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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 37 Número 1
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Cátedra de Teología Latinoamericana UBL 19-20 de abril,
2017 - San José, Costa Rica La Reforma y las reformas Aportes inter-contextuales desde
América Latina |
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La irrupción de “lo nuevo” Cambio(s) de paradigma(s) y
renovación del testimonio ecuménico a la luz de la herencia teológica de la
Reforma pp. 161-177 Daniel C. Beros |
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Resumen: El artículo
busca articular la doble perspectiva que componen (a) la profunda crisis y
necesidad de renovación del movimiento ecuménico en el contexto actual de
América Latina; y (b) la pregunta por el aporte del pensamiento teológico de
la Reforma con el fin de discernir y formular los criterios
"paradigmáticos" que puedan impulsar una renovación tal en nuestro
continente. Abstract: The article
develops the double perspective of (a) the profound crisis and need for
renovation of the ecumenical movement in the current context of Latin
America; and (b) the contribution of the Reformation’s theological ideas
toward discerning the “paradigmatic” criteria that can motivate a similar
renewal on our continent. Palabras claves: movimiento
ecuménico, cambios de paradigma, crisis, teología de la Reforma, renovación. Keywords: ecumenical movement, paradigm changes, crisis, Reformation theology,
renewal. |
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Introducción
Con el presente trabajo nos propondremos realizar un
aporte a la discusión sobre los desafíos que le plantean al pensamiento y a
la praxis ecuménica actual los cambios de paradigma que –en distintos campos–
han tenido lugar en los últimos años en la región y el mundo. Con el fin de
precisar y acotar una cuestión tan vasta y compleja, resulta útil recurrir a
las reflexiones que vienen desarrollando al respecto tanto las iglesias como
el propio movimiento ecuménico en América Latina y el Caribe.[1] Una referencia significativa nos la proveyó la
“Consulta sobre Misión y Sostenibilidad” (septiembre a noviembre de 2015),
desarrollada en el marco del “proceso de reestructuración” y de elaboración
de un “Plan Estratégico 2016-2020” que se propuso el CLAI. El documento, sin
ser un posicionamiento “oficial” de la institución, ayuda a componer un
cuadro aproximado de la “lectura” que se viene realizando sobre la situación
del movimiento ecuménico en general y del CLAI en particular.[2] Allí se pone de manifiesto que la situación actual
se caracteriza por un debilitamiento de la “identificación” de las iglesias e
instituciones miembros con el CLAI, que redunda a su vez en una merma de su
“contribución” a la sostenibilidad del organismo. Se diagnostica una “crisis”
del movimiento ecuménico en general y del CLAI en particular, de dimensiones
profundas y consecuencias graves, que ponen en riesgo la continuidad del
esfuerzo ecuménico en la región. Tal crisis aparece asociada, entre otros factores,
a una “pérdida de mística” del CLAI y a una “sequía profética” de las
iglesias evangélicas ecuménicas, que tendrían grandes dificultades “para
vislumbrar su rol en el continente” – ello en un contexto cambiante, que
plantea múltiples y radicales desafíos a la búsqueda de unidad en pensamiento
y acción, en los más diversos campos. Con el fin de buscar alternativas superadoras desde
el CLAI, allí se plantea la necesidad de realizar “recomendaciones sobre
temas prioritarios y definir estrategias de acción”, que promuevan una
“renovación” profunda del testimonio ecuménico y de la “cultura
institucional” del CLAI. Es precisamente en virtud de ello que en la
mencionada consulta se le atribuye una gran importancia – entre otros
factores – a la elaboración de una comprensión adecuada de los “cambios de
paradigma” que están teniendo lugar a nivel global y en las propias iglesias,
así como de los “cambios epistemológicos” asociados a ellos. En virtud de la
temática que nos ocupa cabe destacar además la mención que allí mismo se hace
de la “oportunidad” que significaría para el CLAI y las iglesias que lo
integran, de “repensar su identidad, su rol y su compromiso cristiano
ecuménico” a partir de la recuperación del “marco epistémico de la Reforma
Protestante”. En vistas de la reconocida necesidad de renovación
del movimiento ecuménico, las observaciones y afirmaciones que encontramos en
la “Consulta sobre Misión y Sostenibilidad” convocada recientemente por CLAI
le atribuyen gran importancia a la pregunta por el significado de las nuevas
formas de experimentar, interactuar y –particularmente– de (re-)conocer “la
realidad”, que marcan la situación actual; así mismo, señalan la necesidad de
indagar qué aporte pueda realizar al respecto el pensamiento teológico asociado
a la tradición de la Reforma, considerando nuestro contexto específico. Con
ello dejan planteada la tarea teológica de discernir y formular los criterios
fundamentales, “paradigmáticos”, que puedan impulsar una renovación del
pensamiento y la praxis ecuménica con sentido auténticamente evangélico en
medio de la cambiante realidad actual en nuestra región. Así hemos dado un paso importante para precisar y
acotar nuestro aporte, que tendrá por meta indicar algunas pistas que
contribuyan al mencionado discernimiento criteriológico en base a la
herencia teológica reformadora.[3] 1. El inicio de la
Reforma y la lucha por la “liberación de la teología”
En nuestra memoria colectiva el inicio de la Reforma
Evangélica está ligado
indisolublemente con el 31 de Octubre de 1517. Ello radica en que ha
quedado adherida a aquella víspera del “Día de todos los santos”, en que el
monje y profesor de teología Martín Lutero clavó sus famosas 95 tesis “sobre
el valor de las indulgencias” en las puertas de la Iglesia del Castillo, en
la ciudad de Wittenberg (Lutero 1967b, 7-15). Así, en nuestra percepción
general, el punto de partida es identificado con la aparición pública de
quien habría de convertirse más tarde en Reformador de la Iglesia. De hecho, la intervención de Lutero fue acompañada
por una serie vertiginosa de sucesos que conmocionaron a la cristiandad
occidental en su conjunto, que de uno u otro modo expresaban la necesidad de
implementar una reforma de la iglesia “en la cabeza y en los miembros”, ya
largamente ansiada.[4] Si
bien no siempre fueron protagonizados por el propio agustino, esos
acontecimientos mayormente lo tuvieron en el centro de la escena, al menos
hasta fines de los años ‘20 (hasta aprox. la “Dieta de Augsburgo” de 1530).
Ese trasfondo histórico primario y una compleja –y problemática– dinámica
posterior de construcción de la “memoria cultural” (Assmann 2002) alemana y
europea, hicieron de aquel gesto y su protagonista su figura simbólica axial.[5] Sin embargo, hay una dimensión esencial ligada al inicio
de la Reforma, que aunque no está suficientemente representada en nuestra
conciencia común, nos interesa mucho rescatar en una reflexión como esta. Se
trata, por cierto, de un aspecto menos “espectacular” que el mencionado
anteriormente, aunque haya sido precisamente allí, de forma oculta al gran
público de su tiempo, donde fue avivada la chispa que habría de inflamar el
fuego del Espíritu en medio de la realidad histórica tardío-medieval. El
mismo radica en que, como consecuencia de la serie de descubrimientos
disruptivos que venía haciendo en sus eruditos y apasionados estudios
bíblicos y lecciones académicas,[6] el
joven profesor de teología, pocas semanas antes, en el mes de septiembre de
1517, había lanzado una crítica radical y frontal a todas las teologías de su
tiempo, plasmada en su –casi ignota, incluso para el público eclesial y
teológicamente interesado– “Disputación contra la teología escolástica”
(Lutero 1955).[7] Para nuestros fines es importante comprender las
razones de fondo que esgrimió Lutero en ese manifiesto crítico-teológico. En
él su diagnóstico señala que el discurso teológico de su época, sin saberlo,
había sufrido una especie de “cautiverio babilónico”.[8] Según su opinión, ello
estaba dado por el hecho de que el paradigma de fondo de esa teología había
sido inficionado por el Zeitgeist (“espíritu de la época”) y su lógica
dominante, expresada entonces por las categorías adoptadas de la filosofía y
la ética aristotélica – desoyendo así, de facto, la advertencia
apostólica: “no se acomoden a los esquemas de este siglo” (Ro 12,2). A la luz
de su redescubrimiento de la justicia de Dios como Evangelio, expresada en el
mensaje pascual del Cristo crucificado y resucitado, Lutero identificó la
raíz más honda de esa cautividad –irreconocible desde otra perspectiva– en la
operación de inversión y corrupción “humana, demasiado humana”, que describió
concisa- y lapidariamente en la tesis 17 de la mencionada disputación: El ser humano por naturaleza no puede querer que Dios sea Dios; antes
bien, él quiere que él sea Dios, y Dios no sea Dios. Ese ser humano, que Lutero descubre en su lectura de
las Escrituras y reconoce en su experiencia histórica como protagonista de la
sociedad temprano-capitalista, piensa
que “su deseo puede elegir libremente entre alternativas opuestas”
(cf. tesis 5) y por lo tanto vive en la falsa creencia de “ser señor de
sus actos de principio a fin” (cf. tesis 39), pero en verdad existe como siervo,
ello es: como su-jeto a su deseo ilimitado y vacuo. Su condición
sujeta, su cerrazón fundamental, es sellada por la sutil telaraña que teje
procurando dar sentido y forma a su mundo hermético mediante su lenguaje.
Creyendo realizar y comunicar su libertad esencial, paradójicamente no logra
otra cosa que enredarse cada vez más férreamente a sí mismo en su
autojustificación discursiva, en su “teología”. Así Lutero describe a Adán,
quien “si fuese posible… quisiera que no hubiese ley alguna y que ella
misma [e.d., su voluntad] fuese
totalmente libre” (tesis 86), como el teólogo par excellence. [9] Articulada desde una disposición existencial como
esa, la palabra teológica se vuelve una ancilla o sierva de la
voluntad de auto-posicionamiento del ser humano, de su conatus essendi
(E. Lévinas). Pues mediante la “luz” de su refinada intelección, en realidad
oscurece y oculta el entramado de relaciones de poder en que se sostiene el
orden reinante de cosas, en sus múltiples pliegues personales e
institucionales. Así esa teología contribuye decisivamente a imponer,
legitimar, extender y administrar “lo dado”. Por seguir con absoluta
fidelidad el curso de aquel pensamiento que, según el famoso dictum de
Hegel, como “el búho de Minerva solo levanta su vuelo al romper el
crepúsculo” (Hegel 1993), su “servicio” no consistirá en otra cosa que en proveer
su mortecina relumbre, su “aroma espiritual” (K. Marx) a lo que siempre es
más de lo mismo, a todo lo que es “viejo” y está llamado a pasar.[10] A la luz de la revolución paradigmática que tuvo
lugar con el redescubrimiento de Lutero, el sujeto de una teología así, por
no dejar de cavar obsesiva- y enceguecidamente para sí “cisternas rotas”,
abandonando “la fuente de agua viva” (cf. Jer. 2,13), podrá hablar de Dios y
de Jesucristo, del Espíritu Santo y de la gracia, incluso de los “cuatros
solos” evangélicos, de la justicia, del amor y del compromiso con los pobres
o la responsabilidad con el cuidado de la creación; podrá adoptar un enfoque
hermenéutico-metafísico, ético-moral o revestirse con la tónica vibrante de
la emocionalidad espiritualista y carismática; podrá tomar prestado su
lenguaje de otras disciplinas científicas o querer traducir sus conceptos en
forma coloquial; podrá desarrollar un ensayo teológico como este, un programa
de reforma institucional, una predicación dominical o protagonizar una
campaña evangelística, micrófono en mano, ante multitudes fervorosas – en
todo ello, sin embargo, esa teología no será otra cosa que una fruta
reluciente por fuera, pero podrida por dentro; una retórica sin consuelo ni
auténtica esperanza. 2. La irrupción “de
lo nuevo”: esbozando una gramática genuinamente teológica en la tradición de
la Reforma
Si seguimos la crítica planteada por Lutero a la
teología de su época, a la que esencialmente le reprocha haber negado su
vocación, contribuyendo a cimentar la “encorvadura sobre sí mismo”, la
violenta cerrazón del ser humano y las instituciones en las que vive y se
mueve, cabe preguntarnos: ¿Dónde radica entonces la fuente de auténtica
esperanza frente a ese diagnóstico aparentemente tan desolador? Una indicación
valiosa nos la ofrece el sencillo inicio de la liturgia del culto
comunitario, que cada domingo se celebra en nuestra propia comunidad de fe,
la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, cuando invita a la comunidad
creyente a escuchar y confesar con el salmista la común esperanza en la venida,
en el adviento de Dios: “¿De dónde vendrá mi ayuda?” Mi ayuda viene
del Señor, que hizo los cielos y la tierra”. (Sal 121,2). El descubrimiento reformador, experimentado,
sufrido, confesado y luchado –no sin dolorosas contradicciones– por Lutero en
su vida y su teología, radica precisamente en que la apertura del mundo
clausurado del ser humano pecador y sus instituciones, entramadas igualmente
en él –incluida su teología–, tiene lugar en el acontecimiento por el cual Dios
mismo irrumpe en él mediante su Espíritu, al pronunciar la “Palabra de la
Cruz” (1 Co. 1,18). Ello tiene lugar en la medida que esa palabra es
escuchada y asentida en toda su dimensión, sin reservas; en la medida en que
así el ser humano le dé la razón a Dios y lo justifique en sus
razones (cf. Sal. 51,4).[11]
Pues si deja valer para sí su justicia extraña, externa, promulgada
“por todos nosotros” en la resurrección del Crucificado, a través de su sola
fe, entonces el ser humano dejará finalmente que “Dios sea Dios”[12] y
así –y solo así– quedará atrás una y otra vez el ser humano descripto
por Lutero en la citada tesis 17 de su Disputatio contra scholasticam
theologiam. Por haber experimentado de ese modo la condena del
pecado que vivía en ellos, por participar de la muerte de Jesús, los
creyentes reconocen haber sido incluidos por pura gracia en su
comunión pascual, de amor y justicia indestructibles. Así ingresan en un
devenir inefable, en una renovación/revolución permanente de su completa
existencia. Impulsados por el Espíritu de Dios, se abren a su reinar, a su
llamado a vivir una vida en comunidad con Él y con el prójimo, a quienes
habían perdido, y ahora han reencontrado en el Crucificado. Pues su metanoia,
su conversión y su fe (cf. Mc 1,14ss), consisten precisamente en ello – y solo
en ello: en “dejarse arrastrar al camino de Jesucristo, al acontecimiento
mesiánico”, como señala Bonhoeffer en sus “Cartas y apuntes desde el
cautiverio”, el 18 de julio de 1944 (1983, 253). Si seguimos la huella de esa teología bíblica
reformadora, de lo que se trata es de ser incorporados a aquella “escuela del
Espíritu Santo” en la que la propia María, la insignificante y simple muchacha
de pueblo en Israel, aprendió a testimoniar que el Dios de la Promesa, con la
venida de su justicia y obrar cruciforme, “abaja lo elevado y levanta lo
caído; quiebra a lo que es algo y de lo que es nada crea aquello que ama”.[13]
Para esa comprensión precisa del contenido y el modo característico en
que se articula el discurso teológico en tanto testimonio de la verdad del
Evangelio, únicamente a quienes se expongan sin reservas a ese devenir
concreto en la historia de Dios con su pueblo, también les será dado indicar
–como Juan el Bautista (cf. Jn. 1,36)– aquel lugar donde es posible
aguardar la irrupción de lo nuevo en su poder transformador y
renovador: la nueva criatura y creación de Dios en Jesucristo (2 Co. 5,17). Ese topos escatológico, al que se asocia la
promesa que la justicia de Dios nos salga al encuentro renovadamente, y que
así la experimentemos, conozcamos y sigamos, radica allí donde acontece
el testimonio mutuo de la Palabra de la Cruz. Así, la forma esencial
de vida de la comunidad de seguimiento que ha sido llamada a ser la iglesia,
se hace manifiesta decisivamente en su vita passiva (vida pasiva),[14]
en tanto que –por su fe– “padece”, deja valer incondicionalmente para sí esa
Palabra – y no cualquier otra palabra, saber, ideología o programa que
otros le digan o ella se vea tentada a decirse a sí misma. Pues la iglesia es
creatura de esa Palabra (creatura verbi) o no es la Iglesia de
Jesucristo.[15] Únicamente en esa escuela –la de los profetas, la de
Jesús, María, los apóstoles y una inmensa nube ecuménica de testigos,
testigas y mártires– nos ha sido prometido llegar a aprender, una y otra vez
de nuevo, a dejar de “llamar a lo malo, bueno y a lo bueno malo” y así –por
la fuerza del Espíritu de Jesús– decir “qué es lo real” (Lutero 1967c, 42)[16]
en medio de la realidad hermética del ser humano y sus instituciones –
incluidas las iglesias y sus organizaciones ecuménicas. 3. Crisis y
renovación del testimonio ecuménico: aprender a distinguir y juzgar allí
donde irrumpe “lo nuevo” hoy
Según un punto de vista ampliamente compartido[17],
el movimiento ecuménico mundial, y de manera muy particular, la ecúmene
latinoamericana y sus instituciones, están atravesando una profunda crisis.
Varios son los indicadores que se apuntan como manifestaciones de la misma.
Según sea la perspectiva que se haya adoptado, se mencionan: la merma de
alcance e incidencia de los programas que se ofrecen; la fragilización
creciente de su sostenibilidad financiera; el incremento de la conflictividad
cruzada que se verifica entre diversos actores y frentes personales,
corporativos y confesionales, entre varios otros etcéteras. Sin negar la validez (parcial) de tales
indicaciones, en tanto señalen problemáticas reales que requieran ser
adecuadamente atendidas, aquí es preciso abordar la cuestión desde una
perspectiva distinta. Pues desde un punto de vista bíblico-teológico acorde a
la gramática reformadora que esbozamos, una crisis es –como lo sugiere el
enraizamiento semántico de nuestro vocablo en el verbo griego krinein
y lo concretizan paradigmáticamente textos como el Salmo 82–, una situación
en la que ya no se es capaz de distinguir, diferenciar, y por tanto,
de discernir y juzgar qué es lo que está realmente en juego
en ella.)[18]
En un sentido primario y absolutamente decisivo, ella consiste en el
abandono y pérdida del contexto fundamental de vida, creado por la renovada
irrupción de la justicia de Dios en medio de la historia y de las
instituciones humanas. [19] Sobre el trasfondo de lo señalado hasta aquí, cabe
preguntarse seriamente en qué medida los esfuerzos tendientes a promover la
ansiada renovación del testimonio ecuménico –por mejor intencionados que
sean– no permanecerán prisioneros de una lógica profundamente errónea,
si –por los motivos y razones que fuese– a los criterios que los orientan se
los busca primeramente en “planes de acción estratégica”, en la
elaboración de una “agenda de temas prioritarios” o en una más o menos vaga
preocupación por la “pérdida de mística” o la “sequía profética” o la falta
del “fuego del espíritu” de las iglesias ecuménicas, sus instituciones y
representantes. Pues, en la medida que el diagnóstico de la crisis
responda a ese tipo de patrones genéricos, como resultado de los mencionados
esfuerzos se podrá esperar, quizá, el apuntalamiento remozado o el sostén
endeble de “lo dado”, su mejor o peor administración circunstancial – pero jamás
la anhelada renovación del testimonio ecuménico. Dicha renovación, en
tanto atañe a la obra del Espíritu y a la fe, vendrá de otro lado – o
no vendrá. Es por ello que –si se sigue la revolución paradigmática que tuvo
lugar en el pensamiento teológico reformador–, la cuestión fundamental
radicará en lanzarse mancomunadamente a la búsqueda y exploración del
contexto fundamental de vida asociado promisoriamente a aquel topos
histórico-real en que acontece el testimonio mutuo de la Palabra de la
Cruz.[20] Ese es el espacio de discernimiento comunicativo y
político que ha recibido la inmensa promesa ecuménica de tomar parte –por la
sola fe– de la trasformación y renovación liberadora de todas las cosas,
incluido nuestro propio “entendimiento” (cf. Ro. 12,1-2). Allí es donde
podemos aguardar esperanzadamente la crisis de nuestra crisis, la apertura
salutífera de nuestra vida personal e institucional como anticipo
auténticamente “pentecostal” del Espíritu del Resucitado (cf. Hch. 2; Jn.
20,19ss.). Por ese camino, la venida de su justicia pondrá fin una y otra vez
a nuestra compulsiva obsesión por autojustificarnos, conduciéndonos a
experimentar ya ahora las primicias de la meta definitiva establecida por
Dios en su Jesucristo (cf. Ro. 10,4): ser parte del gran banquete ecuménico
de los pueblos y de la creación toda (Ap. 19,7). Ello no significa, en modo alguno, que se deba
desechar todo esfuerzo por diagnosticar, analizar, revisar, planificar
y evaluar en la vida de las iglesias y sus instituciones; o que no se
requieran para ello los valiosos aportes que pueden ofrecernos otras
disciplinas, saberes y recursos técnicos. Todo ello puede ser muy útil y
necesario, y sería irresponsable no hacer uso de ello, allí donde realmente
es preciso hacerlo. Lo que sí significa, en cambio, es que tales esfuerzos,
recursos y herramientas de nada servirán si en nuestra vida institucional
como iglesias y organismos de iglesias hayamos abandonado y perdido
–sin quizá haber tomado cabal conciencia de ello– nuestro contexto fundamental
de vida como personas y como comunidades de fe – y con él, aquello que nos
capacita a diferenciar, distinguir, discernir y juzgar en cada caso, quod
res est (Lutero), qué es lo que está verdaderamente en juego en cada
caso, en cada lugar y situación – en el Espíritu de Jesús. En un tiempo signado por múltiples y mortíferas
cerrazones y violencias, en que rige el imperio comunicacional global de la
“post-verdad” y todo lo sólido es fluidizado en mercancías intercambiables y
desechables (Z. Bauman), preguntar desde esa fe cruciforme por la renovación
del testimonio ecuménico, nos llevará –ante todo– a sumar nuestro clamor comprometido
al de quienes, en su hambre y sed, desnudez y reclusión, anhelan
ardientemente la irrupción de aquella justicia liberadora que los cristianos
confesamos como fruto del reinar de Dios en el mundo y las instituciones
humanas, exclamando a una voz: “Levántate, oh Dios, juzga la tierra; porque tu heredarás todas las naciones” (Sal. 82,8). Bibliografía
Arendt, Hanna. 2005. Was ist Politik? Fragmente
aus dem Nachlaß. Múnich/Zúrich: Piper. Assmann, Jan. 2002. Das kulturelle Gedächtnis.
Schrift, Erinnerung und politische Identität in frühen Hochkulturen. Múnich: Beck. Beros, Daniel C. 2010. “La Disputación de Heidelberg
y su ‘theologia crucis’ como gramática fundamental de la teología
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45-52. Daniel C. Beros. 2013. “Dejar que se haga presente
la justicia de Dios”. En Bicentenario. Tiempos de Revolución e
Independencia, editado por Jerónimo Granados, 2013, 33-49. Buenos Aires:
ISEDET. Beros, Daniel C., traductor y editor. 2015. Hans
J. Iwand, Justicia de la fe. Estudios sobre la Teología de Martín
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2016a. “Iglesia: criatura… ¿de qué ‘palabra’? Reflexiones sobre el
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En Radicalizando la Reforma. Otra teología para otro mundo, editado
por Martin Hoffmann, Daniel Beros y Ruth Mooney, 2016, 51-65. San José:
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justicia ‘ajena’ de la Cruz como poder de vida. Implicancias
teológico-antropológicas de una praxis política emancipadora”. En Radicalizando
la Reforma. Otra teología para otro mundo, editado por Martin Hoffmann,
Daniel Beros y Ruth Mooney, 2016, 209-234. San José: SEBILA / La Aurora. Beros, Daniel C. 2016c. “¿Qué es el hijo del hombre…
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Soldano Deheza, 2016, 137-154. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras
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Buenos Aires: Paidós. Lutero, Martin. 1967b. “Disputación acerca de la
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331-338. Buenos Aires: Paidós. Segundo, Juan Luis. 1975. Liberación de la
teología. Buenos Aires: Carlos Lohlé. Watson, Philip S. 2000. Let God
be God. An interpretation of the Theology of Martin Luther. Eugene, OR: Wipf & Stock. ∆∆∆∆∆ Daniel
C. Beros, Profesor de teología y pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la
Plata. danielberos@gmail.com Recibido: 19 de abril de 2017 Aprobado: 6 de junio de 2017 |
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[1] El presente aporte tuvo origen en una
colaboración realizada para CLAI-Río de la Plata, que nos pidió volcar algunas
reflexiones teológicas sobre de los desafíos que le plantea al pensamiento y la
praxis ecuménica en la región los “cambios de paradigma” que ocurren en
nuestras sociedades, abordando la temática a la luz de la tradición teológica
de la Reforma.
[2] Los documentos mencionados pueden ser
consultados en la página web de CLAI: www.claiweb.org
[3] Aquí debemos dejar necesariamente de
lado el tratamiento de toda una serie de problemas y discusiones que, en otro
marco, habría que retomar de forma explícita. Entre ellas se encuentra sin
dudas la discusión en torno a la vigencia y el valor heurístico actual del
planteo acerca de los “cambios de paradigma”, así como fuera desarrollado por
Thomas S. Kuhn y su historia de las revoluciones científicas (1971). Otras
discusiones igualmente pertinentes, aunque probablemente mucho más amplias, son
las que vienen planteando otras disciplinas del saber (la filosofía, la
sociología del conocimiento, el psicoanálisis, las neurociencias, las “ciencias
duras”, etc.) y los múltiples “conflictos de interpretaciones” en torno a “la
realidad” involucrados en ellas (sea lo que fuere que, en cada caso, se
entienda bajo el concepto de “realidad”, complejizado enormemente por el
impacto que conlleva el desarrollo de las TIC´s en casi todos los ámbitos).
[4] Cf. el trabajo de Thomas Kaufmann
(2009) y (2016).
[5] Cf. Iglesia Evangélica en Alemania
(EKD) (2015, 12s).
[6] Tales experiencias reveladoras, de
orden intelectual, espiritual y pastoral, derivaron en el descubrimiento
liberador y crucial del significado evangélico del concepto de “justicia de
Dios”, como primera expresión paradigmática de lo “nuevo” que se gestaba en el
curso que por entonces adquiría la “existencia teológica” de Lutero. Cf. el
testimonio clásico del propio Reformador sobre el camino que lo llevara a
realizar el mencionado descubrimiento (Lutero 1967, 331-338). La investigación
sobre Lutero desarrollada en el siglo XX produjo un extenso debate
interpretativo sobre el “giro reformador” en el pensamiento teológico del joven
agustino. Al respecto informa Bernhard Lohse (1988).
[7] NB: las citas que siguen a
continuación son fruto de nuestra propia traducción al español de esta obra del
Reformador, escrita y publicada originalmente en latín. Sobre la concepción de
la teología y el trabajo teológico de Lutero en esta temprana etapa, ver el
clásico y fundamental estudio del teólogo danés Leif Grane (1975).
[8] Aquí parafraseamos el título de la
obra con que posteriormente describiría, en esos mismos términos, la situación
de la cristiandad en su conjunto, sujeta al dominio dogmático e institucional
del Papa y de la curia romana Cf. (Lutero 1967a, 173-259).
[9] Sobre este conjunto de percepciones
teológicas fundamentales, ver las agudas interpretaciones que ofrecen Dietrich
Bonhoeffer (1971) y Hans Joachim Iwand (1959).
[10] En este aspecto fundamental el
diagnóstico luterano concuerda con el que realizaran – desde preocupaciones y
abordajes ciertamente distintos – teólogos latinoamericanos de la liberación
como Juan Luis Segundo (1975).
[11] Cf. Beros (2015, 50ss).
[12] Cf. el estudio de Philip S. Watson
(2000).
[13] Cf. Lutero (1967d). Para la discusión
de los principios de una epistemología teológica en base a una relectura de
este texto del Reformador, ver: Beros (2011).
[14] Sobre este tópico ver: Beros (2016b).
[15] Cf. Beros (2016a).
[16] Ver: Beros (2010).
[17] Ver la introducción, arriba.
[18] Con este enfoque nos movemos en un
horizonte interpretativo muy cercano al que formula con respecto al pensamiento
político la filósofa Hanna Arendt, quien sostiene que dicho pensamiento “se
funda en la capacidad de discernir” (Arendt 2005, 19ss).
[19] En efecto: la trama dramática allí
testimoniada deja en claro que esa incapacidad de discernimiento (vs 5)
que sufren quienes han sido empoderados cual “dioses” con la vocación
de hacer justicia al débil (vs 4), se asocia al mencionado abandono.
Además, que ese abandono – expresado en no prestar atención al prójimo en su
necesidad, en no “librarlo de la mano de los impíos”, haciéndole injusticia –
supone su reemplazo por el establecimiento de otras lealtades, la
aceptación de otros criterios de justicia y verdad, en sintonía con
el orden y los intereses dominantes (vs 2-3). Y finalmente, que es ello
lo que “hace temblar los cimientos de la tierra”, lo que pone en crisis el
mundo creado de vida, y deriva en el mismo destino de muerte que sufren
aquellos intereses y poderes (“los príncipes”) a los que se sirvió (vs 7).
Sobre este trasfondo de violencia y muerte, brota el clamor orante de aquellos
que piden por la venida del reinado de Dios y su justicia (vs 8). Hemos
ofrecido una interpretación de este salmo al reflexionar sobre algunas
implicancias político-económicas del concepto de “justicia” en la tradición
bíblica. Ver: Beros (2013).
[20] Para un desarrollo más amplio de este
aspecto central, ver: Beros (2016b).