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Vida y Pensamiento Revista Teológica de la
Universidad Bíblica Latinoamericana Volumen 45, Número 1,
Julio-Noviembre, Año 2025 Religión y democracia: Propuestas teológicas
para enfrentar las agendas regresivas |
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¿Pueden
las religiones promover la democracia? Ivone
Gebara Investigadora
independiente, Recife, Brasil pp. 11-44 |
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Resumen: Este artículo reflexiona críticamente sobre la
posibilidad de que las religiones promuevan la democracia en un contexto
global marcado por la violencia, la desigualdad y la destrucción ambiental. A
partir de una revisión profunda de los conceptos de democracia y religión, se
cuestiona su vigencia, autenticidad y capacidad transformadora. La autora
plantea la necesidad de superar los dualismos fijistas, las jerarquías
patriarcales y las teologías esclerotizadas que impiden una convivencia ética
e interdependiente. Propone, en cambio, una reapropiación poética y encarnada
de la vida, orientada al cuidado mutuo, la justicia y la dignidad. La
democracia y la religión —más allá de sus instituciones— pueden entrelazarse
si se convierten en expresiones de interdependencia vital y respeto por la
pluralidad. Palabras claves: democracia, religión,
interdependencia, patriarcado, ética del cuidado. Abstract: This article
offers a critical reflection on the possibility that religions may promote
democracy in a global context marked by violence, inequality, and
environmental destruction. Drawing from an in-depth examination of the
concepts of democracy and religion, the author questions their relevance,
authenticity, and transformative potential. She argues for
the need to overcome fixist dualisms, patriarchal hierarchies, and
sclerotized theologies that hinder ethical and interdependent coexistence. Instead,
she proposes a poetic and embodied reappropriation of life, oriented toward
mutual care, justice, and dignity. Democracy and religion—beyond their
institutional frameworks—can become intertwined if reimagined as expressions
of vital interdependence and respect for pluralism. Keywords: democracy,
religion, interdependence, patriarchy, ethics of care. |
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Ivone Gebara ¿Pueden las
religiones promover la democracia? Este no es el mejor de los mundos posibles. No cabe duda de que podemos imaginar otros
mejores. El mundo en el que estamos se rige por la ley del
hambre, el contrato que hemos firmado para la vida implica
violencia. Pero hay otro tipo de violencia que nos
caracteriza como especie, que no se ejerce por necesidad sino por placer, por codicia o simplemente por inercia o
indiferencia. ¿Qué hace falta para que nos demos cuenta de que nada es independiente? ¿Qué hace falta para
que nos demos cuenta de que lo que nos une es mucho más que lo que nos sostiene como individuos?[1] Introducción:
algunas preguntas El preámbulo de
Chantal Maillard marca el tono de mi reflexión, por lo que comienzo con una
pregunta que me dirijo en primer lugar a mí misma, ya que escribir para los
demás significa ante todo abrir un diálogo interior conmigo misma. En el
contexto de la violencia, especialmente expresada por la codicia y la
indiferencia que caracterizan nuestro mundo actual, me pregunto por el
significado de la palabra democracia. Es una de las muchas palabras de
nuestro vocabulario cotidiano que necesita ser replanteada a la luz de las
circunstancias reales y actuales de nuestras vidas. Casi inmediatamente
se me ocurre la respuesta estándar y aprendida: ¡democracia es el gobierno
del pueblo por el pueblo y para el pueblo! Esa sería la definición que
tenemos en la punta de la lengua cerebral, quizá condicionada por muchos
estereotipos y oscuridades. Pero, ¿de qué pueblo
estamos hablando? ¿Quiénes serían realmente estos gobernantes y cómo
gobernarían? ¿A quién incluyen y a quién excluyen de este gobierno? Es más,
¿es esta una respuesta clara al significado de la palabra democracia, una
respuesta que nos daría el sentido exacto de lo que está ocurriendo en el
mundo y especialmente en América Latina y el Caribe? Yo creo que no. Hoy, nuevas formas
de dominación dictatorial y colonialismo, la aniquilación de pueblos enteros,
el aumento de la pobreza como forma de violencia, la destrucción de la
naturaleza como fuente de vida, la eliminación de los pueblos indígenas, el
racismo de diferentes colores, y la variada y violenta dominación patriarcal
de las mujeres están a la orden del día en las llamadas democracias. Y todo
esto está presente como si la palabra democracia no contuviera conflictos,
falsas pretensiones universalistas, innumerables diferencias y diversos
crímenes contra los menos favorecidos. En resumen, estamos viviendo el
sometimiento de muchos, la esclavitud de otros, la matanza de miles, la
indiferencia de la mayoría como base de esta supuesta gobernanza democrática
¡La "democracia" se ha convertido en un término equivocado! En este sentido,
los hechos revelan que la palabra democracia, tal y como se explica
etimológicamente, no se corresponde con lo que puede observarse en la vida
cotidiana de muchos grupos sociales e instituciones supuestamente
democráticas. Es una palabra "enferma" que ya no significa lo que
pretendía significar. En la misma línea,
podría decirse que un fenómeno similar está ocurriendo en las instituciones
religiosas que aparentemente son partidarias de visiones éticas y
democráticas, pero siguen imponiendo sus viejos credos a los fieles y a veces
los juzgan sin piedad. Tal vez estemos viviendo un camuflaje de la religión
en relación con la democracia o, más exactamente, una verdadera
antidemocracia disfrazada de democracia y una antirreligión
disfrazada de religión. Ante este problema,
se nos invita a revisar las condiciones reales de posibilidad de una
democracia según las formas tradicionales arraigadas en nuestras mentes y a
revisar los contenidos de las religiones a las que nos adherimos en la
creencia de que pueden promover la democracia en el horizonte del bien común.
Al afirmar que la
democracia es la forma práctica que garantiza a los ciudadanos el poder de
participar en las decisiones políticas de un país o de una institución con
vistas a incluir a todos, se nos invita a través de nuestras respuestas a
confrontar el ideal imaginado con la realidad de los hechos. Entonces nos
damos cuenta de que la garantía de participación ha sido en realidad más
formal que real, más un lenguaje retórico que acciones reales. En el fondo,
las definiciones que circulan en nuestra cultura están idealizadas, se
convierten en un deber ser que nunca encontramos en nuestras
relaciones cotidianas. Una vez más, la observación atenta y el análisis
anclado en lo cotidiano se convierten en vías absolutamente necesarias para
recuperar los valores sociales de la ciudadanía, valores que deberían marcar
nuestra convivencia social cuando nos declaramos demócratas. En esta línea,
las restricciones al ejercicio de elección y participación en las decisiones
políticas siempre han estado limitadas a diferentes grupos por diferentes
razones. Los analfabetos no podían votar, los indocumentados no votaban
porque no existían legalmente, las mujeres no tenían acceso a ningún tipo de
participación democrática activa en los países republicanos, los extranjeros
no votaban y los ancianos no tenían que votar. En cuanto a las mujeres, por
ejemplo, esta prohibición empezó a revisarse con la explosión del movimiento
feminista y, en particular, a través de las sufragistas a finales del siglo
XIX. Sin embargo, la representación de las mujeres en el gobierno sigue
siendo bastante limitada en los distintos países. Todo ello hace que el
concepto de democracia sea muy amplio, fluido e impreciso. En cada zona, la
democracia parece presentarse de forma diferente, aumentando o reduciendo las
formas de participación ciudadana según criterios ideológicos, religiosos,
étnicos, de género y muchos otros. ¿Existe alguna otra forma de gobierno que
represente realmente la necesidad del bien común y de los diferentes pueblos?
¿Podríamos reactivar los ideales democráticos en un mundo de creciente
violencia y eliminación de nuestra especie y de otras especies? No sé cómo
responder a la pregunta que me hago, aunque afirmo la necesidad de encontrar
algunas soluciones. Teniendo en cuenta
el tema que me propongo desarrollar a grandes rasgos, me pregunto si, por
otra parte, existe una definición precisa y única de la religión. La cuestión
es quizá mucho más compleja que la anterior sobre la democracia y nos
lleva a darnos cuenta de la inconmensurable amplitud de las posibles
respuestas. La palabra religión procede etimológicamente del latín religare
e indica un vínculo, una conexión entre personas basada en creencias
comunes. Los mismos límites que denunciamos en la palabra democracia podrían
denunciarse en el uso de la palabra religión. Por eso nos preguntamos también
en general si las religiones pueden realmente conectar a las personas en
profundidad, respetarlas, darles un sentido y, a través de ello, si pueden
promover la democracia por dentro y por fuera. Me atrevo a decir,
de entrada, que las religiones institucionales no pueden ser plenamente
democráticas porque, por un lado, forman parte de la corrupción presente en
las relaciones humanas actuales y, por otro, se constituyen a partir de
revelaciones de autoridades consideradas divinas o casi divinas, además de
establecer ideas fijas sobre la obediencia de las personas a los códigos
establecidos. Por ejemplo, con pocas excepciones, tienden a privilegiar un
sexo sobre otro, un pueblo sobre otro, imponen comportamientos y leyes como
procedentes de la voluntad de un Dios o de un profeta sabio, mostrando así
los límites inherentes a las religiones o a las filosofías religiosas. Por esta razón, es
difícil hablar de democracia en el seno de las instituciones religiosas. La
mayor virtud de las religiones es la obediencia, una obediencia que entra en
conflicto con los modelos de vida a seguir. Por eso, los conceptos de bondad
y maldad de las acciones humanas, justicia e injusticia y derechos de todos
están condicionados a ciertos principios autoritarios tradicionales que
pretenden ser universales, además de estar condicionados a los límites
inherentes a toda vida humana. Estas preguntas y
los intentos de responderlas en relación con la democracia y las religiones
nos invitan a repensar las estructuras antropológicas de las religiones
institucionalizadas y su posible contribución a los proyectos democráticos
que estamos esbozando en la sociedad civil. Pero más que eso, se trata de
reflexionar sobre lo que vivimos, se trata de adentrarnos en nuestra limitada
condición humana, observarnos sin miedo a nuestra verdad, aprender algo sobre
nosotros mismos sin la inmediatez de las respuestas prefabricadas o la
repetición mecánica de viejas tradiciones. Lo que debemos
atrevernos a buscar es la frágil brisa de vida singular y plural, dependiente
e interdependiente, igual y diferente, que caracteriza cada soplo de vida y
nos abre al misterio cada vez mayor en el que existimos. Desde esta
perspectiva, desarrollo brevemente cinco puntos en un intento de abrir un
diálogo que necesariamente no puede llegar a una única conclusión. 1.
Una antropología fijista 2.
La esclerosis de los dualismos religiosos 3.
La humanidad ideal y los condenados de la tierra 4.
Una humanidad en éxtasis 5.
Hacia la interdependencia y una posible democracia
siempre en construcción. ·
Breve conclusión ·
Brevísima bibliografía Una
antropología fijista ¿Cómo establecemos
nuestra visión o comprensión de los seres que llamamos humanos? Cuando decimos
humano, aunque no lo admitamos inmediatamente, clasificamos necesariamente a
los seres humanos en muchas categorías, dando prioridad a su pertenencia a lo
que llamamos humanidad. Siempre estamos a punto de poner límites, divisiones,
motivaciones, barreras y clasificaciones a los humanos y a la diversidad de
seres del planeta. ¿Cómo podemos abrirnos a algo más amplio que los análisis
filosóficos dualistas, los análisis sociológicos mecanicistas, los datos
estadísticos sobre el crecimiento o el declive de las religiones y las
diferentes formas de democracia en auge o en declive? Antes de intentar
responder a estas preguntas y cuestiones, hay que tener en cuenta muchos
otros puntos básicos. Hay una especie de anterioridad en estas cuestiones que
al menos debe vislumbrarse. Estoy pensando en los procesos evolutivos
milenarios que condujeron a lo que se ha dado en llamar el advenimiento del
"homo sapiens". Estos procesos nos recuerdan la evolución de
nuestra especie y sus grandes mutaciones. Aunque no pueda ocuparme de ellos
en este texto, no debemos perderlos de vista porque indican la complejidad de
la historia de la evolución de nuestra especie hasta la etapa actual.[2] Con esta premisa en mente, propongo que
reflexionemos sobre experiencias cercanas, especialmente a través de los
procesos educativos plurales presentes en nuestras culturas. Nos hemos dado
cuenta de que, especialmente en Occidente, hemos ido reproduciendo y
modificando modelos de relaciones humanas a lo largo de nuestra vida, como si
los seres humanos fuéramos y debiéramos ser lo que actualmente somos o lo que
creemos que debemos ser en este momento. En esta línea, interpretamos nuestro
comportamiento oponiéndonos al pasado cercano y juzgando nuestra forma de
actuar como nueva y mejor adaptada al mundo actual. Pero lo nuevo es también
lo viejo modificado, que a su vez contiene otro viejo y algo de lo nuevo que
le añadimos. Por eso no existe lo totalmente nuevo. Siempre hay una materia
en la evolución, un punto de apoyo desde el que algo parte y cambia. Así que
podemos engañarnos pensando que la nueva es realmente totalmente diferente e
incluso mejor, pero en realidad no lo es. Del mismo modo, creemos que somos
totalmente distintos de los demás animales, las plantas, el aire, el agua y
las fuerzas del planeta, sin darnos cuenta de que somos una organización
específica de todos estos elementos y que no podemos existir si falta alguno
de ellos. A pesar de esta realidad, seguimos construyendo jerarquías y
dualismos culturales en nuestros cuerpos y en nuestros pensamientos y
acciones, creyendo que una parte es mejor que la otra, un grupo mejor que el
otro, un sexo superior al otro, y que podemos eliminar un elemento y
preservar el otro sin ningún daño. Llevamos milenios viviendo la versión
dualista beligerante de la vida humana en todos los sentidos y especialmente
en las relaciones sociales, oponiendo la riqueza de unos pocos a la pobreza
de miles y creyendo que el "modelo" de ser humano vivido por los
ricos y poderosos debe ser el ideal de la humanidad. Los ricos no quieren ser
pobres y los pobres quieren ser ricos o al menos disfrutar de los beneficios
que este mundo de bienestar, consumismo, artificialidad y confort puede
ofrecer. Estas contradicciones dualistas siguen vigentes y parece que hoy se
encuentran en un momento crítico destructivo que golpea primero a los más
débiles. Por otra parte, en medio de una humanidad mezclada, se anuncia y se
intenta una comprensión diferente de la vida. Esta nueva visión, incipiente,
se va imponiendo lentamente en diferentes grupos sociales, rescatando viejas
sabidurías que fueron despreciadas por la excesiva valorización de lo que se
llamó progreso. Desde esta perspectiva, alejarse de una visión antropológica
fija significa alejarse de una concepción jerárquica de la vida, como si cada
especie pudiera vivir y sobrevivir independientemente de las demás. Significa
salir a la dimensión misteriosa de la vida que siempre se nos escapa, que nos
emociona, nos conmueve con su belleza, nos plantea preguntas, nos encanta y
permite que las vidas florezcan. Esta experiencia conductual y emocional nos
abre a algo que yo llamo la trascendencia inmanente de la vida. Aunque
sepamos algo de ella, siempre se nos escapa y nos invita a abrir nuestros
sentidos más allá de los conceptos teóricos fijos y las interpretaciones que
hemos establecido. La vida de las distintas formas de vida siempre nos
sorprende y nos desafía. Y es esta sorpresa, esta novedad continua, la que se
afirma como posibilidad para que salgamos de la rigidez de nuestros modelos,
de doctrinas que pueden darnos seguridad, pero que no nos dan la necesaria
apertura a las infinitas posibilidades de la vida y de su real florecimiento
y existencia. Sentir el mundo y
hablar de otra manera de las cosas ordinarias de cada día abriría quizás la
oportunidad de desear una organización diferente de nuestras relaciones. Sólo
las teorías analíticas dualistas cuyo ámbito de comprensión sólo da acceso
vital a minorías no pueden encantar a los desfavorecidos de la tierra y sólo
excitan a los depredadores a sofisticar aún más su pensamiento y sus acciones
para que menos de sus partidarios tengan acceso a la ciencia hermética que
desarrollan y a los privilegios y bienestar artificial de que disfrutan. Alejarse de una
antropología fijada en los modelos de vida significa no sólo reconocer la
diversidad humana, sino también aprender a admirar y acercarse a los pequeños
seres vivos que llamamos animales y plantas, a la exuberancia de sus vidas, a
su organización, a la forma en que se acercan a nosotros y nos tocan, invaden
o encantan. En las grandes
ciudades, ya no vemos un cielo de estrellas más allá de las pantallas de un
teléfono móvil, ya no contemplamos la organización de un hormiguero, el
trabajo incesante de las abejas, ya no nos tomamos el tiempo de cuidar una
planta y ver la evolución de su vitalidad. Acercarse a estas
"inutilidades" naturales es el principio del camino para salir del
fijismo antropológico dualista. Es la afirmación de alternativas dinámicas e
inspiradoras presentes en muchas vidas y, entre ellas, en la vida humana, lo
que puede abrir la esperanza de una convivencia más vital e inclusiva. Aquí
podemos encontrar un hilo conductor de posibles maneras de encontrar
comodidad en nuestra "casa común", de acoger a las flores del campo
y a las muchas plantas, a las montañas y a los mares, a los animales grandes
y pequeños como nuestros vecinos. Al aferrarnos a este hilo, podemos intentar
romper con el antropocentrismo androcéntrico que destruye la diversidad y
quizás acoger la sinfonía mixta de la Vida. La
esclerosis de los dualismos religiosos Con el fin de
educarnos para agudizar nuestras percepciones y conocimientos, necesitamos
cambiar nuestras lentes interiores, nuestras emociones, nuestros hábitos y
admitir que la crisis actual de nuestro mundo también tiene que ver con la
esclerosis de los dualismos religiosos presentes en nuestras creencias. Un
cuerpo esclerosado simplemente repite los mismos hábitos, la misma
interpretación de la vida, los mismos dogmas, los mismos juicios. Nos hemos
acostumbrado tanto a ellos que casi han pasado a formar parte de nuestra
naturaleza, es decir, de nuestra propia manera de conocer el mundo. Sin
embargo, nos estamos dando cuenta de que eso no nos da la posibilidad de
comprender más la complejidad, la diversidad y la belleza que se despliega
ante nuestros ojos cada día. Este límite afecta de manera especial al mundo
de las religiones. Es desde esta perspectiva que hablar de la esclerosis de
los dualismos religiosos es, en cierto modo, introducir una crítica a la
construcción epistemológica o ético-cognitiva de las religiones,
especialmente de las monoteístas actuales. De hecho, obedecen a los sistemas
jerárquicos de poder político y económico vigentes, aunque creen obedecer a
Dios Padre o Dios Amor, creyendo que sus sistemas son eternos y hasta cierto
punto inmutables. En esta situación, disfrutan de los beneficios que esta
supuesta inmutabilidad les garantiza como una certeza imaginaria que proviene
de afirmar la voluntad de un creador o de alguien que lo representa. Dominan
las conciencias, jerarquizan los cuerpos, incluyen y excluyen, presentándose
como obedientes al supuesto Señor del mundo que les habría dado parte de su
poder. Se convierten en sus ministros e invitan a sus fieles a obedecerle
obedeciéndoles a ellos. No se dan cuenta de que lo que llaman inmutabilidad y
Tradición son en realidad una formación esclerótica de creencias e incluso de
celebraciones basadas en visiones jerarquizadas que se han ido repitiendo
hasta constituirse en verdades incontestables procedentes del pensamiento y
atribuidas después a una voluntad divina. Podemos hablar, pues, de esclerosis
cognitiva religiosa para expresar la paralización de la vitalidad de nuestras
percepciones, similar al endurecimiento que impide la actividad de un órgano
de nuestro cuerpo. Estas religiones se han convertido en fuentes de
distribución de favores divinos, a menudo al servicio de poderosas
organizaciones económicas. Enajenan a las personas y les hacen creer que son
agraciadas por fuerzas divinas a cambio de su sumisión y sus posesiones. Intentar romper con
estas religiones desviadas significa dejar que la movilidad de la vida tome
el control, permitir que el pensamiento se base en el tiempo y en la
situación presente, permitir que la savia de la vida cambie de dirección y
exprese su vitalidad de otras maneras. Esto también se aplica al lenguaje
religioso, que expresa significados que no siempre son traducibles a las
experiencias actuales y cotidianas de muchas culturas y grupos. El proceso de desesclerosar es doloroso y arduo, pero se desarrolla más
fácilmente a medida que empieza a corresponder más a la lógica o savia de la
Vida misma en nosotros. Desesclerosar es poder
explicar la diversidad de la vida en los diferentes lenguajes de nuestro
mundo de mil y una maneras, a través de los diferentes poemas y ritmos que
nos componen. Lo que en realidad
aparece como expresión de la experiencia humana religiosa cotidiana es una
lógica de salvación beligerante. Hay que luchar por un bando, por el bando
bueno, y el bueno parece estar determinado de antemano por las jerarquías
religiosas. ¿Cómo salir de estas dualidades y contradicciones nefastas? ¿O
cómo expresar las aparentes dualidades Bien/Mal, Dios/Mal, inocente/pecador,
salvado/condenado, cielo/infierno, esencia/existencia, vida/muerte,
amor/odio, hombre/mujer, homo/hetero y tantas otras en un sistema de mezclas,
de ingredientes arraigados que componen el verdadero pastel de la vida como
forma de superar los dualismos? Este es el reto que se nos plantea. Una simple
observación de esta realidad mezclada que llevamos dentro podría ayudarnos a
comprender mejor lo que experimentamos. No se puede captar sólo el bien o
sólo el mal. Se mezclan de tal manera como en un pastel ya preparado en el
que ya no se puede distinguir la harina del azúcar, la leche de la
mantequilla, etc. Somos igualmente genéticamente femeninos y masculinos, lo
que permite que la vida se produzca y crezca en nosotros. Esto resulta
inquietante para la institucionalización religiosa presente en nuestro mundo
monoteísta, que cree en un mundo fijo ordenado por Dios. Podríamos
preguntarnos si las religiones tienen fuerza para abrir espacios de comunión
más allá de los límites de su institucionalidad. Comunión significa una unión
común basada en comportamientos vitales que van más allá de las doctrinas
establecidas, más allá de los límites que imponen las leyes religiosas
canónicas. ¿Qué se podría pensar para salir de un mundo enloquecido por la
violencia estructural y los excesos de leyes y privilegios que dan lugar a
variaciones de delitos con múltiples formas de interpretación y
jurisprudencia religiosa defensiva? Creo que salir
brevemente de la ley, de las leyes escritas que regulan las sociedades
religiosas patriarcales, nos hace darnos cuenta de hasta qué punto se han
convertido a veces en nuestra segunda piel y en nuestra cultura moral.
Entonces tenemos que aceptar la Babel del mundo en que vivimos y la Babel que
somos como individuos. Hoy sentimos en el
cuerpo que, a pesar de estar en el mundo de la comunicación, no nos
entendemos. Luchamos unos contra otros pensando siempre que la fórmula de la
guerra contra el otro traerá la paz. ¡Ilusión! ¡Pura ilusión! La guerra
mayor, el conflicto que nos habita, también está privilegiadamente dentro de
nosotros. Reconocer nuestra
constitución vital guerrera podría ayudarnos a dar pasos hacia la comprensión
mutua y una convivencia social menos conflictiva. Este reconocimiento podría
llevarnos a aceptar las diferencias para volver a acuerdos sobre las
necesidades básicas de los seres vivos en la incesante búsqueda de estar
vivos. Para ello, necesitamos deseducarnos de querer que los demás sientan,
vivan, se emocionen y anhelen lo que yo anhelo o lo que yo anhelo
individualmente. Esto significa acoger las diferencias como expresiones de la
vitalidad de la vida. Educarnos para
sentir de otra manera colectivamente, aunque sea a partir de intereses
vitales colectivos, es una vía que hay que construir y recorrer. Alejarse de
la comercialización de modelos perfectos según la Biblia o según tal o cual
pensador o gurú. Significaría invitarnos a una especie de elogio de la
imperfección, a vivir la interdependencia creativa, la necesidad que tenemos
los unos de los otros, acogiendo múltiples formas de vivir sencillamente con
dignidad. Es en la lucha plural por la vida donde reside la razón de que
estemos vivos. Por eso se trata de buscar primero estar vivos con dignidad,
como si esa fuera la ley mayor inscrita en nuestros cuerpos. Es de esa ley
mayor de donde debe nacer algo que nos toca a todos: estar vivos porque esa
es nuestra primera razón de existir, esa es nuestra primera meta provisional,
de ahí nace la poesía amorosa, la escucha rítmica, la belleza de los sonidos
que se armonizan mágicamente. De ahí nace también la capacidad de admirar la
belleza de las estrellas y de los campos de trigo, el trabajo de las abejas y
la dulzura de su miel. Nuestra "casa común" es multicolor, plural,
con llanuras y mesetas, agua dulce y salada, leones y corderos, prados verdes
y paja seca. ¿Quién nos ayudará
a volver a nuestro hogar o a rescatar nuestro soñado "paraíso"
terrenal, que siempre se busca una y otra vez? O simplemente, ¿cómo podemos
redescubrir el placer del paraíso de la simplicidad de todos los procesos
llamados vida? ¿Cómo podemos encontrar formas de respetar la vida cuando
tenemos la impresión de que las fuerzas de la destrucción tienen más poder y
acción? En este proceso
lleno de tantas preguntas, hay que imaginar que todos los gurús han muerto,
que los profetas han desaparecido en sus cuevas, que sus escritos se han
vuelto ilegibles. Los dioses están de vacaciones con el Dios todopoderoso de
barba blanca. Estamos solos en los muchos bosques del mundo actual y depende
de nosotros y sólo de nosotros volver a aprender de los bosques, los
animales, los insectos, las estrellas y la luna las formas de vivir juntos
respetuosamente. Tal vez lo que estoy escribiendo sea sólo poesía, pero de
ella puede nacer algo nuevo frente a los escombros que nuestra codicia ha
producido en muchos lugares del planeta y especialmente en nuestras entrañas. Es en esta línea de
búsqueda en la que pienso que la palabra tradicional religión está ya marcada
por la pérdida de su significado primordial, religare, la conexión de todas
las cosas. Se ha jerarquizado, masculinizado, elitista, y se ha convertido en
una metafísica prefijada más allá de los seres ordinarios. Por eso quizá
debería entrar en el diccionario de las palabras pasadas de moda, en el
diccionario de las palabras que deberían olvidarse durante mucho tiempo.
Habría que inventar otra u otras... O tal vez nuevas palabras nacidas de
nuestras entrañas para indicar la importancia de las vidas, de la Vida. Para
aprender una especie de danza común que nos enseñe a todos cómo debemos
aprender a dar pasos sencillos sólo para cuidar de las muchas vidas. Y, en
este nuevo y precario 'diccionario' de tantas cosas por escribir cada día, no
entrarían las muchas recetas religiosas que dicen evitar el dolor y se
dedican a vender sus productos y soluciones. Y es que el dolor,
el sufrimiento y las lágrimas no se pueden evitar ni borrar. Es una condición
para mantener la vida. Es la vida en forma de dolor. Pero la alegría y la
belleza no desaparecen si hay dolor. Hay que desarrollar la ternura, la
cercanía convivencial con el dolor para rescatar de él las condiciones de la
transformación. Todo despacio si es necesario, pero también todo más deprisa
si es necesario. Tal vez se trate de
un discurso "demente", que elogia la locura humana para empezar una
y otra vez a descubrir el soplo de vida en las hormigas y en el niño que
acaba de nacer. O hablar de la anciana olvidada que exhaló su último suspiro,
o de la flor que brotó entre las piedras del camino y mostró su sencilla
belleza, aunque pocos la contemplaron. O mirar la piedra en la que tropezó y
cayó un borracho y de repente decenas de personas acudieron en su ayuda para
levantar al caído hasta la avenida. Observar
atentamente la vida plural: ése es el reto, ése es el camino, ésa es la
verdad banal, ésa es la aceptación de la hermosa y eterna precariedad de la
vida. Es quizás aquí donde comienza de nuevo la religión, la reconexión entre
todo, una reconexión que siempre ha comenzado en las entrañas misericordiosas
que se conectan, se reconectan, se acercan y se levantan juntas en la
renovada resurrección de la vida. La
humanidad ideal y los condenados de la tierra Las ideologías
políticas y religiosas han idealizado y limitado los proyectos de
construcción de la sociedad humana y de los individuos. Se habla de una
sociedad sin clases, de un paraíso terrenal, de una tierra sin mal, de una
democracia perfecta, de un cielo al que se llega después de la muerte, como
metas y direcciones hacia las que se quiere llegar. Sin embargo, nunca hemos
llegado, pero seguimos estableciendo modelos idealizados de llegada. Por eso,
construir una humanidad ideal a través del pensamiento capitalista jerárquico
y de las religiones es una audacia y un absurdo sin límites. La humanidad
ideal no existe, es una ilusión nacida de nuestra fértil imaginación. Hoy
renegamos de nuestro deseo de ella. Ya no queremos que el pastel capitalista
crezca y luego se reparta, ni queremos la felicidad eterna propuesta en los
cielos de la religión. ¿Cuál es el
bienestar de todos? ¿Cuál es la humanidad ideal? ¿Quién tiene realmente
acceso a este modelo soñado? Sólo aquellos que disfrutan de los beneficios de
poder explorar la tierra e incluso viajar a otros planetas, y se consideran
verdaderamente hombres y mujeres con derechos. ¿Son ellos los máximos
representantes de la humanidad ideal? Los condenados de
la tierra crecen día a día para dar fe de su demencia y del nuevo mundo
descubierto para disfrute de las minorías. Son utilizados como mano de obra
para las grandes empresas del mundo sin saber lo que construyen a cambio de
salarios que les permiten vivir precariamente o simplemente
sobrevivir. Se trabaja sin saber qué se produce y para quién. Anonimato sobre
los objetivos del trabajo e incluso prohibición de conocer su finalidad.
Producimos tornillos, sólo tornillos pequeños, medianos y grandes. ¿Dónde se
utilizarán? ¿Para qué pieza o máquina, o fusil, ametralladora, carro de
combate o misil serán necesarios? A todo esto, se le ha llamado progreso,
pero progreso para algunos a costa de la mayoría, guerra contra los inocentes
y destrucción del planeta. En esta
construcción del pensamiento exploratorio e innovador, un modelo religioso
podría ser sin duda inspirador. Las religiones siempre han indicado formas de
superar las limitaciones humanas creando fórmulas para actuar contra males
reconocidos o creando lugares perfectos para la otra vida, lugares donde se
superarían las contradicciones de la vida y el espíritu, liberado del cuerpo
y de sus necesidades, podría por fin disfrutar de la felicidad eterna. Esto
ya no nos atrae, ni sostiene nuestras penas mundanas. Así que sólo tenemos
que aceptar ser o fabricar tornillos, mano de obra barata, siervos inútiles
que no necesitan saber el uso de lo que producen. Basta con producir lo que
se nos dice para tener derecho al escaso pan de cada día y estar condenados a
la esclavitud perpetua en la Tierra. La fuerza de la vida presente en nuestra
rebelión ha abierto nuevos caminos y pensamientos. Hoy hemos perdido
la ingenuidad y la lógica del disfrute que proponen las religiones. Ya no
justifica nuestro silencio y sufrimiento. No somos almas separadas de
nuestros cuerpos. Nuestro aliento de vida es corpóreo y es nuestro cuerpo el
que cree, el que desea, el que espera la redención de su propio cuerpo en el
aquí y ahora. Nuestro cuerpo es tierra, nuestro espíritu es tierra, nuestro
sueño es tierra, nuestro amor es tierra. ¡Cuerpo tierra! ¡Cuerpo tierra! Las ilusiones
celestiales teológicas se nos aparecen como cuentos de hadas y ya no son
capaces de hacer nacer las vibraciones del amor y las luchas cotidianas por
la justicia. Por eso, las religiones deben convertirse a la Tierra, volver al
suelo del que nacieron, volver a la salida y puesta del sol, a la exuberancia
de la vida vegetal y animal, volver a nuestra casa común. La finitud de la
vida se convierte en una oportunidad para buscar caminos de coherencia en la
línea de la justicia y del derecho a una vida digna. No podemos renunciar a
la finitud. Es donde estamos. Es donde existimos. Es donde nos transformamos.
Es donde acogemos la belleza renovada de las flores y los amaneceres
plurales. Es en ella donde experimentamos la atracción de los cuerpos, las
respiraciones suaves o jadeantes que la sostienen. Es en ella donde somos lo
que somos. Es en ella donde alguien nos da agua, comparte su pan y su
pescado, cura nuestra ceguera y parálisis. Es en ella donde la tradición de
ternura y cuidado mutuo se hace carne en nosotros. Somos vida, estamos en la
vida, hasta que la muerte nos separa y nos devuelve a la tierra llena de vida. Una
humanidad en éxtasis Alejarnos de una
concepción fija del ser humano presente en los monoteísmos y en las teorías
dualistas que hemos establecido a lo largo de los siglos nos abre a lo que
nos acerca al éxtasis como sorpresa renovada y disfrute de la vida. La
palabra éxtasis rara vez se utiliza en los círculos populares, aunque de
distintas maneras se experimenta como expresión religiosa. Podría ser
sinónimo de la palabra entusiasmo o vibración o incluso inmensa alegría,
palabras más accesibles a los menos letrados. El éxtasis es una
sensación envolvente, mixta, corpórea, que incluye el saber y el no saber, la
alegría y la tristeza. No significa necesariamente un estado de conciencia
racional ampliada, pero sí indica un intento de superar los conceptos
opuestos y dualistas que organizan el mundo jerárquico patriarcal. Estos no
logran expresar la grandeza de las formas, emociones y experiencias de la
vida y la grandeza de su fuerza transformadora, organizadora y emotiva en la
diversidad de los seres. Del mismo modo, debemos abrirnos a un acento de
tristeza para observar y experimentar en éxtasis las formas de destrucción de
las que somos capaces. Estos éxtasis negativos nos hunden y nos quitan las
energías vitales. Niños muertos en la guerra. Madres que lloran y gritan como
si nadie pudiera comprender su dolor ni oír su voz. También somos artesanos
de la muerte, de la destrucción desenfrenada para favorecer nuestros impulsos
creativos/destructivos al servicio de nuestros intereses. El terror nos
invade cuando nos damos cuenta de nuestros propios actos, de nuestros odios,
de nuestros rencores, de nuestras pasiones por la posesión, el poder y la
valía. La trascendencia del mal nos golpea. Contenemos la respiración y el
éxtasis negativo ante el horror de la destrucción, pequeña y grande, que
hemos sido y somos capaces de producir nos sobrecoge. El velo de desolación
tejido por nuestras propias manos nos envuelve como algo más allá de nuestra
propia comprensión. Nos enfrentamos a la trascendencia del mal que nos
sobreviene, nos enfrentamos a la infinita finitud del mal que hemos cometido
o del que somos víctimas. Éxtasis como algo
que las palabras no pueden encapsular en un solo sentido porque las palabras
son muy limitadas, aunque creamos que pueden expresar algo de la realidad e
incluso de la verdad que experimentamos. Éxtasis como algo que va más allá de
las palabras, como algo que va más allá de lo que se puede ver, como un valor
o una experiencia indecible de horror que estalla en nosotros cuando
aprehendemos algo de la complejidad de la vida. Aprehendemos momentáneamente
algo que supera lo que puede verse a simple vista y también algo que nuestros
limitados sentidos pueden aprehender. Un éxtasis diversificado, un éxtasis
que debe movernos entonces a cultivar y preservar la diversidad de la vida.
Éxtasis que nos lleva a afirmar el sólo sé que no sé nada de muchos
sabios o a reconocer lo poco que sabemos de nosotros mismos. Contemplar los
lirios del campo, el vuelo de un pájaro, una colmena, un hormiguero, una rima
poética, el color multiforme del mar, el bosque quemado, las casas destruidas
de los indígenas, los niños muertos de hambre por las guerras, la destrucción
extendida por el campo... El éxtasis del bien y del mal que se mezcla en los
momentos de la vida y nos invita a acogerla y a respetar su Gran Misterio. Introducir todo
esto como un proceso educativo múltiple para que volvamos a realizarnos como
humanos interdependientes, para que sepamos cuál es el derecho de todas las
personas a la vida, cuál es el derecho de los bosques, los ríos, las montañas
y los animales. Para poder volver a educar a nuestros niños y jóvenes en algo
más que imágenes preconstruidas y juegos constructivistas ilusorios, aunque
estén en su fase lúdica. Esta perspectiva de la sabiduría no se limita a los
edificios de hormigón y piedra, no construye máquinas de inteligencia
artificial, no construye misiles de largo alcance, sino que sólo toca como
una suave brisa la tierna vida que se esconde en todas las cosas y que
tenemos que aprender a reconocer una y otra vez para acentuar y revelar la
frágil belleza del mundo. Juddi Krishnamurti, el gran filósofo indio, en sus
numerosas obras y conferencias habla del yo, del mí, de lo que creemos
saber y nos invita a disciplinar las fantasías de poder del yo, las
creaciones supuestamente objetivas del pensamiento para superar
frustraciones, miedos, identificaciones fáciles de comportamientos y
sentimientos.[3] Es un esfuerzo continuo por conocernos a nosotros
mismos, un proceso educativo que comienza desde la infancia y continúa a lo
largo de toda la vida para prevenirnos de las muchas ilusiones que nos atraen
y atrapan, así como de la progresión de las muchas formas de violencia que
nos caracterizan. La mayoría de los
niños de hoy tienen poco interés en cuidar un jarrón de flores o incluso un
animal pequeño. Están capturados por una pantalla, hablan con ella e incluso
entre amigos utilizan continuamente su mediación. ¿Qué pierden y qué ganan? No se trata de
estar en contra del progreso tecnológico, sino de sus excesos que nos roban
humanidad, que ahogan la poesía de nuestras vidas y el simple hecho de estar
ahí hablando con los amigos. Estas tecnologías nos roban a menudo nuestras
iniciativas creativas, controlan nuestra responsabilidad compartida de
aprender, y nos contentamos con almacenar únicamente la información que nos
ofrece el teléfono móvil o la pantalla del ordenador. La palabra éxtasis
puede resultar sorprendente. En esta reflexión no incluyo experiencias de
trance, de emociones agudas que conducen a trastornos psíquicos, sino sólo
una especie de atención más completa, de observación de realidades humanas
ocultas por las tecnologías actuales o las teorías sociológicas analíticas. Llamo la atención
sobre lo ordinario de la vida, sobre la necesidad de encuentros cara a cara,
sobre los sentimientos que surgen de las interacciones con las pequeñas cosas
de la vida cotidiana, como si pudieran darnos algo que realmente necesitamos
y que hemos olvidado dentro de una ciencia tecnicista. Para algunos, todo
esto puede parecer un poco limitado o demasiado superficial frente a las
grandes teorías explicativas del nuevo colonialismo, la expansión del
capitalismo, la lucha de clases, la psicología analítica, la informática, las
teologías libertarias y sus fundamentos históricos y bíblicos. Sí, se trata
del éxtasis que se cuela en la vida cotidiana, de la atención que se presta
al hombre que recoge latas en los vertederos de las grandes ciudades, al niño
de la calle que vende chicles, a las mujeres que cocinan en la calle, a los
miedos que sienten, al hambre que les invade, a sus emociones y, sobre todo,
a sus temores ante un mundo que les es hostil. Esta situación nos invita a
descubrir e intentar expresar las raíces de nuestros miedos similares y
diferentes, miedo a nuestra especie, a la destrucción de la que es capaz, a
las mentiras que aparentan ser verdad, a la soledad que produce, a los dioses
engañosos que nos atropellan en la vida cotidiana. Éxtasis ante la
multiplicidad de sentimientos, ante la lluvia de razones, de las sin razones,
de lo divino y lo odioso sucediendo casi simultáneamente en la misma carne. Ya nos lo dijo la
poesía: no hay caminos para caminantes... Se hace camino al andar. Se
hace camino dándose la mano, llevando las cargas de los demás, compartiendo
el pan, curando heridas, denunciando a los falsos líderes y a los falsos
héroes. Este parece ser el nuevo lugar de nacimiento de las religiones, el lugar
del re-ligare que las constituye, el re-ligare unos con otros y con los demás
que nos sostiene en nuestra vida cotidiana. Por los caminos de la interdependencia y de una posible democracia siempre en construcción ¿Democracia en
construcción? Tantos siglos imaginando que ya estaba construida, que era la
práctica de muchas naciones e instituciones... ¡Un error, quizás! Aunque sea
vieja, la democracia sigue siendo un niño que apenas sabe balbucear su
nombre. Apenas sabe explicar su contenido, apenas sabe defenderse de quienes
preferirían verla muerta o muy debilitada. ¿Por qué? Nos hemos
acostumbrado a percibir el mundo de forma jerárquica, dividiendo y
distinguiendo especies, grupos, sexos, personas, pueblos, ríos, mares,
bosques y climas, como si unos fueran independientes de los otros y tuvieran
que estar unidos por intereses geográficos y económicos que hoy se consideran
los más importantes. Estamos muy lejos
de los antiguos códigos éticos que hacían de la exigencia de cercanía y ayuda
un mandamiento divino. La cercanía fraternal y sororal era para poder superar
de alguna manera las diferentes barreras que nos separan a unos de otros. El
llamado mandato divino presente en nuestra conciencia como obligación
ética de respetar la vida, nos obligaba a adoptar actitudes como la del
"buen samaritano" del Evangelio. Un hombre tendido en el camino,
víctima de ladrones. Autoridades religiosas y comerciantes que pasan de largo
y no le miran, no le ven o fingen no ver su deplorable estado. Un
desconocido, un samaritano, lo ve, lo acoge y ayuda a curar sus heridas. Su
gesto se convirtió en un ejemplo para el mundo, ¡un ejemplo de reconexión! En la misma línea,
podemos hablar de la conciencia ética presente en nosotros como una forma de
iluminación interior que se ha convertido en parte doctrinal de muchas
religiones y sabidurías. Se habla de acoger al pobre, al huérfano, a la
viuda, a los abandonados a su suerte y ayudarles a reanudar su vida con
dignidad. Este tipo de comportamiento salvífico se opone a la multiplicidad
de violencias producidas por la mayoría de los seres humanos que ignoran el
dolor de los demás. ¿Quién era el
caído? ¿Un marginado, un extranjero, una víctima de los ladrones? O
simplemente cualquier herido ayudado por un extranjero... ¿Fue ésta una
intuición democrática temprana? ¿O simplemente una sensibilidad ante el dolor
ajeno? No podemos dar una respuesta precisa. Sólo podemos constatar que la
hostilidad y el disimulo nos caracterizan, que protegernos del otro atraviesa
todos los pueblos y todas las historias. De repente, la ola de odio hacia el
otro se acumula y sólo nos sentimos aliviados cuando lo eliminamos dando
rienda suelta a los sentimientos destructivos que forman parte de nuestro
ser. Somos lobos y corderos los unos para los otros con el fin de garantizar
nuestra supervivencia individual y de grupo de clase. Y creemos que
destruyendo al que llamamos enemigo, estamos a salvo del mal que pretendía
afectarnos. ¡Pura ilusión! Los enemigos externos no mueren, sino que renacen
siempre porque son producidos por nuestra interioridad, porque nacen de
nuestros corazones de piedra insensibles a los muchos dolores del mundo
causados por nosotros, nacen de los excesos del consumismo individualista.
Matamos a uno, pero nacen otros enemigos como si fuera un proceso sin fin en
el campo fértil de nuestro ser. Sabemos que muchos
grupos de todo el mundo, conscientes de sus propios límites y de los
nuestros, intentan encontrar y experimentar formas de vida alternativas.
Buscan inspiración en el tribalismo, las pequeñas comunidades cristianas, los
monasterios budistas, las comunidades de candomblé de y otras formas de vida
religiosa desde las que equilibrar la bondad y la maldad que nos habitan
juntos. Tratan de afirmar sus opciones religiosas practicando la ayuda mutua
y tendiendo una mano a los muchos que han caído en los caminos de la vida. Desde esta
perspectiva ética, las religiones, a través de sus expresiones
plurales, podrían contribuir a la formación de comportamientos salvíficos y
crear así las condiciones para la eficacia de las políticas de las
democracias, para su revisión y evaluación ante los problemas del presente.
La formación de un corazón para la misericordia, el derecho y la justicia
lleva al descubrimiento del otro como mi prójimo o casi mi otro yo.
Surge entonces la necesidad de la ayuda mutua, de compartir los bienes para
que no haya necesitados. Esta acogida activa podría denominarse ética
universal, ya que de diferentes maneras se encuentra siempre en las
tradiciones religiosas y éticas que se extienden por el mundo. Es lo que
sostiene de manera especial lo que llamamos democracia, el gobierno del
pueblo para el pueblo, la ayuda mutua a los necesitados. Por eso, una
democracia sólo se hace posible o sólo se sostiene viviendo la ayuda mutua en
todos los sentidos, es decir, la conciencia ética de la interdependencia.
Vivir la interdependencia significa recordar en cada momento que yo soy el
otro e igualmente la Tierra, todos sus habitantes y todos los elementos que
la componen. Por tanto, sus elementos forman parte de mi cuerpo y mi cuerpo
forma parte de sus elementos. No puedo decir a mi mano no te necesito,
no puedo decir al aire y al agua no te necesito, no puedo decir al
estiércol no sirves para nada. La conciencia de nuestra
interdependencia vital es el elemento fundamental para la realización de la
democracia. Sin embargo, parece
que, a lo largo de los siglos, incluidos los llamados tiempos democráticos,
hemos subvertido esta integralidad de la comunidad de vida en su
relacionalidad esencial. Por nuestras pasiones destruimos bosques para criar
ganado, introducimos insumos químicos que desobedecen los ritmos de los
diferentes suelos, envenenamos las aguas, arrojamos basuras al mar,
producimos residuos atómicos y tóxicos y los esparcimos por las periferias
del mundo. Jerarquizamos los colores y las culturas, jerarquizamos las
orientaciones sexuales que difieren de la dualidad establecida. Todo en
nombre de una gobernanza seudodemocrático y de una metafísica fija y purista
que pretende gobernar los cuerpos y las creencias. Hoy, los habitantes
de vastas zonas han perdido los derechos sobre el lugar donde vivían, los
animales son exterminados, el bioma original es destruido. No han faltado
bendiciones ni celebraciones como consecuencia de la destrucción que, por
desgracia, sigue su curso en la vida cotidiana de muchas partes del planeta.
¡Esta es la guerra en la que vivimos! Una guerra antidemocrática que parece
no tener tregua ni fin. Es a partir de esta tristeza y desolación crecientes
que aún nos atrevemos a hablar de democracia, una democracia
interdependiente, inclusiva de todas las especies del planeta, una democracia
siempre en construcción, siempre ajustada a las nuevas exigencias de la vida
en el planeta. ¿Sigue siendo posible? Este es el reto al que nos enfrentamos. En la misma línea,
nos preguntamos si las religiones con una estructura fundacional patriarcal
pueden aún sobrevivir y seguir hablando de un Dios todopoderoso, Señor de la
Tierra y del Cielo que ama y protege a todos por igual. Tal vez sea necesaria
una revolución renovada, una revolución cognitiva, afectiva, histórica,
religiosa y continuamente educativa en la que no sólo podamos reconocernos y
conocernos como conciencia corpórea en la aventura de la evolución, sino
aprender a doblar la rodilla ante la magnitud de la vida en la que
participamos. Y si este es el caso, la consigna es el Cuidado, el
cuidado del planeta y de todos los seres que son nuestra imagen y semejanza,
la imagen y semejanza del Misterio Mayor del que y en el que momentáneamente
emergemos y somos. La palabra Dios,
viciada por el uso de los poderosos de este mundo, quizá caiga en desuso o
cambie su significado limitado. Dios ya no será el "todopoderoso de los
cielos", el doble de los poderosos de la tierra. Será en realidad
plural, como las gotas de rocío de la mañana, como la lluvia sobre tierra
seca, como los pájaros que nos despiertan con su canto, como la comida
ofrecida con placer, como una canción de cuna, como un recién nacido, como la
anciana moribunda, como un abrazo esperado. Dios será nuestra lucha por el
bien común, el amor a los que nos rodean, el cuidado de los enfermos, la
reforma agraria, el pan que no falta, la música, el canto y la danza que
mueven nuestros cuerpos. Dios con nosotros será la vida digna en
nosotros. Es en la poesía enraizada en la vida donde encontramos el aliento
que hace nuevas y bellas todas las cosas y nos hace alabar y esperar. Una
breve conclusión Este
no es el mejor de los mundos posibles, pero es actualmente en este mundo en el que
tenemos que buscar la manera de construir relaciones respetuosas entre las
personas que viven en el mismo planeta. Optimistas y pesimistas de las más
variadas tendencias tienen que hacer concesiones y tratar de entenderse en
relación con la democracia y las religiones para evitar grandes catástrofes
mundiales. No hay religión
pura, ni democracia pura, ni humanidad pura. Todo vive y convive en la misma
mezcla de vida y todo se comprende en la mezcla de vidas, sus
condicionamientos, deseos y formas de relacionarse. La búsqueda de la
pureza es una afirmación idealizada de nuestras posibilidades cognitivas. Es
una limitación o una frontera imaginaria. Ni las religiones ni las ciencias
políticas y sociales tienen la última palabra sobre las formas humanas de
vivir, conocer y construir sentido. Por eso los dioses o Dios ya no tienen
palabras sagradas inmutables. Ninguno de ellos podrá establecer la armonía ni
la felicidad en las relaciones humanas entre sí y con las inmensas fuerzas
del planeta. Desde esta perspectiva, el vasto campo de las religiones no
puede guardar en su seno los significados de la vida como si estuvieran dados
de antemano y bastara con convertirse a uno u otro credo religioso para
saborear algo del sentido pleno u oculto de nuestras vidas, como un secreto
del Dios monoteísta o de los dioses de la naturaleza. Todos los sentidos se
tocan de alguna manera, ya sea afirmando o negando. Todos los sentidos son
precarios y limitados. La democracia, a su
vez, da a las religiones un sentido de bienestar colectivo más allá de los
pequeños límites sectarios de las instituciones religiosas. Y las religiones
aportan a la construcción de las democracias algo del misterio humano que se
revela continuamente en la historia de cada día a través de la lucha por una
vida digna, a través de la experiencia de la fragilidad y la dependencia
mutua en la aventura de mantener viva la vida. Ambas podrían estar dispuestas
a ayudarse mutuamente y ambas podrían considerar la dimensión sagrada de la
naturaleza y de todos los seres como una expresión interdependiente,
relacional, exuberante y única de la vida en el planeta. En esta línea, la
religión y la democracia son más que instituciones especiales, son aspectos
de nuestra vida común, necesarios para el mantenimiento de la vida siempre
que ambas se sitúen en una interacción inclusiva y al mismo tiempo respetuosa
de todos los seres y sus campos de acción. La diversidad de
explicaciones míticas y la dirección ética de cada pequeño satélite religioso
expresan la grandeza del universo de significados posibles que damos a
nuestras vidas. Sin embargo, los significados no son estáticos, sino que
tienen que formar parte de la dinámica de la vida y del bien común. Por eso
estamos siempre invitados a mirar, a observar, a compartir significados y
acciones de lo que es esencial para buscar y mantener la dignidad de todas
las vidas en la vida del universo. La democracia
incluye a las religiones como expresiones de la diversidad de creencias
humanas, permitiendo el respeto entre ellas en la diferencia que las marca y
constituye. Del mismo modo, las religiones, institucionalizadas o mínimamente
comunitarias, están invitadas a ir más allá de sus preceptos y a enfrentarse
al pluralismo del mundo sin querer reducirlo a sus preceptos y doctrinas. En
esta línea, podemos hablar de democracia laica cuando un Estado trata de
evitar las injerencias privilegiadas de uno u otro credo religioso y no
favorece a una u otra religión, aunque sea la más común entre los
gobernantes. Tanto las
religiones como las democracias son construcciones de la mente humana que
busca aprender a convivir dentro de los límites de este planeta y de este
Universo extático al que pertenecemos. No hay por qué minimizar las
dificultades que surgen, sobre todo, de nuestras creencias religiosas
seculares subjetivas que satisfacen nuestras necesidades de seguridad y
protección. A partir de ahí, los discursos científicos y políticos no parecen
capaces de atender nuestras necesidades inmediatas, el apoyo que necesitamos
cuando nos abandonan, el milagro cuando la vida se ve amenazada. En esos
momentos, las verdades religiosas subjetivistas y a menudo mágicas parecen
resultar más eficaces que las luchas políticas en favor de la salud, la
vivienda, la escuela, el trabajo remunerado y la preservación de la
naturaleza. Si Dios o los santos o poderosas entidades protectoras hicieran
el trabajo que debería correspondernos, sólo tendríamos que someternos a
ellos y seguir con nuestra vida. Sin embargo, una simple observación de
nuestras vidas no confirma estas supuestas posibilidades. En este sentido, la
proliferación capitalista de empresas de milagros religiosos ha desempeñado
un papel fundamentalmente antidemocrático, aunque presten un servicio
consolador a muchos que buscan esa ayuda. Nada
es independiente, ¡todo es
interdependiente! Tenemos que seguir esta condición de vida para ganar algo
en la construcción de relaciones democráticas. Sin embargo, aún no estamos
convencidos de ello y cada uno buscamos nuestro lugar al sol o nuestro lugar
en las calles y avenidas de las grandes ciudades donde una manta sirve de
cobijo y un trozo de pan duro intenta aplacar el hambre que hace doler el
cuerpo. Este parece ser el orden desordenado de las complejas cuestiones que
la Vida en el Planeta nos ofrece en la actualidad. Y este Planeta vivo sigue
siendo nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra "casa común" mientras
intentamos comprender una y otra vez, como Chantal Maillard, que lo que
conocemos es mucho más de lo que nos sostiene como individuos.[4] Bibliografía Benhabib, Seyla. Las reivindicaciones de la cultura: Igualdad y
diversidad en la era global. Traducido por
Alejandra Vassallo. Buenos Aires: Katz Editores,
2006. Berry, Thomas. The Dream of the Earth. San Francisco:
Sierra Club Books, 1988. Butler, Judith. Relatar a si mesmo:
Crítica da violência ética. Belo Horizonte:
Autêntica, 2015. Carvalho de Moraes, Celia. “A Experiência
do Êxtase: Categorizando os Processos Envolvidos na Ampliação da
Consciência”. Estudos de Psicologia (Campinas) 19, núm. 1 (abril de
2002): 60–77. https://doi.org/10.1590/s0103-166x2002000100006. Gebara,
Ivone. Ensayo de Antropología filosófica. El arte de mezclar conceptos y
plantar desconceptos. Estella, España: Verbo
Divino, 2020. Gebara, Ivone, y David Molineaux. Longing for Running Water:
Ecofeminism and Liberation. Minneapolis: Fortress Press, 1999. Gilkey, Langdon. Nature, Reality, and the Sacred: The Nexus of
Science and Religion. Minneapolis: Fortress Press, 1993. Krishnamurti, Jiddu. Freedom from
the Known. London: George Allen & Unwin Publishers, 1954. Lewis, Ioan M. Êxtase
religioso. São Paulo: Perspectiva, 1971. Maillard,
Chantal. ¿Es posible un mundo sin violencia? Madrid:
Vaso Roto, 2018. Mills, Charles W. O contrato racial.
Rio de Janeiro: Zahar, 2023. Silva, Nelson Lehmann da. A Religião
Civil do Estado Moderno. Campinas, São Paulo: Vide, 2016. Sontag, Susan. Diante da dor dos
outros. São Paulo: Companhia das Letras, 2003. Ivone Gebara, es Doctora en
Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (São Paulo, Brasil)
y Doctora en Ciencias de la Religión por la Universidad Católica de Lovaina (Lovaina,
Bélgica). Contacto: ivonegebara@gmail.com Artículo recibido: 25 de marzo del 2025. Artículo aprobado: 15 de junio del 2025. |
|
[1] Chantal Maillard, ¿Es posible un
mundo sin violencia? (Madrid: Vaso Roto, 2018), Preámbulo.
[2]
Cf. Thomas Berry, The
Dream of the Earth (San Francisco: Sierra Club Books, 1988).
[3]
Cf. Freedom from
the Known (London:
George Allen & Unwin Publishers, 1954).
[4]
Cf. ¿Es posible un mundo sin violencia?