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Juan Jacobo Tancara Chambe
“Dios no es un dios de
pobres...”
Teología de la
prosperidad como una de las teologías del mercado capitalista neoliberal y
salvaje
El
Reino de Dios no es el telos de la dynamis histórica; no puede
ser propuesto aquél como meta de ésta. Visto históricamente no es meta, sino
final. Por eso, el orden de lo profano no debe edificarse sobre la idea del
Reino divino; por eso la teocracia no tiene ningún sentido político, sino que
lo tiene únicamente religioso.
Walter Benjamin[1]
El
ser humano se ha transformado en una máquina, en un aparato capaz de
calcularse a sí mismo como capital humano.
Franz
Hinkelammert[2]
En este apartado
hablaremos del proceso de fetichización y de las trampas de un mercado
totalizado, donde la vida humana se posterga en pro del “sistema”, que es
complejo. Así aparece el tema de la “adoración” al “falso dios”, los “dioses”
y la “idolatría”. Para hacer frente a ello, se propone, con Hinkelammert, el
“humanismo de la praxis” (propuesta que el autor toma de Marx).
En la obra Las
metáforas teológicas de Marx, del filósofo, historiador y teólogo Enrique
Dussel, aparece la interpretación por parte del autor de un argumento de
Marx, que va a guiar, en cierta medida, la crítica a la religión del pensador
alemán: si un cristiano es capitalista (premisa mayor) y si el capital es
la Bestia del Apocalipsis y el demonio visible (premisa menor), dicho
cristiano se encuentra en contradicción práctica (Conclusión)[3]. En el Evangelio
según Mateo se lee: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá
a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No
podéis servir a Dios y al Dinero” (Mt 6:24 BJ). No se puede estar a la vez al
servicio de Dios y las riquezas. En ese tiempo de Dios se podría ser
“esclavo”, pero no de las riquezas. Hoy en día, los conceptos cambian, el Dios
de la Vida, como lo conocen los teólogos de la liberación[4], nos llama a
liberarnos y a no someternos a ningún tipo de esclavitud. La relación con
Dios ya no es de Amo y Esclavo, sino de hermanos o amigos, entre otras
posibles relaciones[5].
Se trata justamente,
al menos desde la perspectiva que queremos enfocar, del discernimiento de los
dioses, que también lo vio Marx en su crítica a la religión, que nosotros
citamos a partir de Franz Hinkelammert, quien lo ha analizado extensamente:
La crítica de la religión desemboca
en la doctrina de que el hombre es la esencia suprema para el hombre y, por
consiguiente, en el imperativo categórico de echar por tierra todas las
relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y
despreciable.[6]
Los teólogos de la liberación, desde la teología que se formuló en
América Latina y el Caribe (o Amerindia), hablan de la idolatría. Es
un argumento que se intuyó y formuló desde la década de los setenta. Los
autores destacados en este trabajo son Hugo Assmann[7] y Franz Hinkelammert[8] con sus obras sobre
la idolatría del mercado. Pero hay otros como Julio de Santa Ana con su
libro: La práctica económica como religión: crítica teológica a la
economía política[9], y los teólogos que
colectivamente escribieron, el ahora ya clásico texto sobre la temática en
América Latina: La lucha de los dioses: los ídolos de la opresión y la
búsqueda del Dios liberador[10]. Jung Mo Sung
realiza
una adecuada síntesis de este trabajo inicial de la Teología de la Liberación[11].
Desde el comienzo de la Teología
latinoamericana de la liberación, los principales autores sabían que la
dominación capitalista no podía explicarse y superarse solo con el uso de las
ciencias sociales modernas, porque no tomaban en serio el universo mítico y
religioso en la dinámica social, especialmente los de dominación. Para las
ciencias sociales y humanas modernas, el mundo moderno se basa en la razón y
la secularización, y la religión, como su mundo mítico, había sido expulsada
de la esfera pública y secular. Hinkelammert, Assmann, Gutiérrez y otros,
aunque en ese momento desconocían el significado teórico de sus intuiciones,
se dieron cuenta de que lo sagrado y lo mítico no habían desaparecido en el
mundo moderno, sino que pasaron del campo religioso tradicional al campo
económico.[12]
Max Horkheimer y
Theodor Adorno hablarán de una remito-logización. La negación de un mito a
nombre de otro mito que no se reconoce como tal, y que se presenta más bien
como superación de los mitos anteriores. Porque se ve llamado a actuar en la
esfera secular, causando la destrucción. Tal es ejemplo del mito de la
“igualdad”: “Anteriormente, los fetiches estaban bajo la ley de igualdad.
Ahora la igualdad misma se ha convertido en un fetiche”. Su crítica va más
allá, es como se conoce al concepto mismo de Ilustración (Aufklärung),
campeona de la abstracción y la objetividad, de la secularización y
desmitologización o desencantamiento (Entzauberung)[13].
La crisis tiene que
ver con esa manera de razonar contradictoria cuando se defiende, precisamente
la ley (Gesetz) o las instituciones, sin considerar de por medio una
crítica necesaria, que viene de la afirmación de la vida humana. Así, se
dice: ninguna libertad para los enemigos de la libertad, ninguna igualdad
para los enemigos de la igualdad, ningún derecho humano para los enemigos de
los derechos humanos. Contradicción de la era moderna en la que cayó el
propio legado de la Revolución Francesa que propugnaba los “derechos
universales” de los individuos. Hinkelammert trabaja esta idea en varios de
sus libros, pero en especial en: “Yo vivo, si tú vives”: el sujeto de los
derechos humanos[14].
En este sentido o bajo
este marco categorial es que situamos a los “dioses del mercado”. El mercado
funciona con categorías fetiches que el pensamiento crítico intenta discernir
y analizar para hacer su cuestionamiento correspondiente. Ejemplo de ello es
la observación que se hace a la racionalidad medio-fin[15], que está siendo
llevada a un nivel absoluto, donde, como se aprecia en el actual contexto
neoliberal, queda fuera la vida concreta y material del ser humano y de la
naturaleza, para Marx, las dos fuentes de riqueza que el capitalismo socava[16]. No se trata de
prescindir de este tipo de racionalidad, no se podría, sino de incluirla en
lo que Hinkelammert y Mora denominan: la “racionalidad reproductiva” o el
“circuito natural de la vida”[17]. Solo de esa manera
se evita que tal racionalidad sea, en la práctica, destructiva. No tiene que
ver solo con lo formal, con una teoría a favor o en contra, sino con un
contenido que es el ser humano real y material (sin con ello defender alguna
especie de “materialismo” ingenuo, por eso se puede decir mejor “corporal”,
pues el cuerpo tiene espíritu y es complejo).
Hay otros conceptos y concepciones
que acompañan esta racionalidad medio-fin, como aquella de la “mano invisible
del mercado”, propuesta por Adam Smith, el tema de los precios, que trabaja
Friedrich von Hayek[18], o el “mercado total”
y “perfecto” que postula Milton Friedman[19], que hace la teoría
del neoliberalismo. La consecuencia es que estamos hablando de posturas
religiosas.
Me parece claro entonces, que
frente a estos fenómenos no es suficiente la crítica a la ideología. Resulta
que hay un estrato religioso, que va más allá del ámbito de la propia crítica
a la ideología. Se trata de que constantemente la ideología se transforma en
religión. Estos dioses del mercado hablan y dicen: Todo eso es solamente un
signo de nuestra cultura. Lo que fomenta al mercado, a la vez y necesariamente
fomenta también al ser humano, así son nuestros valores. Nada fomenta tanto
al ser humano como el fomento del mercado. Para aquellos, que fomentan el
mercado, se trata de un acto de humanismo puro, del amor al prójimo, el
servicio al ser humano y a nuestros valores más altos, un servicio al dios
verdadero, que resulta ser el mercado.[20]
El mercado es
absoluto, verdad o sentido último de la vida para la acumulación de riqueza,
criterio final para los juicios éticos y sentido de la vida. Bienes relativos
son puestos como definitivos y determinantes. Los sujetos se vuelven cosas y
las cosas sujetos. Una de las causas de la idolatría es la pérdida
precisamente del sentido de la vida y la caída, en ese contexto, en el
laberinto nihilista del postmodernismo. Se pierde la noción/práctica de la
justicia social, se es indiferente a la exclusión y a la muerte provocada por
este sistema (“globalización de la indiferencia”). Se constituye una
trinidad: dinero – mercado – capital. Se vive en la dictadura de una economía
sin rostro y sin objetivos humanos. Se traduce en tristeza individualista y
consumismo desenfrenado. Culto, exigencia de sacrificios de vidas humanas. De
este modo, aparece la ultimidad, la autojustificación y la intocabilidad del
mercado[21].
El curso hacia el
nihilismo no es producto necesariamente, como se pudiera pensar, de un
ateísmo. La discusión no es entre tener un Dios o no, pues se ha mostrado que
el mercado y el marco que lo define, sí tienen una Divinidad que les subyace.
Un “ateísmo” de estos fetiches hasta podría resultar crítico, pero no es el
caso. Estamos hablando de una “religión”, que hay que sopesarla con
categorías seculares. Aunque parezca extraña, es una religión “secular”. Lo
que toca es analizarla desde una teología secular[22], como lo han
propuesto los teólogos de la liberación. Y eso tiene que ver con la “vuelta
del sujeto reprimido”, si no se quiere emplear el concepto de “sujeto”,
complicado de por sí y con una tradición larga[23], se puede hablar de humanocentrismo.
Hinkelammert dice que en realidad el actual orden económico, lo que menos
hace es poner en el centro al ser humano[24]. El ser humano ha
sido arrojado; del mismo modo, se ha botado al basurero al “sujeto”. Lo que
ahora se respira y ve es un capitalocentrismo o un mercadocentrismo
fetichizado, con su propia religión y culto, que se le rinde a diario, y que
es lo que precisamente hay que investigar en la economía política o en la
teología, por ejemplo, como pretende hacer, en una pequeña parte, este aporte
que proponemos ahora. Hinkelammert señala:
En cambio, si se parte del
humanismo de la praxis, esta praxis ahora se transforma en el criterio del
discernimiento de las religiones. De esta manera, el criterio de la crítica
de las religiones no es religioso. Ninguna religión puede ser la medida para
juzgar sobre las religiones. En vez de eso el criterio es el significado que
tiene una religión determinada sobre la praxis humana. La pregunta es
entones: ¿Se puede vivir humanamente con esta religión, o imposibilita esta
religión vivir humanamente? Se trata de los criterios con los cuales
empezamos nuestro análisis. Era el criterio del humanismo de la praxis, que
sostiene que el ser humano es el ser supremo para el ser humano. De eso
sigue: el mercado es para el ser humano, y no el ser humano para el mercado.[25]
Es la respuesta a la
idolatría del mercado capitalista. Y con respecto al ateísmo práctico y
crítico, el autor señala:
También
ateos pueden denunciar dioses falsos. Además, habría que esperar esta
denuncia también de los ateos. Hay también ateos que están de lado de dioses
falsos. Eso ocurre en el caso, cuando declaran el mercado como ser supremo
para el ser humano. El ateísmo de Marx en cambio es humanismo ateo y como tal
una denuncia de dioses falsos, es decir de los dioses, que se oponen a echar
por tierra todas las relaciones en sentido del “imperativo categórico” de
Marx y que niegan su tesis, que el ser humano es el ser supremo para el ser
humano.[26]
En un capítulo
titulado: “El ateísmo de los profetas y de Marx (propedéutica a la afirmación
ética de la alteridad)”[27], sugerente para la
época y que avisa la manera que desarrollará Dussel para abordar la obra de
Marx, el filósofo argentino-mexicano realiza la misma aproximación,
reflexionando el tema del ateísmo en el marxismo: “La crítica del cielo se torna así en la
crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del derecho, la
crítica de la teología en la crítica de la política”[28]. Dussel en su texto
saca una de sus conclusiones:
Marx entonces piensa que la
afirmación del hombre se efectúa en la praxis, en la negación de la negación
del ser humano, en la negación de la acumulación primitiva en manos de pocos
y transmitida después en herencia. La afirmación del hombre se alcanzaría por
la negación de la propiedad privada, que es la determinación concreta de la
acumulación o el mal originario histórico. La propiedad privada, como
institucionalización de la posesión del dinero y su fetichismo, es algo así
como el culto y la divinización del sistema. La eliminación de dicha
propiedad debe comenzar por ser ateísmo del dinero, para después ser
socialización de dichos bienes en manos de los oprimidos, la mayoría. Hasta
aquí Marx puede identificarse con los profetas.[29]
Claro, porque Dussel
piensa que la crítica puede extenderse, es decir, tomar un momento de
reflexión de si existe o podrá permanecer una “sistema”, un “orden de cosas”
definitivo. Su respuesta es negativa, puesto que toda institucionalidad y
sociedades, que se basan necesariamente en nociones trascendentales (Kant),
tienden a la fetichización. No se llega a una especie de paraíso. Dussel
apunta a una crítica antifetichista permanente en su libro citado y en otros.
Como decía Walter Benajamin, el “Reino de Dios” no es una meta histórica y
política, sino religiosa. Del mismo modo, se rechaza que la religión, menos
aún institucionalizada, podrá cumplir con una meta política o de la historia.
Hasta aquí hemos hecho
un recorrido por algunos autores que nos permiten tener una teoría, inicial,
para interpretar la Teología de la Prosperidad en su relación con la
“idolatría del mercado”. A continuación, desarrollamos nuestra propuesta.
Como toda teología, la
teología de la Prosperidad quiere explicar cosas trascendentales; pero
rechaza definitivamente lo precario que eso puede resultar. De ahí que el
arte no siempre es bien visto, porque este visualiza desde un punto de vista
más banal, cotidiano. Esta teología se hace con la pretensión de explicar el
“sentido de la vida”. Así pareciera que tiene que ser toda teología, pero
justamente, a lo que se apela, es al sentido crítico, a la reflexión. Pero
como cualquier otra teología, ésta no tiene un estatus fuera del “mundo”. Es
un lenguaje que hay que estudiar socialmente, de lo contrario se le opondría
otro “discurso” igual de mítico, como Dussel anunciaba con su crítica a la
visión marxista del ateísmo, que no se había extendido a otras estructuras
sociales. Dussel está pensando en el llamado “socialismo real”. Hinkelammert
le hace una crítica temprana a este socialismo, siendo una de las primeras
propuestas en su pensamiento[30]. Después trasladaría
esos elementos cuestionantes al mercado capitalista; pues ya no podría en
duda al “comunismo”, sino al capitalismo que es el sistema “triunfante” desde
hace décadas. La TdP es un discurrir de ideas bíblicas-teológicas
descontextualizadas que intenta explicar el fondo de la vida, sometiendo todo
a una determinada visión religiosa del mundo. Y pareciera que es convincente
porque el mundo en el que está, le da sentido a lo que predica: afirmar la
validez de este mundo, que no es otro que el actual contexto de mercado
total, fetichizado y capitalista. La “guerra” en el cielo, ocurre también en
la tierra. Aquella es la interpretación de la guerra en la tierra; por esta
razón la consideramos como una de las “teo-logías” de este sistema o red de
dominación, alienación, pauperización y de ventajas para una minoría a nivel
mundial y nacional.
Pero hay que
distinguir entre el “dios” del mercado, aquella trinidad de dinero – mercado
– capital (Jung Mo Sung), y el “dios” de la TdP. ¿De qué divinidades estamos
hablando? Hablamos del dios del “mercado”, que en alguna medida lo hemos
definido ya, el de la TdP se refiere a un ser trascendente que rechaza la
“gracia” (χάρις) y pone como medio el compromiso de algún “pago” previo. Es
decir, la relación Dios – Ser humano, se distorsiona, de acuerdo a una
tradición liberadora (Jesús de Nazareth y Pablo de Tarso), y se instaura la
relación, por decirlo como Hegel, entre Amo – Esclavo. Tiene que ver con el
tema de la ley. Se trata de cumplir obligaciones. Y para ello es que se
requiere de la ayuda del Todopoderoso.
Los dioses terrenales casi siempre
son acompañados por dioses trascendentes, que como dioses celestiales afirman
a los dioses terrenales. El actual fundamentalismo da a los dioses
terrenales, que son el mercado, el dinero y el capital, un dios eterno
trascendente para su apoyo. Los dioses terrenales son el Leviatán, el dios
mortal, cuya sangre según Hobbes es el dinero. Los fundamentalistas hacen
presente este dios eterno, que vive en los cielos, pero que asegura a los
dioses terrenales y mortales siempre de nuevo su resurrección. Así sobrevive
la teología de los dioses terrenales y celestiales de Hobbes.[31]
La TdP viene de una
vertiente fundamentalista, especialmente de los Estados Unidos. Es como un
intento de “reforma” del fundamentalismo “neopentecostal”, que es a la vez
otra reforma anterior del “pentecostalismo”, más clásico. Tiene que ver con
el rechazo de la “sola escritura” para dar lugar a “revelaciones especiales”
que Dios da ahora a determinadas personas, los “apóstoles”, “profetas” o como
se les llame. Así, se desentiende de una norma que por lo menos permitía en
parte discernir el tipo de creencias. Ahora eso ya no importa. Hay “libertad”
de pensamiento y para hacer teología (eso es democracia, pero dentro del
mercado, no hay que olvidarlo). Así se constituye una “teo-logía” que da
legitimidad al mercado. Los “dioses” de esta teología, como se señaló, son
divinidades celestes, pero que contribuyen a la “restauración” de divinidades
más “terrenales”, que en este caso son el capital, el dinero y el mercado.
“En esta situación, la referencia central e intrínseca de la religión se
convierte en el hilo empírico-fáctico de sus mediaciones”[32]. Está trinidad que
impera y fuera de la cual no se puede comprar ni vender (Ap. 13: 16-18), y se
está excluido de muerte. Esta teología y religión del mercado lleva a este
último al estado de “naturaleza”, ni siquiera, como querían, por ejemplo
Horkheimer o Adorno, a una “segunda naturaleza”, sino a una naturaleza
primera y hasta única, contra la cual nada se puede hacer y lo que se haga es
“antinatura” y, por lo tanto debe ser condenada. Así se censuran y fustigan
las “utópicas” de mundos mejores, “otro mundo es posible” o cualquier tipo de
alternativa que no se desenvuelva, o “desarrolle”, dentro de los límites del
mercado que precisamente no reconoce ningún límite, de ahí su rasgo religioso[33].
En efecto, la TdP es
la correspondiente teología explícita de esta religión del mercado. Para
analizar el tema del “mercado como religión”, es necesario estar pendiente de
un análisis del desdoblamiento de la economía que se vuelve mítica en su
explicación, de quienes la sostienen y defienden teóricamente, pero que se
presenta como “secular”, incluso como “científica”, no obstante tiene sus
raíces míticas, como otros fenómenos humanos, pero se niega esa dimensión.
Walter Benjamin va más allá y habla directamente del “capitalismo” como un
“culto culpabilizante”:
Tres rasgos se le reconocen, sin
embargo, al presente en esta estructura religiosa del capitalismo. En primer
lugar, el capitalismo es una pura religión de culto, quizá la más extrema que
haya existido nunca. En él todo tiene significado sólo por relación inmediata
con el culto, no conoce ninguna dogmática especial, ninguna teología. El
utilitarismo adquiere bajo este punto de vista su coloración religiosa. Un
segundo rasgo del capitalismo está relacionado con esta concreción del culto:
la duración permanente del culto. El capitalismo es la celebración de un
culto sans (t)reve et sans merci. En él no hay marcado un día a la
semana, no existe un día que no sea día de fiesta en el sentido terrorífico
del despliegue de toda la pompa sacral, de la tensión extrema del adorante…
este culto es culpabilizante. El capitalismo es, probablemente, el primer
caso de un culto no expiante, sino culpabilizante. Una culpabilidad
monumental que no se sabe expiar, echa mano del culto, no para expiar en él
la culpa, sino para hacerla universal, meterla a la fuerza en la conciencia
y, por último y sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para
interesarle a Él, al final, en la expiación.[34]
La religión es de
todos los días, es una forma de vida, es que lo también exige la TdP. A
diferencia de esta opinión de Benjamin, sí existe una teología, es
precisamente de la que estamos hablando ahora. Eso lo que le faltaba
justamente a esta religión secular, una celestial, como se dijo. También el
capitalismo ha generado su dogma teológico, no solo terrestre, no una
metáfora de conceptos que aluden indirectamente al cielo, sino se presenta
una verdad metafísica: la metafísica del mercado capitalista, y ahí se
quiere insertar una espiritualidad. Una subjetividad de lo que significa ser humano,
pero en tanto se participe activamente de estas relaciones comerciales y se
crea que en ellas está la vida, la única posibilidad de vivir. No solo es
comprar y vender exteriormente, sino el hondo sentido que aquello tiene, la
identificación que hacemos con esta forma de existir. Y estamos dispuestos a
defenderla con la vida, si es necesario. De ahí surgiría ese odio contra los
que quieren otra cosa, porque estarían amenazando nuestras propias
existencias. Por eso se llama al “combate” contra los herejes de este sistema
religioso económico.
Y ciertamente nunca es
suficiente para esta divinidad demandante de la TdP, que exige jamás
cuestionar y ni siquiera preguntarse por la relatividad del mercado. El
mercado es el paraíso. A pesar que use un lenguaje trascendental. No hay otro
mundo, es este el mundo, el que se acepta y se impone, ahora con un lenguaje
directamente religioso. Toca “hacerse rico” para probar la existencia de Dios
en nosotros, que le somos gratos. Ese servicio es perenne. Servir al mercado
capitalista extremo es servir a Dios. No hay otra posibilidad, esa es la
verdadera eucaristía o culto. Todas las demás religiones deben someterse a
esa evidencia religiosa. Haciendo una analogía, la TdP es el “falso profeta”
y el mercado vendría a ser como la “Bestia” en el libro de la Revelación (Ap.
13). ¿Quién como el mercado capitalista?
Para Benjamin, el
cristianismo, por decirlo así, ha dado nacimiento al “capitalismo”. El
cristianismo ha inspirado tanto al capitalismo como al comunismo, dos
enemigos mortales de nuestra era. El uno busca hacer desaparecer al otro.
Ahora último el capitalismo, sus servidores, tachando al “comunismo” como el
origen de todos los males. La TdP o el fundamentalismo religioso
estadounidense se gasta en sus prédicas, directa o indirectamente, esa guerra
sin cuartel contra el comunismo o lo que se le parezca: socialismo, incluso,
se incluye, la reivindicación de los pueblos originarios, a los ecologistas o
todo pensamiento que se denomina “progresista”. Por ello es una posición de
los “conservadores” del sistema victorioso y que anhela arrasar contra
cualquier alternativa de cambio y lo va a hacer, lo puede hacer. La tesis es
que hay un origen “cristiano” dentro del capitalismo que hay que desenterrar
para comprenderlo. Este “sistema” y “conjunto de leyes” no funciona
legitimándose en sí mismo, sino en la religión que le dio lugar, pero que se
esconde y que la TdP saca otra vez a flote. Claro, se trata de cierta
tendencia de interpretación a la que puede llevar la práctica cristiana. Y a
través de la historia, del propio cristianismo “de liberación” ha surgido
los, como los llama Hinkelammert, “termidores”[35], que están presentes
en todos los proyectos revolucionarios. La TdP sería, en la “teología”, uno
de los termidores del cristianismo liberador, de la persona, pero también de
la comunidad, concepto que se opone al sistema económico y a la imagen del
“individuo” que proponen la TdP. De ahí que se haga necesario un estudio del
pensamiento mítico, una “crítica de la razón mítica”[36], no solo del mercado,
sino de cualquier institución.
La TdP no niega esa
condición del mercado, más bien confiesa y predica que es “orden” que Dios a
puesto, que es su “creación” y que la capacidad de adquisición y de consumo
(“bendiciones”) son lo que caracteriza a los hijos e hijas de Dios. Es una
teología que surge en el “primer mundo”, de personas que pueden comprar sin
restricciones, que pueden reproducir esa lógica y que tienen, por tanto,
poder. Por ello el tema del “poder” es tan importante entre los rasgos que la
definen. Así pues, es una teología de un sector social, mundial, con poder
económico y militar. Puede imponer su voluntad, y para ellos un arma esencial
la constituyen los medios masivos de comunicación.[37] En efecto, es una
teología “de clase”, de los poderosos; quienes no lo son, los apoyan porque
se identifican con el poder y el agresor. ¿Quién dijo que los conflictos y
luchas de clases han pasado de moda?
El sociólogo y
filósofo Pierre Bourdieu ha complejizado este aná-lisis, superando en gran
medida en sus investigaciones empíricas la reducción de la “lucha de clases”
a solo dos polos antagonistas que se disputan el sentido de la historia,
movidos por fuerzas ultraterrenas: el “materialismo histórico”. No se trata
de un “motor” que moviliza la historia, sino, según Bourdieu de diferentes campos
de luchas, sofisticados, decimos nosotros, que siempre es necesario
reconstruir y representar (con sus limitaciones) para entender los
relacionamientos humanos, movidos por intereses, donde a la vez, existen
alianzas duraderas o de corto tiempo, pero que tiene factores que hasta
cierto punto y en determinado momento (que puede ser prolongado o breve)
acuerdan las posiciones de “clase”, estos son el capital económico y
el capital cultural, que se pueden reconvertir en otros tipos de
capitales, como el capital social, por ejemplo[38]. Nosotros
agregaríamos, el capital en armas de destrucción masiva, que llega a ser importante
en la reorganización geopolítica hoy en día, hasta permiten a quienes las
poseen hablar de modo complementa irracional, con arrogancia y erigirse como
juez del bien y del mal.
No es que la TdP tenga
un poder importante en el mundo. No podría una teología, al menos no la que
se estudia con ese nombre, tener tanto grado de influencia actuando sola.
Requiere del contexto para su efectividad. Ya lo hemos señalado. Pero es un
lenguaje del mercado capitalista extremo. Si bien, tiene elementos que pueden
ser interpelantes, como aquel que estima como un valor importante darle a los
“pobres” cierta “autoestima”, aquí se juega, otra vez, con la ilusión del
“progreso” y “desarrollo” humano ¿Hacia dónde nos lleva todo esto finalmente?
El dar a Dios y no ser
un mendigo es ser un “emprendedor”, “somos hijos del Rey, que posee y es
dueño del oro y la plata”. Nada puede salir mal. Luego, eso que sirve como
una “autoayuda” para motivar la competición en el mercado. La TdP asume como
una realidad indefectible, la realidad del mercado “salvaje”, es decir, de
lucha de todos a muerte. Por eso su lenguaje puede ser violento y extremista:
“¡La pobreza es del demonio!” (y los “pobres” también, por supuesto). De modo
que esa “batalla” contra el diablo es a todo o nada, no hay alternativas. De
la misma manera es la consigna contra otras religiones y creencias, más aun
si éstas proponen otra lógica de existencia, otro modo de relacionamientos y
de economía. La TdP dirá también: There is no alternative. Esa es su
máxima, es decir, el mercado neoliberal y “salvaje”.
Su ética deriva de la
ética del mercado: el respeto a la propiedad privada y el cumplimiento de
contratos. Por eso vuelve la teología de Anselmo: hay que pagar a Dios lo que
se le debe. A Dios se satisface con dinero, con las ofrendas, maratones de
recaudación de fondos, con la “siembra”, para cosechar abundantemente. La
historia de los “talentos” (Mt. 25: 14-30) se reinterpreta en el marco de
este mercado total. No es otra cosa que rodear de un áurea celestial las “inversiones”
y “bendecir” el capital privado. Si los “hijos de Satanás” no quieren ser
“perdedores” deben seguir la lógica del mercado total y que la TdP ofrece y
predica. El demonio está del otro lado, del lado del comunismo, de los
utópicos, de los alternativos, medioambientalistas, ecologistas y feministas
entre otros.
La relación con el Otro no se
trasmuta, como sí lo hace el conocimiento, en disfrute y posesión, en
libertad. El Otro se impone como una exigencia que domina esta libertad y
que, por ello mismo, es más originaria que todo lo que pasa en mí. El Otro,
cuya presencia excepcional queda inscrita en la imposibilidad ética en que
veo de matarlo, señala el fin de los poderes. Si ya no puedo poder sobre él,
es porque desborda absolutamente toda idea que puedo tener de él.[39]
Esta cita de Levinas
nos muestra, primero, la imposibilidad de abarcar al otro con conceptos o una
determinada teológica. Es irreducible a los lenguajes, pues siempre escapa.
Tampoco se lo puede dominar absolutamente, surgirá lo que Albert Camus llama:
el “hombre rebelde”. De modo que la idea de apresar a ese Otro, o de vejarlo,
muestra el fetichismo y una religión intolerante, más aún destructora de la
vida humana diversa. Pero esa vida es “infinita”, como dice Levinas en su
obra mencionada y encuentra siempre modos de resistir, según concluimos
nosotros. La TdP tiene correspondientemente sus concepciones dogmáticas en
todos los temas: una idea antropológica, de Dios, del pecado, de la iglesia,
de la salvación. La antropología que se propone, simplista, es la del “sujeto
billetera”, “consumista”, “cliente”; Dios es un banquero; el pecado es no
saber invertir (los talentos); la iglesia es el poder de Dios que solventa el
poder secular armado; la salvación es el mercado capitalista. A todo esto hay
que agregarle el respectivo lenguaje mítico y trascendental.
Se han querido mostrar
vínculos entre la religión del mercado capitalista neoliberal y salvaje con
la TdP. Se dejan fuera los elementos que podrían quizás revalorizar en parte
a esta teología. Pero eso parece difícil, dado que ella es la expresión o,
como hemos dicho, un lenguaje de este mercado extremista. La crítica a la
fetichización no es exclusiva para el mercado o la TdP, sino igualmente para
cualquier proyecto que revista las características de “total” y “sentido
último” de la vida antes que la afirmación de la vida concreta del ser humano
y la naturaleza, amenazada visiblemente hoy por esta lógica mercantil y
“cultural”/cultual. Y es una crítica que no es propiedad privada de nadie,
sino se la hace con los recursos que se requieran, teóricos y empíricos, pero
que tiene criterios éticos: como la prioridad de la Vida antes que la ley,
por más que está ley se presente como un medio de salvación. Esta última idea
es para evitar la idolatría del propio discurso y proyecto. Siempre es
necesario la reflexión de los mismos.
El problema es que hay
que construir instituciones para mantener la vida y las sociedades que
deberían permitirla, cayendo en mitificaciones de determinadas prácticas y
estructuras de las mismas. De tal modo, que el pensamiento crítico sugiere
aprender a vivir con esas contradicciones, sin sacrificar vidas humanas ni la
vida del medio ambiente natural, que es criterio y punto de partida (y de
llegada). El análisis de los discursos teológicos tiene que corresponder al
contexto donde estos se realizan. Por eso es importante en futuros trabajos
considerar las relaciones que tienen determinadas personas que usan el
discurso, en este caso, el de la TdP. ¿A quiénes se enfrentan con tal lenguaje,
qué intereses defienden, cuál es la legitimidad que buscan? En la presente
reflexión esto ha estado subyacente, pero se requieren trabajos empíricos de
investigación que fundamenten teorías explicativas de ciertas prácticas
sociales.
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Erick Umaña Castro es doctor
en teología por la Universidad de Bielefeld (Alemania). Formado en
literatura, teología y filosofía en diferentes universidades
latinoamericanas. Actualmente es profesor e investigador en el Seminario
Andino San Pablo (Huancayo, Perú).
Correo electrónico: juanjacobotancara@gmail.com
Recibido: 10
de agosto de 2019
Aprobado:
18 de setiembre de 2019
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