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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Vol. 40 No. 2 – Julio/Diciembre
2020 - San José, Costa Rica - ISSN
2215-602X Reflexiones teológico-pastorales en tiempos de pandemia |
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Reflexiones incipientes: Educaciones y resistencias en situación de pandemia y
pos-pandemia MARIA CECILIA LEME GARCEZ JOSÉ MARIO MÉNDEZ MÉNDEZ pp. 101-125 |
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Reflexiones
incipientes: Educaciones
y resistencias en situación de pandemia y pos-pandemia[1] Maria Cecilia Leme Garcez* José Mario Méndez Méndez** Resumen:
En este artículo se realiza
un abordaje crítico y con sensibilidad educativa de temas recurrentes en el
marco de la pandemia ocasionada por el nuevo coronavirus: el cuidado, la
(nueva) normalidad, la resistencia y la convivencia. Desde esta reflexión se busca
también analizar la relación que es posible establecer entre educación y
desarrollo, así como entre resistencia, educaciones y espiritualidades. El
actual contexto es percibido como una oportunidad para revisar la educación,
generar rupturas con el modelo hegemónico de desarrollo y promover procesos
más vinculados a la cotidianidad y más orientados a procurar justicia social
y cultural. Se trata de un trabajo basado en el análisis textual en diálogo
con el contexto en que acontecen los procesos educativos. Palabras
clave: Educación,
resistencia, convivencia, espiritualidades, cuidado. Abstract: In this article, a critical and educational approach to
recurring issues is made in the context of the pandemic caused by the new
coronavirus: care, (new) normality, resistance and coexistence. This
reflection also seeks to analyze the relationship that can be established
between education and development, as well as between resistance, education
and spiritualities. The current context is perceived as an opportunity to
review education, generate ruptures with the hegemonic model of development,
and promote processes that are more linked to daily life and more oriented to
procuring social and cultural justice. It is a work based on textual analysis
in dialogue with the context in which educational processes take place. Keywords: Education, resistance, coexistence, spiritualities, care 1.
Introducción Nuestro propósito, en esta breve
reflexión, es promover una aproximación a algunas ideas o categorías que
salieron a la luz en el marco de la actual crisis sanitaria provocada por la
rápida transmisión y contaminación del nuevo coronavirus denominado SARS-Cov2.
Una de ellas tiene que ver con las reiteradas orientaciones sobre el cuidado:
es necesario cuidarse personalmente, en familia y como comunidad, país y
planeta para alcanzar nuevamente la normalidad o, como algunas
personas prefieren decir, la nueva normalidad. Otra categoría que nos
parece medular en estos tiempos es la resistencia, relacionada con la
necesidad de soportar y/o enfrentar algunos cambios en la organización de la
vida a nivel personal, familiar y laboral. Por otro lado, nos interesa abordar
la categoría convivencia, pues la situación de pandemia ha llevado al distanciamiento
social como la más importante forma de combatir la propagación del virus
y, consecuentemente, de la enfermedad. Nos aproximaremos a estas categorías
-cuidado, (nueva) normalidad, resistencia y convivencia- desde una
sensibilidad educativa, sea para alimentar o para cuestionar el sentido y la
importancia que vienen asumiendo. Un punto de partida importante es la
convicción de que la educación es un quehacer socio-político-pedagógico,
resultado de la conjunción de factores cognitivos, afectivos, sociales y
simbólicos que están en constante movimiento de interacción. Por eso mismo,
el ser humano requiere un proceso educativo permanente de construcción
socio-cognitivo-afectiva en el que las personas educadoras asumen el
compromiso de favorecer el aprendizaje. Un papel de especial importancia en
este proceso lo asumen las instituciones educacionales y culturales, las
cuales cuidan y trabajan con personas y colectivos, y se preguntan cómo
contribuir mejor a la organización del tejido social. De esa manera inciden
en procesos de inclusión o exclusión social. Un segundo punto de partida es la
constatación de que la situación de pandemia que asoló el planeta debido a la
enfermedad Covid-19, ha cuestionado fuertemente las bases educativas que
venían sosteniendo las prácticas de diferentes instituciones educacionales y
culturales. Además, a raíz de la emergencia sanitaria en diferentes países y
a nivel global, vienen siendo cuestionados los grupos con más poder político
y económico, y a la vez son visibilizados con más claridad los problemas y
las crisis que, de alguna forma, estaban escondidos, legitimados y
justificados social y económicamente. Por eso, el análisis de la educación y
de los sistemas educativos debe estar asociado con los contextos sociales,
políticos, económicos y, actualmente, sanitarios, en donde se ubican. Si hay algo que ha quedado evidente en
estos meses pandémicos -tanto en Costa Rica como en otros países- es que el
coronavirus nos llegó con la fuerza suficiente como para remover los velos
que encubrían plagas ya añejas a las que nos habíamos venido acostumbrando y
que hemos ido naturalizando: las plagas de la desigualdad social, de la
violencia de género, de la violencia doméstica contra las personas menores de
edad, del menosprecio a la vida de las
personas mayores no “productivas”, de la politiquería, de la
destrucción de la “casa común”, de los templos convertidos en negocios, de la
cultura de individualismo y de la competencia, etc. En este sentido, la reflexión sobre la
educación en tiempos de pandemia no es solo una necesidad, sino que es una
urgencia. Además, entendemos que tal reflexión y el abordaje educativo del
cuidado, la (nueva) normalidad, la resistencia y la convivencia no pueden
estar ajenas al análisis de los modelos de desarrollo priorizados en la
mayoría de los países desde hace varios años, los cuales interfirieron
directamente en el aparecimiento de las “plagas sociales y económicas” que hoy
condicionan los modelos educativos. El crecimiento económico, alimentado
por la lógica capitalista y medible por índices relacionados con
industrialización, cifras económicas, movimientos de las bolsas de valores,
oscilación de monedas fuertes en el mercado internacional y movimientos de
inflación, entre otros, no significa, necesariamente, desarrollo o progreso,
y mucho menos garantiza una educación de calidad, cuidadora, resistente y convivencial. Las
teorías del desarrollo económico, en su amplia mayoría, están
indisolublemente unidas a la noción de progreso, que forma parte inseparable
del edificio que sustenta la civilización capitalista. Actualmente, hay
amplio consenso en que la noción de progreso, como fundamento ideológico del
capitalismo, dominado en la actualidad por la lógica de la necesidad del
capital de su concentración extrema en pocas manos, ha caído en un
estrepitoso fracaso ya que muestra su fuerza destructiva, no solo de la vida
social, sino incluso de la vida natural, poniendo en riesgo dimensiones
propias de la existencia humana. La idea de progreso que sustenta la
actualidad capitalista concibe el caminar humano al interior de un tiempo
lineal en el cual se transita una línea irreversible de continuidad
evolutiva. Así, la historia de la humanidad tiene un punto de origen que
estaría simbolizado por una supuesta barbarie, desde donde, siempre, luego de
cumplir determinados prerrequisitos, se podría avanzar hacia el punto de
llegada: la civilización. (Putero et al. 2016, 285). El actual cambio repentino y quizá
irreversible de las relaciones económicas ha cuestionado el modelo de
civilización y de “progreso económico” como la más importante meta de los
países. Este cambio tiene que ver también con la educación, pues detrás de
cada propuesta educativa hay un modelo civilizatorio que la nutre, la
sostiene y la atraviesa. El modelo civilizatorio dominante es, en realidad,
un modelo de convivencia que -para sostenerse- requiere de las desigualdades
y exclusiones. Para Raúl Fornet-Betancourt (2006)
se trata de un “modelo de desarrollo o paradigma civilizatorio reductor y homogeneizante cuya hegemonía supone justamente la
destrucción o al menos la desactivización y
neutralización de las alternativas cognitivas y tecnológicas de los
patrimonios culturales de la humanidad”. (p. 22). La pandemia nos está mostrando la
necesidad de hacer cambios más profundos y honestos con/en la realidad desde
los espacios, tiempos, modelos y procesos educativos: nos está enseñando que
la educación ya no puede estar al servicio de las demandas del libre mercado,
pues no es precisamente el mercado el que nos está ayudando a salir de la
crisis; por ende, la crisis pandémica nos invita a desvelar el modelo
civilizatorio del cual están impregnados los procesos educativos. Por otro
lado, la pandemia vino a cuestionar los supuestos del progreso y del
crecimiento económico, pues literalmente paralizó las actividades
comerciales y económicas a nivel mundial. En este sentido, obligó a hacer
muchos cambios en los ritmos de vida y de trabajo, en la forma en que nos
comunicamos, convivimos, consumimos, nos trasladamos o nos quedamos en casa,
nos divertimos o vivimos nuestras espiritualidades. Hizo necesarias también
adaptaciones en los sistemas educativos: asistimos al cierre de centros
educativos, a la implementación de modalidades no presenciales de mediación
pedagógica, a un mayor uso de internet para la comunicación entre las
personas que participan en los procesos educativos, a la realización de
ajustes en los programas y a la formación -a veces improvisada- de docentes
para el uso de entornos virtuales de aprendizaje, etc. ¿Qué está desapareciendo o perdiendo
sentido en la educación en el contexto de la actual crisis sanitaria nacional
y mundial? ¿Cuál educación puede nacer en este contexto? En esta breve
reflexión, buscaremos presentar algunos cuestionamientos y posibles caminos
educativos que están surgiendo en este tiempo de crisis. 2.
Hacia una educación cuidadora en
tiempos de pandemia y pos-pandemia El cuidado constituye una
exigencia de/en las relaciones verdaderamente educativas. El mundo científico
y tecnológico, y especialmente las transformaciones múltiples ocasionadas por
la crisis pandémica actual, han presentado nuevos y renovados desafíos,
paradigmas, lecturas, exigencias y compromisos. Entendemos que el papel
primordial de la educación debe ser el de incomodar, cuestionar y visibilizar
estos desafíos, y a la vez crear espacios educativos cuidadores que promuevan
en las personas la afirmación de una conducta interior que se identifica con
los valores éticos y se manifiesta, gradualmente, en la vida personal,
familiar, comunitaria y social. La adopción del cuidado como criterio y
estrategia pedagógica es particularmente urgente en tiempos en que la pandemia
ha mostrado muchas de las consecuencias de la cultura del descuido: la
desigualdad social, la agresión a la naturaleza, la violencia contra la
niñez, la violencia de género, la violencia doméstica. ¿Cómo el cuidado se ha incorporado a
la educación latinoamericana? ¿Cómo las perspectivas educativas cuidadoras
pueden iluminar la educación en tiempos de pandemia y pos-pandemia?[2] Un
aspecto que debe ser considerado en esta reflexión son las corrientes
educativas significativas en cada periodo histórico, las cuales no fueron
aplicadas y asumidas en los espacios educativos institucionales de forma
ingenua y lineal, sino que fueron naciendo, incorporándose y mezclándose con
las perspectivas pedagógicas ya existentes, hasta configurarse en una
renovada base de ideas e intereses. De esta forma, la educación
latinoamericana recibió influencia de distintas corrientes educativas,
absorbió diferentes intereses políticos y económicos, además de nutrirse de
los saberes y prácticas educativas de los pueblos autóctonos. Aunque no se
vislumbre un marco pedagógico común u homogéneo en América Latina, hay
importantes contribuciones de autores y autoras para la generación de un
pensamiento pedagógico propio y pertinente para el continente. Algunas de
estas contribuciones presentan, especialmente, ideas pedagógicas relacionadas
a las muchas facetas del cuidado y, por lo tanto, pueden colaborar
para la formación de personas, familias, comunidades, ciudades y sociedades
cuidadoras. En la línea de una pedagogía
cuidadora, creativa y coherente con las transformaciones sociales necesarias,
Aníbal Ponce argumenta que la educación influye de forma determinante en la
emancipación o alienación de las personas, y también en el apoyo o rechazo de
las condiciones históricas y sociales en las cuales viven. En otras palabras,
en las sociedades capitalistas la educación ha asumido un papel fundamental
para la producción y mantenimiento de la lucha de clases y, por lo tanto, de
las desigualdades económicas. Según Ponce, la educación que América Latina
necesita para alcanzar un verdadero desarrollo social y económico choca con
los intereses de la globalización industrial, pues son intereses antagónicos.
Queda a criterio de los países latinoamericanos, y del continente como
bloque, optar por un desarrollo inclusivo, solidario y cuidador, o por un
desarrollo económico excluyente, con apoyo de la instrumentalización
educativa. (Ponce 1994). María Teresa Nidelcoff,
por su parte, advierte que es necesario formar profesores pueblos, es
decir, profesionales comprometidos con un proceso educativo inserto en los
contextos culturales donde actúan junto a niños, niñas y adolescentes. El
papel de estos profesionales se contrapone al de los profesores policiales,
que serían los profesionales supuestamente neutros frente a la realidad. (Nildecoff 1974). La autora defiende una actuación docente
respetuosa de la pluralidad y comprometida con procesos de desarrollo local,
aspectos educativos imprescindibles en/para situaciones críticas, como la
crisis sanitaria que vivimos actualmente. Paulo Freire propone una educación
políticamente preocupada y comprometida con la liberación de los diferentes
tipos de opresión y violencia, lo que supone la implantación de prácticas
reflexivas que posibiliten el paso de una consciencia ingenua a una
consciencia crítica. Es imprescindible, para Freire, vincular la práctica
educativa con el compromiso ético del cuidado de las personas y sus contextos,
ya que tal vinculación promueve el incremento de actividades social y
éticamente significativas, y estimula el continuo crecimiento cognitivo del
ser humano. Así, una de las tareas más importantes de la práctica de las
personas educadoras que buscan una postura crítica es reconocerse como
sujetos sociales e históricos. Asumirse
como ser social e histórico, como ser pensante, comunicante, transformador,
creador, realizador de sueños, capaz de tener rabia porque es capaz de amar.
Asumirse como sujeto porque es capaz de reconocerse como objeto. La asunción
de nosotros mismos no significa la exclusión de los demás. Es la ‘otredad’
del ‘no yo’, o del tu, que me hace asumir la radicalidad de mi yo.[3] (Freire
1996, 46). La metodología freiriana,
que tiene como base el diálogo, reconoce que la relacionalidad
dialógica implica inter-relación, relectura de sí mismo(a) y apertura a las
otredades en su individualidad y realidad propias. Significa, más aún, cuidar
la infancia, cuidar al ser humano, cuidar las relaciones sociales y cuidar el
medioambiente, asumiendo posturas de cooperación para fomentar un proceso
continuo de aprendizaje y vivencia de solidaridad y reciprocidad. En este
sentido, la pedagogía freiriana ofrece una
contribución importante para una educación cuidadora, propulsora de espacios
y relaciones de cuidado. Al inicio de la década de 1990,
Gutiérrez presentó la palabra ecopedagogía
para buscar el sentido del aprendizaje en la infancia y, desde
entonces, abordó la relación entre educación, medioambiente y
sustentabilidad. (Leme 2014, 132-133). La ecopedagogía
tiene como puntos de partida una consciencia y una práctica de ciudadanía
planetarias. Se propone hacer posible la organicidad educativa, lo cual
supone un nuevo modelo de civilización sustentable desde la perspectiva
ecológica, que recobra dimensiones intrínsecas a la educación, como
facilitar, acompañar, posibilitar, recuperar, dar lugar, compartir,
inquietar, problematizar, relacionar, reconocer, involucrar, comunicar, expresar,
comprometerse, entusiasmar, apasionar, amar. Gutiérrez advierte que estas
dimensiones solo serán posibles en relaciones educativas democráticas y
solidarias. (Gutiérrez y Prado 1999). Sobre el estímulo de procesos de
transformación cultural y simbólica, necesarios para la implantación de una
pedagogía del cuidado, Moacir Gadotti
contribuye con importantes reflexiones sobre las perspectivas actuales de la
educación y sobre los desafíos de la educación del futuro. Algunos
cuestionamientos presentados por este autor iluminan la reflexión sobre una
educación para la sustentabilidad ambiental, lo que incluye la justicia
social. Gadotti advierte que la planetariedad
es una perspectiva necesaria de la educación actual, lo que trae
consecuencias y desafíos en todos los sectores y niveles educacionales. El necesario proceso de
transformaciones culturales pasa por la desmitificación del antropocentrismo
y del androcentrismo, promotores de la destrucción planetaria, y además por
una reconciliación interior y exterior profunda, que empieza con el
reconocimiento de la alteridad de las diversas formas de vida que deben ser
respetadas y cuidadas. La educación tiene un gran desafío y también es
portadora de muchas posibilidades en el actual momento histórico en que el aprendizaje
del cuidado y la lucha por la sustentabilidad son imprescindibles para
la sobrevivencia humana y planetaria. La ecopedagogía también puede ser entendida como un
movimiento social y político. Como todo movimiento nuevo, en proceso de
evolución él es complejo y muchas veces mal entendido, como las expresiones
‘desarrollo sustentable’ y ‘medioambiente’. Al contrario de los términos
‘educación’ y ‘salud’ - que corresponden a áreas bastante conocidas por la
población - la expresión ‘medioambiente’ es casi totalmente ignorada. La
población conoce lo que es basura, asfalto, cucaracha... pero no entiende la
cuestión ambiental en su significación más amplia. Por esto la necesidad de
una ecopedagogía, una pedagogía para el desarrollo
sustentable…[4] (Gadotti 1992, 4). Alejandro Cussiánovich,
autor de una importante reflexión sobre la pedagogía de la ternura, también
advierte sobre la importancia del cuidado relacionado a las prácticas
educativas. Según este autor, desarrollo es un concepto muy desgastado, y
debe ser reconsiderado a partir de las prácticas y de los estudios
educativos. Desarrollo, en escala comunitaria y social, adviene del
desarrollo humano, que presupone ternura y cuidado educativos. La
palabra desarrollo está muy manoseada, y cada cual, como dicen los latinos, ‘tot cápita, tot sententiae’: tantas cabezas, tantas maneras de entender,
en este caso, el desarrollo. Pero hay algo que es definitivamente
irrenunciable: el desarrollo es crecer como seres humanos. Si no hay esto,
todos los otros desarrollos no son sino andamiaje que no logra colocar en el
pedestal al ser humano, a la persona, al sujeto, sea éste, niño, sea éste,
adulto, no interesa, varón o mujer. (Cussiánovich
2010, 60). La reflexión sugerida por Cussiánovich interpela a la educación y las personas
educadoras en tiempos de pandemia, pues más que nunca los modelos de
desarrollo económico y social están siendo cuestionados y la educación debe
ayudar a (re)pensar nuevos modelos de desarrollo en los cuales los seres humanos
y el planeta sean respetados y cuidados. La incorporación
del cuidado en las prácticas educativas significa un paso necesario para que
la educación responda satisfactoriamente a los nuevos desafíos. Es una
oportunidad para fortalecer una cultura del cuidado, en la que hombres y
mujeres (no solo las mujeres) asuman el cuidado como dimensión fundamental y
finalidad de las prácticas educativas. Y el cuidado, en los espacios
educativos, implicará -a su vez- el cultivo de la ternura, del respeto y
acogida de las diversidades humanas, de la solidaridad, de relaciones de paz. 3. La “nueva” normalidad: inseguridades y cuestionamientos educativos
en situación de pandemia Hay quienes
afirman que después de esta pandemia tendremos que cuestionar y transformar
la economía, la forma de convivir con otras personas y con los ecosistemas,
las relaciones internacionales, nuestros hábitos de consumo, los vínculos
laborales. Entonces habrá que concluir que hay que repensar y transformar
también la educación. En este sentido, algunos cuestionamientos están
surgiendo y vienen acompañando a las personas educadoras y las instituciones
educativas en la actualidad. ¿El encuentro físico presencial entre personas
educadoras y estudiantes es realmente imprescindible para la educación actual
y del futuro? ¿Cómo entenderemos, en adelante, la relación entre aprendizaje
y corporeidad? ¿Estamos corriendo el riesgo de que el aprendizaje se
convierta en una tarea intimista y aislada de las otredades-corporeidades?
¿Es esto lo que quiere expresar la “nueva” normalidad educativa? Si el cuerpo ha sido el centro de
fuertes atenciones (para controlarlo, para vigilarlo, para liberarlo…) y de
constantes conflictos, ¿cómo acontecen los procesos educativos en tiempos de
corporeidades dispersas y confinadas, de cuerpos ausentes y presencias
remotas? Pablo Scharagrodsky
recuerda que el cuerpo “siempre se manifiesta como un terreno de disputa en
el que se aloja un conjunto de sistemas simbólicos entre los que se destacan
cuestiones vinculadas al género, a la orientación sexual, a la clase, a la
etnia o a la religión” (2000, p.2). ¿Cómo se desarrollará en adelante esa
disputa en los territorios corpóreos distantes? ¿Cómo resignificar el cuerpo,
las emociones, los afectos, los deseos, el placer, los contactos personales? Por otra parte, está presente la
preocupación sobre cómo hacer para que los niños, niñas y adolescentes sin
acceso a las tecnologías necesarias para la educación remota no queden fuera
de los procesos educativos. Nos parece necesario que tanto las personas
educadoras como las instituciones educativas busquen caminos para que no
caigan en un “tecno-optimismo ingenuo (tecnointegración)
y, por otro lado, se resistan a asumir una postura de rechazo miedoso frente
a las técnicas y tecnologías disponibles (tecnoapocalipsis).
(Assmann 2005,14). En este sentido, Hugo Assmann indaga sobre cómo las transformaciones
tecnológicas afectan la educación y la predisposición humana para la
convivencia solidaria: Es
innegable que la Sociedad de la información (SI) procede de las grandes
transformaciones en marcha resultantes de las Tecnologías de la información y
comunicación (TIC). Pero la forma que está adoptando no es un mero hecho
separable de las formas políticas y económicas de organización de las
sociedades. Suponer esto significaría caer en el enfoque tecnicista.
Precisamente por estar inscrita en una determinada opción económico-política
– la de la globalización del mercado – la sociedad del conocimiento, además
de ser un fenómeno tecnológico, se presenta como consustancial con un
determinado proyecto político. Encierra inmensas posibilidades positivas,
pero contiene igualmente una serie de riesgos. [...] Por eso es importante
señalar que esta rápida transformación se produce en un periodo histórico
marcado, a escala mundial, por una estremecedora lógica de exclusión,
acompañada de una disminución significativa de la sensibilidad solidaria.
(2002, 18).[5] Entendemos que los cambios educativos
más urgentes no son precisamente los relacionados con el uso de las
tecnologías, pues podríamos usar más ampliamente entornos virtuales de
aprendizaje y modernos equipos de cómputo para seguir desarrollando procesos
educativos excluyentes, basados en la competencia, en el temor, en la
memorización, en la distinción clara entre quien sabe y quien ignora, entre
quien evalúa y quien es evaluado. Podríamos incluso usar las tecnologías para
hacer más rentable la industria educativa, o para profundizar una educación
centrada en la rígida disciplina de horarios, en la inmovilidad de los
cuerpos infantiles y juveniles que deben estar sentados y bien portados por
horas frente a la computadora, en la restricción temporal y espacial para
expresar afectos, en la rigidez de contenidos, disciplinas y evaluaciones, en
la fragmentación de los saberes. Podríamos, con modernos recursos
tecnológicos, seguir generando procesos educativos que alimentan el racismo,
el machismo y la xenofobia. En tiempos de pandemia, la figura de
las personas educadoras, entendidas como depositarias del saber, ya no puede
sustentarse, como tampoco se puede seguir sosteniendo que el espacio escolar
es el único o el más importante espacio de aprendizaje. Actualmente, las personas educadoras
en diversas partes del planeta están expresando su dificultad para adaptarse
a las tecnologías y metodologías y para que las personas estudiantes sigan su
proceso de aprendizaje escolar a la distancia o virtualmente. Además,
cuestionan si las disciplinas y los contenidos que hasta ahora han sido
priorizados e impuestos en los programas educativos institucionales, son
verdaderamente necesarios. ¿Tales contenidos y disciplinas son viables en su
totalidad? ¿Son formativos? ¿Ayudan a pensar? La incerteza educativa surge
del cuestionamiento sobre la validez de los contenidos prescriptos en los
programas disciplinarios, pues no sabemos si tales disciplinas y tales
programas serán necesarios, oportunos y pertinentes para vivir y sobrevivir
como humanidad y como planeta. Sobre el cuestionamiento de la “nueva”
normalidad que se proclama para el periodo pos-pandemia, Boaventura
de Sousa Santos advierte que la pandemia del Covid-19 no representa una
situación de crisis necesariamente opuesta a una situación de normalidad
anterior. Ello porque, desde los años 1980, con la imposición del
neoliberalismo como la versión dominante (normal) del capitalismo, se
instauró un estado de crisis permanente no solo en el sector financiero, sino
también en la organización de la vida, la convivencia y la sobrevivencia
humana y planetaria. Para Santos, este estado permanente de crisis no debe
ser entendido como una “normalidad”. (2020, 19). De esta forma, y de acuerdo con el
planteamiento de Santos, antes del estado pandémico que se vive actualmente,
existía una “anormalidad” económica y social, tal vez escondida e invisibilizada, a donde no debemos regresar. Es decir, no
es deseable volver a esta “anormalidad”, que, en realidad, ya representaba un
estado crítico. Entonces, ¿cuáles serían los caminos posibles de
reconstrucción de las relaciones sociales, económicas y políticas en el
periodo pos-pandemia? Considerando el papel y la importancia de la educación
en este proceso de reconstrucción, el autor indica lo siguiente: Como las
democracias son cada vez más vulnerables a las fake
news, tendremos que imaginar soluciones
democráticas basadas en la democracia participativa a nivel de los
vecindarios y las comunidades, y en la educación cívica orientada a la
solidaridad y cooperación, y no hacia el emprendedurismo
y la competitividad a toda costa. (2020, 25) En época de pandemia y de constantes
transformaciones y desafíos, quedan en evidencia algunas debilidades
educativas, que hasta ahora estaban ofuscadas por las rutinas cotidianas y
por el cumplimiento de tareas y exigencias institucionales y, por ende, eran
concebidas y asumidas como “normalidades” en la educación. El momento actual
representa una excelente oportunidad para revisiones educativas, para
evaluaciones y autoevaluaciones serias y comprometidas que no buscan normalidades
o nuevas normalidades. Todo lo contrario, la educación que va naciendo
en este tiempo crítico debe rechazar las normalidades para romper con las
prácticas tendientes a la uniformización del aprendizaje que han
desconsiderado las diferencias personales, afectivas, cognitivas, familiares,
sociales, económicas y culturales tanto de estudiantes como de las personas
educadoras y de las instituciones educativas. En el ejercicio de repensar las
prácticas educativas quizá será posible reconocer que ni siquiera conviene
volver a la normalidad, porque ella significaba exclusión y muchas veces
hasta violencia cultural; porque los procesos educativos respondían a intereses
de quienes pusieron la educación al servicio del mercado laboral; porque los
espacios educativos fueron casi siempre eficientes maquinarias de
homogeneización. Lo normal fue una educción que nunca renunció al memorismo,
a lo bancario, al moralismo y a la formación de sujetos dóciles. ¿Será la
pandemia la oportunidad de romper con esa normalidad? 4. Resistencia y convivencia: la
educación que
puede nacer de/en la actual crisis sanitaria
nacional y mundial Los espacios educativos tienen hoy la
urgente tarea de ayudar a imaginar otros mundos posibles y a distinguir entre
mundos aceptables e inaceptables: un mundo en el que el los 2153
milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4600 millones de personas
(un 60% de la población mundial), según datos del año 2020 de Oxfam, no es aceptable, como tampoco lo es un mundo en el
que crece la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños, las
personas mayores; ni uno en el que las personas siguen siendo discriminadas y
hasta perseguidas por el color de su piel,
por su orientación sexual, por sus creencias religiosas u otras
convicciones, o por su nacionalidad; ni uno con lucrativos negocios basados
en nuevas formas de esclavitud. Frente a estas realidades, la educación no
puede ser neutra o imparcial: toma y exige tomar partido. Necesitamos una (nueva) educación que
ayude a las personas a escandalizarse y a sentirse incómodas ante las
desigualdades y las violencias, comenzando por aquellas que existen en las
comunidades educativas y aquellas que han sido nutridas por los mismos
sistemas educativos. Se requiere una educación dispuesta a
implementar renovadas prácticas, centradas en la cotidianidad y en la
convivencia, así como en las posibilidades de las personas estudiantes y sus
familias, abierta a nuevos temas, nuevos abordajes, nuevos enfoques
disciplinarios, nuevas formas de interacción. Específicamente, en América
Latina, requerimos una educación en resistencia que promueva las
rupturas epistemológicas y metodológicas necesarias y que recorra un proceso
de decolonialización de prácticas y
modelos que fueron impuestos o importados a lo largo de la historia del
continente, sin cuestionamiento sobre su pertinencia y necesidad. En este sentido, Catherine Walsh
indica que las rupturas pedagógicas-epistemológicas con la noción eurocentrada deben estar enfocadas en el proyecto
político, epistémico, ético y existencial de la interculturalidad crítica y
en la decolonialidad, y deben tomar en consideración
la geopolítica del conocimiento, la ancestralidad y
las filosofías de vida-existencia, la educación, el derecho, la refundación
del Estado, el pensamiento y la pedagogía decoloniales,
y los movimientos relacionados con la idea de género y de los derechos de la
naturaleza. La actual crisis provocada por la pandemia puede conducir a una decolonización de la educación, es decir, puede
convertirse en el momento oportuno para reinventarnos como personas
educadoras: Es la
preocupación fundamental no solo del qué hacer, sino - y crucialmente - del
cómo hacer, la que me lleva a la idea y la apuesta por las pedagogías decoloniales. Así pregunto por el carácter pedagógico de
las luchas sociopolíticas, es decir, por las metodologías moldeadas,
producidas y empleadas en los contextos, procesos, reflexiones y acciones de
resistir, in-surgir y re-existir; las pedagogías como prácticas insurgentes
que agrietan el sistema y la matriz antropocéntrica y heteropatriarcal
del poder capitalista/moderno/colonial; pedagogías que posibilitan y
construyen maneras muy otras de ser, estar, pensar, saber, sentir, existir y
vivir-con. (Walsh 2017, 14). La decolonización
educativa implica varios cuestionamientos. No podemos educar más para
competir, ni para ver a las otras personas como contrincantes o rivales a las
que hay que vencer para lograr “éxito”. La pandemia invita, más bien, a
educar para reconocer que solo podemos ser, aprender y vivir… conviviendo,
reconociendo a las otras personas como “huéspedes” de la misma casa común,
aunque -por el momento- distanciados físicamente. No podemos promover más una
educación para la obediencia y la sumisión. Hoy más que nunca debemos tener la
osadía de educar para la resistencia y la des-obediencia, es decir, para
aprender a “des-oír” las voces que invitan a tener y consumir para ser. No
debemos educar más para explotar ilimitadamente los recursos del planeta… La
escuela tiene hoy la posibilidad de ayudar a sustituir el paradigma de la
posesión y la dominación por el paradigma del cuidado y de la
corresponsabilidad. Eso implica, entre otras cosas, transformar los hábitos
de consumo y nuestra forma de relacionarnos cotidianamente con la Madre
Tierra. Por otro lado, las comunidades
educativas tienen hoy el enorme desafío de recibir y hospedar la diversidad
de creencias, religiones, espiritualidades y convicciones que, en el pasado,
fueron vistas como amenazas, como errores que debían ser corregidos, o como
problemas que debían ser resueltos. También debe ser lugar común de la
diversidad de formas de conocimiento que generan las diversas culturas. Eso
implica dejar de canonizar y absolutizar el llamado “conocimiento científico”
para dar lugar también a muchos otros saberes y sabidurías vinculadas a las
tradiciones culturales, a las espiritualidades y a las memorias comunitarias.
El pedagogo italiano Francesco Tonucci (2020),
precisamente en un artículo periodístico en el que describe cómo debe ser la
educación después de la pandemia, afirma: hay una
idea equivocada de que la escuela debe ser para iguales, entonces todas las
veces que alguien no es igual a los demás se considera un problema. Y la
verdad es que los niños son diferentes uno del otro, por lo cual, si queremos
hacer una propuesta educativa democrática y eficaz, tenemos que hacerla para
diferentes, y no para iguales. (parr. 6). Muchas personas, familias y
comunidades están sobreviviendo al confinamiento impuesto por la pandemia,
gracias a principios y valores heredados de distintas tradiciones culturales
y religiosas. Al acoger y hacerse cargo de tal diversidad, cada institución
educativa refuerza su capacidad de educar para convivir en contextos
plurales, democratiza los procesos educativos y contribuye a robustecer la
justicia social y cultural. En el contexto de la pandemia -y en el período
posterior- es importante alimentar la disposición para dar acogida (dar casa)
a la pluralidad de saberes, epistemologías, creencias y convicciones de las
personas que conviven en la comunidad educativa y su contexto. Ante la forma desigual en que las
familias viven el aislamiento social, se debe educar más decididamente para
la justicia y la solidaridad, y hacia una reinvención de los espacios y
tiempos educativos. Urge realizar una reflexión profunda sobre las
diferencias sociales y económicas de las personas estudiantes y las
desiguales posibilidades para acceder a las TIC y otras herramientas para la
educación en situación de distanciamiento social. El aislamiento a que nos vemos
forzados por la pandemia nos hace extrañar el abrazo, el beso, la caricia, el
juego y el trabajo en equipo de forma presencial. En este contexto, los
espacios educativos deben aprender a revalorar el encuentro, la interacción,
las muestras de aprecio, la posibilidad de aprender activando todos los
sentidos y los sentires. Reconociendo que todo aprendizaje pasa por el
cuerpo, los espacios educativos estarán contribuyendo a superar el
racionalismo que atribuye el aprendizaje solo a la razón (sujeto) que
controla el pretendido objeto de estudio. Las personas integrantes de la
comunidad educativa recordarán así, que la verdad no tiene que ver sólo con
la verificabilidad y la utilidad, sino también con la construcción de
significados, con la autenticidad de las relaciones, con la
corresponsabilidad, con la capacidad de apreciar y admirar la belleza y la
interdependencia de todas las cosas. La actual crisis sanitaria nacional y
mundial requiere, asimismo, la promoción de procesos que lleven a evaluar y
repensar la formación pedagógica y los cursos académicos de pedagogía,
considerando las actuales y futuras exigencias. En fin, la pandemia actual
-como, ha ocurrido con las guerras y con otros momentos de incertidumbre y de
crisis- parece invitarnos a generar procesos educativos y situaciones
didácticas que contribuyan a re-vitalizar y transformar nuestra cotidianidad,
nuestra convivialidad y nuestra relación con el mundo. Nos invita por eso, a
repensar la educación para ponerla al servicio de la vida en relación. En
tiempos de crisis como la que estamos viviendo, es importante impedir que los
miedos y las dificultades paralicen a las personas y a los procesos
educativos. 5.
Consideraciones finales La pandemia y los desafíos que
reconocemos a partir de ella, nos invitan a cultivar la creatividad, la
esperanza, el cuidado y la resistencia pedagógica nutrida por las
espiritualidades. Este cultivo-camino pedagógico
implica, en primer lugar, permitir la autocrítica: reconocer -en los propios
procesos educativos- las dinámicas opresoras, excluyentes, colonizantes, homogeneizantes y
des-cuidadoras. En segundo lugar, este camino
pedagógico exige reconocer las posibilidades que la educación genera para la
resistencia, el cuidado, la desobediencia, la hospitalidad, la creatividad y
la construcción de alternativas. Aunque la educación ha sido puesta
mayoritariamente al servicio de la cultura dominante y de los grupos
económicamente más poderosos, ella ha sido -y puede seguir siendo- territorio
de resistencia y espacio para la construcción de alternativas sociales. En tercer lugar, es necesario
identificar la forma en que la interacción, la comunicación y el
reconocimiento de las diferencias se convierten en ingredientes que activan
el cuidado y la resistencia. Cuando en los espacios educativos confluyen
diversas tradiciones, saberes, creencias, convicciones, culturas y memorias
comunitarias, se recupera su capacidad de generar con-versación y, por eso,
llegan a ser lugares en el que muchas voces y diferentes experiencias pueden
generar resistencias Finalmente, el cuidado y las
resistencias se verán robustecidas cuando sea reconocidas y acogidas las
diversas espiritualidades, cosmovisiones, creencias y convicciones de quienes
participan en los procesos educativos. Las espiritualidades, a diferencia de
las religiones, son capaces de nutrir la rebeldía, la transgresión, el
compromiso por la justicia, la defensa de los derechos humanos para todas las
personas (no sólo para algunas).
Existe una estrecha relación entre espiritualidad y resistencia: No
hay resistencia sin espiritualidad, y no ha espiritualidad que no produzcan
resistencias. En otras palabras, la resistencia es una forma de
espiritualidad. Las anteriores afirmaciones implican
dejar de pensar la espiritualidad como oposición al cuerpo y al mundo, para
comprenderla y vivirla como una experiencia sumamente corpórea y mundana.
Implica también dejar de identificar espiritualidad con religión. La espiritualidad
trasciende a las religiones, las precede y con frecuencia las cuestiona. Toda espiritualidad es histórica y
contextual y, por lo tanto, lleva las huellas de lo que sucede en el contexto
en que vivimos, convivimos y (nos) educamos. Por eso, al acoger la diversidad
de espiritualidades que confluyen en los ambientes educativos, los
convertimos en potenciales territorios de resistencia y liberación. Referencias Assmann, Hugo (Org.). 2005. Redes digitais
e metamorfose do aprender. Petrópolis: Vozes. ____
. 2002. Placer y ternura en la
educación. Hacia una sociedad aprendiente. Madrid: Narcea. Cussiánovich,
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didácticos para la enseñanza religiosa. Descubriendo caminos hacia una
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luchas, caminos y siembras de reflexión-acción para resistir, (re)existir y
(re)vivir. Disponível em
https://alternativas.osu.edu/assets/files/ebooks/WALSH%20final%20compacto.pdf.
• • • * María
Cecilia Leme Garcez
es pedagoga y teóloga. Tiene además un Doctorado en Desarrollo Regional por
la Fundación Universidad de Blumenau, Brasil. Es
docente en la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad
Nacional, Costa Rica. maria.leme.garcez@una.cr ** José
Mario Méndez Méndez es académico en la Escuela
Ecuménica de Ciencias de la Religión (Universidad Nacional, Costa Rica).
Obtuvo el doctorado en Filosofía Iberoamericana en la Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas, El Salvador, en el 2008. jose.mendez.mendez@una.ac.cr |
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[1] Este artículo ha sido elaborado en el
marco del proyecto “Educaciones, espiritualidades y resistencias: vivencias
pedagógicas y sociorreligiosas liberadoras para la
niñez y adolescencia” de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión (EECR)
de la Universidad Nacional.
[2] En el área educativa,
específicamente en América Latina, las reflexiones sobre la pedagogía del
cuidado están necesariamente vinculadas con una perspectiva ética que busca
caminos de enseñanza-aprendizaje en libertad y respeto. La perspectiva
pedagógica que más se acerca al cuidado educativo se presenta en la Pedagogía
Social, cuyos parámetros metodológicos son fundamentales para fomentar una
pedagogía del cuidado, en la cual el respeto, el diálogo, la convivencia, la
resistencia y el buen trato son fundamentales. Como un proceso histórico, estas
características no son dadas a priori, por eso es necesario construirlas
cotidianamente. De acuerdo con la perspectiva socioeducativa, las metodologías
que promueven el cuidado incorporan también la dimensión del cuidado social,
que posibilita y promueve cambios hacia una mejor vida, convirtiéndose en acto
político necesario y propositivo.
[3] Traducción libre realizada por
las personas autoras.
[4] Traducción libre realizada por
las personas autoras.
[5] Traducción libre realizada por
las personas autoras.