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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 37 Número 1
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Cátedra de Teología Latinoamericana UBL 19-20 de abril,
2017 - San José, Costa Rica La Reforma y las reformas Aportes inter-contextuales desde
América Latina |
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El
camino de las Espiritualidades vinculadas a la Gran Red de la Vida pp. 99-116 Sofía Chipana
Quispe |
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Resumen: La
resistencia de los pueblos andinos frente al embate de formas de cristianismo
que buscaban la erradicación de las religiones originarias, se ha sostenido
en las espiritualidades vinculadas al cosmos. Resignificó la memoria de la
ancestralidad, a partir de la relectura simbólica de relatos que buscaron y
aún buscan restablecer el equilibrio y la armonía de la Vida Digna de todas
las comunidades de Vida. Abstract: The
resistance of the Andean peoples to the onslaught of forms of Christianity
that sought to eradicate the native religions has been sustained in the spiritualities linked to the cosmos. It has revived the
ancestral memories, starting from a symbolic rereading of stories that sought
to reestablish the balance and harmony of the Life of Dignity for all the
communities of Life. Palabras claves: espiritualidades
ancestrales, pueblos en resistencia. Keywords: ancestral spiritualities, peoples in
resistance. |
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Nayraru kheparu uñtasisaw sarnakäta Caminaras sin perder de vista, el pasado y
el futuro. (Sabiduría aymara) El tejido que ofrezco tiene como diseño de fondo las
palabras sabias de las ancestras/os aymaras, caminarás sin perder de vista el
pasado y futuro, pues para muchos pueblos indígenas el pasado tiene que ver
con el amuyu, la comprensión de la vida. Desde esa comprensión,
estamos aprendiendo a releer nuestras historias, no sólo desde la memoria de
los vencidos, sino desde las memorias transgresoras que resistieron la
conquista y la imposición colonial social y religiosa; gestando la libertad y
la sanación de la Vida desde la conexión con las espiritualidades
ancestrales, a fin de encaminar transformaciones necesarias para que el
aliento vital circule plenamente, provocando equilibrios necesarios en la
gran Red o comunidad de la Vida. Esa Piedra Soy YoEvocar la memoria de las resistencias de los pueblos
en Abya Yala supone aproximarse a las espiritualidades y cosmovisiones
profundas que sostenían la vida en los diversos territorios, que la conquista
y colonización no pudo extinguir. En las espiritualidades ancestrales
heredadas se percibe la interrelación de los cuerpos y territorios vinculados
con los ritmos cíclicos del Cosmos. Sin duda, esos vínculos y ritmos fueron
alterados por las diversas luchas locales y las expansiones territoriales de
los “imperios” que buscaron homogenizar la vivencia de las espiritualidades y
las prácticas religiosas a fin de ejercer su dominio. Sin embargo, se percibe
una cosmovisión y espiritualidad cosmogónica compartida que fueron sentidas,
experimentadas y resignificadas de maneras muy diversas según sus contextos
geográficos y culturales. El entramado de las expresiones espirituales,
sabidurías y cosmovisiones no fueron consideradas como tal por los
conquistadores y la cristiandad[1]
que se extendió por Abya Yala.
Esta empresa avasalló territorios, enajenando identidades y sentidos
de Vida a partir de las campañas de “extirpación de idolatrías”, y
sentenciando todo lo estaba fuera de los parámetros de la cultura y religión
dominante, como se puede apreciar en
la narración que procede del año de 1565 de la región de Yauyos (Perú)
rescatada por Eduardo Galeano: El
funcionario del rey aguarda a la bruja, diestra en maldades, que ha de venir
a rendir cuentas. A sus pies yace boca abajo, el ídolo de piedra. La bruja
fue sorprendida cuando estaba velando esta huaca a escondidas. Y pronto
pagará su herejía. Pero antes del castigo, el funcionario quiere escuchar de
su boca la confesión de sus charlas con el demonio. Mientras espera que la
traigan, se entretiene pisoteando la huaca y meditando sobre el destino de
estos indios, que da pesar a Dios haberlos creado. Los soldados arrojaron la bruja y la dejan temblando
en el umbral. Entonces la huaca de piedra, fea y vieja, saluda en
lengua quechua a la bruja vieja y fea: - Bienvenida
seas, princesa dice la voz, ronca, desde las suelas del funcionario. El funcionario queda bizco y cae, despatarrado, al
piso. Mientras lo abanica con un sombrero, la vieja se prende a la casaca del
desvanecido y clama: “¡No me
castigues, señor, no la rompas!”. La vieja quisiera explicarle que en esa piedra viven
las divinidades y que si no fuera por la huaca, ella no sabría cómo se llama,
ni quién es, ni de dónde viene, y andaría por el mundo desnuda y perdida.
(1998, 43-44) Me detengo en la última parte del relato. La
Huaca, en este caso, se trata de una piedra sagrada, ya que las Huacas
podían ser las montañas, los volcanes, las lagunas o los objetos de piedra
donde habitan los espíritus de las/os protectoras/es que sostienen la Vida de
los pueblos. Esa Huaca, que cuidaba la mujer catalogada como “bruja”[2],
conservaba el sentido de su vida y su conexión con la vida de su territorio
que suponía toda su historia. Por ello implora para que no la destruyan, pues
sin ella no sabría cómo se llama, ni quién es, ni de dónde viene. Para
muchos, la destrucción de lo que se consideraba sagrado supuso la enajenación
de sus identidades. Por eso, esa mujer andaría desnuda y perdida por el
mundo; se trataba de una desarmonización total, pues esa Huaca era el
vínculo con la memoria de sus ancestros/as, de su cuerpo y su territorio. Cuerpos en resistenciaEn el contexto de rupturas y desarraigo no sólo por
la imposición religiosa, sino también por el aumento del “número de
encomiendas”[3] y
los pesados impuestos tributarios que pagaban los nativos, “la situación de
los indígenas empeoró cuando ellos comenzaron a trabajar en las minas…”
(Cavero, 2001, 360). En ese contexto de opresión, represión y exterminio de
los indígenas y sus territorios, ubicamos la comunidad de resistencia, Taki
Oncoy, que sus inquisidores denominaron como la “enfermedad del baile”,
porque habían asumido la danza y el canto para entrar en comunión con las
Huacas destruidas que resucitaban en sus cuerpos. Para Luis Millones, se
trataría de una “rebelión de Huacas contra el Dios cristiano”, desde una
autonomía espiritual que encaminarían la renovación y reconstrucción de las
espiritualidades ancestrales, superando el predominio de las estructuras
religiosas y sociales de los imperios Inca y de España. Por ello, Cavero la
cataloga como un movimiento socio religioso (2001, 357) que buscaba la
unificación andina desde los lazos comunes que procedían de las
espiritualidades ancestrales vinculadas a las montañas, lagunas, lagos,
mares, bosques y paqarinas[4] que remitían a los
orígenes de los pueblos, lo que en aymara se denomina el Taypi.
Éste era el tiempo en que el cosmos se fue armonizando y equilibrando, y la
vida de los diversos seres empezó a germinar. Es decir, se trataba de la
conexión con el corazón de la Gran Red o Comunidad de la Vida. La resistencia de Taki Oncoy se propone
restablecer el equilibrio (kuti), que es “inversión, vuelta, regreso,
restitución, retorno, revolución o transformación” (Montes, 1999, 144), del
tiempo y el espacio. El Pachakuti se trata de un “cataclismo
simétricamente opuesto a la Conquista –esta vez producido por los indios-,
invertirá de nuevo el universo, inaugurando una nueva era de justicia que
reedite las glorias del pasado indígena en un mañana prometido” (Montes,
1999, 315). La resistencia de Taki Oncoy, ubicada en los
primeros tiempos de la conquista (1560 – 1572), fuera de los centros del
imperio Inca (en Huamanga/Ayacucho), se fue extendiendo hacia otros
territorios. No hay acuerdos al respecto, ya que algunos, siguiendo las
crónicas del sacerdote “extirpador de idolatrías”, Cristóbal de Albornoz, la
ubican en Cuzco, Arequipa, Lima y hasta la jurisdicción de Charcas Sucre
(Bolivia). Sin embargo, María Marsilli, siguiendo la documentación de los
etnohistoriadores, plantea que “se circunscribió a una parte del Sur de Perú,
desde Huancavelica a Condesuyos en el noreste de Arequipa” (2004, 49). Ambos
datos presentan al Taki Onkoy como una comunidad de resistencia
itinerante por los territorios dolidos. A su vez, interesantemente sus
principales líderes habían asumido nombres bíblicos que están relacionados a
la Cruz de Cristo, Juan Chocne (o Chocna), Santa María y Santa María
Magdalena, posiblemente con mucha intención, por la relación a un Dios
vencido en la Cruz. Siguiendo la ruta de las resistencias, el Taki
Oncoy parecería no haber quedado en el registro de la memoria, como pasó
con la resistencia de los cuatro últimos descendientes de Atahuallpa en
Villcabamba (Cuzco) hacia los años de 1534 – 1572. Sin embargo, habita en la
memoria más profunda que se registra en otros espacios y no sólo del cuerpo
humano. Mientras los incas luchaban contra los españoles y los pueblos
aliados, en otros territorios hacían conexiones con la naturaleza desde la
danza y el canto e interpretaban los mensajes que traían “el fenómeno del
niño, temblores, terremotos, fenómenos astrológicos” (Cavero 2001, 361).
Estos fenómenos provenían de amaru, la serpiente ancestral que
habitaba en las profundidades de los volcanes, la cordillera nevada y las
cumbres altas, dejando sentir su fuerza telúrica en los diversos fenómenos
naturales que posibilitarían un nuevo orden. De esta manera el Taki Oncoy,
desde la danza, el canto y el culto a los ancestros/as, estaba relacionado
con las realidades sobrehumanas y las fuerzas de la Vida que eran capaces de
generar el Pachakuti. La conexión con Amaru será significativa para
el Taki Oncoy, pero también para la resistencia Inca. No por
casualidad, el último Inca fue nombrado como Tupac Amaru, pues desde
esa fuerza buscará la reconstitución del Tahuantinsuyo[5]; y
a su muerte se tejerá el relato del Inkarri[6],
con la polisemia propia de los relatos orales, que iluminará y sostendrá
diversos levantamientos y resistencias. En la cabeza decapitada del lnkarri
(rey inca) habita la fuerza de Amaru en las cumbres altas de los
pueblos en resistencia. Por ello, los que encabezaron los levantamientos en
la región Andina asumirán el apelativo Amaru o Katari
(serpiente). Sólo como ejemplo nombro a algunos: ·
Tomás Katari y sus
hermanos (1700 – 1701): encabezaron sublevaciones por Potosí, Sucre y Oruro,
conocido como la sublevación de Chayanta. ·
Tupac Amaru II (1780 –
1782): encabezó una sublevación general que “se extendió desde el Cuzco, por
el norte, hasta Jujuy en la actual Argentina, por el sur, y tuvo
repercusiones en lo que son hoy Colombia y Ecuador (Montes, 1989, 328). ·
Tupac Katari (1781),
cercó a la ciudad de La Paz y se desplazó hacía Oruro y Puno y aliándose con
la resistencia de Cuzco después de la muerte de Tupac Amaru II. La resistencia de los pueblos indígenas no sólo
ocupó el tiempo de la colonia; se extendió al tiempo de las repúblicas y sus
“democracias”, ya que la situación de los pueblos indígenas seguiría siendo
expropiada y oprimida, ya no por los conquistadores, sino por los
terratenientes en las haciendas, hasta el período de 1950. En este tiempo se
promoverán en diversas regiones andinas reformas agrarias promovidas por los
Estados con una serie de vacíos legales. Por ello, en las décadas de 1980 y
1990 se retomará la lucha por la tierra en diversas regiones andinas, lucha
que se extiende hasta nuestros tiempos en el cuidado de la vida. Desde el tiempo de la conquista, hasta nuestros
tiempos será la fuerza ancestral primigenia, a lo que llamamos la fuerza
vital de la Gran comunidad, Red de la Vida, Pachamama, la que mantendrá las
luchas de los pueblos y la reconstitución de los cuerpos y territorios
desmembrados. Pueblos que algún día se unificarán desde esa fuerza misteriosa
de Amaru, que desde los Pachakutis, empiezan a resquebrajar,
“el sistema de creencias, valores y actitudes de conformismo y sometimiento,
y se desacreditan las justificaciones sobrenaturales de la opresión,
descorriéndose así los velos ideológicos que encubren la realidad indígena.
Entonces la injusticia y la explotación aparecen en su cruda desnudez, y el
orden establecido pierde toda legitimidad” (Montes, 1999, 368). ¿Este es el oro que comes? Este oro comemosLa legitimación de las opresiones que la conquista
había instaurado en los territorios de Abya Yala refleja la misma
complejidad de su estructura como bien lo plantea Octavio Paz: En su
conciencia y en la de sus ejércitos combaten nociones opuestas: los intereses
de la Monarquía y los individuales, los de la fe y los del lucro. Y cada
conquistador, cada misionero y cada burócrata era un campo de batalla. Si
aisladamente considerados, cada uno representa a los grandes poderes que se
disputan la dirección de la sociedad –el feudalismo, la Iglesia y la
Monarquía absoluta–, en su interior pelean otras tendencias. Las mismas que
distinguen a España del resto de Europa y que la hacen, en el sentido literal
de la palabra, una nación excéntrica” (Paz, 2004, 107). Pues esas mismas contradicciones generarían
desconciertos en los pueblos conquistados, como bien lo expresa Guamán Poma
de Ayala en uno de sus textos graficados, en la que Huayna Capac presenta un
plato con oro a uno de los conquistadores, haciendo la pregunta “¿este es el
oro que comes?”, y la respuesta se da sin esperar, “este oro comemos”. Al
parecer se trata de una constatación que hace el inca sobre el comportamiento
de los conquistadores y misioneros, que el oro era lo más importante. Se lo
puede advertir en los escritos de Bartolomé de las Casas en México y su
preocupación por los territorios de Perú, donde se había despertado la fiebre
del oro. Por eso dirá que las motivaciones de aquellos que pasan a las
Indias, son “los que se han determinadamente rendido y hecho siervos y
cautivos de la avaricia, como parece por las obras, que han hecho allá”
(Gutiérrez 2009, 611). No lo que dicen creer, sino sus obras prueban que
quienes no se detienen ante nada por conseguir oro han hecho de las riquezas
su señor… “menos se estima y reverencia y adora a Dios que el dinero”
(Gutiérrez 2009, 611). Gutiérrez también
hace eco de las palabras del jesuita José de Acosta en relación a la
codicia “el día que falte el oro y la plata, o desparezca de la circulación,
se desvanecerá automáticamente toda connivencia de gente, toda ambición
viajera, toda rivalidad en el campo civil o eclesiástico” (Ibid. p. 595). Las campañas de extirpación de idolatrías y las
reducciones de las poblaciones indígenas impuestos por el virrey Francisco de
Toledo, suponían incorporar los modos de vida, el sistema de tributación y la
religión, a fin de establecer el nuevo orden bajo el sometimiento y
subordinación, desde la deslegitimación de la organización y religión
prehispánica. Las directrices del III Concilio de Lima lo ratifican,
catalogando que la religión ancestral había sido identificada como diabólica
por naturaleza, por lo que se usaría la coerción espiritual, que dará paso a
la dominación cultural y a la sumisión. Como diría Gutiérrez, “con finura,
José de Acosta[7]
expresa la sorpresa –que sigue siendo la nuestra– de que en su tiempo se
hayan juntado cosas tan dispares como “el Evangelio de la paz” y “la espada
de la guerra” (1992, 178). Por otra parte, desde los espacios académicos se
debatirá sobre las formas en que debía llevarse la conversión de los
indígenas. Pero el que ya se seguía era el que planteaba Ginés de Sepúlveda a
partir de la figura de los “dos caminos que pueden llevar a la conversión de
los bárbaros… uno es difícil, largo y obstaculizado con muchos peligros y
trabajos que consiste solamente en la admonición, doctrina y predicación; y
otro fácil, breve, expedito y muy ventajoso para los bárbaros, que consiste
en su sometimiento, no es de hombre prudente dudar cuál de estos caminos se
deba seguir” (Gutiérrez 1992, 193). Lamentablemente, como lo dice Octavio Paz: “al
hablar de la Iglesia católica no me refiero nada más a la obra apostólica de
los misioneros, sino a su cuerpo entero, con sus santos, sus prelados
rapaces, sus eclesiásticos pedantes, sus juristas apasionados, sus obras de
caridad y su atesoramiento de riquezas” (2004, 111). Asumió actitudes
inquisitoriales para someter territorios y cuerpos a fin de que produjesen
oro. Sin duda, no se puede olvidar las presencias transgresoras, como diría
Gustavo Gutiérrez, que “son una activa minoría que batalló con denuedo por la
justicia” (1992, 17) y que de algún modo conspiraron con los pueblos en
resistencia, desde el cuestionamiento al sistema de organización colonial y
la reflexión sobre Jesucristo y la forma en la que se encarna y hace historia
en los territorios conquistados: Las
vejaciones cometidas por quienes “se hacen llamar cristianos”, como los
califica Las Casas repetidas veces, contra las naciones indias, despertarán
conciencias y decidirán destinos. Guamán Poma y las Casas son dos de aquellos
que, desde la fe en el Dios de la vida, recusaron la muerte injusta y
prematura de los indios. Pertenecieron a mundos culturales distintos, no
vivieron en los mismos años; pero tuvieron en común la observación de una
realidad en la que la población autóctona vivía la postergación y el
maltrato. Comulgaron también en su propósito de hacer pasar esa situación por
la criba de las exigencias de la fe cristiana, esfuerzo que en cada uno tuvo
naturalmente acentos propios. Ambos de manera diversa emprendieron el camino
de la solidaridad con los marginados y oprimidos, con los “pobres de
Jesucristo” para decirlo con Guamán Poma” (Gutiérrez 1992, 25). 500 años y seguimos siendoLa memoria de los 500 años de los pueblos en
resistencia, supuso el paso del caos a un tiempo de luz y de armonía, un Pachakuti,
“que enfrenta a ambos opuestos en un terreno neutral (akapacha) y los
confunde e iguala momentáneamente en un caos temporal, que luego otorga el
predominio al que estaba subordinado, restaurando así el equilibrio” (Montes,
1999, 105). Se trata de un tiempo que busca salir de la clandestinidad y
avivar el grito ancestral por el derecho, dignidad y la defensa de la tierra
y territorio desde el vínculo con el Amaru, la fuerza ancestral que
habita en los cuerpos territorios y las tierras territorios que buscan
reintegrarse desde sus propias identidades. Evidencia la gran pluralidad de
pueblos que no buscan las unificaciones homogéneas sino conectarse con las
sabidurías ancestrales de las “culturas madres” (Paz, 2004, 99). Permanecen
registradas en la gran riqueza de expresiones artísticas, idiomas,
territorios, sabores, saberes y espiritualidades. La memoria de los 500 años se fue gestando como una
pequeña semilla resguardada por diversos procesos y relatos profundos de la
memoria de los pueblos que la nutrieron en diversos tiempos y espacios, hasta
que al final dejó ver su pequeño y vulnerable brote, desafiando a las
sociedades dominantes, desde la presencia digna de los pueblos ancestrales, y
no incivilizada, ignorante ni idólatra; sino desde la humilde conciencia de
ser portadora de sabidurías milenarias que están guardadas en las sabidurías
profundas de cada pueblo que habita la gran Abya Yala. Como dirían los
sabios mayas “arrancaron nuestros frutos, cortaron nuestras ramas, quemaron
nuestro tronco, pero no pudieron matar nuestras raíces” (Popol Vuh).
Desde esa conexión, muchos pueblos indígenas (reapropiación descolonizadora
de la categoría “indígena”), en diversos territorios asumen el desafío
“cósmico político” en palabras de la sabia Xinca Lorena Cabnal. Por diversos territorios de Abya Yala, las
resistencias explicitas de algunos países con mayor población indígena y
comunidades antisistémicas, acuerpan las múltiples resistencias de los
pueblos que están procurando las conspiraciones cósmicas en la profundidad de
sus territorios. De esa manera, desde la común unión podemos seguir
resistiendo y haciendo frente a las diversas conquistas de las compañías
extractivistas, que día a día, siguen expropiando tierras y territorios, para
explotar cordilleras, montañas y cerros sagrados donde habitan las/os
guardianas/es, contaminando a su paso lagunas, ríos y vertientes consideradas
como guardianas de la vida. Talan árboles y bosques sagrados donde habitan
los espíritus de las/os ancestros/as; matan semillas y seres ancestrales. De
esa manera podemos seguir mencionando a los otros miembros de la comunidad de
la vida que están siendo afectados en su ser, y que sin duda afectan
profundamente las cosmovisiones y espiritualidades ancestrales donde la vida
es como un gran tejido. Se trata de la resistencia cósmico-política frente a
las nuevas “extirpaciones” de las espiritualidades vinculadas a la Red de la
Vida. Son empresas que siguen la ruta del oro y que están llevando a la
desaparición de pueblos, a la criminalización de sus luchas y al asesinato de
sus líderes, todo esto con la venia de los estados que asumen las “políticas
de exterminio” de los pueblos indígenas. El Pachakuti supone el despertar de la
conciencia cósmica que nos recuerda el vínculo con el gran tejido de vida,
que provoca otros modos de ser y estar en el Cosmos. En los territorios
andinos se la reconoce como el Sumak Kausay, el Suma Qamaña, el
Buen Vivir. Este proyecto histórico, político, económico, social y religioso
de los pueblos ancestrales no se trata de una propuesta nueva, sino de rescatar
desde los diversos saberes y espiritualidades lo que las conquistas
interrumpieron, y que en nuestro tiempo se ofrece como una alternativa al
supuesto “desarrollo” que nos presenta el mercado y las políticas globales.
Se trata del restablecimiento del equilibrio de las relaciones en el Cosmos
que estamos llamados a propiciar como comunidad humana. Es una propuesta que
empieza a ser acogida en diversos espacios y, de manera significativa, en las
constituciones políticas de Ecuador y Bolivia, aunque las políticas y
economías extractivas que ambos estados asumen para alcanzar el supuesto
“desarrollo”, limitan en la búsqueda de esos otros modos de comprender la
Vida. Por ello, un paso fundamental que nos encaminaría
hacia el sentido más profundo del Buen Vivir, serán los procesos de
descolonización del ser, del saber y del poder, porque es imposible dar pasos
en la construcción de algo nuevo y diferente desde los parámetros coloniales,
patriarcales y jerárquicos. Como dirían las comunidades de mujeres feministas
indígenas, no se puede hablar del Buen Vivir, si es que aún la otra mitad de
la comunidad es violentada y sufre la exclusión de sus comunidades por el
enfoque patriarcal que se sostiene en la tradición ancestral y colonial; y
que desde el discurso del machismo indígena niega las relaciones de igualdad.
De éstas rescato el sentido de la defensa y cuidado del cuerpo territorio y
la tierra territorio. Hay muchas experiencias del
Buen Vivir, que recorren los caminos insurgentes, como los que emprendieron
las hermanas/os zapatistas en los territorios de Chiapas, que aún sigue
siendo un gran referente de que “es posible romper con las estructuras de la
cultura dominante, del éxito, del individualismo, de la competencia, del
consumismo y del poder del dinero, para proponer una nueva manera de hacer
vida, una vida para todos/as” (Bascopé 2006, 109). Tejiendo Teologías Indígenas y Espiritualidades ancestralesNos aproximamos a un tejido que se va entrelazando
con los hilos rotos y quemados de las espiritualidades ancestrales que fueron
acompañando de maneras creativas el caminar de los pueblos indígenas de Abya
Yala. Supieron no sólo darle su espacio y tiempo al cristianismo, sino
también hacer apropiaciones creativas y dinámicas de los símbolos impuestos a
los que le dieron sus propios sentidos. Las teologías indígenas, como plantearía Josef
Estermann, haciendo referencia a la teología andina y a su pertinencia para
las teologías indígenas: se
inserta en una serie de contextualizaciones socio-culturales y étnicas del
quehacer teológico que han tomado cuerpo en los últimos treinta años, tanto
en América Latina, como en África y Asia. No es solamente el fruto de una
creciente toma de conciencia de los pueblos indígenas y sus cosmovisiones,
sino también de una labor en el campo de la reflexión intercultural
(Estermann 2006, 144)… que cuestiona la universalidad de la teología
occidental dominante, y cualquier pretensión de presentar un solo modo de
hacer teología, por ello en palabras de Eleazar López, “no existe una única
Teología India, sino múltiples teologías indias, cada una caminando por
senderos propios según el Espíritu le inspira y según las circunstancias
históricas le permitan desarrollarse” (López 2000, 7). Las teologías indígenas son parte de una articulación
teológica y pastoral, cuya constitución surge en la década de 1990 en las
regiones de México y Centroamérica, en la región Andina de Perú–Bolivia y en
otras regiones. Se trata de una articulación promovida por algunos sectores
de la iglesia católica como el Centro Nacional de Ayuda a las Misiones
Indígenas (CENAMI) y espacios ecuménicos como la Articulación Ecuménica
Latinoamericano de Pueblos Indígenas (AELAPI), el Consejo Latinoamericano de
Iglesias (CLAI) y el Consejo Mundial de Iglesias (CMI). Desde ellos, se
consolidaron procesos de reflexión en la relectura de la fe desde la realidad
vivida por la comunidad creyente en las tierras y territorios indígenas
considerados como “el pozo milenario de donde se saca agua fresca para la
vida cotidiana y la vida de la fe; en ella está la teología narrativa y la
experiencia de Dios” (Sarmiento, 2000, 12). Esta articulación es también
promovida por las opciones éticas, políticas, sociales y pastorales en los
distintos contextos históricos de los pueblos indígenas en resistencia de
cada región, ya que pese a las reivindicaciones de autonomía y
autodeterminación de los pueblos, el avasallamiento de los territorios por
empresas extractivistas es una amenaza patente. Se trata de un proceso que supuso el paso de una
“pastoral indigenista” promovida por misioneros en territorios indígenas;
hacia la “pastoral indígena” impulsada con el protagonismo de las comunidades
“indígenas” a partir de las articulaciones pastorales con el apoyo
institucional de algunas iglesias católicas y protestantes[8].
El equipo asesor de Teología India de la Conferencia Episcopal
Latinoamericana, en el ámbito católico, rescata dos experiencias
significativas en la articulación de una “iglesia indígena” en las Diócesis
de Riobamba, Ecuador con el obispo Leónidas Proaño, y en Chiapas de San
Cristóbal de las Casas, México con el obispo Samuel Ruiz, los que impulsaron
“el proceso de construcción de una iglesia con rostro, pensamiento y corazón
indígena” (Millones 2015, 63). Son experiencias que en estos tiempos han
adquirido otros sentidos al no estar los impulsores de esos otros modos de
comprender la iglesia. Si bien a nivel de algunas iglesias y de sociedades
se empieza a aceptar los otros modos de vivir la fe y las espiritualidades,
no es un proceso fácil, ya que para muchas iglesias las teologías indígenas
son vistas como una amenaza para la “integridad” del cristianismo y una
‘re-paganización’, porque aún priman las clasificaciones excluyentes de los
otros modos de sentir al Misterio Sagrado de la Vida, como idólatras,
panteístas, politeístas, animistas. Los procesos de las Teologías Indígenas,
al ser gestados en espacios eclesiales cristianos, se inclinaron a una
articulación cristiana ya que se trataba de reconocer en los pueblos las
“semillas del verbo presente en todas las culturas” (López, 2000, 26), es
decir, la presencia de Cristo, a fin de otorgar dignidad a las religiones y
espiritualidades y permitir que los pueblos indígenas puedan ofrecer su
palabra viva. Con todo, no podemos obviar los
aportes que las teologías indígenas-cristianas y las teologías
indígenas-indígenas ofrecen desde el despertar de la conciencia
cósmica, no sólo al interior de las iglesias y los ámbitos teológicos, sino
también en la sociedad como un todo: ·
La noción holística de
la vida asume la vida como un gran tejido donde los seres humanos somos un
hilo que se interrelaciona con los demás para generar la armonía y el
equilibrio desde los procesos senti-pensantes que cuestionan las visiones y
espiritualidades dualistas, antropocéntricas y androcéntricas. ·
Una experiencia del
Misterio Sagrado de la Vida, integrada a la fuerza vital cósmica, y que
precisa de todas las fuerzas complementarias para que la vida germine y sea
criada; frente al teísmo, cristocentrismo y androcentrismo. ·
Reconocer que en las
espiritualidades ancestrales hay procesos de “salvación”, sanación y
liberación desde la relacionalidad y la reciprocidad; por lo tanto, no sólo
en la iglesia hay salvación. ·
Promover un diálogo
intercultural, interreligioso, ecuménico y descolonizador, desde una relación
de alteridad y simetría que confronte las posturas hegemónicas de una cultura
y religión dominante. Pero también quedan pendientes algunos desafíos por
asumir en los procesos de las teologías indígenas: ·
El más desafiante, una
actitud crítica frente al entronque patriarcal y jerárquico del colonialismo
cristiano y las tradiciones ancestrales que no permite emprender caminos
liberadores. ·
Las descolonizaciones
del ser, saber y poder. ·
Mayor aproximación a
las espiritualidades ancestrales, para descubrir los ropajes adquiridos en la
construcción de las identidades indígenas urbanas que son asumidos como
esotéricas y comerciables. Finalmente, decir que los pueblos y comunidades en
resistencia, desde las memorias subversivas de pachakutis, nos ofrecen
las fuentes de las espiritualidades ancestrales, desde la que se pueden ir
gestando las semillas del Suma Qamaña, Sumak Kausay, el Buen Vivir, el
Shalom, la Vida Digna y Plena que nos vincula a la gran red o
comunidad de la Vida. BibliografíaArnold, Denisse. 2006. “Algunos aportes de las ciencias sociales
al proyecto de teología andina”. En Teología Andina: El tejido diverso de
la fe indígena, editado por José Estermann, 247-293. La Paz: ISEAT. Bascopé, Víctor. 2006. Espiritualidad Andina: en
el Pacha Andino. Cochabamba: Verbo Divino. Cabnal, Lorena. s.f. “Documento en construcción para aportar a las reflexiones continentales
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Amismaxaj. https://amismaxaj.files.wordpress.com/2012/09/buen-vivir-desde-el-feminismo-comunitario.pdf Cavero, Ranulfo. 2001. Los Dioses vencidos.
San Cristóbal de Huamanga, Perú: Universidad Nacional. https://www.google.com/search?q=TAKI+ONKOY&ie=utf-8&oe=utf-8&client=firefox-b#q=TAKI+ONKOY+PDF+&* Estermann, José. 2006. “La ‘Teología Andina’ como
realidad y proyecto”. En Teología Andina: El tejido diverso de la fe
indígena, de José Estermann, 137-162. La Paz: ISEAT. Galeano, Eduardo. 1998. Úselo y tírelo.
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Posdata vuelta a "El laberinto de la soledad". México: Fondo de
Cultura Económica. Sarmiento, Nicanor. 2000. Caminos de la teología
india. Cochabamba: UCB, Guadalupe y Verbo Divino. ❖ ❖ ❖ Sofía Chipana Quispe, Coordinadora de la Lectura Intercultural de la
Biblia en el Instituto Ecuménico Andino de Teología, La Paz, Bolivia. warmi_pacha@hotmail.com Recibido:
20 de abril de 2017 Aprobado:
6 de junio de 2017 |
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[1]
La cristiandad tiene que ver con la expansión “civilizatoria” del cristianismo.
[2]
Se trata de una extensión de la cacería de brujas en Europa, hacía los siglos
XV al XVIII, como lo desarrolla Silvia Federici en su obra el Calibán y la Bruja.
[3]
El trabajo forzado controlado por los sacerdotes encomenderos.
[4]
Espacios donde cuidaban los cuerpos de sus ancestros/as.
[5]
Se extendía en los territorios de lo que hoy es: Perú, Bolivia, Chile,
Argentina, Ecuador y Colombia.
[6]
El mito hace referencia a la decapitación del Inca, cuya cabeza se mantiene con
vida hasta lograr el restablecimiento del pueblo.
[7]
Ubicado en el siglo XVI.
[8]
En Bolivia las iglesias metodista y luterana emprendieron algunos caminos
profundos de una articulación teológica andina.