|
|
|
|
Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 37 Número 1
y 2 -
Cátedra de Teología Latinoamericana UBL 19-20 de abril,
2017 - San José, Costa Rica La Reforma y las reformas Aportes inter-contextuales desde
América Latina |
|
|
De la Sola
Scriptura a la Sola Experientia
Protestantismo y ciencia en la naciente Modernidad (Apuntes a partir de la filosofía de la ciencia de Paul Feyerabend) pp. 23-40 Manuel Ortega Álvarez |
|
|
Resumen: En su Classical
empiricism, Paul Feyerabend compara el principio protestante Sola Scriptura
con el concepto de experiencia en la ciencia moderna. En ambos casos denuncia
una epistemología y una metodología fundamentalistas. Se busca explicar y
analizar críticamente la argumentación de Feyerabend y rescatar la
perspectiva pluralista de Feyerabend para la construcción de una teología
contemporánea. Abstract: In his Classical
empiricism, Paul Feyerabend compares the Protestant principle Sola
Scriptura with the concept of experience in modern science. In both cases
he denounces a fundamentalist epistemology and methodology. This article
explains and analyzes Feyerabend’s arguments and recovers Feyerabend’s
pluralistic perspective for the construction of a contemporary theology. Palabras claves: epistemología,
protestantismo, filosofía de la ciencia, fundamentalismo. Keywords: epistemology, Protestantism, philosophy of science, fundamentalism. |
|
|
Introducción: Filosofía, ciencia y religión en la Era SecularEl inicio de la Modernidad traza el perfil de un
proceso de ilustración al que un entusiasta Kant comparaba con la mayoría de
edad de Europa[1].
Al mismo tiempo, ese espíritu de la época allana el camino para el
nacimiento de la ciencia moderna, el establecimiento de sus primeros
constructos teóricos y su metodología, que se plasmarán posteriormente en su
implementación tecnológica. Pero, además, en la configuración de la Europa
moderna juegan también un papel fundamental los cambios ocurridos en el terreno
religioso. Así las cosas, filosofía, ciencia y religión (principalmente el
protestantismo) aparecen frecuentemente entrelazados como elementos
estructuradores de eso que Charles Taylor denominó la “era secular”. En lo
que respecta a la Reforma luterana —señala Taylor— su importancia radica en
que ella representa el último fruto de un espíritu reformista que sacudió a
Europa a finales de la Edad Media y que se caracterizó, entre otras cosas,
por una “profunda insatisfacción con el equilibrio jerárquico que existía
entre la vida laica y las vocaciones renunciantes”, así como por “una
tendencia a llevar a toda la sociedad a niveles más elevados” (Taylor 2007,
110 y 112)[2]. Las relaciones entre filosofía, ciencia y religión
al inicio de la Modernidad han sido estudiadas, en el ámbito de la filosofía
de la ciencia, por Paul K. Feyerabend (1924-1994). Dos textos, en especial,
son necesarios para ponderar las reflexiones de Feyerabend sobre el tema:
“Classical empiricism” (1981) y “En torno al mejoramiento de las ciencias y
las artes y la identidad entre ellas” (1976). En ambos, Feyerabend asegura
que la regla protestante de fe Sola Scriptura no difiere
significativamente de la estructura lógica y de la metodología de la ciencia
moderna, específicamente la baconiana, cuya culminación será, tiempo después,
la física de Newton. Desde este punto de vista, el puesto de privilegio que
ocupa la experiencia en la ciencia moderna presenta sorprendentes
coincidencias (y tenga quizás posibles vínculos) con el papel preponderante
de las Escrituras en el protestantismo. Conviene aclarar, antes de seguir adelante, que el
interés que impulsa a Feyerabend a estudiar la religión y la ciencia en la
temprana modernidad no es teológico. La filosofía feyerabendiana habría que
ubicarla en línea con Robert Merton, Alexandre Koyré y Thomas Kuhn, entre
otros, quienes conciben la ciencia como un quehacer indefectiblemente social
e histórico, y como tal, relacionado con otras empresas humanas, entre ellas
la religión. Esta manera de acercarse a la ciencia —externalista, según Bunge
(1998, 15ss)[3]— difiere del positivismo lógico y del
racionalismo crítico; mientras estos pretenden, a partir de un
esclarecimiento metodológico, trazar una línea demarcatoria entre la ciencia
y la pseudociencia, aquella establece que comprender la ciencia involucra
necesariamente recorrer las formas históricas en que ella surge y se
desarrolla. ¿Qué es la experiencia, según la ciencia moderna?La religión y la ciencia se consolidan sobre firmes
fundamentos: la Escritura, en lo que respecta al protestantismo; la
experiencia, en el caso de la ciencia (Feyerabend 1981, 38). Si en el plano
religioso Lutero y Calvino sostienen que la Biblia es el basamento sólido de
todo cristianismo posible, en el terreno científico Bacon exhorta al rechazo
de los falsos conocimientos (“ídolos”) a favor del conocimiento genuino que
provee la experiencia empírica. Ingresar al reino del conocimiento científico
supone, al igual que en la conversión religiosa, una especie de nuevo nacimiento.
Del mismo modo, si la religión exige reverencia hacia las Escrituras, la
ciencia hace lo suyo con la experiencia; en ambos casos “se promete el éxito
y una clara visión de una entidad (Dios, la naturaleza) que abarca todas las
cosas, y se expresa todo esto con términos muy elevados y casi idénticos”
(Feyerabend 1976, 107)[4]. Se debe diferenciar el “empirismo clásico” (así
llama Feyerabend al empirismo moderno) del aristotélico; mientras éste se
fundamenta en una adecuada concepción de la experiencia sensible, aquél es
una esquizofrénica combinación de ideología y criticismo. Aristóteles, cuya
epistemología puede con seguridad ser calificada como empirismo ingenuo,
tiene claro el papel que desempeñan los sentidos y la percepción en el
proceso de conocimiento. Si su empirismo es ingenuo, lo es solamente porque
se fundamenta en la experiencia tal como ella ocurre en lo que podríamos
llamar "circunstancias normales" (una luz adecuada, unos sentidos
en buen funcionamiento y ninguna interferencia en el proceso perceptivo). Sin
embargo, Aristóteles sabe que estas condiciones no siempre están presentes.
Por eso su filosofía de la naturaleza, lejos de atenerse a la infalibilidad
de la experiencia sensible, es un estructurado y complejo edificio en el que
se combinan astronomía, física, biología, matemática, política, arte,
sociología e historia (Feyerabend 2013, 223ss). La doble condición —ideológica y crítica— que padece
el empirismo clásico queda en evidencia cuando se comprueba que, aunque
acepta la revisión de alguna de sus partes —siempre que esta revisión
coincida con su particular concepción de la experiencia—, sostiene a la vez
la desaparición de contradicciones hipotéticas, o bien su incorporación en
una teoría que las abarque. Las evidencias significativas o los
contraejemplos quedan entonces circunscritos al dominio de lo empíricamente
verificable. La construcción de hipótesis ad hoc funciona bajo la
misma perspectiva, en tanto las irregularidades dentro de la teoría son
vistas no como contradicciones, sino como fenómenos aún desconocidos que
encuentran explicación y verificación en versiones ampliadas y más sofisticadas
de la teoría original (Feyerabend 1981, 34).[5] Uno de los problemas de la experiencia, tal como es
concebida en la ciencia moderna, es que su base empírica descansa en
resultados experimentales previamente preparados a los que se les llama
“fenómenos”. En la ciencia newtoniana, por ejemplo, un fenómeno es el
resultado de un proceso experimental que se concibe, se prepara y se
desarrolla dentro de una teoría ya establecida. En él “se usan los
términos de la teoría que se está revisando” (Feyerabend 1976, 108). Los
fenómenos son, en realidad, experimentos “seleccionados e idealizados,
cuyas características corresponden, punto por punto, a las peculiaridades de
la teoría que se quiere probar” (Feyerabend 1976, 109). Pero, además, los
datos que nos arroja la experiencia así concebida constituyen una porción de
la teoría que termina por convertirse en su fundamento mismo, en primer lugar
—como se acaba de mencionar— seleccionando los experimentos bajo los cuales
aparecerán los fenómenos estudiados, y posteriormente, señalando que estos
fenómenos ilustran y verifican la teoría (109). Tres elementos, cada uno en un nivel distinto,
conforman la metodología de la ciencia newtoniana: los fenómenos, las teorías
y las leyes. Newton ha señalado que estos niveles están separados y así deben
permanecer. Las hipótesis no se mezclan con los fenómenos ni se deben
utilizar para proponer o elaborar leyes. El interés del científico se
concentra en pasar de los fenómenos del movimiento a investigar las fuerzas y
las leyes de la naturaleza, para después demostrar los demás fenómenos del
ámbito físico a partir de esas fuerzas naturales. Desde esta perspectiva, el
sistema de mundo que propone Newton se fundamenta en una ciencia que se cierra sobre sí misma y que se
caracteriza por no fingir hipótesis[6]. Pero no contento con lo que hasta aquí ha logrado
construir, Newton erige un bastión infranqueable a partir de sus “Reglas para
filosofar”, especialmente la número IV, la cual establece que En
filosofía experimental debemos recoger proposiciones verdaderas o muy
aproximadas inferidas por inducción general a partir de fenómenos,
prescindiendo de cualesquiera hipótesis contrarias, hasta que se produzcan
otros fenómenos capaces de hacer más precisas esas proposiciones sujetas a excepciones
(Newton 1997, 463). Los fenómenos de la ciencia newtoniana, aunque
aparenten lo contrario, funcionan como paradigmas que aceptan solamente de
manera parcial el criticismo. Los mismos descubrimientos que suceden en el
ámbito científico se convierten en hipótesis ad hoc “que protegen las
teorías basadas en ellos frente a los hechos hostiles” (Feyerabend 1976,
113). Detrás de estos movimientos que pretenden blindar a las teorías frente
a cualquier ataque lo que existe en realidad es una línea de partido. ¿Qué ha ocurrido para que la experiencia de los
sentidos, tal como fue comprendida en la ciencia antigua y medieval, se haya
transformado en el concepto de experiencia de la ciencia moderna?; ¿qué
elementos se conjugaron en la construcción del aparato teórico de las
ciencias modernas y contemporáneas? Feyerabend dedicó muchos de sus textos al
esclarecimiento de este problema. En La conquista de la abundancia,
libro publicado póstumamente, afirma que el mundo posee una abundancia
ilimitada; cada fenómeno que en él ocurre no puede estar circunscrito a los
límites que les imponen las especializaciones. En el desarrollo de su
pensamiento y su ciencia, occidente ha sometido a la abigarrada realidad
—abrumadora por diversa e inabarcable— a una serie de procesos de abstracción
que, aunque en principio son necesarios para hacer de la naturaleza un lugar
más habitable, han desembocado en toscas generalizaciones que recortan y
desechan grandes porciones de la experiencia humana en el mundo, sean estas
las antiguas tradiciones religiosas, o incluso la misma experiencia sensible
de los sucesos habituales y cotidianos (Feyerabend 2001, 23ss)[7]. La especialización del conocimiento, que en la
Modernidad es potencializada por el surgimiento de las ciencias, ha
representado también una pérdida importante de racionalidad. El esfuerzo
antiguo y medieval por comprender el entramado de la realidad desde diversas
perspectivas: religiosas, filosóficas, históricas, entre otras, es sustituido
por una ciencia que coloca en compartimentos estancos las diversas
dimensiones de la vida humana y que, a partir de generalizaciones y
abstracciones, con el apoyo de un tipo de experimentación previamente
construida y validada por esa misma comprensión científica, busca distinguir
lo real de lo aparente. Tenemos, entonces, que la regla de fe del
empirismo clásico opera bajo el presupuesto de que se acepte previamente la concepción
científica del mundo. A partir de esta evidente petición de principio,
Feyerabend lanza un agudo ataque contra los fundamentos de la ciencia
moderna. Pero también encuentra inquietantes similitudes entre el proceder de
las ciencias modernas y el naciente protestantismo. Escritura y Experiencia: un complejo cruce de caminosSi Aristóteles elabora un complejísimo entramado
filosófico para comprender el mundo, en el plano de la religión el
catolicismo, tal como existía en la época de la Reforma, “era un sistema
complejo con muchas partes relacionadas entre sí” (Feyerabend 1976, 102).
Esta complejidad —asevera Feyerabend— fue vista por los reformadores como un
signo evidente del rechazo a la palabra de Dios, que ha sido sustituida por
opiniones humanas (Feyerabend 1976, 103)[8]. Por eso llegaron a
introducir un fundamento último, a saber, la Sagrada Escritura, y declararon
al mismo tiempo que solamente deberían creerse aquellas cosas que podían ser
verificadas con su autoridad. En este punto Feyerabend echa mano de un argumento
elaborado en el siglo XVII por el jesuita François Véron, del colegio de la
Flèche, según el cual la regla protestante de fe —y Feyerabend diría que
también la regla de fe del empirismo— carece de consistencia y puede ser
atacada en tanto que: a) es una regla vacua, es decir “no permite la
derivación de una sola afirmación significativa” y b) su vacuidad opera
solamente en el plano lógico, no en el plano psicológico (Feyerabend 1981,
35-36). Feyerabend tiene en mente, como bien ha señalado Van
Fraassen, a las posiciones científicas y epistemológicas fundacionalistas,
mientras que el argumento del religioso tiene como blanco de sus ataques al
protestantismo, específicamente a un tipo particular de protestantismo al que
Van Fraassen llama fundamentalista (1997, 385)[9]. Desde esta perspectiva,
la regla de fe del protestantismo y la experiencia, tal y como es comprendida
en la ciencia moderna, constituyen posiciones epistémicas fundacionalistas
(386). Que la norma de fe (o la experiencia de las ciencias
modernas) es vacua significa, como se acaba de señalar, que no es posible a
partir de ella derivar tan siquiera una sola afirmación significativa. Esto
quiere decir, en primer lugar, que la regla de fe no nos permite identificar
qué puede ser considerado como Escritura inspirada y qué no. No se puede
argumentar desde la Biblia cuáles son los textos inspirados divinamente, ni
puede ella misma autoafirmarse como palabra de Dios, ya que proceder de este
modo sería cometer una escandalosa petición de principio. Y, sin embargo, en
otro plano, esa misma falacia —sostiene Feyerabend— opera subrepticiamente en
el terreno científico. Ya se vio que la experiencia, tal como es concebida en
la ciencia moderna, difiere de la experiencia del sentido común y de la
cotidianidad. Pues bien, el concepto moderno de experiencia, que a su vez
valida la investigación científica, se sustenta en el marco teórico que surge
de la concepción científica del mundo, la cual por su parte establece qué
puede ser considerado experiencia y qué no, y con ello se valida a sí misma
como único conocimiento significativo del mundo. En segundo lugar, aunque asumiéramos que
efectivamente sabemos y confiamos cuáles textos deben ser considerados Escritura,
o bien tomáramos como válida la experiencia, necesitamos una tradición desde
la cual darles contenido y significado. Dicho en otras palabras: aunque
tenemos la Escritura, no sabemos cómo interpretarla, y aunque tenemos la
experiencia, ella no nos proporciona ningún medio para establecer una
conexión con una lengua determinada “a no ser que uno apele nuevamente a la
tradición” (Feyerabend 1976, 106). Aquí Feyerabend se remite al Wittgenstein
de las Investigaciones filosóficas, quien sostiene que cuando
observamos, y comunicamos esas observaciones, estamos operando dentro de un
marco ya establecido de elementos tradicionales, o “formas de vida”[10]. Finalmente, aún si admitiéramos que tenemos la
Escritura, y poseyéramos de ella una acertada lectura, no disponemos de los
medios para derivar de ello consecuencias ulteriores; por ejemplo, a partir
del principio de Sola Scriptura no se podría aplicar nada del texto
sagrado a los problemas contemporáneos. Una determinada manera de actuar que
afirme tener como fundamento la Escritura tiene, necesariamente, que
obtenerse no sobre la base de la lectura del texto sagrado sin más, sino de
la interpretación que dentro de una comunidad y una tradición se haga de
ella. En el plano de la experiencia científica se podría decir que “no hay
manera de lograr las complejas teorías que iban a ser usadas muy pronto para
corroborar el credo empirista“ (Feyerabend 1976, 106). Ahora bien, la vacuidad de la regla de fe opera
solamente en el plano de la lógica; no en el psicológico. De acuerdo con
Feyerabend, detrás de los movimientos que intentan blindar al dogma empirista
y a la regla de fe protestante subyacen líneas de partido. Tanto el
protestantismo como el empirismo científico de la Modernidad defienden y
perpetúan estas líneas. En el esfuerzo por lograr la autonomía de sus
diferentes campos disciplinarios, las ciencias modernas han rechazado los
antiguos sistemas por considerarlos autoritarios; pero al rechazarlos crearon
un vacío que fue posteriormente asumido por una nueva autoridad, oculta
debajo de esa capa de autonomía, librepensamiento y progresismo (Feyerabend
1976, 114). No hay ningún inconveniente con que se establezcan
líneas de partido. Después de todo, tanto en la religión como también en la
educación científica los infantes son conducidos a aceptar la visión de mundo
que desde ambos dominios se promueve. En la religión, los niños participan de
la liturgia, aprenden los cantos, recitan los salmos, visten a la usanza
tradicional; en la educación se les enseña acerca de Newton, Descartes,
Galileo, entre otros. Las líneas de partido juegan un papel fundamental en
muchas de las instituciones modernas, por eso querer erradicarlas es un
error. Los problemas surgen cuando “se intenta transformar la convicción
subjetiva, que hace que se mantenga firme una determinada línea de partido,
en un juez infalible y objetivo, a quien le tiene sin cuidado todo criticismo
y que exige que su fallo sea obedecido” (Wittgenstein 2010, 115). Si, por el contrario, se reconoce sin ambages el carácter
partidario de nuestro conocimiento, y se renuncia a las pretensiones de
poseer los fundamentos últimos, se podría disfrutar con más propiedad el
progreso parcial que se alcanzó tanto con la Reforma como con la ciencia; lo
mismo —sostiene Feyerabend— aplica en el ámbito de la política o el arte. Consideraciones finalesLa lectura que hace Feyerabend de la regla de fe
luterana resulta, cuando menos, incompleta, sobre todo si se toma en cuenta
que para Lutero la autoridad de las Escrituras no descansa en aspectos de
forma —en la Biblia en cuanto texto— sino en que ellas son claras y
significativas porque hablan acerca de la Palabra Encarnada, que es Cristo[11].
Exceptuando al fundamentalismo, la revelación ha sido mayoritariamente
comprendida en el protestantismo desde la perspectiva de una teología de la
Palabra, y a la luz de una cristología del Logos, que señalan que lo
que tenemos es “una realidad reveladora, no unas palabras reveladoras”
(Tillich 1981, 206).[12] De entre los múltiples sentidos que tiene el término
“Palabra de Dios”[13],
el caso particular de la Biblia requiere una aclaración. Al referirse con
estos términos a la Escritura no se piensa con ello en la teoría del dictado
como inspiración ni en el dogma monofisita que sostendría la infalibilidad del
libro. La Biblia es Palabra de Dios porque es el documento de la revelación
final y “participa en la revelación final de la que es el documento” (Tillich
1981, 208)[14].
El principio Sola Scriptura no hay que verlo separado de esta
perspectiva más amplia, según la cual con el símbolo “Palabra de Dios” se
expresa la múltiple manifestación divina en la creación, en la historia, en
la Biblia, en Jesucristo, en el mensaje de la Iglesia (Tillich 1981, 209). Ciertamente la Biblia es texto autoritativo para el
protestantismo; pero su autoridad no reside en que ella sea una especie de
código inequívoco o un dictado literal de la voluntad divina. No es
protestante esta idea de la autoridad de la Biblia[15]. Para el protestantismo,
la autoridad de la Biblia reside en que ella es “la memoria insustituible de
la revelación de Dios al hombre y de la búsqueda de Dios por el hombre”
(Stockell 1952, 69). En tanto que contiene la memoria y el registro de la
revelación divina en Jesucristo, la Biblia es Palabra de Dios; no es, por
tanto, buscada por sí misma, sino porque en ella se revela el Verbo, la
Palabra Encarnada (Stockell 1952, 70). Es evidente que Feyerabend no le hace justicia al
protestantismo comprendido entre los siglos XVI y XVIII, y que su crítica
podría dirigirse —por lo demás, de manera efectiva— más bien al
fundamentalismo decimonónico y de inicios del siglo anterior; este, al igual
que la ciencia moderna, se sostiene sobre la base de una epistemología
fundacionalista que recorta y petrifica las múltiples maneras en que se vive
y se percibe la realidad[16].
Ahora bien, dejando de lado la generalización en la que cae Feyerabend con
respecto al protestantismo y al principio Sola Scriptura, resulta
interesante, si separamos la paja del trigo y nos detenemos en el plano
metodológico y epistemológico, recalcar algunos aspectos del pensamiento
feyerabendiano que pueden resultar útiles para el quehacer teológico
contemporáneo. Como señala Van Fraassen, un elemento destacable de
la crítica de Feyerabend a la epistemología fundacionalista —o
fundamentalista— tiene que ver con el rechazo a todo conocimiento que, con el
ánimo de elevar la especialización a un rango superior, olvida o simplemente
deja de lado la complejidad del mundo. Esto es especialmente importante para
la teología contemporánea, en cuya construcción se podrían incluir elementos
heteróclitos, comprendidos desde las contradicciones y no siempre desde la
búsqueda de una armoniosa convivencia de las irregularidades. La crítica de Feyerabend a la razón absoluta y excluyente
puede resultar valiosa para el quehacer teológico contemporáneo en tanto que
un habla contemporánea de Dios no debería reducirse a un lenguaje
fundamentalista, aprisionado en asépticos castillos conceptuales ni a una
búsqueda desaforada de “claridad y distinción”, arma arrojadiza que pretende
acabar con todo claroscuro y toda pluralidad. Después de todo, como apuntaba
Feyerabend, las posiciones fundamentalistas y las absolutizaciones —en
nuestro caso las teológicas— esconden un anhelo inconfeso de dominio. La apertura a lo diverso, a la otredad, a lo
disonante y complejo, es necesaria para articular discursos teológicos que
fomenten la paz, el respeto, la fraternidad y la tolerancia. La complejidad,
la contradicción, la diferencia, lejos de representar alguna especie de mal,
devienen virtuosas, pues ofrecen una oportunidad para que variadas
perspectivas entren en diálogo fecundo. Después de todo, insiste Feyerabend,
la única manera en que se robustece cualquier discurso es por medio de la aceptación
y el análisis de contraejemplos, no por la solicitud acrítica con que es
aceptado. Las formas de la teología (o más bien, las
teologías) a partir del pluralismo epistemológico-metodológico de Feyerabend,
posibilitan la existencia de discursos variados, cobijados siempre bajo el
manto de la ignorancia mutua que con respecto al Misterio compartimos. Pero,
además, su apuesta por lo concreto y particular, puede contribuir a
deshacerse de la idea de un conocimiento teológico abstracto, desligado de
relaciones personales profundas y realmente concretas. Como afirma Feyerabend Hay gente que piensa que puede amar la Humanidad y
que incluso escribe sobre esta extraña relación amorosa. Pero su amor se
desvanece rápidamente cuando los enfrentas con caras concretas unidas a
cuerpos concretos que emanan un concreto y quizá penetrante olor. Además, un
amor por la humanidad jamás ha salvado a nadie de ser cruel con
individuos que parecen ponerla en peligro. Guiarse por ideas abstractas es un
asunto peligroso cuando éstas no están controladas por intensas relaciones
personales. No hay vuelta de hoja: reaccionar al mundo es un asunto personal
(de familia, de grupo) que no puede ser reemplazado ni siquiera por la más
fascinante concepción del mundo[17]. Lo concreto, lo interpersonal, lo cotidiano, es el
punto de arranque para todo tipo de conocimiento, sea científico, filosófico
o teológico. Hacer teología sería, entonces, no la práctica solipsista de
unos cuantos “profesionales de la religión” atrincherados en las paredes de
la academia; sino, más bien, la oportunidad para que surjan y florezcan
nuevos discursos, no siempre armónicos y coincidentes entre sí, pero
vinculados a las experiencias humanas concretas. BibliografíaBacon, Francis. 2000. The New Organon. Edited by Lisa
Jardine and Michael Silverthorne. Cambridge: University Press. Calvino, Juan. 1967. Institución de la religión
cristiana. Traducida por Eusebio Goicoechea. Grand Rapids: Nueva
Creación. Feyerabend, Paul. 2013. Filosofía natural. Una
historia de nuestras ideas sobre la naturaleza desde la edad de piedra hasta
la física cuántica. Traducido por Joaquín Chamorro Mielke. Buenos Aires:
Debate. ———. 2001. La
conquista de la abundancia. La abstracción frente a la riqueza del ser.
Traducido por Radamés Molina y César Mora. Barcelona: Paidós. ———. 1981. Problems
of empiricism. Philosophicalpapers. Volume 2. Cambridge:
University Press, ———. 1999. Ambigüedad
y armonía. Traducido por Antoni Beltrán y José Romo.
Barcelona: Paidós. Hanson, N. R., B. Nelson y P. Feyerabend. 1976. Filosofía
de la ciencia y religión. Traducido por José Luis y Juan José Coy.
Salamanca: Sígueme. Hoffmann, Martin. 2014. La locura de la cruz. La
teología de Martín Lutero. San José: DEI. Horgan, John. 1998. El
fin de la ciencia. Los límites del conocimiento en el declive de la era
científica. Traducido por Bernardo Moreno Carrillo. Barcelona: Paidós. Kant, Immanuel. 2004.¿Qué
es la Ilustración? Y otros escritos de ética, política y filosofía de la
historia. Edición de Roberto R. Aramayo. Madrid: Alianza. Koyré, Alexandre.
1977. Estudios de historia del pensamiento científico. Traducido por
Encarnación Pérez Sedeño y Eduardo Bustos. México: Siglo Veintiuno Editores. Kuhn, Thomas. 1971. La
estructura de las revoluciones científicas. Traducido por Agustín Contin.
México: Fondo de Cultura Económica. Lutero, Martín. 2006. Obras.
Edición preparada por Teófanes Egido. Salamanca: Sígueme. Newton, Isaac. 1997. Principios
matemáticos de la Filosofía natural. Traducido por Antonio Escohotado.
Barcelona: Atalaya. Popper, Karl. 1991. Conjeturas
y refutaciones. Traducido por Néstor Míguez. Barcelona: Paidós. Stockell, Foster.
1954. ¿Qué es el protestantismo? Buenos Aires: Columba. Taylor, Charles. 2007.
La era secular. Tomo 1. Traducido por Ricardo García Pérez y María
Gabriela Ubaldini. Barcelona: Gedisa. Tillich, Paul. 1981. Teología
sistemática. Vol. I. Traducido por Damián Sánchez-Bustamante Páez.
Salamanca: Sígueme. Wittgenstein, Ludwig.
2010. Investigaciones filosóficas. Traducido por Alfonso García Suárez
y Ulises Moulines. Barcelona: Crítica. ••••• Manuel Ortega
Álvarez, Académico de la Escuela de Filosofía de la Universidad Nacional. mortegalvarez@yahoo.es Recibido: 20 de abril de 2017 Aprobado: 6 de junio de 2017 |
|
[1] En su opúsculo de 1784,
Contestación a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, Kant escribe: “Ilustración
significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad cuyo
responsable es él mismo. Esta minoría de edad significa la
incapacidad para servirse de su entendimiento sin verse guiado por algún otro. Uno
mismo es el culpable de dicha minoría de edad cuando su causa no reside en
la falta de entendimiento, sino en la falta de resolución para servirse del
suyo propio sin la guía de algún otro. Sapere aude! ¡Ten valor para
servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración”. (Kant
2004, 83). Itálicas en el original.
[2] La era secular sería un período de
“desencantamiento” del mundo (Weber) que representa “el paso de una sociedad en
la que la fe en Dios era incuestionable y, en verdad, estaba lejos de ser
problemática, a una sociedad en la que se considera que esa fe es una opción
entre otras, y con frecuencia no la más fácil de adoptar” (Taylor 2007, 132).
[3] Según Bunge, el externalismo sostiene
que el contenido conceptual del corpus científico está determinado por
su marco de referencia social.
[4] El talante
religioso de esta conversion científica es evidente en el Novum Organum:
“So much for the individual kinds of idols and their
trappings; all of which must be rejected and renounced and the mind totally
liberated and cleansed of them, so that there will be only one entrance into
the kingdom of man, which is based upon the sciences, as there is into the
kingdom of heaven, ‘into which, except as an infant, there is no way to
enter’”, (Bacon 2000, aforism LXVIII).
[5] Véase además Feyerabend 2007, 79-80,
141-144. La hipótesis falsacionista de Popper queda, desde la óptica de
Feyerabend, en entredicho, toda vez que los científicos no buscan alegremente
contraejemplos que desacrediten sus hipótesis. Por el contrario —y como señaló
acertadamente Kuhn— los cambios en los modelos o paradigmas científicos suelen
ocurrir de forma revolucionaria, debido en parte a la acumulación insostenible
de anomalías. Ejemplos de esto abundan en la historia de las ciencias, desde
los epiciclos del sistema aristotélico-ptolemaico hasta la búsqueda de una
teoría unificada de la física contemporánea. Una primera aproximación al
falsacionismo popperiano puede verse en Popper 1991, 57-93. Para un abordaje
histórico de los cambios históricos en la ciencia es ya clásico el texto de
Kuhn 1971. Una muy clara exposición de la teoría de los epiciclos y su
funcionamiento en el sistema cosmológico aristotélico-ptolemaico se encuentra
en Koyré 1977, 76-86.
[6] De acuerdo con Newton “toda la
dificultad de la filosofía parece consistir en pasar de los fenómenos de
movimiento a la investigación de las fuerzas de la Naturaleza, y luego
demostrar los otros fenómenos a partir de esas fuerzas” (Newton 1997, 6). Desde
esta misma perspectiva hay que comprender el hypotheses non fingo del
Escolio general.
[7] Detalles de la forma en que se gestó
este texto —que se publicó gracias al trabajo de Grazia Borrini, viuda de
Feyerabend, y Bert Terpstra, amigo que tenían en común— se encuentran en la
entrevista que Feyerabend le concedió a John Horgan, poco antes de su muerte.
Según Feyerabend, “ante todo, el sistema perceptivo reduce esta abundancia,
pues de lo contrario no podríamos sobrevivir”. Del mismo modo —pregunta a Horgan—
“¿cree usted que esa mosca de un día, ese pequeño suspiro que es el ser humano
—¡según la cosmología de hoy! — puede comprenderlo todo? Eso me parece a mí una
demencia” (Horgan 1998, 79-80).
[8] Según Feyerabend esta es la misma acusación,
mutatis mutandis, que Bacon hace, cuando señala que la opinión humana
falsea y sustituye el mensaje de los sentidos, acarreando con ello la
imposibilidad de llegar a una comprensión correcta de la naturaleza.
[9] La designación de Van Fraassen es
problemática, pues no toma en consideración que el término “fundamentalista” no
fue usado en el protestantismo sino hasta el siglo XIX.
[10] Al respecto véase Wittgenstein 2010.
[11] Al respecto véase Hoffmann 2014, 70 y
ss. Para la lectura que Feyerabend hace
de la teología luterana véase especialmente Lutero 2006, 86-154.
[12] Es interesante que Tillich hace notar,
de manera similar a Feyerabend, que el conocimiento como observación
distanciada que busca controlar lo que se observa no es propio de la filosofía
griega sino de la Modernidad.
[13] Tillich distingue seis sentidos
diferentes en los que se habla de la Palabra: 1) el principio de
automanifestación divina en el fondo del ser mismo, 2) el medio de la creación,
3) la manifestación de la vida divina en la historia de la revelación, 4) la
manifestación de Dios en Cristo, 5) la Biblia y 6) el mensaje de la Iglesia;
véase Tillich 1981, 206-209.
[14] “Probablemente nada ha contribuido
tanto a la falsa interpretación de la doctrina bíblica de la Palabra como la
identificación de la Palabra con la Biblia”.
[15] El caso de Calvino requiere un
tratamiento aparte, que no será desarrollado aquí. Baste por ahora señalar que
según Calvino la autoridad de la Biblia antecede a la de la Iglesia, y se
fundamenta en el testimonio de los profetas y los apóstoles. Las siguientes
palabras son significativas al respecto: “Tengamos, pues, esto por inconcuso:
que no hay hombre alguno, a no ser que el Espíritu Santo le haya instruido
interiormente, que descanse de veras en la Escritura; y aunque ella lleva
consigo el crédito que se le debe para ser admitida sin objeción alguna y no
está sujeta a pruebas ni argumentos, no obstante alcanza la certidumbre que
merece por el testimonio del Espíritu” (Calvino 1967, 34).
[16] Una epistemología fundacionalista
—permítaseme remachar sobre esto— se
caracteriza por ser autorreferencial, así como por defender un exclusivo
principio demarcatorio como criterio de verdad: la Biblia, en el caso del
fundamentalismo y la experiencia, según los cánones científicos. Quizás toda la
filosofía de Feyerabend podría comprenderse como un monumental esfuerzo por
señalar la pobreza del pensamiento dogmático y fundamentalista; desde esta
perspectiva el principio “todo sirve”, lejos de ser un llamado a la
irracionalidad, señala, más bien, las múltiples vías con que se puede acceder
metodológicamente a la realidad.
[17] Paul Feyerabend. Ambigüedad y
armonía. Traducido por Antoni Beltrán y José Romo. Barcelona: Paidós, 1999,
p. 43.