Contenido

1. Las inseminaciones divinas y el papel de las mujeres en la religión

1.1 La misión trascendental masculina

1.2 El cuerpo femenino transitorio

2. La virginidad y el control de la sexualidad y la movilidad de las mujeres

3. La virginidad y el acceso al sistema de parentesco

4. La sospecha y las mujeres del fundamentalismo norteamericano

5. Los fundamentalismos religiosos y la lucha de las mujeres

Bibliografía

Audios

El fundamentalismo religioso

¿Y por qué la madre del niño divino tiene que ser virgen?

Gabriela Miranda

Resumen: Se hace un acercamiento a la relación de control que existe entre la religión y la vida de las mujeres, en este caso, a partir de una contextualización del movimiento fundamentalista religioso y los movimientos sufragistas de las mujeres. Se analiza cómo la teología ha articulado y justificado diferencias biológicas y sociales entre hombres y mujeres, y como en realidad estas diferencias ocultan relaciones de desigualdad. Así, la virginidad de María se convierte en un valor religioso que mantiene el control sobre el cuerpo de las mujeres porque justifica su ocultamiento, encierro, castidad siempre en beneficio de algunos hombres. Este texto pretende ser un verificador para entender cómo un argumento teológico se constituye en un argumento social y político.

Abstract: This is an approach to the relationship of control that exists between religion and women’s lives, in this case, from a contextualization of the religious fundamentalist movement and the suffragist movements of women. It is analyzed how the theology has articulated and justified biological and social differences between men and women, and how in fact these differences conceal relations of inequality. Thus, Mary’s virginity becomes a religious value that maintains control over women’s bodies because it justifies their hiding, confinement, chastity, always for the benefit of some men. This text aims to be a verifier to understand how a theological argument is constituted in a social and political argument.

Palabras clave: desigualdad, Virgen María, hermenéutica feminista, relaciones de poder, virginidad.

Keywords: inequality, Virgin Mary, feminist hermeneutics, power relations, virginity.

“Las mujeres eran los objetos que los hombres honorables guardaban con más celo en sus respectivos hogares. Como la maternidad era innegable mientras la paternidad no lo era, los varones se esforzaban por vigilar estrechamente la sexualidad de las hembras. El aislamiento y el valor simbólico asignado a la virginidad prenupcial ayudaban a lograrlo”.

Ramón A. Gutiérrez

Voy a tomar una definición sobre fundamentalismo que las mujeres africanas, desde su experiencia como afectadas por estos movimientos religiosos, han elaborado: “es una ideología conservadora moralista basada en una interpretación particular de las Escrituras (textos considerados “sagrados” para el mundo religioso cristiano), que se promueve a sí misma y se instala como hegemónica, y encuentra en ella su justificación.”1

El movimiento religioso fundamentalista tuvo como propósito salvaguardarse de la alta crítica bíblica que imperaba en Europa porque sentía amenazada su fe. Diferentes iglesias elaboraron breves y condensados cánones de creencias que fundamentaban sus credos, más o menos con los mismos elementos. Entre ellos está la concepción virginal de Jesucristo.

La virginidad es una construcción cultural, es decir que organiza valores simbólicos que son elaborados a partir de una realidad material que los sustenta y a la vez estos le dan legitimidad a esta realidad. La virginidad, organiza a través de los símbolos valores patriarcales como el pudor, el recato, la sumisión, la abstinencia, la maternidad, la heterosexualidad, etc. La virginidad es así, uno de los mitos fundantes de la sexualidad, la maternidad y el rol de las mujeres. Y la virginidad es uno de los pilares del fundamentalismo religioso cristiano de finales del siglo XIX y principios del XX y que aún prevalece. En este texto trataremos de dar algunas luces sobre la relación que existe entre el control de la sexualidad femenina y el hecho de hacer de la virginidad -como ideal religioso y moral- uno de los fundamentos del cristianismo.

¿Por qué habría de ser la virginidad de María uno de los fundamentos del Fundamentalismo religioso cristiano ya en el siglo XX? ¿Por qué la defensa de la fe se molestaría en recalcar un argumento que recae directamente sobre los cuerpos, sobre todo los cuerpos de las mujeres? ¿Habría una intención política y social además de la intención de conservar los principios cristianos? ¿Constata el nacimiento virginal del niño divino la santidad de Dios o defiende más bien, el sexismo práctico de una sociedad jerarquizada? ¿Será que reiterar el relato virginal estaba destinado a fortalecer la fe o más bien a reiterar el control de la movilidad y la sexualidad de las mujeres?

A raíz de estas preguntas entiendo que este texto tiene más un acercamiento sociológico a la religión cristiana y sus efectos en la vida, sobre todo de las mujeres, que una reflexión teológica. En buena parte porque trato de dar una mirada crítica al movimiento religioso fundamentalista norteamericano de finales del siglo XIX y principios de siglo XX, y éste, más que solo un movimiento teológico, es un movimiento social y cultural. Para ello trataremos de ubicar algunas nociones previas que nos permitan seguir un camino complejo de aprendizajes que ha servido para instalar creencias de desigualdad entre los géneros.

1. Las inseminaciones divinas y el papel de las mujeres en la religión

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios”. Lc 1:35

Sabemos que el relato bíblico no es el único que habla de un dios que preña a una doncella sin tocarla. Son muchos los mitos cuyo inicio es la fecundación divina del dios macho a una virgen mortal, para la “procreación” de un vástago divino o un semidios, casi siempre hombre, que se vuelve contra el padre o que fue el fundador de una civilización. La concepción es milagrosa y por lo tanto sagrada y legitimadora del poder y divinidad del hijo. Deja entrever una división, no solo entre los roles sagrados y terrenales, sino entre los roles masculinos y femeninos. Los dioses, como dioses que son, se acercan a las mujeres para preñarlas de distintas maneras: como epifanías cósmicas o epifanías zoomorfas que suplantan la penetración sexual. Mientras, las mujeres son presentadas como hermosas y básicamente ajenas a la inseminación divina, lo divino de ellas parece ser el cuerpo virgen.

De manera breve intentaremos explicar los roles que esta inseminación divina advierte. Para ello vamos a usar las reflexiones de Judith Butler2, que derivan de lo planteado por Simone de Beauvoir. La segunda, afirma que el “Yo” masculino está planteado como un ser no corpóreo. La masculinidad está anclada en su descorporización: los hombres son no corpóreos sino trascendentes. Mientras que las mujeres “han monopolizado en exclusiva la esfera corpórea de la vida”, ellas, el Otro, son cuerpos. Los hombres en cambio se validan como distintos a su corporalidad, la superan, son trascendentes. En las mujeres, sus cuerpos están ocupados, son identidades esenciales y esclavizadoras. A esto Butler añade que esta relación cartesiana, esta negación del cuerpo es la encarnación de la negación. Yo agregaría que esta distinción que clasifica a hombres y mujeres, es simbólica, impuesta y arbitraria.

Ahora, partiendo de esta lógica de la construcción de la masculinidad y la feminidad, podemos decir que estas diferencias corporales, justifican y a la vez sostienen, el papel de los dioses machos y de las hembras mujeres como una división sexual de la función religiosa de unos y otras.

1.1 La misión trascendental masculina3

El patriarcado cuyo centro es la masculinidad, “propone dioses masculinos, introduce jerarquías divinas, sociales y políticas, que regulan las relaciones, y, sobre todo, se traduce en dominación de los hombres sobre las mujeres”.4

Los atributos masculinos exigen a los hombres ser los más fuertes, potentes, valientes, mejor dotados, estos atributos son una abstracción del cuerpo; la idea del falo, por ejemplo, está desprovista de la materialidad del pene, es como si el falo fuera una superación del pene. El aprendizaje de la masculinidad establece jerarquías y distinciones; el pene, en su sentido fálico, sirve para distinguirse no sólo de las mujeres -que no lo tienen- sino entre los propios hombres – a partir de su tamaño.

Los dioses, como los hombres, tienen una misión que va más allá de su humanidad, que sobrepasa el tiempo y aún el espacio: la misión de conquistar el mundo, de llenar la tierra y sojuzgarla, de armar una revolución, de surcar el espacio, de superar a la muerte, de saltar del puente más alto, de dejar huella, aunque sea con el apellido, todo en sus alcances más o menos posibles. La trascendencia, y su demostración, es uno de los aprendizajes propios de la socialización porque la masculinidad se demuestra, de lo contrario es dudosa. Como se entiende que la masculinidad es una constante en el tiempo, no modificable ni intercambiable, muy semejante a lo divino, entonces no es dependiente de éste. Tampoco depende de las circunstancias, la misión masculina implica transformarlas a cualquier costo, ni depende de las emociones, ni de la naturaleza, ni de los límites materiales, “con esa tremenda responsabilidad, con esa gran misión de llevar la hombría adelante, pase lo que pasara (…) porque le dijeron que la diferencia con la mujer (…) era su garantía para ir por el mundo ostentando su pinga viril (…) él creía que ese gusanito significaba poder y venía garantizado para la posteridad, era eterno como dios.”5 Así pues la masculinidad está cimentada en el cumplimiento del propósito para el que los hombres creen que fueron creados: trascender, demostrar que el cuerpo y toda su materialidad doméstica es prescindible e innecesaria.

Esta idea masculina de la trascendencia es la apropiación de la divinidad -“cuando Dios se revela, trasciende todo”6-, que se percibe como exenta de la corrupción del cuerpo, para la lógica instrumental esta misión trascendental es política, una negación de la heterodesignación a las mujeres, de lo doméstico. La paternidad, de hecho, no es un ejercicio doméstico, como si lo es la maternidad, sino político, nuevamente, trascendente. En la paternidad, los hijos no se crían, son la trascendencia del hombre. La inseminación divina, exenta del cuerpo masculino, de la pasión, de la ternura, es un claro ejemplo de cómo aprendemos, interpretamos y actualizamos la misión trascendental masculina.

1.2 El cuerpo femenino transitorio

Así, por derivación, se construye el papel religioso de las mujeres, entendiéndolas, como ya vimos, presas de su corporalidad finita y limitada. Tanto la maternidad como la virginidad están ligadas al cuerpo de las mujeres, son materializables en el cuerpo y por lo tanto, están ligadas a cualidades temporales y fortuitas: “el Creador es percibido como un padre todopoderoso: no hay una diosa madre. Solamente la paternidad es divina, soberana, y la maternidad, de alguna manera, anexa”.7 Pero esta maternidad tiene una condición: la virginidad.

Así es como el papel de las mujeres en la religión y en la historia de la salvación, esta subsumido a la trascendencia masculina del dios inseminador y de su hijo, y por lo tanto, las mujeres ocupan un papel secundario. El resabio permitido de las Diosas Madres, que en distintas partes de los diferentes asentamientos humanos simbolizaron el origen del mundo y de la vida, será la Virgen María, un modo de femineidad coincidente con las necesidades y afirmaciones de la masculinidad y un complemento asimétrico. Así, la virginidad se convirtió “no solo en un elemento indispensable para la celebración de lo femenino, sino en la castración definitiva de la primitiva diosa voluptuosa en la dama etérea que más tarde sería la única concepción de la mujer”.8 Esta suplantación es parte de la historia de la dominación de las mujeres, implica, entre otras cosas y para lo que nos corresponde, su eliminación paulatina del panteón divino y su condicionamiento corporal, entendido como vulnerable y tutelado.

La Virgen María, como una idea, desplaza a las diosas madres y crea valores femeninos patriarcales como la espera, la heterosexualidad, el matrimonio, el pudor-honor, que mantienen los cuerpos tutelados. Esta paternidad divina y trascendente requiere de una virgen garante.

En conclusión, el aprendizaje de la visita a la Virgen María por la epifanía del Espíritu Santo para concebir al hijo de Dios, coloca dos figuras sagradas en distintos niveles, ambas figuras son emulables, ejemplos distintos del papel de los géneros dentro de la religión cristiana. Ambos en correlación jerárquica, sostienen la tutela de las mujeres, la obediencia, el autocontrol, la vergüenza, un modo muy efectivo de control simbólico cuya imposición no requiere de fuerza. Y ambos perpetúan el rol masculino, superior, infranqueable, amparado por una divinidad también masculina que se apropia para sí el derecho sobre los cuerpos de las mujeres en nombre de su misión divina y trascendente. La inseminación divina sobre el cuerpo de las mujeres marcará los roles religiosos diferenciados y jerarquizados: el papel superior, divino y trascendente de unos, contra el subordinado, terrenal y efímero de otras.

2. La virginidad y el control de la sexualidad y la movilidad de las mujeres

Hay asimismo diferencia entre la casada y la doncella.

La doncella tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu; pero la casada tiene cuidado de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido. 1a Cor 7:34

El himen se funda como un sello de garantía para los maridos. La palabra himen que de entrada significa membrana, en sus distintas raíces etimológicas, está relacionada a términos como boda o los verbos coser y ligar. La materialidad de la pérdida de la virginidad (la ruptura del himen) hace que esta parezca irrecuperable, irreparable, solo una vez se pierde, se pierde y no hay marcha atrás. Por eso requiere de una vigilancia permanente o en dado caso de un embuste, para hacer creer al marido o a la familia, que aún se es virgen, engañan sobre su pureza para poder acceder al matrimonio y mienten al garantizar la legitimidad de los hijos.

Aún cuando la virginidad haya perdido vigencia, hay cuatro formas de control y vigilancia que se siguen vinculando a ésta:

2.1 La virginidad crea lo femenino como subyugado y tutelado. Las vírgenes no nacen, se hacen, porque la virginidad no es biológica es una construcción socio-histórica, cuya función principal es la decisión sobre la sexualidad de las mujeres:

A través de la historia, a la mujer se le disputó incluso el privilegio de decidir a quien llevaba a la cama por primera vez. Desde el derecho de pernada —esa oprobiosa noción medieval donde el señor feudal podía desvirgar a la esposa de su vasallo— hasta la imposición del matrimonio, la mujer se convirtió en víctima de su primera vez.9

La virginidad fundamenta “la necesidad” de vigilarlas, guardarlas, castigarlas, encerrarlas, asustarlas, etc., a modo de que no rompan con la orden patriarcal, es un control casi voluntario, que además y sobre todo oculta la intensión sexista y patriarcal, bajo el convencimiento de la voluntad de Dios, de hacer de la virginidad una virtud sagrada.

2.2 La virginidad: es una distinción entre mujeres. La cons-trucción de la sexualidad de las mujeres tiene una forma de control tan sutil como efectiva: la desigualdad entre las propias mujeres, entre aquellas que son buenas y las que no; entre quienes mantienen los valores patriarcales y las que desobedecen. Esta distinción entre mujeres a partir de la sexualidad, crea una desigualdad pero también un control entre nosotras mismas. Esta desigualdad tiene graves consecuencias, porque el comportamiento sexual se vuelve un argumento a favor de la violencia contra las mujeres: las agresiones sexuales, conyugales y hasta laborales, son justificadas por el comportamiento de “ciertas mujeres”, que son aquellas que no están dispuestas a someterse, algo que las culpabiliza o responsabiliza de las agresiones sufridas. Esto quiere decir por ejemplo, que las mujeres decentes, a diferencia de otras, deberán estar en determinados lugares, con determinadas compañías y a determinadas horas, a modo de no ser confundidas y poner en riesgo su prestigio y el de su familia. La virginidad les garantiza a los hombres el honor y a las mujeres ser las elegidas de entre muchas, de las otras. Si las mujeres son “el otro” de los hombres, las mujeres no decentes son “las otras” de las mujeres.

Basta ver lo que dijo el evangelista Armando Alducín en una conferencia dedicada a la sexualidad de las mujeres solteras:

Cuando un hombre busca a una [mujer] que valga la pena no busca a la fácil, la fácil la busca para irse al cine, para irse a la playa, para irse al reventón (…) pero cuando una muchacha dice no y no y no, los muchachos dicen ‘esa vale la pena’. Los hombres somos cazadores y a los hombres no les gustan las presas fáciles.10

Además este aprendizaje patriarcal y de género de que existen mujeres que son buenas y otras que no, será una de las principales creencias por la que las mujeres sospechan de mantener relaciones de confianza entre sí.

2.3 La virgen madre emula dos de los principales controles y exigencias en la sexualidad de las mujeres: la maternidad y la abstinencia hasta el matrimonio, dos de los cautiverios de las mujeres según Lagarde: las santas y las madres esposas. El comportamiento de unas y otros varía respecto a su relación con los hombres, ambos, por distintas razones y a la vez por las mismas exigen el recato. Lo que si no es posible y por lo tanto el modelo de la virgen madre es inalcanzable -como lo es todo modelo- es ser virgen y madre a la vez.

2.4 La virginidad como una sexualidad a favor de los hombres. Tal como afirma Erykah Badu, “la gente está incómoda con la sexualidad que no es para consumo masculino”. La sexualidad al servicio de los hombres y de la masculinidad hegemónica, está bifurcada en la materno-reproductiva y la del placer sexual: que además articula la reproducción con la sexualidad. Los cuerpos sexualmente activos deben serlo en beneficio de los hombres, la virginidad se pierde en relaciones heterosexuales, únicamente. La sexualidad de las mujeres en favor de los hombres se debe a un consentimiento obligado, domesticado y aprendido durante años, a través del sometimiento a las creencias o al ejercicio directo del castigo legal o no.

Estos controles sobre la vida sexual de las mujeres, son parte de lo que Kate Millet llama la política sexual, que “es una ideología, un modo de vida que repercute sobre todas las facetas sicológicas y emocionales de la existencia, crea una estructura psíquica profundamente arraigada en nuestro pasado y no se consigue eliminar por completo”11, la virginidad aún hace parte de nuestra vida cotidiana, prueba de ello es que no ha desaparecido de nuestro vocabulario, o que existen cirugías reconstructivas del himen o las discretas ventas de simuladores con membranas y sangre artificiales para usarlos en la noche de bodas o aún es parte de las instrucciones escolares y/o religiosas para las niñas, todo esto mantiene el aprendizaje de su importancia, aún por supuesto actualmente en muchas personas ha perdido vigencia.

En este sentido son interesantes las distintas versiones pictóricas de la Anunciación, que son la representación de la visita del ángel a María para anunciarle que llevará en su vientre al Hijo de Dios. En estas pinturas puede verse como María siempre es representada en lugares cerrados, a veces rodeada por un jardín cercado, nunca está de frente al ángel, sino de espaldas o de costado o hay un pilar que les separa, es decir que se intenta hacer ver que la mujer elegida está guardada y que de ningún modo ha tenido contacto directo -corporal- con el mensajero. El himen está intacto, no hay duda de quién es el padre, la inculcación de la virginidad como valor social ha cumplido con su propósito.

3. La virginidad y el acceso al sistema de parentesco

Tomará por esposa a una mujer virgen. Lv 21:13 

La Biblia es un texto que registra de modo constante y permanente los parentescos y linajes familiares, cuya constatación legitima la pertenencia al pueblo de Dios. El linaje es una forma de registro de las relaciones de parentesco para reconocer los antepasados comunes y que persiste en el tiempo. Esta forma de relaciona-miento no equivale necesariamente al concepto de familia.

Las familias, los linajes y los paren-tescos son jerárquicos, distribuyen roles, rangos y cuotas de poder según el género, la edad y la posición en el entramado. Para muchos autores/as, las relaciones de paren-tesco contribuyen a mantener el control sobre las mujeres y los niños/as y otros hombres. En los sistemas de parentesco las mujeres deben garantizar tres formas reproductivas, la procreación, el trabajo heterodesignado y la trasmisión de los valores sociales. Y en ocasiones aportan con recursos económicos para el patrimonio familiar.

Las mujeres hacen parte no central de los parentescos, por ejemplo la genealogía del evangelio de Mateo, es la genealogía de José, el padre putativo de Jesús, no de María, a pesar del papel fundamental que esta juega en la historia de la salvación. La parentela mediterránea a la que María y José pertenecían, tenía el propósito de organizar el mundo separado entre hombre y mujeres y pretendía con esto, que no se solaparan mutuamente sino que más bien, garantizaran las costumbres y valores de la época, los matrimonios “eran arreglos políticos, económicos, religiosos y de parentesco”.12 Sólo un hijo hacía que las mujeres dejaran de ser tenidas como extranjeras dentro de la familia del marido, así que su posición en el sistema de parentesco es secundaria y depende de su maternidad.

En un amplio espectro, los hijos le pertenecen al padre, “Sólo los padres generan descendientes” dice Bruce Malina13, la perdida de las mujeres de la propiedad de los hijos, es lo que se ha llamado “la derrota histórica de las mujeres”. Así nos damos cuenta que a pesar de los distintos usos y costumbres y de las distintas épocas, las mujeres no tienen una posición de toma de decisiones.

Pero hablemos de la virginidad en las estructuras de parentesco. El parentesco tiene como uno de sus objetivos mantener la propiedad familiar a través de la herencia, por ello es necesario garantizar que el hijo sea legítimo del padre, para ello la mujer que “entre” en la familia debe ser virgen y luego mantener las relaciones monógamas. Y aunque cada vez más este no es un requisito, siempre es un ideal al interior de las familias y de las relaciones interfamiliares: entregar y recibir mercancía sana. Probablemente las actuales prácticas sexuales modifiquen las relaciones sexo-afectivas pero no así el sistema de parentesco.

Será la emulación del sistema de parentesco la que acompañe a las monjas como madres, hijas de Dios y hermanas, a cambio de esta pertenencia ellas deben obediencia, servicio y consagración: ser vírgenes perpetuas o mujeres consagradas, será este atributo lo que las haga parte del sistema parental religioso. La virginidad no está relacionada solamente con la sexualidad sino con la paternidad, es un control para garantizar la adecuada procreación y mantener los intereses masculinos incluyendo a sus hijos. La virginidad era y es una condición sin la cual las mujeres no podían tener un matrimonio honorable, sin virginidad la mujer avergonzaba a toda la familia paterna y a la familia del marido. No garantizar que los hijos sean del marido significa una amenaza tanto de la masculinidad como de la continuidad del parentesco.

Todos los controles sobre la maternidad de las mujeres (la virginidad, la fidelidad conyugal, la prohibición de la interrupción del embarazo, la idea del instinto materno), son una garantía para mantener una división sexual del trabajo entre mujeres y hombres basada en el aprendizaje de la diferencia binaria corporal. Esta división sexual del trabajo va a garantizar que la mayor parte del trabajo hecho por las mujeres, que está ligado a la subsistencia cotidiana, sea gratuito, es decir no tendrá una relación salarial y por lo tanto no restará a la acumulación capitalista. Mantener la disciplina a partir del ideal de virginidad-maternidad y mantenerlos como valores, es un principio que garantiza el control de las mujeres no sólo dentro del patriarcado, sino también dentro del capitalismo.

La posición de María dentro de la historia de la salvación está enmarcada en su relación parental como madre del Hijo de Dios, eso significará una determinante y una relación de permanente subordinación. Para las mujeres, estar fuera del sistema de parentesco podía ser mortal, aún ahora, la falta de derechos y acceso para la mayoría de ellas, hace que “pertenecer” a una familia sea la única posibilidad de sobrevivencia, no les queda otro camino que hacer uso del único recurso: su cuerpo reproductivo.

4. La sospecha y las mujeres del fundamentalismo norteamericano

Por tanto, así dijo Jehová: Preguntad ahora a las naciones, quién ha oído cosa semejante. Gran fealdad ha hecho la virgen de Israel. Jer 18: 13

Hemos hablado de cómo se construyó la virginidad a lo largo de la historia como un valor en función de intereses patriarcales y hasta económicos, valiéndose de diferentes instituciones como la familia y la iglesia. Ahora vamos a revisar en concreto el uso de este valor en el contexto histórico en el que fue retomado.

¿Qué ocurría con las mujeres en la sociedad norteamericana de finales del siglo XIX y principios del XX, la misma época de los movimientos fundamentalistas? Ya para entonces y desde mucho antes, las mujeres laboraban fuera de sus casas, como empleadas domésticas y para esta época industrial, como obreras.

La Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861-1865), buscaba, entre otras cosas, incorporar trabajadores blancos y negros y mujeres a las fábricas que a la vez obtuvieran un salario para poder comprar lo fabricado. Como corolario de esta historia, las mujeres estaban organizadas exigiendo el voto: es el tiempo de las sufragistas. Durante el período de la guerra civil, muchas mujeres estaban organizadas como abolicionistas y exigían el voto, esto significa que apoyaban el voto para las personas negras y para ellas. Sin embargo, cuando la Constitución aprobó la XIV enmienda, que otorgaba el voto a los hombres negros liberados, no dio el mismo derecho a las mujeres. Pero además restringía la ciudadanía al sexo masculino.

Ellas mantuvieron esta pelea hasta 1920 cuando lograron que se aprobara la Decimonovena enmienda que les daba el derecho al voto, pero durante todo este tiempo las mujeres fueron perseguidas, encarceladas, separadas de sus hijos/as, humilladas y desprestigiadas. Caricaturas y comentarios públicos de la época las hacen ver como violentas, como solteronas fieras o esposas abusivas con sus maridos, desentendidas de sus familias y a los hombres como víctimas domésticas de sus exigencias por obtener el derecho al sufragio. En otras de estas imágenes las mujeres aparecen humilladas por hombres, con un candado que les atraviesa la boca, atadas y hasta con instrumentos de tortura.

A diferencia de los movimientos sufragistas en Europa que se reunían en tertulias de té, las mujeres norteamericanas estaban habituadas a las asambleas públicas y a las reglas parlamentarias, gestos usados al interior de las Iglesias.14 De hecho la primera reunión sobre los derechos de las mujeres, conocida como Seneca Falls, se llevó a cabo en una iglesia metodista. Eran pues reuniones públicas y concurridas y muchas de ellas callejeras.

Pero las mujeres molestaban; molestaban sus demandas políticas, el interés por sus derechos, su lucha en las calles, el apoyo entre ellas, su ruptura con el orden patriarcal. La opinión pública tenía un mensaje: las mujeres deben volver a sus hogares y los maridos deben controlarlas, el orden debe restablecerse. La autonomía de las mujeres se convirtió en una amenaza. El fundamento religioso de la virginidad de María apostaba a este restablecimiento y no sólo a mantener una fe. Recordaba a las mujeres (y a los hombres) cuál era su papel en la sociedad: la casa, el matrimonio, los hijos, esto como un mandato divino, sagrado, como un fundamento de la fe y como práctica religiosa.

5. Los fundamentalismos religiosos y la lucha de las mujeres

Mas si resultare ser verdad que no se halló virginidad en la joven, entonces la sacarán a la puerta de la casa de su padre, y la apedrearán los hombres de su ciudad, y morirá, por cuanto hizo vileza en Israel fornicando en casa de su padre; así quitarás el mal de en medio de ti. 

Dt 22: 20-21.

La virginidad ha pasado de moda (de hecho las personas que no pertenecen a ninguna religión en el mundo son casi tantas como las personas de la religión mayoritaria), ha dejado de ser un valor para muchas personas, aún cuando sigue siendo un modelo y por lo tanto una convención social. Desde que se difundieron los anticonceptivos que llevó a la famosa revolución sexual, las mujeres ya no limitan su sexualidad por la posibilidad del embarazo. Sin embargo para muchas iglesias cristianas, como ya vimos antes, las mujeres (un mensaje no siempre dirigido en igual medida para los hombres), aún deben guardarse hasta el matrimonio. El sexo fuera del matrimonio es tenido como un pecado, como una falta gravísima.

En estos momentos en donde muchas mujeres en América Latina están exigiendo el derecho a la interrupción del embarazo, las distintas iglesias y religiones arremeten con fuerza. La población en general hace violentos señalamientos a las mujeres, tanto a las que deciden interrumpir su embarazo como a aquellas que defienden el derecho al aborto. Muchas de estas frases tienen un fundamento moral cristiano. En la página virtual “Soldados de Jesucristo” publicaron un catálogo de 68 frases religiosas en contra del aborto.

Pero muchas otras opiniones que circulan en las redes son verdaderamente horrorizantes: “a esas que están contra el aborto deberían cosérselas”, “si no quieren tener hijos cierren las piernas”, “el aborto no te desembaraza, te convierte en la madre de un niño muerto”, “sólo las que son peores a las perras no quieren a sus hijos” y otras. Más allá de lo que creamos al respecto de esto, las iglesias vuelven al mismo recurso: para no quedar embarazadas (y tener que abortar) o contagiadas de VIH, no se debe tener sexo fuera del matrimonio. El miedo, el castigo y la culpa son utilizados como recursos de autocontrol.

Mucho del fundamentalismo religioso ha influido en políticas estatales y decisiones internacionales, argumentando la moral cristiana como deberes patrios, familiares y hasta económicos, desde los argumentos mesiánicos de George W. Bush para justificar la invasión a Medio Oriente, hasta las palabras religiosas con tintes militares de Ríos Montt para cubrir el genocidio en Guatemala. Es interesante como en los discursos de los fundamentalismos religiosos se entrecruzan valores que ratifican el nacionalismo y las buenas costumbres. Argumentos piadosos, descontextualizados, confusos, dichos por voceros autorizados. Lo que los fundamentalismos sostienen: legitiman un orden social, amparados en las creencias.

Se advierte una nueva arremetida fundamentalista, que cumple con una intensión primaria: la universalización (por no decir hegemonía) de sus valores. Probablemente el principal elemento de esta forma religiosa sea la intolerancia y hasta el desprecio de quienes difieren de sus posturas y su militancia. Actualmente cuando se habla de fundamentalismo se refiere con esto a la rigidez de sus posturas que pueden llegar a ser la base de confrontaciones no sólo específicamente religiosas sino sociales, sexuales o culturales, pero que muchas veces ocultan intensiones económicas y políticas. No parece ser una corriente religiosa nada más, se actualiza, se reinventa, se mantiene más allá de las creencias.

El control y disciplina de los cuerpos será siempre un recurso primordial en cualquier forma de hegemonía, es por ello que la sexualidad es un lugar de disputa para corrientes como el fundamentalismo. La retórica patriarcal creada alrededor de la virginidad fue retomada por los grupos fundamentalistas para mantener en orden a las mujeres en el siglo XX. Es probable que ésta sea retomada en cada nueva lucha que las mujeres emprendan, probablemente esta ideología de la virginidad-maternidad no las detenga, pero sí creará más hostilidad, tristemente amparada por un discurso religioso, a su alrededor.

Bibliografía

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Butler, Judith. “Variaciones sobre sexo y género: Beauvoir, Witting y Foucault, en: Marta Lamas (comp.) La construcción cultural de la diferencia sexual (3a imp.), México DF: PUEG, Porrúa, 2003,303-326.

Horn, Jessica. Los fundamentalismos cristianos y los derechos de las mujeres en el contexto africano: Mapeo del terreno, 1. https://www.awid.org/sites/default/files/atoms/files/cf_casestudy_africa_sp.pdf, consultado el 10 de septiembre 2018.

https://medium.com/somos-enes/de-la-virginidad-y-otros-dolores-culturales-la-mordida-secreta-a-la-manzana-invisible-c8930d3ab321

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Millet, Kate. Política Sexual, Madrid: Cátedra, 2010.

Sánchez, Cristina. “Genealogía de la vindicación”, en: Helena Beltrán y Virginia Maquieira (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos. Madrid: Alianza, 2001, 17-73.

Schiavo, Luigi. La invención del diablo. Cuando el otro es un problema. San José: Lara Segura & Asociados. 2005.

Audios

Alucín, Armando https://www.youtube.com/watch?v=w2CEshlD3Zo&t=296s consultado el 10 de septiembre de 2018.

Lemebel, Pedro, Es triste el tango del hombre chileno. https://www.youtube.com/watch?v=TOQrZrIaeyU. Consultado el 4 de agosto de 2018.

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Gabriela Miranda es teóloga feminista mexicana. Realizó estudios en México y Costa Rica. Es formadora en teoría feminista, colabora con el Centro Bartolomé de las Casa de El Salvador en el Programa de Masculinidades y escribe ensayo, poesía y una columna de opinión en colaboración con el Centro de Medios Independientes y La Cuerda en Guatemala.

gabrielamirandagarcia@hotmail.com

Recibido: 24 de junio de 2018

Aprobado: 17 de julio de 2018


1 Jessica Horn, Los fundamentalismos cristianos y los derechos de las mujeres en el contexto africano: Mapeo del terreno, 1. https://www.awid.org/sites/default/files/atoms/files/cf_casestudy_africa_sp.pdf, consultado el 10 de septiembre 2018.

2 Butler, Judith, “Variaciones sobre sexo y género: Beauvoir, Witting y Foucault, en: Marta Lamas (comp.). La construcción cultural de la diferencia sexual (3a imp.), México DF: PUEG, Porrúa, 2003, 311.

3 Este concepto se puede citar como conciencia colectiva. Lo tomé de conversaciones personales con Vilma Hinkelammert, me parece que es importante revestirlo de contenido teórico. Agradezco el concepto.

4 Schiavo, Luigi, La invención del diablo. Cuando el otro es un problema. San José: Lara Segura & Asociados, 2012, 191.

5 Pedro Lemebel, Es triste el tango del hombre chileno. Audio https://www.youtube.com/watch?v=TOQrZrIaeyU. Consultado el 4 de agosto de 2018

6 Knibiehler, Yvonne, Historia de las madres y la maternidad en Occidente. Buenos Aires: Nueva Visión, 2001, 25.

7 Yvonne, Historia, 25.

8 Aglaia Berlutti, De la virginidad y otros dolores culturales: La mordida secreta a la manzana invisible https://medium.com/somos-enes/de-la-virginidad-y-otros-dolores-culturales-la-mordida-secreta-a-la-manzana-invisible-c8930d3ab321 , Consultado el 17 de agosto de 2018.

9 A. Berlutti, Virginidad.

10 Armando Alducín, conferencia en audio, https://www.youtube.com/watch?v=w2CEshlD3Zo&t=296s consultado el 10 de septiembre de 2018.

11 Kate Millet, Política Sexual, Madrid: Cátedra, 2010, 285.

12 Bruce Malina, Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea del siglo I. Cometario desde las ciencias sociales. Estella (Navarra), 2002, 346-347.

13 B. Malina, Evangelios, 356.

14 Sánchez, Cristina, “Genealogía de la vindicación”, en: Helena Beltrán y Virginia Maquieira (eds.), Feminismos. Debates teóricos contemporáneos. Madrid: Alianza, 2001, 45-46.