Samuel Asenjo Alvarado
Reproducciones del
pentecostalismo carcelario
Un análisis sobre el
espacio y la pastoral pentecostal carcelaria en el penal de Lurigancho
Este estudio analiza de qué forma y
con qué elementos el espacio pentecostal carcelario en el penal de Lurigancho
contribuye al control y gobernanza penitenciaria, en contraste con una gestión
institucional caracterizada por la corrupción y privilegios descontrolados.
Para el análisis se emplea el concepto de “presonización”,
el cual se pone en el diálogo con las teorías de Michel Foucault sobre el poder
y las jerarquías carcelarias institucionalizadas, y Erving Goffman respecto a
la cárcel como institución total que se impone al recluso. En este proceso, el
recluso-converso adquiere agencia a través de diversas herramientas que le
proporciona la iglesia, las cuales se observan en diversas prácticas
religiosas, como oraciones, ayunos y enseñanzas. Aunque estas prácticas
propician transformaciones identitarias individuales y colectivas, no logran
cuestionar, ni mucho menos romper, con las estructuras patriarcales, lo cual
significa que a través de ellas se legitiman los ideales aceptados por la
sociedad para ser “personas de bien” (buen testimonio).
Para el estudio se empleó una metodología cualitativa basada en análisis temático y con una muestra compuesta por 11 entrevistas a exreclusos conversos de iglesias pentecostales del penal de Lurigancho. El análisis se enriquece con mi experiencia en labores pastorales dentro del sistema penitenciario y con algunos estudios sobre etnografía carcelaria, informalidad religiosa, cultura delictiva y sobre el rol de los grupos evangélicos en la cárcel y su influencia en los imaginarios religiosos colectivos. Asimismo, nos apoyamos en la propuesta de Francisco Durand, sobre la reproducción de la cultura peruana, lo cual nos permite comprender la cultura delictiva extra e intra carcelaria que favorecen los procesos de “presonización” en contraste a la “prisionización” institucional total.
Palabras clave: pentecostalismo carcelario, espacio carcelario, gestión carcelaria, pastoral carcelaria, cultura delictiva.
Samuel Asenjo Alvarado
Reproductions of prison Pentecostalism
An analysis of the space and Pentecostal prison pastoral care in the Lurigancho prison
This
study analyzes how and with what elements the Pentecostal prison space in the Lurigancho prison contributes to prison control and
governance, in contrast to an institutional management characterized by
corruption and uncontrolled privileges. For the analysis, the concept of “presonization” is used, which is placed in dialogue with
the theories of Michel Foucault on power and institutionalized prison
hierarchies, and Erving Goffman on prison as a total institution imposed on the
inmate. In this process, the inmate-convert acquires agency through various
tools provided by the church, which are observed in various religious
practices, such as prayers, fasting and teachings. Although these practices
promote individual and collective identity transformations, they do not manage
to question, much less break with patriarchal structures, which means that
through them the ideals accepted by society to be “good people” (good
testimony) are legitimized.
The
study used a qualitative methodology based on thematic analysis and a sample
composed of 11 interviews with former inmates converted from Pentecostal
churches in the Lurigancho prison. The analysis is
enriched with my experience in pastoral work within the prison system and with
some studies on prison ethnography, religious informality, criminal culture and
on the role of evangelical groups in prison and their influence on collective
religious imaginaries. Likewise, we rely on Francisco Durand’s proposal on the
reproduction of Peruvian culture, which allows us to understand the extra- and
intra-prison criminal culture that favors the processes of “presonization”
in contrast to total institutional “imprisonment”.
Keywords: prison space, prison management,
prison pastoral, criminal culture.
Samuel Asenjo Alvarado
Reproducciones del
pentecostalismo carcelario
Un análisis sobre el
espacio y la pastoral pentecostal carcelaria en el penal de Lurigancho
Este artículo reflexiona sobre los
mecanismos de reproducción del espacio pentecostal carcelario que favorecen el
control y gobernanza carcelaria en clave de conversión (transformación),
formación (discipulado) y mecanismos de ascenso y movilidad de los reclusos-conversos
al pentecostalismo carcelario. La iglesia pentecostal carcelaria es un espacio
dinámico que a través de elementos discursivos, prácticas religiosas y
acompañamiento pastoral brindan oportunidades a los reclusos-conversos para la
transformación de la identidad individual y colectiva, lo cual gesta una
cultura de resistencia y oposición a la cultura delictiva carcelaria. Las
exigencias de la pedagogía de fe son difíciles de cumplir por los
reclusos-conversos convirtiendo el camino de la iglesia muchas veces en andar
tortuoso que genera conversión (afiliación) – desconversión
(desafiliación) – reconversión (reafiliación), siendo
esto en varios casos un proceso helicoidal de idas y retornos.
En este sentido, el análisis de las
entrevistas incluye mi perspectiva, experiencia personal, desde haber
acompañado a distintos grupos de la población pentecostal carcelaria como
agente pastoral en el penal de Lurigancho entre los años 2003 al 2014. Asimismo,
desarrollé once entrevistas semiestructuradas a población exreclusa entre los
años 2019 y 2020, quienes son miembros de iglesias pentecostales extramuros, y
tuvieron su conversión (ingreso a la iglesia) en el penal de Lurigancho. Las
entrevistas se realizaron en el marco del proyecto 682 (PUCP) denominado
“cárceles y religión en el Perú”. Proyecto que estuvo dirigido por la Dra.
Véronique Lecaros, donde participé como asistente de investigación. Las
entrevistas han sido codificadas con el software Atlas.ti
9 y notas de campo para delimitar el contexto.
Los códigos emergentes en las entrevistas
dialogan con la publicación de José Luis Pérez Guadalupe, titulada “La
construcción social de la realidad carcelaria”, en la cual el autor analiza los
mecanismos de reproducción de la informalidad en el espacio carcelario.[1] Los códigos emergentes También dialogan con otra publicación de
Pérez Guadalupe, titulada “Faites y Atorrantes”,
texto que presenta una etnografía del penal de Lurigancho.[2] Ambos textos describen los mecanismos de reproducción carcelaria
entre 1990 y 2000. En este sentido, habiendo transcurrido más de dos décadas y
siendo que el espacio social es dinámico y está en constante movimiento y
transformación, es necesario analizar el espacio carcelario desde los grupos
religiosos que en los años 1990s no estaban formalizados o institucionalizados.
Mientras que, en la actualidad, en cada pabellón conviven, entre la población
carcelaria, iglesias pentecostales establecidas e iglesias pentecostales
emergentes. En este sentido, el artículo aporta elementos para la comprensión
del espacio pentecostal carcelario a favor de la gobernanza y la posibilidad de
ascenso social desde el acceso al liderazgo en la jerarquía de la iglesia.
Otro aspecto importante es que Pérez
Guadalupe parte de un enfoque antropológico, en referencia a la obra de E.
Evans-Pritchard sobre “Los Nuer”,
pueblo del África Oriental, ubicado en las laderas del río Nilo, referencia con
la cual comprende la etnografía en el penal de Lurigancho.[3] Mientras que este artículo parte del marco sociológico propuesto
por Francisco Durand sobre la reproducción de la peruanidad desde los pilares
de la formalidad, informalidad y economía delictiva.[4]
Por otro lado, asumimos que la presonización[5] privilegia la
economía delictiva por sobre los otros pilares, para gestar un entramado donde
la cultura delictiva extramuros se reconfigura en la cultura delictiva
intramuros. En este entramado, las normas de convivencia regulan el
autogobierno, control y gestión carcelaria, la misma que es consensuada entre
los agentes sociales que interactúan en el espacio carcelario.
Por otro lado, dialogamos con el análisis
de Véronique Lecaros, sobre el trabajo de grupos evangélicos en torno a la
cárcel y el funcionamiento de la informalidad.[6]
Nuestro artículo también analiza, desde los enfoques de Lecaros, las imágenes
de Dios que se construyen en los discursos y praxis pentecostales carcelarias.[7] Para que estas tareas sean posibles, nos
planteamos las siguientes preguntas: ¿A qué población carcelaria nos
aproximamos? ¿cómo se reproduce el espacio carcelario?, ¿cómo se entreteje el
control carcelario?, ¿cómo se reproducen las iglesias pentecostales
carcelarias? y ¿cómo se ejerce el control religioso? Preguntas que contribuyen
a plantear conclusiones como insumos para continuar investigaciones
socio-religiosas desde el espacio carcelario.
Una característica muy importante de las
cárceles peruanas es la sobrepoblación crítica de los centros penitenciarios:
…la
diferencia entre la capacidad de albergue en los 69 establecimientos
penitenciarios y la población penitenciaria intramuros es de 54,802 personas
que representan el 132% de la capacidad de albergue, que en pocas palabras esta
cantidad de internos no tendría cupo en el sistema penitenciario.[8]
Otro dato relevante, relacionado con la
sobrepoblación es la situación de hacinamiento de la población penitenciaria.
En ese sentido, cabe destacar que, para marzo de 2024, la población
penitenciara a nivel nacional ascendía a 96,358, mientras que la capacidad de
albergue era de 41,556 personas. Esto implica una sobrepoblación del 132% y un
hacinamiento de 112%. Además, del total de la población carcelaria, 37.1% se
encuentra procesada y 62.9% está sentenciada.[9]
Según el Instituto Nacional de
Estadística e Informática de Perú (INEI), el 39.5% de la población
penitenciaria está recluida por cometer delitos contra el patrimonio; el 23.9%
contra la seguridad pública; 20.8% contra la libertad; el 8.7 % contra la vida,
el cuerpo y la salud. Por otro lado, se observa que 9 de cada 10 reclusos son
hombres, 7 de cada 10 reclusos ingresaron por primera vez a un penal. En tanto
que, la población carcelaria, según el INPE (2022, p. 13) está compuesta por:
el 29.2 % entre 18 y 29 años; el 32.1 % entre 30 y 39 años y; el 38.7 % entre
40 años a más. Otro aspecto es que la reincidencia es un fenómeno mayor entre
los reclusos de 18 a 39 años.[10]
Desde los datos estadísticos generales,
ahora nos centramos en el penal de Lurigancho. Este es el “más poblado de
América Latina”.[11]
El penal fue planificado e implementado para albergar a 2,500 reclusos; para
1994 tenía una población de 5,000 mil reclusos.[12]
Mientras que, para el 2020, la población carcelaria ascendía a 9,322 reclusos.
El centro penitenciario está organizado en 24 pabellones[13]
clasificados en su mayor parte según la organización geopolítica de Lima
Metropolitana, es decir, por distrito y no por el tipo de delito o
violencia-agresividad del recluso. Está forma de organización data desde las
décadas de los años 1980s y 1990s.[14]
César, exrecluso de 49 años de edad, quien estuvo en prisión cinco veces por
delitos de robo agravado y en banda a bancos, dice que “en el penal, los
pabellones están organizados por distritos”, este dato es confirmado por la
abogada del INPE que ha desempeñado por 15 años el cargo de asesora jurídica y
ocho años entre jefaturas legales en distintas áreas del INPE.
En específico, los once entrevistados de
la muestra, pertenecen al 64.8 % de la población carcelaria. Esta población
está compuesta por reclusos entre 30 años a más (adultos y ancianos). De los
entrevistados, la edad media es de 50.54 años, la moda 47 años, el rango mínimo
35 años, el rango máximo 67 años y, la mediana 50 años. Mientras que, según los
ingresos y reingresos al penal, la media es de 3.81 ingresos, la moda 3
ingresos, el rango mínimo 1 ingreso, el rango máximo 7 ingresos y, la mediana 3
ingresos. También, según el nivel educativo, la media es (2.27) secundaria, la
moda (2) secundaria, el rango mínimo (1) primaria, el rango máximo (4) superior
y, la mediana (2) secundaria.
En contraste, el INEI señala que el mayor
índice de analfabetismo y número de ingresos al penal corresponde a mayores de
40 años.[15]
Esto es interesante, porque, como agente pastoral, observé que las iglesias
pentecostales carcelarias albergan en su mayoría a simpatizantes y conversos
reclusos mayores de 40 años. Mientras que los jóvenes, reclusos y exreclusos,
permanecen tiempos más cortos en la iglesia, al parecer esto se debe a las
normas de conducta impuestas por la iglesia, las cuales se convierten en una
carga muy dura de sobrellevar para los reclusos más jóvenes. Augusto,
exrecluso, dice “los jóvenes no soportan la disciplina de la iglesia, no pueden
separarse del mundo”.
Esta situación lleva a preguntarnos:
¿Utilizan los reclusos más adultos a la iglesia como una forma de jubilación
del delito? En este sentido, resuena en las entrevistas de los mayores de 40
años que el haber “pisando fondo, porque han sido echados de sus casas por
drogadictos, han perdido todo o son perjuicio” (Henry, ex recluso, de 52 años
de edad) condiciona su ingreso a la iglesia para obtener protección y albergue.
Cinco de los entrevistados mayores de cuarenta años, señalan que los reclusos
más jóvenes son muy violentos y no tienen códigos de convivencia, como si lo
tienen ellos. Por tanto, en la iglesia se sienten protegidos y respetados.
El espacio carcelario está compuesto por
hebras que se entejen formando un entramado denso y complejo. Nos aproximamos a
este entramado desde la gestión carcelaria que aborda las categorías de
gobernanza carcelaria[16]
en dialogo con las reproducciones del poder[17]
y la institución total[18].
En este marco, nos preguntarnos ¿Cómo se gestiona el poder y el control
carcelario? ¿Qué elementos favorecen el control carcelario? ¿Es la cárcel un
espacio presonizado o prisionizado?
¿Cómo la cárcel es moldeada por las prácticas institucionales y las prácticas
de los reclusos? Pero la pregunta que más nos motiva es la siguiente: ¿Qué
elementos del espacio pentecostal carcelario favorecen la gobernanza
carcelaria?
El penal del Lurigancho como espacio
carcelario en apariencia replica la política penitenciaria internacional, donde
se “distribuye al individuo en el espacio y el ritmo del tiempo”.[19]. En la
política penitenciaria[20]
la cárcel es estructurada para el control y normalización de los individuos en
clave de institución total[21].
Aunque en la gestión carcelaria se observa en las once entrevistas que, quienes
controlan y gestionan la cárcel a veces con una “gestión abdicada” y otras
veces con una “gestión aparente” son los reclusos.[22]
Henry, exrecluso con siete ingresos al penal, quien vivía en la pampa[23], dice que
“quienes controlan y mandan en el penal son los delincuentes”, esto es posible
a través de sobornos o dádivas que los delegados, líderes elegidos por la
población penitenciaria, otorgan a las autoridades del Instituto Nacional
Penitenciario (INPE). Los once entrevistados manifiestan que los delegados
trafican drogas y cobran cupos, pagan coimas, sobornos. A esta realidad se suma
la falta de personal en el INPE, tanto de seguridad, como de tratamiento para
controlar los pabellones.
El Estado no otorga el presupuesto
suficiente al INPE para gestionar la administración y resocialización
carcelaria, esto recorta recursos, las posibilidades de control y la gobernanza
penitenciaria. Un psicólogo del INPE, quien brinda servicios profesionales
desde hace 25 años en el área de tratamiento en diversos centros
penitenciarios, en especial, en el penal de Lurigancho, donde trabajó por 10
años, dice que, “en el penal de Lurigancho un psicólogo está a cargo de dos
pabellones en promedio”, siendo que cada pabellón tiene una población entre
cuatrocientos y mil reclusos. Sobre esto, Verónica Oviedo, directora nacional
de Tratamiento del INPE, dice que “un psicólogo debe atender a cien internos
(esto está muy lejos de la realidad en el penal de Lurigancho), porque el
promedio de atención a internos por psicólogo es cuatrocientos (a 1500)
presos”.[24]
Del mismo modo, por turno, en cada pabellón están asignados entre dos y tres
agentes de seguridad del INPE, lo cual, hace imposible al INPE presidir la
gobernanza carcelaria.
Esta situación, a finales de la década de
los años 1980s y parte de los años 1990s, llevó a que la Guardia Republicana[25] promoviera un
cambio de estrategia para el control de los penales. La estrategia consistió en
la implementación de delegaturas en cada pabellón. Las delegaturas están
compuestas por reclusos elegidos mediante el voto universal de los reclusos en
cada pabellón. Luego, la asamblea de delegados elige a los delegados generales
del penal. Esta organización permite mantener el control y mediar entre la
población carcelaria y el INPE. Para llegar a las delegaturas, se dio paso de
una organización basada en taitas, sistema informal, a una organización
por delegaturas, sistema formal. César, exrecluso de 49 años de edad, que
estuvo en prisión cinco veces por delitos de robo agravado a bancos, dice que
“el taita era un delincuente que sabía usar la chaveta, peleaba contra cuatro o
cinco a la vez y le gustaba el orden a pesar de sus perjuicios”. La
organización carcelaria basada en los taitas llegó a su límite a finales de los
años 1980s por la violencia desatada entre taitas por el control de más
pabellones. Como esta situación se volvió incontrolable a finales de los años
1980s, la Guardia Republicana inició la transición hacia las delegaturas con el
objetivo de controlar la cárcel.
El taita[26]
era una especie de cacique[27].
La mayoría de taitas según César, exrecluso, eran “delincuentes que habían
cometido robos por cogoteo, asalto a transeúntes, eran belicosos, paraban su
pleito y no tenían educación básica completa”. Ejercían su poder en la
administración del pabellón con violencia y arbitrariedad. Se mantenían en la
jerarquía más alta del pabellón a través de alianza con taitas de otros
pabellones, y mediante sobornos tenían influencia política y una economía
delictiva basada en el tráfico de drogas, alquileres de espacios, cobro de
cupos, de esta manera la informalidad y formalidad estaba subordinada a la
primera, lo cual caracteriza a una cultura delictiva. Esto también caracteriza
una gestión abdicada de la cárcel, donde el autogobierno del recluso busca
imponerse y controlar a la institución penitenciaria. En este sentido, el poder
del taita se reproducía con estrategias autoritarias abusivas similares al
modelo de cacicazgo indígena.[28]
En la actualidad, los taitas han sido
invisibilizados, se han convertido en fuleros[29].
En consecuencia, con el incrementó de reclusos por delitos de robo a bancos,
bandas criminales, ex policías y ex militares, se comenzó a elegir a “los
delegados con mejor criterio, educación secundaria, técnica o superior”
(Augusto, exrecluso). Los delegados se opusieron al poder de los taitas hasta
transformarlos en fuleros o perjuicios[30].
Los fuleros, mediante alianzas se agrupan para brindar servicios de seguridad a
delegaturas electas o grupos opositores. Los grupos opositores están en
constante conflicto con los delegados para arrebatar el control del pabellón,
estos financian “batacazos”. Por tanto, reclutar fuleros es importante.
Observamos que la formalidad de los delegados debe aliarse a la informalidad de
los fuleros, ambos poderes se necesitan y autosostienen para alcanzar una
gestión aparente y en el peor de los casos una gestión abdicada del penal, de
esta manera se mantiene el control, se pacifica el centro y evita batacazos[31]. Estas
alianzas se fundan en acuerdos económicos, negociaciones y ejercicios del poder
formales, informales y delictivos[32]
parecidos a las interacciones realizadas por los agentes sociales extramuros,
aunque observo que se privilegia lo delictivo a lo formal e informal, lo cual
caracteriza la cultura carcelaria.
Del autoritarismo abusivo del taita, se
pasó al modelo de delegaturas elegidas bajo el voto directo de los reclusos en
un proceso eleccionario dirigido y aprobado, antes por la autoridad policial y
ahora por el INPE. Sobre la elección de delegados, el ex director del
Lurigancho, coronel de la policía en situación de retiro, dice que “en los
ochentas y noventas muchas veces la candidatura de los delegados era impulsada
por los taitas”, pero ahora, según Henry, exrecluso, dice que “los delegados
promueven sus candidaturas a través de sobornos y regalos”.
Para ser electo delegado no es suficiente
hacer campaña y sobornar, se requiere de alianzas con grupos de fuleros y ganar
la confianza de la población carcelaria. Ser delegado es un cargo anhelado por
la influencia con la autoridad carcelaria y las posibilidades de hacer negocios
y dinero. Augusto, exrecluso, dice que “para la elección, los delegados
prometen obras, beneficios y pacificación del pabellón”, César, exrecluso,
menciona que “hoy para llegar a ser delegado con tu gente, debes pagar,
sobornar, porque es un negocio y debes verlo como inversión”.
Las delegaturas tienen la función de
controlar pacificar el penal, para lo cual median entre el INPE y la población
carcelaria. En esta tarea, las delegaturas consensúan
normas de conducta individuales y colectivas sobre limpieza, orden,
responsabilidad, distribución de la comida, los dormitorios, uso de los
servicios higiénicos y todos los lugares del penal, etc. Los cargos de la
delegatura son: delegado general, delegado de actas, delegado de finanzas,
delegado de logística, delegado de defensa jurídica, delegado de limpieza y
delegado de orden y disciplina. Estos mismos cargos son elegidos a nivel
general entre los delegados.
Para ser elegido como delegado, quienes
tienen mayor oportunidad, son los reclusos con mayor jerarquía delictiva. Estos
invierten dinero y realizan alianzas económicas y políticas para ser elegidos.
Mientras que, los reclusos procesados o condenados por delitos contra el pudor,
omisión, cogotero, hurto simple, robo simple y otros parecidos son sometidos y
subordinados. Los reclusos por delitos contra el pudor son abusados,
violentados y sometidos a trabajos de servicio. Henry, exrecluso, dice que los
“reclusos ñatos[33]
no valen nada en el penal, todo el mundo puede aprovecharse de ellos, porque
son monstros”.
Por otro lado, los fuleros, por su
violencia, deben ser controlados en cada pabellón. Los delegados subordinan con
acuerdos económicos y otros privilegios a grupos de fuleros que se comprometen
a ser el brazo armado para aplicar las reglas y las sanciones en pro del
control del pabellón. Otra función del fulero reclutado es negociar la paz con
los fuleros de grupos opositores. Augusto, exrecluso de 53 años, con cuatro
ingresos al penal, exdelegado general de pabellón, dice que “los fuleros de
distintos bandos son los responsables de realizar las primeras negociaciones
con los grupos de fuleros de grupos opositores”. Sobre esto, una abogada que ha
ejercido como defensora jurídica, jefa del departamento jurídico, directora de
penal y directora regional, con un tiempo de servicio en el INPE de 22 años,
dice que “los fuleros son los reclusos violentos que, con más sangre fría
matan, cometen crímenes y actos delictivos dentro y fuera del penal”.
En síntesis, el penal de Lurigancho está
organizado en: a) pabellones y delegados, b) barrios y fuleros, y c) jerarquía
delincuencial. Esto en coincidencia y diferencia con el esquema presentado por
Pérez Guadalupe.[34]
La legalidad, formalidad, del poder recae sobre los delegados. Mientras que el
poder informal está representado por los fuleros y los perjuicios. Aunque los
tres grupos se relacionan mediante estrategias formales, informales y
privilegian la cultura delictiva que traen hacia la cárcel y lo recrean en el
espacio carcelario, de este modo hacen posible el control y pacificación, y
están en conflicto constante con el INPE para implantar en la cárcel una
gestión aparente.
La reproducción carcelaria refleja la
forma cómo funciona la sociedad peruana, en específico, el entretejido social
formal, informal y delictivo.[35]
La cultura delictiva normaliza lo delictivo sobre lo formal e informal,
mientras que la sociedad peruana normaliza la informalidad sobre lo formal y
delictivo. En este sentido, por ejemplo, en la cárcel se establecen normas de
convivencia consensuadas entre las delegaturas, los habitantes del pabellón y
los cocineros, para determinar los horarios de repartir comidas y pagos
económicos. El presupuesto por recluso asignado a alimentación es de S/ 4.5
(cuatro soles con cincuenta céntimos) por día.[36]
Este presupuesto no alcanza para el pago de proveedores de alimentos e
incentivos económicos de los cocineros. Siendo el presupuesto bajo, el INPE
permite que los delegados cobren un sol a cada recluso para que reciba la paila[37]. En la economía
de la paila convergen el presupuesto formal del estado, el aporte informal del
recluso y el uso no transparentado de la recaudación.
Otra situación en el entramado es la
economía carcelaria, en las entrevistas se manifiesta que los reclusos deben
pagar la limpieza del pabellón, estadía, comunicación, atención médica y
traslado por el recinto penitenciario. Henry dice que “el aporte semanal por
interno para los insumos de limpieza es de S/ 5 soles”. Muchos reclusos no
pueden pagar con dinero la limpieza, a cambio realizan servicio de limpieza en
el pabellón o a sus compañeros, trabajo por el que reciben un pago mínimo
semanal. El dinero recaudado es informal, porque el estado asigna un
presupuesto para este rubro, el mismo que es insuficiente. El delegado general
hace uso arbitrario de los cobros recaudados, una parte es utilizado en el pago
de la limpieza y los saldos no tiene informes transparentes. Augusto,
exrecluso, dice que “los delegados utilizan este y otros cobros para lucrar y
pagar coimas”.
Una regla ética y básica en la
convivencia, es el respeto a las visitas, sobre todo a las visitas de mujeres.
Este es un límite moral para los reclusos. Christian, exrecluso de 35 años de edad, ingresó por robo a la cárcel y fue
pastor de una iglesia pentecostal, manifiesta que “está prohibido el lenguaje
grosero durante el tiempo de visita, estar semi desnudo, mirar con lascivia a
las esposas, hermanas o mamás de los compañeros”. Este modelo de masculinidad[38] coacciona y
somete a los reclusos a reglas de convivencia que cosifican a la mujer como
propiedad. Esta es convertida en trofeo que debe ser protegido de fuleros,
perjuicios y delegados abusivos. Para Jhony, exrecluso de 48 años de edad, con
dos ingresos al penal “la familia es lo más importe, nadie puede mirar, ni
molestar a tu visita, sobre todo a tu mujer, tu mamá o hermanas porque después
lo castigan”. Observamos que las masculinidades carcelarias están en constante
competencia, desarrollan estrategias violentas, por ejemplo, si la pareja
(mujer) se compromete o es infiel con algún compañero de prisión, ofende
gravemente la masculinidad y puede conllevar a venganzas, incluso al homicidio.
Los internos tienen derecho a recibir
atención médica, hacer trámites administrativos y judiciales a su favor. Pero
estos derechos son vulnerados durante el recorrido por puertas y pasadizos. Por
ejemplo, en las visitas que realicé como agente pastoral observé que, para que
el recluso atraviese cada puerta que lo lleva a la clínica, oficinas
administrativas u otro pabellón, debe “pagar S/ 1 sol al personal de seguridad
en cada puerta”, esto lo confirmó Christian, Henry, César y Augusto, exreclusos
entrevistados, quienes indican que en el penal de Lurigancho, desde el pabellón
hasta el lugar para hacer el trámite o recibir atención médica, se deben
atravesar entre tres a cinco puertas. Esto refleja una conducta delictiva muy
parecida a cuando un policía detiene vehículos con el fin de, en nombre de la
legalidad, cobrar coimas.
Entonces, en el tejido carcelario se
entreteje la formalidad, informalidad y lo delictivo. Este entramado hace
posible una alianza concertada entre agentes carcelarios, para asegurar el
control de la población carcelaria.[39]
El control, para la gestión carcelaria, se alcanza a través de la coacción
subjetiva y objetiva de los cuerpos de los reclusos. La subordinación y
sometimiento del recluso se alcanza regulando las relaciones sociales,
imponiendo reglas y castigando a los infractores. Estos juegos de poder son
ejercidos principalmente por los delegados y sus fuleros. De este modo, la
responsabilidad formal del control carcelario es del INPE, aunque quienes
gestionan el espacio carcelario son los mismos internos. Por tanto, en el
espacio carcelario, los agentes normalizan la cultura delictiva que subordina
la formalidad y la informalidad para ejercer un control carcelario muchas veces
aparente y otras abdicado[40],
el cual está en conflicto con la institución total.[41]
Otro aspecto observado en las relaciones
sociales es el poder y la forma como este se ejerce entre los agentes sociales.
Tanto el personal del INPE, los delegados, los fuleros y los perjuicios
desarrollan estrategias de poder como dispositivos interconectados para el
equilibrio de poderes. De esta manera nadie tiene el control e influencia
absoluta de la cárcel. En esta realidad, se legalizan y legitiman jerarquías
formales e informales. Esta realidad es discrepante con la propuesta de
Foucault[42],
para quien el poder se ejerce a partir de estrategias que se utilizan como
dispositivos que favorecen su pleno funcionamiento. En la cárcel, el ejercicio
del poder no es propiedad del INPE, tampoco es vertical, ni unidireccional,
sino que es propiedad de todos los grupos carcelarios y se hace visible en la
interacción social que desarrollan.
Asimismo, en el espacio carcelario, la
jerarquía se organiza mediante la clasificación de estratos regulados por el
poder y el control.[43]
Encontramos jerarquías formales, informales y delictivas que interaccionan
reproduciendo el mismo espacio. De un lado, el INPE encabeza la jerarquía
formal que a su vez requiere de alianzas formales y democráticas con las
delegaturas, quienes también deben servirse del respeto ganado y la disciplina
que imponen los fuleros a la población, mientras que los perjuicios que pueden
ser desterrados esperan el momento adecuado para recuperar el poder perdido.
En síntesis, en las configuraciones
carcelarias el poder, la jerarquía y el control reproducen “un espacio social
en donde habitan y laboran personas, establecen relaciones sociales,
desarrollan acciones y construyen discursos y/o significados sobre la prisión
en un contexto temporal de encierro”.[44]
Por tanto, en el espacio carcelario se reproduce una cultura delictiva que
sincretiza las formas de vida extra muros con el contexto intra muro. Esto
también debate con Licona cuando señala que, “tanto el espacio como el tiempo,
se estructuran para un solo fin: disciplina. Al espacio se le especializa, se
le controla, jerarquiza y se construye de manera panóptica para que los
individuos sean observados, vigilados y mantenidos en orden”.[45] Este concepto
panóptico no es hegemónico en el penal de Lurigancho.
En cada pabellón del penal de Lurigancho
existe una o más iglesias evangélicas y otros grupos religiosos. Las iglesias
pentecostales despiertan cierto respeto entre la población carcelaria. El
respeto es la valoración que recibe el líder principal, el pastor y los líderes
adjuntos. Aunque este respeto está constantemente en cuestionamiento. En su
origen, “las iglesias carcelarias nacieron con creyentes pentecostales que se
apartaron de sus iglesias, cometieron delitos y fueron recluidos en prisión”
(César, exrecluso). Ya en cárcel, se reunían en sus celdas para orar y leer la
Biblia, también predicaban, evangelizaban, convirtiendo a nuevos creyentes.
Fueron creciendo en número, alquilaban o prestaban lugares como la biblioteca y
pasadizo en el pabellón. El pastor Alfredo, agente pastoral de la iglesia
“Rompiendo Cadenas”, con una labor de 35 años en más de diez penales en el
Perú, dice que “para ser líder en la iglesia, el preso convertido o
reconciliado con Dios, debe tener buen testimonio, ser sumiso y obediente a
Dios y las autoridades”.
La iglesia brinda a sus miembros espacios
de protección y transformación del individuo. Según Christian, exrecluso y
pastor de la iglesia carcelaria “Concilio Unificado” en el penal de Lurigancho
“en la cárcel, si te vuelves hermanito la población te respeta, pero está
viendo si te equivocas o recaes, porque así pierdes autoridad”. Las
predicaciones en las iglesias carcelarias están marcadas por el llamado a la
conducta no violenta[46]
como evidencia de cambio de vida. Para los hermanos reclusos, la evidencia de
participar en la iglesia es transformar el lenguaje, la conducta violenta y no
responder a insultos y agresiones.
Asimismo, para nueve de los
entrevistados, esta transformación significa haber despertado a un llamamiento
pastoral o compromiso con el liderazgo adjunto en la congregación, lo cual,
brinda al recluso-converso la posibilidad de movilización social y encontrar un
nuevo horizonte y sentido (propósito) para su vida alejado del delito y del
entorno delictivo. Aunque se observa que las formas de ejercicio vertical de
autoridad en sus tareas y discursos pastorales, prédicas y enseñanzas, no han
sufrido transformaciones profundas, sino que se mantienen con otras estrategias
siempre verticales, a través de las cuales se ejerce un poder de sumisión
simbólica y a veces recurriendo a estrategias coercitivas. Pero en medio de
estas nuevas formas de autoridad, lo reclusos-conversos en un ciclo de
ingresos-salidas-retornos y movilidad social a través del ascenso en el
liderazgo adquieren herramientas positivas para alejarse del delito y sus
entornos, siendo aquí la iglesia un espacio de soporte espiritual,
acompañamiento pastoral y de reinserción familiar. La iglesia pentecostal
carcelaria cumple entonces una función social pública que el estado, por falta
de recursos y políticas claras, no alcanza implementar a favor de la
resocialización. Esto favorece el proceso, llamado por vocación, a la conducta
no violenta; es decir, esta es una característica, acto de formación, de la
pedagogía de la fe (discipulado), orientada no solo a cambiar la conducta del
converso-recluso, sino que, según ocho entrevistados, es una forma de prepararlos
para ejercer un ministerio pastoral o liderazgo adjunto en la iglesia.
Se observa con recurrencia que en las
narrativas de los entrevistados y las prédicas carcelarias existe un deseo
mayoritario por ascender en el liderazgo de la iglesia. Para ascender, el
creyente debe aprender la obediencia total. Nunca debe responder a los insultos
ni a los golpes, porque se cree que estos son tentaciones del diablo para
retroceder y volver al mundo. En referencia a no responder a la violencia,
Oswaldo, exrecluso, de 60 años de edad con 5 ingresos al penal y 4 ingresos a
la iglesia carcelaria dice, citando 1 Pedro 5:8 y con una lectura literalista de la Biblia, que “satanás está buscando como
león a quién devorar”. Para ascender en el liderazgo, el creyente también está
obligado a participar activamente en los cultos, oraciones, ayunos, vigilias y
estudios bíblicos, actividades en la que es adoctrinado y subordinado.
Humberto, exrecluso de 47 años de edad, con seis ingresos al penal y 3 ingresos
a la iglesia carcelaria dice que “si permaneces y tienes buen testimonio, el
pastor y los líderes te observan y pueden levantarte como líder”.
Para ser nombrado pastor o líder
principal se convoca a elecciones entre los miembros bautizados de la iglesia.
El pastor debe tener buen testimonio, carisma de líder y capacidad de
negociación con las autoridades del INPE y delegados. El proceso es parecido a
la elección de las delegaturas del pabellón, el INPE reconoce con discreción a
los pastores, este reconocimiento depende de la voluntad y apertura del
psicólogo del pabellón. En algunos casos el INPE negocia informalmente
libertades de acción para que las iglesias celebren cultos, campañas
proselitistas, a cambio de mantener el orden y control del pabellón. El
pastorado es ejercido con características de cacicazgo, por ejemplo, si bien la
iglesia se reúne para tomar decisiones sobre la vida cotidiana, es el pastor
quien tiene la decisión final. La decisión del pastor es impuesta mediante los
líderes adjuntos. Líderes que en su mayoría son exfuleros
conversos, con testimonios cada uno más rimbombante que otro. Quienes no
obedecen reciben castigos, los cuales van desde la amonestación, el castigo
físico hasta llegar a la expulsión de la iglesia.
Para ser nombrado líder en la junta
directiva[47],
diácono[48], disciplina[49] o ujier[50] la obediencia
y participación activa es examinada al detalle y debe transcurrir un mínimo de
seis meses desde la conversión. En la congregación se diferencia entre
liderazgos de servicio y liderazgos ministeriales. El pastor o líder principal,
una vez elegido por la iglesia, es ungido y ordenado por pastores de
“ministerios carcelarios”[51]
extramuros. Según César, exrecluso, “el pastor, en la cárcel, es como un
delegado general del pabellón, tiene autoridad en el pueblo (congregación)”.
Habla, negocia y media conflictos con los delegados en nombre de la
congregación, esto configura el rol mediador del pastor. También, entre sus
funciones está: velar por la “vida espiritual”[52],
el buen testimonio de la iglesia y controlar la vida cotidiana de sus
congregantes. En estas prácticas radica el testimonio de transformación del
creyente. El pastor es responsable de administrar los recursos económicos
obtenidos por diezmos, ofrendas, colaboraciones y otros conceptos.
Los entrevistados suelen describir
imágenes coercitivas de Dios: en las prédicas, cantos y oraciones, Dios es un
juez drástico, un militar intolerante que castiga con severidad la
desobediencia. Citando literalmente Romanos 13:1, el pastor Alfredo, agente
pastoral pentecostal, indica: “el creyente debe aprender a obedecer la voluntad
de Dios, para eso Dios ha establecido a los pastores, para enseñar la sumisión
y obediencia”. Esto se configura como una “teología de la retribución”[53] que apela a
estrategias coercitivas para ejercer el control sobre la voluntad, la
sexualidad, las relaciones y la economía de los congregantes.
Tres entrevistados indicaron que para ser
nombrado pastor no importa el tipo de delito que el recluso-creyente cometió.
Mientras que en ocho entrevistas sobresalen las historias delictivas de fuleros
arrepentidos, las cuales suelen narrar historias de conversión apoteósicas
conectadas al llamamiento ministerial. En las entrevistas, es común notar un
esfuerzo por narrar conversiones personales asombrosas, por ejemplo, Augusto y
Humberto, exreclusos, cuentan su conversión en paralelo a la conversión de Saulo
de Hechos 9. Interpretan a Pablo como un religioso violento y depreciado que es
llamado por Dios para servirle.
La estructura de la iglesia tiende a una
jerarquía vertical, por ejemplo, el pastor es la máxima autoridad, aunque los
líderes adjuntos al pastor opinan y votan sin ser determinantes. Cristian,
exrecluso, dice que “los miembros y líderes de la iglesia opinan, pero el
pastor decide, para eso Dios le ha dado autoridad”. Por otro lado, sobre el
tiempo para ser líder, César, exrecluso, dice que “desde la conversión hasta
ser ordenado como líder de servicio pueden pasar de seis meses a un año”. Esto
depende del sometimiento del converso a la autoridad del pastor. Mientras que
para ser líder ministerial[54],
el pastor evalúa a los candidatos con base a 1 Corintios 12 (dones del
Espíritu) y Romanos 12 (dones generales), por ejemplo, se evalúa la capacidad
para hablar e influenciar en los miembros y congregantes. El pastor Alfredo
Agapito, agente pastoral, dice en su manual de discipulado[55],
que es una adaptación de los manuales de la Iglesia Emmanuel[56], que “los
dones (carismas) son el sello del llamado de Dios para el ministerio pastoral”.
El pastor y la iglesia se sostienen con
el aporte de diezmos, ofrendas y otros conceptos de los miembros de la
congregación. Los recursos económicos recaudados son administrados por el
pastor y su junta directiva. Christian, exrecluso, dice que en el penal “hay
pastores que utilizan el dinero para su propio beneficio y viven bien” aunque
aclara que cuando fue pastor “no se aprovechó del cargo para hacer plata”. La
recaudación es informal. Lo recaudado se utiliza para el pago al delegado del
pabellón por concepto de alquiler del lugar, alimentación, limpieza y ofrenda
al pastor para que se dedique a tiempo completo a la congregación. Luis,
exrecluso de 52 años de edad, con tres ingresos al penal y un ingreso a la
iglesia, quien fue de la junta directiva en la iglesia carcelaria dice que
“muchos pastores hacen mal uso del dinero, se quedan con una parte y exigen que
la gente ofrende y diezme, eso desanima a varios hermanitos y es mal
testimonio”. Esto se repite en varias entrevistas, al parecer, los pastores por
falta de transparencia reproducen conductas delictivas similares a los
delegados. Aunque los pastores y sus líderes se esfuerzan en sus discursos para
promover la formalidad, en su accionar interactúan entre la informalidad y lo
delictivo. Entonces, las iglesias pentecostales carcelarias muchas veces son
una camisa de fuerza para sus miembros, donde se ejerce el poder vertical,
algunas veces hasta abusivo y coercitivo.
La iglesia pentecostal carcelaria se
organiza como una continuidad del espacio carcelario. La iglesia tiene una
estructura vertical similar a la organización del pabellón. Esta forma de
organización de iglesias carcelarias es similar a los pabellones-iglesias
descritos por Mauricio Machado en Argentina, para quien las iglesias “…se
organizan tras las figuras del siervo, consiervo, líderes (de mesas),
asistentes de líderes y ovejas. En lo alto de la pirámide están los siervos,
que tienen a su cargo la totalidad del pabellón-iglesia”.[57]
Para el control efectivo del espacio la jerarquía eclesial es vertical. Jhony,
exrecluso, de 50 años de edad, con tres ingresos al penal dice que “en la
iglesia participan barretas[58],
simpatizantes[59],
convertidos[60],
bautizados[61],
líderes y el pastor”.
En cada pabellón existen grupos
pentecostales diferenciados en la administración, con similares creencias y
énfasis doctrinales. En las normas de conducta algunas iglesias son más rígidas
que otras. La rigidez en los horarios, conducta y obediencia se torna en varios
reclusos-conversos que viven en la iglesia en una “cruz difícil llevar”. Por
otro lado, la asamblea de acuerdos es presidida por el pastor y en ella
participan los líderes y miembros bautizados. Los acuerdos son lineamientos
para las normas de convivencia, los horarios de actividades del día, el rol de
responsables de limpieza, alimentación, uso del ambiente para dormir, trabajo y
prácticas religiosas.
En las iglesias carcelarias, las reglas
de convivencia delimitan todos los aspectos en la vida de los congregantes.
Esta es una de las caracteriza para la identidad endógena de la iglesia.[62] La iglesia se
construye con discursos y prácticas que niegan las creencias y vivencias de
otros grupos religiosos y satanizan la vida carcelaria, informal y delictiva.
Henry, exrecluso, dice “Dios me sacó del mundo del pecado, las drogas y el
alcohol. Pero cada día tengo que permanecer en oración y obediencia para no
caer”. Para que la iglesia pueda ejercer el control total de los cuerpos y
voluntad, prohíbe la violencia física o verbal, devolver insultos o agresiones,
las prácticas sexuales fuera del matrimonio y consumir drogas. Los horarios
establecidos deben cumplirse con rigidez. Los chismes y las críticas a la
jerarquía de la iglesia son sancionados incluso con la expulsión. César,
exrecluso, dice que “hablar mal de los siervos en la iglesia se sanciona con
disciplina, porque hay que aprender a someterse”.
Las sanciones por incumplimiento a las
normas van de la amonestación y suspensión, hasta la expulsión de la
congregación. Las sanciones se aplican según el criterio del consejo de
líderes, estos tienen a su cargo evaluar el nivel de la falta cometida y luego
en votación en primera instancia sancionan. El pastor tiene la última instancia
y es el responsable de aplicar las sancionen, para lo cual se sirve de sus
lideres de disciplina.
La iglesia carcelaria mediante
estrategias de coerción simbólicas-religiosas y pragmáticas, que apelan a la
subjetividad de los reclusos-creyentes logra doblegar la voluntad y agresividad
entre sus congregantes. En este proceso, los reclusos-conversos encuentran en
las prédicas, enseñanzas, cultos y ayunos, procesos pedagógicos endurecidos que
exigen desprendimiento de hábitos violentos, gritos, peleas, mala conducta,
lenguaje grosero y la erradicación de la creencias y prácticas de la
masculinidad delictiva (perversa). Según los entrevistados, este proceso que se
exige en las iglesias pentecostales carcelarias resulta muy difícil de abrazar,
lo cual genera en varios reclusos-conversos deserción, pero, a la vez, es
importante porque contribuye a la construcción de relaciones basadas en
aptitudes y actitudes no violentas.
Asimismo, los juegos de control y poder
sustentados y aplicados por las iglesias se convierten en mecanismos útiles
para el INPE, puesto que cuando el recluso obedece sin oponer resistencia, el
INPE puede implementar mejores mecanismos para la gobernanza carcelaria. Por
tanto, la iglesia se convierte en un aliado estratégico del INPE, llena un
vacío social del estado y media entre una parte de la población carcelaria y el
INPE. Esta situación se parece a la labor que desarrollan la iglesia católica y
la iglesia evangélica en otros espacios no carcelarios, donde el estado está
ausente o se requiere de legitimidad social y moral para la solución de
conflictos. Otro aspecto es que el pastor y sus líderes, por sus creencias
vinculadas al cambio positivo (normalizado) de identidad social, están
dispuestos a participar en los programas y talleres implementados por el INPE.
Esta actitud de la iglesia favorece la labor del INPE y desarrolla una cultura
de presonización positiva, donde en el discurso y
prácticas sociales visibles, la cultura delictiva va siendo abandonada, se
privilegia la formalidad y la informalidad por encima de lo delictivo.
Por otro lado, en las entrevistas, se
observa que la iglesia carcelaria encuentra en los intereses del INPE por la
resocialización, la oportunidad de testificar sobre el cambio positivo en la
vida de los reclusos. Henry, exrecluso, indica que, “obedecer a las autoridades
del penal y la iglesia es para que Dios sea enaltecido y alabado”; él, por
ejemplo, antes de ingresar a la iglesia, era “perjuicio”, no obedecía a nadie y
ahora lucha contra el diablo y su carne para no ser de mal testimonio ni ser
desobediente. Sin embargo, en relación a este punto, varios entrevistados
afirman que vivir en las nuevas reglas establecidas por la iglesia y anheladas
por el INPE se convierten en una cruz difícil de sobrellevar. Por tanto, como
observamos antes, la rigidez del liderazgo y las normas de conducta que la
iglesia exige pueden ocasionar que los reclusos-conversos ingresen y salgan de
la iglesia varias veces durante su tiempo de carcelería.
La cárcel reproduce una presonización que sincretiza la cultura delictiva
extramuros con la cultura delictiva intramuros en proceso cíclico de idas y
retornos dinámico. En este sentido, en el espacio carcelario se impone la
cultura delictiva a la formalidad e informalidad, aunque todos los agentes
involucrados necesitan de alianzas y estas conductas para que la cárcel sea un
espacio gestionable. En el trinomio de lo delictivo-formalidad-informalidad se
produce el equilibrio de poderes, se regula la jerarquía y hace posible el
control carcelario. La sociedad peruana funciona en el mismo entramado, aunque
con mayor énfasis en la informalidad, mientras lo delictivo es escondido y la
formalidad se refleja en el discurso oficial. La falta de recursos económicos y
humanos limitan el liderazgo del INPE para la gestión carcelaria.
La iglesia pentecostal carcelaria lucha
por reproducir la sociedad extramuros normalizada como lo ideal y la voluntad
de Dios; es decir, privilegia la formalidad y la informalidad sobre lo
delictivo. En esta tarea desarrolla estrategias para transformar las conductas
violencias-delictivas en conductas no violentas que renuncian de manera
consciente a la violencia física, verbal y sexual; aunque no rompen con las
estructuras patriarcales, están orientadas a la masculinidad virtuosa que
reivindica los valores y roles de género tradicionales, conservadores, y
profundiza la heteronormatividad. Esto implica un proceso de pedagogía de la fe
(discipulado) orientado al cambio de conducta. Este proceso favorece
estrategias de control orientadas a la pacificación del pabellón y penal
basadas en que el converso-recluso desarrolle aptitudes y actitudes no
violentas.
Asimismo, el ascenso jerárquico que va
desde ser un simple convertido hasta ser elegido pastor-siervo, exige actos
democráticos y legítimos acompañados por pastores extramuros. Esta legitimidad
confiere el poder simbólico al pastor-siervo para ejercer funciones como:
delegado de la iglesia, guía espiritual, protector y negociador político con
autoridades formales e informales. Otro aspecto es que el pastor-siervo, muchas
veces ejerce su autoridad con estrategias de cacique abusivo y se protege
reclutando a conversos exfuleros o experjuicios que son coaccionados por la fe, promesas
espirituales y beneficios materiales. En este sentido, el pastor-siervo evalúa
constantemente a quienes anhelan convertirse en líderes de servicios o líderes
ministeriales. Esta evaluación radica en analizar cuan sometidos están a su
autoridad, de este modo se aplasta cualquier intento de “batacazo religioso”.
Los esfuerzos del INPE por gestionar la
cárcel serán siempre insuficientes debido a los escasos recursos que
administra. Un aliado no gratuito y no incondicional del INPE son las
delegaturas, a quienes se les concede beneficios políticos, simbólicos y jerárquicos
para el control carcelario. Las delegaturas buscan constantemente someter la
voluntad del INPE, la corrompen y utilizan para reproducir con libertad una
cultura delictiva carcelaria, lo cual evidencia una gestión carcelaria aparente
y en el mejor de los casos una gestión carcelaria abdicada. En contraste a esta
situación, la iglesia carcelaria es un aliado incondicional del INPE, no por
subyugación a este, sino porque entienden que Dios les exige esta conducta. En
este sentido, la iglesia pentecostal carcelaria juega un rol importante para el
control carcelario, lo cual permite la gobernanza. También observamos que las
iglesias carcelarias son sumisas por vocación y elección a las autoridades
formales, el INPE, pues encuentran en el sometimiento a ellas el camino para
testimoniar la nueva identidad en Dios.
Cerramos este texto con preguntas
emergidas del análisis y que podrían ser abordadas en estudios futuros: ¿Qué
imágenes de Dios en las iglesias pentecostales carcelarias favorecen la
gobernanza carcelaria? ¿Qué elementos de la conversión pentecostal carcelaria
favorece la gobernanza carcelaria? ¿Qué elementos de la convivencia en las
iglesias pentecostales carcelarias dificultan la permanencia de sus conversos y
participantes? ¿Qué elementos del espacio pentecostal carcelario son atractivos
para la conversión, participación y liderazgo de reclusos mayores de 40 años?
¿Acaso, estos encuentran en el espacio pentecostal carcelario una forma de
jubilación del delito?
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Tabla 1
Organización de pabellones del
E.P. Lurigancho
Pabellón |
Descripción |
Observación |
1 |
Comas |
|
2 |
Villa El Salvador |
|
3 |
Violación |
|
4 |
La Victoria |
|
5 |
El Agustino |
|
6 |
San Martín de Porres |
|
7 |
Tráfico ilícito de drogas |
Extranjeros |
8 |
Barranco y Chorrillos |
|
9 |
Tráfico ilícito de drogas |
Peruanos |
10 |
Surquillo y Lima cercado |
|
11A |
CENIN |
Ex policías y ex militares |
11B |
San Juan de Lurigancho |
Los apodan los chunchos porque una de las
características físicas es la baja estatura de los reclusos. |
12A |
Ciudad de Dios, San Juan de Miraflores |
|
12B |
Villa María del Triunfo |
|
13 |
Clínica |
Atención médica y enfermería |
14 |
Capellanía |
Sacerdote, monjas y reclusos que participan
en los programas pastorales y liturgia. |
15 |
Servicio de mantenimiento |
Internos que realizan servicios |
16 |
Centro Victoria |
|
17 |
Internos con tuberculosis |
|
18A |
Talleres industriales |
|
18B |
Talleres industriales |
|
19A |
Artesanía |
|
19B |
Talleres industriales |
Internos primerizos |
19C |
Talleres industriales |
|
20 |
Sanciones y seguridad |
|
21 |
Reclusos sin pabellón |
Internos echados de sus pabellones |
Tabla 2
Organización de los pabellones
según delito – antes del 2000
Descripción |
Pabellón |
Características |
Jardín |
1, 3, 5, 7, 9, 11A, 11B, 13 |
Reclusos con un ingreso |
Pampa |
2, 4, 6, 8, 10, 12A, 12B, 20 |
Reclusos reincidentes |
Capilla |
14 |
Espacio para la pastoral católica |
Zona Industrial |
18A, 18B, 19A, 19B, 19C |
Están los talleres productivos |
TBC / Chaca chaca |
17 |
Asignado a los reclusos con diagnosticados
y en tratamiento de TBC |
Fuente: datos proporcionados por los
entrevistados y el INPE.
Sobre el autor
Doctorado en Sociología por la PUCP, Perú, con el énfasis en Sociología Carcelaria y Sociología de la Religión. Magister y Licenciado en Educación, por la UNE, Perú. Magister y Licenciado en Ciencias Bíblicas por la Universidad Bíblica Latinoamericana, Costa Rica. Posgrado en Investigación Cualitativa por la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, Perú. Posgrado en Educación Básica Alternativa por la UNE, Perú.
Correo del autor: sasenjo3502@gmail.com
Artículo aprobado el 28 de mayo de 2025
Artículo recibido el 02 de mayo de 2025
[1] La construcción social
de la realidad carcelaria: los alcances de la organización informal en cinco
cárceles latinoamericanas (Perú, Chile, Argentina, Brasil y Bolivia)
(Lima, Perú: PUCP, 2000).
[2] Faites y atorrantes: una etnografía del penal de Lurigancho (Lima,
Perú: Centro de Investigaciones Teológicas, CINTE, 1994).
[3] Ibid.
[4] El Perú fracturado:
formalidad, informalidad y economía delictiva (Perú: Fondo Editorial del
Congreso del Perú, 2007).
[5] Pérez Guadalupe, La
construcción social de la realidad carcelaria.
[6] La Iglesia Católica y
el desafío de los grupos evangélicos: el caso de Perú en América Latina,
trad. Eduardo Borrell (Lima, Perú: Universidad Antonio Ruiz de Montoya, 2016).
[7] Ibid.; “Hacia la fraternidad: la
misericordia como remedio para la violencia: Reflexiones teológicas a partir de
las cárceles peruanas”, Estudios Eclesiásticos. Revista de
investigación e información teológica y canónica 96, núm. 378 (el 27 de
septiembre de 2021): 571–603.
[8] INPE, Informe
Estadístico 2024 (Lima, Perú: Instituto Nacional Penitenciario, INPE,
2024), 9.
[9] Ibid., 9s y 24s.
[10] INEI, Perú: Perfil
Sociodemográfico. Informe Nacional. Censos Nacionales 2017: XII de Población,
VII de Vivienda y III de Comunidades indígenas (Lima, Perú: Instituto
Nacional de Estadística e Informática, INEI, 2018).
[11] Yurany Arciniegas, “Lurigancho, la mayor
cárcel de Latinoamérica donde los presos se unen para vencer al Covid-19”, France 24, el 23 de junio de 2020, sec. América Latina.
[12] Pérez Guadalupe, Faites y atorrantes,
2.
[13] Ver Tablas 1 y 2 en la sección Anexos.
[14] Pérez Guadalupe, Faites y atorrantes,
46.
[15] INEI, Perú: Perfil
Sociodemográfico.
[16] José Luis Pérez Guadalupe y Lucia Nuñovero Cisneros, “Etnografías carcelarias en América
Latina. Entre el protagonismo de las estructuras totales y el de los internos”,
en Antropologías carcelarias, ed. Miguel Ángel
Mansilla y Johanna Corrine Slootweg
(Santiago de chile: RIL Editores, 2024), 51–94.
[17] Michel Foucault, Vigilar
y castigar: El nacimiento de la prisión, trad. Aurelio Garzón del Camino
(Buenos Aires, Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 1976).
[18] Erving Goffman, Internados:
ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales (Buenos
Aires: Amorrortu, 2001).
[19] Ernesto Licona, ed., Espacio
carcelario: etnografías de la reclusión en México (Puebla, México:
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2010), 12.
[20] MINJUS, Política
Nacional Penitenciaria y Plan Nacional de la Política Penitenciaria 2016-2020
(Lima, Perú: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, 2016).
[21] Goffman, Internados.
[22] Pérez Guadalupe y Nuñovero
Cisneros definen la “gestión abdicada” como un modelo de Gestión Penitenciaria.
Señalan entre las características que esta se presenta cuando el INPE tiene
bajo control carcelario y poca gestión dialogada. La “gestión aparente” la
definen como un modelo de Gestión Penitenciaria. Señalan entre las
características que esta se presenta cuando el INPE tiene bajo control
carcelario, diálogo perverso, mantiene privilegios de los reclusos y la
corrupción institucional. Cf. “Etnografías carcelarias en América Latina”.
[23] “La pampa” eran los pabellones pares que,
hasta el año 2000 estaban habitados mayoritariamente por reclusos reincidentes.
Después del 2000, los pabellones albergan casi en exclusivo a reclusos según su
procedencia distrital. Diferenciar entre la pampa y el jardín como lo hace
Pérez Guadalupe ahora es difícil. Cf. Faites y atorrantes, 46. En cada pabellón los lugares, celdas y
grupos se organizan según la asignación de los delegados y las alianzas que los
reclusos logran establecer.
[24] Ricardo León, “Trabajar tras las rejas: ¿cómo
es la vida de un psicólogo del penal de Lurigancho?”, El
Comercio, el 12 de febrero de 2020, sec. Seguridad.
[25] La Guardia Republicana estaba a cargo de la
gestión carcelaria hasta la década de los años 1980s, así como de la seguridad
de las instituciones públicas y las fronteras del territorio nacional. El 14
septiembre de 1985 por la Ley 24294, que fue a iniciativa del gobierno de Alan
García y con la aprobación del Congreso de la República, se reorganiza a la
policía en un solo cuerpo policial, con dependencias. Guillermo W. Coloma
Elías, La Policía Nacional del Perú (Lima, Perú:
Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo, 2019).
[26] Los taitas hasta finales de los años 1990s
eran el poder concreto, siniestro y violento detrás de las rejas del pabellón.
El taita era el poder delictivo e informal que controlaba el poder formal de
los delegados.
[27] El cacique, según el diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, es el gobernante o jefe de una comunidad o
tribu en los pueblos indígenas que ejerce un poder autoritario y abusivo.ASALE y RAE, “cacique,
ca”, en Diccionario de la lengua española–Edición del
Tricentenario, 2024.
[28] Raymond Buve,
“Caciquismo, un principio de ejercicio de poder durante varios siglos”, Relaciones. Estudios de historia y sociedad XXIV, núm. 96
(2003): 17–39; Aude Argouse, “¿Son todos caciques?
Curacas, principales e indios urbanos en Cajamarca (siglo XVII)”, Bulletin
de l’Institut français d’études andines 37, núm. 37 (1) (el 1 de abril de
2008): 163–84.
[29] Los fuleros son “los delincuentes que viven
con la chaveta en la cintura, son drogadictos, no tienen control y sirven con
su violencia a quienes le dan beneficios” (César, ex recluso).
[30] Los perjuicios son fuleros que no pueden ser
domesticados o asimilados por los delegados electos o grupos de opositores a
las delegaturas. Los perjuicios están en constante vigilancia y en caso de
sospecha de insurrección pueden ser expulsados del pabellón.
[31] Batacazo es la usurpación del control del
pabellón. Los grupos opositores están merodeando y observando la debilidad de
las delegaturas para imponerse por la violencia y sobornos.
[32] Durand, El Perú
fracturado.
[33] Ñato es la forma como se adjetiva a los
reclusos procesados o condenados por delitos contra el pudor y violación. Ñato
es una forma de indicar a quien abusa sexualmente de
niños y bebes. Es una forma de ironizar el llanto del bebe mientras es
ultrajado.
[34] Faites y atorrantes, 36.
[35] Durand, El Perú
fracturado.
[36] Daniel Macera, “Cárceles peruanas: Estado
invierte S/9.924 anuales por cada reo”, El Comercio,
el 12 de agosto de 2018, sec. Perú.
[37] La paila es el alimento cocido que se
reparten a los internos en el horario del desayuno y el almuerzo.
[38] Norma J. Fuller, “Rethinking
the Latin-American Male-chauvinism”, Masculinities & Social Change 1, núm. 2 (el 21 de junio de 2012):
114–33.
[39] María Fernanda Nieva, “Prisión, castigo y
control social” (Documento académico, 2013).
[40] Pérez Guadalupe y Nuñovero
Cisneros, “Etnografías carcelarias en América Latina”.
[41] Goffman, Internados,
13.
[42] Michel Foucault, Estrategias
del poder. Obras esenciales. Volumen II, trad. Fernando Álvarez Uría y
Julia Varela (Barcelona: Paidós, 1999).
[43] Claudia Liliana Perlo, María del Rosario De
la Riestra, y María Verónica López Romorini,
“Aprendizaje organizacional y poder: Jerarquía, heterarquía
y redes”, en Processos Psicossociais nas
Organizações e no Trabalho,
ed. José Carlos Zanelli, Narbal
Silva, y Suzana da Rosa Tolfo
(Sao Pablo: Casa do psicólogo, 2011), 93–105.
[44] Licona, Espacio
carcelario, 14.
[45] Ibid., 12.
[46] La conducta no violenta es un eje importante
en la predicación pentecostal carcelaria. Abandonar la violencia, lenguaje
grosero y prácticas agresivas son elementos evidentes del buen testimonio. El
converso está obligado a la laboriosidad, a la renuncia del consumo de drogas,
alcohol, ludopatía, agresiones verbales y físicas. Cf. Campaña Pacto 2021, Familias Libres de Violencia. Iglesia, Biblia y Familia:
Fundamentos bíblicos y teológicos para el establecimiento de relaciones
familiares saludables y libres de violencia (Perú: Paz y Esperanza,
2021).
[47] La junta directiva de la iglesia carcelaria
está compuesta por: pastor, secretario, tesorero y vocal.
[48] El diácono es un líder adjunto al pastor que
ayuda en la consejería, limpia el lugar, dirige la oración y vela por la
espiritualidad de los congregantes.
[49] El líder de disciplina es un exfulero converso que mantiene una obediencia absoluta al
pastor y participa en todas las actividades de la iglesia.
[50] El ujier es un exfulero
converso que es responsable de cuidar el dar la bienvenida en la entrada
durante los cultos, ayunos, vigilias, etc. y también cuida el orden durante la
actividad.
[51] Los ministerios carcelarios en su mayoría son
iglesias pentecostales extramuros que desarrollan actividades evangelísticas,
proselitistas, dentro de los penales. En sus visitas llevan ayuda en alimentos,
ropa, útiles de aseo, entre otros obsequios.
[52] En el pentecostalismo carcelario se entiende
la “vida espiritual” como la práctica religiosa: oraciones, ayunos, vigilias,
estudio bíblico.
[53] La teología de la retribución está basada en
el concepto agrícola de la siembra y la cosecha. En el judaísmo aparece esta
teología como “ojo por ojo y diente por diente” (Éxodo 21:24). Esta teología
está basada en el concepto de la justicia retributiva releído en la Biblia
desde el Código de Hammurabi.
[54] Por tradición, en las iglesias pentecostales,
los lideres ministeriales se establecen con base a Efesios 4:11. Los líderes
son ordenados como: apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro. Entre los
entrevistados, no reconocen apóstoles y los profetas ejercen una labor de
vaticinadores e identificación de “pecados ocultos”. Los ministerios más
reconocidos son: el pastor, el evangelista y el maestro.
[55] Manual de Discipulado.
Tomos 1, 2, 3 y 4 (Perú: Iglesia Jesucristo es el Rey, Rompiendo
Cadenas, 2005).
[56] La Iglesia Emmanuel, ubicada en el distrito
de San Isidro en Lima, ha influenciado con sus manuales de discipulado de venta
libre a las iglesias evangélicas pentecostales, denominacionales e
independientes. Desde los años 1990s hasta el 2015 aproximadamente, los
manuales de discipulado han sido de uso común. Esto explica el acceso del
pastor Alfredo a los manuales de discipulado.
[57] Mauricio Machado, “Dispositivo religioso y
encierro: sobre la gubernamentalidad carcelaria en
Argentina | Revista Mexicana de Sociología”, Revista
Mexicana de Sociología 77, núm. 2 (2015): 284.
[58] Barreta es el recluso que participa por
protección y otros beneficios en la iglesia, pero no ha cambiado su vida. Está
en la iglesia porque no puede vivir entre la población. Barreta es el eufemismo
de estar en un lugar donde es bien recibido y aceptado, aunque no tiene
intenciones de abrazar la religión.
[59] Los simpatizantes son los internos que se
congregan en la iglesia sin haber realizado su confesión de fe (conversión).
Augusto, exrecluso, dice que “por varios meses asistió a la iglesia sin
convertirse porque estaba cansado de su vida y quería buscar a Dios”, indica
que tomó la decisión de “aceptar a Jesús como Señor y Salvador” cuando su vida
corría peligro de muerte por amenazas de otros fuleros.
[60] La conversión es fundamental en la iglesia
pentecostal. Se realiza mediante una oración, confesión de fe. El converso
acepta su condición pecaminosa y el sacrificio de Jesús para su expiación y
justificación ante Dios. Mediante el acto de conversión el nuevo creyente
adquiere por adopción la posición legal de “hijo de Dios”. Esto lo habilita
para vivir una vida distinta, Romanos 8:28-39; Juan 1:12; 3:16; Gálatas 5:22.
Cf. Humberto Lay, Manual de Discipulado. Tomos 1, 2, 3 y 4
(Perú: Iglesia Bíblica Emmanuel, 1992).
[61] El bautismo en agua, en el pentecostalismo
carcelario, se realiza por inmersión. En el penal se realiza en un recipiente
(cilindro, tina, piscina inflable, etc.) donde el creyente ingresa para ser
sumergido. El bautismo en agua es un acto público realizado por un pastor
visitante. El bautismo en agua habilita al creyente como miembro en plena
comunión de la iglesia, por tanto, adquiere derechos y deberes.
[62] Alfonso Pérez-Agote, “La religión como
identidad colectiva: Las relaciones sociológicas entre religión e identidad”, Papeles del CEIC. International Journal
on Collective Identity Research, núm. 2
(2016): 1–29; Henri Tajfel, Grupos humanos y categorías
sociales (Barcelona: Herder, 1984).