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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Vol. 40 No. 2 – Julio/Diciembre
2020 - San José, Costa Rica - ISSN
2215-602X Reflexiones teológico-pastorales en tiempos de pandemia |
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¿Por qué
Dios permite eso? – Interrogantes en torno a la teodicea en tiempos de
pandemia por COVID-19 Martin Hoffmann* pp. 9-36 |
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Resumen: A raíz de la pandemia de COVID-19, el
autor se enfrenta a la antigua discusión en torno a la justicia de un Dios
que permite tanto mal en el mundo. El desmesurado sufrimiento que mucha gente
experimenta, ¿no pone completamente en duda al Dios omnipotente y benévolo?
Desde hace milenios la gente está buscando una solución a esta problemática.
El ensayo expone el debate que recorre la Biblia y tiene su apogeo en el
libro de Job, en donde se descartan los intentos habituales de explicación.
El autor extrae tres aportes de la amplia discusión teológica al respecto:
Los de Martín Lutero, Gottfried Wilhelm Leibniz y Karl Barth. Las conclusiones que suscitan tales reflexiones
conducen a la rectificación del planteamiento, “¿por qué Dios permite eso?”,
y a una transformación de la imagen de Dios. Los actuales desafíos globales
demandan pensar en Dios de manera post-teísta, lo cual implica un abordaje
distinto del sufrimiento y el mal en el mundo. Palabras claves: Pandemia COVID 19, teodicea, Martín
Lutero, Gottfried Wilhelm Leibniz, Karl Barth,
nuevo paradigma teológico. Summary: In the wake of
the COVID-19 pandemic, the author confronts the age-old discussion about the
justice of a God who allows so much evil in the world. Doesn't the excessive
suffering that many people experience completely call into question the
omnipotent and benevolent God? For millennia people have been searching for a
solution to this problem. The essay presents the debate that runs through the
Bible and peaks in the book of Job, where the usual attempts of an
explanation are discarded. The author draws on three contributions from the
extensive theological discussion on this subject: those of Martin Luther,
Gottfried Wilhelm Leibniz and Karl Barth. The conclusions drawn from these
reflections lead to a rectification of the question "why does God allow
this" and a transformation of the image of God. Today's global
challenges demand that we think of God in a post-theistic way, which implies
a different approach to suffering and evil in the world. Keywords: Covid-19
pandemic, theodicy, Martin Luther, Gottfried Wilhelm Leibniz, Karl Barth, new
theological paradigm. 1. Introducción "La Peste" – así se
titula una novela del escritor francés Albert Camus de 1947[1],
en la que describe los misteriosos acontecimientos que atormentan a una
ciudad ficticia llamada Orán. Las ratas salen de los canales y mueren en las
calles. Poco tiempo después, las primeras personas mueren de una fiebre
insidiosa: la plaga hace estragos en la ciudad. Orán está herméticamente
sellada. No es posible escapar. De forma clarividente Camus describe las
acciones humanas ante una catástrofe. ¿Quién no pensaría
automáticamente en la pandemia de COVID-19 que estamos experimentando en
estos meses? De hecho, los patrones de acción de los personajes de la novela
son muy similares a los de hoy en día: está el médico de cabecera que resiste
con sacrificio la epidemia y pone en riesgo su propia vida. Está el
periodista que explora todas las posibilidades de escapar de la ciudad y
salvar su vida. Está el cansado de la vida, que una vez más descubre un
sentido para su vida y presta ayuda. Está el escritor que, en medio de la
epidemia, sólo busca el tan anhelado título de su libro, y está el criminal
que se beneficia de la plaga porque la policía tiene otras preocupaciones. Y,
por último, tenemos los eventos paradójicos: la esposa del doctor que se
queda fuera de la ciudad, pero muere mientras que él tiene que quedarse
dentro y sobrevivir. Y por supuesto, siempre se trata de interpretar los
eventos. El doctor es ateo. No cree en ningún sentido sobrenatural. De manera
existencialista, busca su propósito personal en la rebelión contra la muerte
para salvar algo de la humanidad. Su contraparte es el cura, que primero -
como sucede a menudo - con una precipitada interpretación trae a Dios al
juego como autor y supervisor moral: Tenía una voz fuerte,
apasionada, que arrastraba, y cuando atacaba a los asistentes con una sola
frase vehemente y remachada: "Hermanos míos, habéis caído en desgracia;
hermanos míos, lo habéis merecido", un estremecimiento recorría a los
asistentes hasta el atrio. [...] Si hoy la peste os atañe a
vosotros es que os ha llegado el momento de reflexionar. Los justos no
temerán nada, pero los malos tienen razón para temblar. En las inmensas
trojes del universo, el azote implacable apaleará el trigo humano hasta que
el grano sea separado de la paja. Habrá más paja que grano, serán más los
llamados que los elegidos, y esta desdicha no ha sido querida por Dios.
Durante harto tiempo este mundo ha transigido con el mal, durante harto
tiempo ha descansado en la misericordia divina. Todo estaba permitido: el
arrepentimiento lo arreglaba todo. Y para el arrepentimiento todos se sentían
fuertes; todos estaban seguros de sentirlo cuando llegase la ocasión. Hasta
tanto, lo más fácil era dejarse ir: la misericordia divina haría el resto.
¡Pues bien!, esto no podía durar. Dios, que durante tanto tiempo ha inclinado
sobre los hombres de nuestra ciudad su rostro misericordioso, cansado de
esperar, decepcionado en su eterna esperanza, ha apartado de ellos su mirada.
Privados de la luz divina, henos aquí por mucho tiempo en las tinieblas de la
peste. [...][2] En la actualidad, las interpretaciones
similares también son comunes. Resulta extrema la interpretación de muchos
predicadores evangélicos, que atribuyen la pandemia a un castigo de Dios por
alejarnos de Él y de la religión. El castigo tiene que llevar a la humanidad
al arrepentimiento. Una variante más moderada habla del sentido oculto en el
sufrimiento que Dios permite, un propósito que comprenderemos eventualmente.
Pero esta correlación directa entre el sufrimiento y Dios siempre ha
suscitado resistencia. ¿Cómo puede un Dios benevolente permitir tanto
sufrimiento? La pregunta está dirigida
también en contra de nuestra imagen acostumbrada de Dios. El rabino
norteamericano Harold Kushner se rebela contra ella
con motivo de su experiencia personal de sufrimiento. Su hijo murió a la edad
de 14 años de una enfermedad congénita incurable. En su libro "Cuando a
la gente buena le pasan cosas malas", Kushner
se pregunta cómo Dios pudo permitir este sufrimiento, ya que ni él ni su
familia merecían tal destino. No puede explicar su sufrimiento con las
interpretaciones tradicionales de sufrimiento. Dios como verdugo, como
instructor o como el que pone a prueba nuestra fe, todas estas
interpretaciones no le ayudan en su situación terrible, cuando tiene que ver
a su hijo sufrir y morir. ¿Y cómo puede Dios permitir todos estos trágicos
accidentes, se pregunta Kushner? ¿Serán una
advertencia? "Estoy furioso con aquellos que piensan que Dios crea a los
niños discapacitados para que la gente desarrolle compasión y gratitud."
Kushner no puede reconciliar la experiencia del
sufrimiento de su hijo con la imagen de un Dios todopoderoso. De modo que no es sólo la
pandemia, sino todas las experiencias de sufrimiento y maldad en el mundo las
que ponen en duda la fe en un Dios todopoderoso y al mismo tiempo
benevolente, al menos para los creyentes. La pregunta "¿Por qué Dios
permite eso?" va en dos direcciones: pone en duda a Dios, o al menos a
nuestra imagen de Dios, y cuestiona nuestra fe. Por un lado, se tiene que
justificar a Dios; por el otro, la fe ante el sufrimiento y el mal. Las
preguntas pueden tomar diferentes formas: pueden ser una súplica de
entendimiento a Dios (¿Cómo se ha de entender el mal dentro de la creación y
a nosotros mismos/as ante el mal?), o una queja (¿Por qué tengo que sufrir esto?),
una acusación (¿Por qué permitiste que esto sucediera?) o una demanda de
justificación (¿Cómo puedes querer ser Dios y permitir que esto suceda?). Una fe que reclama cierta
plausibilidad para la interpretación de la vida y el destino, no puede evitar
abordar estas interrogantes o retroceder a moralismos banales. Incluso si al
final no pudiera haber una explicación humana suficiente para la acción de
Dios, los intentos de respuesta no deben estar en clara contradicción con el
mensaje bíblico y con la autodefinición de Dios en Jesucristo. Si la
proclamación cristiana de un Dios humanitario quiere tener una coherencia
interna, también debe ser capaz de reconciliar las preguntas del sufrimiento
y del mal en el mundo con esta pauta. Volvamos a examinar el problema básico: 2. El problema básico de la teodicea El sufrimiento y el mal en el
mundo ponen en tela de juicio dos cualidades fundamentales que atribuimos a
Dios: por un lado, su omnipotencia, por otro, su bondad. Las conclusiones del
sufrimiento vivido son: a) Si experimento este sufrimiento inmerecidamente y
Dios no quiere impedirlo (o incluso lo envía), no puede ser bondadoso. b) Si
experimento este sufrimiento y Dios no puede impedirlo, no puede ser
omnipotente. Así, el sufrimiento vivido se convierte en el mayor reclamo a la
fe en Dios. "El sufrimiento es la roca del ateísmo" es una tesis
común de los agnósticos. La experiencia cotidiana lo confirma. ¿Con qué
frecuencia se oye la expresión "gracias a Dios" cuando en una pandemia
alguien confirma que aún está sano? Pero cuando el virus ataca a la propia
familia, surgen preguntas y dudas: "¿Por qué nosotros? ¿Cómo puede Dios
permitir que esto suceda?" Si observamos el problema
básico en la gráfica, se ponen de manifiesto dos errores de razonamiento en
estas conclusiones:
Por un lado, la omnipotencia
y la bondad son cualidades que según la concepción humana se atribuyen a Dios
o se cuestionan. La persona ya sabe lo que significa la omnipotencia y la
bondad antes de que Dios mismo revele cómo actúa como todopoderoso o
bondadoso o incluso como alguien completamente distinto. Por lo tanto, el
sufrimiento vivido pone en duda en primer lugar, nuestras propias ideas sobre
la omnipotencia y la bondad de Dios. La pregunta queda abierta y espera la
respuesta de Dios. En términos de nuestra relación con Dios, ésto es algo completamente diferente a un juicio final
sobre su naturaleza. Por otro lado, la gráfica
muestra cuál instancia es la que formula estos juicios. Es la razón humana.
Adopta un punto de vista neutral, por así decirlo, en relación con lo que
está sucediendo. Observa el sufrimiento y el comportamiento de Dios y se pone
en una posición de juez. Es fácil reconocer la típica comprensión moderna del
sujeto autónomo, que en este caso convierte a Dios en objeto de su juicio.
Sin embargo, ya en la Biblia encontramos este problema existencial, al igual
que en el filósofo Epicuro en la antigüedad. 3. Intentos de respuesta de la Biblia Cuando preguntamos a la
Biblia sobre el problema del sufrimiento y el mal en el mundo solamente se
puede hablar de intentos de respuesta. A la vez, ya tenemos la primera
observación importante: la Biblia tampoco ofrece una solución elaborada al
problema, más bien, documenta la manera en cómo las personas creyentes han
lidiado con la problemática del sufrimiento, cuáles respuestas se han dado y
luego vuelto a replantear. Este proceso se puede observar con gran claridad
en el Libro de Job. Un libro entero dedicado a la pregunta "¿Por qué?”.
Describe la vida de una persona piadosa, sus golpes del destino y sus
intentos de afrontarlos manteniendo su fe. En la figura de Job se reflejan al
mismo tiempo la historia y las experiencias de todo un pueblo. Intenta lidiar
con la mayor catástrofe histórica y política que haya experimentado el pueblo
de Israel en los tiempos bíblicos: la derrota contra los babilonios, la
pérdida de tierras, de su rey y del templo, así como la expulsión hacia el
exilio. Esta catástrofe nacional fue al mismo tiempo una catástrofe
religiosa. ¿Acaso dejaron de ser válidas las antiguas promesas al pueblo de
Israel? ¿Había renunciado Dios a su alianza con Israel? Incluso después de la
liberación del exilio, un pueblo entero está luchando aun para hacer frente a
esta catástrofe. Éste es el trasfondo del libro de Job y el tema se
desarrolla allí, como siendo revivido en el destino de una sola persona. Job
tiene que comprender las explicaciones tradicionales del mundo y las
interpretaciones de la vida, y tiene que buscar nuevas respuestas y formas.
Por lo tanto, Job se encuentra en un punto similar al que estamos hoy en
medio de la pandemia COVID-19. ¿Ha
merecido la persona este destino? ¿Por qué afecta el virus a todo un pueblo y
al mundo entero? ¿Acaso Dios ha abandonado su auxilio? El libro de Job desarrolla
tres intentos clásicos de respuesta: En el marco de la narración
del libro (capítulos 1-2 y 42.7-17), Dios le da mano libre a Satán para
torturar a Job para poner a prueba su fe. Llegó el día en que los
ángeles debían hacer acto de presencia ante el SEÑOR, y con ellos llegó
también Satán para presentarse ante el SEÑOR.
Y el SEÑOR le preguntó: —¿De dónde vienes? —Vengo de rondar la tierra, y de recorrerla de un extremo a otro —le
respondió Satán —¿Te has puesto a pensar en mi siervo Job? —volvió a preguntarle
el SEÑOR—. No hay en la tierra nadie como él; es un hombre recto e
intachable, que me honra y vive apartado del mal. Y aunque tú me incitaste
contra él para arruinarlo sin motivo, ¡todavía mantiene firme su integridad!
—¡Una cosa por la otra! —replicó Satán—. Con tal de salvar la vida, el hombre
da todo lo que tiene. Pero extiende la
mano, hiérelo ¡a ver si no te maldice en tu propia cara! —Muy bien —dijo el SEÑOR a Satán—, Job está
en tus manos. Eso sí, respeta su vida.
Dicho esto, Satán se retiró de la presencia del SEÑOR para afligir a
Job con dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla. Y Job, sentado en medio de las cenizas,
tomó un pedazo de teja para rascarse constantemente. Su esposa le reprochó: —¿Todavía mantienes
firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete! Job le respondió: —Mujer, hablas como una
necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo
malo? A pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra (cap. 2, NVI). Sin embargo, en vista de la
magnitud del sufrimiento, esta interpretación del mismo no se sostiene como
prueba. La acción de Dios, que entrega a Job a Satán para ganar su apuesta
por la piedad de Job, parece demasiado injusta. En la siguiente sección de
diálogo del libro (cap. 3-42,6), Job considera los intentos de consuelo de
sus tres amigos. Representan nuevos intentos de responder a la problemática
del sufrimiento. El primer amigo, Elifaz de Teman, declara como sigue: Tal vez no puedas aguantar
que alguien se atreva a decirte algo, pero ¿quién podría contener las
palabras? Tú, que impartías instrucción a las multitudes y fortalecías las
manos decaídas; tú, que con tus palabras sostenías a los que tropezaban y
fortalecías las rodillas que flaqueaban; ¡ahora que afrontas las calamidades,
no las resistes!; ¡te ves golpeado y te desanimas! ¿No debieras confiar en que temes a Dios y
en que tu conducta es intachable?» Ponte a pensar: ¿Quién que sea inocente ha
perecido? ¿Cuándo se ha destruido a la gente íntegra? La experiencia me ha enseñado que los que
siembran maldad cosechan desventura.
El soplo de Dios los destruye, el aliento de su enojo los consume
(4.2-9, NVI). ¡Cuán dichoso es el hombre a
quien Dios corrige! No menosprecies la disciplina del Todopoderoso. Porque él hiere, pero venda la herida;
golpea, pero trae alivio (5.17-18, NVI). Elifaz argumenta, que donde hay sufrimiento
también debe haber culpa, por lo que el funesto destino debe ser considerado
como un castigo de Dios. Así que le aconseja a Job que acepte el castigo
y reflexione. Después de las
interpretaciones de prueba y castigo, Eliú, otro
amigo, le ofrece nuevos consejos a Job: Me parece haber oído que
decías (al menos, eso fue lo que escuché): “Soy inocente. No tengo pecado.
Estoy limpio y libre de culpa. Sin
embargo, Dios me ha encontrado faltas; me considera su enemigo. Me ha sujetado los pies con cadenas y
vigila todos mis pasos.”» Pero déjame decirte que estás equivocado, pues Dios
es más grande que los mortales. ¿Por
qué le echas en cara que no responda a todas tus preguntas? Dios nos habla
una y otra vez, aunque no lo percibamos.
Algunas veces en sueños, otras veces en visiones nocturnas, cuando
caemos en un sopor profundo, o cuando dormitamos en el lecho, él nos habla al
oído y nos aterra con sus advertencias para apartarnos de hacer lo malo y
alejarnos de la soberbia; para librarnos de caer en el sepulcro y de cruzar
el umbral de la muerte. [...] Todo esto Dios lo hace una, dos y hasta tres
veces, para salvarnos de la muerte, para que la luz de la vida nos alumbre
(33,8-18; 29-23, NVI). El sufrimiento como
instrumento de enseñanza y como advertencia - este es un tercer intento de interpretación y
actual al día de hoy. Gráficamente, las interpretaciones se presentan de esta
manera:
Sin embargo, Job se resiste a
las tres respuestas e insiste en la piedad y la justicia que ha practicado
hasta el momento. Argumenta que con ello no se justifica su destino. Pasa
entonces de la queja por su sufrimiento hasta el reproche a Dios. Lo percibe
como un perseguidor, un enemigo, un gobernante injusto, más sin embargo se
aferra a él y exige su atención. Lo que la Biblia escenifica
en la figura de Job es una ruptura completa con las interpretaciones
anteriores del sufrimiento. Todas estas explicaciones anteriores se basan en
la relación entre la acción y la consecuencia, es decir, ponen el
comportamiento de una persona o un pueblo -bueno o malo- en una ecuación
calculada con el destino que les espera. Así es como se justifica a Dios. Él
es el quien debe vengar el mal. Así se justifica el sufrimiento del ser
humano. El sufrimiento surge con un propósito superior, ya sea el castigo,
las pruebas o la enseñanza. Job rompe con ambos esquemas. Su sufrimiento es
desproporcionado respecto a su estilo de vida. De este modo, anticipa la
experiencia de sufrimiento inmensurable de todas las generaciones
posteriores: desde la conquista en el siglo XVI hasta el terremoto de Lisboa
en 1753, desde las dos guerras mundiales hasta el holocausto del siglo XX. Después
de todas estas experiencias, seguir hablando del sufrimiento como castigo de
Dios, como lo hace el cura en la "Peste" o los predicadores
evangélicos, sólo puede ser considerado como una burla a las víctimas del
sufrimiento. Son demasiado evidentes las contradicciones: - La primera contradicción es: no hay proporción entre la culpa
y el sufrimiento en nuestro mundo. El genocidio o las pandemias causan tanto
sufrimiento inocente que no puede atribuirse a la culpa. Una explicación
razonable se manifiesta como un frío cálculo apático. - La segunda contradicción sostiene: no hay ninguna intención instructiva detrás del
sufrimiento. El sufrimiento también puede ser tan fuerte que una persona ya
no es capaz de oír e interpretar - como Job. Una enseñanza a costo de
millones de muertes no es enseñanza, sino sadismo. - La tercera contradicción pregunta: ¿Qué concepción inhumana del ser humano está
detrás del dogma de la venganza? Cuando la vida en piedad es recompensada
pero la vida en maldad es castigada, el ser humano se convierte en un objeto
divino de prueba o un conejillo de Indias en el que Dios realiza sus
experimentos de enseñanza. - La cuarta contradicción se dirige al mismo Dios: ¿Qué imagen impía
de Dios está detrás de tal dogma de venganza? ¿Tendrá Dios que probar su
omnipotencia frente a los impotentes? ¿Debe Dios glorificar su grandeza a
expensas de otras personas indefensas? Al final del libro, Job
resulta estar en lo correcto, cuando Dios le valida con su respuesta: El Señor se dirigió a Elifaz de Temán y le dijo:
«Estoy muy irritado contigo y con tus dos amigos porque, a diferencia de mi
siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad (42,7, NVI). Cuando las interpretaciones
clásicas ya no son válidas, uno ciertamente debe preguntarse ¿cómo entonces
pueden ser reconciliados entre sí la creencia en un Dios amoroso y el
sufrimiento vivido y el mal en el mundo? A pesar de esto, las viejas
interpretaciones sí pueden dar un primer indicio, si se dirige la
interrogante hacia cuál es la problemática de la imagen de Dios que están
tratando de resolver. 4. Interpretaciones dualistas
o monistas Para los pensadores
filosóficos o teológicos siempre ha estado claro que el sufrimiento sólo
puede tener un origen dualista o un fondo monista. El dualismo es una
solución que sostiene a Dios como un principio bueno que no es responsable
del mal en el mundo. En consecuencia, contra Él se afirma un principio
maligno como autor independiente del mal.
Este pensamiento aparece en forma personificada en la Biblia en la
figura de Satán o de un ángel caído. Sin embargo, el principio dualista corre
el peligro de limitar a Dios como la realidad que todo lo determina. Esto
habla a favor de buscar el origen del bien y del mal en Dios mismo, es decir,
pensar de manera monista. Entonces, naturalmente, uno necesita las
explicaciones de cómo ambos pueden ser reconciliados en Dios sin que éste sea
dividido nuevamente en dos deidades o principios. Castigo, prueba y enseñanza
deben ser entendidos como formas de pensar para aferrarse al único Dios y
reconciliarlo con el mal. Pero el cuestionamiento descrito de la imagen del
ser humano y de la imagen de Dios desafía nuevos enfoques, para llegar a un
entendimiento de la ambigüedad de la vida y la fe. Hay tres argumentos en la discusión
de la teodicea que me parecen innovadores, sin que ninguno de ellos logre dar
una respuesta definitiva. 5. Intentos teológicos y filosóficos para
responder a la cuestión de la teodicea 5.1 Martín Lutero Lutero revolucionó el enfoque
teológico al partir estrictamente desde el deus revelatus
(Dios revelado) en Cristo. De esta manera se despide de un concepto
filosófico de Dios que quiere hacer accesible a Dios a través de la razón
humana. Sobre Dios sólo se puede decir lo que él mismo ha revelado en Cristo.
De esta manera, la cruz de Cristo, como el punto más bajo de su existencia
humana, se mueve al centro de la epistemología. En su Disputación
de Heidelberg define claramente este contraste como diferencia entre una
teología de la gloria y una teología de la cruz.[3]
En la Pasión y la Cruz de Cristo, Dios se revela precisamente no como el
autor del sufrimiento y del mal, sino como quien lo sufre. Tal imagen de Dios
contradice fundamentalmente todas las operaciones racionales para llevar a
Dios y al mundo a una relación armoniosa. Por eso Lutero también llamó a su
teología de la cruz una teología paradójica. Dios trabaja sub contrario
(bajo su oposición). Lo que significa la bondad de Dios y la omnipotencia de
Dios no siempre resultan claras para la especulación humana. Estas
características deben determinarse primero de nuevo a partir de la cruz. La
bondad de Dios reside en la solidaridad y la compasión de Jesús hasta el
último momento en la cruz. La omnipotencia de Dios no es la autoría absoluta
de todo, sino el poder del amor que resiste al mal, permanece fiel a sí mismo
y vence al mal precisamente a través de esto (la resurrección). Por lo tanto,
este Dios, que se define en el sufrimiento, se convierte para Lutero en un
consuelo en la tentación y el sufrimiento. Con este principio de reconocimiento,
Lutero pone a Dios del lado de los que sufren. Naturalmente aún queda
abierta la pregunta acerca del origen del sufrimiento y el mal. Lutero
reacciona a esta pregunta hablando del deus absconditus
(Dios escondido). A menudo se ha entendido esto como la introducción de un
dualismo en el propio Dios, especialmente en el nuevo Luteranismo de los
siglos XIX y XX. Entonces se encontrarían dos principios opuestos
irreconciliables o incluso opuestos en Dios. Pero en Lutero domina el
principio inicial del deus crucificatus.
Como tal, la revelación de Dios es clara. Se supone que la figura del deus
absconditus capture el lado inexplicable de
Dios. Evita que el origen del mal se atribuya a otro principio o a un
oponente de Dios. Así como Dios se revela en Cristo y al mismo tiempo se
envuelve en un velo (teología de la cruz), también se encuentra en la
historia bajo “máscaras y larvas”. En ausencia de revelación, allí es difícil
o imposible de reconocer. Pero para Lutero es importante contar con ese lado
tan oscuro de Dios, porque sólo así sigue siendo la realidad que todo lo
determina. De acuerdo con ésto, Dios también sostiene en sus manos el sufrimiento,
el mal y al malhechor y sus acciones, de modo que este último no puede romper
el anillo de hierro de su voluntad, sino que debe caminar dentro de él,
aunque sea en la dirección equivocada. Dios sigue siendo bueno, aun cuando
las herramientas con las que trabaja sean malas. Dios tampoco empuja a las
personas hacia el mal y el sufrimiento, sino que las encuentra de esta manera
(inveniens, non creans)
e incluye en sus acciones tanto al hombre como a la voluntad de Satán (de
quien Lutero aún habla de manera muy personalizada). La omnipotencia de Dios
obstaculizó precisamente la intención más íntima de la impiedad, la voluntad
de ser liberado de Dios. Por consiguiente, Lutero
entiende con mucho realismo el mundo como un campo de batalla. Aunque
descansa en la omnipotencia de Dios, es sin embargo el dominio del
"príncipe de este mundo", Satán, quien él conduce a su conducta
tentadora y desconcertante. El ser humano está involucrado en esta batalla
entre dos poderes o principios y está a su merced. Esta polaridad sólo se
disolverá de manera escatológica cuando el amor de Dios se afirme y demuestre
ser omnipotente. Esto tiene dos consecuencias para Lutero: Por una parte,
cambia el concepto del último día. Así como para los cristianos la muerte
pierde su horror, el Último Día se convierte en un "querido Último
Día" a pesar de la rendición de cuentas y el juicio, porque a través del
juicio se abre la salvación; por otra parte, con esta perspectiva
escatológica Lutero puede captar el camino de la justicia de Dios y al mismo
tiempo dejarlo abierto. Al final de su escrito en
contra de Erasmo de Rótterdam “La voluntad
determinada“[4],
desarrolla una teoría sobre una luz triple: A la luz de la naturaleza,
es inexplicable que haya justicia cuando una persona buena está aquejada y
una persona mala está bien. Pero eso lo resuelve la luz de la gracia.
Ésta asegura al bien que Dios está presente incluso en el mal vivido y en el
sufrimiento. A la luz de la gracia, sin embargo, sigue siendo inexplicable
por qué unos llegan a creer en la gracia de Dios y otros no; por qué, por lo
tanto, unos serán justificados y otros condenados. Esto sólo lo puede
explicar la luz de la gloria. Sólo ante Dios se mostrará cómo su
justicia, que consideramos incomprensible, establece sin embargo una justicia
final. Así como la luz de la gracia aclara lo inexplicable de la luz de la
naturaleza, así lo inexplicable en la luz de la gracia se aclarará en la luz
de la gloria. Por ende, lo que se puede
deducir del enfoque de Lutero sobre la cuestión de la teodicea son tres
conclusiones: (1) El
conocimiento de Dios debe resultar de su autodefinición en el caso de Jesucristo,
agudizado en el caso de la cruz, no de la razón humana especulativa. (2) La
cuestión de la teodicea debe ser clarificada de manera monista para mantener
la superioridad de Dios sobre el mal. Esto es el resultado de la cruz (compasión)
y la resurrección (superación del mal). (3) Este
enfoque tampoco conduce a una respuesta definitiva a la pregunta, sino que
debe permanecer escatológicamente abierto. De esta manera se preserva la
diferencia entre el Creador y la criatura. 5.2 Gottfried Wilhelm Leibniz
(1646-1716) En el siglo XVIII, el
filósofo, matemático y teórico de la ciencia Leibniz desarrolló un enfoque
sobre una base racional de la cuestión de la teodicea que sigue siendo válido
hoy en día.[5]
Leibniz parte de la tesis de que Dios creó el mejor de todos los mundos
posibles en su creación. Esto se deriva de la naturaleza de Dios. Si el mundo
creado no fuese el mejor, habría uno mejor, entonces Dios o bien no lo habría
conocido, entonces no sería omnisciente; o bien no habría podido conocerlo,
entonces no sería omnipotente; o bien no lo habría querido, lo que estaría en
contradicción con su bondad absoluta. Ahora bien, ¿cómo pueden
justificarse la sabiduría, el poder y la bondad de Dios ante el mal en el
mundo creado por él? Para ello Leibniz hace una distinción innovadora entre tres
tipos de males en el mundo: (1) El mal metafísico: resulta de la
finitud del mundo creado. Es inevitable. De lo contrario, Dios no podría
haberlo creado como mundo. Incluye la muerte, el sufrimiento y todos los
fragmentos de vida. 2) El
mal físico: El sufrimiento y el dolor de todo tipo surgen necesariamente
del mal metafísico, como los desastres naturales o el sufrimiento causado por
seres humanos imperfectos, como violencia, guerra y opresión. (3) El mal moral: Es el mal ético de las
acciones humanas. Dios le ha dado al ser humano la libertad de elegir sus
acciones. Sin esta libertad, el mundo creado habría sido menos perfecto. Sin
embargo, esta libertad necesariamente incluye la posibilidad de su abuso, y
por lo tanto la posibilidad de un mal moral. Leibniz también combina su
teoría de una "armonía pre-establecida" del mundo, en la que todo
funciona en armonía a pesar de los males, con la idea de una solución
escatológica: Dios también utiliza el mal para alcanzar los objetivos de su
plan mundial y así dejar que del mal emerja el bien, que está en mayoría. Con su teoría especulativa,
Leibniz claramente queda detrás del nuevo paradigma teológico de Lutero y
busca una explicación racionalmente plausible del mundo. Sin embargo, se
pueden obtener importantes conclusiones precisamente a partir de su
distinción de los males: Los desastres del mundo no deben ser simplemente
equiparados con el mal del mundo. Los males físicos como los desastres
naturales causados por un tsunami o un terremoto, que pueden costar muchas
vidas, son meramente eventos naturales. Pero no tienen ninguna cualidad
moral. No se les puede asignar el atributo moral de "maldad". A
este respecto, Leibniz da una explicación plausible con la referencia a la
diferencia metafísicamente necesaria entre la perfección y la imperfección,
entre el infinito y la finitud. La vida finita sólo tiene lugar en la
polaridad de crecimiento y decadencia, de frío y calor, de día y de noche. A
este respecto, los males físicos forman parte del proceso de desarrollo de la
vida. Por supuesto, hay que preguntarse cuáles supuestos desastres naturales
son en realidad causados por los seres humanos. Esta es la interrogante
actual en relación a la destrucción del medio ambiente, la contaminación del
aire y también las pandemias. Atribuir los males morales a la libertad humana es
un paso decisivo en la discusión de la teodicea. Desafía la responsabilidad
humana. Hace que la acción humana esté sujeta a la crítica y a la obligación
de responsabilidad. Apunta a un ethos que
persigue una vida digna para todos. Así, la idea de la libertad desmantela el
traslado de la responsabilidad a un Dios conceptuado metafísicamente que
actúa como guía de la historia y el destino del individuo. 5.3 Karl Barth La respuesta teológica
probablemente más radical en relación con la teodicea proviene del teólogo
suizo Karl Barth.[6] Barth cuestiona
la interrogante en sí misma. No podemos, como Leibniz, adoptar un punto de vista
atemporal y justificar a Dios desde una visión global del cosmos, ni podemos,
como Lutero, adoptar una perspectiva escatológica y, por tanto, negarnos en
última instancia a encontrar una solución. En lugar de buscar una
solución teórica, Barth se aferra al evento del
mismo Jesucristo. Se debe reconocer entonces a Dios como el que justifica al
que sufre, porque en Cristo asume la injusticia y el sufrimiento
experimentados por él. Barth lo interpreta como una
elección o autodefinición de Dios. Sin embargo, debe preguntarse de dónde
viene el sufrimiento y el mal en el mundo, cuando Dios claramente se pone del
lado de la persona que sufre, es decir, no quiere el mal. El mal está relacionado con
esta falta de voluntad de Dios. Toda
la creación con sus aspectos de luz y sombra (bien y mal), desde la
perspectiva de Cristo, está destinada al bien. Junto al lado oscuro de la
creación, que está condicionado por su finitud (por ejemplo, el mal físico de
Leibniz), existe lo que Barth llamó "nihil”
(nada). Es el poder que en realidad no existe por voluntad de Dios, pero que
sin embargo, en la realidad, desarrolla fuerza y amenaza a la creación. Barth habla de la "imposibilidad ontológica".
El nihil es lo que no es elegido y creado por Dios. Creando, Dios
elige, afirma y quiere ciertas cosas para el ser de la criatura y obra en
consecuencia. Pero precisamente haciendo esto, también define implícitamente,
por así decirlo, lo que no elige, lo que niega y no quiere. Ahora bien, esta
negación también tiene el poder de Dios. Invoca a su objeto de la nada, le da
definición y por lo tanto una especie de realidad. El nihil es lo que está destinado a
perecer, "frontera que cede", "sombra que huye". ¿Cómo
debe entenderse ésto? Al elegir a los seres humanos
como contrapartes y socios, es decir, al elegir la libertad, la
responsabilidad y la comunidad para los seres humanos, Dios está, por así
decirlo, desechando la determinación, la arbitrariedad y el egocentrismo. Sin
embargo, con la elección positiva de Dios, lo negativo se introduce como
realidad potencial. Puede infectar a la persona a través del pecado y
convertirse en la realidad actual. De esta forma, Barth
ve que el mal no se remite al Creador ni a la mera actividad del hombre.
Tampoco se puede hacer de él un principio independiente, un contra-principio
dualista a Dios. Un ejemplo bíblico puede ilustrar esta consideración: La creencia de Israel en
Yahvé después de la liberación de Egipto fue la confesión del Dios Único y al
mismo tiempo la eliminación y el rechazo de otros dioses, es decir, en última
instancia, la afirmación de su inexistencia. Aún así, desarrollaron un poder
que provocó que el pueblo construyera el Becerro de Oro, es decir, dieron
realidad a algo que Dios no había querido. A modo de contra-idea, tiene una
realidad potencial. ¿Qué nos
dejan estas consideraciones? 1) Barth se aferra a una solución monista de la cuestión de
la teodicea. El mal permanece integrado en Dios, sin ser deseado. No tiene
una realidad autónoma propia. (2) Barth no se deja
seducir por el concepto moderno de liber-tad, que
ya aparece en Leibniz, para justificar el mal moral basándose únicamente en
la elección equivocada del ser humano. La libertad no es la libertad absoluta
de elección. Eso presupondría una persona libre de pecado. Más bien, Barth reconoce en el mal un poder potencialmente
existente que utiliza el pecado del hombre para convertirse en realidad. (3) A
semejanza de Lutero, Barth parte de la voluntad
revelada de Dios para tratar de comprender el mal y su realidad. 6. La indagación de la teodicea como una búsqueda de una imagen supra naturalista de Dios Tomando el resultado positivo
de las tres posiciones presentadas, se puede resumir como sigue: La pregunta "¿Cómo puede Dios permitir
eso?" está mal formulada desde el inicio porque coloca a Dios a
distancia del mundo de una manera no bíblica y lo convierte en el origen del
mal o en un oponente del mismo con poder limitado. En el contexto de una imagen teísta o supra
naturalista de Dios, la interrogante que plantea la teodicea no tiene
respuesta y continúa siendo una pregunta constante para la fe cristiana. Así
que mientras se conciba a Dios como un ser sobrenatural, que se enfrenta
objetivamente al mundo, que todo lo condiciona y todo lo determina, su
relación con el mundo sigue siendo problemática. Ni como gobernante celestial
que lo dirige todo, ni como Padre misericordioso que cuida de las personas,
se puede pensar en Él sin entrar en conflicto con el mal que se vive
realmente en el mundo. Así como en el libro de Job se rompe la relación entre
lo que se hace y a lo que eso conlleva, así también se rompe la certidumbre
en un ser celestial absoluto, debido a la magnitud del sufrimiento después de
dos guerras mundiales e innumerables genocidios. Así como un mundo sin Dios
se vuelve inhumano, igual de inhumano es un Dios sin mundo. Por lo tanto, cabe preguntarse desde el punto de
vista filosófico-racional, si Dios debe ser considerado como trascendente, es
decir, como un poder absoluto y desvinculado. Entonces destacaremos su
soberanía frente al mundo y la humanidad. O bien, si desde el punto de vista
bíblico, Dios debe ser entendido por su capacidad de relacionarse. Entonces
el foco de atención será su inmanencia en el mundo. Lutero y Barth lo dejaron claro con su propuesta del deus incarnatus. Necesariamente debe haber un cambio en el
modelo de pensamiento: en lugar de un modelo teísta de pensamiento (Dios
sobre nosotros), surge un modelo pan-en-teísta (Dios en todo). La
trascendencia (el más alla de Dios) y la inmanencia
(la permanencia en sí del mundo) ya no son absolutamente opuestas. Más bien,
la trascendencia se expresa en una aceptación afirmativa, crítica y
transformadora de la inmanencia. La trascendencia es el llamado al propósito
y es la meta de esta existencia en el mundo. Quien piensa teológicamente desde el principio de
la encarnación, no puede hablar de Dios sin hablar del mundo. Esta unidad ya
no puede ser concebida exclusivamente de manera personalizada, como se
manifestó históricamente en la persona de Jesús. El mismo Jesús ya estaba
anunciando la presencia continua de Dios en el mundo en la forma del
Espíritu, que crea, mantiene y renueva la vida. En consecuencia, Paul Tillich identificó a Dios con “fondo, poder y meta del
Ser”[7].
Siendo el destino del ser humano, lucha por la realización. Es nuevamente
entonces un hecho personal, cuando la esencia del ser se realiza en la
existencia del ser. ¿Qué significa ésto con
respecto al sufrimiento y al mal en el mundo? Dios como “fondo, poder y meta del Ser“, simboliza
lo bueno y el sometimiento del sufrimiento del mundo. La presencia de lo bueno conlleva a la vez a la potencialidad
del mal, que amenaza la existencia. Hablando desde el punto de vista personal, Dios,
como “fondo, poder y meta del Ser“, sufre cuando la persona no alcanza su
destino (experiencia de la cruz). Dios, como destino del ser humano, tiene el poder
de la realización contra el fracaso (experiencia de la resurrección). Dios, como “fondo, poder y meta del Ser“, involucra
al ser humano en el mundo en la lucha contra el sufrimiento y el mal. (10) El resultado del conflicto se anticipó contra
la aparición de la razón calculadora en el hecho de Jesucristo (resurrección
a un nuevo ser). Constituye el horizonte completo en la experiencia del
sufrimiento y el mal. 7. Conclusiones para la cuestión de la teodicea La pregunta "¿Por qué
Dios permite que eso suceda?" debe ser reemplazada por la pregunta:
"¿Por qué el ser humano permanentemente fracasa en su destino de
vivir en armonía consigo mismo, con sus semejantes y con la naturaleza?”
La respuesta a esta pregunta -teológicamente hablando- debe buscarse en el
pecado, si no quiere interpretarse como un error moral ante una ley ajena
(heteronomía), sino más bien como la incapacidad de vivir en armonía con el
propio destino más profundo (teonomía). Esto
precisamente es lo que la tradición teológica ha denominado con el concepto
de pecado original (peccatum originale). Es este "nihil" que
amenaza constantemente a la creación y que a pesar de todo está rodeado por
la voluntad reconciliadora y redentora de Dios. El manejo apropiado de la
discusión de la teodicea reside en un ethos
crítico y transformador, una postura que, de forma consciente, se auto
cuestiona constantemente y genera nuevos comportamientos desde la visión de
una vida según el Espíritu de Dios. En la pandemia de COVID 19 esta postura
gozaría de gran actualidad. La pandemia no debe ser aceptada como un castigo
o una herramienta didáctica por un gobernante divino, ni puede ser
simplemente atribuida al lado oscuro de la creación (el mal físico). Más
bien, debe cuestionarse el manejo "pecaminoso" del ser humano y la
naturaleza (mal moral), que destruye los fundamentos de la vida y se venga en
la pandemia. Detrás de esto se esconde también la preocupación más profunda
con respecto a la fascinación que tiene un estilo de vida destructivo para
una parte de la humanidad, a raíz de la cual se influye en la creación de un
sistema destructivo de economía, política y comunicación. Desde esta perspectiva, se
deben analizar y transformar, por ejemplo, los siguientes problemas globales: • La construcción del mundo como una aldea global Debido
al movimiento internacional de personas y mercancías, los patógenos microbiológicos
pueden llegar a cualquier lugar del mundo en el menor tiempo posible (se
calcula que en 36 horas). • El ritmo progresivo de la urbanización La
mayoría de la población mundial vive hoy en día en las ciudades. La densidad
de población y las condiciones higiénicas a menudo deficientes favorecen la
propagación de los patógenos. • La deforestación acelerada La
deforestación de grandes selvas como el Amazonas favorece las epidemias, ya
que los animales salvajes son expulsados de sus hábitats naturales y entran
en contacto con las personas con mayor frecuencia. Como consecuencia, aumenta
la transmisión de patógenos (enfermedades zoonóticas). • El cambio climático Según
apreciaciones de la OMS, uno de los efectos negativos del cambio climático es,
entre otros, que crea las condiciones climáticas para la propagación de
ciertos patógenos. • Desplazamiento y expulsión en todo el mundo El
número de personas a nivel mundial que se encuentran huyendo de guerras,
conflictos, persecución, pobreza y desastres naturales nunca ha sido tan alto
como hoy en día. A finales de 2019, según la ONU, el número de personas
consideradas refugiados fue de 79,5 millones en todo el mundo, lo cual
representa más del uno por ciento de la población mundial. El número de personas
que huyen se ha duplicado desde 2010. Los desplazados son particularmente
vulnerables a las enfermedades infecciosas como el sarampión, el paludismo,
la diarrea y las enfermedades respiratorias. En la novela "La
Peste", citada al inicio, el predicador Paneloux
pronuncia un segundo sermón, muy diferente, después de haber presenciado la
horrenda muerte de un niño. Decía, poco más o menos, que
no hay que intentar explicarse el espectáculo de la peste, sino intentar
aprender de ella lo que se puede aprender. Rieux
comprendió confusamente que, según el Padre, no había nada que explicar.
[8] Este distanciamiento de las
explicaciones precipitadas de la pandemia es el primer paso necesario para
reconocer en completa libertad la responsabilidad propia. Bibliografía Barth, Karl. Kirchliche Dogmatik II,3.
Zollikon-Zürich: Theologischer Verlag Zürich, 1950. Camus, Albert. La peste (ebook). Barcelona: piolín, 2012. Hoffmann, Martin. La locura de la cruz. La
teología de Martín Lutero. Textos originales e interpretaciones. San
José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), 2014. Leibniz, Gottfried Wilhelm. La Teodicea, o,
Tratado sobre la liberatad del hombre y el origen
del mal. Madrid: Aguilar, sin año. Lutero, Martín. “La Disputación
de Heidelberg – Conclusiones y pruebas de las conclusiones” (1518), en Obras
de Martín Lutero, Tomo I. Versión castellana directa de Carlos Witthaus. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1967, 29-46. _____. La
voluntad determinada. En Obras de Martín Lutero. Tomo IV. Editado
por Erich Sexauer. Buenos Aires: Editorial Paidós,
1976, 33-333. Tillich, Paul. Teología Sistemática I.
3a edición. Salamanca: Sígueme, 1982. • • • * Martin
Hoffmann, Profesor de Teología Sistemática en la Escuela
de Ciencias Teológicas de la Universidad Bíblica Latinoamericana. m.hoffmann@ubl.ac.cr |
|
[1] Albert Camus, La peste, ebook, Barcelona: Piolín, 2012.
[2] Camus, La peste, 55-57.
[3] “La Disputación de Heidelberg – Conclusiones y pruebas de las conclusiones” (1518), en Obras de Martín Lutero, Tomo I. Versión castellana directa de Carlos Witthaus. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1967, 29-46; Selección en Martin Hoffmann, La locura de la cruz. La teología de Martín Lutero. Textos originales e interpretaciones. San José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI), 2014, 38-40.
[4] Martín Lutero, La voluntad determinada, en Obras de Martín Lutero. Tomo IV. Editado por Erich Sexauer. Buenos Aires: Editorial Paidós, 1976, 33-333.
[5] Gottfried Wilhelm Leibniz, La Teodicea, o, Tratado sobre la liberatad del hombre y el origen del mal, Madrid: Aguilar, sin año.
[6] Ver Karl Barth. Kirchliche Dogmatik.
II,3, Zollikon-Zürich: Theologischer Verlag Zürich, 1950, 327-425.
[7] Paul Tillich. Teología Sistemática I. 3a edición. Salamanca: Sígueme. 1982, 114-118.
[8] Camus, La peste, 128.