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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 42, Número 1 - Año
2022 -
San José, Costa Rica Tecnologías digitales: Aportes y desafíos
teológico-pastorales |
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Repensando
la pastoral de la comunicación en la
sociedad mediatizada Rolando
Pérez-Vela y Dennis A. Smith pp. 67-104 |
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Resumen: Este artículo
aborda las implicancias y desafíos en la construcción de procesos y
estrategias de comunicación desde las comunidades de fe en América Latina, en
el contexto del proceso de mediatización de las prácticas y narrativas
religiosas. Nos interesa revisar el modo como se ha concebido y construido el
uso de los medios desde las organizaciones y comunidades vinculadas al campo
evangélico, en el marco de las estrategias de apropiación del espacio
público. Concluimos con algunas pistas para repensar la comunicación desde
una perspectiva cristiana que contribuya a la construcción de la comunidad y
la afirmación del bien común en el contexto de la sociedad mediatizada. Palabras claves: mediatización religiosa,
tele-evangelismo, comunicación profética. Abstract: This article
explores the implications and challenges of rethinking communication
practices and strategies from Christian communities in Latin America, given
the mediatization of religion in the region. Included is a re-reading of the
way the use and appropriation of media has been conceived and constructed by
evangelical organizations and denominations as pertaining to evangelistic
processes and mission initiatives. We contrast the project of proselytizing
tele-evangelism of the 80s with contemporary processes of mediatization
within evangelicalism. We conclude with suggestions for re-thinking a
proposal for a communication pastoral from a Christian perspective that seeks
to build a sense of community, inclusive practices and
an affirmation of the common good in the context of a mediatized society. Keywords: mediatization of
religion, tele-evangelism, prophetic communication. |
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Rolando Pérez-Vela y
Dennis A. Smith Repensando la
pastoral de la comunicación en la sociedad
mediatizada Introducción El contexto contemporáneo está marcado por un intenso proceso de
mediatización no solo por el uso y la apropiación de las tecnologías, sino
también porque muchas de nuestras prácticas se construyen desde la lógica y
la racionalidad mediática, en términos del modo como nos visibilizamos, como
generamos nuestras representaciones públicas, como interactuamos con los
otros, como construimos nuestros discursos y retos. De este modo, los medios
de comunicación se han convertido hoy en uno de los escenarios importantes de
representación de lo social, en espacios de configuración de las identidades
y campo privilegiado desde el cual se construyen las agendas públicas, así
como la incidencias culturales y políticas.[1] Sin embargo, aun asistimos a una crisis
comunicacional que da cuenta de la configuración de una suerte de cultura
mediatista que alimenta los etnocentrismos e individualismos contemporáneos
y, por consiguiente, genera barreras para los procesos de comunicación, o
sea, para la construcción de comunidad. En este sentido, el
sobredimensionamiento de la producción y el consumo mediático digital, que la
virtualidad ha acrecentado en este tiempo, trae consigo la emergencia de una
suerte de cultura de la hipervisibilidad y del hiperconsumismo que abona a la
eliminación de las alteridades y somete al otro a la teleología del provecho
y del cálculo económico.[2] La cultura de la
sobremediatización de la vida cotidiana y el difusionismo de los mensajes
vuelve a reactivar prácticas de anti-comunicación, porque genera barreras que
impiden construir una sociedad sin brechas y constructora de puentes de
comunicación para la inclusión social.
En el campo religioso, la cultura del mediatismo difusionista no es
nuevo y es importante revisarlo para mirar sus implicancias actuales. El
peregrinaje misiológico de las iglesias, y particularmente de los grupos
ligados el protestantismo evangélico, estuvo acompañada de estrategias
comunicacionales en donde el uso y la apropiación de los medios constituyó un
factor central de la incidencia religiosa. En este articulo hacemos
referencia al fenómeno del tele-evangelismo de los 80s en América Latina, que
correspondió a una estrategia comunicacional que incorporó el usó y la
gestión de las tecnologías mediáticas para difundir y legitimar las
creencias, poniendo el acento en el conversionismo individualista y en el
discurso evangélico mesiánico. Su estrategia puso en relevancia el mensaje y
sus efectos, pero no las necesidades, las demandas cotidianas y contextuales
de la gente.[3] A partir de esta revisión histórica, planteamos la necesidad de
repensar las estrategias contemporáneas en relación a
la pastoral de la comunicación no solo desde los espacios y escenarios que
construyen los medios, sino también desde las otras mediaciones sociales y
culturales que nos invitan a considerar la complejidad de la sociedad
latinoamericana, cada vez más diversa y plural. Precisamente, este es el sentido de nuestro artículo. Queremos poner
la atención en el análisis de las lógicas comunicacionales desde las que las
iniciativas misioneras y proyectos de expansión de las iglesias afirmaron sus
prácticas de evangelización e incidencia pública en nuestra región. En
contraste con las propuestas difusionistas y proselitistas de la comunicación
queremos plantear los desafíos que plantea la construcción de una pastoral
desde los nuevos areópagos, los nuevos espacios de construcción de lo
público. Nuestra intención es que el análisis y las reflexiones que aquí
planteamos nos desafíen a repensar los proyectos de comunicación, desde la
perspectiva cristiana, en clave profética y ciudadana, que implica la
construcción de comunidad, la afirmación de las alteridades, la visibilidad
de relatos alternativos a las narrativas fundamentalistas y la animación de
una espiritualidad que genere paz con justicia y no violencia, amor y no
odio: vida plena. 1. La comunicación y el poder en la sociedad mediatizada Desde siempre, la humanidad se ha
valido del lenguaje, los gestos y otros sistemas simbólicos para crear
significados en común. Sin la comunicación no habría vida. La creación fue, y
sigue siendo, un acto de comunicación. La comunicación fue, y sigue siendo,
un acto de creación[4]. La comunicación puede promover la vida
en común, permitiendo a personas de distintos trasfondos culturales y de
diversas maneras de creer comprenderse mutuamente y relacionarse con lo/as
demás. La historia da cuenta que las prácticas de comunicación han
fortalecido la capacidad de nuestras comunidades para responder a amenazas
contra la vida y abogar a favor de las personas invisibilizadas, oprimidas y
excluidas. La construcción comunitaria es esencial en los procesos de
comunicación, porque “se desliga de cualquier intención o procedimiento
instrumentalista para ceder paso a la solidaridad que es lo que garantiza la
participación real y efectiva de lo/as integrantes de una comunidad, que se
organiza y articula alrededor de lo común”[5]. De este modo, cuando nos referimos a
la comunicación, hablamos esencialmente de un modo de estar en comunidad, de
construir comunidad, de ser comunidad. No puede haber comunicación sino en
comunidad. Por ello, comunicarse es también un modo de ser, pues la comunidad
no está petrificada[6]. La comunicación propicia la
interacción social, construyendo así la vida en común. En el proceso de la comunicación los
sujetos interlocutores proyectan sus subjetividades y percepciones del mundo
interactuando desde sus lugares de construcción de sentido. Dicha interacción
puede ser comprendida como el intercambio y la negociación del sentido entre
dos o más participantes situados en contextos sociales[7]. Desde este enfoque, la pregunta por
“el otro” adquiere una especial relevancia, porque nos interpela a pensar en
el reconocimiento a su derecho de existir y la afirmación de su dignidad,
eliminando la estigmatización de aquel que es distinto. Es decir, aquella
pregunta que no apele –como diría Rossana Reguillo– a la historia como
coartada inmovilizadora y sea capaz de incorporar los “datos” del contexto y
los “paisajes” de la realidad de un modo tal que se reconstruyan sentidos de
comunidad y relaciones que deslegitiman la exclusión. En ese sentido, la tarea es cultural
y es política, es decir, es un proyecto intelectual que demanda, como
sostiene [Pierre] Bourdieu, combatir desde las trincheras del pensamiento
“las doxas” o el pensamiento consagrado y nunca reflexivo; verdades
irrefutables y nunca cuestionadas, que, como “fantasmas sociales”, están ahí
sin ser vistas y son el principal obstáculo para el pensamiento libre (y
complejo). En el fondo, la complejidad radica en tratar de comprender el poder
de las representaciones […] exige comprender nuestras propias
representaciones del poder[8]. Desde esta perspectiva, en el proceso
de construcción de significados comunes, las comunidades construyen un
espacio público desde la lógica del reconocimiento de lo diverso y lo plural.
Desde la construcción del espacio público, las comunidades van desarrollando
su propio concepto del bien común, construyendo los cimientos para una vida
compartida, afirmando valores éticos y estéticos, estableciendo normas,
creando sistemas para asegurar la transparencia en gestionar lo público, e
incidiendo a favor de políticas públicas que promueven y defienden los
derechos. Crear significados en común no es
fácil. Requiere un salto de fe. Presupone cierta apertura, cierta
vulnerabilidad, cierta generosidad de espíritu. Es arriesgado porque la
diferencia y la diversidad, cualidades que enriquecen a la vida generando
textura, complejidad y complementariedad, también pueden generar confusión y
conflicto. Diferencias de todo tipo –clase, género, edad,
etnia/cultural/raciales, estatus social, entre otros muchos– pueden causar
desencuentros, tanto a nivel individual como a nivel de la colectividad.
Nunca podemos olvidar que la mentira y la mala fe también forman parte de la
experiencia humana. Desde siempre, las élites de turno han
comprendido que consolidar su poder político, económico y cultural presupone
ejercer cierto control sobre la comunicación. Han luchado para controlar el
acceso y definir los términos de divulgación y distribución de los sistemas
simbólicos construidos por la humanidad. Plataformas mediáticas emergentes
como Facebook y WhatsApp, YouTube y TikTok son apenas algunos de los
escenarios más recientes de esta lucha histórica. Esta lucha se manifiesta en todos los
campos de la cultura humana. Las élites económicas buscan hegemonizar los
sistemas simbólicos y las plataformas mediáticas para maximizar su dominio
sobre mercados comerciales, pero también sobre el imaginario social. Las
instituciones religiosas buscan sacralizarlas, reservando para sí el poder
designar intermediarios autorizados para condicionar y controlar acceso a lo
sagrado. Las élites político-militares se han esforzado por establecer los
términos del discurso público, y definir los límites de la expresión pública,
consolidando, protegiendo y expandiendo siempre su propio poder. Con frecuencia, para consolidar su
control, los que detentan el poder emplean las plataformas mediáticas para
estigmatizar o incluso criminalizar la diferencia. Ejemplos claros vemos en
la representación en medios oficiales de los pueblos indígenas de la región
amazónica que buscan defender sus tierras ancestrales de terratenientes y de
la industria minera, de la comunidad Uigur en Xinjiang, de jóvenes
afroamericanos insistiendo que “Black Lives Matter”, o de jóvenes de
identidad no binaria que luchan por descubrir y celebrar su identidad. De este modo, como sostiene Garcia
Canclini, la organización de la sociedad se construye desde la lógica de una
articulación algorítmica imaginada como neutral, que supone una suerte de
“reformateo” del poder económico-político, redefiniendo el sentido social:
los hábitos, el significado del trabajo, del consumo y de la comunicación,
reconfigurando el sentido de la convivencia y de las interacciones sociales[9]. La digitalización y tecnologización de
la sociedad globalizada construye un espacio desde el que se construye el
poder. Así, los sectores estigmatizados buscan utilizar las plataformas
mediáticas para construir su representación identitaria, buscando expresar su
ser comunidad. En estos casos, el poder acceder a dichos medios,
representarse en términos propios, y expresar sus reivindicaciones es,
literalmente, una cuestión de vida o muerte. Quedarse excluidos de las
plataformas mediáticas –los espacios públicos comunes donde se reconstruyen
las identidades y representaciones públicas– es quedarse silenciados e
invisibilizados. Pero nunca han logrado ejercer un
control completo. A pesar de todos los artificios empleados por los sistemas
de poder, la humanidad –incentivada por el Espíritu del Creador– siempre ha
encontrado cómo resistir a la tiranía, cómo construir un poder alternativo y
de resistencia profética frente al poder opresor, cómo expresar sus sueños
para que se materialicen en manifestaciones concretas de justicia y amor. Los
medios existentes –aunque queden en manos privadas u “oficiales” y
persiguiendo fines lucrativos y sectarios– no dejan de ser espacios públicos
donde las comunidades dan rienda suelta a sus impulsos creativos,
construyendo identidades propias y significados en común en y desde la
diversidad. Sin embargo, es importante reconocer
que las plataformas mediáticas se constituyen en espacios en donde se ha
legitimado la cultura consumista neoliberal que mide el valor del ser humano
en función de su capacidad de consumo y que busca perpetuar las relaciones de
poder construidas desde la lógica de la competencia, y no de la reciprocidad.
La sociedad de consumo cultiva una cultura del deseo que promete a cada
persona la gratificación instantánea, estimulando visiones seductoras que
ofrecen estatus y pertenencia a la colectividad por medio del consumo de
bienes, ideas, y servicios que anulan o resquebrajan los sentidos de
comunidad. Este énfasis en el consumo individual y la gratificación
instantánea ha generado un imaginario social donde tanto los poderosos como
la población en general han sido consumidos por el poder del capital
económico. Esta ideología consumista ha calado
tan profundamente en nuestras comunidades de hoy que muchas personas
–incluyendo a los políticos y otras personas que nos representan en espacios
de gestión y poder– han perdido la capacidad de imaginar otros sistemas
económicos u otras formas más humanizadoras de construcción de la sociedad.
Adicionalmente, hoy se observa un creciente sentido de tribalismo expresado
en desconfianza y miedo hacia “los otros”. La polarización y fragmentación
actual hacen cada día más difícil relacionarse con personas que no pertenecen
a la tribu de uno. El deterioro de los espacios públicos hace más difícil
imaginar el bien común. Lo que observamos es, como sostiene Byung Chul Han,
una creciente comercialización y mercantilización de la cultura, que trae
como consecuencia la destrucción de la comunidad afirmada en la reciprocidad
y la interacción democrática. Lo que se construye es una suerte de “comunidad
mercantil”[10]. 2. Los medios y las narrativas
religiosas desde el campo evangélico El siglo XIX vio el rápido crecimiento del movimiento independentista
en el Nuevo Mundo. Los próceres de los emergentes Estados latinoamericanos
participaban activamente en los debates políticos en Europa y Estados Unidos,
observando el crecimiento del pensamiento económico y político liberal y su
énfasis en la democracia representativa, el Estado de derecho, un Estado
laico y la economía de mercado. Aparte, el positivismo postulado por Auguste
Comte y John Stuart Mill ayudó a fomentar, en los proyectos revolucionarios
latinoamericanos, la convicción de que la promoción de la ciencia, la
educación y la tecnología vislumbraba un futuro lleno de promesas para la
región. En estos mismos años, las grandes corporaciones misioneras
protestantes, especialmente las estadounidenses, empezaron a enviar
misioneros a América Latina. La fe protestante propuesta por dichos grupos
demostraba un acercamiento decididamente liberal a la práctica religiosa. No
es de sorprenderse, entonces, que surgieron intereses en común y –en algunos
casos– alianzas de facto entre una emergente clase política liberal
latinoamericana y las empresas misioneras del Norte. En contraste, en la época colonial, el catolicismo romano se había
posicionado como el defensor de la tradición religiosa conservadora importada
de Europa y de un sistema político-económico imperial que, en el siglo XIX,
estaba en franco deterioro. Al catolicismo, como religión oficial de los
imperios español y portugués, se le había encomendado la tarea de fomentar la
identidad religiosa de las colonias, sustentar el orden político y económico
establecido, y marcar claramente las diferencias entre colonizado y
colonizador. Las dos tradiciones demuestran acercamientos distintos a la
comunicación. La innovación comunicativa por excelencia del catolicismo la
encontramos en las grandes catedrales construidas a partir de los tiempos
medievales. Estos impresionantes edificios fueron diseñados como verdaderos
emporios comunicativos, escuelas simbólicas para comunidades analfabetas: los
vitrales y las estatuas, los cuadros, murales y capillas memento mori fueron tecnologías dedicadas a la catequesis. Así
como también las columnas con sus gárgolas y ángeles, la audacia visual de
sus capiteles, el aroma del incienso, el sonido del canto y de las campanas,
la luz tenue de las velas, el sabor de la hostia. Es de recordar que la misa
se celebraba en latín y que el estudio de los textos sagrados estaba limitado
a cierta élite que dominaba este idioma.
Para la iglesia católica colonial, la comunidad se entendía en función
de la centralidad de una vida sacramental hegemonizada por la institución
religiosa. En contraste, los seguidores de la reforma protestante huían de lo
intangible y elusivo de la comunicación audiovisual y multisensorial. Optaban, más bien, por un culto celebrado
en un espacio austero y centrado, no en el misterio eucarístico, sino en el
sermón, un discurso religioso basado en un texto sagrado. Por eso, el clero
protestante se hallaba en la necesidad de construir estrategias retóricas
lógicas y persuasivas para animar a su feligresía. Con la reforma protestante
se empezó a entender la salvación menos en términos de un proyecto que
abarcaba a toda la comunidad y más en términos individuales. Con su énfasis
en la democratización del acceso a los textos sagrados, rápidamente los
protestantes se dedicaron a la traducción de la Biblia a los idiomas locales
y a la producción de literatura devocional. Hasta la fecha, ambas tradiciones, tanto la católica como la
protestante, viven con la tensión de saber que son proyectos foráneos que, en
su momento, han servido a las agendas de imperios extranjeros. El proceso de mediatización de las prácticas religiosas en el mundo
protestante tiene su antecedente en el modelo del proselitismo mediático,
como parte del proyecto evangelizador de la época. Precursora de la incursión
evangélica radial la constituye la emblemática emisora HCJB (Hoy Cristo
Jesús Bendice), conocida como “La Voz de los Andes”, cuyas primeras
transmisiones se realizaron el 25 de diciembre de 1931, desde la ciudad de
Quito, Ecuador. HCJB pronto amplió su capacidad de transmisión y cobertura,
convirtiéndose en una estación de alcance más allá de las fronteras
ecuatorianas. En la misma línea comunicacional de HCJB, ubicamos a Radio
Trans Mundial (RTM), que en 1964 comenzó sus transmisiones para El Caribe
y América del Sur desde la isla de Bonaire. Las iniciativas misioneras de esta época trajeron consigo no solo el
soporte económico y tecnológico para la construcción de proyectos mediáticos
de evangelización –inicialmente ligados a la gestión y la producción
radiofónica–, sino también un determinado paradigma comunicacional basado
fundamentalmente en la lógica de la transmisión mediática del discurso
evangélico. Desde esta perspectiva, la radio se convirtió en uno de los
medios privilegiados para poner en práctica los proyectos conversionistas y
proselitistas que la acción misionera de esta época trajo consigo. Un optimismo tecnológico llegó a formar parte del ideario religioso
desde el cual se construyeron las empresas misioneras que surgieron en el
siglo XX. Los estadounidenses llegaron a considerar que su rápida
mecanización e industrialización formaba parte integral de su misión sagrada
de salvar a la humanidad. En esta línea, Quentin Schultze, plantea lo
siguiente: Si existían almas inconversas
condenadas al infierno, como asevera la mayoría de los misioneros, urgía
aprovechar todas las tecnologías de comunicación y de transporte lo antes
posible para fines evangelísticos [...]. Los evangélicos interpretan el
significado de la radio y la televisión a partir del optimismo tecnológico
americano[11]. En 1979, Ben Armstrong, director ejecutivo de la National Religious Broadcasters, escribió un libro bajo el título,
“La iglesia eléctrica”. Con marcado triunfalismo, Armstrong
proclamó que: La radio y la televisión habían
derribado las murallas de tradición y restaurado condiciones muy parecidas a
las que existían en la iglesia primitiva.
Pronosticó Armstrong que esta nueva iglesia eléctrica se convertiría en una expresión nueva y
revolucionaria de aquella iglesia testificadora que existía hace veinte
siglos[12]. Uno de los primeros ideólogos y defensores de la religión electrónica
fue Eugene Bertermann de La Hora
Luterana, patrocinado por el
conservador Sínodo de Missouri.
Declaró Bertermann en 1949 que: Aquellos cristianos que mantienen una
visión cristocéntrica de la historia sostienen correctamente que nuestro
Padre Celestial permitió el descubrimiento de la radio y la televisión,
primera y principalmente, para la diseminación de su Evangelio Salvador[13]. Quentin Schultze observaba que “la llamada iglesia electrónica creó
una clase especial de clérigos proféticos que reclamaban un conocimiento
especial y una visión espiritual del poder que las modernas tecnologías de la
comunicación propiciaban”[14]. En el caso de América Latina, la iglesia electrónica llegó a
constituir una especie de iglesia paralela a las congregaciones comunitarias
que, construyendo una suerte de movimiento para eclesiásticos construido
desde los códigos de la cultura de masas[15]. De hecho, durante su apogeo en los años 80, la iglesia electrónica
estadounidense ofreció una seria competencia a las iglesias locales de
América Latina. En 1985, un estudio coordinado por Dennis Smith sobre el
impacto de las transmisiones religiosas estadounidenses en creyentes
protestantes y católicos centroamericanos reveló que el 70% de los
encuestados señalaba que las enseñanzas de Jimmy Swaggart eran más útiles en
su vida diaria que las de los medios de comunicación masivos, y calificaban a
dichos programas como instrumentos de “bendición espiritual” y “consuelo”,
así como de “curación” y “una bendición para la vida familiar”. Sin embargo, resultó curioso observar que el público no confiaba
necesariamente en estos predicadores. Cuando se preguntó a las personas
entrevistadas si Jimmy Swaggart, Luis Palau y el Hermano Pablo merecían su
confianza, sólo el 40% respondió afirmativamente. Evidentemente, la confianza
no fue un requisito previo para ser portador de las referidas bendiciones[16]. El dominio de los evangelistas de los medios de comunicación
estadounidenses duró poco. Una combinación de los problemas personales y
legales que sufrieron Jimmy Swaggart y Jim Bakker en 1987 y 1988, la caída
del Muro de Berlín en 1989, y las innovaciones en la comercialización de
bienes simbólicos desarrolladas por los evangelistas mediáticos brasileños en
los años 90 condujeron al fin del monopolio estadounidense de la religión
electrónica en América Latina.[17] En 1989, Edir Macedo, obispo de la Igreja Universal do Reino de Deus
(IURD) hizo un audaz intento de competir directamente con los medios
comerciales. Pagó 45 millones de dólares por tres canales de televisión en
Brasil, un ejemplo pionero de cómo algunos empresarios de la fe pasaron de la
producción de programas religiosos a entrar en competencia directa con los
medios comerciales, peleando un espacio de la construcción de la cultura de
masas[18]. Sin embargo, es importante mencionar la ligazón clara entre la
propuesta del tele-evangelismo proselitista de los años 80 y el discurso de
los ministerios y redes de comunicación que emergieron en años recientes.
Ambos mantienen el modelo difusionista de la comunicación, a través del cual
se pone énfasis en el mensaje y sus efectos, pero no en las necesidades,
demandas cotidianas y contextuales de la gente. Igualmente, es importante mencionar que esta corriente mediática
evangélica tiene una cercana conexión con los sectores que hoy entran a la
esfera política, construyendo las demandas sociales incluidas en su agenda
religiosa a partir de una cosmovisión teocrática del poder público, desde la
cual “se asume que los gestores de la fe tienen un imperativo moral o un
mandato cultural [mesiánico] para extender su dominio religioso sobre todas
las estructuras de la sociedad”.[19] En el contexto actual, la apropiación mediática por parte de los
actores evangélicos pone énfasis en la apropiación del espacio público. Este
es el caso de los grupos vinculados al conservadurismo evangélico, quienes
–en su afán por obtener una presencia pública significativa, trascender la
marginalidad e incidir en las esferas de poder– han empezado no solo a
interesarse por el debate público en torno a determinados problemas sociales
sino también a re-crear sus estrategias de evangelización y de relacionamiento
con actores de la sociedad política y la sociedad civil. Buscan generar
nuevas maneras de levantar su voz públicamente, así como también incorporar
en sus ritos y celebraciones religiosas el tratamiento de los temas y
problemas que aparecen en la agenda pública.
Aun cuando conservan su estrategia comunicacional proselitista y
conversionista, la mayoría de los grupos conservadores consideran a los
medios ya no solo como instrumentos para la difusión mecánica de sus
creencias, sino como espacios para construir su legitimidad pública, desde
los cuales buscan visibilizar sus prácticas y discursos, interactuar con
otros actores de la sociedad secular, así como incidir en los espacios de
poder.[20] Lo que observamos es un claro desplazamiento de los usos tradicionales
de los medios por parte de los grupos religiosos hacia nuevas formas de
apropiación de los espacios que los medios construyen en la esfera pública.
Por un lado, los fieles han diversificado sus prácticas de consumo religioso
mediático. Por otro lado, los líderes religiosos han construido nuevas formas
de interlocución con otros actores que transitan más allá de los territorios
eclesiásticos tradicionales. Las nuevas estrategias de comunicación
construidas desde los liderazgos religiosos incluyen la apropiación de las
plataformas mediáticas como uno de los ejes centrales de su interlocución con
lo público. Estos cambios y resignificaciones de las prácticas religiosas se
pueden observar no solo a nivel de la reconstrucción de los ritos religiosos,
sino también en cómo se construyen los nuevos sentidos de pertenencia a las
comunidades de fe. Simultáneamente, surgen nuevas formas para legitimar la
representación de la autoridad religiosa en un contexto de intensa pluralización
del mercado de las creencias[21]. Los estudios de Stewart Hoover, Stig Hjarvard y Heidi Campbell[22] avizoran esta convergencia entre el mundo de los medios y el de lo
religioso. Hoover planteaba que tanto la religión como los medios podrían
constituirse en campos desde los cuales los individuos pueden interactuar
construyendo símbolos y prácticas culturales para darle sentido a sus
narrativas y prácticas de espiritualidad en la vida cotidiana. Por su parte, Stig Hjarvard sostuvo que los medios modernos no solo
presentan o informan sobre temas religiosos. También cambian las ideas y la
autoridad de las instituciones religiosas y alteran las formas en que las
personas interactúan entre sí cuando abordan los temas religiosos. Esto
supone la reconfiguración de los sentidos de pertenencia de los fieles a las
instituciones y comunidades religiosas, la cual genera espacios desde los
cuales los fieles o creyentes pueden interactuar o negociar entre múltiples,
complejos y variados significados de espiritualidad[23]. Esta convergencia se puede notar hoy en el modo como las prácticas
religiosas mediatizadas dan cuenta que la cultura de los medios ha sido
incorporada al rito religioso y que la propia ritualidad religiosa emerge y
se legitima en la escena pública, a través de los medios. De este modo, se
puede apreciar cómo las prácticas y discursos religiosos discurren con mayor
fluidez por los espacios mediáticos. Los estudios de Heidi Campbell muestran cómo la religión digital está
propiciando el surgimiento de nuevos líderes religiosos y nuevas comunidades
de fe que se desterritorializan constantemente. Este proceso de perder un
sentido de pertenencia a un territorio específico con sus idiosincrasias
autóctonas incide no solo en la reconfiguración de los roles de los creyentes
sino también de la reconfiguración de las estructuras de autoridad y los
patrones de organización, sobre los cuales tradicionalmente se han afirmado
las iglesias y grupos religiosos. Observa Campbell que las comunidades
religiosas están desarrollando negociaciones estratégicas con las nuevas
formas desterritorializadas que las redes sociales mediáticas están
propiciando, respecto a la apropiación de las creencias[24]. A nivel latinoamericano, las investigaciones sobre la mediatización
religiosa[25] muestran una enorme variedad en el uso y la apropiación de los medios
para legitimar los saberes y prácticas religiosas, como son los programas y
televisivos que continúan produciendo las iglesias, la construcción de nuevas
comunidades religiosas que se construyen en las redes sociales, las
ritualidades cívico-religiosas, los santuarios de devoción masiva, las
industrias de la música religiosa en todas sus variedades, los conciertos
evangelísticos masivos, etc. José Ignacio Sierra, observa para el caso brasileño católico la
amplitud, densidad y movilidad de la industria musical religiosa: El marketing musical religioso, dentro
del cual se incluyen todas las corrientes religiosas, se ha insertado dentro
la estrategia de una “economía del contacto mediático”, por la vía de un
“contrato musical” implícito que, mediante imaginativos recursos
empresariales, pretende abarcar el mayor número de consumidores de ese tipo
de productos simbólico-religiosos. Sigue prevaleciendo el circuito de troca
simbólico-comercial: demanda-oferta-consumo-demanda. Los conceptos
empresariales y administrativos se están consolidando en verdaderas compañías
multinacionales católicas gerenciadas por laicos que, involucrados en el
negocio de la comercialización musical religiosa, difunden productos y
servicios en serie para millones de consumidores católicos en el mundo. A la
par de nuevos ritmos y melodías religiosas van surgiendo nuevos actores
musicales, en nuevos escenarios, con nuevas formas de expresión musical de
petición y alabanza[26]. En esa misma línea, investigando el campo evangélico brasileño, Magali
Cunha observa que se construye una suerte de religiosidad mediática alrededor
de la denominada industria de la música góspel, que no solo amplía el
espectro de consumidores de los bienes religiosos más allá de las iglesias,
sino que genera al mismo tiempo cambios significativos en la propia liturgia
tradicional y los demás rituales practicados por los feligreses. De igual modo, Cunha observa que otro ámbito importante que ha surgido
en la década del 2000 es la creciente presencia de la religión digital. Esto
se ve a través de los numerosos sitios web institucionales y una multitud de
páginas de internet y cuentas de medios sociales, de diferentes grupos. En esta línea, la publicidad institucional
y la creación de un mercado religioso a través de la oferta/venta de
productos están aumentando su presencia e importancia[27]. En esta misma línea, Joaquín Algranti constata que los actores
religiosos contemporáneos construyen una suerte de industrias
comunicacionales de las creencias religiosas, constituyéndose en agentes
económicos de bienes culturales, como editoriales, productoras musicales,
discográficas, santerías, etc. Según Algranti, el merchandising religioso les permite ampliar el universo de los
potenciales consumidores-creyentes de los bienes culturales que producen,
para lo cual desarrollan una estrategia comunicacional que crea mercancías
[...] para cada perfil de creyente[28]. En el caso mexicano, Renée de la Torre observa que “uno de los rasgos
característicos de las nuevas maneras de comunicar y de generar conocimiento
ha sido la prevalencia de la imagen como soporte del lenguaje y que va
restándole importancia al lenguaje oral –propio de la transmisión cultural de
las sociedades tradicionales– y al lenguaje escrito –que permitió el
desarrollo de la modernidad y la creación de comunidades imaginadas como la
nación–”[29]. De la Torre observa que la cultura de la imagen está generando una
nueva lógica de producción religiosa mediática –que ella ha denominado video-gracia– que estaría sustituyendo
los símbolos y contenidos de trascendencia, desregulando las formas institucionales
de gestión religiosa que operaban en los modelos de iglesia convencionales. Estos productos religiosos mediáticos evidencian cómo el fenómeno de
la mediatización religiosa adquiere nuevas modalidades discursivas, construye
nuevos escenarios y visibiliza la variedad de actores y saberes religiosos.
Asimismo, contribuye no solo a la reconfiguración de los roles sino también
de las estructuras de autoridad y los patrones de organización, sobre los
cuales tradicionalmente se han afirmado las instituciones religiosas. Lo descrito anteriormente nos hace pensar que las prácticas religiosas
contemporáneas se construyen hoy en el marco de escenarios sin fronteras
territoriales y marcadas por un proceso de hibridación de las prácticas y
discursos religiosos. La hibridación religiosa supone una constante
interacción de los discursos y actores religiosos con otros bienes
simbólicos, con otras memorias culturales y circuitos comunicacionales, que
se mueven más allá de los espacios tradicionales de lo sagrado y son
permeados actualmente por la incesable mediatización de la cultura. Todo esto hace notar que la religión mediatizada está generando, en
primer lugar, nuevos espacios y sentidos desde los cuales se producen y se
consumen los bienes religiosos. En este proceso, los medios juegan el papel
de mediadores de las creencias y se constituyen en espacios de re-sacralización de culturas
contemporáneas que, en el contexto neoliberal y de la globalización de la
sociedad de consumo, han sido marcados por un proceso de desencanto[30]. En segundo lugar, estos cambios y re-significaciones de las prácticas
religiosas, producto de la mediatización, ocurren no sólo a nivel de la
re-construcción o reposicionamiento de las ritualidades religiosas en lo
público, sino también en cuanto a la manera como se construyen los nuevos
sentidos de pertenencia a las comunidades de fe, los ritos tradicionales y
las formas cómo se legitiman las representaciones de la autoridad religiosa[31]. Otra situación interesante es la que ocurre alrededor de la
organización de iniciativas, eventos o rituales que determinados grupos
religiosos desarrollan en espacios públicos construidos más allá del
territorio eclesiástico o religioso tradicional. De este modo, estos grupos
usan las plataformas mediáticas para mostrar a los fieles su capacidad de
movilizarse y posicionarse como interlocutores válidos y actores sociales que
se mueven alrededor del poder político y mediático. En tercer lugar, el proceso de mediatización de la religión contemporánea
está produciendo, a nivel más general, una suerte de ruptura de los
monopolios religiosos que se traduce no necesariamente en la ausencia de un
único referente en el mercado religioso sino, más bien, en la multiplicación
y diversificación de las instancias [y espacios] de regulación de las
creencias. En este escenario, William Beltrán observa un proceso de
reconfiguración del rol de los “fieles religiosos” y “seguidores de la fe”,
en tanto que en este contexto ellos se convierten ya no sólo en consumidores
distantes de los discursos religiosos institucionalizados, sino también en
co-productores de los bienes religiosos que se originan no sólo desde las
instancias tradicionalmente institucionalizadas, sino también desde otras
fronteras culturales.[32] 3. Pistas para repensar la comunicación cristiana en tiempos de la
sociedad mediatizada Hoy se configura una cultura mediatista, que sobredimensiona el rol de
los medios en la construcción de relaciones e interacciones sociales,
obviando el lugar de los espacios cotidianos de mediación social y generando
barreras para los procesos de construcción de comunidad. En el contexto de la pandemia, ante la pérdida de espacios de
encuentro personal, observamos un sobredimensionamiento de la producción y el
consumo mediático digital, acrecentada por la virtualidad de este tiempo.
Esto trae consigo la emergencia de la cultura de la hipervisibilidad y el
hiperconsumismo que tiende a eliminar las alteridades y hace que determinados productores
de sentido se aprovechen del otro para lucrar con su imagen, aprovechando de
su relativa ausencia para justificar y consolidar su poder[33]. El rápido aumento de lo que Byung Chul Han llama la entropía
informativa, es decir, el caos informativo, nos sumerge a una sociedad post
fáctica, en la que se pierde la distinción entre lo verdadero y lo falso. “La
información circula ahora, sin referencia alguna a la realidad, en un espacio
hiperreal […]. La eficacia sustituye a la verdad”[34]. En esta misma línea, la lógica mediatista puede volver a reavivar la
cultura del espectáculo que hace que la información circule sin referencia
alguna a la realidad y que la cultura de la eficacia sustituya a la verdad.
En el campo religioso, el mediatismo difusionista plantea la posibilidad de
reavivar el tradicional proselitismo religioso que animó el tele-evangelismo
en los 80s en América Latina, y que no solo correspondió a una estrategia del
uso de las tecnologías mediáticas para difundir y legitimar las creencias
evangélicas sino también a una forma de concebir las estrategias de
evangelización, que puso el acento en el conversionismo individualista y en
el discurso evangélico milenario y mesiánico. Su estrategia puso en
relevancia el mensaje y sus efectos, pero no las necesidades, las demandas
cotidianas y contextuales de la gente[35]. Desde este escenario planteamos algunos desafíos pastorales: a) Construir narrativas alternativas
desde la comunicación profética Si bien no es posible dejar de desenvolvernos en el escenario que han
construido los medios, especialmente el de las redes sociales, es sano y
prudente limitar dicho consumo, priorizando el encuentro con el otro y la
convivencia en comunidad. Aquí está uno de los desafíos que enfrentan las instituciones que
impulsan proyectos de comunicación en los escenarios de la sociedad digital y
los territorios de la virtualidad: El contexto mediatista nos invita a
repensar no solo el lugar y el papel de los medios para construir nuestros
vínculos y relaciones como sociedad, sino también en la recuperación de las
mediaciones sociales desde las que se alimentan nuestras creencias, nuestras
percepciones, imaginarios, sueños y utopías. Es importante tomar en cuenta
que las historias, encuentros, interacciones y relatos de comunidad ocurren
no solo en el espacio que construyen los medios sino también más allá de
ellos. En este sentido, debemos recordar que diversos hechos, realidades y
prácticas sociales de la vida cotidiana se construyen en otras esferas que no
necesariamente pasan por la agenda mediática, y que la cultura mediatista
tiende a invisibilizarlo. En general, este contexto que pone mucho énfasis en la tecnologización
de las relaciones sociales nos invita a reflexionar no solo sobre el lugar y
el papel de los medios para construir nuestros vínculos y relaciones como
sociedad, sino también respecto a la recuperación de las mediaciones sociales[36], es decir de los espacios e instancias culturales construidas más
allá de los medios, desde las que se alimentan nuestras creencias, nuestras
percepciones y representaciones públicas. Esta realidad nos plantea el reto de pensar la comunicación desde su
sentido original, el de la construcción de lo común y la afirmación de
sentidos de comunidad. Y esto nos plantea la necesidad de distanciarnos no
solo de las lógicas mediatistas de la comunicación, que tienen que ver, como
hemos mencionado, con el sobredimensionamiento del uso y apropiación de los
medios, sino también de las racionalidades etnocéntricas que nos impiden
pasar de la lógica lineal del emisor–receptor, es decir del modelo que asume
un emisor que impone el mensaje y un receptor manipulable, hacia aquellas
prácticas que se construyen desde el encuentro, desde la reciprocidad, desde
la vulnerabilidad y el empoderamiento del otro. Una narrativa alternativa, pensada desde la comunicación profética,
nos invita a construir un imaginario público que fomente el consuelo, la
ternura, la esperanza, la sencillez, la entrega, la integridad, la
belleza. Necesitamos distanciarnos de
la lógica del marketing religioso. Todos estamos hartos de los traficantes de
esperanza que venden parches espirituales para calmar nuestros clamores
interiores ante lo numinoso. Todos rechazamos a los mercaderes de esperanza
que dispensan drogas sacramentales contra todo temor. En este contexto,
necesitamos construir mensajes que inspiren a construir y vivir una comunidad
profundamente humana, de seres frágiles pero íntegros, dignos, perdonados, y
capaces de perdonar. A partir de nuestra vida en comunidad, que nuestros
mensajes sean capaces de romper con la lógica frenética, manipuladora y
deshumanizante de los medios comerciales[37]. b) Construir poderes alternativos en
la sociedad digital global Las memorias audiovisuales, las redes sociales y autopistas
electrónicas de la información, que han acortado las distancias de la
comunicación y están generando transferencias instantáneas de información de
lo que pasa en el lugar más alejado del mundo, han construido hoy un nuevo
escenario social, desde el cual se toman las grandes decisiones y se
construyen los lazos del poder económico, cultural y político. Frente al hecho de que la globalización está propiciando el
crecimiento del individualismo, la fragmentación social y la concentración
del poder, no podemos quedarnos paralizados. Necesitamos construir poderes
alternativos desde una lógica de la globalización desde abajo[38], es decir, desde el lugar de los excluidos y las excluidas de la
sociedad. Esto significa, posicionarnos en la sociedad civil global
construyendo solidaridades transnacionales desde nuestras luchas locales,
nacionales y regionales. Al mismo tiempo, implica sensibilizar a la
ciudadanía haciendo visible a través de los medios las experiencias
ciudadanas de aquellos que trabajan por construir una cultura de paz y de
reconciliación en contextos de violencia e injusticia sistémica. Pero, la sensibilización de la ciudadanía
sólo será posible haciendo visible no solo el sufrimiento de las víctimas de
la exclusión, sino también los esfuerzos solidarios y las iniciativas de
incidencia pública que surgen desde la propia ciudadanía. c) Visibilizar los rostros y narrativas que se
construyen desde la alteridad Necesitamos
rescatar las historias y narrativas que nos invitan a reconocer las
alteridades y colocarlas en las plataformas que permitan no solo generar
diálogo, sino también procesos pedagógicos que animen a otros a ser parte de
procesos liberadores. Es vital que podamos conocer y reconocer las múltiples
historias de hombres y mujeres que desde sus contextos han resistido y están
resistiendo cotidianamente a las violencias, los autoritarismos y opresiones.
Visibilizar estas historias nos ayudará a hacer propias las alegrías, las
luchas, las dudas y esperanzas de aquellos y aquellas que caminan
diariamente, a veces en nuestra misma vereda, y que requieren gestos
solidarios en medio de sus luchas de liberación. Analizando
el campo religioso, es urgente encontrar huellas de personas de comunidades
de fe –y de comunidades mismas– cuyas historias podrían constituirse en
factor pedagógico para construir narrativas alternativas que contrasten con
aquellas construidas desde los miedos y odios sembrados por los
fundamentalismos. Es urgente
pensar en las voces proféticas que provienen de las comunidades de fe. La
visibilización de estas historias, construidas por y desde estas comunidades,
no solo puede contribuir a renovar las fuentes fundantes que inspiraron a
muchas personas hacer una opción en favor de la justicia y la no violencia en
el pasado, sino también puede despertar las memorias de resistencia cultural
histórica desde nuestras comunidades excluidas.[39] Esta
visibilización y empoderamiento público de los “rostros proféticos” es clave hoy,
un contexto en el que observamos la fuerza política y cultural creciente de
aquellos sectores y actores religiosos fundamentalistas que desde su
integrismo de fe y su agenda religiosa reduccionista buscan construir agendas
públicas e incidir en la construcción las políticas públicas, desde una
perspectiva que contrarresta no solo nuestras culturas democráticas, sino
también los procesos de laicización en el continente. De este
modo, nuestros esfuerzos por visibilizar las voces de los sectores tradicionalmente
excluidos pueden contribuir a la construcción de una esfera pública plural
que devele todas las desigualdades. Esto implica impulsar incidencias
públicas proféticas, que contrasten con la lógica de la legitimación de
agendas religiosas exclusivistas y discriminadoras. Se trata de incidir en
las esferas y las políticas públicas para fortalecer iniciativas plurales de
ciudadanía, visibilizar narrativas que pueden ayúdanos a desarrollar
propuestas de comunicación que construyen y crean comunidad, que ayuden a
construir vínculos comunitarios y que generen las condiciones para que
disfrutemos de la vida plena. Recuperemos otras formas de abordar lo político y hacer política,
construyendo prácticas alternativas a los proselitismos comunicacionales y
populismos políticos, rescatando la dignidad y el coraje de los excluidos y
excluidas de la sociedad, cuyas historias siempre nos interpelan para pensar
un mundo más humano, lleno de esperanza por una vida más digna. d) La pluralidad comunicativa como disciplina
espiritual La sociedad contemporánea hipermediatizada nos plantea el desafío de
cruzar las fronteras comunicacionales para transitar no solo entre los
diversos medios, redes y espacios de comunicación, sino también para
construir significados en común entre la pluralidad de sujetos y
cosmovisiones. El momento nos exige construir nuevos espacios públicos dentro
y fuera de nuestras instituciones, a fin de que podamos dialogar y
escucharnos, dar visibilidad a los rostros que levantan sus voces reclamando
construir nuevas comunidades en las que sean mitigadas o superadas las
múltiples manifestaciones de opresión, violencia e intolerancia. Aquellas
personas que estamos involucradas en la formación de comunicadoras y
comunicadores tenemos el desafío de contribuir a romper con la lógica de una
comunicación proselitista. Tenemos que pensar la comunicación desde la lógica
de hacer más visible y más fuerte las esferas
públicas, para que tengan mayor capacidad de velar por los sectores
vulnerabilizados y para que cuenten con sistemas de derecho capaces de
desenraizar la corrupción sistémica. Una lógica que nos impulse a acompañar a
aquellas personas que, desde los márgenes, y superando las exclusiones del
sistema, construyen sus propias representaciones e interlocuciones en el espacio
público. Hace falta recrear, repensar y afirmar las estrategias de comunicación
desde la interacción con los diversos actores de la sociedad, para construir
puentes de encuentro, tomando en cuenta los nuevos lenguajes y relatos que la
gente usa para construir sus representaciones en el espacio público, así como
expresar y canalizar sus demandas y propuestas. Los comunicadores y comunicadoras somos testigos cada día de los
muchísimos hechos y relatos que, en medio de una cultura de odio y
discriminación exacerbada, afirman apuestas de reconciliación en nuestras
comunidades. Pero, muchas veces las difundimos como si se tratara de una
noticia más, o de hechos exóticos, ajenos a nuestros mundos. Necesitamos
recuperar el entusiasmo por comunicar los hechos de reconciliación, haciendo
de ellas actos pedagógicos de transformación. La paz y la reconciliación sólo
será posible a partir de hacer visible las historias concretas, profundamente
humanas de reconciliación, sin obviar sus contradicciones y dificultades,
incorporándolas en nuestras agendas colectivas. Esto nos ayudará a reconocernos en el
sufrimiento y la esperanza de los excluidos y las excluidas de nuestra
tierra. Es de reconocer que estamos en una lucha espiritual en una región
impregnada de Espíritu. El imaginario neoliberal y consumista se ha
convertido en un ídolo que normaliza individualismos insensatos y violentos,
el endiosamiento de la gratificación instantánea, la negación del otro y la
pérdida de contacto íntimo con la comunidad y con toda la creación. En
semejante contexto, es fácil perder la capacidad de sentir la presencia del
Creador en la otra persona. Hasta nuestras instituciones religiosas, a veces,
han sido atrapadas por la lógica neoliberal, buscando domesticar y
hegemonizar la espiritualidad que subyace en la historia para sus propios
fines mercenarios. Pero el Creador es fiel, y su Espíritu no se ha podido
domesticar del todo. El Espíritu no nos abandona. Ella todavía nos llama a reconstruir
vínculos con aquellas fuerzas espirituales que permitieron a nuestras
ancestras, nuestros ancestros, romper con la lógica del poder opresor y de
dominio. La vivencia de nuestras comunidades aún transita entre el nacimiento
y la muerte, el dolor y el sufrimiento, la enfermedad y la sanación, la
pobreza y la abundancia, la pérdida y la ausencia, el odio y el amor. Para
muchas personas, su experiencia de la espiritualidad no deja de ser palpable,
crudo, hasta salvaje. En este contexto, las comunicadoras y comunicadores vinculadas/os a
las comunidades de fe en América Latina enfrentan el reto de ser agentes
sensibles, pero también eficaces y creativos en un contexto marcado por la
fragmentación social, en donde se construyen significados diversos de
religiosidad y espiritualidad, y se configuran formas variadas de ser
comunidad. Esta realidad nos invita a plantearnos varias preguntas: ¿Qué
espacios construimos para reconocer e interactuar con los imaginarios
emergentes? ¿Cómo nos comprometemos con las causas que buscan afirmar un
imaginario religioso popular que se conecte con las memorias de una
espiritualidad liberadora? ¿Cómo cultivar un imaginario que se distancie de
las prácticas y estructuras jerarquizadas y opresoras del poder eclesial
institucional y, más bien, sea fiel al proyecto liberador de Jesús? ¿Cómo
construir discursos y prácticas de fe que celebren la vida humana en toda su
diversidad, que defiendan y promuevan la integridad de toda la creación, que
acompañen a los excluidos y excluidas, contribuyan a abrazar sin temor la
belleza del misterio, de la trascendencia? ¿Cómo cultivar imaginarios que
exaltan la dignidad, la integridad, la misericordia, la compasión, y que
contrastan y se opongan a todo aquello que atropella a la dignidad humana?
¿Cómo cultivar un imaginario que desafíe el poder de la muerte, que acoja los
signos de vida y construya cimientos de shalom? Bibliografía Algranti,
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Pastoralia”. Centro Evangélico Latinoamericano de Estudios Pastorales
18 (1987): 129-161. Rolando Pérez-Vela, es
Doctor en Sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP),
con maestría en Investigación de la Comunicación con enfoque en Medios y
Religión por la Universidad de Colorado, EE.UU.
Profesor asociado del Departamento de comunicaciones de la PUCP en Lima,
Perú. Miembro del Grupo de Trabajo sobre Religión, neoliberalismo y
poscolonialidad del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Miembro de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC). Contacto: rperez@pucp.edu.pe Dennis A. Smith,
comunicólogo independiente dedicado a la investigación de medios, religión y
cultura, y el surgimiento de nuevos fundamentalismos en la región.
Expresidente de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC).
Fue colaborador en misión de la Iglesia Presbiteriana (EUA) en América Latina
por 43 años. Vive en North Bend, Oregon, Estados Unidos. Contacto: densmithfam@gmail.com Artículo recibido: 20
de marzo de 2022 Artículo aprobado: 25 de abril de 2022 |
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[1] Rolando Pérez, “Repensando la
comunicación en el contexto de la sociedad mediatizada”, en Universidad
cristiana renovada: Educación superior, identidad cristiana e incidencia
pública en América Latina, ed. por H. Fernando Bullón y Ruth Padilla
Debrost (Buenos Aires: Kairos, 2022), 193-202.
[2] Byung-Chul Han, La expulsión de
lo distinto, (Barcelona: Herder, 2017).
[3] Dennis A.
Smith, “Religion and the Electronic Media in Latin America: A Review” (Ponencia
presentada en Conference of the Latin
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[4] Dennis A. Smith, “Dreaming of the Common Good”, Media
Development 68, n.° 1 (2022): 11.
[5] Romeu Aldaya,
“Diálogo y Comunidad: Acercamientos y Retos en Torno a la Comunicación
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[6] Sudan Sel, ed. La
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Latinoamericano de Ciencias Sociales: Buenos Aires, 2009).
[7] Marta Rizo, “La
interacción y la comunicación desde los enfoques de la psicología social y la
sociología fenomenológica. Breve exploración teórica”, Anàlisi 33 (2006): 47.
[8] Rossana Reguillo, “El otro
antropológico. Poder y representación en una contemporaneidad sobresaltada”, Anàlisi
29 (2002): 78.
[9] Néstor García
Canclini, Ciudadanos reemplazados por algoritmos (San José: Universidad
de Costa Rica, 2020).
[10] Byung-Chul Han, No-cosas
(Barcelona: Penguin Randon House, 2021), 31.
[11] Quentin J. Schultze,
“The Mythos of the Electronic Church”, Critical Studies in Mass
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[12] Quentin J. Schultze,
Keeping the Faith: American Evangelicals and the Media in American Evangelicals
and the Mass Media (Grand Rapids: Zondervan, 1990), 32.
[13] Schultze, “The Mythos of the Electronic Church”, 249.
[14] Schultze, “The Mythos
of the Electronic Church”, 253.
[15] Rolando Pérez,
La iglesia y su misión en la opinión pública en Iglesias, medios y
estrategias de evangelización (Buenos Aires: Asociación Mundial para la
Comunicación Cristiana-América Latina, 1997).
[16] Dennis A. Smith
y Adolfo Ruiz, “Impacto de la programación religiosa difundida por los medios
electrónicos en la población cristiana activa de América Central en
Pastoralia”, Centro Evangélico Latinoamericano de Estudios Pastorales 18
(1987): 147-155.
[17] Dennis A.
Smith, “The Gospel According to the United States: Evangelical Broadcasting in
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Quentin J. Schultze (Grand Rapids: Academic Books, 1990), 289-306.
[18] Pérez, La iglesia y su misión,
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[19] John R.
Pottenger, Reaping the Whirlwind: Liberal
Democracy and the Religious Axis (Washington D.C.: Georgetown University
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[20] Rolando Pérez, “Del difusionismo
proselitista a la interlocución pública: Las transiciones comunicacionales del
protestantismo latinoamericano”, en ¿Hacia dónde va el protestantismo en
América Latina?: Una visión multidisciplinaria y prospectiva a los 500 años de
la Reforma, ed. por Fernando Bullón y Nicolás Panotto (Buenos Aires:
Kairos, 2017), 471-490.
[21]
Stig Hjarvard, “The mediatization of
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Ludby Kunt, 123-138 (London: Peter Lang, 2009).
[22]
Heidi Campbell, When
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[23] Hjarvard, “The mediatization of religion”.
[24] Campbell, When Religion Meets New
Media.
[25] Renée de la Torre y
Cristina Gutiérrez Zúñiga, “La lógica del mercado y la lógica de la creencia en
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Nascimento Cunha, A Explosão Gospel. Um olhar das ciências humanas sobre o
cenário evangélico contemporáneo (Rio de Janeiro: Mauad, 2007); Luis
Ignacio Sierra, “Mercadeo celestial:
Marketing musical religioso”, en Industrias culturales, músicas e
identidades. Una mirada a las interdependencias entre medios de comunicación,
sociedad y cultura, ed. por José Miguel Pereira, Mirla Villadiego y Luis
Ignacio Sierra, 185-200 (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2008); Rolando Pérez, “Media and the Re-signification of Social Protest, Change and Power
among Evangelicals: The Peruvian Case” (Tesis de maestría, School of
Journalism and Mass Communication of the University of Colorado, 2009); Joaquín
Algranti, La industria del creer. Sociología de las mercancías religiosas
(Buenos Aires: Biblos, 2013); Renée de la Torre, “Los retos de la videogracia
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35-73 (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2022).
[26] Sierra, “Mercadeo celestial”, 187.
[27] Magali do Nascimento Cunha, “Media,
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en Media and religion: The global view,
editado por Stewart M. Hoover y Nabil Echchaibi, 125-140 (Berlin: Walter de
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[28] Algranti, La industria del creer.
[29] De la Torre, “Los retos de la videogracia para repensar la laicidad en
México”, 45.
[30]
Jesus Martin-Barbero, Communication,
culture and hegemony: From the media to mediations (London: Sage, 1993).
[31] Hjarvard, “The mediatization of religion”; Hoover,
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[32] William Mauricio Beltrán, “La teoría del mercado en el estudio de la
pluralización religiosa”, Revista Colombiana de Sociología 33
(julio-diciembre, 2010): 41-62.
[33] Byung-Chul Han, La expulsión de
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[34] Han, No-cosas, 18.
[35] Dennis A. Smith, “Religion and the Electronic
Media in Latin America: A Review” (Ponencia presentada en Conference of the Latin American Studies Association,
Washington DC, 2001).
[36] Martin-Barbero, Communication.
[37] Dennis A. Smith, “Del
Edén perdido al Edir Macedo: Una crítica a la religión electrónica” (Ponencia
presentada en la Semana de Actualización Teológica, CEBEP, Campinas, 1998).
[38]
Dafne Sabanes Plou, Global Communication. Is
There a Place for Human Dignity? (Geneva: WCC Publications, 1996).
[39] Renée de la Torre, “Una agenda
epistemológica para replantear las maneras de entender la secularización en
América Latina”, en Religión,
cultura y política en las sociedades del siglo XXI, ed. por Verónica Giménez Béliveau y Emerson Giumbelli (Buenos
Aires: Editorial
Biblos-ACSRM, 2013), 109-136.