé mediante FIV en un hospital público costarricense, como reseñó el Semanario Universidad un año después.[27] Ya no sería una posibilidad reservada solo a quienes pueden costear el procedimiento en el exterior o en clínicas privadas del país. Sin duda, nadie prevalece en nuestra contra si Dios está a nuestro favor.

Un cántico nuevo

Si bien la Organización Mundial de la Salud (OMS) despatologizó la homosexualidad en 1990[28], no fue hasta 2018 que eliminó la transexualidad de su manual de enfermedades.[29] Aunque esta condición continuó clasificada bajo un nuevo epígrafe titulado “condiciones relativas a la salud sexual”, y el cambio no entró en vigor oficialmente hasta 2022, la modificación representó un avance sustancial en la lucha por el reconocimiento y la dignidad de las personas trans.

En Costa Rica, como en la mayoría de los países de Latinoamérica, persiste la idea errónea de que las personas transexuales son hombres homosexuales que se visten de mujer para ejercer el trabajo sexual. La población en general desconoce las diferencias entre transexualidad masculina y femenina y su nexo con la orientación sexual, las cuales no están necesariamente relacionadas con el trabajo sexual. En el ámbito religioso, la percepción sobre la transexualidad es aún más rudimentaria, peyorativa y reprobatoria.

Luz llegó a la comunidad de fe con otro nombre. No el real, pues ese se lo eligió ella misma tiempo después. El nombre que le impusieron sus padres —que consideraba ficticio hasta su transformación— era Juan Carlos. Así la conocimos, una tarde lluviosa del “invierno” costarricense.

Al principio asistía a las celebraciones con una caja de zapatos en la mano. Pero no era cualquier caja, ni cualquier par de zapatos. Se dirigía al baño minutos antes de que iniciara nuestra misa inclusiva, donde ocurría una especie de transfiguración muy particular.

Juan Carlos irrumpía en la celebración comunitaria calzando unos tacones más altos de lo que podía manejar, con una expresión de satisfacción indescriptible. Aquellas breves horas entre nosotros eran el único momento de la semana en que lograba sentirse completamente a gusto, asumiendo públicamente su identidad transgénero. El resto del tiempo continuaba siendo él: un chico tímido e incómodo, atrapado en un cuerpo que no le permitía expresarse con plenitud.

Fuera de la misa inclusiva, algo no andaba bien. Allí, en el interior de la comunidad, Juan Carlos desaparecía y emergía Luz, la mujer que latía bajo su piel desde que tenía memoria, y que había reprimido a regañadientes. Sin embargo, algo seguía generándole una dolorosa insatisfacción, porque:

Las personas se sienten bien cuando están en armonía consigo mismas y con su medio ambiente, cuando tienen alguna cosa en común con otras y algunas otras cosas solo con las personas de su confianza. Y cuando poseen algunas características propias que las destacan como personalidades inconfundibles.[30]

Juan Carlos decidió que nada frenaría su realización. Abandonó la caja de zapatos cuando por fin se atrevió a ser Luz. Sin embargo, es difícil olvidar aquella especie de pequeño baúl donde embutía a la mujer que le impedían sacar a plena claridad, al aire libre, donde cada quien debe ser como siente que vive mejor. En la comunidad fuimos su espacio de armonía. Allí nació Luz, tacones puestos, y salió al mundo sin renunciar a la fe que le daba sentido de vida. Allí descubrió muchos otros dones, Biblia abierta y palabra al vuelo, libre y dispuesta a liberar a otras como ella.

Luz nunca ocultó lo difícil que le resultaba explicar a sus nuevas amistades del mundo trans su creencia en Dios, su fe en Jesús y su compromiso con la comunidad. A veces, repetía en su estilo histriónico: —¿Cuándo pararé de sufrir?—. Antes, penaba por continuar en el papel de Juan Carlos, llena de ansiedad y temor; ahora, penaba por ser Luz y seguir incomprendida por la mayoría respecto a su práctica religiosa. —Y es que ser trans y ser devota no es algo de todos los días —decía con convicción—. Son las pruebas del Señor entre quienes cantan “un cántico nuevo”—. Luego, citaba con solemnidad: —“Los que siguen al Cordero a dondequiera que vaya, y han sido rescatados de entre los hombres como primicias para Dios…”— (Ap 14,4-5).

Las palabras de Apocalipsis no fueron simple implante en la boca de Luz sino la revelación de un compromiso misionero. Entre las suyas le decían “la pastora” porque nunca pudo desentenderse del llamado de Jesús. A algo similar convocaría el pastor Lisandro Orlov:

Vivamos según el Evangelio, alegres, sin miedos, libres para anunciar la buena nueva y denunciar con valor la exclusión, la discriminación, la condena moralista a pobres, a trabajadoras sociales, a homosexuales y transexuales [...] Mientras los de afuera no nos reconozcamos y compartamos nuestras experiencias, el poder seguirá privándonos del Acceso Universal y de Nuestros Derechos.[31]

Ustedes son mis amigos

Para los sectores conservadores, la reivindicación de los derechos sexuales y reproductivos es un asunto exclusivo de gays, lesbianas y personas trans. En esta línea de pensamiento, consideran que, o no hay que prestarles demasiada atención para evitar que se perciban como relevantes, o deben ser combatidos enérgicamente para que no “contaminen” al resto de la sociedad, supuestamente segura de sus valores, como afirmó el obispo Ulloa, lo que comentamos antes. Sin embargo, algo ocurrió el 16 de junio de 2012 en respuesta a la convocatoria del Movimiento Invisibles a favor de los derechos LGBT+.[32] O la “contaminación” alcanzaba proporciones desmesuradas, o el “asunto” nunca había sido privativo de los colectivos sexualmente diversos.

Si bien es cierto que, en el pasado, los colectivos de la diversidad sexual habían luchado en solitario por los derechos sexuales y reproductivos, acompañados en ocasiones por agrupaciones feministas, que encabezaban históricamente esta batalla, la gran marcha de Invisibles marcó un cambio radical en el panorama.

El profundo cansancio de múltiples sectores progresistas y buena parte de la ciudadanía se hizo patente en un país tradicionalmente ecuánime y cauteloso al momento de tomar las calles. Un hartazgo acumulado estalló no solo contra los grupos religiosos fundamentalistas, cuyos líderes tenían presencia en la Asamblea Legislativa, sino también contra los partidos tradicionales y las personalidades públicas, que observaban de brazos cruzados y en silencio el ninguneo de décadas hacia las personas sexualmente diversas.

Hasta ese momento, los centros más importantes de toma de decisiones, construcción de conocimiento, información y formación de la opinión pública, concepción y aplicación de la justicia, fomento de la cultura y desarrollo de la espiritualidad, permanecían en silencio ante un trato que no solo era vergonzoso, sino también opresivo e intransigente contra las personas LGBT+. Así lo reseñaba CRhoy, uno de los primeros medios digitales de Costa Rica:

En la manifestación de los Invisibles de este sábado 16 de junio, no solo la comunidad homosexual se hizo presente; padres con hijos, parejas con bebés, payasos invisibilizados, mujeres y hombres en favor de la Fertilización In Vitro, del Estado Laico y los Derechos Humanos vinieron a hacerse visibles y a dar la cara por los derechos de todas las personas.[33]

No fuimos los únicos religiosos presentes en apoyo al llamado de la diversidad, pero sí la única comunidad de fe, dentro del amplio espectro de instituciones religiosas costarricenses, que estuvo oficialmente representada. En una entrevista con CRHoy, expresé:

La Iglesia Luterana desde hace 25 años acompañamos a los sectores vulnerabilizados en sus luchas por la justicia, tenemos una comunidad de hermanos y hermanas LGBT+ y creemos que es un deber de la iglesia siguiendo a Jesús que estuvo junto a los discriminados, inclusive él lo fue también, es un deber de la Iglesia Luterana estar con todo aquel que es rechazado y excluido.[34]

Esta visibilidad de nuestro esfuerzo contra cualquier tipo de discriminación hizo que muchas personas heterosexuales con igual sentir se acercaran a la iglesia, especialmente a la comunidad de la diversidad, que pastoreábamos. Entre ese creciente flujo de personas solidarias con los sectores LGBT+ discriminados se encontraban Elisa, David y su hija Tania.

La aportación de esta joven pareja heterosexual en la comunidad fue notable. Como docente en enseñanza media, Elisa colaboró en la sistematización de las reflexiones y en la conducción de los debates comunitarios sobre el acompañamiento que debíamos brindar a los más jóvenes, entendiendo que sobre ellos recaía un mayor riesgo y vulnerabilidad. En tanto, David contribuyó a la ampliación y profundización de nuestro mensaje teológico, desde su experticia en filosofía y pensamiento cristiano. Ambos habían nacido y se habían criado en familias de tradición cristiana, pero desde hacía tiempo rehuían participar en iglesias que según ellos habían perdido el rumbo cada vez más apartadas de las personas de a pie, sus realidades y necesidades.

“Ustedes son mis amigos” —recordaban que había dicho Jesús— “...si hacen lo que yo les mando. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado [...] No los llamo ya siervos [...] a ustedes los he llamado amigos...” (Jn 15,12-15). Pero, cuán difícil era sentirse amigo de quienes no hacían más que arremeter contra la diversidad sexual mientras callaban frente a la violencia contra las mujeres, la discriminación contra los migrantes, la corrupción galopante, el abuso infantil y un largo listado de dramas sociales, económicos y políticos. Cuán complejo sentir empatía con iglesias que solo hablaban del “pecado” del amor homosexual olvidando que “Los seres humanos pecamos en el reino terrenal cuando destruimos las condiciones que sustentan la buena vida del prójimo o de nosotros mismos.”[35], siendo, las diversas expresiones de la sexualidad humana, parte indisoluble de esas vitales condiciones.

Elisa y David solicitaron formalmente a la comunidad el bautizo de Tania. Por primera y única vez, nuestro peculiar colectivo de fe se vio envuelto en una celebración semejante. Este acontecimiento fue recibido por los hermanos y hermanas como una confirmación de parte de Dios de que la comunidad era bendecida, apoyada e impulsada desde lo alto para emprender nuevas y grandes obras.

La alegría y la convicción de estar entre amigos fue enorme. También nos llevó a reflexionar sobre la necesidad de abrir aún más la comunidad a cualquier persona, independientemente de su orientación sexual e identidad de género, pues la diversidad involucra a todos: es una invitación a crecer juntos y, bajo ninguna circunstancia, debe ser una agrupación cerrada o excluyente.

Con el bautizo de Tania llegó una interrogante retadora: ¿Cómo ser atractivos y cómo generar pertenencia más allá de los intereses del colectivo LGBT+? ¿Qué significa, en verdad, ser inclusivos y cómo asumir sus desafíos?

Entre aprendizajes y recomendaciones

Silencio teórico y desarme operativo para renovar la iglesia, esa es la ruta. En el pasado, cuando leíamos al padre Forcano, vibrábamos al son de sus letras:

La discriminación cruel contra los homosexuales no tiene fundamento alguno ni en la razón ni en el Evangelio. Si el Evangelio nos propone crear unas nuevas relaciones humanas, basadas en la justicia y fraternidad, si en la comunidad cristiana alienta un nuevo espíritu que elimina todas las relaciones de explotación y dominio, hay que estudiar la manera de que esto se haga realidad también en el mundo de los homosexuales.[36]

El problema surge cuando reconocemos que, a pesar de la propuesta del Evangelio, las iglesias han logrado sofocar el nuevo espíritu que erradicaría las vejaciones y subyugaciones, especialmente en materia de género y sexualidad. En muchos casos, incluso sin plena conciencia de ello, han excluido a quienes representan una amenaza para ciertas estructuras establecidas. Cuando todo está prefijado, cada idea acomodada, los supuestos rígidamente delineados y las soluciones previamente orientadas, las mismas vejaciones y subyugaciones tienden a persistir. Esto ocurre porque no se ha considerado el ideario del otro, sus urgencias, criterios, realidades y propuestas. Desconocemos el impacto que tendrá en los demás la ejecución de nuestros propósitos y si los impulsará hacia el bienestar y la realización plena, o, por el contrario, los hará retroceder. En definitiva, se trata de una exclusión originada en el desconocimiento de aquellos a quienes afirmamos querer promover.

Cuando no hemos salido al encuentro del otro, en este caso del gay, la lesbiana, la trans, el intersex, el bisexual, cuando nos mantenemos aún en el clóset de nuestros saberes y nuestro mundo de significado, y damos los primeros pasos muy seguros de nosotros mismos, con las armaduras de nuestros sabios y las lanzas de nuestros santos, nada acontecerá a favor de la promoción y el cambio. Hay que ir en silencio a aprender, incluso sabiendo que, posiblemente, aquellos a quienes encontremos tengan mucho que reprocharnos por siglos y siglos de arrinconamientos, condenas y castigos de parte nuestra.

Afuera tampoco nos vamos a encontrar inmaculados, nada será color de rosa. Hallaremos azules, amarillos, verdes radiantes, pero también escarlatas, marrones, grises y sombras tan oscuras que resulta imposible calificarlas. Es más, no habrá que andar demasiado; incluso dentro de nuestras paredes nos toparemos con protagonistas de todos los colores e intensidades, claridades y oscuridades, con quienes será necesario recomenzar. Porque nadie es bueno ni malo por ser homosexual o heterosexual, sino, en gran medida, por cómo ha sido tratado en el camino y por las cargas que ha debido arrastrar en su contra. Pero, pese a todo ello, hay que salir, salir para encontrar lo nuevo que Dios tiene para decirnos, que irá en el sentido de transformarlo todo: al otro y a nosotros.

Hoy nos quejamos del mundo y decimos que es un hervidero de vaivenes, pero las iglesias no son espacios distintos ni mucho menos ajenos a esos mismos vientos. Por mencionar solo el caso de la Iglesia Católica, recordamos las diversas y sostenidas condenas del papa Benedicto XVI hacia las personas LGBT+. Una de las últimas y más sonadas, aun siendo pontífice ex cathedra, la incluyó en su discurso de Navidad de 2012 a la Curia Vaticana, donde fue enfático al afirmar: “Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza.”[37] Se refería al influjo de los estudios de género y LGBT+ con sus nuevas categorías de análisis. Por su parte, el papa Francisco, no más renunció su antecesor, en una conversación con periodistas durante su viaje de regreso de Brasil a Roma, dijo que él no era quién para juzgar a los homosexuales.[38]

Todo parecía evolucionar hasta que, 12 años después, cuando en 38 países del mundo, incluidos algunos de los más influyentes de Occidente, el matrimonio entre personas del mismo sexo o alguna forma de unión civil con derechos similares es una realidad —un avance en la lucha por la igualdad de oportunidades— el nuevo papa León XIV exclama sin titubeos: “Es tarea de quien tiene responsabilidad de gobierno aplicarse para construir sociedades civiles armónicas y pacíficas [...] sobre todo invirtiendo en la familia, fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer...”[39], separándose dramáticamente de la línea del papa argentino a solo 20 días de su sepelio.

Si no guardamos silencio teórico ni acometemos un desarme operativo previo en el afán por renovar la iglesia en el encuentro con los excluidos, sobre todo los excluidos cada vez más organizados y empoderados, podemos quedar a merced del ridículo, especialmente ante el Dios vivo entre y con ellos, difícil de reconocer y del cual nos iremos apartando. También frente al resto de los seres humanos, con quienes el encuentro se volverá más complicado. Nos convertiremos, poco a poco, en una minoría cada vez más intrascendente, hasta terminar hablando solos de suposiciones imposibles y proyectos irrealizables.

En ningún momento se trata de renunciar a nuestras raíces, desconocer nuestro legado, hacer concesiones indiscriminadas o adoptar el último discurso de moda. Como hemos señalado, nada es bueno, óptimo, justo, sano o digno únicamente por provenir de un determinado colectivo. Se trata de escuchar para reflexionar, ver para descubrir, juzgar para rectificar y actuar para avanzar verdaderamente, con honestidad, humildad, osadía y esperanza, bajo una perspectiva de derechos humanos, cuyos fundamentos tiene profundas raíces cristianas. Como indica la Federación Luterana Mundial:

Los principios relacionados con los derechos humanos son la expresión legal de la dignidad que Dios concede a todo ser humano, dignidad que la iglesia está llamada a proteger y promover. En la medida en que los derechos humanos representan las condiciones mínimas de bienestar al que todas las personas tienen derecho, un ministerio de los derechos humanos también refleja la compasión de Cristo por una humanidad que sufre.[40]

En este proceso, uno de los descubrimientos más significativos es el de que todos estamos en camino, comenzando por nosotros mismos, las personas de fe, para quienes Dios tiene cosas nuevas y extraordinarias, ciertamente inéditas y sorprendentes.

Quiero ser definitivamente claro en lo que respecta a marchar en silencio teórico y en un desarme operativo previo tras el Dios inclusivo. Para ello, me sirven las palabras del padre José Antonio Fortea, teólogo y exorcista católico, en uno de sus textos sobre la homosexualidad, con el deseo de dejar nítida su posición teológica, especialmente para aquellos lectores católicos tan homófobos que los denomina “puros”:

Y así manifiesto que creo con todo mi corazón en Jesucristo, el Hijo de Dios. Creer en Jesús supone creer en el Evangelio. Creer en el Evangelio supone creer en la Iglesia. Creer en la Santa Iglesia supone creer en su Magisterio. Creer en el Magisterio supone creer que hay una serie de cosas prohibidas en materia sexual.[41]

La secuencia es un evidente itinerario de aquel que va al encuentro del otro, incluso con las mejores intenciones, pero enarbolando de antemano todo lo que le apartará de él, armado hasta los dientes con cuanto puede esgrimir para acentuar el abismo.

-   “Creo en Jesucristo.” ¡Bien!

-   “Hijo de Dios.” ¡Bravo!

-   “Que es creer en el Evangelio.” ¿Cuál? ¿El de la letra que mata o el del espíritu que vivifica? Porque también los inquisidores, creyendo en el Evangelio, prendieron las piras para acabar con textos, personas y culturas enteras.

-   “Que es creer en la Iglesia.” ¿La de Jesús en los evangelios, a rebosar de intocables o la excluyente del papa Benedicto XVI?

-   “Que es creer en su Magisterio.” ¿El mismo que vocifera contra el matrimonio igualitario y enmudece frente a la pederastia perpetrada por miembros del clero?

-   “Prohibitivo en materia sexual.” ¿De todo aquello que no tenga como fin la procreación?

-   ¿En serio?

Guardar silencio previo es un ejercicio fundamental para iniciar el proceso con la actitud adecuada, permitiendo una disposición reflexiva, consciente y abierta. Como se suele decir, es empezar la caminata con el pie derecho, facilitando un vínculo más profundo con la experiencia que está por desarrollarse y eliminando cualquier propensión a la traba y el desencuentro.

Por otro lado, cuando descubrimos que todos estamos en camino, también comprendemos que, en la iglesia que busca transformarse, debemos transitar una misma ruta de experimentación y aprendizaje. Esto no implica imponer uniformidad en el pensamiento ni en la acción, sino asegurar que cada persona participe activamente en el proceso, evitando que algún sector se distancie demasiado y genere brechas difíciles —o incluso imposibles— de superar. A lo largo de nuestra experiencia, en varias ocasiones creímos representar a la inmensa mayoría de los miembros de la iglesia a la que pertenecíamos, cuando en realidad no compartían nuestro conocimiento ni nuestra perspectiva. Por ello, el diálogo, la formación y el fortalecimiento educativo son fundamentales en cada una de las temáticas abordadas, pues cualquier incomprensión puede volverse en contra del proceso o impedir el cambio genuino que se espera.

La inclusión no puede imponerse. La diversidad es un hecho, pero la inclusión, especialmente en las iglesias, sigue siendo un objetivo a alcanzar, un proceso en constante evolución que exige mejoras, deconstrucciones y reconstrucciones. Los seres humanos, y aún más los creyentes, solemos permanecer “en guardia” frente al otro, siempre a la defensiva, temerosos de nuevas amenazas de extraños, de ideas y costumbres ajenas, de revelaciones que desafían certezas, de intercambios que transforman, de encuentros y desencuentros que exigen adaptación. Habitamos una tensión constante entre lo conocido y seguro, y lo desconocido e incierto. En tal sentido, la inclusión siempre será un reto.

Las propias organizaciones LGBT+ no siempre reflejan el nivel de inclusión que podría suponerse desde una perspectiva externa. Los colectivos organizados de hombres gays no necesariamente establecen un diálogo fluido con sus contrapartes lesbianas, y en más de una ocasión se generan tensiones entre lesbianas y personas trans. Estas dinámicas expresan los efectos acumulativos de la opresión, dominación e incomprensión dentro del sistema excluyente predominante, de lo que habló Freire y a lo cual nos referimos en las primeras páginas de este artículo.

En una ocasión, dialogando con una líder lesbiana feminista, fue enfática en manifestar su desacuerdo con la imagen que solían proyectar una buena parte de las mujeres trans. Para ella constituían una estampa de aquello que las feministas habían denunciado como fruto de una construcción patriarcal, machista y misógina. El estereotipo de mujer hipersexuada, entaconada, descotada, maquillada en exceso, más cercana a las faenas tradicionalmente impuestas a lo femenino y al margen de las responsabilidades vinculadas con lo masculino, proveídas, exhibidas, atadas al espejo, a los cosméticos, la lencería, la lentejuela y cuanto le ha diseñado el hombre, en nada contribuían a la liberación femenina, sin entrar en la discusión sobre la dicotomía “lo biológico vs. lo social”, que radicaliza aun más las posiciones. Lo verdaderamente llamativo es las escasas posibilidades para el debate sosegado y constructivo sobre estos temas y el grado de reacciones adversas que provoca justo entre quienes deberían apoyarse frente al poder opresor.

En otro orden, nos parece fundamental evitar estimular y o reproducir ciertas reservas y formas de rechazo, a veces sutiles, propio de algunos sectores dentro de los colectivos sexualmente diversos, donde puede prevalecer un sentimiento de ghetto que refuerza las distancias. Por ejemplo, la existencia de reticencias hacia personas heterosexuales, hacia quienes no han visibilizado su orientación o no participan en determinadas iniciativas reivindicadoras, lo que refleja una barrera que contradice el principio de inclusión y dificulta la construcción de espacios verdaderamente integradores. En muchas ocasiones en el seno de la comunidad de fe, debimos oponernos con firmeza a comentarios y actitudes del modo “...es que es buga...”[42] o “...es colega...”[43], en el contexto de otorgar reconocimientos, asignar tareas, o simplemente encomendar representaciones.

La inclusión, por definición, supone la posibilidad de que todas las personas, sin importar su orientación sexual o identidad de género, participen en igualdad de condiciones. Quien tenga la voluntad y capacidad de contribuir debe encontrar un espacio legítimo donde su aporte sea valorado, así como, en principio, su capacidad para desempeñar cualquier función.

En este sentido, las nuevas iglesias, abiertas, acogedoras y en transformación ininterrumpida, tienen ante sí un amplio campo de trabajo, pues en el pasado han enfrentado serias dificultades de comunicación y conflictos internos entre sus homólogos cristianos de distintas denominaciones. Católicos, protestantes, evangélicos y ortodoxos han sostenido disputas históricas prolongadas por espacios y oportunidades, lo que ha llevado a un largo y complejo proceso de reconciliación. La experiencia adquirida en el diálogo entre iguales representa un valor estratégico, capaz de contribuir significativamente a la construcción de una sociedad inclusiva, promoviendo el reconocimiento y la integración genuina de la diversidad sexual, y quizás sea ese uno de los aportes más significativos del cristianismo en la hora actual.

Conclusiones

La pastoral no es, ni puede ser, solo la acción organizada de la iglesia para llevar a cabo su misión sanadora, evangelizadora y transformadora en el mundo. Es, y debe ser, sobre todas las cosas, un proceso de experimentación del Dios en y con el mundo, que transforme de continuo a la iglesia para que pueda, renovada, colaborar en la mejora de cuanto existe. Esto es lo que hemos querido evidenciar al comparar la visión de Rainer, Geiger y Schipani con la de la comunidad y la pastoral luterana de la diversidad en Costa Rica, en la cual ya no nos encontramos hoy, pero que asumimos por casi 10 años.

La propuesta de esta experiencia pastoral introduce el “experimentar a Dios” como eje central, lo cual implica liberarse de sobrepesos doctrinales, impedimentos denominacionales, restricciones rituales y velos que impiden un encuentro genuino con la divinidad entre los excluidos. Este enfoque metodológico resalta dos estrategias fundamentales: el silencio teórico, que exige pausar la teología excluyente para escuchar las voces de aquellos históricamente marginados, y el desarme operativo, que consiste en desmontar activamente los discursos y prácticas discriminatorias que han perdurado en las distintas tradiciones eclesiales.

Los aprendizajes que se extraen de esta experiencia han sido múltiples y reveladores, e invitan a replantear de manera radical el rol de la iglesia en el cumplimiento de su misión; es decir, a entenderla como un espacio de experimentación, de aprendizaje constante y de reconstrucción ética, en el cual el encuentro con la diversidad y la escucha atenta se convierten en ingredientes esenciales para la necesaria renovación tanto interna como social.

Lo aprendido en el trabajo conjunto con organizaciones LGBT+, indica que la ansiada transformación va más allá de la mera aplicación de una noción de evangelización, sanación o cambio. Se trata de un proceso de reconfiguración en el que se integran las voces de quienes han sido históricamente marginados y las de quienes están dentro de la institución, y en el que se confrontan los prejuicios históricos y se reafirman los valores fundamentales de justicia, equidad y respeto a la dignidad humana.

La iglesia, a través de la pastoral experimentadora, puede y debe reinventarse en diálogo con los desafíos del presente, superando la rigidez de contextos antiguos y abriendo sus fronteras a nuevas formas de comprensión de los textos sagrados y de la experiencia divina. En este proceso de aprendizaje, reconocer que la diversidad es un hecho ineludible y que la inclusión es un objetivo vital, se convierte en la clave para que la iglesia pueda responder de manera ética y eficaz a las demandas contemporáneas, sin quedar obsoleta ni relegada.

Como hemos insistido, la diversidad es una realidad innegable, mientras que la inclusión sigue siendo un horizonte al que debemos aspirar. En el camino, descubriremos lo mejor de nuestra esencia, que no reside en la fortaleza doctrinal, la complejidad ritual o la profundidad de la fe, sino en el deseo de experimentar a aquel que lo ha creado todo y nos renueva constantemente.

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Sobre el autor

Teólogo y pastor cubano radicado en Costa Rica. Graduado en 2004 del Instituto Superior de Estudios Bíblicos y Teológicos de Cuba. Ordenado presbítero en 2007 en la Iglesia Presbiteriana cubana. Ha trabajado en formación teológica en espacios protestantes, católicos y ecuménicos. Pastor luterano hasta 2019. Se especializa en formación para la gestión de proyectos con enfoque en derechos humanos.

Correo del autor: abel506@gmail.com

Artículo aprobado el 28 de mayo de 2025

Artículo recibido el 15 de mayo de 2025



[1]    Iglesia Simple: Como volver al proceso Divino de hacer discípulos (Nashville, Tenn.: B&H Publishing Group, 2007), 81.

[2]    Manual de Psicología Pastoral: Fundamentos y Principios de Acompañamiento (Matanzas, Cuba: Seminario Evangélico de TeologíaSET, 2016), 4.

[3]    Desde el punto de vista teológico, existen notables diferencias entre Schipani, teólogo y pastor menonita; Rainer, directivo de la empresa bautista LifeWay Christian Resources; y Geiger, pastor de la megaiglesia no confesional Mariners Church. Esta disparidad doctrinal sirve a nuestro propósito: mostrar que corrientes tan opuestas pueden partir de preconceptos similares, como desarrollamos en esta primera sección del artículo.

[4]    Podría entenderse como un acto puramente contemplativo, semejante al de los célebres místicos cristianos. Sin embargo, en nuestro caso, desborda lo meramente meditativo y contemplativo para lograr involucramientos y transformaciones concretas en los ámbitos comunitario, social, religioso, político y cultural.

[5]    La Iglesia Sueca, Carta de los obispos de Suecia sobre el VIH en una perspectiva global (Uppsala, Suecia: Consejo Episcopal, 2007), 21 y 23.

[6]    Puede verse una imagen de esta obra pictórica en la portada de un libro publicado por la Universidad Bíblica Latinoamericana: Angel Eduardo Román-López Dollinger, ed., Teología Práctica Latinoamericana y Caribeña. Fundamentos teóricos (San José, Costa Rica: SEBILA, 2022).

[7]    Marianela Ledezma y Abel Moya, Política de géneros y diversidad sexual (San José, Costa Rica: Iglesia Luterana Costarricense, 2016), 7.

[8]    Un año antes, llegaba a Costa Rica desde Cuba, mi país de origen, y desde la Iglesia Presbiteriana en la que fui ordenado como presbítero.

[9]    Aunque para esa fecha se estaban desarrollando algunos acercamientos y ciertas acciones de apertura en iglesias protestantes históricas, como la Iglesia Episcopal de Costa Rica, no tenían la envergadura de lo que ocurría entre los luteranos costarricenses.

[10]   El artículo 75 de la Constitución Política de Costa Rica establece que la religión católica es la del Estado, lo que significa que este contribuye a su mantenimiento. Así, el Estado costarricense es actualmente el único confesional de Latinoamérica.

[11]   Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, 2a ed. (México: Siglo XXI, 2005), 43.

[12]   La iglesia poscuarentena: Seis desafíos urgentes y oportunidades que determinarán el futuro de tu congregación (Miami, USA: Editorial Patmos, 2020), 46.

[13]   Camino de sabiduría: Consejería, cuidado psico-espiritual (Matanzas, Cuba: Seminario Evangélico de Teología, SET, 2018), 29.

[14]   A diferencia de otras pastorales de VIH/sida en países de nuestro continente, la de la Iglesia Luterana Costarricense, en sus inicios, operó más como un programa de diaconía. De hecho, su nombre sigue siendo Programa de VIH/sida, como parte del Área de Diaconía de esta institución. En consecuencia, sus actividades se centran principalmente en el aprendizaje del autocuidado, la prevención, la detección, el tratamiento y el apoyo psicológico.

[15]   Ana Berástegui Pedro-Viejo, “La homosexualidad: De la patología a la diversidad sexual”, en Homosexualidades y cristianismo en el S. XXI, ed. Javier De la Torre (Madrid: Editorial Dykinson, S.L., 2020), 272–73.

[16]   En ningún caso se debe comprender como un tipo de negación, indiferencia o complicidad frente a las circunstancias y sus demandas, sino como el acto que beneficia un abordaje sin sesgos.

[17]   Veinte años después de que la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana en Brasil le negara la ordenación, Musskopf logró acceder al sacerdocio en la Iglesia Bautista de Nazaret, en Salvador de Bahía.

[18]   Nueva ética sexual (Madrid: Ediciones Paulinas, 1981), 368.

[19]   Entre las universidades públicas con las que colaboramos se encuentran la Universidad de Costa Rica (UCR), la Universidad Nacional (UNA) y la Universidad Estatal a Distancia (UNED). Entre las privadas, destacan la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología (ULACIT) y la Universidad Bíblica Latinoamericana (UBL).

[20]   Fe inclusiva y matrimonio igualitario: Consideraciones sobre el matrimonio igualitario y otras formas de legalización de uniones entre personas del mismo sexo (San José, Costa Rica: Iglesia Luterana Costarricense, 2013), 14s.

[21]   “Homosexualidad y fe cristiana: Acercamiento desde una teología inclusiva”, Rupturas 4, núm. 2 (2014): 153s.

[22]   Federación Luterana Mundial, La Biblia en la vida de la Comunión Luterana: Un documento de estudio sobre hermenéutica luterana (Ginebra, Suiza: Federación Luterana Mundial, 2016), 21.

[23]   Néfer Muñoz, “Costa Rica: el país que niega la fertilización in vitro”, BBC News Mundo, el 12 de agosto de 2013, sec. Centroamérica cuenta.

[24]   José Steven Solórzano, “Iglesia Luterana Costarricense apoya a la población LGBTI”, Centro de Comunicación Educativo, Voces Nuestras (blog), el 4 de agosto de 2016.

[25]   Cf. Ángela Ávalos Rodríguez, “Nació primera bebé fecundada ‘in vitro’ en Costa Rica después de fallo de Corte Interamericana”, La Nación, el 9 de marzo de 2017, Digital edición, sec. El País.

[26]   En este artículo, usamos la versión Biblia de Jerusalén Latinoamericana (Bilbao, España: Desclée De Brouwer, 2018).

[27]   Cf. Monserrat Cordero Parra, “Hospitales de la Caja dieron lugar a 33 nacimientos por FIV durante la pandemia”, Semanario Universidad, el 21 de abril de 2021, Digital edición, sec. País.

[28]   17 años antes la American Psychiatric Association (APA) despatologizó la homosexualidad en histórica votación. Véase una reseña sobre el psiquiatra John Fryer, uno de los protagonistas de este acontecimiento en: Ellen Barry, “¿Quién fue el psiquiatra enmascarado que impulsó una revolución y luego ‘desapareció’?”, The New York Times, el 5 de mayo de 2022, Digital edición, sec. versión en español.

[29]   Cf. Marta Borraz, “La OMS deja de considerar la transexualidad un trastorno mental”, ElDiario.es, el 18 de junio de 2018, Digital edición, sec. Sociedad.

[30]   BZgA, ed., Acéptenme como soy. Nuestra hija, nuestro hijo, se apartan de la norma. Guía para padres de hijos homosexuales, trad. PFALyG (Buenos Aires, Argentina: Epifanía, 2001), 8s.

[31]   Acceso universal y derechos humanos: Mensaje de la Pastoral Ecuménica VIH y sida para el Día Mundial del Sida 2009 (Buenos Aires, Argentina: Epifanía, 2010), 23.

[32]   Cf. Jose Daniel Clarke, “La marcha LGBTIQ+ más grande en Costa Rica (hasta 2012)”, YouTube, el 28 de junio de 2022.

[33]   Daniela Araya, “El día en que los invisibles se hicieron”, CRHoy.com, el 16 de junio de 2012, Digital edición, sec. Nacionales.

[34]   Araya.

[35]   Federación Luterana Mundial, Matrimonio, familia y sexualidad humana. Directrices y procesos propuestos para el diálogo respetuoso (Buenos Aires: Epifanía, 2007), 13.

[36]   Nueva ética sexual, 382.

[37]   “Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a la Curia Romana con motivo de las felicitaciones de navidad” (Documentos del Vaticano, el 21 de diciembre de 2012).

[38]   BBC News Mundo, “Papa Francisco: ‘Si una persona es gay, ¿quién soy yo para juzgarlo?’”, BBC News Mundo, el 29 de julio de 2013, Noticiero.

[39]   “Discurso del Santo Padre León XIV. Audiencia al cuerpo diplomático acreditado ante La Santa Sede” (Documentos del Vaticano, el 16 de mayo de 2025).

[40]   Federación Luterana Mundial, Principios básicos para el desarrollo sostenible (Ginebra, Suiza: Federación Luterana Mundial, 2002), 28.

[41]   Manzanas de Gomorra: Reflexiones teológicas acerca de la homosexualidad y el cristianismo (Benasque, España: Editorial Dos Latidos, 2015), 4.

[42]   Es una expresión utilizada por personas LGBT+ para referirse a personas heterosexuales. Aunque no posee una connotación peyorativa, sí marca una distinción entre identidades sexuales y, en ciertos contextos, puede reforzar una percepción de separación o diferenciación entre grupos.

[43]   Término utilizado dentro de la comunidad LGBT+ para referirse a una persona que comparte la misma orientación sexual o identidad de género, es decir, alguien considerado “uno de los nuestros”. A diferencia de expresiones que marcan una separación entre grupos, como “buga”, el uso de “colega” enfatiza identidad compartida, cercanía y pertenencia dentro del colectivo.