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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 43, Número 1 - Año
2023 -
San José, Costa Rica Teología de la liberación: Legado y desafíos para y
desde el siglo XXI |
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La
Teología de la Liberación hoy José
Ignacio González Faus pp. 33-52 |
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Resumen: Ante la pregunta por el
pasado y presente de la teología de la liberación, el autor valora aquello
que es definitivo en este movimiento, los elementos con los que ha fecundado
a la Iglesia y a la teología y cómo puede y debe ser completada ante nuevos
contextos. Con base en las obras centrales de los primeros años de la TL,
resalta la historia – particularmente la realidad de quienes sufren - como
lugar de revelación y la liberación como utopía permanente. Afirma la
vigencia de la TL frente a la realidad de sufrimiento y la opción
preferencial de Dios por los pobres que asume carácter cristológico. En su
valoración crítica, el autor resalta un excesivo optimismo inicial y la
necesidad de abordar no solo la liberación estructural sino también la
personal. Para el autor, la TL no solo debe renovarse sino también retomar el
fuego inicial que la impulsó. Palabras claves: liberación,
sufrimiento, opción por los pobres, reforma. Abstract: Faced with the
question of the past and present of liberation theology, the author evaluates
what is definitive in this movement, the elements with which it has
fertilized the Church and theology and how it can and should be completed in
new contexts. Based on the central works of the first years of TL, he
highlights history - particularly the reality of those who suffer - as a
place of revelation and liberation as a permanent utopia. He affirms the
validity of TL in the face of the reality of suffering and the preferential
option of God for the poor, which assumes a Christological character. In his
critical assessment, the author highlights an excessive initial optimism and
the need to address personal liberation along with structural. For the
author, liberation theology should not only renew itself but also take up
again the initial fire that propelled it. Keywords: liberation,
suffering, option for the poor, reform. |
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José Ignacio González
Faus La Teología de la
Liberación hoy He escrito ya varias cosas sobre la teología de la
liberación (TL)[1] y no voy a añadir aquí
mucho más. Pido pues que se tomen mis palabras como eso que los ejercicios
ignacianos llaman “una repetición”. Repetición que los ejercicios la proponen
porque el tema es tan serio y tan importante que
nunca estará suficientemente asimilado. Como hacían los antiguos escolásticos, antes de hablar
de algo es mejor definirlo. Esta será nuestra primera parte. Después, por el
momento en que hablamos, habrá que responder a esa pregunta hecha a veces con
tono malicioso: ¿Qué queda de la TL? Y finalmente, con toda la honestidad
posible, estamos obligados a hacer una especie de examen de conciencia
preguntándonos cuáles son sus virtudes y cuáles sus defectos. 1. ¿Qué es? A veces, la mejor definición es una especie de
fotografía de lo definido. Comenzaré, pues, enumerando una serie de títulos
de libros que me parecen significativos de lo que dice (o, al menos, de lo
que quiere decir) la TL. Helos pues aquí, sin más añadido que el de su autor: 1. Hablar de Dios desde
el sufrimiento del inocente y En busca de los pobres de Jesucristo (ambos de Gustavo
Gutiérrez; el segundo es un estudio sobre la teología de Bartolomé de Las
Casas) 2. Jesucristo liberador (Leonardo Boff) 3. La praxis de Jesús (Hugo Echegaray) 4. Jesús hombre en conflicto (Carlos Bravo) 5. La fe en Jesucristo.
Ensayo desde las víctimas (Jon Sobrino) 6. El principio
misericordia (Jon Sobrino) 7. Liberación de la
teología (Juan Luis Segundo) 8. Resurrección de la
verdadera Iglesia. Los pobres lugar teológico de la eclesiología (Jon Sobrino) 9. Teología de lo
político: sus mediaciones (Clodovis Boff) Esta rápida ojeada a sólo diez títulos pone de relieve
una síntesis que cabe en cuatro puntos: 1º. En general, si la teología pretende “hablar de Dios”, no hay más que un lugar adecuado para
hacer esto (o, al menos, es un lugar que nunca debe faltar cuando se habla
cristianamente de Dios). Ese lugar privilegiado son las víctimas inocentes de
la historia. Toda otra teología que pretenda hablar de Dios al margen del
dolor de los sufrientes es una teología de la que hay que “liberarse” porque
se parece a la teología “de los amigos de Job” que pretendían desentenderse
del dolor del inocente y hacerle culpable de su sufrimiento, creyendo que,
con ello, defendían a Dios. Pero que, en realidad, como dice el mismo Yahvé
al final de la obra “[…] no habéis hablado bien de mí, como mi siervo Job”
(42,7)[2]. El punto de partida del pensar teológico no es, por
tanto, la pregunta metafísica griega de “¿Por qué hay ser en lugar de nada?”.
Por válida y razonable que parezca, esta pregunta (que antes que pregunta debe ser objeto de una admiración agradecida)
queda eclipsada por la otra pregunta de ¿Por qué el mal sobreabunda de ese modo y tiene tanto poder?
Gustavo Gutiérrez explicaba que, si la pregunta del teólogo en Europa puede
ser cómo hablar de Dios a un hombre autónomo que se cree casi divino, la
pregunta en América Latina es cómo explicar que Dios es Padre a aquel que
casi no es hombre. Esta distinción pudo ser pedagógica en los inicios y
todavía vale, pero hay que añadir que, con la globalización, las distinciones
se difuminan y que el primero y tercer mundo quedan cada vez más
relacionados. 2º. En segundo lugar, esa teología está muy vinculada a la
persona y al seguimiento de Jesús.
Incluso cuando se pasa del seguimiento a la fe, esa fe se expresa “desde las
víctimas”. La TL parece brotar de lo que dice sobre el juicio final el
capítulo 25 de Mateo: todo aquello que se hace al necesitado
(alimentar, visitar, vestir…) se le hace a Dios, aunque el agente ignore esa
identificación. No es casualidad que sea propia de muchos teólogos de la
liberación la frase de que “a Jesús sólo se le conoce siguiéndolo”. 3º. Por eso mismo es una teología inevitablemente conflictiva. Para los poderes de este mundo y sus
imperios, pero también para la misma Iglesia: porque en hacer de los pobres
el centro de su reflexión sobre sí misma se juega la Iglesia el ser o no ser
verdadera Iglesia de Cristo. Esta afirmación puede parecer muy radical, pero
Juan Pablo II la retoma en el n.º 8 de la Laborem
Exercens (en la fidelidad a los pobres se juega la Iglesia su
fidelidad a Cristo[3]); y también había sido
anunciada por Juan XXIII en los albores del Concilio Vaticano II
cuando afirmó que el verdadero ser de la Iglesia era ser “Iglesia de los
pobres”[4]. Inevitablemente, pues, la TL pone a la Iglesia ante la
necesidad de una conversión y una reforma muy radicales en las que se juega
su verdad como Iglesia de Cristo. Y esto fue, en el fondo, lo que más asustó
a la institución eclesial[5]. 4º. Añadamos a esta síntesis rápida un par de eslóganes de
Ignacio Ellacuría: El pueblo
crucificado[6], que realiza una
identificación entre el Crucificado y los pobres de la tierra a través de la
figura del Siervo en el capítulo 53 de Isaías y que tiene mucho que
ver con la radical proclamación de Pablo a los corintios mundanizados: “[…]
sólo quería manifestaros mi saber acerca de Jesucristo, y además crucificado”
(1 Co 2,2). El otro eslogan, más filosófico y de tonos zubirianos,
define la misión del hombre en la historia como un “hacerse cargo de la
realidad” (dimensión cognoscitiva), “encargarse de la realidad” (dimensión práxica) y “cargar con la realidad” (dimensión mística),
a la que Jon Sobrino añadirá la de “ser cargados por la realidad”, para
subrayar el aspecto gratuito de la lucha liberadora de modo que ésta no
pretenda ser una tarea redentora sino una liberación
con espíritu, título de otra obra de Sobrino[7]. Así se comprenderá
mejor la cita de Santo Tomás que recuperó el cardenal Gerhard Müller: “teología
no es sólo hablar de Dios sino (sobre todo) hablar de la realidad desde Dios”[8]. Por eso Monseñor Romero tituló una carta pastoral como
“La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia”[9], enriqueciendo así la
definición que dio de la Iglesia católica el Concilio Vaticano II:
“Sacramento” de salvación, tal como lo presenta la Constitución Lumen
Gentium n.° 1, al convertirla en sacramento
“histórico”. Y volviendo la Iglesia de cara a la historia humana en lugar de
vivir de espaldas a ella. Estas cuatro pinceladas rápidas permiten resumir el
mensaje de la teología de la liberación de la siguiente forma: el verdadero encuentro con el Dios
revelado en Jesucristo tiene lugar en la lucha y en el esfuerzo por
transformar este mundo –siguiendo a Jesús– en un lugar de justicia, de
fraternidad y de paz. O, con otra formulación menos pretenciosa de Jon
Sobrino: en “bajar de la cruz a los crucificados de la tierra”[10]. De modo que los
teólogos de la liberación harían suyo el apotegma de Nicolás Berdiaev que responde de antemano a todas las acusaciones
interesadas de materialismo o reduccionismo de la fe: “el pan para mí es una
cuestión material; el pan para mi hermano es un asunto espiritual”[11]. Y esto no sólo por
razones ulteriores de “caridad” sino porque la historia, lejos de ser una
dimensión ajena a la religiosidad y a la fe, es más bien, desde el punto de
vista cristiano, el lugar privilegiado de la revelación de Dios: “no hay dos
historias” (una sagrada y otra profana) sino “una sola historia”, había
escrito Gustavo Gutiérrez en su primer libro, que es considerado como el
nacimiento de la TL[12]. De aquí surge un último elemento de novedad: si la fe
cristiana está de esa manera vuelta a la historia y a las víctimas de la
historia (precisamente porque anuncia una meta de la historia: la
resurrección), entonces se sigue que no sólo la filosofía podrá ser
instrumento de reflexión para el teólogo. También deben serlo necesariamente las ciencias sociales. En la TL no se
parte de principios abstractos y se baja luego desde ellos a la realidad: se
parte de la realidad bien conocida, para poder juzgarla y actuar sobre ella. Esto llevó a algunos especulativos egóticos
a considerar a la TL como una teología “de segunda división”. Pero, además,
como en los momentos de gestación de la TL, el catolicismo había desarrollado
muy poco las ciencias sociales[13], fue casi obligado el
recurso a los análisis sociales (¡no a sus ideas metafísicas!) de Karl Marx:
porque eran los únicos existentes o, al menos, los únicos hechos desde la
óptica de los pobres. Ello suministró a quienes no querían escuchar su
interpelación, una excusa ideal para rechazar la TL, tachándola de “marxista”
o de peligrosamente cercana al ateísmo. Como aquellos que buscaban defenderse
de Jesús tachándolo de blasfemo. Todo esto convierte a la TL en un nuevo testigo de esa
“vigencia de la utopía” (pese a ser utopía) que hace de hilo conductor en
todo este libro. Si en sus albores la TL pudo parecer ingenua, ya entonces
decían sus representantes que ellos no hablaban de libertad sino de
“liberación”, para aludir a un proceso constante (H. Assman).
Y cuando la TL todavía era una niña en edad de primera comunión, L. Boff comenzó ya a hablar de teología “del cautiverio”,
sin abandonar por ello la palabra liberación. Ésta podría no tener lugar (u-topía), pero seguía teniendo vigencia[14]. 2. ¿Qué queda? Se ha hecho varias veces la pregunta de qué queda de la
TL. Y, como dije antes, se ha hecho por lo general con todo crítico y algo
burlón. Una respuesta en el mismo sentido irónico podría limitarse a decir
que lo que se teme no es la Teología de la Liberación sino el sufrimiento que
ella puede suponer. Pero de su carácter profundamente humano pueden dar
cuenta estas dos estrofas de un grande y malogrado poeta costarricense, Jorge
Debravo, muy anterior a ella: “Sufro tanto que a veces ni siquiera sé si
sufro por mí o por el obrero”[15]. Esto a niveles
individuales. Pero ese dolor tiene que ver con una situación social: “[…]
vivimos en un tiempo de vino muy amargo; de calles muy violentas, de
esperanza muy pobre. El corazón no cabe, ni a lo ancho ni a lo largo. Ni por
dulce ni triste ni salobre”[16]. Esto debería llevar a
esos preguntantes irónicos a preguntarse a sí mismos cuál era el sentido y la
finalidad que daban a su pregunta. No obstante, como no nos toca a nosotros
hacer un juicio de intenciones, preferimos encararnos honestamente con la pregunta.
En un congreso celebrado en Brasil en el año 2012 se
dio como respuesta: “quedan Dios y los pobres”[17]. Era como una forma de
decir que queda todo. Pero se puede argüir que Dios y los pobres ya estaban
antes de la TL. Matizando un poco esa respuesta se podría decir: queda la
predilección de Dios por los pobres y, como consecuencia de esa predilección,
queda el hecho de que la cuestión de los pobres no es una cuestión meramente
ética, sino cristológica. Así lo formuló el mismo Benedicto XVI cuando
intervino en la asamblea de Aparecida[18]. Y como consecuencia
de eso queda nuestra negativa a reconocer que nos negamos a aceptar esa
predilección de Dios y esa presencia de Cristo allí donde Él está y donde
quiere ser buscado. Sobre esto último remito a lo que diré en el apéndice,
comentando esas excusas habituales de que Dios es de todos porque “todos
somos pobres”. Lo que quizá no se ha dicho tanto es que la TL no era
más que la traducción latinoamericana de un problema que había nacido también
en Europa con otra formulación cultural y que hoy preferimos olvidar: la
doble pregunta de cómo hablar de Dios después de Auschwitz y cuáles son las
relaciones entre emancipación y redención. En América Latina se preguntaba
más bien cómo decir que Dios es el padre de esos millones de miserables que
cada día no saben si podrán comer algo; y cuáles son las relaciones entre
“liberación y salvación”. Como se percibe es, en realidad, el mismo problema inculturado en dos universos distintos. Pero en Europa se
evaporó pronto mientras que en América Latina cuajó mucho más. De todos modos, esta pregunta puede servirnos para un
aviso importante: todas las hogueras, materiales o espirituales, que
encendemos los humanos están sujetas a un proceso como este: una primera explosión
inicial que expande el fuego; luego este tiende a irse serenando y amenaza
con apagarse si no echamos más leña al fuego. Si la Iglesia es la “siempre
necesitada de reforma”, la TL lo es también. Y esta reforma no consiste sólo
en adaptarse a circunstancias nuevas sino en reavivar el fuego inicial, en
eso que se llama “volver al amor primero”. La Iglesia se ha renovado
volviendo a la experiencia inicial de los apóstoles con Jesús, las órdenes
religiosas volviendo a la experiencia primera de Francisco con los suyos o
Ignacio con su grupo. Parafraseando a Henri de Lubac,
“nada nos es dado como posesión sino como tarea y como punto de partida”. Esquematizando mi exposición, a modo de un
discernimiento ignaciano (o de uno de esos balances de “pros y contras”),
diría yo lo siguiente: 3. Examen de conciencia 1º. En el “haber” de la TL está la universalización y
reconocimiento de una expresión antes mal vista: “la Iglesia de los pobres”
que recoge enseñanzas muy serias y olvidadas de la mejor traducción
cristiana; valga como único ejemplo el increíble discurso del obispo francés
Bossuet sobre “la eminente dignidad de los pobres en la Iglesia”[19], donde queda claro que
la Iglesia sólo es Iglesia de Dios cuando es Iglesia de los pobres. Está también la aparición de una serie de mártires,
algunos de ellos obispos y alguno ya canonizado, que constituyen el mejor
certificado de validez y que –como decía Tertuliano– son “semilla” de futuro.
Está también el que todo eso se ha reflejado luego en la práctica de
Francisco, obispo de Roma, sobre todo en sus viajes. Está también (inesperadamente) el influjo de la TL
fuera de América Latina, sobre todo en África y en India, donde también ha
producido persecución y algún mártir, y el influjo (aún más inesperado) en
cierta recristianización de la Europa del Norte descristianizada[20]. Y, finalmente,
(también contra pronóstico) el descubrimiento de las ciencias sociales (¡y de
la misma economía!) como interlocutores de la teología; de manera que, aunque
no se la elimine, la filosofía deja de ser el único interlocutor de la
teología y ésta desciende desde sus niveles ontológicos anteriores, a niveles
más antropológicos pudiendo así mostrar mejor el carácter de “buena noticia”
de Jesús de Nazaret. Y, aunque esto sea más difícil de precisar, está la
transformación sufrida por muchos teólogos de la liberación que, además de su
ejemplaridad, han llenado la historia de la Iglesia latinoamericana de
nombres de grandes teólogos: Gutiérrez, Libanio,
Sobrino, Trigo, Ellacuría, Segundo, etc. Alguno de ellos, además, muy
reconocido en Europa. 2º. En el “debe” de la TL hay al menos dos cosas
importantes que conviene citar: la primera fue un excesivo optimismo inicial,
como el mostrado en las conversaciones con los discípulos y fariseos al
preguntar “¿Cuándo serán estas cosas?” o “¿Cuándo llegará el reino de Dios?”
olvidando la respuesta de Jesús de que a nosotros no nos toca saber el día ni
la hora sino dejarnos invadir por el Espíritu (véase Mc 13; Lc 17,20-22). Esto es lo que pudo dar a entender el
nombre de “teología de la liberación” que más que a un imperativo sonaba a
una profecía. Por algo, poco después, Leonardo Boff
le añadió el nombre de “teología del cautiverio”[21]. Y aquí pudieron
encontrar sus enemigos razones para preguntar con tono de superioridad “¿Qué
queda de la TL?”. Pero no caían en la cuenta de que eso era como preguntar
“¿Qué queda de la tierra prometida?” a aquellos judíos salidos de Egipto y
que andaban pasando hambre y sed por el desierto. También podría señalarse un olvido progresivo de otras
esclavitudes muy reales, pero de carácter más individual que estructural:
alcoholismo, mujeres abandonadas por el marido y que han de sacar adelante
los hijos, muchachos de las maras, entre otras. A los humanos nos es muy
difícil atender a la vez a las dos dimensiones de lo real, porque nuestros
ojos miran siempre los dos en la misma dirección. No es que se negaran esas
liberaciones personales, simplemente se las daba por sabidas y así se iban
olvidando al no cultivarlas, con la amenaza de un descuido progresivo de la
relación entre libertad exterior, estructural y libertad interior personal[22]. Toda revolución
estructural no es un fin en sí misma, sino un medio para una mejor
realización personal y comunitaria, y el ser humano es un ser que necesita
ser liberado para poder realizarse. 4. A modo de conclusión Saliendo ahora del campo específico de esta charla, me
parece importante notar que, si hay una palabra que pueda resumir todo el
mensaje del Nuevo Testamento, es esta palabra: libertad (o
liberación), junto con la palabra amor. No son palabras como las que suelen
decirse: adoración, culto, mandamientos, obediencia, etc. Y vale la pena
citar unos cuantos ejemplos porque nos permitirán concluir que la TL, bien
construida, supone una importante reforma de la manera como muchos cristianos
conciben el cristianismo; y no es casualidad que, cuando Lutero quiso
reformar la Iglesia, escribió también un texto sobre la libertad del
cristiano[23]. Pero veamos los
ejemplos del Nuevo Testamento[24]: - “Para ser libres nos ha liberado Cristo […]. Vosotros, hermanos, habéis
sido llamados a la libertad” (Ga 5,1.13). - “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor,
ahí está la libertad” (2 Co 3,17). - “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres […]. Si, pues, el Hijo
os da la libertad, seréis realmente libres” (Jn
8,32.36). - “La creación, en efecto, fue sometida a la caducidad, no
espontáneamente, sino por voluntad de aquel que la sometió; pero latía en
ella la esperanza de verse liberada de la esclavitud de la corrupción para
participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm
8,20-21). Curiosamente, el texto de 2 Tm 1,9 tiene dos versiones
latinas: una dice que nos liberó y otra que nos salvó: “[…] que nos ha
salvado/liberado y nos ha llamado con una vocación santa”. Esa identidad
entre salvación y libertad es otro buen ejemplo de ese carácter globalizador
de la palabra “liberación”. De modo que cabe afirmar que toda teología o es
“de la liberación” o no es teología cristiana. Y si éste es el mensaje cristiano y ésta la situación
de nuestro mundo, permítanme concluir otra vez con unos versos del poeta
antes citado. Pero, esta vez, no unas estrofas, sino un poema concreto en
forma –casi– de oración dirigida a Cristo: Perdona si te doy estos consejos, sabes que lo hago en calidad de amigo. Yo no quisiera que las gentes hablen mal de ti, Cristo. Por eso te propongo que este año aún recién nacido vengas a visitarnos con frecuencia. Y nos ayudes a buscar caminos. Podrías darles lecciones a los curas: recordarles lo que es el cristianismo. Cambiarles el cerebro a algunos tipos, a los políticos y a algunos dictadores presumidos. Podrías darles consejos a los padres y a los hijos. También podrías traer algunos panes para los mendigos. En fin, ya tendrás tiempo de ir pensando todo lo que hay que hacer en estos sitios[25]. ¿Y si dijéramos que la teología de la liberación fue
como una respuesta a esta plegaria? Habría, entonces, que preguntar ¿“qué
queda” o “qué hemos hecho nosotros” con esa respuesta? Apéndice 1 Para que se vea lo elemental y tradicionalmente
cristiano de eso de la TL permítaseme citar un texto que no es de ningún
teólogo, es de 1945 y es obra de una mujer, la gran poetisa chilena Gabriela
Mistral, premio Nobel de literatura[26]: - ¿De qué quiere usted la imagen? Preguntó el
imaginero. Tenemos santos de pino, hay imágenes de yeso, mire este Cristo yacente, madera de puro cedro,
depende de quién la encarga: una familia o un
templo, o si el único objetivo, es ponerla en un museo. - Déjeme, pues, que le explique, lo que de
verdad deseo. Yo necesito una imagen, de Jesús, el Galileo, que refleje su fracaso intentando un mundo
nuevo, que conmueva las conciencias y cambie los
pensamientos, yo no la quiero encerrada en iglesias ni
conventos. Ni en casa de una familia, para presidir sus
rezos, no es para llevarla en andas cargada por costaleros,
yo quiero una imagen viva de un Jesús Hombre
sufriendo, que ilumine a quien la mire el corazón y el
cerebro. Que den ganas de bajarlo de su cruz y del
tormento, y quien contemple esa imagen no quede mirando
un muerto, ni que con ojos de artista sólo contemple un
objeto, ante el que exclame admirado: ¡Qué torturado
más bello! - Perdóneme si le digo, responde el imaginero, que aquí no hallará seguro, la imagen del
Nazareno. Vaya a buscarla en las calles, entre la gente
sin techo, en hospicios y hospitales, donde haya gente
muriendo, en los centros de acogida en que abandonan a
viejos, en el pueblo marginado, entre los niños
hambrientos, en mujeres maltratadas, en personas sin
empleo. Pero la imagen de Cristo, no la busque en los
museos, no la busque en las estatuas, en los altares y
templos. ni siga en las procesiones, los pasos del
Nazareno, no la busque de madera, de bronce, de piedra o
yeso. ¡Mejor busque entre los pobres su imagen de
carne y hueso![27] ¡De qué manera tan sencilla
se nos dice dónde está Dios, cómo hay que darle culto, cuál es el significado
de Jesucristo y por qué la primacía de los pobres! Y ¿no es eso lo mismo que
intenta decir la TL? Por eso la verdadera pregunta no es esa pregunta de si
queda algo de ella, sino si nosotros hemos sido fieles o infieles a esa
llamada de Dios. Porque excusas para eso son muy fáciles de encontrar, como
la que presentaré en el apéndice siguiente. Apéndice 2 Para ayudarnos a comprender hasta dónde puede llegar
nuestra capacidad para falsificar al Padre de Jesús, una deformación que sólo
Dios sabe si es interesada, pero es indudablemente cómoda, permítaseme evocar
un problema lingüístico con el que me he tropezado muchas veces. Cuando hablas de “los pobres” y de la opción radical
por ellos, casi nunca falta la objeción interrogativa del que comenta:
“Bueno, claro, pero ¿quiénes son los pobres? Porque en realidad pobres lo
somos todos”. Como cantaría Luis Guitarra: “Cansado, Señor, vengo cansado” de
oír esa argumentación. De entrada, imaginemos qué ridículo sería si se crease
ahora, con motivo de la guerra de Ucrania, una fundación para ayudar a
quienes se han quedado huérfanos, y gente acomodada comenzara a decir que
también ellos deben participar de esa ayuda porque “todos somos huérfanos”,
pues no tenemos aquí a Dios nuestro Padre. ¿Se atrevería alguien a argumentar
así? Pues bien, sin duda existe una pobreza económica y una
pobreza ontológica. Pero es hora de que sepamos que cuando la Biblia habla de
los pobres se refiere a la pobreza económica. Nuestra pobreza ontológica es
designada en la Biblia de modo más bien positivo: como “la imagen de Dios”
que siempre tiende a identificarse con el modelo, como cuando Miguel Ángel
golpea a su Moisés y le grita: “¡habla!”. O como el heredero que aún no posee
la herencia que le corresponde. Los pobres, en la Biblia y en el lenguaje de Jesús,
aluden siempre a la pobreza económica, no a la ontológica. De no ser así, Amós
nunca habría podido denunciar aquello de que “Venden al justo por dinero y al
pobre por un par de sandalias” (2,6); ni habría podido apostrofar a los que
“[…] convierten en ajenjo el derecho” (5,7); ni llamaría “vaca suiza” a la
alta dama que tumbada en un lecho pide a su amante: “tráeme otro whisky” (véase Am 4,1. Y perdón por mi traducción,
demasiado libre, pero más inteligible hoy). La lengua catalana tiene una expresión que me parece
muy apta para cerrar estas reflexiones: “Tant de bo”. No se trata de un
“ojalá” genérico como dice su traducción castellana, sino de una razón muy
objetiva de ese deseo: “¡Qué bueno sería!”. Porque sería magnífico si aquella
especie de travesura del Dios niño contribuyera a madurar nuestra fe, siempre
todavía demasiado infantil. Bibliografía Benedicto XVI. Discurso inaugural
de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Aparecida, 2007. https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/speeches/2007/may/documents/hf_ben-xvi_spe_20070513_conference-aparecida.html Boff, Leonardo. Teología del
cautiverio y de la liberación. Madrid: Paulinas, 1978. Bueno de la Fuente, Eloy.
Eclesiología. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1998. Debravo, Jorge. Antología mayor.
San José: Editorial Costa Rica, 1988. González Faus, José I. Utopía y espiritualidad. Bilbao: Mensajero, 2015. González Faus, José I. El Factor Cristiano. Estella: Verbo Divino, 1994. Gutiérrez, Gustavo. Beber en su
propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo. Lima: CEP,
1983. Gutiérrez, Gustavo (ed.). Cruz y
Resurrección. Presencia y anuncio de una Iglesia nueva. Ciudad de México:
Centro de reflexión teológica Servir, 1978. Gutiérrez, Gustavo. Teología de la
liberación. Perspectivas. Salamanca: Sígueme, 1972. Grellier, Isabelle.
“La diaconie: du pain, du
soin, de la fraternité, pour les pauvres et pour l’Église”. Cahiers de l’Atelier 530
(2011): 25-31. Juan Pablo II. Carta encíclica Laborem Exercens. Roma,
1981. https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens.html Lutero, Martín. La libertad cristiana. Buenos
Aires: La Aurora, 1983. Martini, Carlo M. y George Sporschill.
Coloquios nocturnos en Jerusalén. Sobre el riesgo de la fe. Madrid:
San Pablo, 2008. Müller, Gerhard L. Dogmática. Teoría y práctica
de la teología. Barcelona: Herder, 2009. Romero, Oscar. Cartas pastorales y discursos de
Monseñor Oscar A. Romero. San Salvador: Centro Monseñor Romero, 2007. Sobrino, Jon. El principio misericordia. Bajar de
la cruz a los pueblos crucificados. Santander: Sal Terrae,
1992. Sobrino, Jon. Liberación con espíritu. Apuntes
para una nueva espiritualidad. San Salvador: UCA Editores, 1987. Supiot, Alain (ed.). De
l’éminente dignité des pauvres. Paris : Mille et une nuits, 2015. Vidal,
José M. Religión Digital (2020). https://www.religiondigital.org/rumores_de_angeles/quiere-Usted-imagen-iglesia-cristo-semanasanta-cruz_7_2220447951.html
José Ignacio González Faus, sacerdote jesuita. Es
Doctor en Teología por la Universidad de Innsbruck en Austria. Profesor
emérito de la Facultad de Teología de Cataluña. Miembro del Área Teológica de
Cristianisme i Justícia. Contacto: gfaus@fespinal.com Artículo recibido: 25 de marzo del 2023. Artículo aprobado: 3 de mayo del 2023. |
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[1] Algunos textos que pueden consultarse
son: “Una tarea histórica: de la liberación a la apocalíptica”, Sal Terrae
83 (1995): 717-728; “¿Qué queda de la Teología de la Liberación?”, Revista
Latinoamericana de Teología 93 (2014): 307-313; “Presentación de la
Teología de la Liberación”, en Re-encantos y Re-encuentros. Caminos y
desafíos actuales de las Teologías de la Liberación, ed. por Daylíns Rufín
Pardo y Luis Carlos Marrero (La Habana: Centro Oscar Arnulfo Romero, 2017),
4-13.
[2] Para las referencias bíblicas se
emplea la quinta edición de la Biblia de Jerusalén (Bilbao: Desclée de
Brouwer, 2019).
[3] “La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la
considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a
Cristo, para poder ser verdaderamente la ‘Iglesia de los pobres’” Juan Pablo II, Carta encíclica Laborem Exercens,
n.° 8 (Roma, 1981).
[4] “La Iglesia se presenta como ella es y
quiere ser: la Iglesia de todos pero hoy más que nunca, como la Iglesia de los
pobres” Juan XXIII, Radiomensaje del 11 de septiembre
de 1962, citado por Eloy Bueno de la Fuente, Eclesiología
(Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1998), 42.
[5] Remito al capítulo “La teología de la
liberación como segunda reforma de la Iglesia” en El Factor Cristiano (Estella: Verbo
Divino, 1994). Anteriormente publicado como “La Teología de la Liberación
como segunda reforma de la Iglesia”, Revista Catalana de Teología XV/1
(1990): 139-153.
[6] Cf. Ignacio Ellacuría “El pueblo
crucificado. Ensayo de soteriología histórico”, en Cruz
y Resurrección. Presencia y anuncio de una Iglesia nueva, ed. por Gustavo
Gutiérrez (Ciudad de México: Centro de reflexión teológica Servir, 1978), 49-82.
[7] Cf. Jon
Sobrino, Liberación con espíritu. Apuntes para una nueva espiritualidad
(San Salvador: UCA Editores, 1987).
[8] Cf. Tomás de Aquino, S. Th. I q. 1 a. 7, en
Gerhard L. Müller, Dogmática. Teoría
y práctica de la teología (Barcelona: Herder, 2009), 16.
[9] Cf. Oscar
Romero, Cartas pastorales y discursos de Monseñor Oscar A. Romero (San
Salvador: Centro Monseñor Romero, 2007), 39-66.
[10] Cf. Jon
Sobrino, El principio misericordia. Bajar de la cruz a los pueblos
crucificados (Santander: Sal Terrae, 1992).
[11] Frase citada de forma destacada en
el informe sinodal del 2010 de las Iglesias luterana y reformada de Francia:
“Solidaires au nom de Jésus-Christ. Quand l’Église reconnaît sa vocation
diaconale”. Cf. Isabelle Grellier, “La diaconie: du
pain, du soin, de la fraternité, pour les pauvres et pour l’Église”, Cahiers
de l’Atelier 530 (2011): 31.
[13] Desde la época de Carlomagno el
catolicismo tiene una especie de parálisis congénita que le hace caminar por la
historia con “doscientos años de retraso”, como señaló en su
entrevista-testamento el Cardenal Martini. Cf. Carlo
Maria Martini y George Sporschill, Coloquios nocturnos en Jerusalén. Sobre
el riesgo de la fe (Madrid: San Pablo, 2008).
[14] Esta primera parte reproduce, casi al
pie de la letra, las páginas 327-331 de mi libro Utopía y espiritualidad (Bilbao:
Mensajero, 2015).
[16] Debravo, Antología mayor, 87.
[17] Congreso Continental de Teología
celebrado en São Leopoldo/RS (Brasil) del 7 al 11 de octubre de 2012.
[18] “[…] la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe
cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos
con su pobreza” Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia
del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, 2007).
[19] Sermón dado en
1659 por Jacques-Bégnigne Bossuet. Cf. Alain Supiot
(ed.), De l’éminente dignité des pauvres (Paris : Mille et une
nuits, 2015).
[20] Debido en parte a inmigrantes huidos,
por ejemplo, de Chile Pinochet, y a la presencia posterior de algunos pastores
en países de Centroamérica como El Salvador y Nicaragua.
[22] Estaban más presentes al principio,
por ejemplo: Gustavo Gutiérrez, Beber en su
propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo (Lima: CEP,
1983).
[24] Se trata, evidentemente, de textos en
que la palabra tiene un sentido global, no sólo sentidos particulares como
cuando desea ser liberado de este cuerpo mortal o de la esclavitud social.
[25] Debravo, Antología mayor, 44.
[26] Hay un resumen de ella en la p. 151 de
mi libro Acceso a Jesús (Santander: Sal Terrae, 2018) tal como la cantaba el cantante
Vaquerizo. Entonces (para vergüenza mía) no conocía yo a la verdadera autora.
[27] Citado, en línea, por José Manuel Vidal, Religión Digital (2020).