Vida  y

Pensamiento

Revista Teológica de la Universidad Bíblica Latinoamericana

Volumen 43, Número 1  -  Año 2023  -  San José, Costa Rica

 

Teología de la liberación:

Legado y desafíos para y

desde el siglo XXI

 

 

 

 

 

 

Un camino más allá de la dogmática patriarcal:

Retos para nuestro tiempo desde

la ecología y el feminismo

 

Ivone Gebara

 

pp. 101-121

 

 

 

Resumen: La autora aborda la crisis climática y sus implicaciones para pensar el lugar del ser humano, la teología y las religiones en el mundo. Señala que la crisis del antropocentrismo, es decir, la premisa de la centralidad de los seres humanos debe desafiarnos a pensar la vida humana, la teología, las tradiciones religiosas y las relaciones de otra manera. Desarrolla tres elementos claves frente a esta crisis y su lógica patriarcal: la interdependencia como forma de percibir la realidad, la despatriarcalización de la teología, los dogmas y las instituciones religiosas y el retorno a la sencillez de la vida. Propone asumir el camino de la transgresión que promueve la vida, al estilo de Jesús y la tradición profética: la transgresión de la ley, el estatus quo, de aquello que mata.

Palabras claves: metafísica, historia, transgresión, renovación, sencillez de la vida.

Abstract: The author addresses the climate crisis and its implications for thinking about the place of human beings, theology and religions in the world. She points out that the crisis of anthropocentrism, that is, the premise of the centrality of human beings, must challenge us to think about human life, theology, religious traditions and relationships in a different way. It develops three key elements in the face of this crisis and its patriarchal logic: interdependence as a way of perceiving reality, the depatriarchalization of theology, dogmas and religious institutions, and the return to the simplicity of life. She proposes the path of transgression that promotes life, in the style of Jesus and the prophetic tradition: the transgression of the law, the status quo, of that which kills.

Keywords: metaphysics, history, transgression, renovation, simplicity of life.

 

 

 

 

 

Ivone Gebara

 

Un camino más allá de la dogmática patriarcal:

Retos para nuestro tiempo desde

la ecología y el feminismo

 

Introducción

 

Estamos en estado de celebración, de agradecimiento a la VIDA Mayor por las semillas de liberación que hemos vivido en América Latina. Semillas sembradas hace 100 años por el Seminario Bíblico Latinoamericano. Tiempo largo para una iniciativa que ha producido frutos en muchas vidas y lugares del mundo. Hoy, aunque seguimos profundamente agradecidos con la herencia recibida, somos confrontadas/os con otros problemas en los que quiero reflexionar con ustedes. Estamos en el 2023 y muchos eventos esperados e inesperados se hicieron dolor y alegría en nuestras vidas. Sentimos un nuevo desamparo y la necesidad de repensar nuestras convicciones y nuestro cristianismo.

 

En la década de 1970 y siguientes, la teología de la liberación hizo entrar la situación dramática de los pobres en la lectura bíblica y en la elaboración teológica. La teología feminista, que siguió en gran parte estos caminos, abrió puertas para la entrada de las mujeres como fundamentales protagonistas de la teología a la luz de su nuevo protagonismo en la historia. Hoy, con la crisis climática y la destrucción sistemática de nuestros biomas naturales, un nuevo reto se agrega a los demás. Es en esta perspectiva que ubico la presente reflexión sobre un “más allá de la dogmática patriarcal”.

 

Muchas veces, desde el universo cristiano, tengo la impresión de que hemos imaginado y acreditado que hay dos historias en conflicto que envuelven el mundo y los seres humanos. Una historia de la evolución del mundo, objeto de ciencias especiales y otra que tiene que ver con lo que llamamos la historia de la revelación de Dios. La primera, parece cambiar nuestra manera de concebir el mundo a partir de su diversificada pesquisa y expresión desde los avances científicos y tecnológicos. La segunda, se presenta a primera vista estable porque tiene un libro básico de referencia, la Biblia.

 

Aunque existan múltiples interpretaciones y hermenéuticas bíblicas que se han dado a lo largo de los siglos, que crearon avances cualitativos en las relaciones humanas, desestabilizaron, o han traído su contenido, la Biblia sigue siendo una referencia imprescindible para el cristianismo.

 

La segunda historia, la de la revelación de Dios, es considerada desde el cristianismo superior a la otra y afirma que el mundo va a terminar bien, con los electos en el cielo gozando de la presencia eterna de Dios Padre. Se hace una especie de narrativa creacional y ética donde se dibuja una historia que, en el fondo, se muestra, al menos simbólicamente, más o menos de manera fija. En otras palabras, hablamos de la creación, de los designios, de la voluntad de Dios, de la salvación de Dios en Jesús como si este personaje escribiera otra historia sobre nosotros y para nosotros, distinta y separada de la historia del universo, y de la real y conflictiva historia de los humanos. Esto refleja también la división que hay en nosotros entre las fuerzas egocéntricas y las que nos invitan a amar el prójimo.

 

Así, la teología cristiana, a pesar de sus diferencias en los múltiples espacios y tiempos, guarda, de cierta forma, un aspecto de inmutabilidad mítica y hasta filosófica fijada desde un concepto metafísico de Revelación que se termina en Jesús de Nazareth. Él es considerado la cumbre de la revelación divina, y por eso hay, simbólicamente, una historia, antes, y otra historia, después de Él. Y como la historia de Jesús culmina con su muerte y resurrección, así también la historia de los humanos buenos tiene garantizada su felicidad eterna.

 

Los personajes más importantes de esta historia son ubicados con el sexo masculino y, como son anunciados mayormente por blancos, se cree que los que recibieron la revelación son de etnias blancas. Las mujeres y los no blancos son como seres subalternos que tienen que obedecer a los que tienen el poder y la felicidad de enseñar e interpretar la revelación divina.

 

El mundo de hoy nos desafía a pensar desde otras categorías y percepciones, a reubicar el cristianismo de otra manera y a presentarlo como una más entre las múltiples tradiciones éticas religiosas que han surgido a lo largo de la evolución de las culturas humanas y de misma historia que construimos juntos[1]. Mostrar algunos retos de ese nuevo momento es el objetivo de la presente reflexión.

 

1. La crisis del antropocentrismo

 

Hemos vivido largos siglos creyendo que los seres humanos son el centro y ápice de la creación del universo, y que todo converge para ellos. Y, lentamente, nuestros ojos se están abriendo y estamos dándonos cuenta de que solamente somos una especie entre las muchas que hay, y que nuestra especie se tornó la mayor depredadora de nuestro hábitat vital y, por consiguiente, depredadora de nosotros mismos. Esto nos saca del centro del mundo y de la pretensión de que a nosotros es dado el buen dominio de la tierra.

 

En nuestros días ya no sabemos bien quiénes somos ni lo que es la tierra con sus miles de formas vivas en relación con nosotros. Hay como que un extrañamiento en nuestras relaciones y en nuestra comprehensión de nosotros mismos en el planeta. Ya no nos sentimos reyes de la creación, ni de la evolución, ni de las soluciones para salvar nuestro mundo. Esta sensación se extiende a todas nuestras relaciones, formas de conocimiento, poderes, creencias y pretensiones de conquistar la tierra y también otros planetas. Cada día constatamos los nefastos resultados del desarrollo que hemos querido implantar, de la dominación que hemos pretendido vivir, de las conversiones religiosas que hemos propuesto. La vida que construimos a lo largo de nuestra historia nos revela nuestras limitaciones y la necesidad de recomenzar siempre buscando caminos inclusivos y de vida digna para todos.

 

Uno de los sentidos más profundo de la crisis del antropocentrismo se manifiesta, sobre todo, por la inadecuación de las explicaciones que desarrollamos sobre nosotros mismos y sobre nuestras creencias religiosas frente al estado de destrucción del mundo humano, del mundo animal, vegetal y mineral al que hoy asistimos. Como esta destrucción sucede, en gran parte por la acción humana, por nuestras elecciones fundadas en la idea de nuestra superioridad frente a los otros seres de nuestro planeta, entramos en crisis como si estuviéramos perdidos en un inmenso desierto.

 

¿Al final quién somos? ¿Ya no somos más los mismos hijos/as de Dios? ¿De qué Dios? ¿Y por qué eses Dios sigue en silencio frente a tantos crímenes?

 

Pienso que no se trata de buscar una nueva teoría o definición de nosotros mismos, sino de un intento real por redescubrirnos desde otras referencias y, desde ellas, afirmar nuestras vidas y tradiciones religiosas. Redescubrir es reconocer que tenemos riquezas, bellezas, ternuras, cuidados como semillas presentes en nosotras/os y quizás olvidadas en las sombras de nuestro ser.

 

Muchos de nosotros ya no queremos desarrollar la pretensión de que podemos saber todo, ni que podemos tener todo. La forma de saber y poder que hemos desarrollado estos últimos siglos ha producido frutos amargos para la mayoría. Nos gusta pensar en otras posibilidades o, al menos, intentar vivir de otra manera.

 

Hoy, la historia humana parece cambiar de forma rápida en sus significados e interpretaciones. Este cambio toca también profundamente las religiones, no para destruirlas, sino para invitarlas a salir de significados estáticos imaginariamente eternos que crean muchas formas de alienación. Con eso entrar en la consciencia de la dinámica histórica actual que toca a todo, y toca también profundamente los significados religiosos que se han formado y establecido desde muchos siglos atrás. Las teologías y prácticas celebrativas litúrgicas, las academias de estudios de las religiones, las múltiples catequesis son invitadas a la misma evaluación sobre las consecuencias de sus contenidos frente al desastre ecológico y humano que hemos construido y seguimos construyendo.

 

La dinámica en la cual estamos viviendo es de manera sintética una dinámica no sólo destructiva de las relaciones humanas, como, por ejemplo, en el colonialismo o en muchas formas de capitalismo, sino destructora de los ecosistemas como si fuéramos una plaga de insectos comiendo cuerpos ajenos y nuestros proprios cuerpos. Comemos nuestro planeta destruyéndolo para obtener lucro, dinero, oro que no nos permiten vivir en igualdad de derechos, sino que sólo crean ilusiones de riqueza individual y una ansiedad insana de poseer cada vez más bienes.

 

Todavía hay muchos grupos que no acogen esta crisis antropológica, que casi no la consideran y siguen en su afán de dominación del mundo para provecho de unas minorías. Siguen con variaciones del mismo discurso sobre un mañana mejor, que Dios no va a abandonarnos y nos dará la solución para nuestros males. ¿Acaso estamos seguros de que el Dios que creamos, y frente al cual doblamos las rodillas, no nos abandonó? ¿No sería este Dios imagen de las promesas de los grandes de ese mundo?

 

Así se abre en la misma historia, una nueva página de conflicto de nosotros contra nosotros mismos, de continuación de la historia de destrucciones mutuas creyendo que seguimos creando un nuevo mundo para la mayoría. Aunque el mal estar sea colectivo, todavía pocos reaccionan contra nuestra terqueza antropocéntrica, y siguen la misma aventura destructiva travestida de progreso. Siguen esperando que otros hagan milagros o que, desde los cielos, pueda acontecer una intervención mágica.

 

No reaccionamos lo suficiente a lo que pasa en nuestros países con los terremotos, los maremotos, la muerte de florestas, de ríos y lagos, la creciente sequía en muchos lugares. La crisis climática revela que hay algo anómalo en el planeta, que una catástrofe de grandes proporciones se anuncia y que no sabemos cómo contenerla, o, quizás, no queremos contenerla.

 

Nosotros, humanos, que nos juzgábamos superiores, estamos percibiendo nuestra interdependencia vital con todos los elementos y seres del planeta, pero todavía no sabemos cómo vivirla. Estamos percibiendo que podemos desaparecer como han desaparecido los dinosaurios y seguimos matándonos unos a otros para alargar fronteras, para vender nuestros productos, para dominar con el “vil metal” múltiples vidas.

 

Se hacen necesarios cambios urgentes. Uno de ellos es sacar las consecuencias de nuestra realidad interdependiente y abrirnos a su significado profundo. Este significado debe contagiar todas nuestras acciones y nuestras creencias. En esta perspectiva se incluyen los cambios en lo que todavía llamamos teología e, inevitablemente, en el concepto de Dios, dioses y sus roles como salvadores y justificadores de muchas de nuestras acciones.

 

2. La interdependencia como nueva percepción del planeta y de nuestras acciones

 

Hablar de interdependencia parece algo evidente y viejo en el conocimiento humano. Pero es un engaño pensar así. El significado de la palabra se restringió a una manera de ver el mundo, y ahora estamos en otra. Y esto porque, aunque la palabra exista desde mucho tiempo, su aplicación para la comprensión del mundo y de nosotros mismos hoy es nueva. Por mucho tiempo hemos sido dominados por los modelos jerárquicos y dualistas de interdependencia y actuábamos creyendo a la superioridad de los que estaban socialmente arriba. Dependíamos de ellos y creíamos que esta dependencia servil era interdependencia. Les ofrecíamos nuestras vidas, oraciones, canciones, sacrificios para glorificar sus nombres y recibir beneficios individuales. La interdependencia era una dependencia. La interdependencia era comprendida como una forma de sumisión a un poder real, y también imaginario, sin darnos cuenta de que ella dependía también de nosotras/os para mover las piezas del tablado de nuestras vidas.

 

La destrucción del planeta, las muchas guerras que hicimos y seguimos haciendo, la dominación de las mujeres, de las identidades diferentes a la nuestra nos han despertado a algo mayor. Empezamos lentamente a acordar y a darnos cuenta de la importancia vital de la circularidad como expresión de las diferentes formas de interdependencia que vivimos. Y nos damos cuenta de que el sentido que le atribuíamos antes era marcado por ideologías jerárquicas y dualistas, incluso religiosas, que siempre excluyan a las mayorías del derecho a una vida digna.

 

Ahora vivimos un tiempo de escuchar las voces de los ríos, de las florestas, de los pueblos nativos, de los que nuestro sistema excluyente mata y sigue esclavizando. Una nueva consciencia lenta y difícil empieza a emerger. Es como una pequeña flor que nace en medio a grandes piedras. El riesgo de morir sin aire es grande, pero la esperanza que despierta es un aliento. Un sentimiento de inseguridad nos asola pues nos damos cuenta de la continuidad de los proyectos de ganancia destructiva que, sin duda, siguen más fuertes; pero algo en nosotros nos dice que hay que intentar otro camino, que hay pequeñas posibilidades de cambio.

 

Una brisa suave nos toca y se acerca a nuestro hoy. Empieza a tomar cuerpo en nuestros cuerpos en el presente. También una consciencia mayor de la contribución de cada yo a un proceso de cambio colectivo empieza a crecer lentamente. Nos damos cuenta de que de nada sirve apuntar el dedo a lo que el otro no hace si yo tampoco hago de mi parte, mi responsabilidad, mi contribución en la construcción de relaciones de justicia. De nada sirve denunciar la sequilla si no intento abrir un pozo colectivamente.

 

Frente al colapso social y económico, el colapso del clima y de sus consecuencias en nuestras vidas, percibimos que nuestro bien estar o bien vivir depende del conjunto del planeta, del conjunto del sistema solar al cual estamos arrollados. Pero sabemos bien que esta percepción, todavía epidérmica, no moviliza de inmediato nuestras entrañas más profundas. Seguimos esperando la acción de los otros, la intervención de los poderosos, de los de arriba. Seguimos creyendo en sus promesas y en nuestras ilusiones personales y colectivas.

 

El cambio es lento, demasiadamente lento. Pienso que es un fenómeno reciente la consciencia contemporánea de que el yo y el todo somos uno en este momento único de la historia del planeta y del universo. En esta perspectiva, las afirmaciones teológicas que seguíamos haciendo podían contener elementos de una visión más inclusiva que emergió en algunas corrientes teológicas[2], sobre todo en América del Norte. Pero, en general, seguimos viviendo en castillos separados, nos alimentando de carne humana, de sudor y sangre de otros. Seguimos destruyendo nuestro hábitat común y preservando nuestras propiedades.

 

En las iglesias cristianas hacemos muchas veces una revolución de discursos, de lenguajes superficiales, de disputas de narrativas en el campo semántico, pero nuestro corazón y nuestras entrañas siguen en un lugar protegido con relación a la defensa de nuestro cuerpo/mundo, nuestros pequeños o grandes bienes, nuestro ego superficial, nuestra tradición religiosa, nuestra Biblia, nuestro Dios con imagen masculina. Las ideas viejas nos atraen, pero no parecen tener la fuerza necesaria para un cambio real. Trabas poderosas, y aparentemente desconocidas, les impiden de bajar al fondo de nosotras mismas y hacer cambios dolorosos, pero absolutamente necesarios.

 

Hábitos seculares nos habitan, hasta la costumbre de imaginar un ideal siempre para mañana o un ideal confortable en nuestro inmediato. ¿Cómo entender algo de esta separación en nosotras desde nuestra intimidad profunda, desde lo que decimos querer? ¿Acaso esta substancia humana podría cambiarse, podría ser mejorada? ¿Qué elementos, aunque provisorios, serían necesarios para mejorar esta substancia que somos, tornar-la más tierna, más con-movida con el sufrimiento y la alegría de unos y otros? ¿Qué caminos para renovarnos personal y colectivamente?

 

Lo que somos es imagen y semejanza unos de los otros. Lo que somos también es cuerpo de los otros cuerpos, aliento de otros alientos. La cuestión es pasar de lo que podemos admitir, desde una racionalidad rasa, dualista y idealista, para acoger las consecuencias vitales de esta verdad vitalmente interdependiente que nos habita. La unicidad interdependiente nos convoca, pero es muy incómoda para el sistema de competiciones implantadas en nuestras relaciones.

 

¿Cuál es esta verdad que se anuncia? La de que el yo solo no es nada. Muchas sabidurías ya lo señalaron, pero no podíamos creerlas porque en Occidente el yo fue concebido separado del tú y del otro. Por tanto, vivimos de ilusiones creyendo en nuestra realización individual y en nuestra fe individual.

 

Creemos en las oposiciones de género, clase, etnias, países, riquezas y pobrezas desde la periferia de nuestras vidas, o mejor, desde la superficie de nuestras vidas. Creamos sistemas económicos y políticos para mantener la competición entre los individuos, las naciones, las tribus, los dioses. Creamos comercios religiosos con Dios, Jesús y con los que denominamos santos. Un sistema de trueque se establece también en las religiones. Y sufrimos por la producción de muchos sufrimientos, muchas veces evitables, aunque sepamos que el dolor es parte de nuestra constitución ontológica.

 

La teología es parte integrante de este drama humano. Por eso hay que cambiar, probablemente, desde fuera de las instituciones religiosas, quizás denudarse incluso de sus propios nombres religiosos, de ese logos pretensioso que llamo de logos metafísico que quiere ubicarse arriba de otros logos. Este parece ser un reto fundamental que debería ocuparnos, ocupar a nosotras que buscamos respuestas a algunas de nuestras cuestiones en las muchas teologías.

 

3. El necesario y urgente cambio de lo que llamamos teología

 

Empiezo expresando una vieja sensación que me habita desde la juventud. Un mal estar con la palabra teología. Siempre la sentí como pretenciosa, como atrevida, como impropia. Por eso me dedico a entenderla, abrir sus sentidos, proponer otras palabras que podrían quizás entregar un significado más amplio y diferente. Me gusta la palabra VIDALOGIA, aproximaciones de comprensiones de lo vivido, de la vida ordinaria, cotidiana.

 

Sabemos que la teología nace como una reflexión organizada sobre las relaciones de los seres humanos con una poderosa figura que denominaron Dios. Expresa, en forma de explicación, su voluntad como la comprendieron a lo largo de la historia muchas religiones y, en especial, las monoteístas[3].

 

Las teologías en la perspectiva cristiana son un renovado esfuerzo para actualizar, en lenguaje corriente y desde diferentes contextos, las grandes líneas de tradición bíblica que son una inspiración para nuestras relaciones y acciones. En este sentido, se puede decir que todas las teologías son contextuales, aunque se presenten muchas veces como universales e inmutables, en la medida que algunos de sus contenidos son considerados revelaciones divinas. Este fijismo teológico nos permite afirmar que la teología cristiana sufre de la misma crisis antropocéntrica de nuestros tiempos. Además, ella misma también es el reflejo de una crisis androcéntrica y ecocéntrica. El humano masculino ya no da cuenta de mantener su identidad de dominador frente a la destrucción global de la cual es el primer artífice. El fijismo teológico ha sido construido o pensado desde categorías jerárquicas masculinas excluyentes del femenino y de la naturaleza. Los contenidos que han nutrido generaciones, aunque siguen vigentes para muchos grupos, en realidad manifiestan límites que afrontan nuestra razón y los retos de la vida del planeta.

 

Nuestra teología cristiana es, en su totalidad, construida a partir de un referencial antropológico mítico masculino que huele a moho. Dios Padre y Dios Hijo son las masculinidades divinas dominantes que someten a su poder la perdición y la salvación de los seres humanos, olvidándose de los animales, de los campo y florestas, de los ríos y mares. ¿Qué sería de la vida humana sin la vida de la naturaleza y de sus habitantes?

 

La Biblia se tornó casi una referencia metafísica indiscutible. “Está escrito”, “la Biblia dice”, “esto que afirmamos es bíblico”, “los hombres son la cabeza del cuerpo”, “las mujeres tienen que callarse”. Y con eso crece la exploración, la destrucción, los feminicidios. Sacar la Biblia de la metafísica es sacarla de una historia idealizada, de la consideración heroica de la vida de algunos personajes y replantear su vida en sus múltiples contradicciones. Cuando idealizamos un personaje como Moisés, Isaías, Pablo o Jesús le sacamos el poder de ser nuestro semejante, el poder de luchar desde los límites cotidianos de nuestras vidas, desde los condicionamientos inherentes a todas las vidas. Tornar la Biblia un tótem fijo, “la Palabra de Dios” es destruir su fuerza de inspiración para hoy.

 

Grupos de mujeres feministas, grupos de lucha anti-racista y anticolonial en sus diferentes formas, incluso con sus límites, nos están mostrando las rupturas en nuestro tejido religioso tradicional. Todo eso nos hace pensar en el rol de los seres humanos en la construcción de nuestras relaciones destructivas y constructivas. Podemos decir que nuestro antropocentrismo corresponde a una limitada forma de pensamiento. Y esto porque no nos damos cuenta de la complejidad de los procesos vitales y del mal estar inconsciente en muchos, pero presente en todos los seres de la tierra. Por eso decimos que hay que cambiar.

 

¡Cambiar! ¿Qué es cambiar? Si tenemos frío, hay que buscar el sol para calentarnos. Si no hay sol, hay que buscar una frazada y cubrirnos. Si tenemos hambre, hay que buscar el alimento. Cambiar es buscar una situación mejor para vivir. Y este proceso es continuo en nuestras vidas de animales y vegetales. Por eso, hay que buscar sentidos más allá de la dogmática patriarcal, más allá de su metafísica que se quiere una verdad inmutable.

 

4. ¿Qué significa, “más allá de la dogmática patriarcal o más allá de la metafísica”?

 

La dogmática patriarcal es el cuerpo dogmático de creencias que sostiene la teología y en especial la teología que se estableció desde un mundo políticamente dominado por el Imperio Romano y, en seguida, por otros poderes que le substituyeron en la Europa Occidental. Es un acabose de pensamientos, de teorías generales que legitiman acciones y comportamientos cotidianos controlados por un poder juzgado mayor. Es una forma de organización de la vida propuesta en torno a creencias religiosas que marcan las diferentes culturas. El cristianismo se mantuvo en muchos lugares del mundo desde una dogmática patriarcal, o sea, una afirmación de verdades de las cuales no se podía dudar de forma que toda la diversidad cultural de los pueblos colonizados debería someterse a la teoría de la salvación que se proponía como verdad proveniente del Dios Único.

 

El control ejercido desde los varones como representantes de un principio paterno organizador de las sociedades mantuvo este poder por muchos siglos y sigue, hasta hoy, influenciando políticas nacionales de dominación, de promesas no cumplidas, de esperanzas imposibles.

 

En nuestros días, este conjunto de dogmas y creencias ya no se sostiene en un mundo donde la religión no tiene el mismo rol que tenía antes. Frente a la evolución de la historia, de las ciencias y la organización de nuevos movimientos sociales de carácter internacional y nacional hay que repensar la vida de las religiones. Además del referencial mítico masculino que todavía sostiene la teología patriarcal, ella sigue cómplice de diferentes formas de exclusión. Pueblos dominados, etnias consideradas inferiores, y un desprecio y objetivación de la naturaleza nos invitan a salir de la dogmática tradicional y entrar, no sólo en nuevas relaciones, sino en nuevas significaciones quizás menos poderosas en su forma patriarcal, pero más eficaces en relación con la manera de cuidarnos mutuamente.

 

Hablar de “más allá” de la metafísica o de la dogmática también quiere decir que en este momento no se puede apagar la herencia patriarcal, porque ella nos habita y es parte de nuestro cuerpo, pero hay que transformarla lentamente. Un ejemplo sería lo que llamamos hoy una agricultura ecológica donde varias formas de plantas conviven y se ayudan mutuamente para evitar la reproducción de plagas. Una nutre y protege la otra pudiendo expresar su forma de vida, sin que esa sea la dominante. Quizás ese sería el nuevo sueño de diálogo y cuidado entre los seres humanos en convivencia con el mundo de los animales y vegetales. Sería el convivir de muchas especies, como en el mito de la Arca de Noé, buscando educarnos para el respeto mutuo.

 

¿Cómo se haría esto en un mundo de violencia de nosotros contra nosotros mismos? No vamos a darle un nombre específico. Los nombres ayudan y limitan. Pero como sólo desde nuestros límites sabemos pensar y actuar con palabras, quizás podríamos simplemente llamarlo de movimiento vital de muchos nombres. Este movimiento exige inspiraciones e iniciativas múltiples que nos ayuden a acoger a quienes son diferentes de nosotros. Exige una atención a la diversidad de situaciones, a la diversidad de necesidades del momento. No hay un único modelo de acción, una única forma de actuar por relaciones justas. Hay que plantar la diversidad en nuestras miradas, en nuestros análisis. Hay que escuchar nuestros cuerpos. Cuando tenemos sed, hay que tomar agua. Cuando estamos hambrientas, hay que comer pan, arroz, frijoles. Cuando estamos sin medicina, hay que buscarla. Para cada situación, “una salvación”. Y no es para después de esta vida, es para ahora.

 

5. Volver a la sencillez e interdependencia de la vida

 

Después de un largo período de alienación de nuestra realidad interdependiente, estamos volviendo, lentamente, a redescubrirnos como elementos, como polvitos de un único cuerpo planetario.

 

¿Pero, cómo encontrar caminos para afirmar nuevos sentidos adentro de la tradición de Jesús? Pienso que esto se haría por medio del camino de la transgresión. Transgresión al estatus quo, a la orden que mata, a la ley que roba la dignidad.

 

La transgresión está bien presente en los caminos de Jesús, en la tradición profética femenina y masculina. La transgresión puede ser un acto que promueve la vida o que promueve la muerte. Esto indica la fragilidad de nuestras elecciones, nuestras acciones y de nuestras búsquedas.

 

En la presente reflexión quiero subrayar la transgresión que promueve la vida. A lo largo de los Evangelios, Jesús se ve transgrediendo la ley del sábado, transgrediendo el sistema de pureza de los judíos, transgrediendo el hecho de sentarse a la mesa con pecadores, cobradores de impuestos, mujeres. Pienso que la transgresión se torna una especie de metodología de la inclusión de los marginados/as en su diversidad existencial. La transgresión, como la de los objetores de consciencia, los/las que no se han sometido a poderes dictatoriales. Podríamos ser cien, miles de objetores adentro de nuestras iglesias, dentro de nuestras escuelas, hospitales, empresas, familias. Transgresión, también a lo que llamamos bíblico, a los principios teológicos cuando la vida está amenazada. Está escrito, pero hay que cambiar por la vida.

 

Volver a la sencillez de la vida, a lo esencial que nos hace vivir. Ayudarnos a salir de las tentaciones del poder, del tener, del valer que nos toca a todas y todos. Salir de las tentaciones por hacer de nuestros cuerpos modelos para el capitalismo, de nuestras ropas la moda que nos mata, de nuestra comida el sabor impuesto por otros, de nuestra fe la más perfecta. Todo eso nos invita a recordar cómo es aprender desde la sencillez de la vida, cómo escuchar, cómo acoger el dolor ajeno.

 

6. Dependencia o autonomía de las instituciones religiosas

 

Muchos teóricos afirman la importancia de las instituciones religiosas y del establecimiento, a partir de ellas, de conductas para los que se asocian a ellas. Las iglesias institucionales han tenido un rol social y político importante, sobre todo como apoyo de los extremismos. O se aliaron a los ricos o intentaron la defensa de los pobres. Personas y grupos han ejercido el papel de responder a los extremos de la sociedad. Así, las mismas instituciones jamás han tenido comportamientos homogéneos o iguales. La diversidad, las disensiones, las luchas internas siempre han existido.

 

¿Cómo ubicarse hoy frente a eso? No podemos suprimir, por un acto de voluntad, las instituciones religiosas. Ellas están ahí y mucha gente las necesita y vive de ellas. Nosotras/os vivimos de ellas y en ellas, y también desde ellas las criticamos. Al criticarlas estamos criticándonos a nosotros mismos y estamos haciendo rupturas adentro de nosotros mismos y adentro de la institución. Me viene al espíritu una imagen que he visto muchas veces cuando vivía en el nordeste de Brasil. En las periferias, donde viven los más pobres, se construye la casa nueva afuera de la casa vieja. Se sigue viviendo en la casa vieja, pero afuera se construye la nueva. La vieja sigue abrigando hasta que, poco a poco, sus muros son quebrados, los viejos ladrillos y la tierra seca retirados, y ya se está habitando una casa nueva. Y hay que seguir hasta que esta nueva sea vieja y seamos invitados de nuevo a hacer otra.

 

Esto significa que tenemos dependencia y, al mismo tiempo, también autonomía desde nuestras tradiciones. Vivimos la necesidad de renovarlas, de ajustarlas a la necesidad de los nuevos tiempos y desafíos. Por eso, no hay que temer nuevas construcciones, no hay que temer la caída de los viejos muros, no hay que temer el miedo que nos habita, la inseguridad que nos toma el cuerpo. Mirar los cambios cotidianos de la vida en sociedad, aprender de ellos. Darnos las manos, confesarnos nuestros miedos, nuestras incoherencias, compartir nuestro dolor y las pequeñas alegrías, y seguir adelante sabiendo que somos polvito de un universo mayor.

 

Breve conclusión

 

No hay conclusión. Hay que seguir los caminos sabiendo que la fuerza para cada paso nace de nosotras, de los otros, del dolor, del amor, del sol, de la luna, de las aguas, de los vientos, de los vivientes en sus más distintas formas. Todo se mantiene junto como el derecho y el revés de un mismo tejido, para que la vida siga su curso en nosotras y más allá que nosotras/os. Finalmente, todo se mantiene en Dios, fuerza vital en la cual somos.

 

Bibliografía

 

Berry, Thomas. O sonho da terra. São Paulo: Vozes, 1991.

Gebara, Ivone. Caminhos para compreender a teologia feminista. São Paulo: Recriar, 2023.

Gebara, Ivone. Ensayo de antropología filosófica. El arte de mezclar conceptos y plantar desconceptos. Estella (Navarra): Verbo Divino, 2020.

Gilkey, Langdon. Nature, Reality and the sacred. The nexus of Science and Religion. Minneapolis: Fortress, 1993.

 

 

 

 

Ivone Gebara, religiosa católica. Es Doctora en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo y Doctora en Ciencias de la Religión por la Universidad Católica de Lovaina. Investigadora independiente.

 

Contacto: ivonegebara@gmail.com

 

Artículo recibido: 30 de marzo del 2023.

Artículo aprobado: 5 de abril del 2023.

 

 



[1] Langdon Gilkey, Nature, Reality and the sacred. The nexus of Science and Religion (Minneapolis: Fortress, 1993).

[2] Thomas Berry, O sonho da terra (São Paulo: Vozes, 1991).

[3] Ivone Gebara, Caminhos para compreender a teologia feminista (São Paulo: Recriar, 2023); Ensayo de antropología filosófica. El arte de mezclar conceptos y plantar desconceptos (Estella: Verbo Divino, 2020).