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Alberto Rojas Rojas
La teología de la
prosperidad (TP) despierta preocupación y crítica en variedad de círculos,
desde los noticiosos hasta los religiosos, pasando por los académicos[1].
Sin embargo, pese a
las críticas bien fundamentadas, la TP ha logrado sobrevivir al paso del
tiempo. Cuando se creyó que caía debilitada por el comportamiento sexual y
abuso económico de algunos tele-evangelistas que la promocionaban, no lo
hizo; más bien, siguió extendiéndose por el mundo e influyendo a una buena
parte de la diversidad religiosa de occidente de raíces pentecostales y
evangélicas y, además, a otras expresiones que unen en su creencia y celebración
elementos de diversas tradiciones religiosas en África, Asia y Latinoamérica.
Incluso, muchas de estas ofertas religiosas influyen con su versión de TP al
cristianismo de los Estados Unidos.[2]
En este marco de éxito
nos queremos preguntar ¿Por qué el discurso y la práctica de la TP mantiene
vigencia? ¿Qué la hace atractiva en un mercado de la salvación en un país
como Costa Rica o en países latinoamericanos?
Por vigencia, en
sentido literal, entendemos algo que mantiene fuerza, vigor y se sigue
practicando porque se le encuentra utilidad, tiene valor y por tanto es
válido y auténtico para las personas que lo practican. Lo que planteamos aquí
es que lo que le da vigencia a la TP es el contexto en que se desarrolla.
Así, partimos de la existencia de una relación mutuamente influyente entre
una práctica y un discurso religioso y el entorno social en que se concreta
su dinámica. Negamos que lo religioso sea un epifenómeno de la realidad socio
económica; más bien, lo que planteamos es que la realidad social le da la
posibilidad a ciertos discursos y prácticas religiosas para que se expandan y
ganen adeptos, lo que genera a la vez, que estos discursos y prácticas
influyan en esa realidad, a partir del sentido social que las personas
adquieren.
La religión constituye
un conjunto de discursos y prácticas simbólicas que unen a un grupo a lo que
consideran sagrado, trascendente y venerable en grado sumo. Es también una
forma de conocer y dar sentido y, como tal, es un marco cognitivo que sirve
para dar orden y hacer comprensible el mundo y la vida propia; además, es un
medio que significa y se les da valor a aspectos esenciales de la realidad y
de las relaciones con los demás. Sobre todo, la religión es una experiencia
colectiva de fuerza que ayuda a vivir. Para hacernos entender, transcribimos
un párrafo de las conclusiones del texto de Durkehim: Las formas elementales
de la vida religiosa.
“Pero los
creyentes, los hombres que, al vivir la vida religiosa, tienen la experiencia
directa de lo que la constituye, objetan que esta manera de concebirla no
responde a su experiencia cotidiana. Sienten, en efecto, que la verdadera
función de la religión no es hacernos pensar, enriquecer nuestro
conocimiento, agregar a las representaciones que obtenemos de la ciencia
representaciones que tienen otro origen y otras características, sino hacernos
actuar, ayudarnos a vivir. El fiel que ha comulgado con su dios no es tan
sólo un hombre que ve nuevas verdades que ignora el que no cree; es un hombre
que puede más. Siente en sí una fuerza mayor para soportar las dificultades
de la existencia o para vencerlas. Se siente como elevado por encima de las
miserias humanas porque se siente elevado por encima de su condición de
hombre; se siente a salvo del mal, con independencia de cuál sea la forma en
que lo conciba. El primer artículo de cualquier fe es la creencia en la
salvación por la fe. Ahora bien, no se ve de qué manera una simple idea sería
capaz de tener tal eficacia. En efecto, una idea no es más que un elemento de
nosotros mismos; ¿cómo podría conferirnos poderes superiores a los que
tenemos por culpa de nuestra naturaleza?”[3]
La religión se vive
grupal y personalmente; se expresa por los sentidos y el cuerpo humano a
partir de lenguajes y rituales colectivos y corporales que le dan fuerza a
quienes la practican. Esta fuerza que se siente y se vive es lo que ratifica
y da credibilidad a las formas religiosas de conocer y dar sentido.
En
la modernidad, por lo menos hasta la década de los años 60 del siglo XX, se
pensó que la razón iba a difuminar poco a poco a la religión, hasta que las
sociedades fueran plenamente seculares. Sin embargo, lo que se produjo
finalmente en Occidente, fue un marco de pluralidad, donde la religión quedó
integrada; así, se convirtió en una opción entre otras para generar marcos de
vida. Ahora bien, en Latinoamérica para tener acceso a la razón científica y
moderna se requiere estar integrado a una institucionalidad educativa
particular. En cambio, tenemos acceso a la religión por medio de la cultura y
la socialización y ahora también por medio de la industria cultural, los
medios de comunicación y redes sociales. La secularidad es una opción de
minorías. Los discursos religiosos los porta la cultura, la socialización y
los medios de comunicación.
Finalmente,
para entender bien los procesos actuales de reproducción de lo religioso, es
importante entender que la vigencia de un discurso y práctica viene dada por
el contexto en que se expresa y desarrolla. También, es necesario tener en
cuenta que las plataformas en las que se vehiculizan los mensajes y discursos
religiosos pueden influir más que los mensajes que portan, como lo expresan
hoy algunas de las industrias culturales religiosas.
Otros textos ya han
ofrecido un análisis de las raíces, fuentes y carácter de la TP[5]. Entonces, lo que
queremos en esta sección es solo describir brevemente las características
centrales del discurso y la práctica de esta doctrina, a fin de tener un
referente que nos sirva para responder la pregunta que nos hicimos.
Comencemos por decir
que la TP tiene tres fuentes:
-
El nuevo pensamiento o pensamiento positivo. Es una
corriente del Siglo XIX que establece que lo que se piensa y cree se puede
materializar. En esta perspectiva, el pensamiento de una persona individual
puede crear y modelar su realidad. En el siglo XX, este enfoque influye
directamente en un movimiento metafísico que afirma que a partir de decretos
que se realicen con fuerza y claridad, las personas pueden obtener lo que
necesiten para ser felices, tener salud y abundancia. Algunos representantes
significativos de esta “Metafísica” fueron Emmet Fox (1886-1951) y Cony
Méndez (1998-1079).
-
La segunda fuente es la curación por fe desarrollada
por el pastor de New York Essek William Kenyon (1867-1948), perspectiva que
es acogida y difundida por el movimiento pentecostal en los Estados Unidos.
Lo que plantea este enfoque es que quien confiesa con plena certidumbre que
es sano, está realmente sano. Kenyon fue influido por el pensamiento positivo
y a partir de esta influencia, realiza una interpretación bíblica cuyo
resultado más significativo es la sanidad por fe. Este autor afirma que la
creencia que se manifiesta en palabras, con una fuerza mental alimentada por
la fe, produce salud. Así, argumenta que la palabra hablada es poderosa; las
confesiones positivas que ponen a Dios por delante desatan fuerzas
espirituales de curación, al alcance de cualquier persona. A partir de acá,
muchos grupos pentecostales van a colocar el cuerpo humano como un objetivo
primario de la acción de Dios.
-
La tercera fuente es una metafísica y teología negra
que tuvo un auge significativo en la primera mitad del Siglo XX. Esta visión
plantea que Dios quiebra las limitaciones impuestas por el racismo, la
pobreza y la falta de educación. De esa forma, le da un sentido de
oportunidad a las migraciones norteamericanas campo – ciudad a principios del
siglo pasado ejecutada sobre todo por obreros agrícolas negros. Eso sí, las
personas tienen que afirmarse en la fe, que es lo que les permitirá alcanzar
la calidad de vida que se desea.
Cuando se estos tres
causes se unen cran la idea que Dios actúa por medio de la confesión o las
afirmaciones de las personas creyentes, tanto en su cuerpo como en su vida
material. Se afirma que es una ley divina que lo que se confiesa en fe, se
obtiene; porque Dios así lo quiere.
Una de las personas
que expresa mejor esta síntesis es Kenneth Hagin (1917-2003) a partir de una
interpretación literal del Evangelio de San Marcos de los versos 23 y 24 del
capítulo 11. Luego, su discípulo y pupilo Kenneth Copeland sigue difundiendo
estas enseñanzas; él resume la teología de la prosperidad en tres leyes
divinas[6]: a) la ley de la
bendición que expresa que las personas cristianas también son herederas
de las bendiciones materiales del pacto que Dios hizo con Abraham; así, quienes
se confiesen cristianos pueden seguir pactando en fe. b) La ley de la
siembra y la cosecha, que Copeland la entiende literalmente en
cantidades; entre más se siembre y más se le dé a Dios, se obtiene a cambio
una cantidad multiplicada por cien; en esta perspectiva, ofrendar y diezmar
en una excelente inversión para obtener riqueza. C) La tercera es la ley
de la fe manifestada en la confesión, expresada en palabras; así, lo que
se proclama en fe se cumple literalmente; de esta manera se puede obtener desde
salud hasta bienes materiales y dinero; y todo esto está al alcance de
cualquier individuo.
El movimiento de
megaiglesias y tele-evangelistas tanto en Estados Unidos como en
Latinoamérica, África y Asia también recogen este pensamiento y lo difunden por
una red de industrias culturales que abarcan televisión, literatura, música,
vídeos y espectáculos. Nombres que se hacen famosos en este movimiento son
Joel Osten, Oral Roberts, Joyce Meyer, Pat Roberson, Robert Tilton y Benny
Hinn
En síntesis, Dios por
medio de la fe y la confesión de los creyentes le puede dar a cada persona en
particular, salud, abundancia económica y victoria sobre todos los
condicionamientos del entorno. Para ello, el individuo debe pactar con Dios y
ofrecer en fe su inversión o siembra (diezmo u ofrenda) y Dios le
corresponderá en demasía. Esta es la teología de la prosperidad dura. Esta
tendencia sufre una fuerte crítica al caer algunos de los imperios de tele
evangelistas que se ven involucrados en escándalos sexuales. La teología de
la prosperidad puede mantenerse, resistir y prolongarse gracias una versión
suave, que sin perder de vista el pacto para la abundancia, pone su énfasis
en un discurso de autoayuda para que las personas enfrenten sus problemas
emocionales, matrimoniales y laborales.
Ambas tendencias dura
y suave, perduran en muchas iglesias alrededor del mundo en un “combo de
éxito”: la confesión en fe, los decretos, están al alcance de cualquier
persona para brindarle salud, armonía y estabilidad emocional y por otro, la
persona tiene la promesa del actuar de Dios para asegurar abundancia en salud
corporal y prosperidad económica.
Generalmente la TP se
reproduce y crece en mega iglesias y en las industrias culturales
neopentecostales, que a la vez que difunden el discurso, presentan a sus
apóstoles, pastores y profetas como ejemplo de los efectos de esta manera
creer y celebrar la fe. Desde ahí y por medio de una extensa red de
industrias culturales, influyen en otras iglesias evangélicas y
pentecostales.
¿En qué contexto
prospera una doctrina con estas características?
Lo que sigue es una
interpretación propia del desarrollo social y económico de Costa Rica, a
partir de la información que brindan los últimos nueve informes del Estado de
la Nación en Desarrollo Humano Sostenible[7] generados para
entender el desarrollo costarricense. Resaltaremos algunos de los aspectos
fundamentales que ayudan a entender el contexto que le da vigencia al mensaje
y la práctica de la TP:
-
El modelo económico que se ha impulsado en Costa
Rica brinda una serie de incentivos fiscales a la inversión extranjera, que
se inscribe bajo un régimen de zonas francas. Estos incentivos restan
recursos fundamentales al Estado; así, el crecimiento económico no genera las
suficientes finanzas a las arcas públicas para poder mantener un Estado
Social robusto.
-
Muchas de las actividades productivas empresariales
más dinámicas, asociadas al mercado internacional, no posibilitan
encadenamientos productivos con el resto de la economía costarricense.
-
Generalmente estas actividades económicas requieren
pocos profesionales y mucho más personal técnico con especializaciones muy
puntuales. Por otra parte, empresas de servicios importantes, no necesitan
universitarios sino personas con bachillerato de secundaria y con un manejo
de un segundo idioma.
-
Las principales actividades socio económicas de este
modelo se agoleran en el centro del país donde cuentan con los servicios, la
infraestructura en comunicación y la mano de obra más adecuada para sus
actividades, a excepción de grandes empresas hoteleras y las empresas
agrícolas de exportación. Las primeras, sin embargo, compran todos los
insumos que necesitan para su operación a las cadenas del comercio
trasnacional y las segundas, emplean a personas de muy baja calificación
laboral bajo condiciones laborales precarizadas. Por eso, entre otros
aspectos, las comunidades costeras y fronterizas se sumen en la exclusión
económica y social.
-
El modelo no tiene la capacidad de absorber toda la
mano de obra existente, ni siquiera la mano de obra profesional con estudios
universitarios. El mercado interno, orientado al mercado nacional tampoco
crece lo suficiente para generar empleo formal. Así, el desempleo crece; para
el 2019 alcanza el máximo nivel en la historia reciente del país: un 11.92%[8]
-
En ese contexto, la informalidad es el mecanismo que
queda a la mano para generar ingresos; es la opción real para un número muy
significativo de la población trabajadora. La fuerza de trabajo de Costa Rica
estaba conformada a principios del 2019 por 2.459.327 personas, de las cuales
1.002.000[9] tenían un empleo
informal. Por esta razón, pueden prosperar modelos de negocio como Uber o
Globo, que a la vez sacan del mercado de los servicios o limitan su actividad
a otras expresiones formales como los taxistas oficiales.
-
Ahora bien, este modelo ha generado riqueza que, en
parte es exportada y en parte queda en manos de un reducido segmento de
población, generando altos niveles de desigualdad que se expresan en un
índice Gini del 0,51. Este nivel de desigualdad está ubicado dentro de los
más altos del mundo. La riqueza de unos pocos salta a la vista. Por otra
parte, la pobreza se concentra en un 21,1 de los hogares costarricenses.[10] La situación es
sobrellevada por un sistema de compensación social heredado del Estado Social
de Derechos costarricense.
-
Por otra parte, un esfuerzo sistemático por
desestructurar ciertas instituciones del Estado impulsado por sectores socio
económicos fuertes, ponen en riesgo la calidad de vida y la reproducción del
sector medio burócrata que trabaja en esas instituciones.
-
La juventud tampoco ve posibilidades reales dentro
de la economía actual y la educación superior ya no es garantía de ascenso
social ni de estabilidad económica. Además, la educación no posibilita de
forma adecuada las capacidades que requiere los nuevos modelos de negocio.
-
Muchas de las actividades económicas que aún generan
empleo sobre todo de tipo agroexportador, están montadas bajo una lógica
perversa de contaminación ambiental, sobre todo de fuentes de agua potable
con herbicidas y plaguicidas.
-
Algunos de los proyectos para tecnificar y dinamizar
la actividad económica o para posibilitar una movilidad humana más sostenible
auguran más exclusión social y desempoderamiento económico de diversos
sectores sociales; por ejemplo, el tren eléctrico al Atlántico, el canal seco
ferroviario entre Atlántico y Pacífico y el tren eléctrico del Gran Área
Metropolitana van a reducir sustancialmente en trasporte automotor de
materias primas, mercancías y personas, afectando a futuro a choferes de
buses, taxis y vehículos de carga.
-
Por otra parte, la apertura comercial deja espacio
amplio a empresas bajo un modelo de negocio trasnacional, lo que quiebra a
los comercios locales; las grandes cadenas comerciales trasnacionales
trabajan por volumen o cuentan con la representación comercial de productos
importantes.
-
A los factores atrás descritos, se suma la crisis en
ciernes de toda la seguridad social, dado el crecimiento de la informalidad y
el desempleo más el cambio de la estructura demográfica (natalidad muy baja,
disminución de la población, disminución de personas jóvenes y aumento de
personas adultas mayores).
-
En este contexto, reina un clima público de
inseguridad e incertidumbre fundamentada en datos reales. El Estado, bajo el
modelo descrito, se ve limitado para responder a las demandas de la
ciudadanía. Los partidos políticos y las personas políticas en estas
condiciones, pierden mucha credibilidad por su poca efectividad real, lo que
hace crecer las propuestas populistas anti sistema político, cuyos liderazgos
ofrecen restaurar los valores cristianos de la Nación, lo que traerá
prosperidad y seguridad.
-
También, esta situación da cabida a modelos de
negocio relacionados al narcomenudeo y lavado de dinero, redefinidos por una
duplicación de la producción de estupefacientes en Suramérica, un posible
aumento del consumo en Norteamérica y un nuevo tipo de organización
corporativa y empresarial del narcotráfico y el lavado. Por otra parte, la
dificultad de que la droga pase hacia el norte por mar, dadas las políticas y
tácticas impulsadas por el Estado norteamericano en alianza con la policía
local, hace que la droga ahora pase por tierra, a lo largo y ancho del
territorio nacional. Ello amplía la participación de más personas y
organizaciones en los procesos logísticos que involucra el transporte de
estupefacientes; estos servicios no se pagan en dinero en efectivo sino con
droga. La venta de esa droga se hace por medio de bandas de narcomenudeo que
defienden sus mercados con suma violencia. La inseguridad crece y crea
condiciones subjetivas de miedo. Además, aumenta el riesgo de penetración del
narcotráfico en los servicios de seguridad y en los poderes de la República.
De esa forma, se elevan los niveles de inseguridad tanto objetiva como
percibida.
Así, los datos
nacionales globales referidos a la situación socio económica de Costa Rica
develan un nivel alto de desigualdad, pobreza, desempleo que se agudiza en
personas jóvenes, mujeres y en regiones fronterizas y costeras. El modelo
está mostrando a ojos vista su incapacidad para integrar a segmentos amplios
de población que crecieron bajo una cultura política y social cuyo discurso
afirmaba que las personas tenían posibilidades por medio de la educación, la
seguridad y la ciudadanía social (acceso a servicios públicos), de elevar su
nivel socio económico y mejorar su calidad de vida, en una economía de
mercado y un sistema institucional de seguridad social y jurídica. El nuevo
modelo socio económico no puede asegurar ya esta condición y, por el
contrario, cada vez, deja a más personas fuera de los beneficios que genera.
En este marco, hay una
incapacidad política, técnica y estructural de incluir a las regiones en el
marco del desarrollo y, por tanto, se produce un abandono claro del Estado de
las poblaciones que viven en costas y fronteras.
Las familias
costarricenses que conforman los sectores excluidos pierden sus bases
materiales para su reproducción. Tienen que buscar otros tipos de estrategias
por medio de los servicios asistenciales del Estado o de la sociedad civil o
bien, por medio de la informalidad o por negocios ilegales. Estas estrategias
no siempre alcanzan para la reproducción y la integración emocional y
afectiva. Y, por otra parte, los sectores medios y profesionales comienzan a
sentir la inseguridad económica, cuando tienen que acudir a tarjetas de
crédito ya no solo para financiar su estilo de vida sino también necesidades
básicas.
Actualmente en
occidente, el discurso sobre el ascenso social se fundamenta en la
individualidad. Se proclama que el progreso personal y familiar es un asunto
del individuo, que, de acuerdo a esta perspectiva, si se convierte en
emprendedor puede salir adelante. Es de su entera responsabilidad el estado
de pobreza o riqueza en que vive. Se pone sobre el individuo un peso muy
fuerte, responsabilizándolo de su destino y el de su familia; su suerte es
enteramente responsabilidad suya. No es de extrañar en este contexto, cuadros
de frustración y depresión en las personas de todas las edades. Para
Ehrenberg[11], la carga que
individuo siente es extraordinaria, ya que es el único protagonista de su
vida y, por tanto, el único garante de sus logros y fracasos, a partir de los
cuales se le valora. Se borran así los condicionamientos contextuales y los
generados por las relaciones sociales que delimitan también lo que una
persona es o puede llegar a ser. En esa perspectiva, la pobreza se lee como
incapacidad, como falta de voluntad o de entereza para lograr el bienestar y
la prosperidad.
A lo anterior hay que
sumarle el papel de la publicidad en occidente que ha generado en las
poblaciones en general, altas expectativas y valores de integración y valía
individual asociados al consumo.[12]
O sea, la situación es
emocionalmente impactante para cada persona que no cuente con las condiciones
para una reproducción social exitosa o, que tenga un grado de incertidumbre e
inseguridad sobre su futuro económico, ya que ante sí misma y ante los demás,
se desvalora su condición personal y social, que, a la vez, puede producir
una situación significativa de malestar, pérdida de sentido y depresión. Se
produce entonces una profunda necesidad de alternativas personales para
enfrentar este entorno y las emociones que genera entre las que podemos
citar: adicciones, medicación, terapias, autoayuda y la práctica de la fe,
entre otras.
Cualquier alternativa
que le dé un valor central al individuo, a su bienestar, su salud y estado de
satisfacción consigo mismo puede tener mucho éxito.
El escenario descrito
abre un mercado de la salvación en donde los discursos y prácticas religiosas
con determinadas características pueden progresar en segmentos de población
excluidos y en otros grupos sociales con temores fundados de quedar fuera de
los beneficios del modelo socio económico; estos sectores se componen de
personas y familias pobres y de grupos que no viven en condición de pobreza,
pero sí, en una situación económica que les produce inseguridad e
incertidumbre; por ejemplo, personas con ocupaciones liberales, comerciantes, empleados públicos. Habría
que agregar aquí a jóvenes profesionales que recién salen de las
universidades privadas que no consiguen ahora trabajo luego de una inversión
importante en su formación.
En ese marco existen
dos discursos y prácticas religiosos que nacen en momentos diferentes pero
que luego se entre cruzan sus caminos: a) La propuesta pentecostal que
tradicionalmente brinda una opción de salvación para personas excluidas y
pobres. Existen estudios que muestran las posibilidades religiosas y sociales
que abre el pentecostalismo para personas excluidas. Se puede consultar por
ejemplo el estudio ya clásico de en Guatemala de David Martin, o la tesis de
Rojas o de Pineda[13]. Acá pasaremos por
alto esta opción.
Por su parte, la
opción neopentecostal genera un discurso y una práctica religiosa que
posibilita una seguridad subjetiva para mantenerse y crecer en la escala
social, sobre todo por el uso que hace de la TP. Por un lado, su práctica
cúltica es emocionalmente impactante; se produce como si fuera un concierto o
un programa de televisión; lo que se ve y se oye y las formas de
participación del cuerpo crean situaciones de alegría desbordante. Por otra
parte, sus decretos de abundancia renuevan la esperanza y confianza de
sectores medios, profesionales y de pequeña burguesía que por el accionar de
Dios, no van a sufrir un decrecimiento en la escala social ni en sus niveles
de consumo. Para las personas pobres de iglesias influenciadas por esta
doctrina, crea una actitud optimista de superar su condición socio económica
y mejorar su autopercepción. Su escatología y doctrina de guerra espiritual
refuerzan esta perspectiva, al augurar un programa de cambio socio económico
que moviliza a sus adeptos políticamente y les dan esperanzas utópicas de
participar en un movimiento que traerá finalmente el Milenio. Para ello,
deben conquistar el gobierno del Estado y los poderes de las Repúblicas y
desde ahí, influir en áreas como la educación, la política, la economía, la familia,
la cultura y orientar la política pública para que las fuerzas cósmicas y
terrenas del mal no avancen, sean eliminadas o neutralizadas y por fin,
llegue el reinado de Dios por mil años.
Dentro de ese marco,
la TP toma una vigencia especial en el mercado de la salvación porque
responde a las necesidades subjetivas y objetivas de contingentes sociales
significativos ya sea porque están abatidos por la exclusión y la desigualdad
o bien porque se sienten amenazados de quedar al margen de los nuevos modelos
socio económicos globales.
La TP afirma una
visión positiva de la persona y sus posibilidades; aporta una perspectiva
optimista del ser humano que puede pactar con Dios y recibir sus bendiciones
en el aquí y en ahora, en salud corporal, en la materialidad de la
reproducción social y en la autopercepción de sí mismo. La persona puede
sentirse “bendecida y en victoria”. Más allá de la bendición abundante en
recursos económicos de la TP dura, existe también la posibilidad de la TP
suave. La persona puede sentir la prosperidad en cómo se siente, en su
actitud ante la vida y los demás, en su participación en una iglesia exitosa,
grande y victoriosa, en sus logros personales referidos a la familia y ya no
solo en dinero en efectivo. Esta perspectiva le genera una actitud confiada y
poderosa ante el mundo; eliminando así la ansiedad y el estrés, lo que le
hace sentir una sensación de paz y de salud. La persona puede sentir una
fuerza a partir de la cual puede doblegar las circunstancias económicas y
sociales que le aprisionan. Lo que debe hacer para seguir en ese camino es
pactar con Dios, esperar en fe y moverse como si todo ya fue consumado a su
favor, aunque todavía no sea evidente.
En ese marco, la TP
genera una identidad como hijos de Dios, “príncipes del Rey”, que merecen
vivir como tales; promueve una confianza entrañable fundamentada en que Dios
cuida a sus hijos, les da abundancia para que no les falte nada y tengan
mucho más. Y esto dentro de un contexto que afirma que la acción de Dios se
concreta en salud, dinero y victoria. Dios es concreto y por medio de un
pacto de fe con Él, “corporaliza” e individualiza lo espiritual, concretando
la bendición en la vida y cuerpo de cada persona. Se trata de esperar en fe,
como se espera con ilusión y esperanza sacarse unos billetes de lotería.
Esta convicción se
reafirma semanalmente en experiencias emocionales enérgicas y dinámicas, que
se viven en las celebraciones y cultos de los grupos que promueven y difunden
la TP; así, la persona siente que va por buen camino.
El ritual, que se
organiza como si fuera una producción televisiva o un concierto, confirma el
discurso: en el culto producido se vive y se muestra la victoria: El mejor
sonido, los mejores músicos, el templo grande, la grandioso del espectáculo.
Además, el pastor, el obispo o el apóstol que lidera la celebración es el
ejemplo de lo que se puede construir con fe, pactando con Dios. El líder
principal es un modelo: es una persona exitosa espiritual y financieramente;
tiene un pacto con Dios, como si fuera un contrato legal, que le reporta
capital financiero y material; algunos de ellos también tienen influencia en
el ámbito político.
Así, por medio de la
participación en los rituales o celebraciones se puede sentir la fuerza que
permite “actuar y vivir” y que le confirma a quien participa que los
beneficios de su pacto vienen en camino, aunque ya está recibiendo frutos de
paz, tranquilidad, esperanza, optimismo y victoria.
Por eso, la TP ya no
se asocia solo a las iglesias neo pentecostales; muchas otras iglesias lo han
asumido y difundido. Es un mensaje que se adecua a las demandas de salvación
que genera el actual contexto socio económico.
Ahora bien, no es que
todo mundo siga esta opción, porque es eso, una opción en un ámbito plural,
donde las personas pueden escoger entre diversas alternativas, y esta, es una
alternativa atractiva por las dinámicas objetivas y subjetivas que viven las
personas en un contexto de inseguridad económica y angustia individual.
Las demandas de
salvación que genera el contexto socio económico actual le da a la oferta de
la TP, posibilidades de consolidación y expansión. Más allá de que la TP
tenga bases teológicas débiles e interpretaciones exegéticas la más de las
veces literalistas, pobres y nada rigurosas, para las personas que la asume,
es una experiencia real, que les genera una confianza plena y de la cual
reditúan en el plano simbólico porque les genera sentido, confianza,
esperanza y fuerza.
Así, en un contexto
socio económico que genera exclusión, inseguridad, incertidumbre, frustración
y estrés, la teología de la prosperidad le brinda a la persona un discurso y
una práctica para que pueda superar la angustia y la incertidumbre. Le
promete modificar su actitud ante su vida, su entorno y sus relaciones. Lo
que necesita es fe: un instrumento activo que mueve la voluntad de Dios.
Con Dios por delante
la persona asume la responsabilidad de su destino, que ahora, ella siente que
es bueno y concreto y se manifiesta en su cuerpo y en su bienestar material.
Tiene un conocimiento nuevo; sabe que puede pactar con Dios, sabe cómo
hacerlo actuar a su favor; sabe cómo activar su bendición; además, sabe que
puede participar con Él en la venida del Milenio, en el cambio definitivo de
la historia. Su vida y destino cobran un nuevo sentido y ya no son una carga,
porque como individuo es un “príncipe poderoso y victorioso”.
La TP brinda un marco
cognitivo optimista y un sentido de vida asociado a una experiencia colectiva
de fuerza para actuar y vivir dentro de un marco de celebración que verifica
a sus seguidores lo acertado de su discurso y práctica. Esta experiencia es
clave en la vigencia de la TP.
Y finalmente ¿para qué
nos sirve estas reflexiones más allá de la comprensión de los efectos de un
fenómeno religioso? Nos permite dentro de una sociología pública o una
pastoral comprometida, aportar a una gestión del cambio. Más allá de todas
las críticas que se puedan tener, se puede aprender de la TP. Si queremos
tener éxito en lograr transformaciones de justicia y equidad a partir de
nuestro compromiso con el Evangelio, es importante crear discursos y
prácticas con vigencia, cercanos a la situación que vive la gente, que pasen
por el cuerpo, los afectos y que den fuerza, que permitan una comprensión de
la sociedad y que visualicen formas personales y colectivas de control del
entorno, en un marco de una celebración colectiva que posibilite una
identidad sólida. Es importante tener en cuenta que estos discursos y
prácticas no pasan primariamente ni por la conciencia ni por la crítica
ideológica, pasan por el cuerpo y responden a las demandas concretas que
nacen del entorno específico en que viven las personas.
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Jorge Alberto Rojas
es sociólogo y comunicólogo. Coordina las Comunidades Epistémicas de la
Universidad Nacional y es integrante del Observatorio de lo Religioso de la
Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la misma universidad.
Actualmente es docente de la UBL.
Correo electrónico: albertorr13@gmail.com
Recibido: 20 de
agosto de 2019
Aprobado: 18 de
setiembre de 2019
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