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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 37 Número 1
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Cátedra de Teología Latinoamericana UBL 19-20 de abril,
2017 - San José, Costa Rica La Reforma y las reformas Aportes inter-contextuales desde
América Latina |
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Sola Escritura, Sola Gracia, Sola Fe Para una reforma ecológica pp. 143-160 Arianne van Andel |
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Resumen: Este artículo
se pregunta por las reformas que las iglesias tendrían que hacer hoy frente
al desafío más grande de la humanidad en nuestro tiempo: la crisis ecológica
y climática. Se hace una hermenéutica crítica de tres principios importantes
de la Reforma del siglo XVI: Sola Escritura, Sola Gracia y Sola Fe y explora
su valor teológico y de acción en contexto de la crisis ecológica. Abstract: This article
asks what reforms the churches need to make today in the light of the greatest
challenge that humanity faces in our time: the ecological climate crisis. The
article offers a critical hermeneutic of three important principles of the
sixteenth century Reformation: Only Scripture, Only Grace, and Only Faith,
and explores their theological and practical value in the context of the
ecological crisis. Palabras claves: reforma,
hermenéutica, ecología. Keywords: reform, Reformation, hermeneutics, ecology. |
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Cambiar no es fácil. Cada persona que ha tratado de
cambiar hábitos u opiniones sabe eso. Somos personas de costumbres, de ritos,
de pertenencia, porque estas cosas nos dan seguridad e identidad. Y eso
cuenta seguramente también para comunidades como la iglesia. Sin embargo, las
iglesias de la reforma han sido capaces de generar grandes cambios. ¿Han
pensado alguna vez que la Iglesia Luterana es el resultado, más que de una
reforma, de una revolución? La llamada reforma produjo un cambio radical en
el paisaje de la fe y cultura cristiana. En estos tiempos de conmemoración de la Reforma
retomamos el lema de Ecclesia semper reformanda. Nos preguntamos, en
consecuencia, sobre las reformas que las iglesias tendrían que hacer hoy, a
la luz del contexto actual, y específicamente frente al desafío más grande de
la humanidad en nuestro tiempo: la crisis ecológica y climática. El Espíritu
nos llama con urgencia hoy a una “reforma ecológica”. Una tarea para todas
las tradiciones cristianas, concluyeron teólogos/as protestantes en un
manifiesto después de una consulta sobre Eco-teología, Justicia Climática y
Seguridad Alimentaria en Volos (Grecia) en marzo 2016 (Conradie y otros
2016). Hay tiempos en que la realidad misma clama por
cambios. Es un momento Kairós, palabra que viene de la tradición
griega y significa “momento oportuno”, en opuesto a Cronos, que es el
tiempo cronológico. En términos bíblicos es un momento en el tiempo en que,
según el teólogo norteamericano Robert McAfee Brown, la oportunidad demanda
una respuesta. Un tiempo en que Dios nos da un conjunto de posibilidades y
nosotros tenemos que aceptar o declinar, elegir entre vida o muerte (Dt 30)
(Braverman 2011). Son momentos de verdad para la iglesia, momentos
escatológicos. Hoy la humanidad utiliza, en términos de recursos,
el equivalente a 1.4 planetas cada año. Esto significa que ahora le tarda a
la tierra un año y cinco meses para regenerar lo que utilizamos en un año
(Global Footprint 2016), y cada año se adelanta la fecha en que hemos llegado
a este límite, pero seguimos explotando recursos, hipotecando directamente a
las generaciones futuras[1].
Se ven ahí las dos grandes causas de nuestra crisis ecológica y del cambio
climático: un consumo excesivo de materias primas y la destrucción de
ecosistemas por la extracción de estos recursos. La crisis ecológica y el cambio climático están
íntimamente relacionados con problemas sociales y de desigualdad. Ha sido un
error pensar que el desarrollo humano es irreconciliable con el cuidado del
entorno, un argumento que todavía se escucha regularmente en conflictos
socio-ambientales donde empresas prometen crear puestos de trabajo. A largo
plazo, el desarrollo que se da a costa del deterioro del medio ambiente no
genera progreso real para las personas. Toda la vida en la tierra está
maravillosamente conectada y si destruyéramos las condiciones para que esta
vida florezca no habrá progreso, ni desarrollo. “No hay dos crisis separadas,
una ambiental y otra social” dice el papa Francisco acertadamente en su
Encíclica ‘Laudato si’, “sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (SS
Francisco 2015, párr 139). Es claro que la reforma ecológica que se requiere no
puede ser solo una reforma de las iglesias luteranas o protestantes. El
desafío de la crisis ecológica trasciende las diferencias entre
denominaciones cristianas, y nos invita a trabajar en conjunto con otras,
hasta por sobre las fronteras de las religiones, por el cuidado de nuestra Casa
Común. Urge también vincularnos con organizaciones civiles que se preocupen
por el tema e intercambiar nuestras experiencias. ¿Qué podría aportar la reforma luterana en este
camino? Quiero explorar críticamente en este artículo lo que podrían ser las
riquezas de esa tradición para inspirar la reforma ecológica que necesitamos.
Tomo para eso tres principios importantes de la Reforma del siglo XVI: Sola
Escritura, Sola Gracia y Sola Fe. En este nuevo contexto voy a dar una
re-interpretación de estos conceptos. Sola EscrituraLa Reforma en el Siglo XVI surgió de un malestar
profundo por las doctrinas y prácticas de la misma iglesia, que según Lutero
y sus seguidores ya no eran “Evangelio”.
Frente a la posibilidad de que la tradición eclesial se corrompiera y
cediera ante el sistema de este mundo, proclamaron el principio de “Sola Escritura”
como la necesidad de volver a la Biblia para afinar criterios de actuación en
el mundo actual. En el caso de la crisis ecológica, sin embargo, volver al
principio de “Sola Escritura” se muestra complejo. Primero, naturalmente,
porque la Biblia no nos da respuestas claras y directas sobre una crisis que
estaba fuera del horizonte de sus autores. Sería un anacronismo decir que la
Biblia nos da prescripciones sobre cómo actuar frente al cambio climático.
Pero la Escritura sí habla de la relación entre seres humanos y la creación,
entonces quizás ahí podemos deducir algunas pistas. Sin embargo y como segundo punto, también ahí se
presenta un problema serio. Lo que pasa es que el principio de “Sola
Escritura” está vinculado al nacimiento de la época industrial moderna que ha
sido la causa de la crisis en que nos encontramos. La lectura de la Biblia
por el pueblo en la lengua materna impulsó el inicio de la impresión de
libros, que se masificó más tarde por la invención de las máquinas a vapor.
La libertad del pueblo que promocionó Lutero con la idea del “sacerdocio
universal de los fieles” y con la lectura autónoma de las Escrituras, creó
una cultura que calzaba bien con el desarrollo del sistema económico
capitalista occidental que paralelamente se desplegó en Europa. No puedo
abarcar estas complejas relaciones dentro de la escala de este artículo.
Sociólogos, como Max Weber, han hecho análisis profundos de estos vínculos,
como también existen muchas reflexiones que matizan sus conclusiones o
problematizan la pregunta por la relación de causa y efecto en este asunto:
¿Impulsó el cristianismo occidental un sistema capitalista? o ¿Utilizó el
capitalismo al cristianismo para sus propios fines? Lo que sí necesitamos tomar en serio como iglesias
son las críticas que hemos recibido sobre interpretaciones bíblicas
originadas en la época de la revolución científica e industrial, que
legitimaron una actitud dañina frente a la creación. Según el manifiesto
ecológico que mencioné, una reforma del cristianismo implica una “doble
crítica, a saber, una crítica cristiana profunda de las causas que están a la
raíz de la destrucción ecológica y una crítica de formas de cristianismo que
no han reconocido las dimensiones ecológicas del evangelio. La última crítica
viene desde fuera y dentro de las iglesias cristianas, y es expresada por
críticos seculares, representantes de otras religiones, líderes de iglesias,
teólogos/as y líderes laicos” (Conradie y otros 2016). La crítica fundamental de que estamos hablando
apunta a la historia de la creación en Génesis 1, y específicamente los
versículos 1:26 y 1:28. En 1967 historiador Lynn White escribió su famoso
artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica” en la
revista Science. White acusa al cristianismo occidental de ser en gran
parte responsable de la crisis ecológica, por ser unas de las religiones más
“antropocéntricas”. White dice que, según la Biblia, la naturaleza está hecha
para beneficio de los seres humanos, que son creados a imagen de Dios, lo que
ha legitimado su poder de dominio sobre las otras especies. Además, la
naturaleza es creación, y Dios se encuentra fuera de ella, como un ser
transcendente, todopoderoso, lo que, en contraste con religiones “paganas”,
ha generado una actitud utilitarista frente a todo lo que es “material”.
White estima que existe una alianza clara entre el desarrollo del
cristianismo y un sistema económico explotador del mundo natural (White
1967). Buena parte de la primera eco-teología se desarrolló
en defensa frente a las acusaciones de White y sus partidarios. El hecho que
la reflexión eco-teológica reciente nació en reacción a la crítica de White
de alguna forma afirma su crítica. Tenemos que agradecerle que por su
“ataque” volviéramos a la Escritura con lentes ecológicos. Teólogos y
teólogas mostraron convincentemente que White estaba equivocado en sus conclusiones
sobre la historia de la creación. Génesis 1 no es un texto antropocéntrico,
sino teocéntrico, y el “dominar y someter” (Gn 1:28) en hebreo tenía
connotaciones de “crear orden en el caos y cultivar la tierra” y no tenía
nada que ver con “explotar la tierra sin límites”. El rabino Jonathan Sacks
dice que el “dominar” y “someter” de Génesis 1 es un mandato moral que está
condicionado por el “guardar” y “cuidar” de Gn 2:15, y más aún por los
límites para los seres humanos que instala Gn 3 (Sacks 2002, 165-166). Teólogos y teólogas descubrieron otras historias con
implicaciones claramente ecológicas en la Biblia: las leyes sabáticas, el año
jubileo con el descanso de la tierra, las metáforas proféticas, los Salmos,
la armonía de Jesús con la naturaleza y pasajes de Pablo[2]. Ahora
existen “Biblias ecológicas” que han destacado todos los pasajes sobre la
naturaleza en letra verde. Pero algunos eco-teólogos y teólogas protestantes
han dicho que no es suficiente enfrentar la crítica del “antropocentrismo”,
interpretando solamente pasajes bíblicos desde una perspectiva ecológica. Hay
que volver a las Escrituras, dicen, no para defenderlas, sino para estudiar
en profundidad lo que ha pasado con la narrativa cristiana en su contexto.
Porque la crítica a las interpretaciones es acertada y va mucho más allá de
las acusaciones de White. David Hallman dice: “Yo creo que las iglesias en el
Norte todavía no han asumido el grado en que la teología y tradición
cristiana están implicadas en el modelo de desarrollo capitalista occidental
que ha dominado nuestros países desde la Revolución Industrial, muchos otros
países a través de períodos colonizadores y más recientemente cada parte del
mundo que ha sido tocado por la economía global” (Hallman 1994, 5). Ernst Conradie plantea que tenemos que ir más allá
de una eco-teología apologética. Es tiempo de buscar una hermenéutica
ecológica crítica que aplique a toda la Biblia, no que busque solamente
pasajes favorables en torno a la naturaleza. Primero, eso requiere admitir
que la Biblia no fue escrita durante tiempos de crisis ecológica. Génesis
refleja una sociedad nómada o agrícola en la que la naturaleza todavía era
una fuerza atemorizante e impredecible para los seres humanos. Es importante
re-estudiar en qué contextos fueron escritos los textos, y a qué preguntas
trataron de responder. Segundo, hay que atreverse a aplicar una hermenéutica
de la sospecha frente a todas las narrativas bíblicas que han servido para
legitimar sistemas opresores, frente a otros seres humanos, especialmente
mujeres y pueblos indígenas, y ahora también frente al resto de la creación. La tradición judeo-cristiana nunca ha cuestionado su
desmitifi-cación de la tierra. En la Biblia se hace una distinción clara
entre Dios, los seres humanos y el resto de la creación. Sacks defiende esta
desmitificación diciendo que las culturas que adoraron a la tierra no la
trataron mejor que nosotros (2002, 164). El papa Francisco destaca el
compromiso que tenemos los seres humanos frente a una tierra que ahora es
frágil y necesita ser cuidada, afirmando que los seres humanos tienen un
valor especial en la creación, por su capacidad de reflexionar, argumentar,
ser co-creadores con Dios y que justo esta unicidad les da mayor
responsabilidad (SS Francisco 2015, párr 69 y 81). La tradición luterana
crítica apoya esta postura, más aún después de las experiencias con el
nazismo en Alemania, en donde los rasgos “naturales” de grupos de gente (por
raza, etnia, orientación sexual), fueron juzgados como indignos ante los ojos
de Dios. El destacado teólogo suizo Karl Barth ha escrito tratados feroces
contra esa teología “natural”: Dios no tiene nada que ver con nuestro mundo
material. Dios viene, nos dice, desde “el Otro Lado”. Todas estas reflexiones son muy válidas e
importantes para retomar en una nueva hermenéutica ecológica. ¿Cómo influye
nuestra imagen del Dios transcendente, y nuestra posición especial como seres
humanos, en nuestro actuar frente a la creación? Tenemos que preguntarnos
seriamente ¿por qué seguimos defendiendo el valor único de los seres humanos?
¿Es esto así realmente para estimular nuestra responsabilidad y dignidad
frente a la naturaleza? Como dice la
Encíclica ‘Laudato si’, ¿no será porque muchas veces, en la práctica, todavía
nos sentimos superiores a ella? Es cierto que la historia de la creación permite una
interpretación antropocéntrica, y eso ha hecho mucho daño. Teólogas
eco-feministas como Rosemary Radford Ruether e Ivone Gebara han señalado que
la cultura occidental cristiana está construida de dualismos jerárquicos
entre cultura y naturaleza, espíritu y cuerpo, razón y emoción, sagrado y
profano, dando siempre más valor al primero, por estar más “cercano a Dios”.
Esto tiene una expresión directa en la historia cristiana con el desprecio
mostrado hacia las mujeres y a los pueblos de otra raza o religión, que
siempre fueron vinculados más con la naturaleza (salvajes), el cuerpo
(prostitutas, tentadoras), la emoción (menos razonables) y lo profano
(paganos). Estos dualismos todavía reinan en gran parte de nuestra cultura e
iglesias, y han sido legitimados con ayuda de numerosos textos bíblicos. Es preciso constatar que la Biblia tiene
–efectivamente- rasgos antropocéntricos, pero posibilita también lecturas
ecológicas. Eco-teólogas y teólogos están explorando las posibilidades de
“escuchar la voz de la tierra” en los textos bíblicos, como lo han hecho las
hermenéuticas feministas con el fin de escuchar las voces silenciadas de
mujeres (Conradie 2004). Es necesario re-pensar imágenes de Dios, y ocupar
metáforas como Roca (Sal 18:2), Madre (Is 46:3 y 49:15) o la imagen de la
gallina que cuida a sus pollitos (Mt 23:37), al lado de la del Dios
“todopoderoso”. Sally McFague ha sugerido que podemos percibir la tierra
metafóricamente como “el cuerpo de Dios”. Son maneras para cuestionar una
separación cultural demasiado grande entre la creación, los seres humanos y
Dios. Lutero había visto bien que la cultura y la
tradición pueden usar a las historias bíblicas para justificar y legitimar
prácticas que no tienen nada que ver con la historia liberadora de Jesús. La
noción “Sola Escritura” nos invita a no confiar demasiado en estas
interpretaciones y volver siempre a las historias originales. Bajo la
condición de una lectura crítica y contextualizada, eso nos puede ayudar a
salir de la apologética y abrirnos a nuevos paradigmas. Sola GraciaTodo lo anterior se relaciona con otra convicción clave en la Reforma,
la de “Sola Gracia”. Esta afirmación viene desde una consciencia profunda de
nuestros límites estructurales como seres humanos. Los reformadores se
caracterizaban por un pesimismo antropológico que ha tenido nocivos efectos
históricos, afectando la auto-estima y generando una actitud más bien pasiva
frente a desafíos del mundo en algunas iglesias evangélicas. Sin embargo, en
este tiempo de crisis ecológica, creo que la “Sola Gracia” puede ser una
noción liberadora al menos en tres niveles. Primero, puede darnos una herramienta para enfrentar características de
nuestra condición humana que nos han llevado a la catástrofe ecológica en la
que estamos. Estas son muy bien ilustradas en la siguiente cita del
científico Gush Speth, abogado de causas climáticas: Yo solía
pensar que los más grandes problemas ambientales radicaban en la pérdida de
la biodiversidad, el colapso de los ecosistemas y el cambio climático.
Pensaba que con 30 años de buena ciencia podríamos enfrentar estos problemas.
Pero estaba equivocado. Los más grandes problemas ambientales son el egoísmo,
la avaricia y la apatía… y para enfrentar esto necesitamos un cambio
espiritual y cultural. Y nosotros los científicos no sabemos cómo hacer esto
(2016). El egoísmo, la avaricia y la apatía, en mi opinión, están basados en
suposiciones sicológicas sobre nuestro valor intrínseco como seres humanos.
Brotan de la inseguridad fundamental sobre nuestra propia importancia, que ha
sido utilizada por un sistema económico que nos hace creer que nuestro valor
personal depende de lo que consumimos y tenemos. Es la religión de nuestros
tiempos. La apatía es la contracara del egoísmo y la avaricia. Viene con la
idea que no podemos hacer una diferencia importante desde nuestra
insignificancia, hasta que seamos más grandes…. Creo que solo podemos superar
estas tendencias si re-valoramos la idea de “sola Gracia”. Nuestra vida es
don de Dios y eso mismo le otorga su valor. Somos personas buenas, válidas y
dignas de vivir aun antes de hacer algo. Debemos recordar día a día que no
necesitamos “ganar o demostrar el sentido de nuestra existencia” por medio
del dinero, la fama o el poder. Sólo viviendo desde esta certeza podemos ser
más humildes. La palabra humilde tiene su raíz en la palabra humus, tierra…
Nos recuerda que somos todos y todas personas de la Tierra, hechas de tierra
(Adamah), creadas por Dios (Gn 3:19). No somos ni necesitamos ser
Dioses. Somos seres humanos, con nuestras limitaciones e imperfecciones, y
también con una llama divina, una potencialidad grande de hacer el bien. Segundo, la noción de “Sola Gracia” nos hace más libres para
autocorregirnos, para confesar el pecado e iniciar de nuevo. Las iglesias de
la reforma tomaron posiciones radicales varias veces frente a otros sectores
de la iglesia que habían olvidado que la vida depende de la gracia, y que
nosotros por eso no tenemos el derecho de oprimir o erradicar este don en
otras personas o en la naturaleza[3]. En
2004, la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, ahora llamada Comunión
Mundial de Iglesias Reformadas, publicó la Confesión de Accra, donde confiesa
que rechaza el orden económico actual impuesto por el capitalismo neoliberal
por sus consecuencias para los pobres y la tierra. Cito algunos de sus
artículos: ·
Creemos que Dios ha sellado un pacto con toda la creación (Gn 9:8-12).
Dios ha creado una comunidad terrenal sobre la base de una visión de justicia
y de paz. El pacto es un don de gracia que no se vende en el mercado (Is
55:1). (…) ·
En consecuencia, rechazamos la cultura del consumismo desenfrenado, la
avaricia y el egoísmo competitivos del sistema de mercado mundial neoliberal
y cualquier otro sistema que sostenga que no existen alternativas. ·
(…) Se trata de un sistema mundial que defiende y protege los
intereses de los poderosos. Nos afecta y atrapa a todos. Desde la óptica
bíblica se entiende que tal sistema de acumulación de riquezas a costa de los
pobres no es fiel a Dios y ocasiona sufrimientos evitables a las personas. Se
denomina Mamón. Jesús nos dijo que no es posible servir a Dios y a Mamón (Lc
16:13) (Confesión 2004). La noción de “Sola Gracia” abre la posibilidad a confesar que el sistema
atrapa a todos, también a nuestras iglesias. Nos invita a una “humildad
audaz” como dice un documento eco-teológico de la iglesia protestante
holandesa: más humilde sobre nuestras posibilidades y más audaz en nuestro
actuar. Nos lleva a la posibilidad de admitir que nos equivocamos como
iglesias en nuestra lentitud de actuar frente a la crisis ecológica.
Podríamos, como explora Conradie, pensar en una confesión pública de pecado
sobre la responsabilidad de la tradición cristiana al generar esta crisis, como
una manera de comprometernos a cambiar nuestra acción (Conradie 2004, 130).
Nos da la posibilidad de mantenernos críticos ante nuestras propias luchas de
poder, nuestro egoísmo, avaricia y apatía. Tercero, paradójicamente, la noción de “Sola Gracia” nos da pistas por
dónde empezar a actuar frente a la crisis ecológica como iglesias. El reto
del cambio climático nos podría paralizar y llevar a la apatía por su
inmensidad o a hacernos megalómanos en el intento de solucionarlo. “Sola
Gracia” nos puede liberar de la idea de que el sentido de nuestro actuar se
encuentra en sus resultados. En la lucha contra el cambio climático es fácil
recaer en un activismo voluntarista que nuevamente confía demasiado en
soluciones tecnológicas o rápidas para quitarnos el problema de encima. Es
una tendencia que vemos claramente en los países del Norte. También nos puede
hacer creer que no podemos hacer nada sin dinero o poder. Esa es una
tendencia que encontramos frecuentemente en los países del Sur. Justo en
medio de estos dos extremos se presenta la idea de actuar desde la Gracia. Significa que podríamos empezar a visualizar las cosas que se dan o
deberían darse desde la gratuidad. La Federación Luterana Mundial le ha dado
palabras a esto con el slogan: “La Creación NO se vende”. En todo lugar donde
la vida es mercantilizada, la iglesia tiene algo que decir. En Latinoamérica
no faltan oportunidades: el acceso al agua está amenazado; comunidades se ven
dañadas por la explotación sin límites de la gran minería; los bosques nativos
son reemplazados por plantaciones forestales que erosionan los suelos. Las
comunidades que sufren las consecuencias necesitan apoyo de voces solidarias
y proféticas frente a las grandes empresas transnacionales, clamando que la
Creación no se vende. Pero la reforma también tiene el lado de la conversión personal y
comunitaria. Todos los pequeños gestos de humanización y de cuidado frente a
la naturaleza ayudan; son semillas en la creación de una cultura ecológica
integral, como dice el papa Francisco. En Alemania grupos de iglesias han tomado muy en serio este tipo de
conversión. Tienen el proyecto de hacer sus iglesias neutrales en emisiones
de CO2 antes de 2050. Eso significa que revisan su consumo
energético, que aíslan sus catedrales, ponen paneles solares en el techo,
chequean de dónde viene su comida, se vuelven vegetarianos, tratan de
reciclar todo en los eventos que organizan, etc… Así, estas iglesias se han
vuelto ejemplo y testimonio de esperanza para la comunidad a su alrededor. En Chile algunas iglesias se han vinculado a la Coalición Ecuménica por el Cuidado de la Creación, red de organizaciones y personas cristianas que mantienen una reflexión teológica frente a los conflictos socio-ambientales, organizan celebraciones y eventos informativos y se solidarizan con comunidades que viven las consecuencias del extractivismo del modelo económico chileno (Conradie 2010). Sola FeFinalmente, quiero abogar por el principio de “Sola
Fe” en nuestro actuar. Creo que lo más importante que pueden ofrecer las
iglesias en el contexto de la crisis climática es la fe en que todo lo que
hacemos frente a ella tiene sentido. Vivimos tiempos apocalípticos,
escatológicos. Nunca antes ha parecido tan difícil cambiar el rumbo. Hay
distintas actitudes posibles frente a una situación tan abrumadora. Lo
reflexiona de manera profunda el filósofo Jorge Riechmann en una ponencia que
hizo en un seminario sobre Pensamiento Crítico en España en septiembre 2016
(Riechmann 2016). ¿Cómo actuar si sabemos que científicamente hay muy
poca probabilidad que como humanidad podamos hacer el cambio con la urgencia
que es necesaria? Mucha gente reacciona con una apatía nutrida por el
autoengaño, otra con un optimismo desinformado. Riechmann no quiere ceder a
estas dos opciones, ya que cree que nunca deberíamos entregar nuestra
lucidez. Él argumenta en favor de la esperanza en la línea de Vaclav Havel,
quien dijo: "Definitivamente la esperanza no es lo mismo que el
optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien. Es la certeza de que
algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte"[4]. En la Biblia el
pueblo judío se aferra a la esperanza en situaciones donde, de una forma u
otra, han sucumbido: en el exilio, en la diáspora. Hacen memoria, buscan
historias de aliento y nuevas maneras de vivir para crear sentido en el
momento que están viviendo. Especialmente
ahora que nos encaminamos al colapso ecológico-social, ahora que va estando
claro que, en sentido fuerte, ya no hay soluciones, es muy importante seguir
haciendo las cosas correctas no porque esperemos como resultado una imposible
solución, sino sencillamente porque hay que hacerlas. (Riechmann
2016). Se puede decir que
pasó lo mismo con la vida y la muerte de Jesús. Franz Hinkelammert afirma que
la muerte de Jesús podría ser vista como una muestra de que sus acciones no
tenían éxito. Sin embargo, los cristianos afirman con la resurrección de
Jesús que sus acciones tenían sentido en sí, y que el fracaso de su muerte no
elimina este sentido: “La única acción que hoy puede tener éxito es la que no
busca el sentido de la acción en el éxito. Porque, frente a las amenazas
[enormes], el cálculo paraliza, las probabilidades de fracasar son muy
grandes, el sistema es enorme y sumamente complejo” (Hinkelammert 2012). ¿De dónde, pues,
sacamos el coraje para una esperanza activa que se atreva a mirar la realidad
de frente sin huir ante sus tremendas complejidades y abismos, y que busque
el bien por el bien, dando sentido al presente sin esperar recompensa en el
futuro? Creo que sólo podemos llegar a vivir esta esperanza desde la fe. La esperanza es fruto de la fe. Y la fe es la certeza de que Dios puede
abrir futuro donde parece que ya no lo hay. Jürgen Moltmann ha propuesto una
“teología de la esperanza”, en que plantea que Dios no se encuentra en un más
allá, fuera de este tiempo, sino en un más allá en el tiempo: en el futuro
que cada día nos da la posibilidad de convertirnos nuevamente. Dios nos llega
desde el futuro. Una teología de la esperanza es imprescindible para una conversión
ecológica radical, y ésta solo puede estar basada en la fe que otra humanidad
es posible, con la ayuda de Dios, y que tiene sentido luchar por ella. Y la
fe es la apuesta de que en Dios no hay nada imposible (Lc. 1:37). Sólo la fe
puede darnos la esperanza de que la crisis ecológica puede convertirse en una
oportunidad. Que como seres humanos podemos liberarnos de nuestras propias
cadenas, y que de un sistema de muerte puede brotar la vida. Las iglesias
pueden ser lugares en los que nutrimos esta fe y esta esperanza. Acciones pequeñasConcluyendo este camino por tres conceptos de la
Reforma, vuelvo al inicio. El cambio no es fácil. Lutero no tenía la
intención de provocar una revolución, pero lo hizo. El volvió a las
Escrituras y descubrió que la tradición cristiana había perdido su rumbo. Se
pronunció audazmente, sabiéndose libre por la Gracia de Dios, clavando 95 tesis en la
puerta de una iglesia en Wittenberg un día 31 de octubre de 1517. Lo hizo
sólo por la fe de que lo que hizo era lo que tenía que hacer, con la
esperanza, pero no la certeza, que algo cambiaría. Pero así empezó la Reforma
Protestante, un movimiento que sigue con nosotros hoy. Es una historia esperanzadora. La resistencia no
empieza con grandes palabras, sino con acciones pequeñas, como resuena en un
poema de un poeta holandés: Remco Campert, escrito en 1929. La Resistencia no empieza con grandes palabrasLa resistencia no comienza con grandes palabras, sino con acciones pequeñas como una tormenta con una suave vibración en el
jardín o como un gato que se vuelve un poco loco como los ríos amplios con un pequeño manantial escondido en un bosque como un mar de fuego con el mismo fósforo de madera que enciende un cigarrillo como el amor en tan sólo una mirada un toque, algo que distingues en una voz haciéndote una pregunta con esto comienza la resistencia y entonces hacer a otra persona esa pregunta Los principios “Sola Escritura, Sola Gracia y Sola
Fe” no dan la receta para una gran reforma ecológica, pero nos pueden dar una
orientación para empezar a hacernos una pregunta, y hacer esa pregunta a otra
persona. Nos invitan a mirar críticamente nuestras narrativas cristianas y
buscar su potencia ecológica, considerar la posibilidad de confesarnos y
posicionarnos radicalmente frente a todo sistema que mercantiliza lo que es
gratuito, y sabernos sostenidos por la fe que Dios no nos va a defraudar si
nos atrevemos a abrir un nuevo futuro con esperanza. BibliografíaHinkelammert, Franz. 2012. Teología profana y
pensamiento crítico (conversaciones Braverman, Mark. 2011. “What is a Kairos Document?” http://markbraverman.org/writing/what-is-a-kairos-document/. Confesión de Accra. 2004. Consultado 10 setiembre,
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David. 1994. “Beyond North/South Dialogue”.
Ecotheology. Voices from South and
North, editado por
David Hallman, 1994. New York: Orbis. con Estela Fernández Nadal y Gustavo David Silnik),
Buenos Aires: CICCUS/ CLACSO, 90-91. Citado en ponencia de Riechmann. Riechmann, Jorge. 2016. “Ponencia en Cuarto
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UAM, por publicar. Sacks,
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Civilizations. New York: Continuum. Speth, Gus.
2016. “We scientists don’t know how to do that.” Wine Water Watch. Consultado 10 setiembre,
2016. http://winewaterwatch.org/2016/05/we-scientists-dont-know-how-to-do-that-what-a-commentary/. SS Francisco. 2015.
“Laudato sí”. Carta Encíclica sobre el cuidado de nuestra casa común. White,
Lynn. 1967. “The Historical Roots of Our Environmental Crisis”. Science 155 (3767):
1203-1207. Consultado 10 setiembre, 2016. http://science.sciencemag.org/content/155/3767/1203. ❖ ❖ ❖ Arianne van Andel,
Teóloga y Coordinadora de Justicia Ambiental del Centro Diego de Medellín,
Santiago, Chile. ariannevanandel@gmail.com Recibido: 20 de abril de 2017 Aprobado: 6
de junio de 2017 |
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[1]En 2016 la fecha fue el 8 de agosto: se
llama el “Día del Sobregiro de la Tierra”.
www.wwf.cl/noticias/campanas/sobregiroecologico/
[2] Por ejemplo: Ex. 16:23, 23:12, Lv. 25, Is. 10:18, Is. 11:6-9, Jr. 14:1-10, Sal. 104, Mt. 6:26, Lc 12:6, Rm 8:22.
[3] En Declaración de Barmen
(1934), la Confesión de Belhar en contra del
apartheid (1985), y la confesión de las iglesias cristianas en Palestina contra
la situación de opresión en Palestina (2009).
[4] Vea también mi ponencia “Cómo
movilizar la esperanza” en línea:
http://critica.cl/medio-ambiente/cambio-climatico-%C2%BFcomo-movilizar-la-esperanza