|
------------------------------------------------------------------------------------------
Leopoldo Cervantes-Ortiz
La llamada “Teología de la
Prosperidad”:
un análisis teológico
introductorio y crítico
La preocupación que
producen las llamadas “teologías de la prosperidad”, dentro y fuera de
América Latina, es la razón de ser de este ensayo, en el que, sin olvidar la
realidad creciente del pluralismo religioso en los diversos países y
regiones, que propicia la convivencia de posturas teológicas y religiosas,
incluso contradictorias, al interior de las diversas comunidades cristianas,
se discute el impacto de este fenómeno ideológico para caracterizarlo como
parte de una plataforma de vida y acción para muchas de ellas,
particularmente las conocidas como neo-pentecostales.[1] Además, la
preocupación crece exponencialmente debido a la enorme presencia mediática
que alcanzan quienes promueven estas creencias y las hacen llegar a amplios
espacios no siempre familiarizados con sus principios y orígenes. Esta
convivencia ha sido destacada por algunos estudiosos del pluralismo
religioso, como Pablo Suess:
El pluralismo religioso va
acompañado por prácticas y reflexiones sobre lo plural. […] El mismo
cristianismo y/o el catolicismo se volvieron fenómenos plurales. En ellos
conviven, bajo el techo de la misma fe, prácticas premodernas y coloniales
con prácticas y teologías que asumieron los presupuestos político-filosóficos
de la modernidad o de la posmodernidad. Con teologías de la liberación
coexisten, muchas veces en la misma Iglesia, teologías de la prosperidad,
unas apelando al sujeto adulto del pobre, y otras tutelando a los mismos
pobres con la providencia divina.[2]
Estamos, es verdad,
ante una “economía religiosa no regulada” en la que los límites de muchas
ideas y prácticas son ya difusos y difíciles de distinguir. La escasa
conexión de los movimientos neopentecostales, entre los que florecen las
ideas de la prosperidad, con el pentecostalismo clásico tiene más que ver con
lo que señala Jean-Pierre Bastian:
“En continuidad con la religión
popular barroca, los convertidos buscan el milagro que les proponen los
dirigentes dotados de carisma para poder resolver sus problemas financieros,
afectivos o de salud. […] Así, ambas animan a estos sectores hacia un mayor
bienestar económico y afectivo. […] Sin embargo, está lejos de la relación de
afinidad entre ética religiosa y espíritu de capitalismo que defendió Weber
en otros contextos”.[3]
Por su parte, y
refiriéndose a América Central, Heinrich Wilhelm Schäfer observa las
variaciones de matices en las mentalidades y los comportamientos de las
llamadas “megaiglesias” sobre este punto en concreto:
La tensión entre pretensión y
precariedad se impuso como tema central especialmente de las iglesias
neo-pentecostales de clase media. […] La promesa religiosa de prosperidad
responde a la pretensión de ascenso social; y la oferta de estrategias
morales y sociales (diligencia, austeridad, fidelidad, disciplina, etcétera)
tiene como objeto la inclusión efectiva de los creyentes en un mundo laboral
profesionalizado y, sobre todo, la estabilidad de la familia nuclear como
instrumento principal de la inclusión privada, eclesial y social.[4]
La teología de la
prosperidad, como tal, es un constructo ideológico-religioso aceptado sin
mucha discusión en estas comunidades por causa de su aparente origen bíblico
y por la forma en que ha procesado las enseñanzas tradicionalmente asociadas
al dinero y las riquezas. Ari Pedro Oro ha explicado cómo fue planteada,
desde fuera de América Latina, a fin de imponerla como un conjunto doctrinal
relacionado con el proyecto divino de hacer ricas a personas tradicionalmente
pobres en un contexto muy distinto en el marco del conflicto espiritual
cósmico que influye directamente en la existencia de la pobreza sistémica. En
ese contexto ha sido posible instalarla como vía de superación de las
limitaciones económicas ancestrales, puesto que
sostiene que Dios creó a sus hijos
para ser felices y prósperos; por tanto, la “pobreza es obra de Satanás”. Es
decir, los que temen a Dios tienen el derecho de obtener la felicidad
integral aquí en este mundo. La pobreza, enaltecida en la tradición
católica, no forma parte de los designios divinos. Al contrario, Dios desea
distribuir riqueza, salud y felicidad a sus hijos. Quiere que sean “cabeza” y
no “cola”, “patrón” y no “empleado”. […] De hecho, según esta teología, la fe
constituye la garantía de la prosperidad terrena. Pero, a su vez, requiere
traducirse en acción, en otras palabras, en donación, en ofertas financieras
que serán colmadamente retribuidas por Dios.[5]
El “espíritu del
éxito”, en términos económicos, permea la vida de estos grupos religiosos que
sienten que han “exportado” su ímpetu o su gran descubrimiento hacia otros
espacios. Según Pablo Semán, la teología de la prosperidad consiste en “un
conjunto de proposiciones dogmáticas, rituales y eclesiológicas en las que se
afirma una relación entre la comunión con Dios y el bienestar material”,[6] algo que no siempre se
afirmó en el ambiente protestante histórico o tradicional. Sin embargo, el
mismo autor plantea que dicha teología ya no puede asociarse a un tipo
“neo-pentecostal”, caracterizado por ciertos elementos básicos (guerra
espiritual, teología de la prosperidad y flexibilización de usos y
costumbres), debido a que todo el campo religioso evangélico está influido
por estas prácticas. Esto último lleva a comprender mejor esta teología como
un elemento multifactorial que permite reelaborar la relación con las “bendiciones
materiales”, es decir la posibilidad de acceder a la riqueza por derecho
divino:
…el desarrollo de la Teología de la
Prosperidad ya no puede entenderse como directamente dependiente de la
expansión neopentecostal, como efecto del crecimiento de una variedad
pentecostal o evangélica, sino como el despliegue de una formación de
sentido que atraviesa al conjunto de las denominaciones pentecostales (y
evangélicas en general). Este despliegue va determinando la reelaboración
de una serie de concepciones que tienen que ver con la vida material y su
inserción en el sistema de creencias reinante en el campo en que los grupos
evangélicos y pentecostales construyen su identidad. Si este campo ya no
puede pensarse en términos de neopentecostales y pentecostales clásicos es,
entre otras cosas, porque la doctrina de la guerra espiritual o la Teología
de la Prosperidad constituyen líneas de creación de homogeneidades y
diferencias que no son congruentes con los tipos pentecostales diferenciados
a lo largo de la evolución histórica. […] Lo que sucede con la Teología de la
Prosperidad muestra que el mundo evangélico puede ser analizado mejor como
una totalidad atravesada, formada y tensada por múltiples líneas de
conflicto. Ellas determinan oposiciones, divisiones y confrontaciones
específicas que no se asocian sistemáticamente, de forma tal que los
partidarios de la Teología de la Prosperidad son siempre defensores de la
guerra espiritual y, siempre, partidarios de flexibilizar las normas
congregacionales.[7]
Por lo tanto, no
deberían confundirse los impulsos comunitarios propios encaminados a la
superación de la pobreza en las comunidades (que recuerdan de alguna manera
lo que siempre se asoció con la ética protestante del ahorro y el trabajo),
algo que casi siempre acontece, sino que ahora la vía para la mejoría
económica no deja de pasar por el milagro, pero por la mediación de las ideas
y la práctica de la prosperidad, que es lo radicalmente nuevo. Se mezclan así
las prácticas tradicionales de apoyo solidario y se aderezan ahora con la
“visión empresarial”:
No todas las Iglesias inculcan esa
obligación [multiplicar los “talentos” recibidos], pero por lo general se ha
encontrado que hay algunos factores que impulsan la prosperidad económica de
quienes se afilian a las diversas religiones protestantes evangélicas, entre
ellos: a) que algunas Iglesias, junto con la religión, inculcan el
modo de vida norteamericano, b) la ayuda mutua entre conversos, c) el
alejamiento de vicios como el alcoholismo, d) el ahorro que supone
evitar los gastos de las fiestas religiosas tradicionales, y e) la
responsabilidad que asumen los varones de ocuparse del bienestar de las
familias.[8]
En el presente trabajo
se abordarán algunos de los pasajes bíblicos utilizados para fundamentar la
idea de la prosperidad obligada que deben experimentar los creyentes por ser
hijos e hijas de Dios, a fin de plantear lecturas alternativas de los mismos
que evidencien el uso que reciben en esa teología en particular. Con ello se
considera, además, la necesidad de que las diversas comunidades cuenten con
aproximaciones de ese tipo que sirvan como contraste de las impuestas por los
discursos tan extendidos mediáticamente.
—Les aseguro —respondió Jesús— que
todo el que por mi causa y la del evangelio haya dejado casa, hermanos,
hermanas, madre, padre, hijos o terrenos, recibirá cien veces más ahora en
este tiempo (casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y terrenos, aunque con
persecuciones); y en la edad venidera, la vida eterna.
Marcos
10:29-30, NVI
Estas palabras de
Jesús de Nazaret, recogidas por el primer autor que escribió un Evangelio,
son utilizadas en algunas comunidades cristianas con el fin de estimular la
fe en el sentido de buscar beneficios económicos como primera prioridad de la
vida religiosa. Esto resulta explicable debido al grado de pobreza que aqueja
a la mayor parte de la población en países como el nuestro. Semejante oferta
de prosperidad no coincide, necesariamente, con la idea predominante en otros
textos bíblicos que, como ya se ha visto, apunta, más bien, hacia un
bienestar más amplio que incluye, efectivamente, una postura equilibrada para
tratar con los bienes materiales.[9]
Jesús es muy claro al
hablar, de manera amplia, de los beneficios de seguir u optar por su causa y
mensaje, pero también de las complicaciones y riesgos que ello implica. En el
mismo episodio, se refiere a las persecuciones, lo cual aparece como un
reflejo de la experiencia de las comunidades cristianas del primer siglo, que
enfrentaron la oposición, el rechazo y hasta el martirio por su fidelidad al
mensaje de Jesucristo. Además, las palabras de Marcos proyectan la esperanza
cristiana a un nivel escatológico, es decir, hacia el futuro glorioso que
haría posible disfrutar de una vida plena (“eterna”), entendida como una
dimensión de bienestar, justicia y armonía ligada a la comunión permanente
con Dios gracias a la intermediación de Jesús.
El horizonte del Reino
de Dios predicado por Jesús plantea una utopía social en la que es posible
superar las desigualdades sociales y económicas gracias a la intervención del
poder divino que es capaz de instaurar nuevas formas de relaciones humanas.[10] Esto pone en
entredicho a los procesos económicos actuales, dominados por intereses que
buscan el lucro a cualquier precio, pasando por encima de las más elementales
cuestiones éticas o morales. En otras épocas, la ética que era resultado de
la fe evangélica o protestante encaminaba a las personas hacia una vida de
esfuerzo, trabajo y ahorro que, indudablemente, las conducía a mejores
condiciones de vida. Sólo que, con el paso del tiempo, se ha transformado la
mentalidad evangélica, la cual en gran medida se ha amoldado al ambiente y, al
mismo tiempo, el empobrecimiento de grandes bloques de población ha hecho que
se busquen soluciones teñidas de una religiosidad que no se analiza lo
suficiente.
La llamada “teología”
o el “evangelio de la prosperidad” surgió en un contexto dominado por la
ansiedad de poblaciones enteras que ven cómo su situación económica no mejora
con el paso de los años y que más bien se complica, debido, sobre todo, a las
políticas de los gobiernos en turno. Cuando esta ansiedad se coloca en el
plano religioso, las creencias tienden a ofrecer respuestas inmediatas a este
tipo de exigencias. Ciertas iglesias o denominaciones, en su afán por atender
la enorme necesidad humana, no dudan a la hora de interpretar las enseñanzas
bíblicas de tal modo que éstas se conecten de manera directa con los
problemas específicos. Esto no es malo en sí, pero lo verdaderamente
problemático radica, por un lado, en que las prácticas derivadas de dicha
lectura no coinciden con la orientación general de la Biblia y, por otro, se
dejan llevar más bien por las tendencias de la época, además de que ponen
todavía más en riesgo la estabilidad moral, psicológica y espiritual de las
personas, cuando éstas esperan la retribución económica prometida y sufren
una enorme decepción.
Existen diversas
explicaciones acerca del surgimiento de esta corriente de pensamiento y
acción. Algunas la relacionan con los nuevos desarrollos de los movimientos
pentecostales, neo-pentecostales o carismáticos. Otras, señalan que sería
algo así como el rostro religioso de la globalización en espacios religiosos
adonde se manifiesta un cierto retorno a la magia, todo ello envuelto en el
halo de lo que ahora se conoce como posmodernidad. Pero lo cierto es que,
como escribe Martín Ocaña:
“…la teología de la prosperidad,
por donde se la mire, refleja las propuestas de la economía de libre mercado
y procura justificar bíblicamente el consumo caro y el goce terrenal de la
vida. Goce curiosamente circunscrito a lo material. […] La teología de la
prosperidad, en tanto teología fundamentalista, articula respuestas para
todo. Responde preguntas, incluso, que nadie le ha hecho todavía, porque se
trata en el fondo de una cosmovisión”.[11]
Esta “teología”
pone un
énfasis desmedido en la prosperidad, entendida como riqueza material; y la
presenta no sólo como una perspectiva desde la cual hay que interpretar toda
la Biblia sino que convierte a la prosperidad en un canon para medir la fe,
la espiritualidad, y la práctica de las leyes de prosperidad (siembra y
cosecha, ciento por uno) tanto a nivel personal como a grupal. Así, si
alguien no es rico sencillamente se debe a que carece de fe o tiene algún
pecado. […] … es un intento de solucionar tanto una necesidad como una
aspiración: la seguridad y la abundancia material. Para ello recurre a la
Biblia, ofreciendo una salida que es tanto un abandono de la vieja ética
protestante (trabajo, ahorro e inversión), como una mezcla con diversos
rituales mágicos (la ley de siembra y cosecha).[12]
Semejante discurso,
como ha señalado René Padilla, no se originó en América Latina sino en
Estados Unidos, ligado a los nombres de algunos evangelistas y autores de
libros como Kenneth Hagin, Benny Hinn, Pat Robertson, Kenneth Copeland y Nasir
Saddiki, entre otros como parte de un movimiento de renovación carismática y
neo-misionera que ha utilizado también la llamada “guerra espiritual”.[13] Arturo Piedra observa
que el origen más antiguo de esta “teología” puede rastrearse desde los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en el “Movimiento de la Lluvia
Tardía” de los años 40 y explica las diferencias que hay en el seno de la
misma corriente, entre sus teóricos estadounidenses y coreanos.[14]
En México, entre los
predicadores que enseñan la teología de la prosperidad, se encuentran varios
pastores pentecostales, evangélicos y sobre todo, de la Iglesia
Universal del Reino de Dios. En Chile, uno de los países
con mayor población protestante en proporción en Sudamérica, los grupos que
enseñan esta doctrina son movimientos muy conocidos (Vidavisión, Alejandro
Martínez) y el grupo internacional Enlace TBN. En Guatemala, el rostro más
visible ha sido el líder carismático Cash Luna.[15] En República
Dominicana, uno de los predicadores más comprometidos con la
teología de la prosperidad es el pastor Aquiles Azar y su ministerio Centro
de Fe en la ciudad de Santo Domingo.
En Costa Rica, el
Canal 23 de televisión ha sido fuertemente cuestionado (desde 2003) por sus
programas y telemaratones debido a que es un misterio el destino del dinero
obtenido mediante donaciones. En 2005, el pastor denunció que Jonás González,
dueño del canal, se había enriquecido gracias a esos donativos y exhortó a
los dirigentes evangélicos del país a manifestarse al respecto.[16] Incluso algunos
políticos evangélicos mexicanos, como Hugo Éric Flores, están identificados
con esta corriente.[17]
Esta manera de asumir
la fe, resulta ser una oferta irresistible para quienes viven en condiciones
económicas difíciles, especialmente porque reduce al mínimo el esfuerzo para
superarlas y propone una práctica religiosa que pone en juego nuevas una
comprensión de Dios, quien es visto como un empresario o un banquero, con
quien es preciso asociarse para obtener el máximo de ganancias materiales. Un
análisis desapasionado, pero comprometido de la situación actual, muestra
cómo existen liderazgos religiosos empeñados en lucrar con la fe sin medir
las consecuencias. Esto ha llevado a que algunas iglesias se asuman más bien
como “empresas religiosas” transnacionales que no desean necesariamente
formar comunidades de apoyo y solidaridad, arraigadas en los espacios
sociales, sino únicamente ganar adeptos para fortalecer su estructura.[18]
Y los levitas y los extranjeros
celebrarán contigo todo lo bueno que el Señor tu Dios te ha dado a ti y a tu
familia. Cuando ya hayas apartado la décima parte de todos tus productos del
tercer año, que es el año del diezmo, se la darás al levita, al extranjero,
al huérfano y a la viuda, para que coman y se sacien en tus ciudades. Entonces
le dirás al Señor tu Dios: “Ya he retirado de mi casa la porción consagrada a
ti, y se la he dado al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda,
conforme a todo lo que tú me mandaste. No me he apartado de tus mandamientos
ni los he olvidado”.
Deuteronomio 26.11-13, NVI
El Deuteronomio da testimonio
de cómo el pueblo de Israel tuvo que aprender a manejar su relación con Dios
y con los bienes materiales. El filtro religioso con que debía interpretar
los frutos de su trabajo estuvo marcado por la preocupación divina hacia los
menos favorecidos de la sociedad. De ahí la insistencia en no olvidar a los
levitas (consagrados al servicio ritual), a los migrantes (exiliados por
múltiples razones), y a los huérfanos y las viudas (marginados de la sociedad
por la muerte de los hombres, algunos en las guerras).[19] Esta fórmula aparece
en los mandamientos dirigidos a normar la conducta individual, familiar y
social como parte de un proyecto igualitario. La entrega del diezmo a los
necesitados fue una propuesta situada en el marco de la teología del pacto de
Dios con el pueblo.[20] La línea profética es
muy clara, sobre todo en la época posterior al exilio, cuando la sociedad
hebrea había pasado el trago amargo de la monarquía y su injusticia social:
El pauperismo, endémico en Israel,
había atraído la caritativa piedad del Deuteronomio y de los profetas. Amós
se pronuncia en favor de los pobres (ani, anau) y de los
desvalidos (dal) (Am 2, 6-7). Sofonías insiste, pero en un sentido
distinto, de esas mismas palabras: además de expresar el fracaso, tienen
también un sentido de invocación. Hay que hacerse ‘pobre’ ante Dios, lo mismo
que se es pobre ante Asur. Esto consiste en eliminar toda forma de orgullo.[21]
“En la vida del
cristiano debe estar Dios en primer lugar. En segundo lugar viene el dinero”.
Con esta cita de un predicador colombiano, Alvin Góngora, inicia un análisis
muy atento de la “teología de la prosperidad” que advierte acerca de la
importancia de discutir el antiguo problema de la relación entre la fe y las
riquezas materiales.[22] Agrega que, si bien
en el Pentateuco se desarrolló una relativa simpatía hacia la prosperidad, ya
desde la perspectiva profética, las leyes de justicia social interpelaban
sobre todo a la gente próspera, no a los marginados del bienestar. Un
problema dentro de este análisis consiste en percibir la prosperidad
económica como señal de la aprobación de Dios.
Desde España, Manuel
de León ha escrito acerca de la relación entre estas ideas sobre la
prosperidad y la clásica interpretación de que el protestantismo (y en
particular, el calvinismo) está en la raíz del progreso económico.[23] A esto se le ha
denominado la ética protestante del trabajo o del capitalismo, basada,
según el sociólogo Max Weber, en la creencia de que mediante el bienestar
económico es posible asegurarse de la predestinación de Dios para la
salvación. Otros autores, como Martín Ocaña y el brasileño Oneide Bobsin,
consideran que esta ética, en la actualidad, ha sido abandonada por los
promotores de la “teología de la prosperidad”, pues se trata, en general, de
un retorno a los elementos mágicos que presiden mucho de su prédica y acción.[24]
Tal vez el ejemplo más
contundente de esto sea la brasileña Iglesia Universal del Reino de Dios
(IURD), fundada por el obispo Edir Macedo (acusado en su país de lavar dinero
proveniente del narcotráfico, evadir impuestos y lucrar con la fe,
encarcelado durante 12 días en 1999), instalada en México desde 2001 y que,
noche tras noche, en algunos canales de televisión abierta transmite el
programa “Pare de sufrir”. Se sabe que esta iglesia (que en realidad entra
más en el esquema mencionado de una “empresa religiosa transnacional”)
enfrentó dificultades para obtener el registro de la Secretaría de
Gobernación y que ha sido multada al menos en un par de ocasiones. En abril
de 2005 se dio a conocer que recibieron sanciones económicas 35 de sus
ministros.[25]
El sociólogo Leonildo
Silveira Campos estudió esta iglesia en su libro Teatro, templo y mercado.
Comunicación y marketing de los nuevos pentecostales en América Latina (Quito,
Abya-Yala, 2001), en donde plantea que este movimiento más que una
nueva iglesia, es una nueva religión porque ha sido diseñada como un modelo
religioso integral conforme a las necesidades del mercado. Silveira analiza
en profundidad a la IURD y observa que se ha convertido en un fenómeno
empresarial religioso importante, que manifiesta el espíritu de la época.
Silveira cita a Rubem Alves: “A mi modo de ver, no estamos delante de una
manifestación religiosa que echa mano de métodos empresariales. Sugiero la
dirección contraria: la mentalidad de empresa aquí comienza a producir
bienes espirituales”.[26]
En la Semana Santa de
2006, el periódico La Jornada dedicó una amplia nota a la IURD, el
cual documentó claramente su comportamiento en la búsqueda de recursos
económicos a cambio de favores religiosos relacionados con la salud y el
beneficio económico. El reportaje muestra los métodos que utilizan los
dirigentes de la IURD, algunos de los cuales definitivamente se ubican en el
espectro de la magia.
Con sutileza y auxiliado por sus
grandes dotes de orador, el obispo Paulo Roberto, de la Iglesia Universal del
Reino de Dios Oración Fuerte al Espíritu Santo, también conocida como Pare de
Sufrir, consigue que los fieles poco a poco entreguen su dinero. Primero les
hace comprar un libro de cánticos en 50 pesos, para que se integren a sus
jornadas de oración. Luego les pide que cada uno de los que recibieron con
anterioridad un sobre para diezmos, pasen a depositarlos en los sacos rojos
que dos de sus auxiliares sostienen debajo del altar.
Después pide, “sin que nadie se
sienta obligado, porque aquí a nada se les obliga”, que quien pueda dar mil
pesos para pagar la transmisión del programa Habla que te escucho, que
se transmite todos los días, a partir de la medianoche por el canal 4 de
Televisa desde hace aproximadamente un año, lo haga a cambio de una biblia de
bolsillo. Como nadie acepta, baja la oferta a 500. Pero tampoco consigue
nada.[27]
La tendencia mágica (y
más abiertamente mercantil) se ha agudizado con el tiempo, como se aprecia en
otra nota periodística que reúne ejemplos de la oferta de sanidad y
“liberación”.[28] Su propuesta es
abierta y sin rodeos:
¿Quién puede decir que no quiere
ser rico, camuflando en un discurso diciendo que lo que realmente interesa es
tener paz, amor y salud? Como si fuera posible que alguien viviera apenas
gozando de beneficios. ¿Es posible tener paz con cuentas a pagar? ¿No tener
dinero para arreglar los dientes es tener completa salud? Y en el amor, el
casado casa quiere. Pero, y ¿cuándo no hay dinero?
Todos los lunes se realiza la
Conferencia Empresarial en la Sede Nacional de la Iglesia Universal del Reino
de Dios. Esta reunión tiene por objetivo clamar a Dios a favor de la vida
económica de todos cuantos allí comparecen. Además de la oración, siempre es
dada una orientación bajo la guía de Dios para que sea posible el derrumbe de
las barreras y dificultades que separan a uno de la vida abundante que Dios
promete. En una de estas conferencias, los presentes escucharon el siguiente
mensaje: “Mía es la plata, y mío es el oro, dice el Señor de los ejércitos”
(Hageo 2:8). Dios es el dueño de toda la riqueza existente e imaginable, pero
desgraciadamente muchos son los que viven en profunda miseria, aun siendo un
cristiano fiel, a causa de su falta de objetivos. Hay también aquellos que
piensan que tener riquezas es algo pecaminoso y que no agrada a Dios que uno
desee ser rico. Pero este pensamiento está equivocado, pues la propia Palabra
de Dios nos promete que: “… os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré
sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. […] Y todas las naciones de
la tierra os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice el
Señor de los ejércitos”. (Malaquías 3.10,12).[29]
Ante estas evidencias,
queda claro que la orientación lucrativa de organismos dominados por la
“teología de la prosperidad”, como la IURD, desvirtúa profundamente la
comprensión del Evangelio cristiano y, al mismo tiempo, plantea el enorme
dilema de cómo “ofrecer” a las personas, en el nombre de Jesús de Nazaret, la
solución a sus problemas económicos.
El Señor te guió a través del vasto
y horrible desierto, esa tierra reseca y sedienta, llena de serpientes
venenosas y escorpiones; te dio el agua que hizo brotar de la más dura roca;
en el desierto te alimentó con maná, comida que jamás conocieron tus
antepasados. Así te humilló y te puso a prueba, para que al fin de cuentas te
fuera bien. No
se te ocurra pensar: “Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis
manos”. Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para
producir esa riqueza; así ha confirmado hoy el pacto que bajo juramento hizo
con tus antepasados.
Deuteronomio 8.15-18, NVI
Nuevamente, el
Deuteronomio muestra la forma en que Israel aprendió a tratar con los bienes
materiales como consecuencia del pacto, entendidos como bendición de Dios, y,
por lo tanto, debían servir para beneficio de la comunidad. Lamentablemente,
la etapa monárquica se interpuso entre el pueblo y Yahvé, colocando otros
intereses que se sobrepusieron al encuentro permanente con la divinidad.
Jorge Pixley ha demostrado cómo las fuerzas políticas y económicas fueron
desviando al pueblo de su vocación original: ser una nación de iguales sin
acepción de personas, ni la supremacía de nadie. Israel debía ser una
comunidad verdaderamente alternativa en medio de pueblos acostumbrados a la
dominación y el pillaje, pero el ideal no se cumplió y ahora los textos se
nos presentan como testimonios de la utopía divina.
Si la riqueza no era
fruto del poder y la fuerza humanos, podía y debía canalizarse para los
necesitados. Y es que, inevitablemente, la actitud humana hacia el dinero
afecta y condiciona la relación con Dios. Deuteronomio habla de la
preocupación divina por que la codicia de bienes materiales llene de orgullo
a las personas y las lleve a olvidarse de Dios y de los demás. Por eso, el
proverbio lo expone de manera resumida: “No me hagas rico ni pobre; dame sólo
el pan necesario, porque si me sobra, podría renegar de ti y decir que no te
conozco; y si me falta, podría robar y ofender así tu divino nombre” (Pr
30.8-9).
A los ímpetus
predominantes de acumulación y soberbia, Yahvé opuso leyes que buscaban
igualar socialmente a las personas para superar las contingencias económicas.
Ése es el punto de partida bíblico para valorar la necesidad de ofrecer
alternativas reales y efectivas a las ideas religiosas sobre la prosperidad
que se encuentran tan extendidas.
Con base en lo
anterior, resulta necesario afirmar que la llamada “teología de la
prosperidad” es, en el fondo, una propuesta para vivir no según el Espíritu
de Dios sino según el espíritu del mercado. La advertencia de Jesús acerca de
que es imposible servir a dos señores (Dios y el dinero, Mt 6.19-21, 24) se
aplica aquí plenamente. El gran trasfondo y modelo de relaciones que dicta lo
que debe suceder en todas las áreas de la vida humana actual es la
globalización económica y el libre mercado, pero el factor religioso y a él
recurre abundantemente para legitimarse. Con ese propósito, se sirve de
movimientos religiosos de fuerte impacto:
Los ordenamientos
político-económicos, incluyendo el actual, no pueden vivir sin la religión.
En algunas partes del mundo las religiones tienen un lugar importante en el
“ordenamiento social”. Allí están los fundamentalistas del Islam o los
neoconservadores norteamericanos. Mientras en América Latina los
neopentecostales, conscientes de su crecimiento numérico, buscan a su manera
una cristiandad carismática. El neopentecostalismo por crecer al amparo
ideológico y económico del mercado en América Latina, se siente en deuda con
éste. Por ello es que tienen una propuesta teológica (teología de la prosperidad)
que intenta articular una propuesta teórica y práctica que supere las
contradicciones propias del capitalismo en esta parte del continente.
En este sentido el
neopentecostalismo es una religión para la conservación y buen funcionamiento
del sistema vigente, por eso trata de: (1) Mostrar que el sistema capitalista
de la economía de mercado es el que mejor asegura la distribución de bienes y
la mayor libertad posible, por lo que es moralmente correcto o justo; (2)
mostrar las afinidades que este sistema económico presenta con la tradición
judeocristiana, es decir la vinculación histórica entre cristianismo y
espíritu capitalista. Lo anterior explicaría por qué los neopentecostales
utilizan el mismo lenguaje que los economistas del mercado total y porqué
acuden a la Biblia profusamente, particularmente el Antiguo Testamento, para
justificar (fallidamente) su Teología de la Prosperidad.[30]
La etapa que atraviesa
hoy el capitalismo no esconde ya su carácter parasitario y sustituto de la
religión, particularmente cristiana, observado alguna vez por Walter
Benjamin.[31] El capitalismo
siempre ha sido una “religión secular” que ha tratado de desembarazarse de
los aspectos éticos o morales que compliquen o cuestionen la aceptación de
sus imposiciones El sistema económico bajo el cual nos ha tocado vivir ya no
se preocupa por esconder o disimular sus intenciones o proyectos, pues
abiertamente se pide a las sociedades que se “sacrifiquen” en el altar de las
políticas que mejorarán inevitablemente la vida de todos, aunque se vea
claramente que sólo se beneficia a unos cuantos. Como dice la canción “Buenos
tiempos”, de Joan Manuel Serrat:
Corren buenos tiempos,
buenos tiempos para esos
caballeros
locos por salvarnos la vida
a costa de cortarnos el
cuello. (Sombras de la China, 1998).
Por todo lo anterior,
urge que las iglesias y comunidades cristianas afirmen abundantemente, en su
discurso y acciones, la primacía de la gracia de Dios por sobre todas las
cosas, pues al espíritu predominante de la competencia económica y la
libertad de un mercado al que no todos tienen acceso, la experiencia de la
gracia representa el acceso a la única posibilidad de vivir sin necesidad de
pagar o invertir. Y es que cuando las personas solamente poseen sus cuerpos
para obtener alguna ganancia, la apuesta económica que sugiere la “teología
de la prosperidad” no se corresponde con el sentido de la fe y la existencia
de Jesús de Nazaret, pues como dice San Pablo, contra los frutos del Espíritu
Santo, “no hay ley” (Gál 5.23).
En América Latina la
gracia es una necesidad básica, por lo que es urgente oponer al discurso de
esta “teología” una sana comprensión de los beneficios económicos de la fe.
Como escribe Ocaña:
No es cierto que a los críticos de
la teología de la prosperidad nos guste una iglesia llena de gente pobre, o
que nos opongamos al progreso material de los hermanos. No, de ninguna
manera. Como pastor comprometido con la grey que el Señor me ha encargado,
quisiera que hubiese hermanos y hermanas prósperos en todo el sentido de la palabra,
incluyendo obviamente el aspecto financiero. El Antiguo Testamento cuenta
como hombres prósperos sirvieron al Dios verdadero. Allí están Abraham (Gén
13:2), Job (Job 1:3; 42:10) y Daniel (Dan 6:28), entre otros. Por su parte el
Nuevo Testamento también da testimonio de cómo diversos creyentes servían con
sus bienes a la extensión del Reino de Dios. Allí están José de Arimatea (Jn
19:38), Bernabé (Hch 4:36-37), Lidia (Hch 16:14), Febe (Rom 16:1-2), Juana,
Susana y muchas anónimas para la gloria de Dios (Luc 8:3; Hch 17:4).
No nos oponemos a la prosperidad
sino a la Teología de la Prosperidad. La prosperidad es un anhelo legítimo de
todo ser humano, incluyendo obviamente los hijos de Dios. La Teología de la
Prosperidad es una teoría, una ideología, una cosmovisión […] que manipula la
Biblia para enseñar que la voluntad de Dios es que todos los cristianos sean
ricos, o que la promesa de Dios es que todos sus hijos, si le son fieles y
cumplen con ciertas “leyes de la prosperidad” (ley de la cosecha, ley del
ciento por uno), obtendrán riquezas en esta vida terrenal. Esta articulación
teológica en realidad no sólo nos parece poco bíblica, sino sobre todo
anti-bíblica y anti-cristiana. Sus propugnadores muchas veces se aprovechan
de incautos o neófitos para esquilmarlos.[32]
En este sentido, otra
tarea consiste en subrayar la experiencia de la salvación como sinónimo del
bienestar integral de las personas. Se requiere poner en marcha una teología
del bienestar humano, en continuidad histórica, espiritual y cultural con
la idea del shalom bíblico, que se opuso, en los mismos textos a la
“teología de la retribución”, que tantos dolores de cabeza sigue causando a
los intérpretes de la Biblia. Una manifestación importantísima de todo esto
es la utilización de un lenguaje que cuide minuciosamente y respete las
condiciones de vida de las personas, a fin de no promover formas de vida
ajenas a las comunidades de fe.
De muy poco serviría
quedarse únicamente en la teoría a la hora de tratar este tema, pues sus
consecuencias son impredecibles en el sentido de que las personas que esperan
mejorar su situación económica gracias a las ideas expuestas y no lo logran,
pueden resultar bastante lastimadas en sus esperanzas. Por ello, un aspecto
básico es la atención pastoral específica para quienes enfrenten este
problema, así como valorar la necesidad de un tratamiento psicológico que
ayude a las personas a recuperar su estabilidad emocional.
Como se ha dicho, las
comunidades preocupadas por esta corriente de pensamiento pueden buscar la
forma de traducir en acciones concretas la realidad de la gracia y promover
la vivencia del bienestar humano expresada de manera efectiva. Martín Ocaña
traza las líneas generales para la recuperación de la práctica de las
comunidades cristianas del primer siglo, orientadas por una creencia bien
definida sobre la relación con los bienes materiales.[33] Sobre “La vida
material de Jesús y su enseñanza del shalom”, Ocaña escribe: “El mensaje de
Jesús es un llamado a la confianza en Dios, a la búsqueda del Shalom y a la
renuncia de la riqueza material y sus afanes propios. ¿O es que es muy
difícil entender que ‘la vida del hombre no consiste en la abundancia de los
bienes que posee’? [Lc 12.15]. Pero, a su vez, el texto revela que el
bienestar humano sólo es posible si hay satisfacción de las necesidades
materiales, antes no”.[34] Es preciso, añade,
estudiar, por ejemplo, las cartas de Pablo en donde se refiere, en clave
económica, a la opción del Hijo de Dios al encarnarse: “…ya conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre,
siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.” (2
Corintios 8.9).
Arturo Piedra ve en la
“teología de la prosperidad” un fuerte cuestionamiento a la efectividad de la
fe cristiana y una especie de protesta contra la pobreza: “No se trata
entonces de hablar de la gracia en términos abstractos, sino de su realidad y
de los factores que la promueven y la niegan, en una coyuntura donde el éxito
material y la realización individual se convierten en la meta y propósito de
la existencia.[35] Es decir, advierte
las razones profundas de su atractivo entre la gente necesitada. Ante ello,
es posible percibir la necesidad de promover la solidaridad en ambientes
económicos sumamente complejos mediante formas concretas y creativas que
procedan de una buena comprensión del ambiente económico que experimenta cada
comunidad.
Sentir más y pensar menos. Es lo que está buscando
la gente en la posmodernidad. Frente a esa demanda, quienes ofrecen
respuestas fáciles, inmediatas y concretas a los problemas cotidianos están
ganándole el mercado a los guardianes tradicionales de las almas. El aderezo
es la sobreexposición de ofertas. El mercado de los sentimientos está
abierto, y cualquiera puede vender su receta. […]
“Es una característica de la posmodernidad: La gente
quiere sentir más y pensar menos”, dice, a modo de explicación, el pastor
bautista Javier Ulloa, miembro de la Comunidad Teológica de México. Coincide
Luis Martín Cano, filósofo, teólogo y párroco de la Iglesia de San Felipe
Neri: “La gente quiere respuestas rápidas y expeditas a sus problemas
cotidianos: que su hijo salga de las drogas, salvar su matrimonio, tener
espiritualidad. Busca lo inmediato, lo que implique menos reflexión. Quiere
más respuestas y menos preguntas”. Es un fenómeno, sí, global.
Entre los protestantes de todo el mundo, por
ejemplo, está de moda Una vida con propósito, de Rick Warren. Traducido
a varios idiomas, el libro dice cómo ser exitoso en 40 lecciones. “No digo
que sea un mal texto, no dice nada nuevo, pero simplifica años de estudio
pastoral”, explica Javier Ulloa. “¿Quién va a leer a (Dietrich) Bonhoffer?
(un luterano que enfrentó al nazismo). Resulta que ahora para ser pastor no
hay que estudiar teología, sino mercadotecnia, porque ya hay cientos de
manuales de cómo ser un buen pastor”.
Después del 11 de septiembre de 2001, Dios y el
futuro de la religión están de moda en los círculos académicos. “El de Dios
es un tema que saltamos de las aulas por ignorancia, pero ahora estamos
volteando a la filosofía de la religión para explicar las cosas”, dice
Francisco Piñón, maestro de filosofía en la UNAM y en la UAM Iztapalapa. “La
religión está concatenada a la historia de la humanidad. Responde a una
necesidad de inmortalidad, trascendencia y produce un sentido de identidad,
de unidad y fiesta, también de crítica hacia el mundo”.
Piñón es un apasionado del problema de Dios. Estudió
filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y un doctorado en ciencias
sociales en la Universidad de Santo Tomás. El problema ahora, dice, es que
hay mucha confusión de las religiones frente al sistema de mercados. “En un
mundo donde todo es marketing hemos perdido el sentido de humanidad, de
racionalidad humana. Lo que estamos viendo con la globalización es la
difusión de los mercados al contento del comprador: yo te vendo un Dios a tu
imagen y semejanza, al gusto del comprador”.
Algo similar, dice Javier Ulloa, para quien la
posmodernidad está vinculada a “la ruptura con los grandes sistemas y los
grandes relatos”: “El elemento que domina al mundo es el mercado, y la
religión no está exenta. En la competencia por el mercado de las almas, quien
ofrezca el mejor producto, que responda más rápido y te haga sentir mejor va
a tener un mayor número de adeptos”.
Los carismáticos son un movimiento de renovación
espiritual (hay carismáticos católicos y evangélicos) que inició a finales de
los sesenta y promueve la difusión de los carismas (gracias, dones) del
Espíritu Santo. “Se inscribe en el bautismo de la espiritualidad y se
promueve el testimonio por el evangelio y la caridad cristiana”, explica el
padre Ignacio Díaz de León, Misionero del Espíritu Santo y párroco de la
iglesia del Altillo, donde organiza talleres para divorciados. Él, por
supuesto, es un convencido de que la gente se transforma a través del
“contacto” con el Espíritu Santo.
“La gente lee la Biblia y deja de beber, a partir de
un encuentro personal con Cristo, ¿Cómo va a ser malo eso?”, dice, en
respuesta a las críticas. Será el sereno, pero las manifestaciones litúrgicas
de los carismáticos provocan escozor: el "contacto" con el Espíritu
Santo llega en muchas ocasiones en forma de vómito o convulsiones, o incluso
un fiel puede soltarse hablando lo que ellos denominan "la lengua",
que es una suerte de idioma común del principio de los tiempos.
El debate de fondo con las iglesias históricas,
empero, parte de su propuesta teológica. “Los carismáticos promueven la
Teología de la Prosperidad”, explica Ulloa. “Esto significa que Jesucristo es
el Rey, nosotros somos hijos del Rey, luego entonces somos favorecidos con
los bienes materiales que el Rey nos da, y por eso, el progreso espiritual va
empatado con el progreso material”.
También plantea que este mundo no tiene remedio, por
lo cual lo que tiene que cambiar es el espíritu. “Son fugas, insiste el
pastor. No procesas ni tu propia vida. No interpretas tu realidad. Es el ‘yo
estoy bien y no miras alrededor’”. ¿Por qué un planteamiento así crece en
regiones de gran pobreza, como el sureste mexicano y Centroamérica? ¿Quién no
quiere salir de pobre? O mejor dicho: ¿Quién no quiere un Dios que lo saque
de pobre?
La Iglesia Universal del Reino de Dios, más conocida
como Pare de sufrir, nació en Brasil en 1977. Desde entonces su
crecimiento ha ido de la mano con denuncias de fraude y lavado de dinero
hacia su líder, Edir Mazedo Becerra, obispo Macedo. Se inscribe en el
movimiento carismático de las llamadas iglesias neopentecostales y promueve
la Teología de la Prosperidad. En Brasil se le ha señalado como uno de los
financieros de la campaña presidencial del presidente Lula y está en vías de
formar un partido político. En México hay 48 templos; su centro de
operaciones es el antiguo teatro Silvia Pinal, en la colonia Roma. Su fuerza,
empero, radica en su alianza con Televisa. Pare de Sufrir tiene
emisiones diarias en la madrugada en el Canal 4 y en 730 AM del Grupo
Radiópolis. El padre Cano reparte responsabilidades: "Publicar un libro
sobre la felicidad es una irresponsabilidad del autor, pero también de la
editorial que lo publica. Es decir, no hay una censura intelectual o ética en
los medios de comunicación, que por un lado critican el fanatismo religioso y
por otro aceptan comerciales de quien sea. Y ¿cuál es el éxito de las
iglesias de Pare de Sufrir? Que salen en la tele y con este modelo muy
gringo del testimonio, de antes estaba así y ahora estoy así". Es el
molde de los carismáticos.
“El intercambio de información en el contexto de la
ruptura de los grandes relatos provoca el surgimiento de un sincretismo y un
regreso al maniqueísmo, dice Javier Ulloa. Es una gran guerra espiritual
donde las fuerzas del mal luchan contra las fuerzas del bien y donde hay un
gran panteón de demonios de manera que cualquier manifestación contraria a la
fe cristiana tiene un demonio que hay que reprimir. Un canto común en sus
liturgias es Los carros del faraón. El mensaje de fondo del himno es
que estamos en una guerra espiritual y Dios va a acabar con los enemigos de
Dios”. […]
Más allá de las fallas propias que han propiciado el
crecimiento carismático (la rigidez moral y el énfasis racional de la fe, del
protestantismo. La fundamentación sacramental y la verticalidad del
catolicismo), lo cierto es que los carismáticos están ganado la batalla: 70%
de las iglesias protestantes en América Latina están cerrando sus escuelas
dominicales y muchas iglesias de tradición histórica, que al principio los
rechazaban, han adoptado sus formas. “Era eso o perder a sus fieles”, lamenta
Ulloa.
Algo similar a lo que ocurre con el catolicismo
popular, cuya penetración es tan fuerte que el catolicismo institucional
(Vaticano) prefiere tolerarlo a perderlo. Los líderes religiosos saben, sin
embargo, que América Latina es un campo fértil para estas nuevas expresiones
religiosas, y ya se plantean cómo enfrentar el embate de las otras dos
grandes religiones universales: islam y budismo.[36]
Organización y marketing de un emprendimiento neopentecostal, es el subtítulo de un extenso estudio del pastor
evangélico brasileño Leonildo Silveira publicado bajo el sugestivo título: Teatro,
templo y mercado. No se trata, como uno podría pensar, de un libelo o una
horrorizada denuncia de una herejía sino de un cuidadoso estudio de los
elementos que conforman un “fenómeno religioso contemporáneo” que ha
alcanzado una amplia difusión. Antes de horrorizarnos frente a tamaña
‘herejía’ y proponer alguna ‘santa inquisición’ que se encargue de enviarlo a
las llamas, haríamos bien en recordar que la historia de las religiones y,
nos guste o no, incluso la del cristianismo, han conocido numerosas
manifestaciones que bien podrían llevar este título. Se han vendido
indulgencias, se han organizado romerías y espectáculos burlescos y se ha
adorado en templos que se habían convertido en “cueva de ladrones”. Tal vez,
antes de hacer las críticas y juicios que corresponden, todos deberíamos
reconocer que, en alguna medida, nos alcanzan las palabras del Señor, “el que
esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Tampoco podemos ocultar
ni disimular la existencia de organizaciones religiosas, de alguna manera,
aunque sea periférica, vinculadas a nuestras iglesias, en las que el puro
espectáculo y las operaciones económicas se han adueñado del ‘templo’.
La “Iglesia Universal del Reino de Dios” es la que más totalmente se
ha constituido en “un fenómeno empresarial religioso importante, que refleja
el espíritu de la época”. Más que escandalizarnos por la espectacularidad de
sus programas o las ‘incursiones’ políticas o comerciales —que sin duda repudiamos—
me parece importante señalar la grave distorsión del mensaje evangélico, de
la naturaleza misma de la comunidad de fe y la entrega a “la manera de
comportarse del mundo” que parece querer introducirse en algunas iglesias y
que encuentra en la IURD una de sus más claras expresiones. La condición de
“pecador” que necesita de la gracia y el perdón se transforma en la
desafortunada situación de haber sido ‘oprimido’ por el diablo. Para la IURD,
la “tragedia humana” no nace —como en la Escritura—con la desobediencia de
Adán o el crimen interesado de Caín, sino con “la caída de Lucifer y la
aparición de los demonios; por consiguiente, el evangelio no es ante todo el
perdón gratuito sino una transacción—que hay que pagar-- para no quedar
presos de los pecados que, cómodamente, se le atribuyen a los demonios; el
llamado evangélico a la fe en Jesucristo se transforma en una ‘promesa
segura’ de abundancia y éxito: ¿Dónde quedó la invitación: “El que quiera
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”?; La
gratuidad del perdón es reemplazada por una transacción. Dios ha prometido
“una vida en abundancia”, nos anuncia Edir Macedo (máximo líder y fundador de
la IURD), citando Juan 10:10, para continuarlo de inmediato con Malaquías
3:10, el pago de los diezmos. Y concluye Macedo, “el diezmo fue instituido
por el Señor, como una especie de impuesto a sus criaturas”; no es extraño,
entonces, que el templo se transforme en el mostrador donde se pagan los
impuestos, sin recordar, tal vez, que la primera acción de nuestro Señor al
entrar a Jerusalem fue “expulsar a los mercaderes del templo”. Los ejemplos
podrían multiplicarse en relación con casi la totalidad de las doctrinas
bíblicas.
Pero la Biblia no ha desaparecido de la IURD, tal vez quedó relegada a
la sombra de los sueños y las promesas de una cultura obsesionada por el afán
de la riqueza, la gloria, el poder. Pero no es la primera vez que la Palabra
de Dios vuelve a resonar, que una humanidad agotada, enferma, desorientada,
recibe la palabra de la gracia y el llamado al amor profundo y desinteresado.
Nuestra responsabilidad cristiana no es condenar y tratar de destruir una
organización religiosa que ha perdido la orientación sino pedirle a Dios que
la haga recuperar el camino. Y acompañar esa oración, humildemente, mostrando
en la vida, el mensaje y la proclamación, el evangelio de la gracia.[37]
Alves,
Rubem. Protestantismo e repressão. São Paulo: Ática. 1979.
Arias
Ardila, Esteban. “¿Casa del tesoro o casa de la provisión? Una lectura de
Malaquías 3.10”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana,
núm. 50, 2005/1, pp. 40-43.
Barranco,
Bernardo. “Pare de sufrir y neopentecostalismo en México”, en La Jornada, 10
de agosto de 2005, www.jornada.unam.mx/2005/08/10/index.php?section=politica&article=026a1pol
Bastian,
Jean-Pierre. “Protestantismo”, en Roberto Blancarte, ed., Diccionario de
religiones en América Latina. México: FCE. 2019, p. 499-504.
Bastian,
Jean-Pierre. La mutación religiosa de América Latina. Para una sociología
del cambio social en la modernidad periférica. México: FCE. 1997.
Blancarte,
Roberto (editor). Diccionario de religiones en América Latina. México:
FCE. 2019.
Bobsin,
O. “Adiós, ética protestante”, en ALC Noticias, 23 de agosto y 6 de
diciembre de 2005.
Coto
Murillo, Paulo y Moisés Salgado Ramírez, “Entre el dolor de la pobreza real y
el gozo de la pobreza espiritual”, en Genaro Zalpa y Hans Egil Offerdal,
comps., ¿El reino de Dios es de este mundo?: el papel ambiguo de las
religiones en la lucha contra la pobreza. Bogotá: Siglo del Hombre
Editores-CLACSO, 2008, pp. 89-114.
Escobar,
Nancy y Carlos Jiménez, “Celulares y relojes pide a sus fieles la Iglesia
Universal del Reino de Dios; el diezmo mínimo es 10% del salario”, en La
Crónica, 30 de septiembre de 2003, www.cronica.com.mx/nota.php?id_nota=87024
Gelin,
Albert. Los pobres de Yahvé. Barcelona: Nova Terra. 1965, cit. en http://vocesprofeticas.blogcindario.com/2005/12/00042-la-iglesia-de-los-pobres-desde-sofonias-a-los-salmistas.html.
Góngora,
Alvin. “La teología de la prosperidad: una lectura crítica”, en Iglesia y
Misión, núm. 55, 1996.
Góngora,
Alvin. “La teología de la prosperidad”, en Boletín Teológico, Fraternidad
Teológica Latinoamericana, año 28, núm. 64, octubre-diciembre de 1996, pp.
7-34.
Hernández
Navarro, Luis. “Dios los hace y la Presidencia los junta”, en La Jornada, 24
de diciembre de 2007, www.jornada.unam.mx/2007/12/24/index.php?section=opinion&article=010a1pol.
Hinkelammert,
Franz. Hacia una crítica de la razón mítica. El laberinto de la
modernidad. México, Dríada, 2008.
León,
Manuel de. “La teología de la prosperidad”, en Protestante Digital, núm.
118, 7 de marzo de 2006.
Luna,
Cash. “¿Qué es la prosperidad?”, en https://cashluna.org › yuuuju ›
que-es-la-prosperidad.
Muñoz, Alma E. y Fabiola
Martínez, “Sutileza y bendiciones para recabar fondos en la Iglesia Universal
de Dios”, en La Jornada, 15 de abril de 2006, www.jornada.unam.mx/2006/04/15/index.php?section=politica&article=013n1pol.
Ocaña,
Martín. Los banqueros de Dios. Una aproximación evangélica a la teología
de la prosperidad. Lima: Ediciones Puma. 2002.
Oro,
Ari Pedro. “Neopentecostalismo”, en Roberto Blancarte, ed. Diccionario de
religiones en América Latina. México: FCE. 2019, pp. 416-417.
Padilla,
René. “Misión y prosperidad”, en Textos para la acción, 4, núm. 6,
1996.
Pagola,
José Antonio. Jesús y el dinero. Una lectura profética de la crisis. Madrid:
PPC. 2013.
Pastrana,
Daniela. “El mercado de la felicidad”, en Masiosare, supl. de La
Jornada, núm. 404, 18 de septiembre de 2005, www.jornada.unam.mx/2005/09/18/mas-daniela.html.
Pérez
Guadalupe, José Luis. “‘Evangelio social’ versus ‘teología de la
prosperidad’”, en Entre Dios y el César. El impacto
político de los evangélicos en el Perú y América Latina. Lima, Instituto de Estudios Social Cristianos-Fundación Konrad Adenauer,
2017, pp. 108-113.
Piedra
Solano, Arturo. “Origen, desarrollo y crítica de la prosperidad”, en Espiga,
núm. 11, enero-junio de 2005, pp. 1-12.
Piedra
Solano, Arturo. “Teología de la gracia y teología de la prosperidad. El
intento inconcluso de la concreción de la fe cristiana”, Caminos.
Revista cubana de pensamiento socioteológico, Nº. 70-71,
2013-2014, págs. 12-33.
Piedra
Solano, Arturo. “Teología de la gracia y teología de la prosperidad. El
intento inconcluso de la concreción de la fe cristiana”, en Israel Batista,
ed., Gracia, cruz y esperanza en América Latina. Quito: CLAI. 2004,
pp. 144-149.
Sánchez
Cetina, Edesio. Deuteronomio. Introducción y comentario. (Comentario
bíblico iberoamericano). Buenos Aires: Kairós. 2002.
Saracco,
José Norberto. “La teología de la prosperidad: aportes para entender sus
raíces y desarrollo”, s/f, en www.redcristianaradical.org/uploads/3/4/5/3/34530228/la_teologa_de_la_prosperidad.pdf.
Schäfer,
Heinrich W. “Protestantismo en América Central”, en Roberto Blancarte, ed., Diccionario
de religiones en América Latina. México: FCE. 2019, p. 505-512.
Semán,
Pablo. “¿Por qué no?: el matrimonio entre espiritualidad y confort. Del
mundo evangélico a los bestsellers”, en Desacatos. Revista de
Antropología Social, CIESAS, núm. 18, mayo-agosto de 2005.
Silveira
Campos, Leonildo. Teatro, templo e mercado. Organização e marketing de un
empreendimento neopentecostal. São Paulo: Vozes-UMESP-Ediçōes Simposio,
1997.
Spadaro,
Antonio y Marcelo Figueroa, “Teología de la prosperidad”, en La Civiltà
Catolica Iberoamericana, 18 de agosto de 2018, www.civiltacattolica-ib.com/teologia-de-la-prosperidad/
Suess, Pablo. “Pluralismo y misión. Por una
hermenéutica de la alteridad”, en José María Vigil et. al., eds., Por
los muchos caminos de Dios. IV. Teología liberadora intercontinental del
pluralismo religioso. Quito: Asociación Ecuménica de Teólogos/as del
Tercer Mundo-Abya-Yala, 2006 (Tiempo axial), pp. 62-76.
Zalpa,
Genaro. “Religión, desigualdad y pobreza”, en Roberto Blancarte, ed., Diccionario
de religiones en América Latina. México: FCE. 2019, p. 521-533.
l l
l
Leopoldo Cervantes-Ortiz es Maestro en Teología por
la UBL y pasante de la Maestría en Letras Latinoamericanas (UNAM). Es editor,
profesor de la Comunidad Teológica de México, miembro del Consejo Editorial
de CUPSA. Per-teneció a la Comisión de Formación Ecuménica del Consejo
Mundial de Iglesias.
Correo electrónico: lcervortiz@gmail.com
Recibido: 6 de
setiembre de 2019
Aprobado: 18 de
setiembre de 2019
|
|