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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Hablar de Dios desde las crisis del siglo XXI |
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Vida y
Pensamiento – Volumen 41, Número 1, pp. 45-64 – Primer Semestre Año 2021 |
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Pensar de nuevo nuestras imágenes de Dios Edesio
Sánchez Cetina |
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Vida y Pensamiento – Volumen 41, Número 1, pp. 45-64
– Primer Semestre Año 2021 |
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Pensar de nuevo nuestras imágenes de Dios Edesio Sánchez Cetina Resumen: El autor
considera que la Biblia sigue siendo fuente de imágenes divinas relevantes
para comunidades religiosas que buscan hablar a Dios y encontrar refugio en
Él en medio de la situación actual que vive la humanidad. Se analiza desde
una perspectiva bíblico-teológica, la naturaleza del Dios que ocupa papel
central en el quehacer bíblico teológico de hoy. Se ofrecen distintas
imágenes de Dios significativas para la acción pastoral en una sociedad
definida hoy por la Pandemia. Palabras
clave: Imágenes, Dios, Justicia, Niño/a, Pobre. Abstract: The author
considers that the Bible continues to be a source of relevant divine images
for religious communities that seek to speak to God and find refuge in Him in
the midst of the current situation that humanity is experiencing. It is
analyzed from a biblical-theological perspective, the nature of God that
occupies a central role in the biblical theological work of today. Different
images of God are offered that are significant for pastoral action in a
society defined today by the Pandemic. Keywords: Images, God,
Justice, Child, Poor. |
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¿Cómo hablar de Dios de cara a las preguntas
planteadas por esta crisis global? Introducción Cuando en la liturgia de nuestras iglesias o
comunidades de fe se habla de Dios, al igual que en la teología popular, las
imágenes que vienen a la mente son aquellas que acentúan la caracterización
de Dios como un dios de poder: El Omnipotente, El Altísimo, El Creador del
universo, El Providente, o bien canciones cuyo contenido incluye frases como
estas: “… echaste a la mar los carros del Faraón”, “…derribaste los muros de
Jericó”, “Omnipotente Dios…”, Santo, Santo, Santo, Señor omnipotente…” Estas expresiones, que forman
parte de nuestra liturgia, proceden sobre todo del Antiguo Testamento, y
pertenecen al contexto de la liberación de un grupo de esclavos del yugo
opresor egipcio, gracias al poder de YHVH: “Ustedes también fueron esclavos
en Egipto, y que yo los saqué de allí haciendo uso de mi gran poder” (Dt
5.15, TLA). El contexto de origen de esas expresiones de omnipotencia es el
de una situación de vulnerabilidad, de opresión, de falta de fuerza militar
para responder de manera efectiva y contundente al poder aplastante de una
nación poderosa como el Egipto del siglo XIII a.e.c. La concepción de Dios en la tradición
bíblica Se puede afirmar que muchas personas y comunidades
se han apropiado, de modo tendencioso y peligroso, de esas concepciones de la
divinidad para afirmar que las imágenes de un Dios Omnipotente, pantocrátor
(Todopoderoso), Altísimo, Santo, celoso, reflejan el poder como
característica fundamental de Dios. Y, esto, reflejado y adoptado por pueblos
e imperios a través de la historia, empieza con el Israel de ayer (y de hoy)
y pasa por imperios supersesionistas desde la Roma imperial hasta el imperio
norteamericano actual. Todo ello en nombre de las Escrituras y de Dios. Esos
reinos comparten un marcado sentido de superioridad, racismos de todo tipo,
incluyendo el religioso, así como la práctica de la violencia al servicio de
ese Dios, que sacraliza el poder exclusivista, impositivo y destructivo. Todas las imágenes de la divinidad que surgen o
apoyan estos estilos de vida y de gobierno, no son otra cosa que una visión
idolátrica del verdadero Dios de la Biblia. Representado sobre todo en el
estilo de vida y enseñanza de Jesucristo, que haya su mejor expresión en la
cruz del Calvario. Debe decirse que aquello fundamental en la
“teología bíblica”, ha dejado de ser central en los quehaceres litúrgicos,
pastorales, misionales y pedagógicos de la mayoría de los centros educativos
y de las comunidades eclesiales en América Latina y en el mundo. A saber, lo
que el Salmo 82 y Mateo 25.31-46 presentan como esencial en la imagen de
Dios: su singularidad y su práctica de la justicia; que deben de ser la
esencia de toda persona que se considere hijo e hija de Dios. Nuestra propuesta es que toda imagen o discurso de
Dios a partir del mensaje bíblico, debe de adecuarse, principalmente, a esta
forma esencial del ser de Dios. En otras palabras, la respuesta a la pregunta
inicial (¿Cómo hablar de Dios de cara a las preguntas planteadas por esta
crisis global?), está en relación directa con nuestra concepción de Dios,
basada en las enseñanzas que obtengamos de estos dos textos bíblicos y, por
supuesto, de otras partes del texto sagrado. El salmo 82 dice así: Dios se alza en la asamblea divina para juzgar en medio de los dioses: «¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente y haréis acepción de los malvados? Defended al débil y al huérfano, haced justicia al humilde y al pobre; liberad al débil y al indigente, arrancadle de la mano del malvado». No saben, no entienden, caminan a oscuras, vacilan los cimientos de la tierra. Yo había dicho: «Vosotros sois dioses, todos vosotros, hijos del Altísimo». Pero ahora moriréis como el hombre, caeréis como un príncipe cualquiera. ¡Álzate, oh Dios, juzga la tierra, pues tú eres el señor de las naciones![1] Este poema fue compuesto con espíritu sarcástico
para burlarse de los mitos cananeos en los que se ensalza la lucha de poder
entre los dioses, que estaban preocupados por defender sus puestos de poder
y, obviamente, los de la sociedad humana que los servía, pero despreocupados
por la responsabilidad de mantener una sociedad justa entre dichos seres
humanos. Como resultado de ese
descuido y desobediencia, Dios (introducido como presidente de la asamblea de
los dioses) juzga a los dioses, les recuerda su responsabilidad divina, y les
hace saber que, en tanto no la cumplan a cabalidad, serán finalmente
condenados a muerte. El poema termina
con la afirmación de que Dios, como único garante de la justicia, es
declarado heredero de todas las naciones que pueblan la tierra. Su tarea “eterna” ya no la podrán realizar esos
dioses, por haberse ausentado del espacio de los vivientes, y tal tarea la
deberán realizar ahora los mismos seres humanos. Eso explica la razón del
éxodo, la razón de la revelación del nombre de Dios, YHVH (Ex 3.1-15), y la
razón de la formación del pueblo de Dios: Israel en el Antiguo Testamento y
la iglesia en el Nuevo Testamento. Ambos tienen como tarea una y la misma:
hacer realidad el proyecto del reino de Dios. La creación de una comunidad de
shalom que refleje a cabalidad los logros del éxodo y el
establecimiento de un pueblo basado en esa experiencia; hecha modus
vivendi a través del documento de la alianza, el Decálogo -de manera
especial, en la versión de Deuteronomio 5.6-21. Nos parece oportuno incluir el comentario de dos
importantes autores sobre este tema del salmo 82 y su significado para la
comprensión de la imagen del Dios del Antiguo Testamento. En primer lugar, Walter Brueggemann nos
dice: “Este poema, probablemente muy antiguo y que ciertamente refleja la
asunción del politeísmo, cuestiona lo que constituye la «divinidad». En el
mundo de la política del «consejo divino», uno podría imaginarse que el Dios
de dioses sería el más poderoso.
Quedamos sorprendidos, sin embargo, al escuchar el decreto dado «en
medio de los dioses» que son reprendidos por no poseer los verdaderos rasgos
de la divinidad: ¡Defended al
desvalido y al huérfano, haced justicia al
humilde y al necesitado, rescatad al
desvalido y al pobre, libradlo de las manos del malvado! (vv. 3-4). Dicha divinidad está constituida por la solidaridad con el desvalido
y el necesitado, en este caso, ni siquiera identificado con el desvalido y el
necesitado de Israel. Así, desde el comienzo, el testimonio de Israel
caracteriza la divinidad como el poder al servicio de la solidaridad
compasiva.” “De acuerdo con la autocomprensión de Israel, éste no parte de una
noción genérica de Dios, a partir de la cual se configura a Yahvé. Más bien,
comienza su discurso dando testimonio de lo que ha visto, oído y recibido de
Yahvé. Es Yahvé y sólo Yahvé quien proporciona las peculiares normas por las
que la «divinidad» ahora se entiende en Israel. Además, resulta claro para
Israel que, al margen de Yahvé, no hay serios candidatos para el papel de Dios.
Sólo hay candidatos fraudulentos que no poseen la capacidad de ser poderosos
en solidaridad. Es importante subrayar que algo así como «la opción
preferencial de Dios por los pobres» está profundamente arraigado en el
testimonio de Israel, tan profundamente arraigado que es característico y
definitorio del discurso israelita sobre Dios. La afirmación no es un añadido
tardío y casual a la reflexión ética de Israel, sino que pertenece de forma
integral e inalienable a la afirmación fundamental de Israel sobre la
naturaleza de Yahvé. (cf. Dt 10, 12-22)”.[2]
En segundo lugar, John Dominic Crossan
agrega: “Este salmo es, para mí, el texto más importante de toda la Biblia
cristiana y procede, como ya sabemos, de la Biblia judía. Es, para mí, más
importante que Juan 1,14, que habla de la Palabra de Dios que se hizo carne y
vivió entre nosotros. Antes de celebrar esa encarnación, tenemos que abordar
una cuestión previa sobre el carácter de la divinidad en cuestión. Y este
salmo breve es el que, a mi juicio, mejor resume el carácter del Dios judío
como Señor de todo el mundo. En él se contempla una escena mitológica en la
que Dios se sienta entre los dioses y las diosas en el consejo divino. Los
dioses y diosas paganos no son destronados sólo por ser paganos, ni por ser
diferentes, ni por ser la competencia. Son destronados por su injusticia, por
su negligencia divina, por el mal ejercicio trascendental de su cargo. Son
rechazados porque no exigen ni hacen justicia entre los pueblos de la tierra.
Y esa justicia se interpreta como protección para los pobres frente a los
ricos, protección para los sistémicamente débiles frente a los sistémicamente
poderosos. Tal injusticia crea oscuridad en la tierra y sacude hasta los
cimientos del mundo”.[3] Nuestro segundo texto es Mateo 25.31-46. Se trata
de una parábola que describe el destino final de quienes cumplieron o no con
la tarea de practicar la justicia. De inmediato se percibe que refleja el
espíritu del Salmo 82, la razón de ser del éxodo, de la alianza y de la
formación un pueblo, cuya razón de existir es vivir comprometido con el Dios
verdadero. Todo ello, visto desde la óptica del Nuevo Testamento, apunta a su
tarea principal: una vida que refleje la práctica del evangelio que es
Jesucristo mismo (cf. Mt 11.2-6). Mateo 25.31-46 dice así: 31 «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria
acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. 32 Entonces serán
congregadas delante de él todas las naciones, y él irá separando a unos de
otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. 33 Pondrá
las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. 34
Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre,
recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del
mundo. 35 Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me
disteis de beber, era forastero y me acogisteis, 36 estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me
visitasteis, en la cárcel y acudisteis a mí.’ 37 Entonces los
justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de
comer, o sediento y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos
forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ 40 Y el Rey les
dirá: ‘Os aseguro que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicisteis.’ 41 Entonces dirá también a los de
su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles. 42 Porque tuve hambre y no me disteis de
comer, tuve sed y no me disteis de beber, 43 fui forastero y no me
acogisteis, anduve desnudo y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel,
y no me visitasteis.’ 44 Entonces dirán también éstos:
"Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o
enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?" 45 Y él entonces les responderá:
‘Os aseguro que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños,
también conmigo dejasteis de hacerlo." 46 E irán éstos a un
castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» Lo que ambos textos afirman es que sean dioses o
humanos, si unos y otros no cumplen con su tarea de mantener la justicia como
forma de vida en la sociedad humana, no tienen razón de compartir con YHVH la
realización de una sociedad inclusiva y basada en la justicia. Por todo lo dicho sobre el Salmo 82 y Mateo 25, se
puede afirmar, que ambos textos se encuentran reflejados en el “limitado”
espacio léxico del tetragrámaton, que resume esa esencia divina de la que
hemos estado hablando en párrafos anteriores: YHVH, cuyo sentido más seguro
se da en el juego de palabras que se encuentra en Éxodo 3.12,14-15 (véase la
traducción de Severino Croatto más adelante), donde se afirma que la promesa
de Éxodo 3.12 se hace realidad con el nuevo nombre divino de Isaías 7.14, la
expresión emmanuel: “con nosotros Dios”. Esto es lo que afirman varios
autores al respecto: Gerhard von Rad dice
en su Teología del Antiguo Testamento: “No existe cosa más ajena a esta etimología del nombre de
Yahvéh que una definición ontológica de su esencia (…), algo así como una
alusión a su naturaleza absoluta, su aseidad y demás atributos. Una
interpretación semejante es fundamentalmente ajena al Antiguo
Testamento. Ya desde el principio todo
el contexto narrativo nos hace esperar que Yahvéh va a comunicar algo; no
cómo es, sino cómo se va a mostrar a Israel.
Se insiste con razón en que, sobre todo en este texto hyh debe
entenderse como un «estar presente», «estar ahí», no en sentido absoluto sino
como una existencia relativa y eficaz «yo estaré ahí (para vosotros)».[4] Por su parte,
Severino Croatto, ofrece una traducción más correcta del texto de Éxodo 3,
presente en un extenso ensayo sobre la historia de la traducción del
tetragrama (“Yahvé el Dios de la ‘presencia’ salvífica”): “Dijo Moisés a Dios: ¿quién soy yo para ir al faraón, y
para sacar de Egipto a los hijos de Israel? Respondió: Realmente YO ESTARÉ
contigo. Y ésta es la señal de que yo te he enviado: [cuando hayas sacado al
pueblo de Egipto, daréis culto a Dios sobre esta montaña.]. Entonces dijo
Moisés a Dios: Pongamos que vaya a los hijos de Israel y les diga: el Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros.; pero ellos me pregunten: ¿cuál es
su nombre?; ¿qué les contestaré? Entonces dijo Dios a Moisés: SERÉ EL QUE
ESTARÉ. Y añadió: así dirás a los hijos de Israel: YO ESTARÉ. me ha enviado a
vosotros. Siguió Dios diciendo a Moisés: así dirás a los hijos de Israel:
YAVE, el Dios de vuestros padres (el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob), me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre, y
éste es mi recuerdo de generación en generación. (Ex 3.11-15)”.[5] Ya en el Antiguo
Testamento, y de manera más contundente, en el Nuevo Testamento, se presenta
la mejor y más grandiosa clave para definir y entender a Dios en la persona
de Jesús de Nazaret, el Dios hecho humano. Jesús, el niño
nacido pobre, el vecino de Nazaret, miembro de una familia insignificante,
viene a ser el paradigma de todo lo que define a la divinidad en la teología
de toda la Biblia. Todo lo que se diga de Dios, queda definido por la
encarnación de la divinidad en la persona del Humano (ecce homo),
Jesucristo. Definitivamente, la mejor y más grandiosa manera de definir el
sentido del ser YHVH, el Emmanuel y el ehyeh asher ehyeh. No encuentro mejor
manera de hablar de Dios hecho humano, que expresar aquí lo dicho por el
profesor español Juan Antonio Estrada en una conferencia titulada “Imágenes
de Dios”[6],
afirma que a Dios “hay que encontrarlo donde menos encaja para nosotros”: Por
un Dios que se encarna en el trono del César, un Dios que se encarna en las
mujeres, los pobres, los niños. Es decir, ¡ya no más en el dios esperado por
el judaísmo del primer siglo de nuestra era; ese que le dice a Jesús “Baja de
la cruz” y, como Jesús no baja de la cruz, por su impotencia, entonces, el
Dios de Jesús parece no ejercer poder ante la cruz donde está crucificado su
Hijo. Como resultado, Estrada afirma “La teología del poder se acaba con la
teología de la cruz”. El enviado de Dios, su Mesías, se convierte en alguien
impotente pues no puede bajar de la cruz, no puede evitar el sacrificio. De
este modo, se manifiesta la impotencia de Dios ante la libertad humana. El ser
humano mata a Dios, y Dios no tiene otra alternativa que respetar la libertad
humana, aunque esta vaya contra Dios mismo. En otras palabras, Dios se hace
impotente ante la violencia. ¿Qué resulta, entonces, de esta afirmación? La
presencia de la misericordia. A Dios le duele el
ser humano y ante eso, Dios no usa más la violencia contra el ser humano
-tema muy presente en el Antiguo Testamento, sino su poder ahora es el uso
del amor. Así, Dios en Jesucristo nos enseña que, ante la impotencia, nuestra
respuesta, al igual que la de Dios, ya no es más la potencia u omnipotencia,
sino la impotencia: el querer, el amar, la fraternidad. Un
estilo de vida y conducta en medio de las cuales, el más grande se abaje al
menos grande. Estrada afirma: “La omnipotencia de Dios no puede estar al
margen de la misericordia”. En este sentido -en el espíritu del Salmo 82 y de
Mateo 25-, Dios se muestra tan impotente que necesita al ser humano. Dios no
puede salvar a nadie sin el ser humano. Somos nosotros/as, como humanos
quienes le permitimos a Dios un espacio en nuestra tarea liberadora y
humanizante para que pueda existir la misericordia y el amor. De esta manera,
en el Dios hecho carne en Jesucristo, el amor se hace vulnerable; pero es
solo en esa vulnerabilidad que puede existir la libertad y el amor. Según Estrada, Lucas
2.52 muestra ese proceso pedagógico en el que Dios ha aprendido: Jesús va
creciendo en el conocimiento de Dios, en el conocimiento del ser humano y en
el conocimiento de sí mismo. El Dios, que aprende en Jesús de Nazaret, se
admira de la fe de un extranjero, que supera a la de los compatriotas de
Jesús, y le lleva a afirmar: “No he encontrado una fe como la de este”; o
cuando acepta el desafío de la lección que le da la mujer sirofenicia para
abrirse a las personas que no son de su raza y etnia. Ese modo de aprender de
Dios, es el que también nos sirve para que nos convirtamos a la misericordia
de Dios, “porque Dios es ingente de nosotros; él tiene hambre de nosotros y
quiere hacerse presente para que lo sea con los que amamos”. Al respecto, Estrada
cita el diario de Etty Hillesum (joven judía holandesa en la época de
Hitler), quien escribe: “¡Tenemos que ayudar a Dios!”: “Te ayudaré Dios mío, para que no me abandones, pero no
puedo asegurarte nada por anticipado. Solo una cosa es para mí cada vez más
evidente: que Tú no puedes ayudarnos, que debemos de ayudarte a Ti, y que
así, nos ayudemos a nosotros mismos. Es lo único que tiene importancia en
estos tiempos, Dios mío, salvar un fragmento de Ti en nosotros. Tal vez así
podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente.
Sí, mi Señor, parece ser que Tú tampoco puedes cambiar mucho las
circunstancias; parece que lo que está ocurriendo pertenece a esta vida. Pero
nosotros, sí podemos ayudarte para que Tú te hagas presente en los demás.” La vulnerabilidad
hace más fuerte al amor. Así que, el Dios omnipotente se hace frágil, para
ser Dios de los más impotentes; porque Dios es, sobre todo, misericordia. Con
todo, Dios no quiere ni puede salvar al ser humano al margen de éste.
Dios no viene a desplazarnos para convertirse en el centro de la vida. Y
como la vida de cada uno de nosotros y de nosotras nos pertenece, ésta solo
puede ser la vida de Dios, si le permitimos que se haga presente en nuestra
vida. Divinidad verdadera, divinidad de justicia
e inclusiva En virtud de lo
dicho previamente, nuestra propuesta es que todo nombre, título, imagen,
metáfora o expresión para referirse a Dios, que pretenda hacer justicia a
este Dios, debe mantenerse en el círculo semántico de la definición de
divinidad dada, a saber: el Dios de la Biblia es el Dios de la justicia y,
por esto mismo, el Dios de la misericordia y el amor para con los más
vulnerables de las ciudades, los pueblos y las aldeas de nuestro planeta, incluyendo
a todo ser viviente de nuestro ecosistema. ¿Qué imágenes y
formas de hablar de Dios debemos considerar ahora y en el futuro? En nuestra
búsqueda y desarrollo de una teología bíblica, acorde con el espíritu de lo
que hemos estado desarrollando desde hace más de tres décadas, la metáfora
del niño/niña puede ser punto de referencia para todo quehacer bíblico
teológico, pastoral, misional y educativo. Esa metáfora, nos obliga a
adentrarnos más y más en el espíritu de evangelio de Jesucristo y del reino
de Dios descrito desde el Antiguo Testamento. ¿Qué implicaciones tiene para
nuestra pastoral y misión que Dios, Jesucristo, líderes de iglesias,
educadores, etc., sean vistos y vistas a la luz de esa metáfora? ¿Qué pasaría
si dejamos de ver a Dios como un adulto omnipotente y empezamos a verle como
un niño o una niña vulnerables, impotente, ajeno al poder y deseoso de
crear cada día nuevos mundos de fraternidad y solidaridad con todo mundo, sin
exclusiones de ningún tipo? El Dios-niño/niña sueña con un mundo de posibilidades inmensas donde
todo ser humano y todo el mundo animal y vegetal viven en shalom total.
Y, siendo los niños/niñas -junto con los pobres, la presencia de Jesucristo y
el Padre en el reino de Dios, podemos considerar esta metáfora como una
propuesta más inclusiva del quehacer bíblico-teológico, pastoral, social,
económico y político. Para ello, es esencial y urgente que la sociedad “a lo
adulto” se haga a un lado para darle lugar al mundo de los “niños y niñas”,
tal como se describe en textos como el Salmo 8.2; Isaías 11.1-9; Marcos
9.33-37; 10.13-16 y Mateo 18.1-5. Habiéndose manifestado Dios niño en Belén,
y tras haber abierto las puertas del reino para que toda persona entre en él
convertida en niño/niña, considero que la imagen infantil de Dios
es una de las más más adecuadas para esta dura y peligrosa época que nos ha
tocado vivir. Ante un mundo construido a lo adulto y manejado desde esa
perspectiva, el sueño de Dios, descrito desde la utopía de un mundo a lo
niño/niña, es la opción para este nuestro oikós llamado Tierra.[7] Junto a la metáfora
infantil de Dios, es justo añadir todas aquellas que muestran una dimensión
frágil y vulnerable de la divinidad, manifestada sin lugar a dudas en Jesús,
como pobre y como quien privilegió a las personas desclasadas y marginadas
(Mt 11.2-6). Jesús de Nazaret es imagen y presencia de Dios aquí y ahora,
como lo fue y ha sido en todo lugar y tiempo desde que estuvo físicamente
aquí en la tierra y ocupó como su lugar de honor la cruz (Flp 2.5-8). Jesús de Nazaret, en
su fragilidad y vulnerabilidad también es imagen y ejemplo de solidaridad
radical -en tiempos como la pandemia del siglo XXI, tal como cuando se hizo
leproso al tocar a un leproso para sanarlo (Mt 8.2-3). La imagen de Dios en
este contexto bien podría ser la de indigente, que se hace así para socorrer
a hombres, mujeres, niñas, niños y jóvenes que sufren pobreza y marginación
extrema en nuestras grandes ciudades latinoamericanas. En este mismo sentido,
cabe hablar del Dios hecho humano en la figura del “samaritano”; que el día
de hoy bien podría ser el del marginado que se “expone a peligros extremos,
por convertirse en salvador del extraño y del marginado “peligroso”. Y es,
precisamente en ese sentido que colocamos a los y las trabajadoras de la
salud en estos tiempos de pandemia: personas que realizan las tareas de
limpieza, preparación del equipo necesario y transporte de enfermos; así como
el personal de enfermería y medicina que tienen la tarea de hacer todo lo
posible por salvar vidas o acompañar hasta el final de la vida a quienes
sucumben ante el Covid-19 y sus varias mutaciones, incluyendo a un buen
número de ellos y ellas. Aunque parezca
disonante con lo dicho hasta ahora, existen circunstancias particulares en
las que la imagen del Dios Omnipotente tiene lugar; siempre y cuando se coloque
esa cualidad divina como instrumento y posibilidad de protección, salvación y
liberación para personas y comunidades que, por su vulnerabilidad y
sufrimiento, necesiten de la presencia solidaria y libertadora de este Dios,
especialmente de cara a “sistemas bestiales” que oprimen y sacrifican la vida
de la mayoría en favor de unos cuantos. La experiencia del éxodo y los
postulados de la alianza del Sinaí permiten, sin duda, el uso de esa
metáfora, al igual que la literatura apocalíptica tanto en el Antiguo como en
el Nuevo Testamento. Las imágenes y metáforas relacionadas con alas de
águila, fortaleza, roca y escudo, por ejemplo, calzan muy bien con este poder
extraordinario de Dios para proteger a la persona y la comunidad vulnerables.
El Salmo 9.9 dice en este sentido: “Jehová será refugio del pobre, refugio
para el tiempo de angustia” (RV60). Quiero concluir
incluyendo dos testimonios de amigos y colegas dedicados a la labor pastoral,
sobre este tema fundamental de nuestras imágenes de Dios. El pastor Daniel
Mato de Buenos Aires, amigo español que reside en Argentina desde su
infancia, en una comunicación personal, presenta a Dios como “el Dios
solidario con nosotros hasta la sangre de su Hijo; un Dios Anti-mal, que,
como admirablemente dijera Whitehead, no es el soberano altivo e indiferente,
sino “el Gran compañero, el que sufre con nosotros y nos comprende”. Y
añade: El mal no es un absoluto: podemos y debemos luchar contra él, sabiendo
que Dios está a nuestro lado, limitándolo y superándolo en lo posible ya
ahora dentro de los límites de la historia y asegurándonos el triunfo
definitivo cuando esos límites sean rotos por la muerte. Por eso, en
elemental rigor teológico, no tiene sentido que nosotros “pidamos”,
intentando “convencer” a Dios para que nos libre de nuestros males. Al
contrario, Él es el primero en luchar contra ellos y es Él quien nos llama y
“suplica” a que colaboremos en esa lucha. ¿Qué otra cosa significa el
mandamiento del amor -¡a nosotros mismos y al prójimo?, sino una llamada a unirnos
a su acción salvadora, a su estar siempre trabajando (Jn 5,17) para vencer el
mal y establecer el Reino”. De acuerdo con estos párrafos, Dios como ser
solidario, invita a su gente, a unirse en solidaridad para colaborar en los
objetivos de su reino. Jorge Tasin[8] comparte lo
siguiente: “Toda imagen o concepción de Dios -propia o ajena, es una
producción subjetiva que precisa ser considerada en su suma de contextos. De
hecho, aun argumentando la inspiración sagrada, ello no resuelve las enormes
diferencias y arduas discrepancias. La América hispana, aun con sus
contrastes propios de cada tiempo y región, acarrea una extensa y
controvertida tradición conceptual religiosa. A esta complejidad cultural se
suma en las últimas décadas, por innumerables razones multicausales, el
notorio desplome de la credibilidad social hacia todo tipo de discursos.
Hemos perdido al lenguaje como mediación humana constructiva e instrumento de
comunicación genuino y confiable, y es en esta pérdida de legitimidad, en la
hondura de este fenómeno sociopolítico, donde debe situarse toda reflexión
teológica sobre la validez y contenido del sustantivo masculino Dios. En nuestro espacioso escenario maltrecho de
inequidades e injusticias, dolores y violencias, la crisis excede largamente
a la trágica coyuntura de esta pandemia. El dolor y la angustia de la
enfermedad y la muerte que nos apalea, profundizan una decadencia política,
económica, sanitaria y laboral de larga data. Junto al grave crecimiento de
la miseria y la violencia en sus múltiples aspectos y a la fragmentación de
los vínculos comunitarios, acaso la connotación más perniciosa y devastadora
es, precisamente, que nos hemos constituido en una cultura que carece de
lenguaje y en la que todo discurso, sea político, religioso, informativo, ha
perdido su validez y sentido. Habitamos sociedades embaucadas y defraudadas
en las cuales la palabra discursiva ha sido un instrumento mentiroso y
estafador al servicio de los poderes dominantes, entre ellos, el de la propia
iglesia. La imagen de Dios hoy deriva del desencanto provocado por una
iglesia que institucionalmente se ha servido de su poder, ha guardado
silencio ante el atropello, la corrupción y la impunidad, y proferido un
discurso prometedor de lluvias de oro y felicidades, que reclama a su vez
ofrendas y diezmos a una población abrumada de carestías y pesares
resultantes de la avaricia, el engaño y el cinismo de gobernantes asociados a
corporaciones económicas y financieras. No se trata ni mucho menos de politizar el
evangelio —pues de hecho lo es en tanto atañe a lo más entero, profundo y
esencial de la vida humana— sino de rescatar la imagen de Dios reducida a sermones
dominicales, a plegarias declamadas en el interior de los templos, o
artículos y documentos teológicos, y situarla en la vida cotidiana de la
comunidad, acompañando, supliendo y aliviando las necesidades múltiples y
específicas. El evangelio no referencia a un discurso, al habla, sino a
una vida de amor a todo otro en el sitio determinado donde ese otro vive y
padece su existencia. Ser cristiano, hablar de Dios, no consiste en
la elaboración estratégica de discursos pulidos y eficientes, sino en asumir
la responsabilidad de un silencio respetuoso cimentado en una vida que honre
los valores constitutivos del evangelio”. Documentos y libros de referencia Biblia de Jerusalén:
Nueva edición totalmente revisada. Bilbao: Desclée de
Brouwer, 2009. Brueggemann, Walter. Teología del Antiguo
Testamento: Un juicio a Yahvé, Testimonio, disputa, defensa. Salamanca:
Ediciones Sígueme, 2007. Croatto, J. Severino. “Yavé, el Dios de
la presencia salvífica: Éxodo 3,14 en su contexto literario y kerigmático”. Revista
Bíblica Año 43-1981/3, p. 153-163. Crossan, John Dominic. El nacimiento
de cristianismo: Qué sucedió en los años inmediatamente posteriores a la
ejecución de Jesús. Santander: Editorial Sal Terrae. 2002. Estrada, Juan Antonio. Imágenes de
Dios. Video: https://www.youtube.com/watch?v=wX2oVUOz6yg. Hillesum, Etty. Una vida conmocionada:
Diario1941-1943. Edición de J. G. Gaarlandt. Barcelona: Anthropos
Editorial, 2007. Rad, Gerhard von. Teología del Antiguo
Testamento. I. Teología de las tradiciones históricas de Israel. Salamanca:
Ediciones Sígueme, 1972. Sánchez, Edesio. El reino y la niñez:
Un recorrido bíblico entre fe, niñez y juventud. Buenos Aires: Juanuno1
Ediciones, 2019. • • • Edesio
Sánchez Cetina, mexicano, Ph.D. en el Union Prebiterian
Seminary, Richmond (VA); Consultor emérito de traducciones bíblicas de las
Sociedades Bíblicas Unidas en las Américas; Miembro de la Society of
Biblical Literature y de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. yucachecho@gmail.com Artículo recibido:
17 de abril 2021. Artículo aprobado:
11 de mayo 2021. |
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Vida y
Pensamiento – Volumen 41, Número 1, pp. 45-64 – Primer Semestre Año 2021 |
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[1] A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son tomadas de Biblia de Jerusalén. Nueva Versión totalmente revisada (Bilbao: Desclée De Brouwer, 2009).
[2] Walter Brueggemann. Teología del Antiguo Testamento. Salamanca: Ediciones Sígueme. 2007, p. 162s.
[3] John Dominic Crossan. El nacimiento del cristianismo. Santander: Editorial Sal Terrae. 2002, p. 597.
[4] Gerhard von Rad. Teología del Antiguo Testamento. I. Las tradiciones históricas de Israel. Salamanca: Ediciones Sígueme. 1993, p. 235.
[5] José Severino Croatto. “Yavé, el Dios de la presencia salvífica: Éxodo 3,14 en su contexto literario y kerigmático”. Revista Bíblica Año 43-1981/3. Pp. 153-163, cita de p. 163.
[6] https://www.youtube.com/watch?v=wX2oVUOz6yg.
[7] Para leer más al respecto, ver: Edesio Sánchez, El reino y la niñez: Un recorrido bíblico entre fe, niñez y juventud. Buenos Aires: Juanuno1 Ediciones, 2019.
[8] Jorge Tasín trabaja, desde hace más de veinte años, en un barrio de extrema pobreza en Buenos Aires, Argentina, integrando un programa de inserción social mediante educación, trabajo y asistencia terapéutica. Su formación es teológica.