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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 44, Número 2 - Año 2024
- San José, Costa Rica El conflicto actual entre Palestina e Israel: Reflexiones
interdisciplinarias |
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¿Pueblo
elegido? Más allá
de un discurso bíblico selectivo Hanzel
José Zúñiga Valerio Universidad Bíblica
Latinoamericana, San José, Costa Rica pp. 127-152 |
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Resumen: La actualidad del conflicto en Gaza ha implicado a
estudiosos/as de todas partes del mundo para analizar el pasado y el presente
de lo que pareciera una guerra sin fin. Los estudios bíblicos no se reducen a
una lectura del texto en el pasado, sino que se preocupan por la utilización
de la Biblia en los contextos contemporáneos y cómo en la actualidad se trata
de legitimar la violencia recurriendo a una cierta selección de tradiciones
bíblicas olvidando otras. El presente trabajo pone en perspectiva, apenas
introductoria, la noción de “elección” en diversas tradiciones bíblicas
tratando de evidenciar la lectura sesgada que deja de lado la amplitud y la
polifonía de la Biblia Hebrea. Palabras claves: Pueblo elegido,
Elección, Alianza, Lectura política de la Biblia, Efectos del texto, Historia
antigua de Israel. Abstract: The current
conflict in Gaza has involved scholars from all over the world in analyzing
the past and present of what seems to be an endless war. Biblical studies are
not limited to a reading of the text in the past, but are concerned with the
use of the Bible in contemporary contexts and how violence is currently being
legitimized by resorting to a certain selection of biblical traditions,
forgetting others. This essay puts into perspective, in a merely introductory
manner, the notion of “Election” in various biblical traditions, trying to
highlight the biased reading that ignores the breadth and polyphony of the
Hebrew Bible. Keywords: Chosen people,
Chosen, Covenant, Political reading of the Bible, Effects of the text, Ancient history of Israel. |
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Hanzel
José Zúñiga Valerio ¿Pueblo elegido? Más allá de un discurso bíblico selectivo Aspectos introductorios “El pueblo
elegido… Aun cuando la expresión no figura como tal en la Biblia, el
discurso sobre la elección es omnipresente”[1]. Toda la Biblia
Hebrea, en sus distintas secciones, se hace eco de la idea de un Dios que
interviene en la historia de un pueblo que es declarado como “suyo”:
escogiendo para él profetas, reyes, un lugar de adoración, entre otras
realidades, ha tomado posesión de un grupo humano y le ha dotado de tierra en
medio de “las naciones” (cf. Gn 12,1-7), lo ha elegido para ser “pueblo de su
propiedad” (Dt 7,6b)[2]. Las diversas
tradiciones narrativas, líricas y legales recuerdan la convicción de la
elección y de tener una relación especial con la divinidad. Ahora bien, ¿qué
implica “ser elegido” ad intra del discurso bíblico? ¿Qué clase de
relación con Dios diferencia al pueblo del antiguo Israel de sus demás
vecinos? Una lectura superficial del texto bíblico sigue siendo la usual
dentro de algunos sectores del sionismo religioso contemporáneo y de muchas
comunidades cristianas. Los titulares de los medios de comunicación, mucho
antes de que iniciase esta nueva escalada de violencia en el conflicto
palestino-israelí tras los ataques y secuestros del 7 de octubre de 2023, ya
señalaban que el discurso de la “elección” era importante para los grupos
neoconservadores y sionistas religiosos que pactaron con el primer ministro
israelí Benjamín Netanyahu a la hora de conformar gobierno[3]. Hablamos de un
sionismo religioso porque, lo más interesante, es que el sionismo inicial,
sobre el que se gestó el Estado de Israel, era fundamentalmente laico, tenía
dentro de sí el deseo de secularizar la vida judía. No obstante, si esto se
hacía del todo, Theodor Herzl y los demás ideólogos de este movimiento
político no podrían hacer uso de la Biblia para reclamar la tierra de
Palestina[4]. Por esta razón,
la instrumentalización del discurso religioso fue necesaria desde el comienzo
y como tal se fue extendiendo más allá de Israel. Así pues, si
dentro de la sociedad israelí este discurso religioso ha adquirido rostro
político, en el mundo cristiano occidental, una cierta forma de “sionismo
cristiano” refuerza la idea del “pacto irrevocable” de Dios a Abrahán,
alianza que se concreta en un estado moderno según sus narrativas: la
historia “Comienza con las asombrosas promesas que Dios le hizo al patriarca
Abraham hace 4000 años. Termina con la creación de Israel por parte de las
Naciones Unidas en 1947-8 y las guerras subsecuentes que el pueblo judío ha
librado para preservar a Israel como patria judía”[5]. Las
interpretaciones que del texto bíblico hacen estas corrientes se enmarcan en
múltiples lecturas de la Biblia Hebrea (unas afirman un judaísmo genealógico
o cultural, otras entienden la acción militar de Israel como parte de las
profecías de los textos apocalípticos, entre muchas otras variantes[6]) para concluir
que la recapitulación de todas las cosas en Cristo será el cumplimiento de
todas las promesas a Israel: “Por siempre significa por siempre”[7]. Estas
elucubraciones no se circunscriben al ámbito de los grupos religiosos
solamente, sino que están presentes también en el discurso político
contemporáneo. El expresidente y candidato a la presidencia de los Estados
Unidos de América, Donald Trump, entiende su “lealtad” a Israel como un tema
de convicciones, de ahí su “protección” sin titubeos: “He sido muy leal a
Israel, más leal que cualquier otro presidente”[8]. La alocución no
es muy diferente -a pesar de los matices que quieran verse- en el discurso
del actual presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, porque ha declarado
ser un “sionista ferviente” desde décadas atrás vinculando esta idea política
con la seguridad del “pueblo judío” y el Estado de Israel: “Si no existiera
Israel, ningún judío en el mundo estaría a salvo”[9]. La difuminación
entre política y religión también es común en América Latina: las referencias
a Dios, la Biblia y el “pueblo judío” son recurrentes en las comunicaciones
públicas de los presidentes Nayib Bukele, a pesar de su ascendencia palestina[10], y Javier Milei,
a pesar del rechazo de gran parte de la comunidad judía argentina hacia él[11]. Estos son solo
algunos ejemplos que podrían formar parte de una lista más extensa. Como vemos, no
solo es omnipresente el discurso de la singularidad de Israel en la Biblia,
sino que también, por motivos religiosos, se arguye una justificación desde
el tema de la “elección” del pueblo para asignarse “derechos” en el ámbito
público. Esta discusión imbricada se hizo aún más visible en ambientes
académicos. Estudiosos judíos y cristianos de la Biblia Hebrea mantienen un
acalorado debate en repositorios de investigación como Academia.edu y otros
que han llevado a la prestigiosa Society of Biblical Literature a una
disyuntiva en sus declaraciones sobre el conflicto actual en Gaza y sobre el
uso que de los textos bíblicos puede hacerse para apoyar o rechazar la guerra[12]. Nuevamente,
intereses de corte político se mezclan con perspectivas religiosas sacando a
relucir objetivos extra-epistémicos en la exégesis bíblica. No debería
extrañarnos si leemos con atención la historia de la “arqueología bíblica”
desde el siglo XIX. La tendencia de los arqueólogos cristianos estaba
claramente en lo que François-René de Chateaubriend
describió como propósito final de su itinerario a Jerusalén, es decir, una
apología para darle sustento material a sus obras teológicas[13]. Estos objetivos
se encarnaron en asociaciones e instituciones como Palestine Exploration
Fund (1864) de Reino Unido, Deutscher Palästina-Verein (1877) de
Alemania y l’École biblique et archéologique française de Jérusalem
(1890) de Francia. Simultáneo al
surgimiento del sionismo como proyecto político en el siglo XIX, ya en los
albores del siglo XX, la arqueología bíblica, a diferencia de la exégesis
histórico-crítica, se vinculó a este proyecto con la finalidad de demostrar
la historicidad de los relatos bíblicos. Los relatos fundadores del
Pentateuco y de los Profetas Anteriores volvieron a ser considerados obras
fidedignas de corte historiográfico permitiendo la afirmación de una
continuidad histórica desde la época de los Patriarcas hasta la actualidad.
El interés era muy claro: la creación del Estado de Israel en 1948 suponía
dotar a la joven nación de un relato fundador. Todo esto se tradujo en
múltiples excavaciones financiadas por el estado israelí y, paralelamente,
proyectos arqueológicos clandestinos, que buscaban poner en relación los
conflictos de su momento y los relatos bíblicos de la conquista: David
Ben-Gurion habría sido el primero en poner en relación la conquista de ’eretz
yisrael por parte de Josué y la guerra de independencia de 1948[14]; Yigal Yadin,
después de su carrera militar, emprendió una serie de excavaciones en Qumrán,
Megido y Guezer afirmando haber encontrado pórticos de la época de Salomón
[sic]; la creación de parques nacionales arqueológicos (Masada, Megido,
Cesarea Marítima, Séforis, entre otros) se convirtió en una necesidad para
afirmar la continuidad del pasado con el presente[15]. No obstante, al
continuar con nuevas exploraciones en territorios ocupados y en muchos otros
sectores de Jerusalén, los datos arrojados comenzaron a chocar con las
historias bíblicas. Las excavaciones desarrolladas por la Universidad de Tel
Aviv entre 1975 y 1976 en Kuntillet Ajrut y Khirbet el-Qom (cerca de la
antigua ruta que conectaba Gaza con Eilat) sacaron a la luz la relación de un
dios con su consorte: “Yhwh de Samaría”, “Yhwh de Temán” y “su Aserá”, es
decir, “se trata de la asociación de un dios con el nombre de un lugar,
semejante, por ejemplo, a ‘Istar de Nínive’, etc. Aquí se refiere a dos
manifestaciones locales del dios nacional israelita […]”. Asimismo, “estas
inscripciones evocan la pareja divina ‘Yhwh y su Aserá’”[16]. Estos y otros
descubrimientos recientes[17] se encuentran en
contradicción: a. Primero, con la
presentación bíblica del dios YHWH y su unicidad desde siempre: “No tendrás
otros dioses fuera de mí” (cf. Ex 20,3)[18]. b. Segundo, con el
relato de un único éxodo en el siglo XIII a.e.c. (cf. Ex 13,17-15,21) del que
huyó un único pueblo ya conformado desde Egipto hacia Canaán -también
dominado por Egipto en dicho período de tiempo [sic], como lo evidencian las
cartas de Amarna- para “tomar posesión de la tierra” y, en consecuencia,
creerse con derecho para exterminar a una población nativa[19]. c. Tercero, con la
idea de una “conquista del país” (cf. Jos 5,1.13-16) en territorios donde la
evidencia arqueológica no muestra vestigios de enfrentamientos bélicos ni en
Jericó -pueblo que en el siglo XIII a.e.c. no tenía murallas siquiera- ni en
otros pueblos[20]. d. Cuarto, con la
imagen de un “gran reino” de David y Salomón (cf. 2 Sm 5,6-12) ya en pie en
siglo X a.e.c. del cual no tenemos sino pocos testimonios materiales[21]. Estos
descubrimientos han avivado el debate entre teólogos, biblistas y arqueólogos
sobre la función de la arqueología y la intromisión de los proyectos
políticos en su labor[22]. Política puesta
en relación con religión, ayer y hoy. Es lo que vemos en estos usos de las
tradiciones bíblicas antiguas por parte de los autores del Pentateuco y de
los Profetas Anteriores que imaginaron un reino unido y glorificaron el
pasado con el fin de arrogarse identidad en medio de las naciones durante y
después del exilio en Babilonia. Dicho de otro modo, estamos frente al
producto una creación teológica más que de historia acontecida para
justificar acciones mitológico-identitarias, militares y económicas, en el
mundo antiguo sí, pero en el mundo contemporáneo también. En la otra acera
también se encuentran repercusiones de estas narrativas. Durante los siglos
XIX y XX el discurso de la elección de Israel como “Pueblo de Dios” incomodó
(y aún lo hace) a algunos movimientos fascistas, que se creen investidos de
una misión especial también, para erradicar minorías de cualquier clase en
sus países “manchados” por la diversidad étnica, cultural y religiosa de la
migración. Frente a esto, algunos fundamentalistas judíos utilizan la
retórica de la elección para rechazar toda negociación entre el moderno
estado de Israel y Palestina: “La elección en sus manos se convierte en un
arma ideológica que justifica la colonización por la fuerza de los
territorios ocupados y el sueño de un ‘gran Israel’ limpio, purificado de
todos los no judíos”[23]. Es decir, unos y
otros pretenden “limpiar” su sociedad “contaminada” por los otros, por los
“extraños”, por los que no pertenecen aquí. Son dos caras de una misma
moneda. Edward W. Said resaltaba esta aporía presente en muchos estudios
académicos que defienden políticas de expansión sin siquiera fijarse que
estas prácticas de segregación fueron otrora el tormento de comunidades
judías enteras en la Europa del siglo XX: refiriéndose al estudio Exodus
and Revolution de Michael Walzer afirma “No puedo creer que él pudiera
decir, por ejemplo, que las comunidades tienen el derecho de restringir la
propiedad de tierras o la inmigración para que los judíos (o los negros, o
los indios) no puedan participar igualmente en un sentido absoluto […] ahora
que (el Estado de) Israel posee territorio y gobierna a gente inferior [sic],
él no cuestiona tales prácticas contra los no judíos”[24]. Ante esto nos
preguntamos: ¿Qué puede hacer el estudio crítico de la Biblia para resaltar
estas contradicciones? ¿Por qué debería hacerlo a nivel ético? ¿Cómo el
discurso identitario de la “elección” ha sido y sigue siendo empleado para
justificar opciones políticas? Vamos a detenernos en algunos trazos del
discurso bíblico sobre la elección de Israel en la Biblia Hebrea y,
finalmente, resaltaremos la selectividad restringida que ignora las
incoherencias evidentes. El discurso bíblico de la elección “Yo soy Yahvé tu
Dios, que te ha sacado del país de Egipto […]” (Dt 5,6a) es la confesión de
fe central de la Biblia Hebrea. A partir de ella se ha entendido que las
religiones del así llamado “tronco abrahámico” son credos que confiesan la
acción de Dios siempre presente en la historia. Además, al ser una
proclamación de carácter personal, tantas cuantas veces aparece en el Antiguo
Testamento (AT), indica una relación singular entre YHWH e Israel. No
obstante, el tema de la elección no está explícitamente formulado en estas
líneas tal como la historia de la interpretación lo ha deducido y la relación
entre Israel para con su Dios se puede explicar de otra manera[25]. La Biblia Hebrea
no conoce un substantivo abstracto que pueda traducirse como “elección”, sino
que emplea el verbo bāḥar que, literalmente, es
“ver de cerca” o “examinar”[26] y es traducido
frecuentemente por “escoger”, “elegir”, “seleccionar”, “preferir”,
“distinguir” o “designar”. El libro del Deuteronomio es el que emplea una
fraseología en la forma regular qal que traduce la idea de la elección con
más recurrencia: ’asher yibḥar yhwh[27]. De las 150 veces
que, en su raíz, aparece este verbo en el texto hebreo, una tercera parte, es
decir 50 usos, le pertenece al libro del Deuteronomio y casi siempre el
sujeto de la acción es YHWH. No cabe duda que es la fórmula preferida para
hablar de “elección”, pero no es la única en el resto del AT. Por ejemplo, en
la historia de Abrahán -relato prototípico de la elección y de la designación
de la tierra- no se emplea este verbo. La idea de que Dios ha escogido al
patriarca para hacerlo ancestro de su pueblo se expresa con los verbos
“llamar” o “conocer”: así como Israel en Egipto, Abrahán ha sido “llamado”
para dejar su tierra de origen y entablar una nueva relación con el Dios que
le está hablando ahora. De la misma forma como se ha podido encontrar en la
narración de Gn 12 otra manera de hablar de “elección”, así también en el
resto de la Biblia Hebrea hallamos la noción. Pero, elegir supone una
multiplicidad de opciones entre las cuales el sujeto hace una opción. ¿Por
qué YHWH elige un pueblo? ¿Y los otros pueblos? ¿Qué se deduce de todo esto? Los estudios
ambientales del Antiguo Cercano Oriente han puesto de manifiesto que los
modos de vida de las poblaciones de Canaán son un reflejo de sus creencias y
viceversa. Los dioses y las diosas reflejaban elementos propios de la
cotidianidad de los pueblos, así como, con el paso del tiempo, fueron siendo
identificados con los grupos humanos que los habían pensado: “Los múltiples
dioses no disponían de más que un territorio reducido donde tenían el valor
de divinidad tutelar de un pueblo o de un estado”[28]. Es de esta
manera que debemos comprender a YHWH como el dios de Israel: es su dios
tutelar o nacional. Esto supone la realidad de la multiplicidad de dioses en
Ugarit donde cada uno tenía a su cargo un pueblo y el texto bíblico, por
increíble que parezca, no oculta esta realidad. En la mitología
ugarítica, El, el jefe del panteón cananeo, era el padre de setenta dioses y
repartió las naciones entre cada uno de ellos. En las “traducciones”
ideológicas[29] que los grupos
humanos antecesores de Israel harán, se pondrá en relación la creencia del
dios de los antepasados El y el dios del Sinaí YHWH hasta convertirse en uno
solo[30]. A partir de este
proceso de identificación han quedado resabios en la tradición bíblica cuando
se describe la forma en cómo YHWH recibe, en el contexto de la distribución
de pueblos, a Israel. El ligamen entre YHWH e Israel, entonces, no es una
escogencia deliberada de YHWH (cf. Sal 89) sino algo dado por los dioses de
Canaán. La evidencia está presente en uno de los textos bíblicos más antiguos
del libro de Deuteronomio: 32,8-9. Al citar la
referencia, colocaremos en paralelo la versión de la Septuaginta y el texto
hebreo canónico. La mayoría de estudiosos[31] considera más
antigua la versión griega de los LXX no porque efectivamente el texto griego
sea más antiguo, sabemos que es una traducción del original hebreo que ha
visto la luz en una época cercana a la era común y en un contexto helenizado,
sino porque la versión canónica hebrea que ha llegado hasta nosotros es
posterior a la traducción alejandrina y trata de ocultar estos trazos, sin
lograrlo del todo, como veremos a continuación:
Tanto las notas de
la Biblia de Jerusalén como de la traducción griega de Natalio Fernández,
María Victoria Spottorno y José Manuel Cañas hacen
la aclaración de que la variante “los hijos de Israel” (en el texto hebreo
canónico) debe ser sustituida por el original más plausible “los hijos de
Dios” (en el texto de los LXX). Elyon tenía
muchos hijos, como puede verse aquí y fue él, el Altísimo quien distribuyó la
herencia en su panteón. Si realmente partimos de los datos que la arqueología
y la filología nos arrojan, parece ser que construir la identidad de una
nación a partir de acá no es muy procedente. Así pues, los
textos de la elección de un pueblo, en el entorno del Antiguo Cercano
Oriente, deben entenderse de una manera más precisa: es el rey quien ha sido
elegido por el dios tutelar para hacer su voluntad y representar la divinidad
de cara al pueblo. En el conjunto veterotestamentario, ciertamente, esta idea
de elección tiene un distintivo: la escogencia para con este puesto es, en la
mayoría de los casos, del grupo o sujeto “más pequeño”, de quien hace parte
de los más jóvenes y ahora se le designa misiones importantes. Los relatos de
fraternidades conflictivas en el libro de Génesis pueden ilustrar muy bien
esto: Isaac frente a Ismael, el mayor (21,8-21); Jacob frente a Esaú, quien
vende su primogenitura (25,29-34); José y Benjamín frente a sus hermanos
(37,2-8). Por ende, este patrón también se conservará en los relatos del
surgimiento de la monarquía, no sin tensiones contra la misma institución
real, pero estará presente. La dinastía
davídica, en la historia deuteronomista, comporta esta forma de selección y
será leída políticamente como una elección divina. Sin embargo, el rey no es
entendido como el dueño del país: en Deuteronomio, Dios da la tierra de
Israel como una naḥalah, es decir, como
una “propiedad” o un “feudo” que es arrendado a un vasallo. La noción es
clara: Dios sigue siendo el dueño del país y establece una alianza (berît)
como se realizaba en los tratados de vasallaje asirios, de los cuales la
Biblia Hebrea es heredera[35]. Pareciera que
todos estos detalles tan importantes son dejados de lado cuando se lee el
texto bíblico y se infiere de él la creación de estados modernos o, peor aún,
el derecho absoluto de un grupo humano tan diverso otrora como ahora. Dos
ejemplos más, presentes en la tradición bíblica, pueden ayudarnos a poner
cotos a la idea de exclusividad pues, así como los israelitas antiguos no son
los dueños de la tierra, sino administradores, esta administración tiene sus
límites. El libro del
profeta Amós, inspirado en un borroso personaje histórico del siglo VIII
a.e.c., pero redactado hacia los siglos V-IV a.e.c, hace una crítica directa
contra la idea de una elección privilegiada: “Son solo a ustedes a quienes
conocí entre todas las familias de la tierra. Es por ello que les haré dar
cuenta de sus iniquidades” (3,2). En esta tradición profética se vincula
elección y juicio: la particularidad de su escogencia no implica una
salvación automática o derechos absolutos pues puede conllevar a la desdicha
de los elegidos que se sienten superiores. Son parte de una elección, como la
ha hecho Dios con otros pueblos: “¿No sois vosotros para mí como hijos de
kusitas, oh hijos de Israel? -oráculo de Yahveh- ¿No hice yo subir a Israel
del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir?”
(9,7). Los redactores y editores del libro de Amós tienen claro que la
elección no puede estar nunca en detrimento de otros pueblos. La historia de
Abrahán apunta en esa misma línea: “Por ti se bendecirán todos los linajes de
la tierra” (Gn 12,3b). El estudio del conjunto bíblico ha llevado a los
arqueólogos a buscar los rastros de esta narración inicial de los ciclos
patriarcales sin tener éxito. Las evidencias, cuando los relatos del Génesis
nos muestran acontecimientos de épocas muy posteriores de las que
supuestamente narran, dejan claro que estos tenían una función más etiológica
y formadora de identidad que historiográfica[36]. No es este el
momento para entrar en esa discusión. Hay numerosa bibliografía actualizada
que presenta los resultados más recientes de la investigación[37]. El ejemplo de
Abrahán como figura es el que queremos subrayar porque su historia no fue
escrita siguiendo una línea, sino múltiples trazos y relecturas. Tanto es así
que es en los libros proféticos (Ez 33,34 e Is 51,2) donde, por primera vez a
nivel literario, aparece el personaje de Abrahán en un conflicto concerniente
a la posesión de la tierra. Más allá del debate del Abrahán histórico,
bastante más complejo por la popularidad del nombre Abram (“el padre
es exaltado”) en múltiples pueblos del entorno, nos interesa destacar acá la
función de Gn 15: Nosotros hemos visto que
la población autóctona había utilizado el argumento de la posesión del país
por Abrahán para reclamar el “don” de la tierra. Pero esta idea, refutada con
vehemencia por Ezequiel (Ez 33,24), es retomada de manera positiva en Génesis
15. Solamente allí, el don del país no concierne más que a la
descendencia (Gn 15,18). ¿Cuál es, entonces, esta descendencia? […] es el
Israel total que el autor quiere reunir en este don del país: los que
son (todavía) emigrantes, que viven fuera (Gn 15,13), y los que disfrutan ya
de este don (v. 18)[38]. Dicho de otro
modo, Génesis 15 es un documento de concertación de los diferentes judaísmos
en la época donde está siendo redactado, la época persa. Pero esta idea de
reconciliación y de cohabitación no se circunscribe ad intra de
Israel, sino que concierne la relación del pueblo hebreo con los demás
pueblos, en particular del pueblo “árabe” al momento de nacer Ismael: “Dio
Agar a Yahvé, que le había hablado, el nombre de ‘Tú eres El Roí’, pues dijo:
‘¿Será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve?’” (Gn
16,13). El texto sugiere que Agar, la árabe, ha visto a YHWH, así como Moisés
lo vio, y continúa con vida [sic][39]. Así pues,
podemos encontrar muchas otras tradiciones en el ciclo de Abrahán donde no se
pide expulsar a nadie, fustigar a los “habitantes de la tierra”, sino
integrarlos y convivir con ellos: filisteos como “temerosos de Dios” (Gn
20,3-5.14-16), amonitas y moabitas (Gn 19,30-38), inclusive encontramos una
perspectiva diferente del faraón y los suyos en la misma narración (Gn
12,16-20). Todos estos trazos
en la historia de Abrahán reflejan una respuesta, igualmente “bíblica” e
importante, frente a los discursos nacionalistas y bélicos presentes en los
textos macabeos que han sido privilegiados en la construcción de la identidad
de un país: “[…] la tradición de los Macabeos ha ido imperando cada vez con
más fuerza en la política israelí, mientras que la referencia profética
pacifista y utópica se ha ido difuminando”[40]. Así las cosas,
creemos que es posible ampliar el enfoque en el discurso bíblico, es decir,
viéndolo en toda su complejidad para desnudar las contradicciones de una
selección con afanes militares. Más allá de la selectividad en el discurso
bíblico Hemos realizado
este breve recorrido del concepto de “elección” con varios acentos presentes
en el ciclo patriarcal de Abrahán. Si dentro de las mismas tradiciones
bíblicas el patriarca es visto como “padre de todos” y como una figura que
integra las diferencias, encontramos un camino aún más plural en el mundo de
las grandes religiones monoteístas que se consideran descendientes suyos.
Judíos, cristianos y musulmanes entienden al patriarca como su padre, pero de
distintas maneras. Los primeros se asumen como hijos de Isaac, el “hijo de la
promesa”, pero no el primogénito, sino quien sigue la herencia patrilineal y
son depositarios de dicha elección. Los segundos se comprenden como
continuidad del pueblo judío que, en Jesús de Nazaret, llegan a la plenitud
en el “hijo de David, hijo de Abrahán” (Mt 1,1). Los terceros se entienden
como linaje de Ismael y, finalmente, como depositarios de la revelación
definitiva del Dios Uno-Único en el Corán. Los tres están conectados y tienen
vínculos de familiaridad en esta figura. Tal vez volver por este camino en
retrospectiva y comprender la herencia espiritual de cada una las grandes
religiones “abrahámicas” pueda, en el ejercicio del diálogo interreligioso,
mostrar nuevas rutas de encuentro que los sectores políticos no quieren
encontrar. Hemos podido
constatar, en pocas páginas y siempre refiriendo a obras exhaustivas, cómo el uso de la
arqueología, el interés explícito de realizar lecturas selectivas de textos
(olvidando otros, adrede) y la construcción de narrativas ideológicas -como
un explícito encubrimiento- en torno a la tierra han servido para trazar una
línea (imaginaria) entre Abrahán, David, la monarquía antigua y la
construcción del moderno Estado de Israel. Inclusive, se ha hecho del uso
común hablar del moderno Israel como un “estado judío”[41], que pertenece a
todos los judíos, aun cuando ya cada uno/a es residente con plenos derechos
en los países donde habitan. Sigue traslapándose y confundiéndose la
dimensión étnica, política y religiosa. No es lo mismo israelita que israelí,
no es lo mismo ser “judeo” (habitante de la antigua región de Judea) que
“judío”, no son iguales el Israel bíblico y el Israel moderno. Pretender esto
es construir una nacionalidad, un nacionalismo que sigue de cerca la creación
de las identidades nacionales desde la época moderna: Como otros
movimientos nacionales de la Europa del siglo XIX que buscaban su propia edad
de oro en un inventado pasado heroico (en la Grecia clásica, en la república
romana o en las tribus teutonas o galas), para demostrar así que no eran
entidades recién surgidas sino que habían existido desde tiempos
inmemoriales, los primeros brotes del nacionalismo judío recurrieron al
mitológico reino de David, cuyo esplendor y poder se había conservado durante
siglos resguardado en la creencia religiosa[42]. El discurso sobre
la elección, la teología de la promesa, la concepción de la alianza ligada a
la tierra fueron ideas utilizadas de manera selectiva a lo largo de los
siglos para preservar una identidad bajo amenaza. A nuestro modo de ver, esto
no es extraño ni tampoco censurable. Lo censurable es no decir por qué se
privilegian unas tradiciones sobre otras que están igualmente presentes en el
compendio bíblico: “Quizá lo más propio del moderno Estado de Israel es que
la utilización de la Biblia por los sectores religiosos se hace al margen de
una lectura crítica y convierten esa visión mítica en fuente de
legitimaciones políticas”[43]. Al subrayar la
noción de “elección” en Amós y en la narrativa de Abrahán hemos constatado
otras posibilidades que no decantan en determinaciones bélicas o
colonialistas, sino todo lo contrario, nos abren un espectro que muestra la
riqueza de tradiciones que el judaísmo tiene en su pasado y presente. No es el interés
de este autor cuestionar la legitimidad del texto sagrado para judíos,
cristianos y musulmanes, sino hacer ver que la dimensión profunda del mismo
no se reduce a una posibilidad. La “Palabra de Dios” no es el escrito en sí
mismo, no es el “ropaje literario” con el que múltiples relatos han llegado
hasta nosotros/as. Más bien, es la apertura al misterio insondable de la
realidad humana y humanizadora que está latente en un texto-memoria de
múltiples experiencias de fe, encuentro y desencuentro. Desde narrativas
violentas hasta relatos generadores de vida, desde leyes apodícticas y
casuísticas que corresponden a un modelo económico y familiar que no empatan
con el nuestro hasta finas intuiciones que defienden al débil frente a la
explotación normalizada, desde himnos que son testimonio de la belleza
literaria presente en el Antiguo Cercano Oriente hasta relatos prototípicos
vigentes para explicar la compleja condición humana. Todo esto es la Biblia y
su valor no se agota en versiones políticas acreditadas cuya autoridad es “la
verdad de la autoridad” y no “la autoridad de la verdad”[44]. El estudio crítico
de las escrituras judeocristianas no debe sujetarse a lo que una línea
legitimada de pensamiento político haya afirmado. Tampoco se circunscribe a
la institucionalidad de una u otra tradición religiosa, sino que debería
abrirse en toda su complejidad al fenómeno intercultural en un auténtico
diálogo interreligioso, es decir, en la praxis concreta del encuentro, para
favorecer opciones de paz y justicia frente a la barbarie. Las líneas que
hemos esbozado tratan de reconocer que la elección divina no se cierne sobre
unos u otros, sino que tiene distintos derroteros porque la idea de Dios no
se limita a nuestros paradigmas. La academia bíblico-teológica no puede
quedar impasible frente las distintas formas de terrorismo, genocidio y
proyectos coloniales. Guardar silencio es convertirnos en cómplices de este
retroceso de humanidad del que estamos siendo testigos. Tenemos el deber, por
el contrario, de denunciar el encubrimiento epistemológico con el que se hace
uso de la Biblia pues se cuenta con las herramientas para hacerlo y, de esta
manera, cuestionar una lectura canonizada por la tradición así llamada
judeocristiana que muchas veces “[…] nos ha encerrado en un modelo
estereotipado de imposible convivencia”[45], pero que también
tiene opciones contrarias que pueden favorecer la paz y la reconciliación. Bibliografía Aguirre Monasterio, Rafael. La utilización
política de la Biblia. Agora 42. Estella: Verbo Divino, 2024. Ahren,
Raphael. “His Dad Was an Imam, His Wife Has Jewish Roots: Meet El Salvador’s
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leída con los ojos de los cananeos. Recordando a Edward W. Said, editado
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y Salomón: En busca de los reyes sagrados de la Biblia y de las raíces de la
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mí’ (Ex 20,3): Repensando el origen de la fe en YHWH-único como
acontecimiento político”. Revista Lógos VI,
núm. 6 (2013): 67–89. Hanzel José Zúñiga Valerio, tiene una Maestría
en Ciencias Bíblicas por la Universidad Bíblica Latinoamericana (San José,
Costa Rica). Contacto: h.zuniga@ubl.ac.cr Artículo recibido: 18 de agosto del 2024. Artículo aprobado: 16 de noviembre del 2024. |
|
[1]
Thomas Römer, Le peuple élu et les autres. La Biblé hébraïque entre
exclusion et ouverture (Paris: Du Cerf, 2022), 5.
[2] Toda
citación bíblica, a menos que se indique lo contrario, será tomada de la Biblia
de Jerusalén (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2019).
[3] Isabel
Kershner, “Israel’s Election Empowers a More Muscular Religious Zionism”, The
New York Times, el 13 de noviembre de 2022, Digital edición, sec. World.
[4] Cf. Ilan Pappé, “Dentro
de Israel”, en: Noam Chomsky y Ilan Pappé, Conversaciones
sobre Palestina (Bogotá: Icono Editorial, 2014), 126.
[5]
James P. Eckman, A Covenant People. Israel from Abraham to the Present
(Bloomington: WestBow Press, 2014), ix.
[6]
Cf. Elizabeth Phillips, “Saying ‘Peace’ When There Is No Peace: An American
Christian Zionist Congregation onPeace, Militarism, and Settlements”, en Comprehending
Christian Zionism: Perspectives in Comparison, ed. Goran Gunner y Robert O.
Smith (Minneapolis: Fortress Press, 2014), 31.
[7]
Jeff Meyers, “Forever Means Forever: God’s Promises to the Jews”, Theopolis
Institute (blog), el 10 de octubre de 2019.
[8]
Staf Time, “Read the Full Transcripts of Donald Trump’s Interviews With TIME”, TIME
(blog), el 30 de abril de 2024.
[9]
Staff TOI & AP, “‘I Am a Zionist,’ Says Biden at Hanukkah Event, Promises
Continued Military Assistance to Israel”, The Times of Israel (blog), el
12 de diciembre de 2023.
[10]
Raphael Ahren, “His Dad Was an Imam, His Wife Has Jewish Roots: Meet El
Salvador’s New Leader”, The Times of Israel (blog), el 7 de febrero de
2019.
[11] Martín
Sivak, “Milei entre la Torá, Israel y los ruidos con la comunidad judía
argentina”, El País Argentina, el 16 de noviembre de 2023, Digital
edición, sec. Argentina.
[12] Cf.
Rafael Aguirre Monasterio, La utilización política de la Biblia, Agora
42 (Estella: Verbo Divino, 2024), 105–9.
[13] Cf. François René De Chateaubriand, Itinéraire de Paris à Jérusalem
(Tours: Alfred Mame et fils, 1984).
[14] Inclusive David
Ben-Gurion se implicó de lleno en los procesos curriculares y educativos del
naciente estado de Israel promocionando el “Concurso de la Biblia” como un
festival nacional de medios de comunicación y asociando aquellas ideas de “la
Biblia tenía razón” con la arqueología aunque los muchos de los nuevos
descubrimiento rebatieran esta idea: “El que un dirigente de una nación dedique
tanto tiempo a implicarse activamente en temas historiográficos ciertamente es
poco habitual, y y puede indicar la centralidad de la mitohistoria en la
construcción de la ideología sionista” Shlomo
Sand, La invención del pueblo judío, Cuestiones de antagonismo 65
(Madrid: Akal, 2011), 124.
[15] Cf.
Thomas Römer, “Levant ou Terre Saint? La relation compliquée entre
l’archéologie et la Bible”, en La Redecouverte Du Levant: Actes, ed.
Jacques Jouanna y Nicolas Grimal (Paris: Academie des inscriptions et belles
lettres, 2023), 9.
[16] Thomas
Römer, La invención de Dios, trad. Mercedes Huarte Luxán (Salamanca:
Sígueme, 2022), 189 y 191.
[17]
Para un estado actualizado del problema: Israël Finkesltein, “L’histoire de
l’Israël ancien entre archéologie et texte biblique. État des
lieux” en : Israël Finkelstein y Thomas Römer, Aux origines de la
Torah. Nouvelles rencontres, nouvelles perspectives (Montrouge Cedex: Bayard, 2019), 15–55. Sigue siendo obra de
referencia a este respecto el libro de Israël Finkelstein y Neil Asher
Silbermann publicado originalmente en inglés en 2001 y cuya versión española es
la siguiente: La Biblia desenterrada: una nueva
visión arqueológica del antiguo Israel y de los orígenes de sus textos sagrados, trad. José Luis Gil Aristu, 3a ed. (Madrid: Siglo XXI de España,
2011).
La “cronología base” propuesta en esta obra ha variado ligeramente en los
trabajos de Finkelstein como puede verse en el capítulo de la obra previamente
citado.
[18] Las citas bíblicas que
en esta sección presentamos están en función de ilustrar al lector/a que no
conozca los elementos supuestos en la teología bíblica que se enseña en
ambientes confesionales prioritariamente.
[19] Cf. Said Chedid, “La Torah leída con los ojos de los cananeos o la otra cara
de la conquista”, en La Biblia leída con los ojos de los cananeos.
Recordando a Edward W. Said, ed. Saad Chedid y Nur Masalha (Buenos Aires:
Canaán, 2011), 220.
[20] Cf. Sand, La invención del pueblo judío, 133s. La intuición
de que el relato de la conquista era una construcción ideológica más que una
concreción estaba presente en obras críticas desde finales de los años 60. Cf. Georg Fohrer, History of Israelite Religion (Nashville:
Abingdon Press, 1972), 60.
[21]
Cf. Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, David y
Salomón: En busca de los reyes sagrados de la Biblia y de las raíces de la
tradición occidental (Madrid: Siglo XXI, 2007).
[22] Un
resumen divulgativo del conflicto se puede encontrar acá: “David y Salomón, los
reyes de la polémica”, Historia National Geographic (blog), el 30 de
diciembre de 2019.
[23]
Römer, Le Peuple élu et les autres, 10.
[24] Edward
Wadie Said, “Exodus and Revolution de Michael Walzer: una lectura cananea”, en La
Biblia leída con los ojos de los cananeos. Recordando a Edward W. Said, ed.
Saad Chedid y Nur Masalha (Buenos Aires: Canaán, 2011), 41.
[25] Cf. Mario Liverani, Oltre la Bibbia. Storia
antica di Israele (Bari: Laterza, 2017),
282.
[26]
En su forma regular qal significa “to view keenly > to examine”: Ludwig
Köhler y Walter Baumgartner, The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old
Testament (Leiden: Brill, 1994), 119. Cf.
Römer, Le Peuple élu et les autres, 11.
[27] Cf.
Luis Alonso Schökel, Diccionario bíblico hebreo-español (Madrid: Trotta,
1999), 111.
[28]
Bernhard Lang, “‘La nostalgie des dieux anciens’”, en Enquête sur le Dieu
unique, ed. Jean Bottéro et al. (Paris:
Bayard, 2010), 31.
[29] Para un estado de la
cuestión resumido, en lo que se refiere a la asunción del monoteísmo en la
Biblia Hebrea, se puede consultar el siguiente estudio con bibliografía amplia
y actualizada: Hanzel Zúñiga, “‘No tendrás otros
dioses fuera de mí’ (Ex 20,3): Repensando el origen de la fe en YHWH-único como
acontecimiento político”, Revista Lógos VI, núm. 6 (2013): 67–89.
[30] “La presencia del elemento ’El en el propio nombre ‘Isra-’El’
corresponde a un estadio en el que el dios de las tribus israelitas era todavía
‘El, y no Yahvé. Existe una cierta línea de continuidad entre la ‘religión de
los padres’ —la religión de ’El-’Elohim— y la ‘religión yahvista’, tal como
supone la misma tradición bíblica, aunque entre una y otra se haya producido un
salto cualitativo” Julio Trebolle Barrera, Imagen y
palabra de un silencio (Madrid: Trotta, 2008), 266.
[31] Cf. Thomas Römer, Monoteísmo y poder: La construcción de Dios en la
Biblia Hebrea (San José, Costa Rica: Sebila, 2018), 62–66.
[32] Cf. Natalio Fernández y María Victoria Spottorno, eds., La Biblia griega.
Septuaginta. I Pentateuco (Salamanca: Sígueme, 2008), 440s.
[33] La expresión griega es,
originalmente, ’aggélōn theoû o “mensajeros/ángeles de Dios”. Cf. Alfred Rahlfs y Robert Hanhart, Septuaginta
(Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 2006), 347.
[34] Los
subrayados “los hijos de Dios” y “los hijos de Israel” son nuestros.
[35] Cf.
Römer, Le Peuple élu et les autres, 36.
[36] Cf. Finkelstein y Silberman, La Biblia desenterrada, 31–53.
[37] Para una documentada y
serena investigación acerca del antiguo Israel en el contexto del Antiguo
Cercano Oriente, en castellano, se puede consultar lo siguiente: Fernando Bermejo, Los judíos en la antigüedad (Madrid: Sintesis,
2020); Marc Van de Mieroop, Historia del Próximo Oriente antiguo: Ca.
3000-323 A.E.C. (Madrid: Trotta, 2023); Bernd U. Schipper, Breve
historia del antiguo Israel (Salamanca: Sígueme, 2021); Rainer Kessler, Historia
social del antiguo Israel (Salamanca: Ediciones Sigueme, 2013).
[38]
Römer, Le Peuple élu et les autres, 78.
[39] Cf.
Thomas Römer, “La construction d’Abraham comme ancêtre oecuménique”, RSB
26, núm. 1–2 (2014): 9. Un estudio actualizado y pormenorizado del mismo
autor es exhaustivo en la materia: Genèse
11,27-25,18. L’histoire d’Abraham (Genève: Labor et
Fides, 2023).
[40] Aguirre
Monasterio, La utilización política de la Biblia, 91.
[41] “La idea de un Estado
judío es una anomalía […] En Israel todo es diferente. Hay una distinción entre
ciudadanía y nacionalidad. No existe la nacionalidad israelí. No se puede ser
un nacional israelí. Esto llegó a ser tratado ante un tribunal en la década de
1960 y volvió a suceder hace poco. Un grupo de israelíes querían que sus
documentos los identificaran como israelíes, no como judíos. La causa llegó
hasta la Corte Suprema, que falló en su contra, lo cual refleja lo anómalo del
concepto de un Estado judío, que no tiene equivalente en el sistema político
internacional contemporáneo” Noam Chomsky, “Diálogos”, en: Chomsky y Pappé, Conversaciones sobre Palestina, 63.
[42] Sand,
La invención del pueblo judío, 89.
[43] Aguirre
Monasterio, La utilización política de la Biblia, 114.
[44] Cf. José Ignacio González Faus, La autoridad de la verdad. Momentos
oscuros del magisterio eclesiástico (Maliaño: Sal Terrae, 2006). El jesuita español hace referencia al Magisterio de la Iglesia Católica
y enlista una gran cantidad de textos en los que se ha equivocado dicho cuerpo
doctrinal pretendiendo no tener errores por la guía divina. No obstante, como
él mismo aclara, ha privado más el temor a equivocarse o la seguridad que da el
poder, que la búsqueda de la verdad en temas bíblicos (p. 196), inclusive en
temas políticos interpretando las escrituras como una ventana del pasado al
presente para justificar el antisemitismo (p. 51). Pareciera que estos
impedimentos epistémicos se siguen haciendo presentes al estudiar la historia
antigua de Israel y al conectarla irresponsablemente con la historia reciente.
[45] Chedid,
“La Torah leída con los ojos de los cananeos o la otra cara de la conquista”,
220.