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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 41 Número 2 - Segundo
Semestre 2021 - San José, Costa Rica La muerte: Realidad,
metáfora y desafío |
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Los salmos de la muerte en Paul Celan JUAN ESTEBAN LONDOÑO pp. 11-36 |
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Resumen: En este artículo
se interpreta la voz poética de Paul Celan con respecto al tema de la muerte.
Se destacan sus poemas que se asemejan a salmos en los que se combinan la
oración y la blasfemia de cara a la pregunta por una forma específica de
muerte, la violenta. Desde la perspectiva de una estética del sufrimiento se
analizan los modos del discurso de la poesía de Celan como una denuncia
profética ante la violencia sistemática. Palabras claves: Paul Celan, muerte, poesía,
salmos. Abstract: This article
interprets the poetic voice of Paul Celan concerning the topic of death. It
highlights his poems that resemble psalms in which prayer and blasphemy are
combined facing the question of a specific form of death, the violent one.
From the perspective of an aesthetics of suffering, the modes of discourse of
Celan’s poetry are analyzed as a prophetic denunciation of systematic
violence. Keywords: Paul Celan,
death, poetry, psalms. |
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Juan Esteban Londoño Los salmos de la muerte en Paul Celan Para José Enrique Ramírez-Kidd, por las puertas abiertas en una
ciudad amurallada. La religión y la muerte son
hermanas. Paul Celan, poeta judío y víctima de los campos de exterminio,
tejió juntos los símbolos de la muerte y de la religión para escribir salmos
documentales sobre la eliminación sistemática de seres humanos. En este
artículo, siguiendo el modelo de la crítica literaria Susan Gubar (2003), se
intenta rescatar una voz poética sobre la muerte, la voz de Paul Celan, cuyos
padres fueron asesinados en un campo de concentración, en los salmos que
combinan la oración y la blasfemia con respecto a la pregunta por la muerte
violenta. Desde la perspectiva de Gubar (2003,7), la poesía facilita modos de
discurso que muestran las consecuencias psicológicas, estéticas y éticas del
sufrimiento ante la muerte por asesinato. Los modos del discurso de la poesía
están contenidos en imágenes que muestran el último latido de la vida y así
expresan lo que ningún discurso académico puede describir. Las imágenes
poéticas ponen en contradicción al lector o a la lectora con las versiones que
ha escuchado de la historia y le orientan a tomar una decisión frente al
pasado y al futuro, para que la muerte por asesinato, simbolizada en
Auschwitz, pero expandida a diferentes rincones del mundo, no se vuelva a
repetir (Gubar 2003, 8). En este sentido, Gubar entiende la poesía como una
revelación profética que muestra facetas de la psique humana y de la cultura
que la razón no alcanza y que permite, en lugar de maquillar el horror con
bellas palabras, dejarlo gritar desde el desgarramiento del lenguaje. Para escuchar la voz de Celan haremos inicialmente
una reflexión sobre la muerte, después leeremos algunos de sus poemas y,
finalmente, propondremos una reflexión sobre los textos escogidos para ver el
modo en el que poeta trae a Dios al diálogo en torno a la masacre. Su poesía
ora y blasfema, pregunta y trae a Dios a juicio. 1.
La religión, la poesía y la muerte
Según el investigador Mircea Eliade (1978, 33), las
primeras formas de religión están relacionadas con la muerte. Los registros
más antiguos que se conservan de expresiones religiosas vinculan la creencia
y los ritos al significado de la muerte de los animales o de los humanos
muertos en la cacería. Estos motivos religiosos expresan la pregunta por los
restos de los muertos: ¿qué hacer con los cadáveres de los seres queridos? De
allí que surja la hipótesis de que las arcaicas formas religiosas tuvieron
que ver con el culto a las personas que partían, tales como los
enterramientos sagrados de los muertos mirando hacia el Este, donde nace el sol,
que denotaban la esperanza de un renacimiento, de una existencia ulterior en
el otro mundo, la creencia en la continuidad de unas actividades específicas
de vida. Así brotan los rituales funerarios en los que los cadáveres eran
puestos de cara al otro mundo junto a sus objetos de adorno personal y a los
restos de un banquete. Por esto afirmamos que la religión y la muerte son
hermanas. En conexión con esta idea vincular reflexiona María
Zambrano (2020, 418) acerca de la máscara de Agamenón que se encuentra en el
Museo Nacional de Atenas, como la forma artesanal de la remisión a la unidad
entre la vida y la muerte, cuando el ser vivo se comunica con su forma
mortal, como si la máscara mostrara la verdad total de la vida de ese alguien
que se ha ido. La metáfora del irse es también un símbolo para nombrar la
muerte. Así como nombramos a Dios con
un lenguaje humano y limitado, también nombramos a la desaparición con la
palabra “muerte”. La desaparición misma es un cesar, un dejar de ser, no
existir más. Y este dejar de ser es perder la participación del mundo. Como
indica Martin Heidegger: “El morir debe asumirlo cada Dasein por sí
mismo. La muerte, en la medida en que ella «es», es por esencia cada vez la
mía. Es decir, ella significa una peculiar posibilidad de ser, en la que está
en juego simplemente el ser que es, en cada caso, propio del Dasein”
(2018, 257). Pero esta forma de morir
implica una representación personal y tranquila ante la cesación. Es aceptar,
incluso abdicar ante la posibilidad de durar eternamente. Tal mirada asume el
armisticio de la vida debido al desgaste biológico de un cuerpo. Sin embargo,
hay diferentes tipos de muerte, inaceptables desde cualquier punto de vista,
que no caben en la perspectiva ontológica-existencial heideggeriana o en la
aceptación estoica de la muerte como destino inevitable. Nos referimos a la
muerte por asesinato, tortura, violación, planificación sistemática, tan
visible en la época en que escribió Paul Celan (las dos guerras mundiales,
los campos de concentración y los Gulags), y tan cercana a nuestras vidas e
historias familiares en América Latina. Este es el tipo de muerte que genera
una reflexión pausada y compasiva, pues aquí interviene la mano humana por
distintos motivos, que no sólo mata, sino que, en su gesto de matar, con su
dedo apretando el gatillo, levanta la pregunta de si un ser humano debe matar
a otro ser humano. Desde la tragedia griega hasta
la teoría crítica surge la pregunta por la muerte por asesinato. La tragedia
griega la acepta como parte del juego de la vida en el que intervienen los
dioses y el destino. En la teoría crítica, representada en especial por
Theodor W. Adorno, hay una acusación filosófica a la metafísica de la muerte
representada por Heidegger. Esta perspectiva puede derivar en una
monstruosidad conceptual que entroniza al asesinato como el telos del
individuo: “La metafísica corriente de la muerte no es sino el impotente
consuelo de la sociedad por el hecho de que los cambios sociales han robado a
los hombres lo que antaño les hizo soportar la muerte, a saber: el
sentimiento de su épica unidad con una vida intacta” (Adorno 1975, 369). Contra Heidegger, o contra una instrumentalización
del pensamiento de Heidegger por parte de los partidos políticos (y con la
venia silenciosa de Heidegger frente al nazismo), Adorno piensa que la muerte
no constituye el propósito de la existencia. La vida es para la vida, no el ser-para-la-muerte
(aunque Heidegger en realidad se refiere al ser-hacia-la-muerte,
en la medida en que todas las personas mueren, y escribió esto en 1927, antes
del surgimiento de los campos de concentración). La concepción de ser-para-la-muerte
interpretada como una aceptación de la catástrofe puede alimentar una
interpretación en la que no duele el asesinato de más de seis millones de
judíos durante la Segunda Guerra Mundial, además de los afrodescendientes,
gitanos, homosexuales, opositores políticos, diversidades religiosas y
población enferma. Adorno llama la atención ante el hecho de que la
muerte no es siempre la misma, sino que la manera en que morimos importa. Una
cosa es cesar por un desgaste biológico, otra es ser torturado, violentado,
asesinado. Aún con el hundimiento de las religiones consideradas como un
placebo ante la muerte, el asesinato es inaceptable. El pensamiento y la
poesía deben confrontar la muerte. Y la existencia humana ha de basarse en
una solidaridad universal que se oponga a las metafísicas del crimen. Adorno afirma que, ante un fenómeno como Auschwitz,
no se puede hacer más poesía (Gubar 2003, 4). Sin embargo, ha nacido lo
contrario. La poesía es el elemento vital que permite contar y cantar la vida
en medio de la muerte, no para evadir la realidad de ésta, ni para decir que
ella no existe, sino para hacerla visible y funcionar como documento
histórico y artefacto estético. Como indica Ortega en su prólogo a la poesía
completa de Celan: “Adorno hubo de retractarse de su famoso aserto de que
después de Auschwitz la poesía era imposible, cediendo al ejercicio de
testigo a la fuerza con que comparecía para desmentirlo la obra de Celan”
(Ortega 2016, 29). Hacer poesía después de Auschwitz, nos dice Susan
Gubar (2003, 7), no es una prohibición. Es más bien el llamado a cuidarnos de
la banalización estética de la Shoah, a generar un placer retórico a partir
del dolor de los demás. No es una invitación al absoluto silencio, a la
complicidad abdicativa, de modo que se pierda la memoria. Es claro que las
mejores intenciones artísticas pueden ser insuficientes para describir el
horror de la muerte por asesinato, pero la poesía no puede callar, pues su
arte de palabras tiene la capacidad de hacer vivir lo sucedido a quienes no
estuvieron en el campo de exterminio para que un acontecimiento tan cruel no
se vuelva a repetir. En diálogo con la poesía de Susan Gubar, quien
rescata las voces poéticas de las víctimas, interpretamos poética y
teológicamente a Paul Celan (1920-1970), víctima de la Shoah. Paul Celan fue un poeta judío de nacionalidad rumana
y escritor en lengua alemana, políglota, cosmopolita y depresivo. Hijo único
de un ingeniero, Leo Antschel-Teitler, venido a menos por las vicisitudes de
las dos guerras mundiales y convertido en vendedor de leña, y de una madre,
gran lectora, que le enseñó a sentir el mundo en lengua alemana (Ortega 2016,
11). De joven, tuvo que presenciar la toma de su ciudad natal, Czernowitz
(entonces perteneciente a Rumania, hoy a Ucrania), por parte del ejército
rojo; la deportación de más de cuatro mil hombres, mujeres y niños a Siberia,
acusados de contrarrevolucionarios (Ortega 2016, 14); el confinamiento al
gueto junto a otros 45.000 judíos por parte de los nazis cuando éstos tomaron
la ciudad por orden de Hitler; y las detenciones masivas de la población
judía para llevarla a los campos de concentración y de exterminio. El sábado
27 de junio de 1942, el joven Paul Antschel (después cambió su nombre a Celan
en la forma de un anagrama) se escondió en una fábrica de detergentes y
cosméticos que un amigo rumano puso a su disposición. Sus padres decidieron
quedarse en casa. Al lunes siguiente el hijo regresó, pero ellos habían sido
detenidos y llevados al campo de concentración de Mijailovka en el que
murieron, el padre de un Tifus, debido al trabajo al aire libre, y la madre
de un tiro en la nuca (Ortega 2016, 15-16). Paul Celan, quien estuvo
internado en varias ocasiones en diferentes clínicas psiquiátricas dado que
jamás se pudo recuperar del dolor que le causó el asesinato de sus padres, de
su tío y otros amigos, se dedicó a escribir poesía como testimonio de la
muerte, y tomó como perspectiva estética un arte que no dejara de dialogar
nunca con las fuentes de la oscuridad. Hasta que el 20 de abril de 1970, día
en que cumpliría años Adolf Hitler, se lanzó al río Sena desde el puente
Mirabeau en París, como encarnación vital o poetización del yo de una vida
que testificara la muerte, o de una muerte que denuncia a la misma muerte. 2.
Fuga de la muerte
Negra leche del alba la bebemos de
tarde la bebemos a mediodía de mañana la
bebemos de noche bebemos y bebemos cavamos una fosa en los aires no se
yace allí estrecho Vive un hombre en la casa que juega
con las serpientes que escribe que escribe al oscurecer a Alemania
tu pelo de oro Margarete lo escribe y sale de la casa y
brillan las estrellas silba a sus mastines silba a sus judíos hace cavar una
fosa en la tierra nos ordena tocad a danzar Negra leche del alba te bebemos de
noche te bebemos de mañana a mediodía te
bebemos de tarde bebemos y bebemos Vive un hombre en la casa que juega
con las serpientes que escribe que escribe al oscurecer a Alemania
tu pelo de oro Margarete Tu pelo de ceniza Sulamit cavamos
una fosa en los aires no se yace allí estrecho Grita hincad los unos más hondo en
la tierra los otros cantad y tocad agarra el hierro del cinto lo
blande son sus ojos azules hincadlos unos más hondo las palas los otros seguid tocando a danzar Negra leche del alba te bebemos de
noche te bebemos a mediodía de mañana te
bebemos de tarde bebemos y bebemos vive un hombre en la casa de tu
pelo de oro Margarete tu pelo de ceniza Sulamit juega con
las serpientes Grita que suene más dulce la muerte
la muerte es un Maestro Alemán grita más oscuro el tañido de los
violines así subiréis como humano en el aire así tendréis una fosa en las nubes
no se yace allí estrecho Negra leche del alba te bebemos de
noche te bebemos al mediodía la muerte es
un Maestro Alemán te bebemos de tarde y mañana
bebemos y bebemos la muerte es un Maestro Alemán su
ojo es azul él te alcanza con bala de plomo su
blanco eres tú vive un hombre en la casa tu pelo
de oro Margarete azuza sus mastines a nosotros nos
regala una fosa en el aire juega con las serpientes y sueña la
muerte es un Maestro Alemán tu pelo de oro Margarete tu pelo de ceniza Sulamit (Celan 2016, 63). Paul Celan escribió la primera versión de este poema
en 1945, día en que tuvo noticia de que su tío, Bruno Schrager, fue deportado
al campo de concentración de Auschwitz y asesinado allí (Ortega 2016, 16).
Esto abrió en Celan la herida de la muerte de sus padres y lo llevó a
testificar ante a la desaparición forzada. Por esto, desde la perspectiva de
sus intérpretes, puede afirmarse que “Las metáforas de esta endecha suprema,
compuesta contra la inhumanidad del hombre, remiten a la matanza de
Auschwitz” (Ortega 2016, 17) El título de la obra, Todesfuge,
remite, más que a la fuga de una huida, a la fuga musical del canto clásico
en la que las voces se suceden imitando las unas a las otras y dando matices
de persecución. Este es el caso de la “Pequeña Fuga en G menor” de Johann
Sebastian Bach. Las notas del órgano se acosan. El sujeto inicial llama a la
persecución. La respuesta sigue al sujeto, pero también se opone. La tercera
voz cambia de octava. Y las voces se alternan. En el poema de Celan, las
voces se persiguen como se persiguen los seres humanos haciendo eco de la
historia. Pero esta vez no es la fuga musical que celebra vida. Es la fuga –y
aquí en doble sentido– de la muerte persiguiendo a la muerte, de los vivos
huyendo de esta muerte que los arrebata. El poema se abre con un
oxímoron: la leche negra. Así se vincula con la antigua tradición mística en la
que se habla con frecuencia de la oscura luz en la que cae el contemplador.
En el caso de Celan el pueblo bebe esta leche que remite al alimento vital
otorgado por la madre, pero que es ingerido para la muerte. La leche del alba
es negra como un veneno. No se trata de una simple metáfora surrealista, es
el testimonio emocional de la destrucción planificada. El sujeto plural que
canta son las víctimas de la persecución en fuga, y está obligado a beberla. Pero, además, cavan una fosa como consecuencia del
veneno que ingieren. El lugar de la sepultura no es la tierra, es el cielo o
el aire que trasporta los aromas, y no es donde se yace. Las víctimas de esta
muerte en fuga no tienen dónde ser enterrados. Mueren, pero no tienen un
lugar para morir. El lugar de la enunciación es Alemania. El campo de
aniquilación. Este país de luz, que se refleja en el color dorado del pelo de
Margarete, se disuelve en el lenguaje como sus planes disuelven la dignidad
humana, los cuerpos desmembrados, las pieles convertidas en jabón, los
cabellos en almohadas. El poeta habla de un hombre que vive en una casa. Este
juega con serpientes y escribe todo el tiempo. El contenido de su escritura
remite a voces de la tradición alemana en la que Margarete puede ser la
tradicional Gretchen que aparece en el Fausto de Goethe. Y también a la
tradición bíblica en la que la Sulamita es la voz que canta en coro (también
a tres voces, como en una fuga) del Cantar de los cantares. Se podría pensar
que el hombre de la casa es el poeta. Pero este describe la muerte donde hay
brillo. Es un hombre que tiene perros de modo similar a los soldados nazis,
un hombre que ordena y tiene una función de poder. Puede dar la vida, y
ordena la cesación de ésta. El hombre incita a los judíos a que hagan música, a
que participen de la fuga: “nos ordena tocad a danzar”. Aquí Celan destaca el
papel tan importante de la música en los campos de masacre. No es una
exageración del poeta. Las “SS” obligaron a los prisioneros a hacer arte
frente a ellos, aun sabiendo éstos que iban a morir minutos después. Cantaron
y bailaron atacados por el pánico. Era su acto final. De esto habla el
filósofo francés Pascar Quignard en su ensayo Odio a la música,
indicando que esta señal de vitalidad y vida se transformó en una incitación
a la muerte: Entre todas las artes, sólo la
música colaboró en el exterminio de judíos organizado por los alemanes entre
mil novecientos treinta y tres y mil novecientos cuarenta y cinco. Es el
único arte requisado como tal por la administración de los Konzentrationslager.
Es preciso subrayar, en su perjuicio, que fue el único arte capaz de avenirse
con la organización de los campos, del hambre, de la indigencia, del dolor,
de la humillación y de la muerte (Quignard 1998, 108). Como señala Quignard, cuando la música o el arte son
instrumentalizados al servicio de la exterminación, pueden volverse
abominables para quien más amó sus expresiones (Quignard 1998, 109). El
francés nos recuerda que los cuerpos desnudos ingresaban en las cámaras de
gas inmersos en música (Quignard 1998, 109), y se apoya en el testimonio de
Primo Levi para recordarnos que la música no era tocada en el Lager
para consolar a las víctimas, sino para para aumentar la obediencia de los
que ya estaban deshumanizados y el placer estético y sádico de sus
victimarios, experimentado “gracias a la audición de sus melodías favoritas y
a la visión de un ballet humillante danzado por la tropa de quienes cargaban
con los pecados de aquellos que los humillaban” (Quignard 1998, 113). Como en
el caso de la fuga (musical) de la muerte descrita por Celan, la música de
los campos de concentración fue “una música ritual” (Quignard 1998, 113). El hombre de la casa, el alemán
del poema de Celan, grita dando órdenes a la par que interpreta el crimen que
documenta este poema: “la muerte es un Maestro Alemán” (der Tod ist
ein Meister aus Deutschland). La expresión alemana Der Tod refiere
a una mitología en la que se personifica la muerte de manera sexuada o
masculina, en la que la figura que se lleva a los muertos es varón, a
diferencia de la creencia en castellano en la que se ha personificado a la
muerte como una figura femenina o, por lo menos, como una calavera asexuada. En segunda instancia, se destaca el carácter
magisterial y pedagógico de la muerte. La muerte enseña, o quiere enseñar,
piensan los asesinos. Invita a la instrucción y a la danza. Hace de sus
víctimas unos músicos y unos payasos que tocan en la orquesta de los campos
de la ruina. Aquí resalta Celan la incitación a la música y a la celebración
en un contexto en el que la muerte es una fiesta, y la fiesta la celebran
otros, no las víctimas. En tercer término, se destaca la procedencia de la
muerte: ella viene de Alemania (aus Deutschland). Celan escribe a los
verdugos y a sus cómplices (como también a víctimas alemanas de la guerra) en
su propia lengua. De este modo comunica ante ellos un lamento moral del arte
contra la historia (Ortega 2016, 21) y lee en voz alta en el país de los
victimarios de sus padres y de sus familiares este poema que es una denuncia
(Ortega 2016, 28). Les dice en su propia lengua que son unos asesinos. Dadas las características de la muerte y del hombre,
es probable que Celan vincule al hombre de su poema (Ein Mann) con la
muerte (Der Tod) y que la muerte esté personificada en el hombre
mismo. Ambos tienen los ojos azules: “la muerte es un Maestro alemán su ojo
es azul” (Celan 2016, 64; compárese con la descripción del hombre: “son sus
ojos azules”, Celan 2016, 63). Las tres voces de la fuga se hacen evidentes, se
encarnan una en otra, se confunden. A éstas se suman el grito del hombre, el
tañido de los violines y la escritura del poeta. El poema es eminentemente
auditivo. Es una música, una fuga, o un tango, como se llamó en su la
traducción rumana (Tangoul Mortii, Celan 2016, 17). Las voces se
repiten y cantan desde lugares diferentes. Vuelven a contar la misma historia
con la repetición obsesiva del poeta que no pretende más que variar la escena
del crimen. En contraste con la imagen
masculina de la muerte aparece la evocación a dos mujeres: a la rubia
Margarete y a la morena Sulamita. Estas fungen como la imagen ideal de un
pequeño descanso en medio de la desaparición violenta, al modo en que un
hombre que va a ser fusilado o arrojado a la fosa (en este caso, una fosa
aérea), ellas dan un instante de alivio cuando no se tiene más remedio que
desaparecer. Así vemos un poema en el que la persecución musical
deviene en una persecución militar y las víctimas no tienen cómo defenderse.
Ellas son un “nosotros”. Él (el hombre, la muerte) es individualizado
mediante dos imágenes: el hombre en la casa y el Maestro alemán. Este maestro
tiene el poder del hierro y la palabra, la orden y los servidores o mastines
que están a su servicio. Mientras que las víctimas sólo tienen como falso
consuelo una danza obligada y no parecen disfrutarla. Se deleitan más en las
imágenes poéticas de las mujeres, que reflejan el consuelo del escritor que
ha perdido en la guerra ante las mujeres, en especial la madre. 3.
Tenebrae
Cerca estamos, Señor, cercanos y aprehensibles. Aprehendidos, ya, Señor, entregarfados, como si fuera el cuerpo de cada uno de nosotros tu cuerpo, Señor. Ruega, Señor, ruéganos, estamos cerca. Agobiados e íbamos, íbamos a encorvarnos hasta badén y bañil. Al abrevadero íbamos, Señor. Era sangre, sangre era, la que derramaste, Señor. Relucía. Nos devolvía tu imagen de a los
ojos, Señor. Ojos y boca están tan abiertos y
vacíos, Señor. Hemos bebido, Señor. La sangre y la imagen que estaba en
la sangre, Señor. Ruega, Señor. Estamos cerca. (Celan 2016, 125). Este poema testifica que Auschwitz no sólo cambia el
lugar o la función de la poesía, también cambia el lugar de Dios como
interlocutor de oraciones y poemas. En este poema el sujeto y el objeto de la
oración religiosa se invierten. Habla el ser humano, habla en plural. Pero
esta vez es el humano quien se dispone para que Dios le ruegue, puesto que no
ha cumplido las oraciones que él y sus padres, y todo el pueblo judío,
esperaba que cumpliera, a la manera de un nuevo éxodo o de una protección
para sus hijos e hijas. Como dijera el filósofo judío Hans Jonas (1987, 11),
después de Auschwitz no se puede pensar a Dios como un ser omnipotente y de
promesas inamovibles. Ante el avance de la razón instrumental y de la
soberbia humana, la imagen de Dios empieza a mostrarse vulnerable. Auschwitz
cambia las condiciones en las que mueren las personas, humilladas,
deshumanizadas, sin la posibilidad de perecer siquiera como mártires de su
propia creencia. La causa es la aniquilación sistematizada por parte de otras
manos. A diferencia de los cristianos, nos recuerda Jonas, los judíos no
entienden la salvación como la partida a un “más allá” (Jenseits)
mejor, sino que ésta acontece en un aquí (Diesseits) (Jonas 1987, 14).
Y Dios, si queremos seguir creyendo en Él, es visto como el fondo del ser que
experimenta el mundo en el dolor del mundo, renuncia a omnipotencia para
vivirse en la multiplicidad de las sensaciones, se desarrolla y experimenta a
sí mismo en el tiempo, la naturaleza, los animales y las personas, para vivir
con ellas la historia del amor y de la libertad. Celan, cercano a esta propuesta, no abandona a la
figura divina como un interlocutor. Sigue llamando “Tú” a aquel Misterio. Sus
poemas son invocaciones, oraciones que llaman a un Dios que no pareciera
responder. Pues ese Tú es vulnerable. En el poema invita a este Dios a que
ruegue al ser humano. “Ora a nosotros” (Bete, Herr, bete zu uns), le
dice, “no nosotros a ti”; porque Dios debe una explicación a su pueblo
expectante que ha sufrido sin ver la intervención de la divinidad. El poema no acontece en el
campo de una razón filosófica, ni en el ámbito de una teología sistemática
que ofrezca respuestas a todas las preguntas. El canto de Celan, el salmo,
brota en el reino de las emociones. Por eso no pregunta dónde estaba Dios
cuando sus padres fueron muertos en Mijailovka. Es, más bien, una oración no
respondida en la que se invita a Dios a orar también como sucede en la
mayoría de los casos donde media el sufrimiento: donde no hay una respuesta
inequívoca, todas son misteriosas, abiertas a la multiplicidad de
significaciones. Dios puede orar también en la poesía del escritor, o callar
en ella. Dios tampoco responde en el poema. Sino que será
quien ruegue ante su mismo pueblo por permitir que fuera llevado a las
cámaras de gas o asesinado a balazos. Será Dios quien se disponga a clamar al
ser humano en medio del dolor incomprensible. Esta es la dimensión de Celan cercana
a la teología, o en discusión con ella. De allí que sea considerado por la
crítica como “uno de los escasos grandes poetas religiosos de nuestro tiempo”
(Ortega 2019, 33). Pero no un poeta de la presencia divina, sino de su
ausencia. Aunque ora o reza, el testimonio final es el silencio. Oficio de tinieblas. El título del poema Tenebrae
alude al servicio religioso celebrado el Jueves o el Viernes Santo, en el que
se extinguen de forma gradual las velas. Mientras tanto se leen o cantan
salmos. Se anuncia la muerte de Cristo. Aunque se espera una resurrección, se
da paso al dolor o a la tristeza. Las tinieblas son también parte de la
ritualidad cristiana. Así, Celan, el poeta, nos ofrece un salmo en el que
se apagan las velas de la esperanza. Muere la última candela del pueblo en
los campos de exterminio. No es improbable que el poeta piense en un Cristo o
Mesías como la colectivización del pueblo hebreo, ya que se asume a Jesús
como judío. Pero en Tenebrae no se anuncia la vuelta de la tumba como
en las oraciones en medio del sufrimiento, aunque el final permanezca abierto
a una respuesta. El poema presenta a un ser humano dispuesto a oír a Dios, no
a la manera de una respuesta, sino al Dios que ruega. La voz colectiva del poema se identifica con el pueblo
judío. El “nosotros” (wir) que está siempre frente a Dios. Ese pueblo
atraviesa el periplo de la muerte. Por eso dice la voz colectiva, el nosotros
del poema, que se siente ya atrapado: “Aprehendidos, ya, Señor” (Gegriffen,
schon, Herr). Y, desde el tercer verso, quienes son atrapados por los
enemigos cambian de lugar con Dios para esperar a que Dios ruegue por perdón
o misericordia. Los individuos atrapados se funden los unos a los otros, los
unos en los otros (ineinander verkrallt), como ocurre en los trenes
que transportaron a los prisioneros a los devastadores Läger, según el
testimonio del sobreviviente italiano Primo Levi: Los vagones eran doce, y nosotros seiscientos cincuenta; en
mi vagón éramos sólo cuarenta y cinco, pero en un vagón pequeño. Aquí estaba,
ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, uno de los famosos trenes de guerra
alemanes, los que no vuelven, aquellos de los cuales, temblando y siempre un
poco incrédulos, habíamos oído hablar con tanta frecuencia. Exactamente así,
punto por punto: vagones de mercancías, cerrados desde el exterior, y dentro
hombres, mujeres, niños, comprimidos sin piedad, como mercancías en docenas,
en un viaje hacia la nada, en un viaje hacia allá abajo, hacia el fondo. Esta
vez, dentro íbamos nosotros (Levi 2005, 35-36). Pero también los personajes se
confunden con Dios: un Dios que tiene cuerpo o que encarna la corporeidad
herida de los judíos, encadenada a otros huesos y a otra carne, formando una
unidad del sufrimiento. El poeta describe el modo en que el personaje
colectivo es llevado hasta los lugares descritos como “badén y bañil” (Mulde
und Maar), la hondonada o pieza cóncava, el lago de origen volcánico. La
fosa donde tiraban a los cuerpos baleados o muertos por el gas. La posición
de los cuerpos describe la situación en la que se encuentra el personaje
colectivo: “íbamos a encorvarnos” (gingen wir hin, uns zu bücken).
Esta posición denota ruego y postración, pero también, vencimiento por parte
de quienes sufren los dolores del hambre y la tortura. Primo Levi (2015, 119)
retrata esta situación en Auschwitz bajo la figura de los musulmanes o Musselmann,
aquellos que, por el dolor causado por el hambre o el cansancio, ya no pueden
caminar erguidos y siempre están prostrados. Son los hombres que se
desmoronan, a los que nadie dirige la palabra; se les llama de este modo
porque parecen siempre de rodillas, como si rogaran. El personaje colectivo va al abrevadero. Refleja la
sed y el hambre, el deseo de beber y refrescarse. Pero encuentra sangre, la
sangre derramada por Dios. Aquí no se detalla si es una sangre de otros
cuerpos que Dios haya regado a causa del asesinato. Parece más bien que es la
propia sangre divina derramada. En el campo semántico ritual del poema, bajo
el título del “Oficio de tinieblas”, se interpreta que se refiere a la sangre
de la Cena del Señor: “Era sangre, sangre era, / la que derramaste, Señor” (Es
war Blut, es war, / was du vergossen, Herr). La palabra usada para
“derramar” es la misma que se usa en el rito cristiano de la Santa Cena,
cuando se afirma que la sangre fue derramada por los pecados de las personas:
“Das ist mein Blut des neuen Testamentes, das für viele vergossen wird” (Mc
14,24 LB), que literalmente traducimos: “esta es mi sangre del Nuevo
Testamento, la que por muchos es derramada”. Esta sangre brilla y en su fulgor está la imagen de
Dios. La comunidad la bebe, como en el rito cristiano de la Eucaristía en el
que se ingiere la sangre de Cristo. En el símbolo presencial de la obra de
arte, el pueblo bebe la sangre derramada por Dios y la imagen de Dios en la
sangre. En Tenebrae beben la sangre, como en Fuga de la muerte
beben la leche negra de la aniquilación. Y en la toma del líquido divino,
aquí vital en contraposición a la leche del asesinato, termina el poema
abierto hacia la posibilidad de vida. Pero, a diferencia de lo que sucede en
una creencia de canibalismo ritual, el pueblo no recibe un poder de su
deidad. Ni siquiera vislumbre de futuro hay. Pero tampoco la aniquilación
tiene la última palabra. Es la disposición al ruego, la posibilidad de que el
ser humano se abra a Dios en un acto poético de fe lo que hace posible que se
diga algo desde y ante la muerte: “Ruega, Señor / estamos cerca”. Así el
poema termina abierto a una respuesta, a un clamor de Dios ante el ser
humano. 4.
Tardío y profundo
Malvada como arenga de oro comienza
esta noche. Comemos las manzanas de los mudos. Hacemos una obra que de buen grado
se confía a su estrella; nos tenemos en el otoño de nuestros
tilos como un rojo de bandera pensativo, como ardientes huéspedes del sur. Juramos por Cristo el Nuevo
desposar el polvo con el polvo, los pájaros con el zapato caminero, nuestro corazón con una escalera en
el agua. Prestamos ante el mundo los
sagrados juramentos de la arena, los juramos de buen grado; los juramos en voz alta desde los
techos del sueño sin sueños y agitamos la blanca cabellera del
tiempo… Ellos gritan: ¡Vosotros blasfemáis! Tiempo ha que lo sabemos. Tiempo ha que lo sabemos, pero ¿qué
importa? Vosotros moléis en los molinos de
la muerte la blanca harina de la promesa, vosotros la ofrecéis a nuestros
hermanos y hermanas – Nosotros agitamos la blanca
cabellera del tiempo. Vosotros nos amonestáis:
¡Blasfemáis! Bien lo sabemos, que venga la culpa sobre nosotros. ¡Que venga la culpa sobre nuestros
signos premonitorios, que venga la mar gorgogeante, la ráfaga acorazada de la
conversión, el día de medianoche, que venga lo nunca sido! Que venga un hombre de la tumba. (Celan 2016, 61). Con este poema culminamos la
reflexión de Celan sobre la muerte. Si bien es uno de los primeros escritos
del año 1952 en el mismo libro donde aparece Fuga de la muerte, aquí
deja abierto el pestillo hacia la vida. Como en muchos de sus poemas, Celan inicia con la
noche. La noche es un lugar frecuente en la obra de Celan, del mismo modo que
la oscuridad y el color negro. Este es el color de la desnudez para Celan:
“Más negro en lo negro, más desnudo voy” (2016, 60). La oscuridad es el
desierto del mundo, el frío ante la ausencia de la luz. El negro es el color
de la melancolía (2016, 66). La expresión alemana Nacht, según la edición
bilingüe de Trotta, aparece más de 150 veces en los poemas completos de
Celan. La noche es el lugar del erotismo, lugar privilegiado en los poemas amorosos
de Celan, tales como Medianoche (2016, 50) y De noche (2016,
70). Pero ella es también la imagen de la melancolía, el canto hacia lo ido
(2016, 67), el lugar de la escucha y la atención, el instante en el que nace
la poesía, como señala Hugo Mujica a propósito de Celan: “Anochece. Las
sombras silencian las formas. Es el tiempo del oído, no de la mirada. La hora
en que todo se concentra descentrándose” (Mujica 2014, 19). En Tardío y profundo el día es medianoche. O,
visto de un modo más esperanzado, “en la noche puede nacer el día” (der
mitternächtige Tag). El poeta la califica de “malvada”. Aquí habla, de
nuevo, el sujeto colectivo mediante el uso de un verbo que implica a un grupo
frente a otro. Por un lado, tenemos a los que comen (Wir essen), a los
que hacen (Wir tuen), a los que juran (Wir schwören). Por el
otro, están los que los gritan, los “ellos” (Sie rufen), que se oponen
al flujo de la vida mediante impedimentos calificadores. En las acciones de la voz poética, hay anotaciones
sagradas que emparentan el texto con un salmo no sólo judío, sino también
cristiano. El personaje colectivo jura por Cristo “despojar el polvo con el
polvo”. Este Cristo es calificado de “nuevo” (neuer), lo cual puede
implicar la personificación de una nueva esperanza o la venida renovada de
este personaje. El contenido del juramento es una expectación del pueblo:
“desposar” el polvo con el polvo, los pájaros con el zapato caminero, el
corazón con una escalera en el agua. Es la combinación de lo imposible, la
generación de la utopía que permite el encuentro con la vida en medio de una
danza de la muerte. La acción de este juramento es calificada como un gesto
simbólico “de buen grado” (Wir schwören sie gern). El grupo opositor los acusa de blasfemia. Se vale de
palabras del ámbito sagrado para excluirlos de la posibilidad de soñar.
Cuando un pueblo quiere destruir a otro desprestigia sus promesas, aplasta
sus símbolos. Y éstos, a todas luces nazis, niegan que los judíos sueñen un
Mesías, que construyan el mundo a partir de su creatividad, que vivan, que
sientan. La respuesta de Celan es humilde pero irónica:
“Tiempo ha que lo sabemos, pero ¿qué importa?”. La voz poética colectiva sabe
que la aplastan, pero mira a lo lejo la puerta abierta para escapar. Y así
empieza el margen de contrastes entre el “vosotros” (Ihr) y el
“nosotros” (Wir) que aparece en el poema. Los acusadores atacan y
niegan la posibilidad de la vida. Muelen las promesas presentadas bajo la
imagen de una harina blanca en los molinos de la ruina. Pero el pueblo
acusado lo acepta y permite, con un dejo de ironía, que lo ataquen con
incriminaciones de orden sacro: “Bien lo sabemos, / que venga la culpa sobre
nosotros”. La mejor manera de enfrentar a quien ataca
simbólicamente desde una visión moral del mundo es sentirse parte de la
ruptura y aceptarlo con franqueza. Aceptan que son profanadores, aceptan que
son herejes. Con esto se aferran a la posibilidad de soñar contra la muerte.
La voz poética no se deja quitar la promesa, aún enfilada hacia la muerte, anuncia
la llegada de un día en medio de la noche, lo que nunca ha sido. Advierte,
incluso, con el atrevimiento que tiene toda esperanza, la posibilidad de que
“venga un hombre de la tumba” (ein Mensch aus dem Grabe). Con lo que
retoma la creencia judeocristiana en la resurrección, no necesariamente
centrada en el Mesías de los cristianos, pero abierta a la posibilidad
poética de que la muerte sea desafiada por las ventanas que el arte abre. Celan combate a la destrucción feroz desde la poesía
y en ella se abre a lo mesiánico. De modo similar lo hace Walter Benjamin
(2001, 40), cuando atraviesa una flecha mesiánica frente al portón de la
historia que trata de cerrar el acceso a los judíos. El momento mesiánico es
comprendido por Benjamin como irrupción repentina, un presente que rompe con
el continuum de la historia, un instante visto como el tiempo del
ahora. La redención es la autosupresión de lo histórico, y la acometida de un
orden distinto. La poesía se erige ante la muerte no como el telos de
la dinámica histórica, como su ruptura negativa. La poesía abierta a la tumba
vacía deja ver que lo mesiánico consuma el acontecer histórico y lo hace
redimiendo, creando órdenes nuevos. Aunque Celan, al igual que
Benjamin, cae en la desesperación como testimonio de muerte contra la muerte,
su poesía impide que la historia llegue al punto final con la marcha de los
asesinos. Contrario a la afirmación de que no se puede escribir poesía
después de Auschwitz, a la obra de Celan se le pueden aplicar las palabras de
Adorno en la Mínima moralia concernientes a la filosofía (1998, 250).
Esta poesía se puede justificar únicamente a la vista de la desesperación.
Ella es el intento de contemplar todas las cosas desde el punto de vista de
la redención. La visión poética de un hombre que venga de la tumba ofrece una
luz liberadora ante el mundo aniquilado por la guerra. Ella puede
resplandecer como un canto abierto que denuncia el dolor ante la muerte. Conclusiones
Estos poemas que, siguiendo al mismo Celan en
algunos de ellos, hemos catalogado como “salmos”, se instalan en una
tradición judía de oraciones sin respuesta que se permite poner en duda las
afirmaciones que se han hecho sobre las creencias. Después de Auschwitz,
símbolo de los campos de concentración en los que se emitió una muerte fría y
sistematizada en la que cayeron los seres queridos de Paul Celan, el poeta se
abre a la posibilidad de cuestionar desde la literatura las afirmaciones de
fe que se creían inamovibles, en especial las que legitiman la violencia sin
cuestionarla, como en el epígrafe de una de sus canciones en yiddish: “¿Se
puede subir al cielo y preguntar / a Dios si las cosas deben ser así?” (Celan
2016, 176). Ante la ausencia de una respuesta dogmática y definitiva frente
el fenómeno de la muerte, el poeta se aleja de la ortodoxia y combina la
oración y la blasfemia: “Vosotros, de oración y blasfemia / y oración
afilados cuchillos / de mi / silencio” (Celan 2016, 169). De este modo se abre la obra de arte como un modo de
cuestionar las respuestas tradicionales con respecto al lugar de lo divino
frente a la muerte. La poesía atraviesa la reja del lenguaje de los dogmas
para que no se cierre con preguntas inútiles. Abre espacio a la vitalidad del
ser; al erotismo en medio de la tristeza por el asesinato de un ser querido;
y permite seguir cuestionando las creencias que, ante la muerte, callan y que
pueden hablar en la poesía. Frente al dolor irracional de una muerte por
asesinato, la figura de Dios no aparece como una palabra rígida que reprenda
nuestra duda, sino que Dios reza con nosotros en la fuga de la muerte. Referencias
Adorno, Theodor W. 1998. Mínima
moralia. Madrid: Taurus. Adorno, Theodor W. 1975. Dialéctica
negativa. Madrid: Taurus. Benjamin, Walter. 2001. Para
una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones
IV. Madrid: Aguilar. Celan, Paul. 2016. Obras
completas. Madrid: Trotta. Eliade, Mircea. 1978. Historia
de las creencias y de las ideas religiosas. Volumen I. Madrid: Cristiandad. Gubar, Susan. 2003. Poetry
after Auschwitz. Remembering What One Never Knew. Indiana: Indiana University Press. Heidegger, Martin. 2018. Ser
y tiempo. Madrid: Trotta. Jonas,
Hans. 1987. Der Gottesbegriff nach Auschwitz. Eine jüdische Stimme in
Philosophische Untersuchungen und metaphysische Vermutungen. Frankfurt: Insel. Levi, Primo. 2015. Trilogía
de Auschwitz. Barcelona: Península. Mujica, Hugo. 2014. Del
crear y lo creado 2. Prosa selecta. Ensayos. Barcelona/México: Vaso Roto. Ortega, Carlos. 2016.
Prólogo a Obras completas, de Paul Celan, IX-XXXV. Madrid:
Trotta. Quignard, Pascal. 1998. El
odio a la música. Santiago de Chile: Andrés Bello. Zambrano, María. 2020. El
hombre y lo divino. Madrid: Alianza. ... Juan Esteban Londoño, Máster en Ciencias
Bíblicas (UBL - Costa Rica) y en Filosofía (Universidad de Antioquia -
Colombia), Doctor en Teología por la Universidad de Hamburgo (Alemania). Es
escritor, docente e investigador en las áreas de hermenéutica, literatura y
teología. londonojesteban@gmail.com Artículo recibido: 28 de agosto de 2021. Artículo aprobado: 12 de octubre de 2021. |
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