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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 36 Número 2 - Segundo
Semestre 2016 - San José, Costa Rica La promesa de la
herencia |
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Presentación pp. 5-8 JONATHAN PIMENTEL CHACÓN |
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A nadie
le está vedado
realizar una traducción más perfecta Lutero El nombre de este número de Vida y Pensamiento desea enfatizar la venida de un legado
y con él el advenimiento de un posible porvenir
nuestro. Nos prometen una herencia y
con ella una posible tierra. ¿Cómo
podemos, cada uno de nosotros, recibir esta promesa? Y ¿De qué consiste la
herencia que ahora debería explicitar o narrar para ustedes? La promesa de
una herencia puede ser, si es posible recordar un testimonio entrañable,
preludio de una insurrección solitaria (C.
Martínez Rivas). ¿Sabemos si podrá llegar la sucesión? ¿Qué ocurriría si la promesa que nos trae
aquí no se cumpliera? Si el tiempo
de la promesa y el tiempo
de la herencia no coinciden, qué
podríamos hacer con tal
asíncrona. ¿La condición del heredero y la condición de quien promete coincide alguna vez? ¿Es
este el día
para recibir la herencia o
la promesa? Si este es el día en que se cumple la promesa, qué ha pasado con nosotros. Recibir una promesa supone una dislocación, la
inminencia del desplazamiento, el exilio
y, también, el fin.
Ahora que nos
ha sido prometida una
herencia podemos preguntar sobre qué fin
crece y se despliega. Después de todo
nos llega la
promesa de una
herencia o ésta delimitada como
estricta promesa. En
este contexto promesa no dice relación con la
adquisición de una propiedad (tierra prometida) más con el nacimiento y la imposibilidad de ganancia. La promesa se
vincula de forma
primordial con la
suerte del nacido, o más
específicamente, del que
viene, de aquella que por su novedad
no puede poder y
que no posee
utilidad alguna. Para que
la promesa no sucumba en el restringido circuito de la administración (economía) y la inversión de capital es necesario
que no sea nuestra, que
no nos ofrezca nada más que
la posibilidad de legar
a los que
vienen algo que
está en ciernes, en las antípodas de los contenidos y en la
íntima flama de
la muerte. La
promesa, no menos que la herencia, es de suyo
un modo de entrar en relación
con la muerte. La promesa supone una pérdida intensa y un recuerdo vivo. Ella
proviene de unas
muertes efectivas (prometo que volveré) o inminentes.
Desde los límites de toda herencia, como hoy, se anuncia la posibilidad de un principio. Sucede que la herencia llega antes que nosotros, su presencia informa nuestros modos de poblar la tierra. Estamos ya al interior de lo que hoy nos prometen como herencia. No
obstante, recibimos una
promesa. Respecto de esta cuestión paradojal es que
ha pensado, desde sus inicios, la teología cristiana: se llama herederos a los hijos del crucificado; herederos de una promesa. Por un lado tenemos que la herencia
nos precede en
tanto herederos; que
la herencia ya está en y por
nosotros. Nuestro nombre está
comprometido en ella. Por
otro lado, desde algún
lugar de los elementos heredados se nos promete que algo –potencialmente- está
o llegará con la
herencia o quizás será
su complemento, suplemento o juicio. La promesa
desquicia la herencia puesto que instaura en ella un abismo. Alguien,
quienes nos convocan hoy, nos
dice: prometemos que algo falta. Respecto
de la herencia, que nos ata a la tierra, nos sugieren la travesía, la gira fatigosa en el desierto. Si una promesa avería la solidez de la herencia porque
dice que algo se ausenta; debemos
preguntar si esa falta que precipita la promesa puede ser saciada dentro del material heredado. En caso
de responder afirmativamente tendríamos que crear modos de intervenir la
herencia que faculten su completitud. Si
decimos que la promesa
y la herencia se bifurcan afirmamos que tenemos
una falta cuya hondura o radicalidad exige
un gesto cuyo
nombre es política. La
promesa que hoy
nos reúne podría
resumirse así: hay carencias insoportables y ellas podrían ser saciadas si convergemos
en la intemperie. ¿Qué sucede si es la misma herencia la que hace promesas acerca de sí misma? Quizás
nos relacionamos con
una herencia que no deja de infligir sobre sí, a pesar de sí, contra su propia estabilidad, el acto
de la promesa. Sea, una herencia en cuyo corazón flota
su propio despojo o anonadamiento. Algo
o alguien se han
ido; estamos aquí
para recibir una
herencia o para
hacernos cargo de un final. La herencia trae consigo sus técnicas de uso y
obligaciones infranqueables. El peso de la herencia, la figura del heredero, yergue una deuda infinita que
desde ahora deberíamos honrar. El crédito, la deuda y el deudor se relacionan
nuclearmente con el material heredado. Éste exige una férrea economía capaz de asegurar la
compatibilidad entre herencia y heredero. La sucesión
requiere una plétora de compromisos que
inician, lo sabemos muy bien, con una prohibición inusitada: no mirar atrás
so pena de ser
sal. Digo que la interdicción es insólita puesto
que la herencia se relaciona indefectiblemente con
el pasado – o con algunas de sus
regiones – y su carácter instituyente. El legado
solicita que – como
la mujer de Lot – no miremos hacia atrás.
O, lo que es lo mismo, que suturemos lo que la herencia y el testamento que la contiene han dejado fuera de sí y, sobretodo, que olvidemos a aquellos
cuyos nombres no están inscriptos en el libro
de la sucesión. Tener como herencia una
promesa posee, por
eso, una importancia
económica preeminente: no somos deudores en relación a una secuencia cuya
progresión acumulativa hace caer la deuda. La herencia como promesa implica que estamos siempre
en la orilla del acantilado. Lo artículos que incluye este número tratan
de la herencia, sus
promesas, cristalizaciones y ausencias. Lo
que viene desde la Reforma (V. Westhelle), las teologías de la
liberación (K. Mora y J. Pimentel),
la presencia inusitada de una herencia clandestina (D. Soto)
y el doble gesto de una herencia recibida y un legado
(L. Rivera Pagán) son
considerados aquí al interior de la tensión de lo que es posible
recibir en condiciones de radical desposesión. Jonathan Pimentel Chacón Director, Vida y Pensamiento |
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