Vida  y

Pensamiento

Revista Teológica de la Universidad Bíblica Latinoamericana

Volumen 42, Número 1  -  Año 2022  -  San José, Costa Rica

Tecnologías digitales:

Aportes y desafíos teológico-pastorales

 

 

 

 

 

 

La complementariedad entre la comunicación

presencial y la virtual a la luz de la praxis paulina

 

Juan Esteban Sepúlveda

 

pp. 43-66

 

 

 

Resumen: De cara al tiempo post pandemia, el artículo reflexiona sobre la conveniencia de que las iglesias mantengan el uso intensivo de las comunicaciones virtuales como complemento de sus actividades presenciales, principalmente para el fortalecimiento de sus vínculos ecuménicos internacionales. El tema es examinado a la luz del uso complementario de la comunicación presencial y no presencial por parte de Pablo, particularmente en su ministerio al servicio de la iglesia de Corinto, y de la unidad de la temprana Iglesia de Dios. Lo observado en la praxis paulina es retomado para ponderar y valorar el actual proceso de re-imaginación del Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI).

Palabras claves: misión, comunicación, presencial, virtual, ecumenismo.

Abstract: Facing the post-pandemic time, the article reflects on the advisability of churches maintaining the intensive use of virtual communications as a complement to their face-to-face activities, mainly to strengthen their international ecumenical ties. The subject is examined considering Paul’s complementary use of face-to-face and non-face-to-face communication, particularly in his ministry to the Corinthian church, and to the unity of the early Church of God. What is observed in Pauline praxis is taken up again to ponder and value the current reimagining process of the Latin American Council of Churches (CLAI).

Keywords: mission, communication, face-to-face, virtual, ecumenism.

 

 

 

 

 

Juan Esteban Sepúlveda

 

La complementariedad entre la comunicación

presencial y la virtual a la luz de la praxis paulina

 

­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­El año 2020, cuando el impacto de la pandemia por el Covid-19 forzó a reemplazar las actividades escolares presenciales por clases virtuales, entre las personas vinculadas a la educación más entusiastas respecto a las virtudes de las nuevas tecnologías de información y comunicación (en adelante, TIC), comenzó a plantearse la pregunta por el futuro de la escuela o, por lo menos, del modelo de escuela que había sido predominante hasta entonces. Parecía que, en la medida en que se invirtieran recursos públicos para reducir la brecha digital derivada de los problemas de conectividad de las zonas geográficas más aisladas, las escuelas, tal como las conocemos, tenían sus días contados.

 

A más de dos años del inicio de la pandemia, y habiéndose difundido los resultados de diversos estudios sobre el impacto negativo en los procesos de aprendizajes del prolongado periodo de educación en modalidad exclusivamente virtual[1], han aumentado notablemente las voces que claman por el urgente retorno, ojalá obligatorio, a la modalidad presencial. Dado que se mantiene la incertidumbre respecto a la permanencia en el tiempo de la pandemia debido a la constante aparición de nuevas cepas del virus, tiende a imponerse la noción de que las escuelas debieran ser lo último que cierra, en el caso de que sean necesarios nuevos periodos de confinamiento, y lo primero que abre, cuando se den las condiciones para volver a la normalidad.

 

La pregunta que emerge, en este contexto, es si acaso la vuelta a la educación presencial implica necesariamente el abandono del uso intensivo de las TIC en los procesos de aprendizajes. El propósito de este artículo no es responder a esta pregunta desde el campo de la educación, sino reflexionar en torno a la misma pregunta, pero con respecto a la vida de las iglesias, ámbito en el que, presumiblemente, está bastante menos estudiado el impacto de la pandemia. ¿Implica el regreso a las actividades presenciales en las iglesias el abandono del uso intensivo de las TIC? ¿O es que el uso intensivo de tales tecnologías llegó para quedarse como medios idóneos para llevar a cabo dimensiones importantes de la vocación eclesial?

 

Como en la experiencia de las escuelas, la brecha digital también es un problema cuando las comunidades de fe se reúnen en modalidad virtual, y, en este caso, no solamente por la falta de conectividad en zonas aisladas, sino también por el déficit de alfabetización digital en personas de la tercera y cuarta edad. El problema de la brecha digital, que ha tenido como consecuencia la exclusión o discriminación de muchas personas durante los dos años de pandemia, es un argumento relevante en favor del retorno de las actividades presenciales, tanto en el caso de las escuelas como de las iglesias.

 

Pero hay un aspecto en la naturaleza de la Iglesia que invita a proyectar en el tiempo, más allá del eventual fin de la pandemia, y a pesar de sus limitaciones, el aprovechamiento sistemático de las virtudes de las TIC. Vista a la luz de la enseñanza del Nuevo Testamento, la comunidad de fe que se reúne presencialmente en su templo, en un barrio determinado, aunque ciertamente debe reconocerse como iglesia, no es toda la Iglesia; es la manifestación local de la Iglesia una que está en todas partes, en toda la oikouméne. Así lo expresa bellamente el apóstol Pablo al hablar, por ejemplo, de “la Iglesia de Dios que está en Corinto” (1 Co 1,2).

 

El uso creativo y responsable de las TIC, esto es, de las comunicaciones virtuales, es potencialmente una gran bendición para el cultivo de los vínculos entre las iglesias locales, y entre cada iglesia local y la Iglesia Universal. Reconociendo que a lo largo de la historia la Iglesia una se ha fragmentado en una variedad de familias confesionales y, dentro del universo de confesiones evangélicas o protestantes, en una multitud de denominaciones, el uso de las comunicaciones virtuales es potencialmente una gran bendición para el cultivo de los vínculos ecuménicos. A continuación, se fundamentará esta afirmación a la luz de la praxis paulina.

 

1. Lo presencial y lo virtual en la praxis paulina

 

Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: “¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!” Sin embargo, no todos los israelitas aceptaron las buenas nuevas. Isaías dice: “Señor, ¿quién ha creído a nuestro mensaje?” Así que la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo. Pero pregunto: ¿Acaso no oyeron? ¡Claro que sí! “Por toda la tierra se difundió su voz, ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo!” (Rm 10,14-18).

 

En este pasaje, escrito en el contexto de los capítulos dedicados por el Apóstol para manifestar su preocupación por la salvación de los y las creyentes judíos que no habían creído en Jesús como el Mesías, el Cristo, esperado, Pablo reflexiona de una manera muy metódica y sistemática sobre el carácter comunicacional de la misión de la Iglesia. Invocar a Jesús como el Cristo supone creer en él; creer en él supone haber escuchado la buena noticia de que, en la muerte y resurrección de Jesús, tuvieron cumplimiento las promesas de salvación; haber escuchado supone que alguien ha comunicado, predicado, proclamado esa buena noticia; y la predicación supone que Dios ha enviado a mensajeros para comunicar ese mensaje. Luego, citando al profeta Isaías (52,7), Pablo alaba y agradece a Dios por las personas mensajeras de las buenas noticias.

 

Al plantear la pregunta retórica acaso los y las creyentes judíos habían tenido la oportunidad de escuchar la buena noticia, citando al Salmo 19,5 según la traducción de los Setenta, Pablo responde que sí, puesto que dicho mensaje ha sido difundido “por toda la tierra […] y hasta los confines del mundo (tés oikouménes)”, transparentando así el alcance global del mensaje de salvación y, por lo tanto, de la vocación comunicacional de la Iglesia. La palabra oikouméne, derivada de oikos, casa, lugar donde se habita, del griego koiné, la “lengua común” hablada en la cuenca del Mediterráneo en la época del nacimiento del cristianismo, se usaba para referirse a la totalidad del mundo habitado o humanizado, que entonces tendía a identificarse con el conjunto de naciones sometidas al dominio romano, como se evidencia en Lc 2,1[2]. Sin embargo, al mencionar a los barbárois, los “no griegos” en Rm 1,14, Pablo evidencia que su visión de la universalidad de la buena noticia y, por lo tanto, de la misión de la Iglesia, transciende las fronteras del Imperio Romano[3]. En otras palabras, para Pablo la oikouméne destinataria de la buena noticia incluye, efectivamente, a toda la tierra habitada, lo que demanda muchas habilidades comunicacionales para ponerse en el lugar de una diversidad de receptores, sean judíos, griegos o bárbaros; sean esclavos o libres; sean débiles o fuertes (1 Co 9,19-23).

 

Como predicador itinerante, de cuyos viajes tenemos información abundante, primaria sus propias cartas, y secundaria en los Hechos de los Apóstoles, Pablo cultivó una intensa relación presencial con las hermanas y hermanos que creyeron como resultado de su predicación, integrando las congregaciones locales formadas mediante su ministerio. Pero apenas su vocación misionera lo alejaba de una de sus queridas congregaciones, Pablo utilizaba intensivamente medios no presenciales de comunicación, que aquí llamaremos, más bien metafóricamente, comunicación virtual, para mantener los vínculos, reafirmando así su visión de que cada congregación es la manifestación local de la Iglesia una.

 

Ciertamente, las cartas de Pablo son el ejemplo más notable y mejor conocido de sus comunicaciones virtuales, particularmente con las iglesias locales que él mismo fundó. En este contexto, cabe mencionar que, teniendo en cuenta todas las cartas paulinas cuya autenticidad está fuera de discusión, la cita inicial de este artículo proviene de la única carta que Pablo escribió a una iglesia local en cuya formación no había participado, y que tampoco había visitado. Con dicha carta, Pablo quiso preparar el ambiente para su primera visita a la comunidad cristiana de Roma, que se proponía efectuar como una escala en el viaje que deseaba realizar a España (Rm 1,15; 15,28). Pero su comunicación e intercambio de información virtual o no presencial con las diversas iglesias locales, incluyó, además, el envío de colaboradores, como también el intercambio de recados con hermanas y hermanos de tales congregaciones, con quienes posiblemente tenía un vínculo más cercano de amistad. La intensa relación del Apóstol con “la Iglesia de Dios que [estaba] en Corinto”, constituye el caso mejor documentado para analizar, con más detalle, las diversas maneras en las que Pablo mantuvo la comunicación e intercambio de información con las congregaciones locales de la temprana Iglesia.

 

2. La intensa comunicación e intercambio de información entre Pablo y los Corintios

 

Corinto, capital de la provincia romana de Acaya, era una ciudad de intensa actividad comercial y cultural, gracias a su ubicación geográfica y sus dos puertos, uno mirando hacia el Mar Adriático y otro hacia el Mar Egeo. Entre su población numerosa y religiosamente diversa se encontraba una significativa comunidad judía. Según Hch 18,11 Pablo predicó en Corinto por un período de 18 meses. La referencia a Galión, procónsul de Acaya, en Hch 18,12, permite fechar esa estadía desde el invierno del 49/50 hasta el verano del 51[4].

 

En Corinto Pablo conoció a Áquila y Priscila, o Prisca, matrimonio judío que había tenido que abandonar Roma debido a la expulsión de los judíos decretada por el emperador Claudio. Pablo y sus nuevos amigos compartían el mismo oficio, esto es, fabricantes de tiendas, por lo que decidieron vivir y trabajar juntos (Hch 18,1-3). Como Hechos no menciona la conversión de Áquila y Priscila, se puede suponer que habían sido parte de la comunidad cristiana de Roma, lo que permite suponer que fueron para Pablo la fuente más importante de información sobre dicha iglesia local. Luego llegaron a Corinto Silas y Timoteo, a quienes Pablo había invitado a colaborar con él anteriormente (Hch 15,36-40; 16,1-3), y juntos llevaron adelante la predicación, que inicialmente se concentró en la sinagoga. Tras surgir conflictos con algunos judíos, Pablo decidió que concentraran sus esfuerzos entre los gentiles, para lo cual un vecino llamado Justo puso su casa a disposición de los predicadores, sentándose así las bases para el desarrollo de la comunidad cristiana de Corinto (Hch 18,5-7).

 

Los conflictos con la sinagoga se agudizaron debido a que parte de sus integrantes, incluyendo a su jefe Crispo y su familia, creyeron en Jesús, fueron bautizados y se integraron a la naciente comunidad cristiana de Corinto (Hch 18,8.12-17). Aun así, Pablo se quedó allí por más tiempo, hasta que decidió continuar viaje a Éfeso.

 

Áquila y Priscila, que viajaron con Pablo, se quedaron en Éfeso, mientras él se embarcó hacia Cesarea (Hch 18,18-23). En la sinagoga de Éfeso, el matrimonio de colaboradores de Pablo tuvo la oportunidad de escuchar a Apolo, elocuente y fervoroso predicador judío originario de Alejandría, que había sido iniciado en el camino del Señor, aunque aún no había recibido el bautismo cristiano. Enterados Áquila y Priscila de la intención que Apolo tenía de visitar Acaya, lo animaron a pasar un tiempo acompañando a la comunidad cristiana de Corinto y escribieron una carta de recomendación para asegurar un buen recibimiento por parte de los discípulos (Hch 19,24-28). Sabemos que Apolo llevó a cabo su misión en Corinto de manera fructífera, al punto que, eventualmente, algunos miembros de la dividida congregación decían ser “de Apolo” (1 Co 1,12). Aunque inicialmente Apolo no fue enviado directamente por Pablo, éste lo reconoció como uno de sus colaboradores, y posteriormente intentó enviarlo nuevamente en misión a Corinto (1 Co 16,12).

 

Queda así en evidencia que Pablo desarrolló su ministerio en forma colaborativa, y que sus colaboradores y colaboradoras fueron un canal de información y comunicación con las diversas iglesias locales. A través de ellos Pablo aseguraba un acompañamiento presencial a tales congregaciones cuando lo consideraba necesario, pero al mismo tiempo oficiaban de mensajeros que le permitían a Pablo transmitir y recibir información de manera indirecta. La expresión praxis paulina usada en ese artículo pretende incluir las comunicaciones y acciones de la totalidad del equipo misionero de Pablo.

 

Cuando Apolo estaba en Corinto, Pablo volvió a Éfeso para permanecer allí predicando y formando una iglesia local (Hch 19,1-20), por un período que puede estimarse en “unos dos años y medio: probablemente del 52 al 55”[5]. Mientras está en Éfeso, Pablo comienza a recibir informaciones preocupantes acerca de la situación de la pujante congregación de Corinto, que le llevan a iniciar una intensa correspondencia que parece haber trascendido las dos cartas que contiene el canon del Nuevo Testamento. En 1 Co 1,11 menciona entre sus informantes “a los de Cloe”, mientras que en 7,1 hace referencia a una carta que posiblemente le habían entregado Estéfanas, Fortunato y Acaico, mencionados en 16,17. No es el propósito de este artículo profundizar en los problemas que afectaban a los hermanos y hermanas de Corinto, ni en las recomendaciones propuestas por el Apóstol. Se mencionará el mínimo de información necesaria, con el propósito de comprender el sentido de urgencia de la intensa comunicación entre Pablo y la congregación de Corinto, concentrando la atención en las vías y modalidades de comunicación.

 

Los problemas fundamentales a los que responde la primera carta a los Corintios parecen haber sido, por una parte, las discordias entre grupos o partidos que se habían formado dentro de la congregación (1 Co 1,11-12). Por otra parte, se había manifestado una fuerte corriente carismática que pretendía haber alcanzado tal perfección espiritual y conocimiento de la revelación, que en asuntos de estilo de vida y relaciones con los demás consideraban que “todo les estaba permitido” (1 Co 6,12; 10,23), lo que evidentemente era otro factor que generaba enormes dificultades de convivencia, incluso en el contexto de la celebración de la Cena del Señor (1 Co 11, 17-34)[6].

 

En 1 Co 5,9-13 Pablo hace referencia a una carta anterior en la que había instado a los corintios a evitar relacionarse con “los impuros”, aclarando que no se refería a las relaciones con gente de afuera de la iglesia, sino de adentro. Aparentemente aquella carta precanónica no fue suficiente para resolver los problemas, y por ello Pablo envió la carta que conocemos como Primera a los Corintios, que transparenta un intenso intercambio de información y comunicación que incluyó: en un sentido, las noticias enviadas por “los de Cloe”, la visita a Pablo en Éfeso de Estéfanas, Fortunato y Acaico, posiblemente portando una carta enviada por algún miembro o grupo de la comunidad cristiana de Corinto; y, en el otro sentido, dos cartas de Pablo a los corintios, la “precanónica” y la Primera carta a los Corintios, anunciando además en esta última el envío de su “querido y fiel” colaborador Timoteo (1 Co 4,14 y 16,10), quien ya había sido parte del equipo misionero de Pablo en Corinto.

 

No hay por qué dudar que todas esas comunicaciones hubieran tenido un efecto benéfico en la congregación de Corinto, pero, aparentemente, no por mucho tiempo, debido a la llegada de predicadores cristianos ambulantes de origen judío que generaron nuevas disputas, y que pusieron en cuestión el apostolado de Pablo (2 Co 3,1; 10,12-18; 11,4-5.22-23; 12,11). A diferencia de la Primera carta a los Corintios, que a pesar de no haber sido verdaderamente la primera carta que Pablo les había escrito, se lee como una carta unitaria, la Segunda carta a los Corintios parece ser una compilación, más bien aleatoria, de varias cartas motivadas por la nueva ola de disturbios que desataron tales predicadores en la comunidad cristiana de Corinto.

 

Según la reconstrucción que propone Bornkamm[7], la sección que abarca 2 Co 2,14 a 7,4 correspondería a una primera carta enviada en esta segunda etapa, cuando Pablo tuvo las primeras noticias, aún no tan alarmantes, de la agitación que se veía venir. Pero dicha carta no fue suficiente para neutralizar la influencia en la congregación de aquellos nuevos apóstoles, por lo que Pablo decidió realizar una visita rápida a Corinto que, aparentemente, resultó un verdadero fracaso. Debido a injurias recibidas por parte de un miembro de la congregación, que implicaban no solamente un ataque a su persona sino contra su misión apostólica, Pablo decidió volver inmediatamente a Éfeso (2 Co 2,5-11; 7,12).

 

Tras esa desagradable experiencia, Pablo envió una nueva carta bastante dura, escrita “con muchas lágrimas” (2 Co 2,4), parte importante de cuyo texto parece estar recogido en los capítulos 10 al 13. El portador de esta carta parece haber sido Tito, enviado por Pablo para un nuevo intento de llevar a la comunidad de Corinto a un cambio de actitud. Impaciente por conocer el resultado de la visita de Tito, Pablo viajó a encontrarse con él en Macedonia, donde por fin recibió noticias alentadoras que lo llenaron de alegría (2 Co 7,5-7).

 

Conocidos los efectos positivos de su carta más dura y de la visita de Tito, Pablo decide escribir una última carta para sellar la reconciliación, cuyo texto parece encontrarse, al menos en parte, en 2Co 1,1–2,13 y 7,5-16. Entonces se dieron las condiciones para que Pablo realice su tercera visita más tranquila (2 Co 2,1), que ya había prometido en su carta más severa (2 Co 13,1).

 

Por lo tanto, la lectura crítica de la Segunda carta a los Corintios deja traslucir un proceso de comunicación e intercambio de información que, en un sentido, incluye cuatro cartas enviadas por Pablo a los corintios, dos visitas personales y, entre ambas, el envío de Tito. Sobre la comunicación en el otro sentido, en ese caso no se dan muchos detalles. Pero además de los informes que Pablo debe haber recibido de Timoteo (recordar su visita anunciada en 1 Co) y de Tito, y de lo que escuchó personalmente en su breve y convulsionada segunda visita, puede suponerse, tal como en el caso de la Primera carta, la recepción de diversas noticias de la congregación de Corinto, ya sea enviadas por carta o transmitidas por viajeros.

 

El análisis precedente permite concluir que para el apóstol Pablo, la comunicación del mensaje de salvación a quienes no lo han recibido, o, habiéndolo recibido anteriormente, lo rechazaron, y la tarea de plantar o fundar comunidades cristianas en territorios o campos donde no existieran, demandaban relaciones cara a cara, es decir, una intensa comunicación presencial. Así lo evidencia su permanencia inicial por un año y medio en Corinto, y de unos dos años y medio en Éfeso, por citar únicamente los ejemplos mencionados en este artículo. Usando la terminología teológica actual, la evangelización es una tarea que supone predominantemente relaciones presenciales.

 

Una vez conformada una nueva comunidad cristiana, expresión local de la Iglesia una, la convivencia amorosa entre sus integrantes, no obstante sus diferencias de origen y la diversidad de sus dones, supone también relaciones predominantemente presenciales. Así se evidencia en toda la energía y pasión que Pablo, y sus colaboradores, desplegaron para resolver las fuertes tensiones que pusieron en jaque la convivencia interna de la congregación de Corinto. Aunque hasta aquí se ha dejado más bien entre paréntesis el contenido de las recomendaciones paulinas para resolver dichas tensiones, cabe una breve referencia a lo que Pablo escribe sobre la celebración de la Cena del Señor (1 Co 11,17-34): quien come el pan y bebe el vino “indignamente”, esto es, sin preocuparse por quienes no tienen lo suficiente para comer; o haciendo la vista gorda de las tensiones que dividen a la congregación, se hace reo o culpable del cuerpo y de la sangre del Señor (1 Co 11,27).

 

En 2 Co 1,1 Pablo precisa que escribe “a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya”. Esto indica que Pablo supone que la congregación de la ciudad de Corinto está en contacto regular con las familias o pequeñas comunidades cristianas existentes al interior de la provincia. “Claramente Pablo los está viendo como una unidad espacial. Él creaba puntos de apoyo misioneros, situados precisamente en los grandes empalmes del tráfico”[8]. Algo similar sugiere la afirmación de que, tras la ascensión de Jesús, “los discípulos salieron y predicaron en todas partes, y el Señor los ayudaba en la obra y confirmaba su palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16,20), con la que cierra el segundo final (16,9-20) del Evangelio de Marcos, que no aparece en los manuscritos más tempranos[9]. Posiblemente la referencia a la temprana predicación “en todas partes”, da cuenta de la evangelización, y la formación de comunidades cristianas, en los principales centros urbanos de las provincias de la ecuméne greco-romana, sobrentendiéndose que dichas congregaciones locales tenían la responsabilidad de la evangelización, y posterior cuidado pastoral, de la población del interior de sus respectivas provincias. Lo que interesa destacar aquí es que Pablo esperaba que los vínculos presenciales de cuidado mutuo, de preocupación pastoral, y obviamente de convivencia cristiana y comunión en el Señor, no se limitaran a la congregación residente en Corinto, sino que se extendieran al conjunto de “los santos” de toda la provincia de Acaya.

 

Pero para el acompañamiento, supervisión y fortalecimiento de las comunidades ya formadas, una vez que su vocación itinerante lo ha llevado a otro campo misionero, Pablo utilizaba profusamente otros medios o vías de comunicación que, metafóricamente, hemos llamado virtuales: sus cartas; el envío de sus colaboradores, que junto con desarrollar su propia acción pastoral presencial, se transforman en fuentes de información escrita mientras permanecían “en terreno”, u oral cuando retornaban para encontrarse con él; y la circulación de noticias y recados mediante hermanas y hermanos viajeros. Sin lugar a duda, las cartas sobresalen como el más poderoso de estos medios, como lo evidencia el hecho de que se hayan conservado y hayan sido compartidas con las demás iglesias locales, hasta que finalmente se integraron al canon del Nuevo Testamento. Evidentemente se trata de un tipo de comunicación distinta a la proclamación presencial inicial del Evangelio, que nosotros llamamos evangelización. Pero como lo explicita en Ro 1,15, Pablo ve su correspondencia con las comunidades cristianas como un aspecto integral de su misión de anunciar el Evangelio.

 

Solamente cuando situaciones complejas parecían exigirlo, Pablo volvía a privilegiar la comunicación presencial mediante una “visita a terreno”. Sin embargo, como lo demostró su segundo triste viaje a Corinto, no siempre el encuentro cara a cara resultaba más eficaz que la comunicación escrita para contribuir a la resolución de un conflicto.

 

Ya se ha indicado que Pablo, como la totalidad de los autores del Nuevo Testamento, ve a la comunidad cristiana de un territorio determinado como manifestación local de la única Iglesia de Dios. Por lo mismo, Pablo muestra una preocupación permanente no solo por la unidad dentro de las congregaciones, sino por la unidad de toda la Iglesia, y en particular por la unidad entre las iglesias locales del mundo gentil y la iglesia local de Jerusalén. En este sentido, Pablo utiliza tanto la comunicación presencial, como los diversos medios que hemos llamado virtuales, al servicio del fortalecimiento de la unidad de toda la Iglesia de Dios. El hecho de que Romanos, la única carta dirigida a una comunidad que no fue fruto de su ministerio, la use como una oportunidad para desarrollar más extensa y sistemáticamente su comprensión del Evangelio, permite ver esa carta como un testamento de Pablo al servicio de la unidad de toda la Iglesia de Dios.

 

Esta preocupación de Pablo por la unidad de la Iglesia explica que en 1 Co 16,1-4, no obstante que toda la correspondencia con los corintios estuvo enfocada a la resolución de problemas internos de dicha comunidad, aborde un tema que trasciende a los corintios: la colecta en favor de los “santos”, es decir, los cristianos de Jerusalén. En el breve relato sobre la “asamblea de Jerusalén” que incluye Ga 2,1-10, Pablo omite cualquier referencia al llamado a los cristianos gentiles a abstenerse de lo sacrificado a los ídolos (Hch 15,28-29). En cambio, menciona que, aquellos que eran tenidos por columnas de la Iglesia, encomendaron a los cristianos gentiles tener siempre presente a los pobres (Ga 2,10). Se sobreentiende que Pablo se refiere a los pobres de Jerusalén.

 

La colecta que Pablo solicitó realizar el primer día de cada semana a la congregación de Corinto, como lo había solicitado antes a las iglesias de Galacia, fue su manera de responder a la solicitud hecha por los dirigentes de la iglesia de Jerusalén. Para organizar esta colecta, que ve como un signo concreto de la unidad entre las iglesias locales del mundo gentil y la iglesia de Jerusalén, Pablo hace también uso intensivo de los medios que hemos llamado virtuales, como lo muestran las referencias en sus cartas. Sin embargo, es tal la importancia que le asignó a aquel gesto de solidaridad ecuménica, que decidió viajar personalmente a Jerusalén para hacer entrega de dicha ofrenda (1 Co 16,4; Ro 15,25.29), no obstante los riesgos a los que se exponía[10].

 

3. Volviendo al presente: La complementariedad entre lo presencial y lo virtual en el proceso de re-imaginación del Consejo Latinoamericano de Iglesias

 

El uso de medios virtuales o no presenciales de comunicación en la vida de las iglesias no es nada nuevo. En América Latina, la radiodifusión evangélica se masificó ya a mediados del siglo XX[11], mientras que algunas décadas más tarde el masivo uso de la televisión llevó a hablar del surgimiento de una “iglesia electrónica”[12]. Cabe notar que, en ambos casos, tales medios fueron utilizados para dimensiones de la vida de la Iglesia que en la praxis paulina fueron consideradas como esencialmente presenciales, como la evangelización y el culto cristiano. No resulta extraño que, ya entonces, se hubiera manifestado la preocupación de que la generalización de tales medios podría llevar, eventualmente, a la obsolescencia de los templos como lugar de reunión de las congregaciones locales.

 

Aquello que se temía se hizo realidad durante los dos últimos años, aunque transitoriamente, en el contexto de la pandemia. Pero ahora estaban disponibles las nuevas plataformas para realizar reuniones sincrónicas a distancia, mediante Internet. Tratándose de un periodo de emergencia sanitaria, se observó una tendencia mayoritaria a adaptarse a estas nuevas formas de comunicación virtual. Los excepcionales actos de rebeldía de pastores y congregaciones, que insistieron en reunirse presencialmente durante los periodos de confinamiento, por lo general fueron duramente cuestionados dentro de los propios círculos eclesiásticos. Aunque la pandemia no ha terminado, a medida que se han ido generando condiciones y protocolos para una “nueva normalidad”, las congregaciones han comenzado paulatinamente a reunirse presencialmente, dando por sentado, en línea con la praxis paulina, que la iglesia local es, por su propia naturaleza, una comunidad que se nutre de vínculos presenciales.

 

También desde mucho antes de la pandemia, las TIC estaban siendo aprovechadas como instrumentos idóneos para el mismo tipo de relaciones y comunicaciones para las que Pablo usó diversos medios que en este artículo hemos calificado, metafóricamente, como virtuales. Evidentemente hay una diferencia enorme entre el poder, inmediatez (sincronía), y la posibilidad de verse, que ofrecen las actuales TIC, y los medios no presenciales utilizados por Pablo. Pero en ambos casos se ha buscado cultivar las relaciones y fortalecer los vínculos entre las iglesias locales y la Iglesia Universal. Dado el proceso histórico de fragmentación confesional de la Iglesia una, que marca otra diferencia significativa entre los tiempos de Pablo y los nuestros, actualmente el llamado a promover los vínculos entre las iglesias locales y la Iglesia Universal, involucra necesariamente el diálogo y el reencuentro entre las confesiones cristianas separadas. En otras palabras, en el presente las TIC aparecen como instrumentos idóneos para el desarrollo del movimiento ecuménico.

 

Pero hasta antes de la pandemia, el uso de las TIC se limitaba, predominantemente, a las comunicaciones involucradas en los procesos de planificación y convocatoria de eventos ecuménicos presenciales, y para la difusión y procesos de recepción local de los resultados de tales eventos. Hasta ahora, el diálogo ecuménico propiamente ha sido visto como un proceso necesariamente presencial. Así ha sido en el caso de las asambleas del CLAI entre 1978 y 2013, en el nivel continental; o el caso del Consejo Mundial de Iglesias desde su fundación en 1948, y más recientemente del Foro Cristiano Global, en el nivel mundial, por poner solamente algunos ejemplos. Obviamente, ello ha demandado cuantiosos recursos económicos y enormes esfuerzos de planificación y logística. En el contexto de la creciente toma de conciencia sobre la realidad e impacto del cambio climático, hoy preocupa mucho más que antes la “huella de carbono” que genera cualquier reunión presencial internacional, con mayor razón cuando involucra la participación de algunos cientos o miles de personas provenientes de numerosos países.

 

Además de la crisis interna que afectó a las estructuras directivas y ejecutiva del CLAI, que no viene al caso analizar aquí, la severa disminución en la disponibilidad de recursos por parte de las agencias de cooperación ecuménica es uno de los factores que explica que no se haya realizado la que debió ser su VII Asamblea General Ordinaria. Fue en este contexto que su Junta Directiva, en consulta con las iglesias y organismos miembros, resolvió convocar a inicios de 2020 una Mesa Amplia para la Re-imaginación del CLAI, integrada por “dieciséis hermanas y hermanos, líderes y lideresas representativos/as de la diversidad del CLAI”, ocho titulares y ocho suplentes. El mandato que recibió la Mesa fue “trabajar propuestas a ser presentadas oportunamente a las Iglesias y Organismos Ecuménicos del CLAI, para la reafirmación del vínculo ecuménico y el testimonio conjunto de nuestras iglesias en América Latina con renovadas maneras de actuar en unidad en favor del Reino de Dios y su verdadera Justicia”[13]. Estaba previsto que el grupo titular iniciara el trabajo con un encuentro presencial, mientras que los y las suplentes actuarían virtualmente como un grupo de consulta y apoyo.

 

Sin embargo, la llegada de la pandemia hizo cambiar los planes. El trabajo de la Mesa debió realizarse en modalidad virtual desde sus inicios en abril de 2020, hasta la entrega de su propuesta a la Junta Directiva en septiembre de 2021[14]. En la práctica ello significó que la distinción entre titulares y suplentes perdió su razón de ser, y el número de integrantes a lo largo del proceso dependió, más bien, de las posibilidades que cada integrante tuvo para sostener el ritmo de trabajo, que en los períodos de mayor intensidad significó reuniones quincenales de aproximadamente dos horas de duración, además de las tareas de redacción, lectura y revisión de documentos que fueran necesarias entre una reunión y otra.

 

Lo que interesa destacar aquí es que, en gran medida, fue la propia experiencia de trabajo de la Mesa, y particularmente la evaluación positiva de las potencialidades del diálogo y trabajo colaborativo en modalidad virtual, lo que resultó tremendamente iluminador para imaginar un nuevo modelo de articulación ecuménica en América Latina y El Caribe. La experiencia no solamente resultó productiva y eficiente desde una perspectiva de costos y beneficios, o de su baja huella de carbono. También las relaciones de confianza y afecto que se fueron desarrollando entre sus integrantes, algunos/as de los/as cuales nunca se han conocido presencialmente, han sido también muy significativas.

 

Aunque el análisis de la praxis paulina no haya sido parte de las deliberaciones de la Mesa, retrospectivamente puede observarse que su propuesta de un modelo de red, la Red CLAI, muestra mucha consistencia con la manera en que Pablo, y su equipo de colaboradores, complementaron las relaciones presenciales con las comunicaciones virtuales, a la distancia, en su quehacer misionero, pastoral y ecuménico.

 

En lugar de la pertenencia directa de las iglesias, confesiones o denominaciones, de cada país a una asamblea continental, se propone la creación y/o fortalecimiento de espacios de articulación nacional, en los que se privilegie las relaciones ecuménicas (diálogo, testimonio, celebración, diaconía, etc.) presenciales. De esta manera se evoca el apasionado esfuerzo paulino por promover la unidad, la colaboración y la comunión presencial, no solamente dentro de la congregación local, sino con la totalidad de “los santos” que pertenecían a la Iglesia de Dios en cada provincia.

 

En cambio, en el nivel continental, se propone aprovechar las potencialidades de los medios virtuales (TIC), para que el conjunto de las mesas nacionales pueda intercambiar recursos y experiencias, pero, sobre todo, articular una voz común frente a las realidades y desafíos del continente, como también para interactuar y dialogar con las demás expresiones orgánicas del movimiento ecuménico global. De esta manera se evoca el intenso y creativo uso de las vías de comunicación no presencial que Pablo tuvo a su disposición en su tiempo, para promover y fortalecer la frecuentemente frágil unidad de la Iglesia de Dios presente “en todas partes”.

 

No obstante, el dinamismo y apertura de una red permite que, cuando situaciones complejas lo requieran y los recursos disponibles, o factibles de movilizar, lo permitan, se lleven a cabo acciones presenciales de alcance internacional. A modo de ejemplo, una situación crítica en un país integrante de la Red podría requerir el envío de una delegación ecuménica con la misión de manifestar presencialmente la solidaridad del conjunto de la Red. De esta manera se evoca la importancia crucial que Pablo le asignó a la colecta en favor de los santos de Jerusalén.

 

Cuando este artículo sea publicado, la Asamblea General Extraordinaria del CLAI, convocada en modalidad virtual para los días 25 y 26 de marzo de 2022, ya se habrá pronunciado aceptando o rechazando la propuesta de la Mesa de Re-imaginación. Las pre-asambleas, ya realizadas en modalidad virtual con una notable convocatoria (19 de febrero, Andina y Río de la Plata; 24 de febrero, Brasil; 26 de febrero, Mesoamérica, El Caribe y Gran Colombia), permiten anticipar la acogida de la propuesta y el inicio de una nueva fase del movimiento ecuménico en América Latina.

 

Bibliografía

 

Arias, Mortimer y Juan Damián. La Gran Comisión. Quito: Consejo Latinoamericano de Iglesias, 1994.

 

Assmann, Hugo. La iglesia electrónica y su impacto en América Latina. San José: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1987.

 

Bornkamm, Günther. Pablo de Tarso. Salamanca: Sígueme, 1979.

 

Centro de Estudios. Impacto del Covid-19 en los resultados de aprendizaje y escolaridad en Chile. Santiago: Ministerio de Educación, 2020. https://www.mineduc.cl/wp-content/uploads/sites/19/2020/08/EstudioMineduc_bancomundial.pdf

 

Eichholz, Georg. El Evangelio de Pablo. Salamanca: Sígueme, 1977.

 

Roberts, Dayton. “El movimiento de cooperación evangélica. De San José 1948 a Bogotá 1969”. En Oaxtepec 1978: Unidad y Misión en América Latina, editado por Comité Editorial del Consejo Latinoamericano de Iglesias. San José: Consejo Latinoamericano de Iglesias, 1980, 45-64.

 

Santa Ana, Julio. Ecumenismo y liberación. Madrid: Paulinas, 1987.

 

 

 

 

Juan Esteban Sepúlveda, Doctorado (PhD, Doctor of Philosophy) en la Facultad de Artes de la Universidad de Birmingham, Inglaterra; Licenciatura en Estudios Teológicos en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, Argentina. Actualmente es presidente de la organización Servicio Evangélico para el Desarrollo (SEPADE) en Concepción, Chile.

 

Contacto: juan.sepulveda@sepade.cl

 

Artículo recibido: 16 de marzo de 2022

Artículo aprobado: 6 de abril de 2022

 

 

 



[1] Centro de Estudios, Impacto del Covid-19 en los resultados de aprendizaje y escolaridad en Chile (Santiago: Ministerio de Educación, 2020).

[2] Julio de Santa Ana, Ecumenismo y liberación (Madrid: Paulinas, 1987).

[3] Georg Eichholz, El Evangelio de Pablo (Salamanca: Sígueme, 1977), 54-66.

[4] Günther Bornkamm, Pablo de Tarso (Salamanca: Sígueme, 1979), 11.

[5] Bornkamm, Pablo, 11.

[6] Bornkamm, Pablo, 111-122.

[7] Bornkamm, Pablo, 120-122, 307-310.

[8] Eichholz, El Evangelio, 62.

[9] Mortimer Arias y Juan Damián, La Gran Comisión (Quito: Consejo Latinoamericano de Iglesias, 1994), 50.

[10] Bornkamm, Pablo, 78-80.

[11] Dayton Roberts, “El movimiento de cooperación evangélica. De San José 1948 a Bogotá 1969”, en Oaxtepec 1978: Unidad y Misión en América Latina, ed. por Comité Editorial del Consejo Latinoamericano de Iglesias (San José: Consejo Latinoamericano de Iglesias, 1980), 45-64.

[12] Hugo Assmann, La iglesia electrónica y su impacto en América Latina (San José: Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1987).

[13] Carta del presidente en funciones del CLAI, 13 de abril de 2020.

[14] Toda la información mencionada en el artículo sobre el trabajo y la propuesta de la Mesa Amplia de Re-imaginación del Consejo Latinoamericano de Iglesias, proviene del propio autor, quien fue convocado como integrante, originalmente suplente, de dicha instancia. Los elementos interpretativos del proceso y de la propuesta de la Mesa, son de su propia responsabilidad.