|
|
|
|
Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 41 Número 2 - Segundo Semestre 2021 -
San José, Costa Rica La muerte: Realidad,
metáfora y desafío |
|
|
El desvelo Fabio
Salguero Fagoaga pp. 139-166 |
|
|
Resumen: En este artículo
se reflexiona sobre “la nueva normalidad”, para razonar que la pandemia
desvela una realidad global sobrepasada por el pecado de la humanidad, tanto
a nivel individual como estructural. Se analiza el discurso apocalíptico de
Jesús en Mateo 24, y otros textos, que mediante catástrofes sociales y
cósmicas expresan las grandes intervenciones de Dios y, contrario a
significar el fin de la historia, anuncian un nuevo nacimiento. Se presenta
una narrativa contraria a la lógica dominante oficial, y se propone pensar en
acciones éticas para una humanidad devastada. Así como los evangelios, los
relatos alternativos al relato oficial, abren caminos fuera de esa lógica
dominante para resistir a los modelos de vida nocivos y cambiar realidades
específicas de muerte. Palabras claves: Escatología, narrativa
bíblica, nueva creación, nueva normalidad, apocalíptica. Abstract: This article
reflects on “the new normality”, to reason that the pandemic reveals a global
reality surpassed by the sin of humanity, both at the individual and structural
levels. We analyzed the apocalyptic discourse of Jesus in Matthew 24, and
other texts, that through social and cosmic catastrophes expresses the great
interventions of God and that, contrary to signifying the end of history,
announce a new birth. It presents a narrative contrary to the dominant logic
official one, and it is proposed to think about ethical actions for a
devastated humanity. Just like the gospels, the alternative stories to the
official story open ways outside of that dominant logic to resist harmful
life models and change specific realities of death. Keywords: Eschatology,
Biblical narrative, New creation, Christian Ethics,
Apocalyptic. |
|
|
Fabio Salguero Fagoaga El desvelo Introducción La pandemia del COVID-19 ha planteado diversas preguntas
significativas sobre la dinámica de vida que como especia humana hemos
construido. Preguntas que pertenecen al campo de la ética en todas sus
dimensiones: privadas y públicas, individuales y colectivas, personales y
estructurales. El contexto de esta “nueva normalidad” ha expuesto nuestros
miedos frente a la incertidumbre de la muerte. La enfermedad es mortal, pero
más mortal es lo que está detrás de ella. En este artículo intento esbozar un
panorama de lo que está tras el telón de la pandemia y que, al correrlo,
desvela algunos detalles significativos para comprender lo que sucede en la
narrativa mundial, a saber, la construcción calculada de las absurdas
desigualdades. En situaciones límite es cuando la humanidad
vuelve su mirada a lo que da significado al ser humano, pero, sobre todo, a
la fragilidad de la vida. Sentirse al borde de la muerte, aún solo con el
sentimiento de la cercanía a esta, despierta sensibilidades que no sería
posible experimentarlas en situaciones de bonanza. Desde el discurso
apocalíptico de Jesús intento imaginar la posibilidad de construir una
versión no oficial de la historia. Un ejercicio que plantea posibilidades
interesantes si consideramos que la propuesta de muerte, en el contexto de la
pandemia, necesita de un giro de astucia, creatividad y justicia, sobre todo,
cuando las crisis trazan posibilidades de vida. 1. ¿La nueva normalidad? Con frecuencia, los seres humanos recurrimos al ingenio de la rutina
para poder sobrellevar creativamente la carga del tiempo. A algunas personas,
sin embargo, la rutina les provoca cierta animadversión, mientras que a otras
les brinda seguridad, certeza y sentido de haber tomado el control de su vida
y su destino. La rutina nos parece normal, tanto como la cultura en la que
estamos inmersas e inmersos, y en la que vivimos sin levantar muchas
preguntas para no pelear con la realidad-en-sí, y, más bien, encontrar en
ella algún significado, algún símbolo que nos haga transcender, por lo que
nos desconcertamos cuando lo normal se altera y no lo podemos controlar,
sobre todo, cuando esa alteración nos desarma, irremediablemente, doblegando
nuestra voluntad. No nos extraña, entonces, ver el año 2020 como un año perdido. Lo
vemos con resentimiento ante la pérdida de oportunidades de vida; de trabajo;
de educación; de construcción de sueños personales o familiares. La
convivencia rutinaria se rompió dramáticamente con el distanciamiento social y
el confinamiento en casa. Sin previo aviso, entramos en una recesión sin
precedentes: la pandemia pausó la extracción de los bienes de la naturaleza
llevada a cabo por la economía global, y con ella las jornadas laborales
disminuyeron tanto como los salarios. El informe de perspectivas económicas mundiales, en su edición del 8
junio del 2020, declaraba que “La COVID-19 ha desatado una crisis mundial sin
precedentes (…) está llevando a la recesión mundial más profunda desde la
Segunda Guerra Mundial”. Se estima que la pandemia ocasionaría el cierre de
2,7 millones de empresas en Latinoamérica, siendo el 19% del total de las
empresas. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y
Desarrollo (UNCTAD) en conjunto con la Comisión Económica para América Latina
y el Caribe (CEPAL) la inversión extranjera se ha reducido aproximadamente un
50%; a lo que se suma que el número de pobres aumentará en 28,7 millones de
personas, hasta alcanzar la cifra de 214,4 millones de pobres en la región
(Sánchez Díez y García de la Cruz 2021). Los efectos de la pandemia han
agudizado las crisis migratorias, y por
consiguiente, la violación de los derechos humanos, y el ensanchamiento en la
desigualdad y la pobreza extrema. Además, al 4 de junio de 2021 se contabilizaban
más de 172,5 millones de casos confirmados de COVID-19 y aproximadamente 3,7
millones de muertes en todo el mundo (Orús 2021). Por otro lado, nos quedaríamos cortos si, al
recorrer este camino de apenas dos años desde el inicio de la pandemia, no
mencionáramos lo que es normal en el mundo; si no habláramos de la rutina de
todos los días, de lo que da seguridad a las grandes potencias y economías hiperdesarrolladas, y, al mismo tiempo, provoca
animadversión en quienes la sufren. Con mucha seguridad, la pandemia pausó la
vorágine de un mundo rebasado por el pecado de la humanidad, con sus diversas
realidades “normalizadas” en la cultura de un modelo económico llevado a los
límites. Nos quedamos cortos, aún si traemos a la memoria las guerras que
quedan pendientes en Afganistán, Etiopía, El Sahel,
Yemen, Somalia, Libia, Palestina, Irán y Estados Unidos de América, Rusia y
Turquía, y la lucha postergada contra el cambio climático. 1.1 Tiempos apocalípticos El 6 de marzo del 2020, tres meses después de
su detección y que la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitiera las
alarmas sanitarias a nivel mundial, se confirmó el primer caso de contagio
por Sars-cov-2 en Costa Rica, pero sólo 7 días después y con 23 casos
positivos, el gobierno aceptó que era inminente la presencia del virus en el
país, y, de forma tímida, se tomaron las primeras medidas (Ruíz Hidalgo
2021). Las regulaciones sanitarias llevadas a cabo restringían el libre
tránsito de las personas y las reuniones sociales. El cierre de comercios y centros
educativos se hizo sentir, así como el confinamiento, y el traslado entre la
escuela, trabajo y hogar configuró la organización familiar en un mismo
espacio, haciendo que las tareas de cuido y los roles tradicionales de género
se acentuaran en la sociedad. La violencia doméstica, así como los niveles de
ansiedad, se incrementaron; tanto como otros factores, incluyendo la búsqueda
apresurada de una vacuna y su anquilosada distribución, coadyuvaron a la
percepción de que algo fuera de nuestro alcance, aún sin lograr ponerlo en
palabras, iba gestándose en buena parte del imaginario de la población. Un par de personas de la iglesia que pastoreo,
al igual que algunas y algunos de sus vecinos que habían leído comentarios en
las redes sociales, concluyeron que la humanidad estaba presenciando señales
apocalípticas, similares a las que encontramos en algunas partes de la
Biblia. Las películas y series que especulan con esta temática también fueron
tomando lugar en la vida de cada una y cada uno. Algunas, como Contagio,
Pandemia (Outbreak), A ciegas (Bird Box), Zona caliente (The hot zone), Gotas de lluvia (The
Rain), fueron de las más vistas en las plataformas de Streaming.
Otras personas, sin embargo, optaron por evadirse, clavándose al sofá
para ver su comedia favorita. Sin duda estos son tiempos apocalípticos, donde ya no es tan
razonable decir que vivimos en tiempos normales, pero, sobre todo, porque ya
no debemos seguir normalizándolos. No obstante, valdría detenernos a meditar
estos tiempos desde el significado del adjetivo calificativo de
“apocalíptico”. En este sentido, una rápida revisión etimológica de la
palabra nos da pistas de por dónde caminar para no caer en la especulación.
La palabra está formada por un prefijo, apo,
que significa “separar”, “alejar”; un verbo, kalyptein,
que significa “estorbar”, “esconder”, “velar”; y un sufijo, sis, que denota acción. Así, podríamos decir que apo-calip-sis es la acción-de-des-velar, o de correr el
velo. Por lo que, lejos de infundir temores, los tiempos apocalípticos vienen
a romper con la ilusión de la realidad que los humanos hemos creado y que nos
ha alejado de Dios, y desvelar una realidad nueva. De ahí que, sólo con las
catástrofes es que este desvelo liberador puede tener lugar. 1.2 El comienzo de los dolores En el Evangelio según san Mateo leemos:
“Ustedes oirán de guerras y de rumores de guerras, pero procuren no
alarmarse. Es necesario que eso suceda, pero no será todavía el fin. Se
levantará nación contra nación, y reino contra reino. Habrá hambres y terremotos
por todas partes. Todo esto será apenas el comienzo de los dolores” (Mt
24,6-8). Esta porción del texto es apocalíptica, está escrita en los términos
de ese género literario, y lo que destaca es la necesidad de que ocurran
estos eventos anunciados. Pero Jesús le dice a sus discípulas y discípulos
que apenas es el inicio de los dolores. De modo que lo apocalíptico tiene más
que ver con el nacimiento que con la muerte (Rohr
2021). El lenguaje del parto
pertenece al vocabulario de la creación. Los montes (Sal 90,2; Job 15,7), la
lluvia, el rocío y el hielo (Job 38,28ss.), y el ser humano (Job 15,7), han
sido “engendrados”. Al ser creados, el mar “salió impetuoso del seno materno”
(Job 38,8 NBE; cf. Foerster 1965, 1009). Pero el
“alumbramiento” de la nueva creación no es un “parto sin dolor” (Stam 1995, 48). Lo apocalíptico de estos tiempos está desvelando, grávidamente, esa
ilusoria realidad. No es una amenaza, sin embargo, sino el inicio de un nuevo
nacimiento. Lo amenazante, por otro lado, es la pérdida del control de ese
alumbramiento, en el que, como especie triunfalista, nos vemos derrotados.
Esto es una tragedia en la historia de una humanidad con alto sentido de
autosuficiencia. Fr. Richard lo ha señalado puntualmente, “cualquier cosa que
altere nuestra normalidad es una amenaza para el ego” (Rohr
2021). El apóstol Pablo en Romanos 7,2–8,39 ha manifestado también esta
sensación derrotista desde su problemática existencial. Juan Stam comenta la manera en que Pablo se sobrepone a esta
sensación: Es en este punto donde nos sorprende el
viraje más inesperado del pasaje. Después de la mención de “la gloria
venidera” en 8,18, habríamos esperado lógicamente una referencia al cielo
como nuestra morada final “más allá del sol”. Pero Pablo ni menciona eso sino
enseguida habla de la creación (vv. 19-23). Para nuestra total sorpresa,
Pablo entiende “la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (v.
18) no como “cielo” sino como una nueva creación. (…) Un nuevo mundo está por
nacer del “vientre” del viejo orden. Así el clamor de la tierra aquí no es el
de “la agonía del planeta tierra” sino el de un parto para engendrar la nueva
creación (Stam 1995, 47). El triunfalismo de la muerte sobre la humanidad frágil y el parto de
la nueva creación unen sus caminos en un punto casi olvidado en las
predicaciones, y en las películas, sobre el fin del mundo desvelado por estas
señales. El viejo orden termina y la nueva creación inicia cuando se hace
evidente la justicia. El viejo orden social, un vestido desgastado (cf.
Hebreos 1,11) debe ser renovado por el vestido de la nueva creación, que es
la práctica de la justicia, muy ausente en nuestra actual realidad. La
injusticia es lo que se ha desvelado con la pandemia del COVID-19. La
humanidad se ha dado cuenta, una vez más, de las grandes y absurdas
desigualdades de nuestro mundo. Las muertes resultantes, aunque causadas por
el virus que ha afectado al globo entero, son agudizadas por el acaparamiento
de vacunas en los países más enriquecidos, que según António
Guterres, secretario general de la ONU, 10 países
desarrollados han acaparado el 75% de las dosis (Arciniegas 2021). El fin de
este mundo y la nueva creación están enmarcados en el juicio y el
arrepentimiento de quienes promueven y viven de las injusticias. “Pero, según
su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la
justicia” (2 Pedro 3,13). 2. Pero no es el fin Los rumores de guerras, subversiones o
tumultos son apenas acontecimientos inmediatamente anteriores a los últimos
eventos de la historia. Los evangelios sinópticos, que recogen el discurso
apocalíptico de Jesús (cf. Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21) tras la destrucción
del templo de Jerusalén en el año 70 de nuestra era, dejan claro que, a pesar
de que estas cosas estén por suceder o estén sucediendo, son señal de que el
desenlace de la historia está ad portas, pero no es el fin. Y quizás
le hagamos la misma pregunta a Jesús, así como se la hicieron las personas
que le escucharon: “¿Cuándo han de suceder estas cosas?” Y la respuesta sigue
siendo la misma: estar alerta, no caer en engaños y prestar atención a cómo
el mismo Jesús se nos revela aún en los momentos más oscuros de nuestra
historia. Juan Stam, en una exposición del reinado
de Cristo en la historia de la humanidad, asegura que es Cristo mismo, ¡un
cordero!, el que tiene el verdadero control de los procesos históricos al
romper los sellos del rollo que tiene en sus manos (Apocalipsis 5): Debido a la soberanía del Señor en la historia humana, descubrimos
que hay orden en medio del aparente desorden de los acontecimientos y
comenzamos a darnos cuenta del propósito del amor divino en medio del
aparente caos. Sin la presencia del Cordero victorioso la historia no tendría
sentido y nosotros no tendríamos consolación alguna; por eso Juan lloraba
antes de encontrar al Cordero (5,4). (…) ¡Cuán importante es ver al
Cordero! “Vi cuando el Cordero rompió el primero de los siete sellos”. El
mundo no se da cuenta de que el plan de Dios avanza en medio del aparente
caos que nos rodea. No tiene ojos para ver ni oídos para oír. Sin embargo,
los cristianos ven claramente que detrás del confuso y contradictorio proceso
histórico, el Cordero tiene la historia en esas mismas manos que fueron
traspasadas por los clavos del pecado y de su amor redentor (Stam 2003, 28). En tiempos excepcionales, la metáfora es quizás el mejor medio para
comunicar la gran verdad de que no es la muerte quien tiene la última
palabra, sino la justicia. Especialmente porque los análisis secos, fríos y
elaborados desde el privilegio, dejan con el sinsabor de una vida insípida
desconectada de la realidad. “La pandemia otorga una libertad caótica a la
realidad y cualquier intento de aprisionarla analíticamente está condenado al
fracaso, ya que la realidad siempre va por delante de lo que pensamos o
sentimos sobre ella” (de Sousa Santos 2020, 38). La metáfora ha sido el
lenguaje de la fe, de la vida narrada desde el futuro de la historia, pero en
los términos del momento crítico presente. Quizás sea esta la razón por la
que los escritores evangélicos se decantaron por la narrativa de la metáfora
en lugar de la retórica discursiva del análisis teológico de la vida de
Jesús, el Cordero, y de la multitud de seguidoras y seguidores asaltada por
las preguntas circunstanciales de su tiempo. Esta multitud inicial que seguía a Jesús
estaba compuesta, en su mayoría, por las poblaciones siempre postergadas; es
decir, las que están sumergidas en los márgenes de la historia, sin la gloria
del triunfalismo de la vida asegurada y prolongada que siempre han ostentado
las élites. Para estos grupos —fuesen gentiles, pecadores, cobradores de
impuestos, leprosos, viudas, proletariado, clases baja (Hollington
et al. 2015)— la amenaza que proyecta la nueva normalidad viene
después de la amenaza para la salud y para el sostenimiento de la vida. Son
los grupos para quienes las cuarentenas, prolongadas o no, no son respuestas
acertadas. Al inicio de la pandemia a nivel global, India declaró la
cuarentena por tres semanas para 1.300 millones de personas. Teniendo en
cuenta que en India entre el 65% y 70% de los trabajadores pertenecen a la
economía informal, se estima que 300 millones de indios no tuvieron ingresos.
En América Latina, alrededor de 50% de trabajadores están empleados en el
sector informal. Asimismo, en el caso de Kenia o Mozambique, debido a los
programas de ajuste estructural en las décadas de los ochenta y noventa, la
mayoría de los trabajadores son informales, es decir, dependen de un salario
diario (de Sousa Santos 2020, 48). El riesgo, para la gran mayoría de la población, es quedarse en
casa. Especialmente, cuando la pandemia del COVID-19 es uno más de los
factores que detonan la precarización de la vida: el hacinamiento, el hipermachismo, el acceso a armas, la falta de
oportunidades, la violencia doméstica, entre otros, desencadenan condiciones
realmente duras para más de dos tercios de la población mundial. Sin
mencionar que la clase trabajadora que depende del ingreso diario ha sufrido
la estigmatización, violencia verbal y física, por adquirir el virus (Barquero 2020; Centro para el Control y
la Prevención de Enfermedades 2020). 2.1 La especulación con la necesidad humana La pandemia ha servido de excusa para reforzar la metanarrativa occidental de la soberanía de la razón para
resolver las problemáticas humanas. Pareciera, entonces, que no es el virus
el que ha causado los daños más severos a una economía globalizada y
globalizante, sino la especulación con las necesidades humanas, que no es
característica exclusiva del sistema económico actual. La especulación económica, como la administración de la guerra, han
sido algunos de los instrumentos que más han cobradovida
a lo largo de la historia. No es extraño, entonces, que Juan de Patmos, al escribir proféticamente a las iglesias, incluyera
dentro del grupo de los cuatro caballos del Apocalipsis al caballo de color
negro, que junto al caballo rojo y al caballo
verdoso-amarillento, siguen cobrando las cuentas a quienes no tienen para
pagarlas: las multitudes empobrecidas. Sin embargo, el caballo blanco va
delante, coronado antes de emprender la carrera porque ya ha salido
victorioso (Stam 2003, 31-37). Los caballos de color rojo y negro del primer siglo de nuestra era
siguen corriendo a todo galope en nuestro mundo, tanto como el caballo de
color verdoso-amarillento, que trae consigo a la muerte y el infierno le
sigue sus pasos. Para las iglesias de Asia Menor, en el primer siglo de
nuestra era, las imágenes de los caballos y sus colores tenían gran carga
simbólica, pero al mismo tiempo, esas imágenes venían cargadas de mucho
realismo. Lo mismo que en el antiguo Oriente Medio, las imágenes de la guerra
y la muerte también eran parte del imaginario colectivo que, con mucha
seguridad, estaban basadas en los eventos sociales, políticos y culturales de
su tiempo. Por ejemplo, en la literatura Ugarítica,
Motu (dios de la muerte) y Anatu
(diosa guerrera), descritos en los mitos “El palacio de Baal” y “La lucha
entre Baal y Yammu”, lo destruyen y devoran
todo sin ninguna piedad, así como los caballos rojo y verdoso-amarillento del
Apocalipsis de Juan. Motu, el hijo de El, respondió (…): “Mi apetito es como el de un
león (…) La muerte es como un estanque que atrae a los toros salvajes. (…) El
polvo de la tumba devora a su presa, la muerte devora todo lo que quiere con
las dos manos” (Matthew y Benjamin 2004, 251). Lo mismo Anatu (diosa guerrera)
que, al celebrar la fiesta de la vendimia, la cosecha de la uva, lo hace con
una batalla en la que pisa la sangre de sus enemigos como los campesinos de Ugarit pisaban estos frutos. Su maquillaje y su vestido
rojo denotan la pasión de la guerra, y la de las relaciones sexuales: Anatu entabló una feroz
batalla en el llano, exterminó a los ejércitos de dos ciudades. (…) Sus
cabezas yacían como terrones bajo sus pies, sus manos se apiñaban como
langostas alrededor de ella. Anatu ensartó sus
cabezas para hacerse un collar, tejió sus manos para hacerse un cinturón.
Caminó con la sangre de los guerreros hasta las rodillas, con sus vísceras
hasta los muslos (…). El cuerpo de Anatu se
estremeció de felicidad. Finalmente, se sintió satisfecha de estos juegos de
muerte, se sintió contenta con la masacre en la arena (Matthew y Benjamin 2004, 245). Tanto las culturas del Antiguo Oriente Medio, como las y los
cristianos de Asia Menor del primer siglo sabían que la carga simbólica de
estos relatos iba más allá de la metáfora. Las iglesias a las que escribe
Juan entendían perfectamente las palabras de su pastor; eran conscientes de
que esos caballos cabalgaban en medio de su realidad, pero, sobre todo,
vivían con la esperanza subversiva al reconocer que el caballo de color
blanco había sido liberado por el Cordero “para vencer y seguir venciendo”.
El caballo negro, por otro lado, no menos importante en nuestro contexto
actual, sigue a todo galope, si tenemos presente la especulación del mercado
global y la carrera en la búsqueda de una vacuna efectiva para la COVID-19.
Lo que ha desvelado la carrera por hacerse del mayor número de inoculaciones
ha sido la especulación del mercado y la extendida brecha entre los países
que las adquieren y los que no han recibido una sola. El jinete del caballo negro[1] sale con una balanza en su
mano, y una voz declara los precios del trigo y la cebada y la no alteración
del vino y el aceite. La función de este caballo es afectar la economía,
especular con los precios al haber escases de productos: “un kilo de trigo o
tres de cebada por el salario de un día” (Apocalipsis 6,6). “El color negro
era apropiado para los oscuros tratos comerciales que personifica este
jinete. No es casualidad que hasta hoy seguimos hablando del «mercado negro»”
(Stam 2003, 54). Si pasamos revista al discurso
apocalíptico de Jesús, los evangelios sinópticos coinciden en que el hambre
es parte del “comienzo de los dolores” (Mateo 24,7; Lucas 21,11; Marcos
13,8). Un kilo de harina por el salario de un día de trabajo deja sin
recursos a una familia entera para cubrir otros gastos. Este pasaje del
Apocalipsis desvela, así como lo ha hecho la pandemia, la injusticia
económica alrededor del mundo. “(…) este pasaje es una denuncia por parte de
la creación, porque provee generosamente para todos, pero sus dones no llegan
a todos” (Stam 2003, 56). La voz que anuncia el precio elevado del trigo y la cebada también
anuncia la protección del vino y el aceite. Mientras se afecta la economía de
la población más empobrecida, se protegen los productos de lujo, las commodities de nuestro tiempo. No nos extraña
recordar que los gobiernos del sur global cedieron ante la presión económica
de las grandes empresas. Los aeropuertos se abrieron, los negocios volvieron
a tener actividad para salvar la economía, aunque fuera a costa de la
población empobrecida que sufrió irremediablemente con la disminución de
jornadas laborales o el despido, afectando el acceso a la canasta básica. Boaventura
ha delineado algunas lecciones de la pandemia para el presente y el futuro.
Señala que la pandemia descubre la aguda crisis climática; que las muertes
por COVID-19 no se comparan con las muertes causadas por los diferentes tipos
de violencia que sufren trabajadores empobrecidos, mujeres, negros,
indígenas, inmigrantes, refugiados, etc. Además, señala que el modelo social,
en particular el neoliberalismo combinado con el dominio del capital financiero,
genera un ciclo infernal en la economía: En este momento de conmoción, las instituciones financieras
internacionales (FMI), los bancos centrales y el banco Central Europeo están
instando a los países a endeudarse más de lo que están para cubrir los gastos
de emergencia. (…) Es aquí donde la pandemia opera como un analista
privilegiado, los ciudadanos ahora saben lo que está en juego. Habrá más
pandemias en el futuro, probablemente más graves, y las políticas
neoliberales continuarán socavando la capacidad de respuesta del Estado, y
las poblaciones estarán cada vez más indefensas (de Sousa Santos 2020,
63-75). El virus, por consiguiente, no es el más letal, sino la espiral de
especulaciones que juegan, consecutivamente, con las necesidades humanas
fundamentales. 2.2 ¡Estén en alerta! ¡Pongan atención! Estas palabras de Jesús son como un estribillo en su discurso
apocalíptico; una advertencia, con no poca importancia para las y los
discípulos atentos, que hacen las preguntas difíciles al buscar consolidar su
compromiso. Preguntas que nos dejan vulnerables al exponer nuestra ignorancia
y la necesidad honesta de saber. Jesús mismo se expone vulnerable, al
declararse ignorante en cuanto al tema de la parusía. Sin embargo, estas
palabras con las que Jesús concluye su discurso apocalíptico son la piedra
angular en la comprensión del inicio de los dolores y el fin del mundo tal
cual lo conocemos. Uno de sus discípulos, asombrado por la
majestuosidad del templo, invita a su maestro a apreciar esa maravilla del
mundo antiguo (Marcos 13,1), olvidando que, desde esa edificación, se había
construido un sistema administrativo y moral corrupto, donde los sacerdotes y
demás funcionarios explotaban y oprimían a las personas pobres. A ese templo,
reconstruido por Herodes el Grande, Jesús le llamaría “cueva de ladrones”
(Padilla et al. 2019). La respuesta de Jesús habrá desconcertado al
discípulo deslumbrado por la imponencia del templo de Jerusalén: “¿Ves todos
estos grandiosos edificios? No quedará piedra sobre piedra; todo será
derribado” (v. 2). Con esta respuesta, Jesús deja pensativo al grupo que le
sigue. Sólo más tarde, Pedro, Jacobo, Juan y Andrés, que habrán escuchado la
conversación, seguirán en privado el diálogo que Jesús dejó abierto al
responderle a ese discípulo anónimo. “¿Cuándo sucederá eso? ¿Cuál es la señal
de que todo está a punto de cumplirse?” (v. 4). Jesús inicia con su primera
advertencia: “Tengan cuidado” y en seguida les pone en aviso de que esto que
les menciona es sólo el comienzo de los dolores (vv. 5-8). Su segunda
advertencia, “Pero ustedes cuídense”, es a no ceder, a no claudicar ante la
violencia política, el fratricidio, la violencia económica concretizada en
las carestías, la violencia ecológica, y el sufrimiento de la cárcel y las
torturas (vv. 9-13). La tercera advertencia está enmarcada en las y los
elegidos que también sufren la gran tribulación
pero, además, el engaño de aquellas personas que hacen negocio con la fe:
“Así que tengan cuidado; los he prevenido en todo” (vv. 14-23). La cuarta advertencia
responde a la pregunta de Pedro, Jacobo, Juan y Andrés, con el desenlace de
la historia, la parusía, que sólo es conocida por Dios: “Pero, en
cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo,
ni el Hijo, sino sólo el Padre”. Y concluye: “¡Estén alerta! ¡Vigilen!” (vv.
24-34). En la literatura apocalíptica las catástrofes sociales, y las
cósmicas (v. 24s), son típicas para introducir las grandes intervenciones de
Dios y darle un viraje a la historia. La parusía, por consiguiente, no
puede ser un día de miedo. Todo lo contrario, es un día de fiesta donde todo
el pueblo de Dios, que incluye a vivos y muertos, se reunirá. Ese encuentro
definitivo será un apocalipsis, un desvelo, un correr el velo de esa realidad
ilusoria que entorpece la visión y la vivencia de un nuevo espacio social
donde la justicia sea la “nueva normalidad”. 3. De la muerte al nuevo nacimiento La muerte es un tema constante en la vida
humana. Es realidad y misterio; final e inicio; inseguridad y esperanza. No
pasa desapercibida en la literatura, sobre todo en la narrativa que nace
después, como hermana bastarda de la historia oficial; engendrada por fuerzas
malignas, pero parida por las víctimas que, ahogando un grito en la garganta,
la desnudan al narrarla. Lo mismo sucedió con los relatos evangélicos, son
historias no oficiales, escritos subversivos de esa historia imperial que
pregona la buena noticia de salvación ¿para quiénes? En cambio, los relatos
construidos desde las experiencias de vida y muerte del pueblo a pie,
recompusieron, pieza por pieza, el rostro desfigurado de ese Galileo del
primer siglo. ¿Será posible recontar una historia, alterándola un poco, para
dar nuevas esperanzas a un puñado de gentes abrumadas por la dinámica de la
vida? Con seguridad no es fácil acceder a las y los primeros testigos para
corroborar si aquel o este dato son verídicos. Al final, ¿por qué dudar de la
historia vista desde los ojos de la gente siempre postergada y confiar en la
de quienes perpetran las injusticias? Como mujeres y hombres
latinoamericanos, vivimos siempre sospechando de la historia oficial, y, a la
menor oportunidad, la reescribimos, aunque sea en un diario personal para
hacer un relato del relato. 3.1 “La porfía de la resurrección” Nancy Bedford, en su libro que lleva el título de nuestro presente
apartado, recoge las palabras de Gabriela Mistral, poetisa chilena que, al
esbozar esta frase, lo hace en referencia al poder de la poesía (Bedford
2008). Y quizás, parafraseando a Nancy, podría aventurarme a asegurar que no
sólo la poesía tiene este poder, también la narrativa, el relato del relato;
sobre todo, desde la experiencia de las mujeres, madres, hermanas e hijas
“que saben mucho del poder obstinado y transformador de la fe en la
resurrección ante la realidad de las múltiples cruces de este mundo” (Bedford
2008, 149). Es, por un lado, una actitud de obediencia ante el misterio de la
encarnación de Dios en la historia para vivir el destino de la humanidad
pobre, y por otro, una actitud de desobediencia ante el imperio de la muerte,
ejercida desde los cálculos geopolíticos, o ante la resignación religiosa,
muchas veces pregonada desde el sometimiento y los roles de género
tradicionales. Insistir testarudamente en el tema de la resurrección es advertir,
una y otra vez, en estar alertas y prestar atención a la intervención de la Ruaj, Espíritu de Dios en la historia de la
humanidad, específicamente ante una cruz y una tumba vacías. Un misterio que
no necesita ser desvelado, sino asimilado e incorporado como una manera
creativa de Dios para hacer justicia. Como ocurre en los relatos del Nuevo
Testamento, “que no provee una «explicación» de lo que
significa la cruz de Cristo, sino muchas maneras de hablar de lo ocurrido y
de la praxis que de allí brota” (Bedford 2008, 139). Es la respuesta a la
pregunta sobre dónde está Dios en medio de la vida. Hace 7 años, cuando mi hija Maya tenía 4, y mientras caminábamos
regresando de la escuela, ella me preguntó: — Papá, ¿dónde está Dios? Sus palabras me parecieron un eco de las mías cuando me hice la
misma pregunta ante el asesinato de mi hermano en julio de 2011, en El
Salvador. Para mí, sin embargo, la respuesta no era tan obvia como para Maya
que teniendo amigas imaginarias sabía ubicarlas todo el tiempo. Yo, sin embargo,
luchaba para no dar una respuesta ambigua, ni mucho menos. Pero su pregunta
me dejó confrontado, y su respuesta una gran lección. — ¿Dios? ¿A qué te referías con que dónde
está? Le pregunté. — Sí, Dios. En la escuela dicen que
existe y que es nuestro Amigo, y vos, que hablás de
Él, debés saber. Porque yo no logro verlo. Después de un silencio bastante prolongado mientras caminábamos,
recordó que su maestra le dijo que estaba en el cielo. Claro, una referencia
que exige no menos esfuerzos que descifrar las direcciones ticas. Si está en el cielo –continuó– debe estar detrás de una nube,
escondido. Esa manera de hacer un relato del relato es a lo que nos estimula la
vida, la muerte y la resurrección; todas ellas, misterios a los que estamos
invitadas e invitados a explorar, ya sea desde la fe, o no, y que nos dejan
siempre con un nuevo signo de pregunta y un silencio reflexivo. 3.2 Ensayar el relato del relato El año 2020 nos embistió con la noticia de un nuevo virus que saltó
al ataque de los cuerpos humanos, dejando, al 18 de junio de 2021, un saldo
de 3,9 millones de muertes alrededor del mundo (Orús
2021), y sólo por detrás de Estados Unidos está Brasil, que con un aproximado
de 2,7 por ciento de la población mundial es el que tiene el mayor número de
muertes: 500,000 personas, representando casi el 13% de las víctimas mortales
en el mundo (Londoño y Milhorance 2021). Costa Rica
suma 4,459 de esas muertes. Ninguna muerte pasa desapercibida, ni para la
familia que entra en luto, ni para el vecindario que ve expectante la cruel
negación de un entierro con dignidad. El último adiós, para muchas personas,
no se dijo nunca. El último abrazo y beso nunca se dio. Vecinos, amistades, esposas y esposos de amigas han muerto por esta
enfermedad. Las lágrimas fueron inevitables al saber que mi papá se había
contagiado. A pesar de tener presente las palabras de San Francisco de Asís
sobre la “hermana muerte” lloraba antes de tiempo y oraba con insistencia por
su recuperación. En mi caso, tuve la dicha de no perder a mi querido padre.
Pero muchas personas no tuvieron esa misma alegría. Para la gente cristiana, los relatos evangélicos en torno a la
muerte despiertan una esperanza inexplicable que ayuda a entrar en esa nueva
etapa de la vida con la alegría de recibir el tan esperado abrazo de nuestro
Maestro Jesús. Pero, sin lugar a dudas, es la resurrección de los muertos el
misterio que más nos deja sin palabras, con las sospechas, razonables
incluso, sobre la posibilidad efectiva de tal hecho. Siendo así, se me ocurre
reimaginar algún relato evangélico sobre el tema,
por ejemplo, Lucas 17,11-17, un texto lleno de dolor, injusticias, luto y
preguntas. Me atrevo a retocar la historia, a ensayar un relato del relato, a
escuchar otras voces, a inventar personajes, a recrear una escena y algún
diálogo censurado, y meditar en actitud orante, el desvelo ante la irrupción
de la Espíritu de Dios. Cuidad de Naín,
Sur de Galilea, año 30 de nuestra era. —“Ahí estaba él. Lo vimos llegar con un
gentío de todos lados. Venía con un grupo de mujeres y hombres parecidos a
él, en aspecto, en vestimenta. Los hombres con sus grandes cayados, barbas sueltas
y ropas amplias, grises del uso continuo y cargadas del peso del tiempo. Nos quedamos extrañados de verles llegar, de cómo se nos quedaban viendo cuando
íbamos de camino al cementerio. Creo que muchos de nosotros tuvimos miedo y
el silencio fue más que ensordecedor”. —“Quien no se tomó la molestia de guardar
silencio fue la madre del muchacho. Lloraba desconsoladamente”. —“La cosa es que creimos
que era un grupo de bandidos, o algo así. Sólo seguimos caminando, haciendo
caso omiso de su presencia. Pero fue inevitable. El que venía adelante se
acercó a la procesión y tocó el cuerpo. Nos volvimos a ver unos a otros. Las
mujeres que iban llorando, como se habían callado, volvieron a verse unas a
otras. Nadie supo cómo reaccionar”. Ahí venía Jesús con sus discípulos,
hombres y mujeres que habían caminado por largo rato. Venían desde Cafarnaúm.
Buscaban descansar de su largo camino. A la entrada de Naín
venía una procesión fúnebre formada por muchas personas: niños, jóvenes,
viejos; hombres y mujeres afectadas por la muerte prematura del hijo de su
vecina. Pasaron al lado del grupo que acompaña a Jesús, y éste extiende la
mano rozando con sus dedos el cuerpo. Cierra sus ojos y levanta, levemente,
su rostro hacia el cielo, como hurgando en su memoria. Quienes cargan el
féretro se detienen. Uno de los hombres, con los ojos bien abiertos, ve a
Jesús y busca en el cielo lo que aquel trata de ver con los ojos cerrados.
Vuelve la mirada a sus compañeros y todos dirigen su mirada al grupo de
hombres y mujeres vestidos con los pesados y oscuros mantos. Es inconfundible saber quién es la madre
del muerto. Llora desconsoladamente, sollozando en su lamento. Jesús se acerca a ella, le toma sus
manos. —“Ya no llores”, le dice. La mujer lo escucha sordamente. No puede
apartar la mirada de su hijo muerto. Una mujer, discípula de Jesús, se acerca
y toma las manos de la mujer que llora. La abraza y la consuela. Los gestos
totalmente sinceros, llegan siempre sin retrasos. Sus piernas le fallan y cae
al suelo, llorando, gritando el nombre de su hijo: “Yanai,
Yanai”, que significa, “él responde”. La seguidora
de Jesús intenta levantarla, sin éxito. Decide quedarse con ella en el polvo. Jesús se acerca al féretro, una cama
mortuoria pobremente elaborada. Jesús la toca y agacha la cabeza. Tomás busca
la mirada de algún otro compañero o compañera. Se encuentra con la de Andrés
quien, como él, no sabe cómo ocultar sus dudas. “¿Por qué baja la mirada?”
—se preguntaba. En su memoria, Jesús escucha llantos,
gritos, desconsuelo. Soldados corriendo, gritando. Espadas, cuchillos,
lanzas. ¿De dónde viene aquel recuerdo? ¿De dónde viene aquel tormento?
“¿Vienen por mí?” —se dice para sus adentros. Tu muerte la decidirá Dios a su tiempo,
la muerte de los niños la decidió la voluntad de un hombre (Saramago 1991,
239). ¿De dónde vienen esas palabras? Jesús
vuelve a ver al grupo que lo acompaña “¿Dónde estás?” —se pregunta. ¿Son sus
palabras? ¿Alguna vez las dijo con tanto dolor? ¿A quién reclamaba? En su
recuerdo están aquellas madres de Belén, con los hijos muertos en los brazos
(Saramago 1991, 245). No es fácil ver la muerte prematura. El dolor, el
desconsuelo de la pérdida, el temor a vivir los días subsiguientes con el
recuerdo del amado, de la amada. Su ausencia, el vacío que lo rodea todo. Una
enfermedad, una caída, la pesada carga de una culpa. ¿Qué diálogo puede
existir entre la vida y la muerte? ¿Qué argumentos tiene la vida en un debate
con la muerte? Un terremoto, una lluvia torrencial, un imponente huracán, la
fragilidad de los seres vivos. ¿Qué decir ante la muerte? ¿Hay algo por
hacer? Nos resta llorar. Llorar amargamente ante la realidad de su presencia.
¿Qué se puede hacer ante una bala, un cuchillo, unos golpes? ¿Qué es del que
muere antes de tiempo? ¿Con qué sentido la muerte arrebata abruptamente la
niñez, la juventud? ¿Cómo se le nombra a una mujer que, además de ser viuda,
pierde a un hijo? Poco puede la mano de Dios si no basta
ponerse entre el cuchillo y el sentenciado (Saramago 1991). Jesús suspira, mueve su cabeza, como
luchando con sus pensamientos. “Es injusto que una madre o un padre vea morir
a sus hijos” —dice para sus adentros, como respondiendo a ese que le habla. Si no puedes restituirles la vida,
cállate —le replicó esa voz. Ante la muerte no hay palabras (Saramago 1991). Jesús volvió a ver a la madre del
muchacho, tendida en el suelo, llorando amargamente, repitiendo el nombre de
su hijo: “Yanai, Yanai…” —“¿Quién es éste? ¿Qué hace?” Se
preguntan en murmullos los que cargan al muerto. —“Señor, anochece” –Dijo Pedro, habiéndose
acercado y puesto detrás de su Maestro. —“¿Se puede impedir que oscurezca?” –Dijo
Jesús, susurrando, como queriendo evitar lo inevitable. —“¿Cómo dices?” –Respondió Pedro. Jesús, dirigiendo su mirada a la camilla
fúnebre, dijo: “Muchacho, ¡levántate!” Atónita, la gente se volvía a ver una a
otra. Pedro volvió su mirada al grupo de discípulos, que con expectativa
querían ver qué cosa hacía su Maestro. La camilla fue puesta en el suelo. —“¿Será posible que el muerto vuelva a la
vida?” –Decía una de la multitud que había seguido a Jesús. —“La muerte no tiene remedio” –Decía
otra. “Una cosa es curar, y otra hacer justicia”. La madre del muchacho muerto escuchó las
palabras de Jesús. Dejó de llorar para poder estar segura. Trataba, con
dificultad, de limpiar sus lágrimas que lo inundaban todo. La discípula que
estaba con ella la ayudó a incorporarse. Se acercaron a Jesús que estaba
frente a la camilla mortuoria. La madre del muchacho lo ve, le toma las manos
a Jesús, solloza. Jesús, sumergido en sus pensamientos,
dijo: “¿Padre mío, vas a castigar a esta viuda quitándole también a su hijo?”
(cf. 1 Reyes 17). —“Muchacho, yo te lo ordeno, levántate”
–Dijo, con voz calma, compasiva. De pronto, de los
vendajes que cubrían el cuerpo, se escuchó una voz que decía: “Madre, madre”.
La gente se echó para atrás, preguntándose qué era aquello. Jesús se acercó
al cuerpo y empezó a quitar los vendajes. El joven muchacho abría y cerraba
sus ojos, como despertando de un profundo sueño. Veía a todos extrañados,
sobrecogidos. La multitud pasó del murmullo a hablar
más alto. —“¿Quién es éste?” –Se preguntaban unos. —“¿Qué no lo ves? Un gran profeta ha
surgido entre nosotros”. Jesús tomó al muchacho y se lo entregó a
su madre, que no daba crédito a lo que veían sus ojos. Lo tocó, lo abrazó, lo
besó. Llorando, impresionada y temblorosa, le dice: “¿Yanai?”Y él responde. Dice que está bien, que quiere volver a
casa. Desde la multitud se escucha: “Dios se ha
ocupado de su pueblo”. Aquel acontecimiento
no pasó inadvertido. Algunas personas se ahorraron detalles; otras los
resaltaron, pero toda la región de Galilea y de Samaria supo la noticia,
llegando a Judea. Incluso Juan el Bautista lo supo, estando encarcelado en la
fortaleza de Maqueronte, al borde del Mar Muerto,
en la región de Perea. Todos los habitantes de aquellas regiones se alegraban
de reconocer que Dios los había visitado. Este Jesús suscita la vida en medio de un
mundo de muerte. El llanto pasa a ser alegría y la marcha fúnebre a ser un
peregrinaje al encuentro con el Dios que se aviene al género humano. Conclusión Queda mucho por decir. Aún nos sobrecogemos con las escalofriantes
realidades de muerte que ha ido desvelando esta pandemia que lo absorbe todo:
desde los periódicos con la opinión de pocas personas a la opinión
descontrolada en las redes sociales; de la economía basada en el extractivismo a la geopolítica del control y el
acaparamiento; desde la arrogancia de una humanidad segura de sí misma a la
crisis climática; de los conflictos sociales y sanitarios a las innumerables
preguntas de la fe. Esta pandemia ha expuesto lo que hay detrás de ella, y pone de
manifiesto que la existencia de toda la creación está sobrepasada por los
modelos de vida nocivos de una humanidad rebasada por el pecado. La propuesta
de los evangelios a la maldad que lo inunda todo, tanto las dimensiones
personales como las estructurales, es abrir senderos fuera de toda lógica
dominante, incluyendo la solidaridad, para resistir a esos poderes y cambiar
realidades específicas. Estos poderes “no pueden ser derrotados de manera
sencilla o a través de la fuerza bruta, sino que tienen que ser subvertidos
creativa y astutamente” (Bedford 2008, 151); y quizás, considerémoslo,
cambiar la narrativa sea una senda con muchas posibilidades éticas para una
sociedad devastada. Hacer un relato alternativo al relato dominante puede
propiciar la revisitación de estos estilos de vida
y reorientar el rumbo de nuestro mundo, incluyendo nuestra actitud hacia la
realidad de la muerte. Lo natural es que todas las personas morimos a cierta edad, pero la
muerte prematura abre una gran pregunta ante la injusticia y la impotencia
para evitarla, sobre todo si las oportunidades de salud se le niegan tan
desahogadamente a la inmensa mayoría de la población. La muerte, por otro
lado, nos invita a meditar más detenidamente en la vida, para apreciar de
mejor manera la esperanza cristiana en la resurrección que, en palabras de
Jon Sobrino, “no consistió en devolver la vida a un cadáver, sino en hacer
justicia a una víctima” (Bedford 2008, 155). Siendo así, quizás la vida
de los muertos se sustente con la memoria de los vivos. Bibliografía Arciniegas, Yurani. 18 de febrero de 2021. «La ONU denuncia que diez
países han acaparado el 75% de las vacunas contra el Covid-19». En France24.com.
Acceso el 16 de junio de 2021.
https://www.france24.com/es/europa/20210218-onu-vacunas-plan-mundial-inequidad Barquero,
Karla. 20 de mayo de 2020. «Pacientes con Coronavirus lidian con ansiedad y
depresión ya que la sociedad los “culpa” por tener la enfermedad». En LaRepública.net.
Acceso el 17 de junio de 2021. https://www.larepublica.net/noticia/pacientes-con-coronavirus-lidian-con-ansiedad-y-depresion-ya-que-la-sociedad-los-culpa-por-tener-la-enfermedad Bedford, Nancy.
2008. La porfía de la resurrección. Ensayos desde el feminismo teológico
latinoamericano. Buenos Aires: Kairós. Blake, Paul y Divyanshi Wadhwa. 14 de
diciembre de 2020. «Resumen anual 2020: El impacto de la COVID-19
(coronavirus) en 12 gráficos». En Banco Mundial Blogs. Acceso el 9 de
junio de 2021. https://blogs.world Centro para el
Control y la Prevención de Enfermedades. 11 de junio de 2020. «Cómo reducir
el estigma asociado por COVID-19». Acceso el 17 de junio de 2021.
https://espanol.cdc.gov/coronavirus/2019-ncov/daily-life-coping/reducing-stigma.html Hollington, Andrea, Oliver Tappe, Tijo Salverda y Tobias Schwartz. Enero de 2015. «Introduction: Concepts tof the global south». En
Global South Studies Center Cologne. Acceso el 17 de
junio de 2021. https://web. Jara, Víctor. 1973.
«Manifiesto». Transatlantic Records 5N
038N-60609, 1974, disco. Londoño,
Ernesto y Flávia Milhorance.
24 de junio de 2021. «Brasil supera las 500,000 muertes por Covid y la tragedia no anima». En New York Times. Acceso
25 de junio de 2021. https://www.nytimes.com/es/2021/06/24/ Matthew, Victor H. y Don C. Benjamin.
2004. Paralelos del Antiguo Testamento. Leyes y relatos del Antiguo
Oriente Bíblico. Maliaño (Cantabria): Sal Terrae. Orús, Abigail. 4 de junio de 2021. «COVID-19: número
de muertes por país en 2021». En Statista.
Acceso el 9 de junio de 2021. https://es.statista.com/ Padilla, René,
Milton Acosta y Rosalee Velloso. 2019, Comentario
Bíblico Contemporáneo. Estudio de toda la Biblia desde América Latina.
Buenos Aires: Certeza Unida. Rohr, Richard. 26 de abril de 2021. «This is an
Apocalypse». En Center for Action and Contemplation. Acceso el 11 de
junio de 2021. https://cac.org/this-is-an-apocalypse-2021-04-26/ Ruíz Hidalgo, Helen.
10 de marzo de 2020. «Impactos del covid-19 en la economía costarricense y
mundial». En Observatorio de Comercio Exterior. Acceso el 10 de
junio de 2021. https://www.uned.ac.cr Saramago, José.
1998. El evangelio según Jesucristo. Madrid: Alfaguara. Sánchez Diéz, Ángeles y José Manuel García de la Cruz. 1 de marzo
de 2021. «Coronavirus en América Latina: las cifras que muestran el brutal
impacto de la pandemia en las economías de la región». En BBC News
Mundo. Acceso el 9 de junio de 2021. https://www.bbc.com/mundo Sousa Santos, Boaventura de. 2020. La cruel pedagogía del virus.
Buenos Aires: Clacso. Stam, Juan.2003. Apocalipsis. Tomo II
(capítulos 6 al 11). Buenos Aires: Kairós. Stam, Juan. 1995. Las buenas nuevas de la creación.
Buenos Aires: Nueva Creación. ... Fabio Salguero, salvadoreño
refugiado en Costa Rica, ha realizado estudios en Ingeniería y en Pedagogía;
Máster en Estudios Teológicos Interdisciplinarios para la Misión Integral;
Pastor de una comunidad anglicana en San Rafael Abajo de Desamparados y
miembro de la Fraternidad Teológica Latinoamericana. rfsalguero@gmail.com Artículo recibido:
15 de julio de 2021. Artículo aprobado:
12 de octubre de 2021. |
|