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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 39 Número 1 - Enero/Junio
2019 -
San José, Costa Rica - ISSN 1019-6366 Descolonizar el
futuro: ¿Cómo vivir en
tiempos de cambio climático? |
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Sanándonos … salvándonos pp. 51-82 Heydi Galarza
Mendoza |
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Resumen: Se precisa la necesidad de un
abordaje teológico con perspectiva ecológica que se enfoque en cómo esta
perspectiva aporta al complejo mundo de la ecología y cómo se conecta con
otras propuestas teóricas y acciones ambientales. Se propone que los espacios
religiosos y sus tradiciones tienen la oportunidad de acercarse y aprender
unas de las otras. Enriquecidas por la sabiduría compartida pueden aportar a
los procesos ambientales a través de principios que fundamenten una ética
ecológica que incluya el encuentro, la compasión y la justicia ambiental. Abstract: The article discusses the need for
a theological approach with an ecological perspective is mentioned. It is
discussed how this perspective contributes to the complex world of ecology
and how it connects with other theoretical proposals. It is proposed that:
(1) religious spaces and their traditions have the opportunity to approach
and learn from each other; (2) mutually enriched, these traditions can
contribute to environmental processes through an ecological ethic that
includes compassion and environmental justice. Palabras claves: encuentro, compasión, justicia ambiental,
teología con perspectiva ecológica, sanción, salvación. Key
words: encounter,
compassion, environmental justice, ecological theology, moral sanction,
salvation. |
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Heydi Galarza Mendoza
Sanándonos … salvándonos
Moramos en un mundo vivo y vivificante. Todo cuanto aquí existe es
vivo: las personas, los animales, las plantas, los suelos, las aguas, los
vientos, los cerros, los valles y todo lo demás. Vivimos en un mundo
sensitivo y emotivo. Aquí se vivencia la equivalencia de lo diverso, porque
aquí el mosquito, el sapo, la helada, el granizo, el zorro, el hombre, el
cerro, el río, las estrellas...somos imprescindibles en la delicada crianza
de nuestra armonía, porque sólo nuestra exuberante diversidad sabe criar la
armonía que aquí y ahora conviene. Jaqueline Michaux Introducción
Este artículo diseña
un entramado de interconexiones donde se incluye y desarrolla principalmente tres elementos: el
encuentro, la compasión y la justicia ecológica, elementos que pueden aportar
desde una postura cristiana, pero entrelazándose con otras espiritualidades y
realidades religiosas, ya que la riqueza de estos tres elementos proviene de
la sabiduría y de la larga experiencia de nuestras y nuestros ancestros, con
sus vivencias de rupturas, acercamientos, diálogos y sanación. La expectativa es que los
tres elementos presentados puedan ayudar a las comunidades de fe a recrear la
reflexión y la práctica ética a nivel ecológico. Para esto necesitamos las
manos y pensamiento abiertos a otras comunidades humanas y a otras vertientes
religiosas, con la misma apertura de los árboles que son capaces de
reconocerse iguales a través de sus raíces, donde existe un intercambio
activo: “El que tiene mucho cede y el que tiene poco recibe ayuda”[1]. Es por esta razón que se
plantea como hilo conductor de estas páginas a las conexiones y relaciones
como una necesidad y no como algo tangencial[2]. Permítanme explicar
esta ‘necesidad’ desde la actuación del entorno natural y sus sistemas
ecológicos. Los espacios vitales que permiten a los seres vivos continuar y
permanecer son las relaciones constantes y permanentes entre sus pares y con
los otros diferentes, el momento en que hay quiebres o rupturas, las formas
naturales corren el riesgo de desaparecer o morir. Esta primera evidencia es
lo que conocemos como la vida de la diversidad o biodiversidad. A partir de
esta afirmación y con la seguridad de que los espacios cristianos tienen la
voluntad de sumar fuerzas y poner las destrezas particulares a la causa común
de los problemas que afronta el planeta a nivel ambiental, iniciamos el
recorrido de los tres elementos que pueden contribuir, desde una perspectiva
religiosa, tomando en cuenta las palabras del Dalai Lama: “no es el medio
ambiente el que necesita que lo arreglen. Es nuestro comportamiento en
relación con el entorno el que debe cambiar[3]”. 1. Primer
elemento: El encuentro
Desde la ecología
integral se asume un “marco de trabajo global para caracterizar la dinámica
ecológica y resolver problemas ambientales”[4].
Este ‘trabajo global’ supone la integración de variedad de miradas,
búsquedas, respuestas y consensos. Propuesta que incluye tanto a las ciencias
como a las espiritualidades y religiones, a los grandes y pequeños
movimientos ecológicos, como a las instituciones que se plantean trabajos
ambientales, a los gobiernos y a los movimientos sociales, entre otros. Todos
pueden aportar bajo el principio del “mutuo entendimiento y mutuo acuerdo (…)
mediante un difícil y laborioso proceso de crecimiento interior y
trascendencia[5]”. Lo que queremos
resaltar de este párrafo es que en estas búsquedas globales, la pertinencia
del cristianismo pasa por su “experiencia” de más de dos milenios, planteada
en valores y sobre todo desde la utopía que apuesta por la vida. Esto es
relevante, frente al mundo de la ciencia que sólo hace 200 años está
explorando su origen biológico. Lo que
significa que la exploración teológica supera a las búsquedas de la ciencia[6]. Sin embargo, queremos
entrelazar y conectar el cristianismo y sus manantiales con otras vertientes
de espiritualidades. Esta propuesta de beber de otras vertientes religiosas y
espiritualidades, nos ayudará, sin duda a pasar de una teología justificadora
a una teología de humilde recepción, como lo plantea el Consejo Mundial de
Iglesias: “La teología del dominio de la humanidad sobre el resto de la
creación, que ha servido para justificar la explotación de la tierra, debe
ser reemplazada por una teología de la humildad y del compromiso basada en la
ética ecológica”[7]. En este sentido, el encuentro
con otras tradiciones religiosas, sin duda abrirá nuevos senderos, ya que existen
naciones, culturas y espiritualidades que tienen una multiplicidad de valores
y principios ecológicos de los que podemos aprender. Este camino de
descentramiento puede ayudar al cristianismo a comprenderse dentro de las
relaciones donde ya no impone ni propone su verdad, más bien se acerca,
conoce y acepta las otras formas religiosas que pueden, junto a la suya
aportar con propuestas a la compleja crisis ambiental que vivimos hoy. Acercarnos a las
antiguas narraciones de los diversos pueblos nos revelará el aprecio y
respeto que estas espiritualidades tienen por la flora, la fauna, los
elementos y bienes naturales, donde se puede ver “una síntesis de miles de
años de relación del hombre americano con el medio ambiente”[8], donde los espacios
naturales, la biodiversidad, los ecosistemas, son espacios sagrados y son
territorios custodiados por los espíritus que los animan. Incluimos a
continuación tres textos sagrados que, entre otras cosas, muestran una
situación común: la preocupación porque la espiral de la vida, a través de
los bienes naturales, continúe y se mantenga. El primero llega desde el mundo
andino, el segundo de las Tierras Bajas y Amazonía y el tercero del mundo
bíblico: El primer texto
propuesto lo encontramos en el antiguo documento andino de Huarochirí[9], extraído del libro
sagrado quechua del siglo VXI. En tiempos antiguos este mundo estuvo a punto de
desaparecer. Una llama macho que pastaba en una montaña con excelente yerba
sabía que la Madre Lago (el mar) había deseado y decidió, desbordarse, caer
como catarata. Esta llama entristeció, se quejaba “in, in”, diciendo lloraba
y no comía. El dueño de la llama muy enojado la golpeó con una coronta de
choclo. –Come perro, le dijo, tu descansas sobre la mejor yerba. Entonces la
llama hablando como si fuera hombre, le dijo: “ten mucho en cuenta y recuerda
lo que voy a decirte: ahora de aquí a cinco días el lago grande ha de llegar
y todo el mundo acabará”. Así dijo hablando y el dueño quedó espantado, le
creyó. Iremos a cualquier sitio para escapar. Vamos a la montaña Huillcacoto.
El hombre se echó a caminar llevando a su familia y a la llama. Cuando estaba
a punto de llegar al cerro Huillcacoto encontró que todos los animales
estaban reunidos: el puma, el zorro, el huanaco, el cóndor, todas las
especies de animales. Y apenas hubo llegado el hombre, el agua empezó a caer
en cataratas… Allí apretándose mucho estuvieron animales y hombres (…) pero
el agua logró tocar el extremo de la cola del zorro y lo mojó, por eso quedó
ennegrecido. Y cumplidos los cinco días el agua empezó a descender…[10] El segundo es parte de
la mitología las Tierras Bajas y la Amazonía[11]: “Los antiguos contaban
que en la desembocadura del río Amazonas había un lago de leche. Allí nace nuestra historia,
allí empieza la vida de nosotros, que éramos peces… De ese lago de leche partió la madre del
agua- el guió o anaconda-, que empezó a subir por el río Amazonas y nos llevó
con ella, en sus espaldas, subiendo contra la corriente. Buscando la tierra
alta, que es la que sirve para los hombres, para formar cultura, para que se
formen de carne y hueso y puedan vivir. En la anaconda se traía tabaco, se
fumaba y se rezaba para elegir el camino. En todos esos lugares pararon y,
así, haciendo historia porque la gente rezaba, curaba, cantaba y se
transmitían la historia del viaje a través de la palabra. Es muy importante
para nosotros ese lugar porque hasta allí nos trajo la anaconda, que ahí se
convirtió en piedra y se quedó. Ese fue nuestro origen[12]. Para terminar este
recorrido hermenéutico nos acercamos al texto bíblico por demás conocido: El Señor dijo: Yo he visto la opresión de mi pueblo,
que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus
capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a
librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una
tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel… (Ex 3, 7-8ª). Tres relatos, tres
culturas, tres simbologías diferentes, pero las tres reflejan preocupaciones
y problemáticas similares de fondo: la mantención de la ciclicidad o la
restauración de la vida en sus diversas manifestaciones. Tres relatos donde
encontramos la bendición o la promesa de las deidades, de los espíritus
tutelares y de los dioses para aquellos seres que habitan esta “casa grande”.
Bendición que se transforma en anuncio y refugio (relato andino), en agua
saludable y tierra estable y abundante (relato amazónico), en territorios
aptos para vivir dignamente, para el cultivo y en alimentos provistos por las
otras especies (relato bíblico). A modo de ejemplo,
estos relatos proporcionan muchos elementos para generar diálogos
hermenéuticos ecológicos. Lo que se resalta en los dos primeros es la
relación espontánea entre los seres humanos y no humanos. Los portadores de
‘salvación’ en esos relatos son los no humanos; quien necesita para su
sobrevivencia de estos otros seres es el ser humano. Es más, claramente tanto
la llama, en el relato andino, como la anaconda, en el de Tierras bajas, son
presentadas con la sabiduría, la astucia y la fuerza para guiarlos[13]. Esta ‘salvación’ tiene
una característica puntual, las narraciones que son parte de la mitología de
los pueblos, encierra la sabiduría de un saber ecológico, aquí radica la
importancia de atraer a nuestros espacios su simbología, su significado y su
enseñanza. Philippe Descola lo explica de la siguiente manera: Se ha apuntado a la idea de que, más allá de los
conocimientos técnicos, botánicos, agronómicos o eteológicos puestos en
práctica por los indígenas en sus actividades de subsistencia, era el
conjunto de sus creencias religiosas y de su mitología lo que debía
considerarse como una especie de saber ecológico transpuesto, como si se
tratara de un modelo metafórico del funcionamiento de su ecosistema y de los
equilibrios que deben respetarse para que este ecosistema se mantenga en un
estado de homeostasis[14]. En este sentido, el
propiciar estos ‘encuentros’ con la mitología de estas diversas formas
religiosas, a través de un intercambio activo, quizás logre darnos pautas
para acciones y conductas concretas donde podemos cambiar la acumulación por
la distribución equitativa, el egoísmo por la solidaridad y la
criatura/humanidad reaprenda de las otras criaturas de la tierra a vivir sin
depredar. 2. Segundo
elemento: La compasión
La compasión en el
mundo cristiano es primordial porque es parte de las enseñanzas vitales tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Desde una teología con perspectiva
ecológica queremos mostrar cómo la compasión, desde dos niveles puede aportar
ampliamente a una ética ecológica. Para esto nos remitiremos a varias
tradiciones espirituales que transversalizan el principio de la compasión. En el mundo bíblico el
sentido de la compasión está unido a los atributos esenciales de Dios que es
él “compasivo y misericordioso” (Sal 102), es un sentimiento/acto que nace
desde las entrañas conmovidas, porque escucha y mira que una injusticia se
está dando en su creación. Así, en el antiguo Código de Alianza encontramos
esta norma “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes
de la puesta del sol, porque es lo único que tiene para cubrir su cuerpo. Si
no, ¿con qué va a dormir? Si recurre a mí, yo lo escucharé, porque soy
compasivo” (Ex 22, 25-26). Esta antigua norma nos
muestra que la justicia cotidiana está ligada al mantenimiento de las buenas
relaciones y la seguridad de las personas con las que conviven. En este caso,
la prenda era parte de la garantía de un préstamo o para que se cumpla una promesa,
sin embargo, como parece ser este caso, si el deudor era pobre, debía
devolvérsele la ropa para no afligir su subsistencia. Podemos indicar que la
justicia del Antiguo Testamento está impregnada de esta humanidad compasiva,
si se olvida esto, como bien indica el texto, Dios, por su compasión
escuchará la voz de aquella injusticia, y como en otros textos, hará
justicia. En otros términos,
esta norma que implica una conducta para con los otros mantiene el equilibrio
dentro de una comunidad. Bajo esta perspectiva el budismo, en relación a la
protección y conservación del medioambiente, insiste que es importante “en
primer lugar, conseguir el equilibrio interno entre los seres humanos”[15]. El camino, según el
Dalai Lama es tener un buen corazón. Ese atributo sencillo de la
naturaleza humana puede adquirir una gran fuerza. Con un buen corazón y
sabiduría uno posee la motivación adecuada y cumple automáticamente con su
obligación. Si la gente empieza a actuar con compasión verdadera hacia los
demás, conseguiremos protegernos los unos a los otros y protegeremos nuestro
medio[16]. Estas reflexiones que
entrecruzan dos formas de espiritualidad tan antiguas como son la hebrea y la
budista, llegan a conclusiones similares: mantener la armonía dentro de la
comunidad, principio fundante para que la vida se conserve y se proteja.
Desde una perspectiva ambiental podemos plantear esta misma postura para la
gran comunidad humana, primero restablecer el equilibro dentro de nuestra
especie (humana), a través de la compasión, que se hace manifiesta en la
protección mutua. En Sudamérica, en los
espacios andinos, la compasión y la protección pueden traducirse como el
principio de la comunidad que es el ayni, que se comprende como actos
o actividades que realizan entre las personas: el dar y el recibir continuo,
actos que van más allá del intercambio monetario o la compensación material.
Este principio contiene la vivencia, la pasión y la mutualidad que se basa en
la solidaridad, de donde emerge la reciprocidad, elemento clave para una
convivencia pacífica y duradera entre los seres humanos[17]. En perspectiva
ecológica la compasión también la perfilamos desde la relación ser humano -
naturaleza. Para esto retomamos el camino de la teología, Agudelo,
Carrasquillas y Rojas nos dicen que la teología “tiene como núcleo
fundamental las relaciones entre Dios y la humanidad, la creación del
universo en relación con el hombre y la salvación del mismo por Dios; el
destinatario de ella es el ser humano histórico y contextualizado cultural y
socialmente[18]”. A partir de esta
conceptualización, la teología con perspectiva ecológica abre su mirada y su
praxis a las relaciones entre el ser humano como criatura y el mundo como
creación, un mundo que interviene en la visión del humano como un espacio querido
por Dios, un mundo que reclama hacer manifiesta la inmensa e indescriptible
variedad de vida visible e invisible a los ojos humanos. Por lo tanto esta
reflexión requiere una nueva visión, que supone un ‘nuevo nacimiento’, para
que los ojos vean, las manos palpen, los oídos escuchen y el corazón sienta
de manera renacida (cf. Jn, 1,1). Nuevo nacimiento para que redescubramos,
teológicamente, que la creación es el Hogar de las múltiples formas de vida,
tomando en cuenta la etimología de “Eco” que proviene del griego oikos
que se traduce como casa u hogar[19]. Este nuevo nacimiento
nos hará capaces de re-significar la propuesta salvífica donde “el
destinatario de la salvación ya no sólo es el ser humano histórico y
contextualizado cultural y socialmente”, la salvación se convierte en un
continuo intercambio de procesos salvíficos donde están integradas las
múltiples formas de vidas. Salvación que proviene de la renovación de
‘encuentros’ entre formas vitales que son parte del oikos. De esta manera evidenciamos
que si la teología cristiana fundamenta que la salvación proviene de lo
Divino, desde una teología con perspectiva ecológica, queremos proponer que
la salvación/sanación se da también en colaboración mutua entre los seres
creados, donde la humanidad (creyente o no) es una de las especies que puede
propiciar este compasivo reencuentro[20].
La responsabilidad del reencuentro, este es el reto de las comunidades
cristianas, pues la humanidad en su conjunto, de una u otra manera, ha
generado las múltiples rupturas con las otras especies, lo que ha causado la
discontinuidad del aleteo de la Ruah, es decir, ha despojado de vida a
las especies/criaturas, a la tierra, al cielo, al aire, al agua. La teología
con perspectiva ecológica, por tanto, es también una reafirmación al respeto
de las vidas y las espiritualidades que aletean en ellas. Retomamos la
perspectiva bíblica, ésta nos recordará a comprender mejor cómo el pueblo
hebreo integraba no solo a la criatura humana, sino a los seres creados por
Dios en el continuo equilibrio. El código deuteronómico entre la vasta
normativa expresa un precepto que delimita, por un lado la diferencia
fundamental entre un pueblo enemigo (entre seres humanos) y un elemento de la
naturaleza que está al margen de cualquier guerra: Si asedias una ciudad durante mucho tiempo,
combatiéndola para tomarla, no destruirás su arbolado metiendo hacha en él,
porque de él te has de alimentar. No lo talarás ¿Es acaso hombre el árbol
para que lo trates como a un sitiado? (Deut 20:19). El código de la
Alianza, en el libro del Éxodo hace otra mención importante, donde muestra
que la justicia bíblica prescribe que las relaciones humanas están
traspasadas por la ética donde intervienen los otros seres, en este caso la
preocupación por criaturas que colaboran en el trabajo cotidiano del ser
humano: “Si encuentras extraviado el buey de tu enemigo o su asno extraviado,
se lo llevarás. Si ves el asno del que te aborrece, caído bajo la carga, no
te desentiendas de él; préstale tu ayuda” (Ex 23,4-5). Este texto muestra que
las normas justas de este pueblo regulan las relaciones sociales. Por otro
lado, se hace evidente que la justicia del ser humano, es una muestra de la
justicia de Dios. Haciendo una hermenéutica eco-contemporánea de este texto,
descubrimos que aquí la justicia muestra su vertiente compasiva donde tanto
los animales como los seres humanos que están en algún tipo de desventaja
tienen el derecho de ser protegidos y ayudados. La sanación/salvación,
desde estos breves ejemplos, puede ser comprendida como una permanente
colaboración entre los seres creados: los árboles que no son talados siguen
proporcionando alimento y sombra a los humanos, lo que significa el bien
vivir de las comunidades humanas. El segundo ejemplo donde los animales son
devueltos o son salvados en un accidente, implica que se mantiene el ciclo de
la productividad y del equilibrio de las faenas que proveen sustento, tanto a
niveles individuales como comunitarios. En este caso específico, y para el
pueblo de la Biblia, el asno era un animal doméstico muy apreciado. Estos
animales (especialmente las hembras) eran buenos para llevar carga y para
cabalgar. Como explica Edward R. Hope “los asnos se veían como el mejor amigo
del hombre en el reino animal. Eran el medio de transporte del hombre común,
y muchas familias ordinarias eran dueñas de un asno”[21]. En esta relación entre
‘criaturas’ podemos ver relacionados el principio de la compasión con la salvación,
que en términos neotestamentarios está ligada a la sanación. Uno de los
términos griegos que se traduce por salvación es sōzō, que es
utilizado en el evangelio de Mateo, en la narración de la mujer que sufría
flujos de sangre. En ese pasaje la palabra es utilizada tres veces. Lo
interesante de este concepto es que se puede traducir como “sanación en
peligro de muerte”. Es por esta razón que hacemos este valioso intercambio de
sentidos en cuanto a salvación y sanación[22]. Compasión y
sanación/salvación son parte del proceso que puede devolver el equilibrio no
solo a la especie humana sino a las otras especies. En palabras del poeta
Juan Rulfo: “Nos salvamos Juntos o nos hundimos separados” y en la
experiencia de los pueblos indígenas de Norte América: Es importante valorarse e interesarse en uno mismo;
pero también es importante interesarse por los demás. Tiene que haber un
equilibrio entre nuestra preocupación por nosotros mismos y por los demás. De
lo contrario, los individuos, las familias e incluso las comunidades sufren y
mueren. Estar desequilibrado es estar enfermo[23]. Finalizamos este
segundo apartado como propuesta simbólica la interrelación de los árboles que
bien puede traducir la compasión en generación de fuertes e íntimos vínculos: “Un árbol no hace un bosque, no es capaz de crear un
clima local equilibrado, está expuesto al viento y a las inclemencias del
tiempo. Sin embargo, los árboles juntos crean un ecosistema que amortigua el
calor y el frío extremos, almacena cierta cantidad de agua y produce un aire
muy húmedo. En un entorno así los árboles pueden vivir protegidos y hacerse
viejos. Para conseguirlo la comunidad debe mantenerse a cualquier precio. Si
todos los ejemplares se preocupasen sólo de sí mismos, muchos de ellos no
llegarían a la edad adulta. Las muertes continuadas provocarían grandes
huecos en las copas, por los que las tormentas se colarían con mayor
facilidad y otros troncos podrían ser abatidos. El calor del verano
penetraría hasta el suelo del bosque y lo secaría. Todos sufrirían”[24]. 3. Tercer
elemento: justicia ecológica
Teresa Forcades
explica que “la investigación crítica, sea del tipo que fuere –filosófica,
histórica, social, literaria…-, se origina siempre a partir de una
experiencia de contradicción”[25]. Contradicciones que
pueden ser vivenciales o intelectuales. Si nos proponemos un análisis de la
perspectiva cristiana en relación con la naturaleza, ya observamos en los
anteriores apartados que existen evidentes contradicciones que no permiten
avanzar tanto en el entendimiento como en la praxis a nivel ecológico. Es por
esta razón que proponemos que la teología con perspectiva ecológica tiene que
ser necesariamente crítica, de otro modo bastaría seguir la línea de la
tradicional teología de la creación o del actual sistema/mundo. Sin embargo,
en esta época de cambios estructurales a nivel ambiental, transformaciones
vitales y búsquedas de renovados paradigmas, los espacios religiosos también
requieren renovar sus búsquedas. Este es un primer paso para que se dé la
justicia ecológica. En este sentido, la
crítica de una teología con perspectiva ecológica, hace visible que aquello
que llamamos creación es una multiplicidad de vida interconectada, es la
interminable sucesión de relaciones que segundo a segundo generan nuevas
creaciones. A partir de allí esta teología integra a su reflexión la
etimología del término ecología como el “estudio de los hogares”. En el segundo apartado
redimensionamos la perspectiva que plantea que sólo el ser humano es digno de
salvación, ya que la creación entera está expectante ante la propuesta de
salvación, en este sentido redirigimos el diálogo teológico donde el ser
humano habla “con” Dios, para disponerse a hablar “con” la
naturaleza/creación, con Gaia, con la Pachamama, con la Gran Madre. La
disposición para ‘hablar con la naturaleza’, supone tener la disponibilidad a
aprender idiomas nuevos. Idiomas que se hablan desde las diferentes latitudes
de la tierra, desde culturas con formas religiosas, cosmovisiones,
cosmologías y cosmopraxis propias. En el mundo cristiano
sabemos que, a través de la tradición bíblica, el ser humano es
guardián/administrador de la creación. Sabemos también que esta mirada trajo,
históricamente, una postura antropológica de supremacía sobre las otras
especies. La Encíclica Laudato Si, dice al respecto: No hay ecología sin una adecuada antropología.
Cuando la persona humana es considerada sólo un ser más entre otros, que
procede de los juegos del azar o de un determinismo físico, se corre el
riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad[26]. Sin embargo, a este
enfoque que es el que se ha posicionado como hegemónico, existen otras
visiones/prácticas ligadas a mundos religiosos y culturales que han
coexistido con la naturaleza, entre ellas están muchos de los pueblos de la
Amazonía, o la praxis y pachasofía de los pueblos andinos, como también la
amplia cosmología de pueblos del norte de América, entre otros. En este
apartado nos enfocaremos en los pueblos de la Amazonía y los que habitan en
los Andes. Philippe Descola,
desde la vertiente antropológica, argumenta que: a diferencia del dualismo más o menos estanco que,
en nuestra visión el mundo, rige la distribución de los seres humanos y no
humanos, en dos campos radicalmente distintos, las cosmologías amazónicas
despliegan una escala de seres en la que las diferencias entre hombres,
plantas y animales son de grado y no de naturaleza[27].
Una importante parte
del planeta (no me refiero al nivel cuantitativo), vive según esta
experiencia. El mismo investigador pone varios ejemplos de poblaciones de la
Amazonía: los Achuar de la amazonía ecuatoriana, los Macuna de la selva de la
Colombia oriental, poblaciones de las regiones de Tierras bajas de América
del Sur o los pueblos de la región subártica de Canadá[28].
Es evidente que la visión de mundo de estos pueblos no es antropocéntrica.
Esta visión es fruto de su práctica y relación con su entorno: “conciben su
entorno a la manera de una densa red de interrelaciones regida por principios
que no discriminan a humanos y no humanos”[29]. Una palabra más sobre
esta visión de mundo de los pueblos de la Amazonía, para no correr el riesgo
de ver en estas cosmologías un “un individualismo romántico disfrazado de
belleza ecológica y un asfixiante encierro en la inmanencia” como plantea la Laudato
Si[30]. Descola plantea que la
cosmología de los pueblos de la Amazonía concibe lo que nosotros llamamos
naturaleza, como una relación social, se puede comprender que la
interactuación constante de estos grupos humanos con su entorno, define su
visión y su concepción, pero las investigaciones botánicas y etnobotánicas
también muestran que el entorno, del mismo modo, se constituye como tal por
la relación de grupos humanos. Hoy, gracias a los estudios de la ecología
histórica, sabemos que grandes extensiones de territorio de la Amazonía
tienen una larga historia de suelos antropogénicos, como resultado (de) varios milenios de ocupación por poblaciones
cuya presencia recurrente en los mismos lugares ha modificado el paisaje
vegetal [a la vez que] han sabido aplicar unas estrategias de uso de los
recursos que, aun transformando de modo duradero el entorno, no alteraban, en
cambio, sus principios de funcionamiento ni sus condiciones de reproducción”[31]. Todos estos elementos
son recurrentes en varias culturas ancestrales del planeta. La relación de
intercambio con el entorno y la visión de que se logra tener relaciones
familiares con los otros seres vivos tienen como fruto la adaptación y la
conservación. Por su parte, las culturas andinas (norte de Chile, sur de Perú
y centro oeste de Bolivia y los Andes septentrionales de Argentina), tienen
una visión donde la crianza mutua es un elemento que sociabiliza a los
humanos con los otros seres. Es por esto que las investigaciones presentan el
entorno de desarrollo de estos pueblos como espacios bioculturales donde
humanos y organismos vivos son agentes de interrelación y transformación: Entre estas dos últimas entidades se produce una
articulación, una unión dialéctica que se mueve a través del tiempo y el
espacio (…). Estos agentes se transforman mutuamente y, al hacerlo,
transforman al mundo en el que habitan; la historia es el proceso en el cual
humanos y no humanos están impulsándose mutuamente a “ser”, por lo que las
acciones humanas en el ambiente son de incorporación antes que de inscripción
(Ingold, 2000). Al no ser de inscripción, no es de manufactura, no se hace un
artefacto a partir de un material inerte preexistente y sin historia, sino
que la agentividad propia de las plantas establece condiciones para su
cultivo, cuidado o crianza[32]. Para comprender esta
lógica, es necesario comprender dos elementos: la agencialidad y la crianza
mutua. La primera se refiere a que tanto los seres humanos como los otros
seres “son agentes porque tienen potencialidades propias que los habilitan
para establecer múltiples vínculos relacionales manteniendo una identidad que
les permite tener continuidad de representación en la narrativa local”[33]. Por su parte, Jacqueline
Michaux se refiere a la crianza de esta manera: El mundo andino es un mundo de crianza en el que
cada quien halla el deleite de su vida al criar y al dejarse criar. Un mundo
de simbiosis en el que la vida de cada uno facilita la vida de todos; en el
que no hay lugar para la abstracción ni para la separación y oposición de
sujeto y objeto y de fines y medios”. Donde los sujetos del cosmos
construyen, producen, intercambian esfuerzos, realizan pactos, negociaciones,
pero también son capaces de acciones dañinas o negativas. Todas estas
acciones son la base de la sociabilidad, donde la vida se reproduce[34]. Luego de este largo
preámbulo se puede comprender que la visión de mundo que las personas tenemos
y con la que actuamos se desarrolla, en gran medida, por relación o
alejamiento con los entornos naturales, que derivan en posiciones y acciones
apropiadas o contrarias al mantenimiento de la vida. Precisamente presentamos
la vía del diálogo con estas visiones de mundo, porque su acercamiento a su
filosofía de vida y sus principios nos están mostrando que el resultado de
este tipo de convivencia genera el mantenimiento del equilibrio en el cosmos,
que sin duda es una forma de justicia ecológica. Este reconocimiento
nos lleva a retomar la mirada en el ser humano. Desde las cosmologías
presentadas: el ser humano es naturaleza, es tierra, es criatura, es
creación, es Adam. Sin duda alguna, la escucha de esta historia casi
olvidada, que ha sido narrada una y otra vez no sólo por los relatos
bíblicos, sino por otros relatos religiosos de diferentes culturas, hoy es
fundamental para redimensionar el sentido antropocéntrico en el que vivimos,
ya que la evidencia que sale a la vista al hablar de antropocentrismo es que
el centro es el antropos y todo y todos los demás están en la
periferia. Donde no sólo son forzados a girar en torno al centro sino que
este centro vive a “costa” de todo y todos[35]. Dentro de la ecología,
el antropocentrismo es ampliamente revisado y una teología con perspectiva
ecológica, también tiene el deber de examinar esta postura, para que, en
primer lugar, nos reconozcamos como criaturas, y en segundo lugar, podamos
encontrar vías para sanar aquellas relaciones que hemos roto con las otras
criaturas. De otro modo continuaremos con el casi total desinterés por la
conservación de la megadiversidad y los ecosistemas, a pesar de que están en
peligro por la lógica de acumulación que se vive planetariamente. Se corre el
riesgo de que las sociedades humanas mantengan el ritmo de consumo ilimitado
y, por ende, el ser humano seguirá viviendo en la lógica del homo
consumus. Alegra saber que mucha
de la reflexión teológica relacionada con la perspectiva ecológica, está
haciendo camino en esta línea crítica que replantea la postura
antropocéntrica. Términos como biocentralidad, horizontalidad de relaciones,
acentrismo, son algunos referentes expresados desde experiencias vitales y
espacios teológicos. La postura crítica es una llamada de atención a las
personas creyentes para repensar la lógica del antropocentrismo (el ser
humano como centro y culmen de la creación), y la afirmación de nuestra
autoridad y poder sobre la tierra. La otra lógica, la de comprendernos como
una de las especies dentro del planeta, nos permitirá, como propone el
ecofeminismo “despertar paulatinamente de aquel sueño de ser los dueños del
universo y reconocernos como una parte más del gran tejido de la vida” [36]. Esta otra lógica es
diseñada por teólogas y teólogos como Leonardo Boff, Rosa Dominga Trapasso,
Ivone Gebara, Simon Pedro Arnold, Chung Hyun Kung, Silvia Martinez, Teresa
Forcades, Ditmar Mussig y Miguel Miranda entre otros. Silvia Martínez plantea
que a partir de la modernidad existe un autocentramiento del ser humano mayor
que en otras épocas de la historia: “al tener una visión centrada en mis
experiencias y mis necesidades, absolutizamos lo que nos sucede,
descompensando las relaciones de equidad con los otros, considerando que lo
que nos sucede es lo más importante y lo que tiene prioridad”[37]. Ditmar Mussig, por su
parte, en el libro Hacia un cristianismo ecológico afirma que: “El
concepto del dominium terrae, (…) tuvo sin duda un impacto muy
negativo para la naturaleza, dándole al ser humano, aparentemente, todo el
derecho de usar y explotar la tierra y sus recursos naturales para satisfacer
sus necesidades”[38]. El reconocimiento que
hacen estos autores sobre la sobrevaloración de lo humano en desmedro de
otras formas de vida también lleva a plantear posibilidades
teórico/prácticas, a modo de búsquedas, para otros modos de comprensión y
actuación. Ejemplos de esto los encontramos en teólogas y teólogos de
diferentes continentes. En palabras de la teóloga Chung Hyun Kung:
“Necesitamos pasar del antropocentrismo devorador a una cosmovisión centrada
en la vida, que nos permita vivir la compasión ecológica como el principio
fundante de nuestra naturaleza humana”[39]. Otro autor enfatiza la
actitud de la horizontalidad: “la nueva consciencia ecológica que reclaman la
Laudato Si y el clamor de las multitudes y la Tierra, requiere como
actitud fundamental una posición humana horizontal con todas las criaturas y el
cosmos”[40]. Por su parte, Simón
Pedro Arnold irá un poco más allá presentando el ejemplo de la visión andina
“acéntrica”: “Donde nadie ni nada, ni siquiera Dios, y aún menos el antropos,
ocupa el centro del universo. Al contrario, el universo andino es concebido
como una red infinita de relaciones”[41].
Esta es una reflexión teológica donde se incluyen creencias, valores,
actitudes que refrendan la visión antropocéntrica, de esta manera se generan
diálogos con menos recelo entre las muchas propuestas holísticas que se
acercan a la solidaridad entre diversidades: la relación horizontal con el
entorno y la crianza mutua. 4. No es
suficiente una reflexión teológica, es necesaria una posición sociopolítica
Las experiencias
actuales e históricas (personales y comunitarias) desde donde se reflexiona
la experiencia de Dios, que hoy incluyen los retos, problemáticas y
oportunidades de los procesos ambientales, tanto por el cambio climático como
por el desencuentro humanidad/naturaleza, también requieren una postura sociopolítica.
En este sentido una teología con perspectiva ecológica entrará en diálogo con
los movimientos críticos al actual sistema/mundo en el que nos encontramos.
Por esta razón es imprescindible escuchar las voces que reconocen las
insalvables contradicciones entre el sistema actual y la vida: “hoy, y desde
hace un tiempo, nos vemos avasalladas y avasallados por un sistema económico
que, en opinión nuestra, es incompatible con la vida: el capitalismo.
Ecología y capitalismo son términos contradictorios”[42]. Dicho de otra forma,
si buscamos respuestas que hagan frente a la realidad ambiental, necesitamos
espacios para la “descolonización sistémica y teológica”, entendiendo la
descolonización como: “la crítica al sistema de categorías de la racionalidad
moderna”[43] que, sin duda, pasa
también por la crítica a un tipo de teología que no plantee una postura
contrapuesta al sistema actual. Si nos preguntamos por
qué es importante este reconocimiento, la respuesta salta a la vista: porque
la situación actual que se enorgullece de la racionalidad moderna, presenta
permanentes conflictos ambientales que son la consecuencia de un modelo de
“progreso infinito”, basado en una economía que impone la extracción y
acumulación desmedida de los bienes naturales de la tierra. Aquí añadimos un
ejemplo de los muchos que podemos encontrar. Dorotea es una mujer que vive en la Reserva natural
de flora y fauna Tariquía (RNFFT)[44],
un territorio más en el mundo donde se produce un fuerte conflicto
socioambiental[45].
Tariquia se encuentra ubicada en el departamento de Tarija, al sur de
Bolivia. Dorotea, que está de visita en la ciudad, es una mujer de aspecto
tranquilo, ella mira por la ventana y comenta con su compañera -¿Sientes que
el aire aquí es diferente? Aquí el aire huele a aceite quemado, huele a auto.
Este diálogo se dio en
un encuentro realizado el 2017, en la ciudad de Tarija – Bolivia, donde se
revisaron varios de los conflictos socioambientales en ese país. Conocerlas
allí fue muy importante ya que su presencia y sus intervenciones nos
presentaron el panorama del impacto que causan las actividades petroleras,
madereras y la ampliación de la frontera agrícola, en la flora y fauna de
Tariquía y en las comunidades de la Reserva. Dorotea, es una mujer de unos 45
años, es una de las afectadas en este conflicto y es parte de él, porque
nació en un territorio donde los recursos hídricos son abundantes, el
ecosistema alberga a 1075 especies de plantas superiores, 549 especies de
animales y 22 comunidades que viven de la agricultura y de la ganadería
trashumante. En este territorio hay una riqueza de bosques madereros y
depósitos de combustible fósil –petróleo- en sus capas subterráneas. La afirmación que hizo
espontáneamente Dorotea no es una anécdota más para contar. Es una puerta que
se abre para mirar, escuchar, palpar, reflexionar y comprender cómo se
percibe la vida desde un territorio donde los efectos de la contaminación aún
no llegan. Y de esta manera, contraponer esto a las urbes, la gran mancha
urbana donde los espacios son contaminados. Las personas que somos parte de
estos espacios nacemos, vivimos y morimos en espacios altamente contaminados,
pero sólo una persona que vive en un territorio donde aún no llegó del todo
la “modernidad” y el “progreso” puede identificar con tanta facilidad esta
situación. A partir de esta y
otras realidades traspasadas por conflictos ambientales, se hace necesario
tener una posición política que determine nuestros actos. De este modo
podemos hacer justicia ecológica o ambiental desde nuestra posición de
creyentes, donde planteamos formas solidarias y horizontales de convivencia,
diferenciadas del sistema/mundo en el que nos movemos, con su serie de mitos
con los que logra detener muchas propuestas de cambio de paradigma, porque
defiende su lógica de dominación como mito fundacional: “la clasificación
antropológica de la humanidad entre superiores e inferiores por naturaleza”[46]. Encuentros, compasión
y justicia ecológica son parte de un largo camino de propuesta y esperanza que
podemos hacer junto a paradigmas (cosmologías, cosmovisiones y cosmo-praxis)
que contradicen la lógica moderna, porque sabemos los frutos que dan unos y
otros. Por esta razón terminamos este artículo afianzando la propuesta de
tomar una postura política cuyos rasgos son el encuentro, la compasión y la
justicia ecológica. Resignificamos las palabras del evangelio y reconocemos
que hoy los llamados bienaventurados son las personas empobrecidas: migrantes
ambientales, los perseguidos y asesinados por su compromiso ambiental y por
su lucha por la tierra, como Berta Cáceres en Honduras o Sergio Rojas en
Costa Rica, quienes trabajan por la paz y la justicia como Wangari Maathai
quien, hace más de 30 años, plantó siete árboles en Kenia… Y esos árboles llevaron a la creación del Movimiento
Cinturón Verde. Desde entonces, he trabajado con mujeres y hombres que han
plantado más de treinta millones de árboles en toda Kenia… A través de este
movimiento miles de comunidades, muchas de ellas pobres y rurales, han sido capaces
de luchar contra la ignorancia y el miedo, y de actuar para defender el
planeta [lecciones aprendidas], todos los seres humanos necesitan saber que
sus decisiones cuentan[47]. Bibliografía
Agudelo, Diego, Carrasquillas, Jesús y Rojas, Leonardo. Teología su
epistemología y nuevos paradigmas. En: Theologica Xaveriana. Nº 151.
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Obelisco: 2016. Yampara, Simón, Mamani, Saúl y Calancha, Norah. La
cosmovisión y lógica en la dinámica socioeconómica del qhathu/feria
16 de julio. El Alto: PIEB: 2007. • • • Heydi Galarza Mendoza, teóloga católica boliviana. Bachiller en Teología
en el ISEAT; Licenciada y Máster en Ciencias Bíblicas en la Universidad
Bíblica Latinoamericana. Se desempeña como Coordinadora del Programa de
Formación Socio-Religiosa del ISEAT en La Paz, Bolivia. También da clases y
talleres bíblicos en otros espacios. Correo electrónico: heytat@gmail.com Recibido: 16 abril de 2019 Aprobado: 2 de mayo de 2019 |
|
[1]
Peter Wohlleben. La vida secreta de los árboles. Barcelona: Obelisco:
2016, 19.
[2] La
propuesta que viene a continuación nace de una serie de experiencias vividas
por la autora en torno al trabajo ambiental realizado dentro y fuera de ámbitos
eclesiales. Como parte de grupos activistas ambientales de Bolivia que
intervienen directamente en la sociedad y en la política, con grupos de mujeres
agricultoras que están proponiendo la soberanía alimentaria desde sus parcelas.
Desde aprendizajes con actoras y actores que son directamente afectados por
conflictos ambientales. Desde instituciones eclesiales, haciendo tutorías sobre
ecoteología, realizando talleres con “ecoactitud” junto a estudiantes de
colegios. Tejiendo gratos intercambios de aprendizajes desde el trabajo
socioteológico donde se apoyó en la formación de profesionales a través de diplomados
donde se incluyó la transversal ambiental y la propuesta ecológica y finalmente
encuentros y aprendizajes con personas y paradigmas que se mueven desde otras
realidades religiosas, culturales y espiritualidades, especialmente las de las
culturas andinas, amazónicas y el budismo.
[3]
Dalai Lama, “Responsabilidad universal”, en Michael Nicoll Yahgulanaas. El
vuelo del Colibri. Barcelona: Océano, 31.
[4]
Sean Esbjörn-Hargens y Michael E. Zimmerman. “An overview
of integral ecology. A Comprehensive Approach to Today’s Complex Planetary
Issues”, en Resource Paper No. 2, March 2009. Integral
Institute. 2. Traducción directa del inglés: Adelaida Pinaya.
[5]
Esbjörn-Hargens y Zimmerman. “An overview of integral ecology. A
Comprehensive Approach to Today’s Complex Planetary Issues”, 1.
[6]
Parte de la reflexión del ecólogo Fabrizio Uscamaita, en la intervención como
docente en el Diplomado de Ecología Integral e intervenciones etno-ecológicas
que ISEAT y CMMAL realizaron el año 2017.
[7]
Consejo Mundial de Iglesias. La deuda ecológica necesita de justicia
ecológica. (2009). Consultado oct 2017 en
https://www.oikoumene.org/es/press-centre
[8]
Luis Millones. El bestiario del manuscrito de Huarochirí. Diálogo Andino
Nº 36, 2010. Arica: Departamento de Ciencias Históricas y Geografía. Facultad
de Educación y Humanidades. Universidad de Tarapacá, 13.
[9] “Dioses y hombres de Huarochiri es una de las más
importantes obras quechuas que data de los siglos XVI y XVII, y la única que
ofrece un cuadro completo, coherente de la mitología, de los ritos y de la
sociedad en una provincia del Perú antiguo”. José M. Arguedas, Trad. Dioses
y hombres de Huarochiri. Lima: Instituto de Estudios Peruanos. 1966, 9.
[10]
Arguedas, Trad. Dioses y hombres de Huarochiri. 31.
[11] Recurrimos
a un breve alcance que realiza el antropólogo Miguel Canaza para animar la
comprensión de este tipo de mitologías: “La creencia en las deidades
ancestrales también está presente; se continúa creyendo en los dueños, como el
dueño del monte, de los animales, del agua y los chacos. Por lo que se sabe,
estas deidades tienen la facultad de transformarse en seres humanos y a la vez
adquirir la forma de algún animal, regulan la explotación irracional de los
recursos naturales, pues castigan a las personas que exageran en el
aprovechamiento de los animales, la madera, etc. O a los que no cuidan el agua
para el consumo” Miguel Canaza. Territorio y religión en la comunidad de
Dolores de San José de Chiquitos. La Paz: ISEAT, 2017, 39.
[12] Danilo
Drakic. Siguiendo las huellas del jichi. Santa Cruz: Gobierno Autónomo
Departamental de Santa Cruz (s/a). 5. Las narraciones del
“espíritu tutelar del agua” varían según los pueblos, tanto de la Amazonía como
de tierras bajas. La que presentamos es parte de la mitología de la cultura
Tucano, de la familia lingüística de los Je, que, son parte de la
cultura Arawak asentados en Brasil, Colombia, Perú y Bolivia. Drakic, Siguiendo
las huellas del jichi, 5.
[13]
Hasta hoy estos animales, entre otros, son vistos como sagrados por sus
características y por las relaciones de cooperación e interdependencia con las
comunidades humanas, como por el intercambio de beneficios que estos animales
proporcionan. En el mundo andino antiguo las caravanas de llamas fueron parte
de los intercambios comerciales interétnicos. Hoy la biología resalta que la
llama es uno de los animales ecológicos por excelencia ya que se alimenta sin
extraer el pasto de raíz, y las almohadillas que tiene en las patas no dañan el
suelo al pisarlo. Cf. Hugo Romero, “Llamas, mito y ciencia en el mundo andino”,
en Revista de Ciencias Sociales. Nº 13. 2003, 76.
[14]
Philippe Descola. “Las cosmologías indígenas de la Amazonía” en Alexandre
Surrallés y Pedro García, ed. Tierra Adentro. Territorio indígena y
percepción del entorno. Lima: IWGIA, 2004, 26. La homeostasis es la
propiedad o tendencia de los organismos vivos a adaptarse a nuevas condiciones,
de esta manera mantener el equilibrio ante cualquier situación de cambio.
[15]
Dalai Lama, “Responsabilidad universal”, 34.
[16]
Dalai Lama, “Responsabilidad universal”, 35.
[17]
Cf. Simón Yampara, Saúl Mamani, Norah Calancha, La cosmovisión y lógica en
la dinámica socioeconómica del qhathu/feria 16 de julio. El Alto: PIEB:
2007, 12.
[18]
Agudelo, Carrasquillas y Rojas, “Teología su epistemología y nuevos
paradigmas”, 1.
[19]
Esta comprensión proviene de la dimensión etnoecológica que estudia “los
sistemas de conocimiento, prácticas y creencias que los diferentes grupos
humanos tienen sobre su ambiente”. La etno-ecología muestra cómo los grupos
humanos regulan su entorno, pero también cómo el entorno puede impactar en
éstos. V. Reyes-García y N. Marti Sanz. “Etnoecología. Punto de encuentro entre
naturaleza y cultura” en: Ecosistemas 16 (3): 46-55. Septiembre 2007.
Consultado 30 marzo 2019 en: https://www.revistaecosistemas.net/index.php/ecosistemas/article/download/92/89,
1.
[20]
Para comprender esta afirmación, planteamos como principio ecológico la
‘biodiversidad’, entendida como “la enorme variedad de formas mediante las que
se organiza la vida. Incluye todas y cada una de las especies que cohabitan con
nosotros en el planeta, sean animales, plantas, virus o bacterias, los espacios
o ecosistemas de los que forman parte y los genes que hacen a cada especie, y
dentro de ellas a cada individuo, diferente del resto”. Alejandro Dorado, ¿Que
es la biodiversidad? Madrid: Fundación Biodiversidad: 2010, 8.
[21]
Edward R. Hope, Los animales en la Biblia. Cochabamba: Sociedad Bíblica
Boliviana, 2004, 20.
[22]
Cf. Heydi Galarza. El Estigma de la pureza. Tesis de Maestría. Costa
Rica: UBL, 2013, 121 – 122.
[23]
Judie Bopp, Michael Bopp, Lee Brown y Phil Lane, El árbol sagrado, Santiago:
Sello Azul: 1998, 20.
[24]
Wohlleben. La vida secreta de los árboles, 10.
[25]
Teresa Forcades. La teología feminista en la historia. Barcelona:
Fragmenta: 2011, 13.
[26]
Papa Francisco. Laudato Si. N. 118. Vaticano: Santa Sede: 2015.
[27]
Philippe Descola. “Las cosmologías indígenas de la Amazonía”, 26.
[28]
Cf. Descola, “Las cosmologías indígenas de la Amazonía”, 29-31.
[29]
Descola, “Las cosmologías indígenas de la Amazonía”, 30-31.
[30]
Francisco, Laudato Si, Nº 119.
[31]
Descola. “Las cosmologías indígenas de la Amazonía”, 25-26.
[32]
Verónica S. Lema. “Criar y ser criados por las plantas y sus espacios en los Andes
Septentrionales de la Argentina” en Alejandro Benedetti y Jorge Tomasi, comp. Espacialidades
altoandinas. Nuevos aportes desde la Argentina Tomo I: Miradas hacia lo local,
lo comunitario y lo doméstico. Buenos Aires: Filo: UBA: 2014, 304-305.
[33]
Lema. “Criar y ser criados por las plantas y sus espacios en los Andes
Septentrionales de la Argentina”, 305.
[34]
Cf. Lema. “Criar y ser criados por las plantas y sus espacios en los Andes
Septentrionales de la Argentina”, 306-307.
[35]
Haciendo un recorrido histórico de la ciencia, la filosofía y la teología a
partir del siglo XV se puede comprender el sentido de valor que se le da al antropos
como centro y cúspide de la cadena biológica. Como también la atribución al ser
humano como el único ser que tiene dignidad, porque los otros seres vivos
–animales y plantas- sólo tienen valor. Cf. Inmanual Kant. Crítica de la
razón práctica. México: Porrúa: 1990, 39, 44-45. Contemporáneamente
encontramos esta misma afirmación: “Los animales y la tierra tienen valor, pero
no derechos ni tampoco dignidad, porque solo los tienen los seres que gozan de
la capacidad –actual o virtual- de reconocer qué es un derecho y de apreciar
que forma parte de una vida digna” Adela Cortina ¿Para qué sirve realmente…?
La ética. Barcelona: Paidós: 2013, 61-62.
[36]
Mary Judith Ress, “Espiritualidad ecofeminista en América Latina” en Investigaciones
Feministas. Vol. 1. 111-124. (2010) 112.
[37]
Martínez, Todo está conectado. Escuchar el grito de los pobres construir
justicia para la tierra, Madrid: CONFER: 2017, 4.
[38]
Dietmar Mussig, Hacia un cristianismo ecológico. La Paz: ISEAT: 2012,
17.
[39]
Chung Hyun Kung, Introducción a la teología femenina asiática,
Navarra: Verbo Divino: 2004, 94. 167.
[40] Miguel Miranda, “Crisis socioambiental y los
desafíos para las iglesias. Reveladoras coyunturas entre la laudato Si y
Cumbre Tiquipaya” en Heydi Galarza, ed. Cuidando la vida. La Paz: ISEAT,
2015, 44.
[41]
Simón Pedro Arnold, Ensayos Andinos. Cochabamba: IDECA – Verbo Divino:
2009, 156.
[42]
Beatriz Jurado, “Dichosa/o quien pueda comer en el reino de Dios (Lc 14:15)”,
en Fe y Pueblo Nº 11-2007, 50.
[43]
Rafael Bautista. “El mito del mestizaje” en Heydi Galarza, ed. Interpelaciones
desde el Sur. La Paz: ISEAT: 2018, 14.
[44]
La RNFFT fue creada por Decreto Supremo 22277, el 1º de agosto de 1989.
Decreto elevado a rango de Ley, No 1328, en abril de 1992. Tariquía fue declarada Reserva natural por su
importancia hídrica y su ecosistema. Está ubicada entre Bolivia y Argentina.
Las ecoregiones que abarca son el Bosque Tucumano Boliviano y el Chaco serrano,
ecosistema de Yungas Andina, que se extiende hasta Argentina.
[45]
Según el Atlas de justicia ambiental -creado por investigadores del Institut
de Ciència i Tecnologia Ambientals de la Universitat Autònoma de Barcelona-,
en el año 2017 existían en el mundo “2.100 casos de conflictos
ecológico-distributivos identificados en distintas partes del mundo”. En este
documento Tariquía está presente como Biodiversity conservation conflicts
(conflictos de conservación de la biodiversidad). Para mayor información:
http://ejatlas.org/
[46]
Rafael Bautista, “¿A qué se refiere la descolonización?” en Heydi Galarza, ed.
Cuidando la vida II, La Paz: ISEAT: 2017, 8.
[47]
Wangari Maathai. “La sabiduría del colibrí”, en Michael Nicoll Y. El vuelo
del colibrí. Barcelona: Océano.
2008, 1-2.