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Martin Hoffmann
Tres errores fundamentales de la
Teología de la Prosperidad
¿En qué consiste la
diferencia?
La Teología de la
Gloria apuesta por el mirar.
- Mira la belleza de la
naturaleza y el orden del cosmos y proyecta en un creador omnipotente.
- Mira la sabiduría del
ser humano y la proyecta en la omnisciencia de Dios.
- Mira el poder del ser
humano, aunque limitado, y lo proyecta en la omnipotencia de Dios.
- Mira la riqueza y el
prestigio entre los seres humanos y lo proyecta en la gloria y majestad de
Dios. Es un acto de la razón humana que percibe lo que es real y construye a
partir de eso lo ideal.
Exactamente eso pasa
en la Teología de la Prosperidad cuando ella promete bienestar, riqueza y
prestigio a los verdaderos creyentes como bendiciones de Dios. Él les da
bendiciones de su tesoro de riqueza y poder. La única condición es comprobar
la fe mediante la ofrenda de dinero. La promesa es que uno recuperará mucho
más por la gracia de Dios.
No es por casualidad
que esa lógica encaja con la lógica económica de costo-beneficio. Es la
lógica de la retribución, el fundamento de una economía capitalista. Antonio
González explica la conexión entre la retribución económica y la
auto-justificación religiosa:
Se espera una correspondencia entre las
propias acciones y sus resultados. Y se espera que Dios mismo entre en esa
lógica, recompensando las buenas acciones, y castigando las malas.[1]
El lema del actuar es
en ambas áreas: “Me va bien, porque me lo merezco.”
Del mismo
modo, esa lógica permite presentar a los desheredados de este mundo como
culpables de sus propias desgracias. Es la pregunta de los discípulos ante un
marginado social: “Quién pecó, él o sus padres?” (Jn 9.2; Lc13.1-5).
Sin
embargo, el Dios que presenta Jesús no se deja atrapar en esta lógica. El
Dios de Jesús hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre
justos y pecadores (Mt 5.45)[2]
Con mucha razón se
puede preguntar – como ha hecho el filósofo Anselmo Feuerbach en el siglo
XIX- si esta imagen de Dios no es nada más que una construcción gigante del
ser humano a través de una razón que calcula y quiere legitimar un sistema
dominante, un sistema religioso, social, económico y político. Dios se
considera como legitimador de un sistema que demanda rendimientos y promete
premios. Dios se convierte en un instrumento de la manipulación.
Exactamente por este
motivo el reformador Martín Lutero contrastó la Teología de la Gloria con la
Teología de la Cruz: Dice en la disputación de Heidelberg en sus famosas
tesis 19 y 20:
No se puede con derecho llamar teólogo,
aquel que considera que las cosas
invisibles de Dios se comprenden por las creadas. Más merece ser llamado
teólogo aquel que entiende las cosas
visibles e inferiores de Dios, considerándolas a la luz de la Pasión y de la
Cruz.[3]
Y esto es así, pues la
Teología de la Cruz no confía en el mirar, sino se apoya en el comprender.
De este modo, Lutero
pone de cabeza la imagen metafísica tradicional de Dios. La Teología de la
Cruz rompe con la lógica cotidiana cuando ve en la humanidad de Jesús lo
divino, en la debilidad la fortaleza, en la impotencia la omnipotencia y en
la necesidad de estos actos la sabiduría última. La realidad en su conjunto
adquiere entonces un nuevo significado a la luz de la cruz. Es una teología
paradójica. Significa una transformación de valores que parecen naturales.
Padecimiento y humillación, cosas que normalmente asumimos que nos separan de
Dios y le contradicen, se convierten en señales de la presencia de Dios en el
mundo. Dios no se nos revela directa sino indirectamente, se podría decir que
se nos da a conocer oculto en lo que le es opuesto. Es por esto que no puede
existir un conocimiento directo de Dios. Al conocimiento de Dios no se llega
tampoco por la vista, sino por medio de una comprensión y entendimiento que
aprehende la presencia de Dios, a pesar de su ocultamiento, en la cruz y la
pasión. Solamente así sirve la teología para entender la vida verdadera, una
vida que corresponde al Reino de Dios. No se basa en un cálculo de la razón
humana, sino en el amor al prójimo, en la locura divina del “yo soy si tú
eres” o, como dice Pablo en la carta a los Romanos, en la justicia.
Por lo tanto, podemos
concluir: la promesa de prosperidad como bendición de Dios es un malentendido
del ser de Dios y de su actuar con nosotros. No se puede considerar la
bendición de Dios como prosperidad, poder, gloria y prestigio social. Se
comprende la bendición de Dios en humildad, solidaridad, compasión, amor al
prójimo, convivencia en justicia y paz.
El éxito económico o
social no es la virtud primaria de la tradición bíblica sino la justicia. El
ejemplo más significativo es el profeta Isaías (1.11, 13, 15, 16). Él
denomina “cuatro núcleos humanos” privilegiados por el Dios de Israel en su
contexto histórico: reprender al opresor y estar a favor del huérfano y la
viuda, el pobre y el extranjero.[4]
Ya hace 25 años se
abordó este problema en la revista de la Universidad Bíblica Latinoamericana
“Vida y Pensamiento”:
Se
encuentra el concepto de “guerra espitual” difundido amplia-mente en el mundo
evangélico. Se atribuye la maldad en el mundo a la operación directa de seres
sobrenaturales maléficos (el diablo y los demonios); para contrarrestar la
maldad, se debe librar una batalla de tipo espiritual dirigida a liberar a
personas y pueblos afectados por esos poderes.” [5]
Ya el término “guerra
espiritual” despierta la atención. Combinar una experiencia o un interés
religioso o espiritual con un concepto político-militar es principalmente un
acto peligroso. ¿Se puede olvidar tan rápido en América Latina que la
conquista militar llegó a ser religiosamente legitimada? A primera vista esta
“guerra” aparece como algo espiritual, cuando se destaca en los “10
principios de la guerra”, la aplicación de la sangre de Cristo y la oración
como métodos de la “guerra”.
1.
Aplicar la Sangre del Cordero inmolado (Éxodo 12:13)
Debemos
aprender a usar la autoridad que el Señor nos dio para confrontar los poderes
adversos, y no hay otra manera de hacerlo sino aplicando el poder de la Sangre
de Cristo...
4.
Derribar argumentos (2 Corintios 10:5)
Una de las
maneras más eficaces para derribar argumentos, es a través de la oración.
Como creyentes, debemos confesar en arrepentimiento los pecados de nuestra
nación, de nuestra familia como si fueran nuestros propios pecados, de esta
manera todos los principados que se levantaban en oposición, serán doblegados
y destruidos.[6]
De hecho, los modelos
de la “guerra espiritual” se retoman primordialmente de las guerras militares
del pueblo Israel en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Rony Chávez en su
“Guía práctica para la toma de ciudades por Cristo” se apoya en las batallas
de Moisés, Josué, Elías y David, menciona al Espíritu Santo como “único
general” y legitima la “guerra” con la denominación de Jehová como “varón de
guerra” (Ex 13.3).[7]
Por
lo tanto, el carácter de la “guerra” abarca el aspecto político también, lo
que se verifica en la ofensiva de los Evangélicos en muchos países de lograr
el poder político mediante partidos propios.
En general, esta
concepción de la “guerra espiritual” sufre de tres debilidades y errores
teológicos:
(1) Una descripción
dualista de la realidad.
Hay dos poderes en el mundo, el poder de Satanás y el poder del
Espíritu Santo. Están en una permanente lucha. “Satanás ha edificado su reino
a través de varias cosas en cada ciudad o nación” (81). Chávez menciona entre
estas cosas “el pecado, la rebelión a la autoridad establecida, las prácticas
ocultistas, la hechicería y el satanismo abierto, así como los pactos
establecidos por los nombres dados a hombres y ciudades” (81). Hay un teorema
de los dos sociólogos inglés William I. y Dorothy Swaine Thomas que dice: “Si
las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus
consecuencias.”[8] Es decir, la
definición puede ser errónea, sin embargo, las consecuencias son reales.
Exactamente eso se puede ver en la descripción de Chávez:
Estas ciudades
o fortalezas invisibles son reales y deber ser derribadas. Estas tienen
influencia sobre millones de gentes y hasta que no caigan abatidas no habrá
cambios sustanciales y positivos en la vida de los moradores de esas regiones
(82).
Como puede verse, una realidad dualista –la herejía del maniqueísmo–
siempre fue la presuposición de discriminación, marginación y eliminación. El
poder arrogado de definir a una parte de humanidad como mala, no creyente,
demoniaca es exactamente el pecado original del mito de la creación, que
prohibe a Adán y Eva saber sobre lo bueno y lo malo. Claramente, es una
permanente tentación del ser humano, por lo que Jesús advirtió a sus
discipulos en una parábola, cuando ellos le preguntaron por arrancar la mala
hierba entre el trigo: “¡No! - Le contestó, no sea que, al arrancar la
mala hierba, arranquen con ella el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la
cosecha” (Mt 13.29s.).
(2) La finalidad de la
“guerra espiritual”.
Los objetivos de la “guerra” son obvios: “un combate frontal con
Satanás”, “hacerle al enemigo el mayor daño” y buscar “estrategias de
victoria en el secreto del Señor” (83).
Estas palabras suenan como un juicio final anticipado, pero ahora es
un juicio en las manos humanas. Llama la atención, cómo se distingue la
finalidad de las personas cristianas en el mundo en la teología de Pablo. Él
escribe a los corintios:
Esto es,
que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole
en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la
reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los
exhortara a ustedes por medio de nosotros: en nombre de Cristo le rogamos que
se reconcilien con Dios (2Co 5,19s. NVI).
Pablo conoce la misión de Jesucristo en la
reconciliación de todo el mundo con Dios confiando en el perdón de los
pecados para una salvación del mundo. Eso demanda de los “embajadores” de la
reconciliación métodos discursivos, dialógicos y argumentativos que tengan como fin convencer a los
interlocutores. Definirles como “enemigos” impide una reconciliación. Y ese
modo de actuar traiciona la misión de Jesucristo.
(3) Los métodos de la
“guerra espiritual”.
El nombre de la “guerra espiritual” deriva por un lado de las guerras
políticas mencionadas en el Antiguo Testamento, por otro lado de la así
llamada “armadura espiritual” en Efesios 6. Esta armadura consiste en el
cinturón de la verdad, la coraza de justicia, calzados para proclamar el
evangelio de la paz, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada
del Espíritu. De hecho, el autor combina cosas espirituales como verdad,
justicia, paz, fe y salvación con términos militares omo cinturón, escudo,
casco o espada. En eso se podría reconocer una justificación del uso “guerra
espiritual”.
Sin embargo, la problemática consiste en la directa aplicación de un
término de un cierto contexto histórico a otro contexto. En los tiempos de la
carta, las comunidades cristianas se encontraron en una época de
discriminaciones y el inicio de persecuciones. De cara a estas amenazas, el
apóstol traza la imagen de una iglesia como una nueva humanidad con un nuevo
estilo de vida. Sus rasgos son honradez, educación, amabilidad, bondad,
generosidad y el perdón. Caracterizan el testimonio de la iglesia y su misión
por la reconciliación. Estas formas de conducta realizan una clara
alternativa a un estilo político-militar marcado por escudo, casco y espada.
La armadura de Dios es el subversivo cuestionamiento de lo habitual.
La “guerra espiritual” por el contrario, a lado de oraciones, debe
abrir la puerta al ámbito político con características como afrontamiento,
imposición de sí mismo, rechazo de otros partidos, competencia y división
entre simpatizantes y antagonistas. La mezcla entre las áreas de la política
y la religión corre el riesgo de una teocracia que la Modernidad había creído
superada.
Seguramente, el evangelio tiene una pretensión pública, porque tiene
que ver con la vida cotidiana y los temas públicos, pero en la época moderna
se realiza en la sociedad como campo de los discursos sociales y políticos.
Eso exige otros métodos de la comunicación, sobre todo el diálogo y el
discurso abierto. La política en el sentido de la política partidaria depende
de estos discursos públicos y no debería ser usado para la imposición de
ideas religiosas en contra de otros participantes del discurso. Solamente así
gana el “evangelio de la paz” credibilidad y relevancia.
La Teología de la
Prosperidad se apoya obviamente en un entendimiento muy temprano de la
bendición en el Antiguo Testamento. Ahí, p.ej. en el Génesis (24.24-36), la
bendición significa la transmisión de una fuerza salvífica. De ella resulta
la fertilidad de las personas, del ganado y de la tierra, dicho en una
palabra, la prosperidad. Pero la Teología de la Prosperidad no toma en serio
el desarrollo del concepto de la bendición. En un segundo período en el
Antiguo Testamento, la escuela deuteronomista conecta la bendición con la
obediencia del pueblo en el pacto con Dios. La bendición es parte de la
alianza y resulta de la fidelidad a ésta. Luego, en una tercera fase, el
pueblo experimenta que este concepto ha llegado a sus límites en la mala
suerte del justo. El libro de Job aboga por eso exponiendo las catástrofes
que alcanzan a un hombre a pesar de su piedad y conducta recta. Esta
experiencia rompe la ilusión de que la bendición de Dios sea el premio por la
rectitud humana. La Teología de la Prosperidad repite obviamente los errores
de la teología de los amigos de Job. Es especialmente el amigo Bildad quien
quiere consolar a Job con esta teoría:
Si eres
puro y recto, él saldrá en tu defensa y te devolverá el lugar que te
corresponde. Modestas parecerán tus primeras riquezas, comparadas con tu
prosperidad futura (Job 8.6 NVI).
Job rechaza esta
consolación con palabras claras:
¿Hasta
cuándo van a estar atormentándome y aplastándome con sus palabras? Una y otra
vez me hacen reproches; descaradamente me atacan. Aun si fuera verdad que me
he desviado, mis errores son asunto mío. Si quieren darse importancia a costa
mía, y valerse de mi humillación para atacarme, sepan que es Dios quien me ha
hecho daño, quien me ha atrapado en su red. Aunque grito: ¡Violencia!, no
hallo respuesta; aunque pido ayuda, no se me hace justicia (Job 18.2-7).
A lo que Job se opone
con estas palabras son dos cosas. Una es la equivalencia entre piedad,
bienestar y la bendición de Dios, así como la equivalencia entre el
sufrimiento experimentado y el castigo de Dios por la culpa. Con eso se
desconoce la realidad del obrar de Dios. A causa de estas equivalencias, los
amigos cuentan a Job entre los transgresores de la ley divina. La otra es que los amigos construyen una
noción de la justicia de Dios que está ligada a la ley de la retribución.
Bildad supone la equivalencia entre la historia humana y la justicia de Dios.
Job por el contrario, niega la ley de la reciprocidad y la idea de poder
derivar del ser “ante el mundo”, el ser “ante Dios”. Para él, la justicia de
Dios existe “fuera de la ley”, porque es una justicia absoluta. Los misterios
e incertidumbres de la existencia continúan siendo para él, algo ajeno. No se
puede harmonizar y explicarlos como hace Bildad. En su amarga experiencia Job
reconoce que Dios no está sujetado a las leyes de la retribución y del cálculo.
Lo que le ocurre es el “Dios escondido” (Deus absconditus) y su única
esperanza es, que Dios se levanta sobre su sufrimiento y se revela.
Yo sé que
mi redentor vive, que al final triunfará sobre la muerte. Y cuando mi piel
haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos (Job 19.25).
Su esperanza se dirige
al “Dios revelado” (Deus revelatus). Exactamente eso es lo que pasa al final
de esta disputa. Dios habla y rechaza la teología de la prosperidad de los
amigos de Job:
El Señor se
dirigió a Elifaz de Temán y le dijo: Estoy muy irritado contigo y con tus dos
amigos porque, a deferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí
no es verdad (Job 42.7).
Es imposible ir detrás
de este estado del conocimiento de Dios. Por el contrario, el Nuevo
Testamento lo profundiza reconociendo en la muerte del Justo en la cruz la
solidaridad de Dios con los sufrientes y su protesta contra la injusticia. Al
fin y al cabo, en el Nuevo Testamento según Pablo, la bendición de Dios ya no
existe en la fertilidad, sino en el don del Espíritu de Cristo (Gá 3.14). El
actuar del Espíritu se distingue obviamente de una “guerra”. Pablo explica: “En
cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gá 5.22s.).
Con estas palabras
Pablo expone un comportamiento de la solidaridad. El Espíritu de Cristo pone
a los cristianos y cristianas a lado de los marginados y no en los tronos de
la prosperidad. La liturgia cristiana expresa eso claramente cuando la
bendición se ejerce con el signo de la cruz. La cruz como símbolo conecta a
todos y todas, sin miramiento a su prosperidad, con el amor de Dios,
demostrado en el Crucificado. Eso vale para pobres y ricos y apunta a una
transformación de la vida.
Ya en el artículo
mencionado de la UBL hace 25 años se criticó, que la teología de la
prosperidad no quiere ver “cómo opera el mal en el mundo a través de
estructuras sociales, políticas y económicas, como también a través del
egoísmo de los seres humanos ubicados en ellas. No menos diabólica resulta la
dominación y la opresión desenmascaradas de esta manera”.[9]
Una teología que
enfoca la ganancia de prosperidad impide la solidaridad práctica con la gente
marginada por la sociedad. En cambio, una Teología de la Cruz apunta a
solidaridad, resistencia en contra de sistemas injustos y su transformación.
Solo en este sentido la iglesia cristiana vive conforme su “fuerza ética y
espiritual”[10] para la realización
de la justicia social.
Castellanos, César. “10
principios de la guerra”. Consultado 25 de junio 2019. https://g12.co/principios-para-una-guerra-espiritual-eficaz/
Chávez, Rony. Guía
práctica para la toma de ciudades por Cristo. San José, Costa Rica: Producciones Avance Misionero Mundial,
2002.
González, Antonio. El
evangelio de la paz y el reinado de Dios. Florida: Kairos, 2008.
Hoffmann, Martin. La
locura de la cruz. La teología de Martín Lutero. Textos originales e
interpretaciones. San José, Costa Rica: Departamento Ecuménico de
Investigaciones (DEI), 2014, 38-40.
Lutero, Martín. “La
Disputación de Heidelberg – Conclusiones y pruebas de las conclusiones”
(1518). En Obras de Martín Lutero, Tomo I. Versión castellana directa
de Carlos Witthaus. Buenos Aires: Editorial Paidós,
1967, 29-46.
Roldán, Alberto F. “La
teología de la cruz como crítica radical a la teología de la prosperidad”, Aportes
Teológicos, no. 3 (2018).
l l
l
Martin Hoffmann, Profesor
de Teología Sistemática en la Escuela de Ciencias Teológicas de la
Universidad Bíblica Latinoamericana.
Correo electrónico: m.hoffmann@ubl.ac.cr
Recibido:
20 de agosto de 2019
Aprobado:
18 de setiembre de 2019
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