Vida  y

Pensamiento

Revista Teológica de la Universidad Bíblica Latinoamericana

Volumen 37 Número 1 y 2  -  Cátedra de Teología Latinoamericana UBL

19-20 de abril, 2017 - San José, Costa Rica

La Reforma y las reformas

Aportes inter-contextuales desde América Latina

 

 

Sola Escritura, Sola Gracia, Sola Fe

Para una reforma ecológica

 pp. 143-160

 

Arianne van Andel

 

 

 

Resumen: Este artículo se pregunta por las reformas que las iglesias tendrían que hacer hoy frente al desafío más grande de la humanidad en nuestro tiempo: la crisis ecológica y climática. Se hace una hermenéutica crítica de tres principios importantes de la Reforma del siglo XVI: Sola Escritura, Sola Gracia y Sola Fe y explora su valor teológico y de acción en contexto de la crisis ecológica.

Abstract: This article asks what reforms the churches need to make today in the light of the greatest challenge that humanity faces in our time: the ecological climate crisis. The article offers a critical hermeneutic of three important principles of the sixteenth century Reformation: Only Scripture, Only Grace, and Only Faith, and explores their theological and practical value in the context of the ecological crisis.

Palabras claves: reforma, hermenéutica, ecología.

Keywords: reform, Reformation, hermeneutics, ecology.

 

 

 

Cambiar no es fácil. Cada persona que ha tratado de cambiar hábitos u opiniones sabe eso. Somos personas de costumbres, de ritos, de pertenencia, porque estas cosas nos dan seguridad e identidad. Y eso cuenta seguramente también para comunidades como la iglesia. Sin embargo, las iglesias de la reforma han sido capaces de generar grandes cambios. ¿Han pensado alguna vez que la Iglesia Luterana es el resultado, más que de una reforma, de una revolución? La llamada reforma produjo un cambio radical en el paisaje de la fe y cultura cristiana.

En estos tiempos de conmemoración de la Reforma retomamos el lema de Ecclesia semper reformanda. Nos preguntamos, en consecuencia, sobre las reformas que las iglesias tendrían que hacer hoy, a la luz del contexto actual, y específicamente frente al desafío más grande de la humanidad en nuestro tiempo: la crisis ecológica y climática. El Espíritu nos llama con urgencia hoy a una “reforma ecológica”. Una tarea para todas las tradiciones cristianas, concluyeron teólogos/as protestantes en un manifiesto después de una consulta sobre Eco-teología, Justicia Climática y Seguridad Alimentaria en Volos (Grecia) en marzo 2016 (Conradie y otros 2016).

Hay tiempos en que la realidad misma clama por cambios. Es un momento Kairós, palabra que viene de la tradición griega y significa “momento oportuno”, en opuesto a Cronos, que es el tiempo cronológico. En términos bíblicos es un momento en el tiempo en que, según el teólogo norteamericano Robert McAfee Brown, la oportunidad demanda una respuesta. Un tiempo en que Dios nos da un conjunto de posibilidades y nosotros tenemos que aceptar o declinar, elegir entre vida o muerte (Dt 30) (Braverman 2011). Son momentos de verdad para la iglesia, momentos escatológicos.

Hoy la humanidad utiliza, en términos de recursos, el equivalente a 1.4 planetas cada año. Esto significa que ahora le tarda a la tierra un año y cinco meses para regenerar lo que utilizamos en un año (Global Footprint 2016), y cada año se adelanta la fecha en que hemos llegado a este límite, pero seguimos explotando recursos, hipotecando directamente a las generaciones futuras[1]. Se ven ahí las dos grandes causas de nuestra crisis ecológica y del cambio climático: un consumo excesivo de materias primas y la destrucción de ecosistemas por la extracción de estos recursos.

La crisis ecológica y el cambio climático están íntimamente relacionados con problemas sociales y de desigualdad. Ha sido un error pensar que el desarrollo humano es irreconciliable con el cuidado del entorno, un argumento que todavía se escucha regularmente en conflictos socio-ambientales donde empresas prometen crear puestos de trabajo. A largo plazo, el desarrollo que se da a costa del deterioro del medio ambiente no genera progreso real para las personas. Toda la vida en la tierra está maravillosamente conectada y si destruyéramos las condiciones para que esta vida florezca no habrá progreso, ni desarrollo. “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social” dice el papa Francisco acertadamente en su Encíclica ‘Laudato si’, “sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (SS Francisco 2015, párr 139).

Es claro que la reforma ecológica que se requiere no puede ser solo una reforma de las iglesias luteranas o protestantes. El desafío de la crisis ecológica trasciende las diferencias entre denominaciones cristianas, y nos invita a trabajar en conjunto con otras, hasta por sobre las fronteras de las religiones, por el cuidado de nuestra Casa Común. Urge también vincularnos con organizaciones civiles que se preocupen por el tema e intercambiar nuestras experiencias.

¿Qué podría aportar la reforma luterana en este camino? Quiero explorar críticamente en este artículo lo que podrían ser las riquezas de esa tradición para inspirar la reforma ecológica que necesitamos. Tomo para eso tres principios importantes de la Reforma del siglo XVI: Sola Escritura, Sola Gracia y Sola Fe. En este nuevo contexto voy a dar una re-interpretación de estos conceptos.

Sola Escritura

La Reforma en el Siglo XVI surgió de un malestar profundo por las doctrinas y prácticas de la misma iglesia, que según Lutero y sus seguidores ya no eran “Evangelio”.  Frente a la posibilidad de que la tradición eclesial se corrompiera y cediera ante el sistema de este mundo, proclamaron el principio de “Sola Escritura” como la necesidad de volver a la Biblia para afinar criterios de actuación en el mundo actual. En el caso de la crisis ecológica, sin embargo, volver al principio de “Sola Escritura” se muestra complejo. Primero, naturalmente, porque la Biblia no nos da respuestas claras y directas sobre una crisis que estaba fuera del horizonte de sus autores. Sería un anacronismo decir que la Biblia nos da prescripciones sobre cómo actuar frente al cambio climático. Pero la Escritura sí habla de la relación entre seres humanos y la creación, entonces quizás ahí podemos deducir algunas pistas.

Sin embargo y como segundo punto, también ahí se presenta un problema serio. Lo que pasa es que el principio de “Sola Escritura” está vinculado al nacimiento de la época industrial moderna que ha sido la causa de la crisis en que nos encontramos. La lectura de la Biblia por el pueblo en la lengua materna impulsó el inicio de la impresión de libros, que se masificó más tarde por la invención de las máquinas a vapor. La libertad del pueblo que promocionó Lutero con la idea del “sacerdocio universal de los fieles” y con la lectura autónoma de las Escrituras, creó una cultura que calzaba bien con el desarrollo del sistema económico capitalista occidental que paralelamente se desplegó en Europa. No puedo abarcar estas complejas relaciones dentro de la escala de este artículo. Sociólogos, como Max Weber, han hecho análisis profundos de estos vínculos, como también existen muchas reflexiones que matizan sus conclusiones o problematizan la pregunta por la relación de causa y efecto en este asunto: ¿Impulsó el cristianismo occidental un sistema capitalista? o ¿Utilizó el capitalismo al cristianismo para sus propios fines?  

Lo que sí necesitamos tomar en serio como iglesias son las críticas que hemos recibido sobre interpretaciones bíblicas originadas en la época de la revolución científica e industrial, que legitimaron una actitud dañina frente a la creación. Según el manifiesto ecológico que mencioné, una reforma del cristianismo implica una “doble crítica, a saber, una crítica cristiana profunda de las causas que están a la raíz de la destrucción ecológica y una crítica de formas de cristianismo que no han reconocido las dimensiones ecológicas del evangelio. La última crítica viene desde fuera y dentro de las iglesias cristianas, y es expresada por críticos seculares, representantes de otras religiones, líderes de iglesias, teólogos/as y líderes laicos” (Conradie y otros 2016).

La crítica fundamental de que estamos hablando apunta a la historia de la creación en Génesis 1, y específicamente los versículos 1:26 y 1:28. En 1967 historiador Lynn White escribió su famoso artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica” en la revista Science. White acusa al cristianismo occidental de ser en gran parte responsable de la crisis ecológica, por ser unas de las religiones más “antropocéntricas”. White dice que, según la Biblia, la naturaleza está hecha para beneficio de los seres humanos, que son creados a imagen de Dios, lo que ha legitimado su poder de dominio sobre las otras especies. Además, la naturaleza es creación, y Dios se encuentra fuera de ella, como un ser transcendente, todopoderoso, lo que, en contraste con religiones “paganas”, ha generado una actitud utilitarista frente a todo lo que es “material”. White estima que existe una alianza clara entre el desarrollo del cristianismo y un sistema económico explotador del mundo natural (White 1967).

Buena parte de la primera eco-teología se desarrolló en defensa frente a las acusaciones de White y sus partidarios. El hecho que la reflexión eco-teológica reciente nació en reacción a la crítica de White de alguna forma afirma su crítica. Tenemos que agradecerle que por su “ataque” volviéramos a la Escritura con lentes ecológicos. Teólogos y teólogas mostraron convincentemente que White estaba equivocado en sus conclusiones sobre la historia de la creación. Génesis 1 no es un texto antropocéntrico, sino teocéntrico, y el “dominar y someter” (Gn 1:28) en hebreo tenía connotaciones de “crear orden en el caos y cultivar la tierra” y no tenía nada que ver con “explotar la tierra sin límites”. El rabino Jonathan Sacks dice que el “dominar” y “someter” de Génesis 1 es un mandato moral que está condicionado por el “guardar” y “cuidar” de Gn 2:15, y más aún por los límites para los seres humanos que instala Gn 3 (Sacks 2002, 165-166).

Teólogos y teólogas descubrieron otras historias con implicaciones claramente ecológicas en la Biblia: las leyes sabáticas, el año jubileo con el descanso de la tierra, las metáforas proféticas, los Salmos, la armonía de Jesús con la naturaleza y pasajes de Pablo[2]. Ahora existen “Biblias ecológicas” que han destacado todos los pasajes sobre la naturaleza en letra verde.

Pero algunos eco-teólogos y teólogas protestantes han dicho que no es suficiente enfrentar la crítica del “antropocentrismo”, interpretando solamente pasajes bíblicos desde una perspectiva ecológica. Hay que volver a las Escrituras, dicen, no para defenderlas, sino para estudiar en profundidad lo que ha pasado con la narrativa cristiana en su contexto. Porque la crítica a las interpretaciones es acertada y va mucho más allá de las acusaciones de White. David Hallman dice: “Yo creo que las iglesias en el Norte todavía no han asumido el grado en que la teología y tradición cristiana están implicadas en el modelo de desarrollo capitalista occidental que ha dominado nuestros países desde la Revolución Industrial, muchos otros países a través de períodos colonizadores y más recientemente cada parte del mundo que ha sido tocado por la economía global” (Hallman 1994, 5).

Ernst Conradie plantea que tenemos que ir más allá de una eco-teología apologética. Es tiempo de buscar una hermenéutica ecológica crítica que aplique a toda la Biblia, no que busque solamente pasajes favorables en torno a la naturaleza. Primero, eso requiere admitir que la Biblia no fue escrita durante tiempos de crisis ecológica. Génesis refleja una sociedad nómada o agrícola en la que la naturaleza todavía era una fuerza atemorizante e impredecible para los seres humanos. Es importante re-estudiar en qué contextos fueron escritos los textos, y a qué preguntas trataron de responder. Segundo, hay que atreverse a aplicar una hermenéutica de la sospecha frente a todas las narrativas bíblicas que han servido para legitimar sistemas opresores, frente a otros seres humanos, especialmente mujeres y pueblos indígenas, y ahora también frente al resto de la creación.

La tradición judeo-cristiana nunca ha cuestionado su desmitifi-cación de la tierra. En la Biblia se hace una distinción clara entre Dios, los seres humanos y el resto de la creación. Sacks defiende esta desmitificación diciendo que las culturas que adoraron a la tierra no la trataron mejor que nosotros (2002, 164). El papa Francisco destaca el compromiso que tenemos los seres humanos frente a una tierra que ahora es frágil y necesita ser cuidada, afirmando que los seres humanos tienen un valor especial en la creación, por su capacidad de reflexionar, argumentar, ser co-creadores con Dios y que justo esta unicidad les da mayor responsabilidad (SS Francisco 2015, párr 69 y 81). La tradición luterana crítica apoya esta postura, más aún después de las experiencias con el nazismo en Alemania, en donde los rasgos “naturales” de grupos de gente (por raza, etnia, orientación sexual), fueron juzgados como indignos ante los ojos de Dios. El destacado teólogo suizo Karl Barth ha escrito tratados feroces contra esa teología “natural”: Dios no tiene nada que ver con nuestro mundo material. Dios viene, nos dice, desde “el Otro Lado”.

Todas estas reflexiones son muy válidas e importantes para retomar en una nueva hermenéutica ecológica. ¿Cómo influye nuestra imagen del Dios transcendente, y nuestra posición especial como seres humanos, en nuestro actuar frente a la creación? Tenemos que preguntarnos seriamente ¿por qué seguimos defendiendo el valor único de los seres humanos? ¿Es esto así realmente para estimular nuestra responsabilidad y dignidad frente a la naturaleza?  Como dice la Encíclica ‘Laudato si’, ¿no será porque muchas veces, en la práctica, todavía nos sentimos superiores a ella?

Es cierto que la historia de la creación permite una interpretación antropocéntrica, y eso ha hecho mucho daño. Teólogas eco-feministas como Rosemary Radford Ruether e Ivone Gebara han señalado que la cultura occidental cristiana está construida de dualismos jerárquicos entre cultura y naturaleza, espíritu y cuerpo, razón y emoción, sagrado y profano, dando siempre más valor al primero, por estar más “cercano a Dios”. Esto tiene una expresión directa en la historia cristiana con el desprecio mostrado hacia las mujeres y a los pueblos de otra raza o religión, que siempre fueron vinculados más con la naturaleza (salvajes), el cuerpo (prostitutas, tentadoras), la emoción (menos razonables) y lo profano (paganos). Estos dualismos todavía reinan en gran parte de nuestra cultura e iglesias, y han sido legitimados con ayuda de numerosos textos bíblicos.

Es preciso constatar que la Biblia tiene –efectivamente- rasgos antropocéntricos, pero posibilita también lecturas ecológicas. Eco-teólogas y teólogos están explorando las posibilidades de “escuchar la voz de la tierra” en los textos bíblicos, como lo han hecho las hermenéuticas feministas con el fin de escuchar las voces silenciadas de mujeres (Conradie 2004). Es necesario re-pensar imágenes de Dios, y ocupar metáforas como Roca (Sal 18:2), Madre (Is 46:3 y 49:15) o la imagen de la gallina que cuida a sus pollitos (Mt 23:37), al lado de la del Dios “todopoderoso”. Sally McFague ha sugerido que podemos percibir la tierra metafóricamente como “el cuerpo de Dios”. Son maneras para cuestionar una separación cultural demasiado grande entre la creación, los seres humanos y Dios.

Lutero había visto bien que la cultura y la tradición pueden usar a las historias bíblicas para justificar y legitimar prácticas que no tienen nada que ver con la historia liberadora de Jesús. La noción “Sola Escritura” nos invita a no confiar demasiado en estas interpretaciones y volver siempre a las historias originales. Bajo la condición de una lectura crítica y contextualizada, eso nos puede ayudar a salir de la apologética y abrirnos a nuevos paradigmas.

Sola Gracia

Todo lo anterior se relaciona con otra convicción clave en la Reforma, la de “Sola Gracia”. Esta afirmación viene desde una consciencia profunda de nuestros límites estructurales como seres humanos. Los reformadores se caracterizaban por un pesimismo antropológico que ha tenido nocivos efectos históricos, afectando la auto-estima y generando una actitud más bien pasiva frente a desafíos del mundo en algunas iglesias evangélicas. Sin embargo, en este tiempo de crisis ecológica, creo que la “Sola Gracia” puede ser una noción liberadora al menos en tres niveles.

Primero, puede darnos una herramienta para enfrentar características de nuestra condición humana que nos han llevado a la catástrofe ecológica en la que estamos. Estas son muy bien ilustradas en la siguiente cita del científico Gush Speth, abogado de causas climáticas:

Yo solía pensar que los más grandes problemas ambientales radicaban en la pérdida de la biodiversidad, el colapso de los ecosistemas y el cambio climático. Pensaba que con 30 años de buena ciencia podríamos enfrentar estos problemas. Pero estaba equivocado. Los más grandes problemas ambientales son el egoísmo, la avaricia y la apatía… y para enfrentar esto necesitamos un cambio espiritual y cultural. Y nosotros los científicos no sabemos cómo hacer esto (2016).

El egoísmo, la avaricia y la apatía, en mi opinión, están basados en suposiciones sicológicas sobre nuestro valor intrínseco como seres humanos. Brotan de la inseguridad fundamental sobre nuestra propia importancia, que ha sido utilizada por un sistema económico que nos hace creer que nuestro valor personal depende de lo que consumimos y tenemos. Es la religión de nuestros tiempos. La apatía es la contracara del egoísmo y la avaricia. Viene con la idea que no podemos hacer una diferencia importante desde nuestra insignificancia, hasta que seamos más grandes…. Creo que solo podemos superar estas tendencias si re-valoramos la idea de “sola Gracia”. Nuestra vida es don de Dios y eso mismo le otorga su valor. Somos personas buenas, válidas y dignas de vivir aun antes de hacer algo. Debemos recordar día a día que no necesitamos “ganar o demostrar el sentido de nuestra existencia” por medio del dinero, la fama o el poder. Sólo viviendo desde esta certeza podemos ser más humildes. La palabra humilde tiene su raíz en la palabra humus, tierra… Nos recuerda que somos todos y todas personas de la Tierra, hechas de tierra (Adamah), creadas por Dios (Gn 3:19). No somos ni necesitamos ser Dioses. Somos seres humanos, con nuestras limitaciones e imperfecciones, y también con una llama divina, una potencialidad grande de hacer el bien.

Segundo, la noción de “Sola Gracia” nos hace más libres para autocorregirnos, para confesar el pecado e iniciar de nuevo. Las iglesias de la reforma tomaron posiciones radicales varias veces frente a otros sectores de la iglesia que habían olvidado que la vida depende de la gracia, y que nosotros por eso no tenemos el derecho de oprimir o erradicar este don en otras personas o en la naturaleza[3]. En 2004, la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, ahora llamada Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, publicó la Confesión de Accra, donde confiesa que rechaza el orden económico actual impuesto por el capitalismo neoliberal por sus consecuencias para los pobres y la tierra. Cito algunos de sus artículos:

·      Creemos que Dios ha sellado un pacto con toda la creación (Gn 9:8-12). Dios ha creado una comunidad terrenal sobre la base de una visión de justicia y de paz. El pacto es un don de gracia que no se vende en el mercado (Is 55:1). (…)

·      En consecuencia, rechazamos la cultura del consumismo desenfrenado, la avaricia y el egoísmo competitivos del sistema de mercado mundial neoliberal y cualquier otro sistema que sostenga que no existen alternativas.

·      (…) Se trata de un sistema mundial que defiende y protege los intereses de los poderosos. Nos afecta y atrapa a todos. Desde la óptica bíblica se entiende que tal sistema de acumulación de riquezas a costa de los pobres no es fiel a Dios y ocasiona sufrimientos evitables a las personas. Se denomina Mamón. Jesús nos dijo que no es posible servir a Dios y a Mamón (Lc 16:13) (Confesión 2004).

La noción de “Sola Gracia” abre la posibilidad a confesar que el sistema atrapa a todos, también a nuestras iglesias. Nos invita a una “humildad audaz” como dice un documento eco-teológico de la iglesia protestante holandesa: más humilde sobre nuestras posibilidades y más audaz en nuestro actuar. Nos lleva a la posibilidad de admitir que nos equivocamos como iglesias en nuestra lentitud de actuar frente a la crisis ecológica. Podríamos, como explora Conradie, pensar en una confesión pública de pecado sobre la responsabilidad de la tradición cristiana al generar esta crisis, como una manera de comprometernos a cambiar nuestra acción (Conradie 2004, 130). Nos da la posibilidad de mantenernos críticos ante nuestras propias luchas de poder, nuestro egoísmo, avaricia y apatía.

Tercero, paradójicamente, la noción de “Sola Gracia” nos da pistas por dónde empezar a actuar frente a la crisis ecológica como iglesias. El reto del cambio climático nos podría paralizar y llevar a la apatía por su inmensidad o a hacernos megalómanos en el intento de solucionarlo. “Sola Gracia” nos puede liberar de la idea de que el sentido de nuestro actuar se encuentra en sus resultados. En la lucha contra el cambio climático es fácil recaer en un activismo voluntarista que nuevamente confía demasiado en soluciones tecnológicas o rápidas para quitarnos el problema de encima. Es una tendencia que vemos claramente en los países del Norte. También nos puede hacer creer que no podemos hacer nada sin dinero o poder. Esa es una tendencia que encontramos frecuentemente en los países del Sur. Justo en medio de estos dos extremos se presenta la idea de actuar desde la Gracia.

Significa que podríamos empezar a visualizar las cosas que se dan o deberían darse desde la gratuidad. La Federación Luterana Mundial le ha dado palabras a esto con el slogan: “La Creación NO se vende”. En todo lugar donde la vida es mercantilizada, la iglesia tiene algo que decir. En Latinoamérica no faltan oportunidades: el acceso al agua está amenazado; comunidades se ven dañadas por la explotación sin límites de la gran minería; los bosques nativos son reemplazados por plantaciones forestales que erosionan los suelos. Las comunidades que sufren las consecuencias necesitan apoyo de voces solidarias y proféticas frente a las grandes empresas transnacionales, clamando que la Creación no se vende.

Pero la reforma también tiene el lado de la conversión personal y comunitaria. Todos los pequeños gestos de humanización y de cuidado frente a la naturaleza ayudan; son semillas en la creación de una cultura ecológica integral, como dice el papa Francisco.

En Alemania grupos de iglesias han tomado muy en serio este tipo de conversión. Tienen el proyecto de hacer sus iglesias neutrales en emisiones de CO2 antes de 2050. Eso significa que revisan su consumo energético, que aíslan sus catedrales, ponen paneles solares en el techo, chequean de dónde viene su comida, se vuelven vegetarianos, tratan de reciclar todo en los eventos que organizan, etc… Así, estas iglesias se han vuelto ejemplo y testimonio de esperanza para la comunidad a su alrededor.

En Chile algunas iglesias se han vinculado a la Coalición Ecuménica por el Cuidado de la Creación, red de organizaciones y personas cristianas que mantienen una reflexión teológica frente a los conflictos socio-ambientales, organizan celebraciones y eventos informativos y se solidarizan con comunidades que viven las consecuencias del extractivismo del modelo económico chileno (Conradie 2010).

Sola Fe

Finalmente, quiero abogar por el principio de “Sola Fe” en nuestro actuar. Creo que lo más importante que pueden ofrecer las iglesias en el contexto de la crisis climática es la fe en que todo lo que hacemos frente a ella tiene sentido. Vivimos tiempos apocalípticos, escatológicos. Nunca antes ha parecido tan difícil cambiar el rumbo. Hay distintas actitudes posibles frente a una situación tan abrumadora. Lo reflexiona de manera profunda el filósofo Jorge Riechmann en una ponencia que hizo en un seminario sobre Pensamiento Crítico en España en septiembre 2016 (Riechmann 2016).

¿Cómo actuar si sabemos que científicamente hay muy poca probabilidad que como humanidad podamos hacer el cambio con la urgencia que es necesaria? Mucha gente reacciona con una apatía nutrida por el autoengaño, otra con un optimismo desinformado. Riechmann no quiere ceder a estas dos opciones, ya que cree que nunca deberíamos entregar nuestra lucidez. Él argumenta en favor de la esperanza en la línea de Vaclav Havel, quien dijo: "Definitivamente la esperanza no es lo mismo que el optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien. Es la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte"[4].

En la Biblia el pueblo judío se aferra a la esperanza en situaciones donde, de una forma u otra, han sucumbido: en el exilio, en la diáspora. Hacen memoria, buscan historias de aliento y nuevas maneras de vivir para crear sentido en el momento que están viviendo.

Especialmente ahora que nos encaminamos al colapso ecológico-social, ahora que va estando claro que, en sentido fuerte, ya no hay soluciones, es muy importante seguir haciendo las cosas correctas no porque esperemos como resultado una imposible solución, sino sencillamente porque hay que hacerlas. (Riechmann 2016).

Se puede decir que pasó lo mismo con la vida y la muerte de Jesús. Franz Hinkelammert afirma que la muerte de Jesús podría ser vista como una muestra de que sus acciones no tenían éxito. Sin embargo, los cristianos afirman con la resurrección de Jesús que sus acciones tenían sentido en sí, y que el fracaso de su muerte no elimina este sentido: “La única acción que hoy puede tener éxito es la que no busca el sentido de la acción en el éxito. Porque, frente a las amenazas [enormes], el cálculo paraliza, las probabilidades de fracasar son muy grandes, el sistema es enorme y sumamente complejo” (Hinkelammert 2012).

¿De dónde, pues, sacamos el coraje para una esperanza activa que se atreva a mirar la realidad de frente sin huir ante sus tremendas complejidades y abismos, y que busque el bien por el bien, dando sentido al presente sin esperar recompensa en el futuro? Creo que sólo podemos llegar a vivir esta esperanza desde la fe.

La esperanza es fruto de la fe. Y la fe es la certeza de que Dios puede abrir futuro donde parece que ya no lo hay. Jürgen Moltmann ha propuesto una “teología de la esperanza”, en que plantea que Dios no se encuentra en un más allá, fuera de este tiempo, sino en un más allá en el tiempo: en el futuro que cada día nos da la posibilidad de convertirnos nuevamente. Dios nos llega desde el futuro.

Una teología de la esperanza es imprescindible para una conversión ecológica radical, y ésta solo puede estar basada en la fe que otra humanidad es posible, con la ayuda de Dios, y que tiene sentido luchar por ella. Y la fe es la apuesta de que en Dios no hay nada imposible (Lc. 1:37). Sólo la fe puede darnos la esperanza de que la crisis ecológica puede convertirse en una oportunidad. Que como seres humanos podemos liberarnos de nuestras propias cadenas, y que de un sistema de muerte puede brotar la vida. Las iglesias pueden ser lugares en los que nutrimos esta fe y esta esperanza.

Acciones pequeñas

Concluyendo este camino por tres conceptos de la Reforma, vuelvo al inicio. El cambio no es fácil. Lutero no tenía la intención de provocar una revolución, pero lo hizo. El volvió a las Escrituras y descubrió que la tradición cristiana había perdido su rumbo. Se pronunció audazmente, sabiéndose libre por la Gracia de Dios, clavando 95 tesis en la puerta de una iglesia en Wittenberg un día 31 de octubre de 1517. Lo hizo sólo por la fe de que lo que hizo era lo que tenía que hacer, con la esperanza, pero no la certeza, que algo cambiaría. Pero así empezó la Reforma Protestante, un movimiento que sigue con nosotros hoy.

Es una historia esperanzadora. La resistencia no empieza con grandes palabras, sino con acciones pequeñas, como resuena en un poema de un poeta holandés: Remco Campert, escrito en 1929.

La Resistencia no empieza con grandes palabras

La resistencia no comienza con grandes palabras,

sino con acciones pequeñas

como una tormenta con una suave vibración en el jardín

o como un gato que se vuelve un poco loco

como los ríos amplios

con un pequeño manantial

escondido en un bosque

como un mar de fuego

con el mismo fósforo de madera

que enciende un cigarrillo

como el amor en tan sólo una mirada

un toque, algo que distingues en una voz

haciéndote una pregunta

con esto comienza la resistencia

y entonces hacer a otra persona esa pregunta

Los principios “Sola Escritura, Sola Gracia y Sola Fe” no dan la receta para una gran reforma ecológica, pero nos pueden dar una orientación para empezar a hacernos una pregunta, y hacer esa pregunta a otra persona. Nos invitan a mirar críticamente nuestras narrativas cristianas y buscar su potencia ecológica, considerar la posibilidad de confesarnos y posicionarnos radicalmente frente a todo sistema que mercantiliza lo que es gratuito, y sabernos sostenidos por la fe que Dios no nos va a defraudar si nos atrevemos a abrir un nuevo futuro con esperanza. 

Bibliografía

Hinkelammert, Franz. 2012. Teología profana y pensamiento crítico (conversaciones Braverman, Mark. 2011. “What is a Kairos Document?” http://markbraverman.org/writing/what-is-a-kairos-document/.

Confesión de Accra. 2004. Consultado 10 setiembre, 2016. http://d3n8a8pro7vhmx.cloudfront.net/unitedchurchofchrist/legacy_url/1775/confesion-de-accra.pdf?1418425284.

Conradie, Ernst. 2004. “Towards an Ecological Biblical Hermeneutics: a Review of the Earth Bible Project”.  Scriptura 85: 123-135. Consultado 10 setiembre, 2016. https://www.researchgate.net/profile/Ernst_Conradie/publications.

Conradie, Ernst. 2010. “Confessing Guilt in the Context of Climate Change: some South African Perspectives”. Scriptura 103: 134-152.  Consultado 10 setiembre, 2016. https://www.researchgate.net/profile/Ernst_Conradie/publications.

Conradie,Ernst, Ekaterini Tsalampouni y Dietrich Werner, eds. 2016.  “Manifesto for an Ecological Reformation of all Christian Traditions”. World Council of Churches. Consultado 10 setiembre, 2016. www.oikoumene.org/en/resources/documents/other-ecumenical-bodies/manifesto-on-an-ecological-reformation-of-all-christian-traditions?searchterm=volos+eco.

Global Footprint Network. 2016. Consultado 29 setiembre, 2016. www.footprintnetwork.org/es/index.php/GFN/page/world_footprint/.

Hallman, David. 1994. “Beyond North/South Dialogue”.   Ecotheology. Voices from South and North, editado por David Hallman, 1994. New York: Orbis.

con Estela Fernández Nadal y Gustavo David Silnik), Buenos Aires: CICCUS/ CLACSO, 90-91. Citado en ponencia de Riechmann.

Riechmann, Jorge. 2016. “Ponencia en Cuarto Seminario Red Internacional de Pensamiento Crítico”, 20 septiembre, Madrid: UAM, por publicar.

Sacks, Jonathan. 2002. The Dignity of Difference, How to avoid the Clash of Civilizations. New York: Continuum.

Speth, Gus. 2016. “We scientists don’t know how to do that.” Wine Water Watch. Consultado 10 setiembre, 2016.  http://winewaterwatch.org/2016/05/we-scientists-dont-know-how-to-do-that-what-a-commentary/.

SS Francisco. 2015.  “Laudato sí”. Carta Encíclica sobre el cuidado de nuestra casa común.

White, Lynn. 1967. “The Historical Roots of Our Environmental Crisis”. Science 155 (3767): 1203-1207. Consultado 10 setiembre, 2016. http://science.sciencemag.org/content/155/3767/1203.

Arianne van Andel, Teóloga y Coordinadora de Justicia Ambiental del Centro Diego de Medellín, Santiago, Chile.

ariannevanandel@gmail.com

Recibido: 20 de abril de 2017

Aprobado: 6 de junio de 2017

 

 



[1]En 2016 la fecha fue el 8 de agosto: se llama el “Día del Sobregiro de la Tierra”. www.wwf.cl/noticias/campanas/sobregiroecologico/

[2] Por ejemplo: Ex. 16:23, 23:12, Lv. 25, Is. 10:18, Is. 11:6-9, Jr. 14:1-10, Sal. 104, Mt. 6:26, Lc 12:6, Rm 8:22.

[3] En Declaración de Barmen (1934), la Confesión de Belhar en contra del apartheid (1985), y la confesión de las iglesias cristianas en Palestina contra la situación de opresión en Palestina (2009).

[4] Vea también mi ponencia “Cómo movilizar la esperanza” en línea: http://critica.cl/medio-ambiente/cambio-climatico-%C2%BFcomo-movilizar-la-esperanza