Vida  y

Pensamiento

Revista Teológica de la Universidad Bíblica Latinoamericana

Volumen 45, Número 1, Julio-Noviembre, Año 2025

 

Religión y democracia:

Propuestas teológicas para enfrentar

las agendas regresivas

 

 

 

 

 

 

¿Agenda regresiva o agenda agresiva?:

La propuesta neoliberal y la fe en Jesús

 

Néstor O. Míguez

Investigador independiente, Buenos Aires, Argentina

 

pp. 45-80

 

 

 

Resumen: La modernidad impuso la idea de un progreso histórico basado en el avance del conocimiento y una ética humanista, que tuvo distintas vertientes. Hoy esa idea entra en crisis a partir de los modos del llamado neoliberalismo y sus consecuencias. Entre ellas, un crecimiento del conflicto y la agresividad, la desigualdad social y la concentración del poder, a la vez que una destrucción paulatina del ambiente vital para muchas especies y la humanidad misma. El artículo describe parcialmente algunas de estas consecuencias, la ideología que la sustenta, las maneras de esta lucha por imponer su sistema, y se pregunta cómo afecta la fe cristiana, y cómo considerar el testimonio cristiano en esta situación.

Palabras claves: Modernidad, neoliberalismo, agresividad, teología latinoamericana, dinero.

Abstract: Modernity imposed the idea of historical progress based on the advancement of knowledge and a humanist ethic, which had different aspects. Today this idea is in crisis due to the ways of the so-called neoliberalism and its consequences. Among them, a growth of conflict and aggressiveness, social inequality and concentration of power, as well as a gradual destruction of the vital environment for many species and humanity itself. The article partially describes some of these consequences, the ideology that sustains it, the ways in which it struggles to impose its system, and asks how it affects the Christian faith, and how to consider Christian witness in this situation.

Keywords: Modernity, neoliberalism, aggressiveness, Latin American theology, money.

 

 

 

 

 

Néstor O. Míguez

 

¿Agenda regresiva o agenda agresiva?

La propuesta neoliberal y la fe en Jesús

 

La paradoja de avanzar hacia atrás

 

Hace algunos años el cantante Michael Jackson inventó un paso de baile, llamado “moon walk”, donde realizaba los movimientos de una marcha hacia adelante cuando en realidad estaba caminando hacia atrás. De esa manera parecía avanzar cuando en realidad retrocedía. Sin saberlo y sin quererlo el artista “pop” construyó una metáfora de lo que está sucediendo en el sistema-mundo que estamos viviendo. No alcanza el tiempo cotidiano para conocer y admirar los avances científicos asombrosos, los progresos de la física cuántica, la exploración de la astronomía, o las implementaciones técnicas que han desembocado en la llamada “inteligencia artificial”, entre muchos otros logros. Eso se refleja en la cantidad de dispositivos tecnológicos que hoy consume la población desde la infancia, las redes comunicacionales, las implementaciones robóticas en los campos de la producción de bienes y servicios, y nuevos descubrimientos en la medicina, por nombrar sólo los más evidentes.

 

Sin duda, la investigación científica y sus aplicaciones tecnológicas han tenido una aceleración extraordinaria, especialmente desde finales del siglo XIX. Se crean nuevos materiales, y se nos habla de una pluralidad de dimensiones y multiversos, de materia y antimateria, de la superación de la velocidad de la luz, de partículas entrelazadas que reaccionan simultáneamente a distancia, de la indeterminación de las partículas, entre otras muchas cuestiones. Se generan organismos de laboratorio para elaborar nuevos medicamentos y vacunas, y se avanza en investigaciones sobre clonación, ADN, y vaya uno a saber en qué más. Quienes somos legos en materias como la física cuántica o la microbiología no terminamos de sorprendernos con un descubrimiento cuando ya surgen otros y los paradigmas científicos mutan permanentemente. El macrocosmos y el microcosmos nos presentan nuevos enigmas a cada paso.

 

¿Se traduce eso en una sociedad más abierta, más justa e igualitaria? Todas las evidencias parecen indicar lo contrario. Se amplia cada vez más la brecha entre países ricos y pobres, “desarrollados” y empobrecidos. Lo mismo ocurre al interior de todas estas sociedades, en uno u otro extremo de la escala. Hambre y enfermedades evitables, violencia y persecuciones, prejuicios, odios y guerras siguen marcando el destino de millones de seres humanos. Entre tanto crece un consumo suntuario ostentoso y hasta ofensivo en un sector muy reducido de la población mundial, alentado por las promociones de estrellas deportivas o de los espectáculos. Para no decir lo irracional que parece cuando lo llevamos a nivel global, donde las grandes fortunas de los supermillonarios alcanzan niveles absurdos. La concentración de la riqueza es la más alta en la historia de la humanidad, y la distribución de los bienes indispensables para la vida humana es también claramente inequitativa, en tanto la especulación financiera parece ser la actividad más “productiva”.[1]

 

Ambas dimensiones están, sin embargo, entrelazadas. Gran parte de estas fortunas, de hecho, las mayores, se han logrado mediante un aprovechamiento sesgado de estos avances tecnológicos. Cuando se mira a quienes son hoy los hombres (todos varones, blancos, occidentales) más ricos del planeta, resaltan justamente las fortunas conseguidas a través de tres mecanismos: las patentes por los avances en la tecnología de internet (sistemas y plataformas), las marcas de los productos suntuarios y la especulación financiera (ver los informes periódicos de Forbes sobre las diez mayores fortunas, disponibles en internet). También han crecido enormemente las farmacéuticas. Un poco más atrás quedaron las grandes fortunas petroleras (aunque siguen siendo significativas) y las industriales (con cada vez menor peso).

 

¿Cómo puede ser que quienes tienen el mayor capital material no sean a la vez quienes posean los mayores capitales en valor monetario? Es que ha habido un cambio significativo del sistema económico a partir de algunos hechos reveladores. Uno de ellos es la separación del sistema financiero del sistema productivo y las nuevas formas de emisión de moneda. En los comienzos de la década de 1970 se quebraron los “acuerdos de Breton Woods” cuando unilateralmente el gobierno de EE.UU. dejó de respaldar el dólar con valor oro. Sin embargo, supuestamente siguen vigentes, dejando al dólar como moneda de cambio internacional. Ya antes, pero especialmente desde entonces, la posibilidad de emitir valores basados en la abstracción se volvió incontrolable. Lo han hecho mediante los créditos y bonos las naciones y sus bancos centrales, sus empréstitos y bonos a futuro, las empresas con sus acciones y endeudamientos, los bancos con sus créditos, y hasta los particulares con sus tarjetas de crédito. A esto hay que agregar todo el mundo de las llamadas “criptomonedas”, cuya generación y distribución solo ocurre en el espacio virtual, y, como su denominación lo indica, es un mundo krypto[2].

 

A ello hay que agregar los fenómenos llamados de la “globalización”, donde se imponen hegemonías económicas, bélicas, nuevas formas de sometimiento a pueblos y naciones, y que afectan hasta qué y cómo nos vestimos, jugamos, comemos, o incluso si comemos o no. No ajeno a esto es la afectación al ambiente en el cual desarrollamos nuestra vida como humanos, y la vida de otras especies y del mismo planeta. Se han modificado las condiciones de habitabilidad y sustentabilidad vital, y ya se dejan ver sus consecuencias sociales y ambientales. Esto incluye los requerimientos energéticos de muchos de estos inventos, entre otros, sin que ello sea óbice para que poderosos sectores sociales, económicos y políticos (además imbricados unos y otros en una situación de imperio[3]) se detengan a mirar sus consecuencias y se dispongan seriamente a modificarlas. Qué y cómo se producen y distribuyen los bienes, los modos, calidades y cantidades de producción, el uso y desperdicio, las formas del consumo, condicionan vidas y muertes. Y esas condiciones se imponen agresivamente, en algunos casos por propia elección de los afectados[4], y en otros con persecución y represión, frente a los cuestionamientos y las resistencias de los pueblos.

 

Esta realidad nos lleva a adentrarnos en otras dimensiones necesarias para comprender estos fenómenos. Porque más allá de lo que ocurre en lo que seguimos llamando “naturaleza”, estos hechos producidos por el ser humano nos afectan y producen datos y emociones, modos de percibir y sentir que al integrar nuestros saberes nos modifican en nuestra inteligencia y relaciones, y afectan las configuraciones culturales[5], las formas del poder, la comprensión que tenemos de nuestra propia vida. La incidencia de estas modificaciones a nivel planetario y la forma y sistema en que ocurren ha llevado a algunos geólogos a plantear que estamos viviendo una nueva era que llaman antropoceno, o más precisamente “capitaloceno”.[6] Pero estos cambios no significan lo mismo para todos los seres humanos, ni nos influyen de la misma manera. Implican cosas distintas según el lugar que habitamos, las dimensiones culturales y étnicas, nuestra ubicación social por edad, género, hábitat, riqueza o pobreza, disponibilidad y recursos. Y también las percepciones ideológicas, nuestras convicciones y certezas, lo que creemos, esperamos y amamos.

 

De allí la pregunta: lo que estamos viviendo en este punto de la historia, ¿es avance o retroceso? Y además sumamos otra cuestión: ¿cuánto de imposición, agresión, desconocimiento de la realidad de los otros y otras, del propio mundo creado, hay en estos supuestos avances? ¿Es posible que lo que en ciencias y tecnología sea conocimiento y avance, luego en su aplicación, en la economía y la política, en la ética humanista y para la fe cristiana, sea desconocimiento, retroceso y agresión?

 

La relatividad de progreso y regresión:

A qué llamamos progreso

 

Esto nos pone ante el dilema de lo que llamamos “progreso”, y el cuestionamiento sobre si hay verdaderamente tal cosa. Para las culturas antiguas los tiempos eran cíclicos, regidos por las estaciones y el movimiento de los astros, y cada año repetía, según la voluntad de las deidades, la misma dinámica. En la visión mitológica de varias culturales, por ejemplo la griega, incluso hay una decadencia, desde los formidables héroes míticos a la corrupción y debilidad de los seres humanos actuales. En algunos relatos hay una edad de oro pasada, y eventualmente se puede dar una futura; pero esta edad de oro no surge de la acción humana sino de la voluntad de las divinidades –así, por ejemplo, en la poética laudatoria del principado romano la Pax Augusta fue posible al ser acompañada por la pax deorum. No hay idea de continuidad ni causalidad histórica de los hechos, por eso tampoco hay idea de progreso. De hecho, lo demuestran los calendarios, donde para contar los años se comienza nuevamente a partir de la asunción de un nuevo rey o emperador (En el año X del reinado de xxx…).

 

Una visión más compleja aparece en Israel, donde el tiempo cíclico se tiene que repensar desde hechos históricos, y ambas dimensiones se entrecruzan: la liberación de la esclavitud, el asentamiento en la “tierra prometida” y el establecimiento del reino, su posterior caída y el exilio, el retorno, aparecen como hechos conmemorables, generan algo que podríamos llamar una “memoria histórica” que le da a la noción de tiempo otro sentido. Sin embargo, tampoco implica una noción de progreso: el tiempo de la justicia y la paz no se alcanzarán poco a poco, sino por la irrupción divina. Lo mismo encontramos en la apocalíptica, también en la primera apocalíptica cristiana.

 

Lo que usualmente se ha llamado “progreso” es un concepto de la modernidad, ya que supone una concepción de tiempo lineal, y una sucesión de hechos que le dan una direccionalidad a esa línea de tiempo, un sentido que le daría plenitud final a la existencia humana. Supone una visión del mundo que se aparta del arbitrio de los dioses y asume un protagonismo humano. Se podría marcar la última década del siglo XV y los primeros años del siglo XVI como decisivos en este pasaje, donde la ciencia, la política, el comercio, el arte, la religión, la concepción misma del universo sufren cambios súbitos y rotundos, como no se volvieron a experimentar hasta tiempos recientes. Baste señalar algunos nombres presentes en ese cambio de siglo: Colón, Copérnico, Maquiavelo, Da Vinci, Miguel Ángel, Lutero, Pacioli[7], por citar solo algunos. Junto a ello se da el crecimiento de las ciudades, el ascenso de la burguesía y el modo de vida burgués, que facilitaron el desarrollo y la expansión de estas nuevas cosmologías y antropología.

 

La teoría de la evolución ha contribuido significativamente a fortalecer estas concepciones. La naturaleza misma va en progreso, va evolucionando desde formas inertes y simples hasta las más vitales y complejas, culminando con el ser humano y su posibilidad de conciencia y racionalidad: la materia pensándose a sí misma. Pero ello supone también un proceso de adaptabilidad, de selección natural, de capacidad de supervivencia según se den las condiciones. Solo el más apto y quienes mejor se adaptan tienen derecho a subsistir. Así, tanto en el reino vegetal como en el animal las especies y ejemplares más débiles se descartan y los que no logran adaptarse se extinguen. Hay, naturalmente, “ganadores” y “perdedores”, en una competencia por la subsistencia. Algunas culturas lo legalizan: recordemos Esparta o Roma, por citar solo lo de los manuales.

 

Sin embargo, eso no necesariamente se aplica a la especie humana en su totalidad. La lucha constante y el sentido de autopreservación a costa de los otros no se manifiesta en todas las culturas, ni el descarte del débil necesariamente es la única opción, ni biológica ni culturalmente.[8] En algunas sociedades aparece un sentimiento de cuidado y de protección hacia el más débil, tanto en lo familiar como en lo social y político. La empatía con el débil aparece como el núcleo de una construcción ética.[9] Esto es especialmente cierto en la línea profética de Israel. Dios se hace presente como el protector de los oprimidos, el liberador de los esclavos. El cuidado de “la viuda y el huérfano, el pobre y el extranjero” aparece como el paradigma de la justicia. Incluso se considera como parte de la responsabilidad política del rey.[10] La idea de sacrificio y descarte es desechada en nombre de la misericordia.[11] Esto se profundizará en la fe de Jesús: Lo que debe expresarse es el amor al prójimo, justamente en el cuidado del hambriento, del sediento, del desnudo y enfermo, del oprimido, del cautivo, del débil: allí radica la prueba de la fe, el reconocimiento del Mesías.[12] Pablo le pondrá el nombre de “gracia”, y es el Dios de Gracia el que reconocemos, frente a los cultos e ídolos sacrificiales. Por ello los que “subsisten” son la fe, la esperanza y el amor.[13]

 

Así aparece la idea también de un cierto progreso ético y social. El pasaje de una sociedad jerárquica controlada por los más poderosos, la “nobleza”, a una sociedad más igualitaria, donde los ciudadanos (burgueses, varones, en su primer momento) logran generar más libertad. La consigna de “Libertad, igualdad, fraternidad” del orden liberal suponía la complementariedad y sostén y también mutua limitación de cada uno de estos términos. Así se fue generando la idea de los derechos humanos y se construiría el “orden y progreso”, lema que alcanzó a filtrarse en la bandera de Brasil.

 

El surgimiento del sistema económico capitalista acompañó esta visión liberal y positivista, y para algunos se postula como el punto más alto de la evolución (el fin de la historia). Por ello cualquier cuestionamiento al capitalismo imperial sería, para estos sectores, un retroceso. Es una visión que ha invadido también a la teología, e incluso algunas vertientes críticas. Luego el socialismo se planteó un paso más: superar el orden de la burguesía y su control de la riqueza a través de la propiedad intangible y del mercado (Adam Smith), para asegurar que esa riqueza quede disponible para todos los seres humanos. No es el individuo el que es libre, sino la sociedad en su conjunto que libera sus fuerzas eliminando las formas de opresión económica. Por supuesto, esta corriente tuvo distintas expresiones, algunas más radicales y revolucionarias u otras que buscaban estos resultados mediante reformas sucesivas al sistema capitalista. Finalmente, ni una ni otra han logrado sostenerse, más que parcial y temporalmente. Esto es también parte de nuestra pregunta.

 

Pero también otras diferenciaciones y desigualdades fueron cuestionadas: los prejuicios étnicos y la discriminación racial fueron combatidas y sancionadas (al menos teóricamente) en muchas legislaciones y tratados internacionales; los estudios de género y las luchas feministas pusieron en cuestión los supuestos del patriarcalismo; nuevos derechos sociales emergieron de las luchas sindicales y se ampliaron los alcances de la educación y la salud pública, por citar sólo los más influyentes. Se propuso un “estado de bienestar”. También creció la conciencia sobre el medio ambiente, el cuidado y el valor de la biodiversidad, y se comenzaron a considerar los “derechos ambientales”. Muchas de estas expresiones también alcanzaron una expresión significativa en la teología.

 

Desde esas nuevas concepciones, al menos en occidente, se ha impuesto la idea de que la historia humana es una historia del progreso, de que somos cada vez mejores y más plenos, que eventualmente alcanzaremos una sociedad perfecta. Con sus variantes, desde el idealismo kantiano, la dialéctica hegeliana, y hasta la sociedad sin clases del marxismo, o la ilusión de que la tecnología solucionará todos los problemas de la existencia, la modernidad nos propone el desafío de construir nosotros mismos la sociedad ideal, según sean las distintas utopías formuladas por los sesgos ideológicos vigentes.

 

En la teología protestante estas ideas alcanzaron su máxima expresión en las teologías liberales del fin del siglo XIX, que señalaban la posibilidad de tener un Reino de Dios en el “más acá”. En otro tenor, algunas de las diferentes teologías de la liberación también consideraron la posibilidad de ir construyendo el Reino de Dios mediante la lucha social –en algunos casos incluyendo la lucha armada. En el ámbito católico quizás el mayor exponente de esta idea de progreso, a partir de una particular lectura de las ideas evolucionistas, es Pierre Teilhard de Chardin y su propuesta del proceso de hominización[14]: Dios va guiando al ser humano desde el punto Alfa de la creación hasta el punto Omega de la consumación en el Reino. Jesús es “el Alfa y la Omega”, el punto medio que expresa y reúne ambos: el logos creador, primogénito de la Creación y el consumador final, que acompaña el proceso humano “hasta el fin de los tiempos”. Esta teología influyó en varios autores de la teología de la liberación en América Latina, como Juan Luis Segundo y las primeras obras de Leonardo Boff.

 

Estas ideas fueron combatidas por el fundamentalismo, que sin embargo también sucumbe, sin saberlo, al positivismo, al proponer una lectura literalista de la Biblia como si fuera un moderno libro de ciencia, regalando así el mismo concepto de verdad a su enemigo.[15] Más potente es la crítica de K. Barth, quien señala las incongruencias del liberalismo y la necesidad de volver a poner el centro en la revelación divina. La fe, como don divino, y no la capacidad humana, es lo que nos vincula con la plenitud. Es a partir del hecho cristológico y su testimonio que el ser humano busca su sentido y existencia, tanto en lo personal como en la dimensión comunitaria. La compresión barthiana y su temprana crítica al positivismo liberal encuentra su verificación en la guerra de 1914-1918, y más claramente después en la II Guerra Mundial, que muestra que el ideal de una paz ligada al progreso humanitario termina en los campos de concentración del nazismo. Esta visión también influyó en algunos autores de la teología de la liberación en América Latina, especialmente en su versión evangélica.[16]

 

Con todo, la acción humana no es inútil ni neutra: lo que hacemos en la historia es testimonio de nuestra fe en un Dios de amor y justicia, que es lo que revela Jesús de Nazaret en su acción y enseñanza. Por ello, a diferencia de las corrientes de la teología posliberal de cuño existencialista, no es posible vaciar a Cristo en la especulación filosófica o en el kerygma de la iglesia, separándolo del Jesús histórico. La encarnación supone la dignidad del ser humano, independientemente de su condición social, racial, de género, etc. Jesús enseña, alimenta, sana, se comunica con los elementos naturales, y es en ello que muestra la presencia divina. Y sostener esa dignidad en la vida de los pueblos y del planeta mismo es el mandato de amor y la búsqueda “del Reino y su justicia”, el núcleo insoslayable de la ética cristiana y el compromiso social del creyente. Así lo entendió la teología de la liberación en América Latina y otras teologías del mismo signo que surgieron en la segunda mitad del siglo XX.

 

Evolucionismo y supervivencia (la lógica neoliberal)

 

Sin embargo, en esos mismos años y especialmente en las primeras décadas del presente siglo, otra vertiente ideológica parece imponer su hegemonía. Podemos verla surgir con distintos matices y nombres (la “escuela austríaca”, neoliberalismo, anarcocapitalismo, monetarismo). Más allá de pequeñas diferencias, coinciden en lo fundamental: toda actividad humana debe ser regida por la variante económica, y a su vez la economía debe ser guiada exclusivamente por la maximización de los ingresos (afán de lucro). Sólo el mercado garantiza esto, y por lo tanto debe ser el único regulador de la actividad humana. Cualquier intromisión es nefasta, especialmente la del estado, que debe limitarse a asegurar el derecho de propiedad (de los ricos) y la absoluta libertad de los individuos. Toda consideración ética o propuesta cooperativa o social debe ser excluida, so pena de atraer el infierno del colectivismo. Estas prácticas encuentran su justificación en los teóricos del neoliberalismo, como Von Mises, Hayek o Friedman como los fundamentales. Y quizás el más extremo de ellos, Murray Rothbard, cuyos conceptos son citados como estribillos por los políticos del neoliberalismo latinoamericana.[17]

 

En la medida en que esto ya ocurre, y unas pocas personas han logrado acumular en sus cuentas las más grandes proporciones de capital, aunque sea virtual (ver más adelante), una nueva aristocracia económica surge e impone sus condiciones al resto de los seres humanos, transformados en siervos, proletarios y vasallos que quedan sometidos, tecnología mediante, a su poder. De allí que algunos autores señalan que en realidad lo que nos ocurre es una vuelta a formas propias del feudalismo, un “tecnofeudalismo”.[18] No es sólo cuestión de “hombres malos y ambiciosos”, sino el resultado de un proceso estructural, pero también de una transformación tecnológica de los medios de producción y una determinada configuración cultural.

 

Se establecen verdaderos dispositivos tecnológicos y culturales que capturan la subjetividad y moldean los deseos, las actitudes, la “opinión pública” y el sentido común. Esta acumulación de poder tecnológico, económico, cultural y político-militar vacía de contenido la democracia, que queda transformada en una formalidad sin fundamento. Así, lo que el liberalismo tradicional consideraba una de las mayores conquistas y progresos políticos de la humanidad, la universalización del sistema democrático queda absorbido en una lógica crematística. La sociedad, y más todavía “el pueblo”, es un abstracto.[19] El concepto mismo de pueblo se disuelve, al considerarse que solo existen individuos aislados, en competición, luchando cada uno por imponerse y asegurarse su libertad y autocontrol.

 

Esto se argumenta desde la misma idea de evolución. A la evolución biológica, que alcanza su meta en la racionalidad humana, le sigue una evolución cultural, que va superando el primitivo instinto tribal para conquistar la libertad individual. Por ello la creencia en la justicia social es un atavismo.[20] Cualquier mecanismo de limitación de esa libertad, especialmente la libertad económica, que pretenda controlar la actividad y relación de los seres humanos, de las personas en su individualidad, especialmente el estado, debe ser superado. El único lugar donde esa posibilidad de libertad y expresión de la propia actividad se verifica es el mercado de libre competencia, ese espacio natural, dado por la propia evolución (o por la Providencia, en la versión deísta de A. Smith). Allí los seres humanos interactúan según sus capacidades, donde se alcanza el punto máximo de la racionalidad: la razón instrumental. La razón axiológica debe ser desechada, pues el único fin válido y posible es la maximización de las ganancias.

 

El antiguo y el neoliberalismo

 

Esta nueva versión del liberalismo (que algunos han optado por llamar “libertaria”) en realidad es una tergiversación del antiguo ideario democrático de la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica o de la revolución francesa, que se señalan como el lugar de plasmación del concepto liberal (aunque subsistían en ellos doctrinas esclavistas y prejuicios de género). Incluso claramente se distancia de los postulados de Smith sobre el mercado “providencial”, ya que rechazará la idea de competencia perfecta, y verá al mercado como un constructo generado por la propia actividad social de los individuos en su evolución. Si el lema de la revolución francesa fue “libertad, igualdad, fraternidad”, esta nueva formulación descarta las dos últimas. La igualdad y la fraternidad eran las formas de equilibrar el postulado de la libertad individual. Sin ellos la absolutización de la libertad, y más como libertad individual, se vuelve simplemente un escenario de lucha impiadosa.

 

Esta nueva versión considera que la fraternidad, el amor al prójimo más allá del ámbito familiar, es una rémora de la estructura clánica primitiva, y que la igualdad es una postulación, no solamente imposible, sino antinatural, ya que los seres humanos somos dotados de virtudes y defectos en desigual manera, y suponer o imponer capacidades igualitarias atenta, justamente, contra la individualidad. La capacidad de actuar en la búsqueda instrumental de la maximización de las ganancias es el privilegio de una elite, mientras las masas quedan atrapadas en la tentación clánica del colectivismo. De esta manera el neoliberalismo se anuda a la vez con algunas formas del conservadurismo. La desigualdad es, por el contrario, el motor de la sociedad, su máquina de progreso, al incentivar a unos a ponerse por sobre los otros, y a los rezagados a tratar de emular y alcanzar a los más exitosos.

 

Nada de esto es compatible con el dicho de Jesús de que difícilmente un rico entre al Reino de los cielos, y que los primeros serán últimos, y los últimos primeros. Menos aún con las bienaventuranzas y ayes del Sermón del llano.[21] Esta oposición a los postulados de la fe cristiana es señalada por Hayek en sus primeras publicaciones, que explicitan su proyecto intelectual, económico y político. Vale la pena citarlo:

 

Que la religión misma no nos da una guía definida en estos asuntos [el orden social y económico] lo demuestran los esfuerzos de la Iglesia por elaborar una filosofía social completa y los resultados totalmente opuestos a los que llegan muchos, aunque parten de los mismos fundamentos cristianos. Si bien la disminución de la influencia de la religión es indudablemente una de las principales causas de nuestra actual falta de orientación intelectual y moral, su recuperación no disminuiría mucho la necesidad de un principio de orden social generalmente aceptado. Todavía necesitaríamos una filosofía política que vaya más allá de los preceptos fundamentales, pero generales, que proporcionan la religión o la moral.[22]

 

El propósito queda claro: ir más allá de lo que postulan tanto la religión como la moral, nuevos “preceptos fundamentales” que sean “generalmente aceptados”, es decir, impuestos al conjunto social. Es necesario fundar una nueva cultura del individualismo, que prescinda de cualquier precepto religioso o moral. Eso lo proporcionará el mercado. Pero además, más adelante en su obra, abogará (contra Smith) por el mercado imperfecto, ya que un mercado perfecto, donde todos sus participantes tuvieran las mismas oportunidades y derechos, los mismos conocimientos y disponibilidad, resultaría en un equilibrio inmovilizador. La competencia perfecta es un imposible que ni siquiera es deseable. ¡Viva la libertad individual, fuera con la igualdad y la fraternidad! ¡Ni moral ni religión (excepto la del mercado)! Nada debe restringir la ambición ni el dominio de los privilegiados y dominadores. Según los libertarios eso es el progreso, la superación que llevará a la humanidad a su destino, a la mejor sociedad posible.

 

Las metas utópicas y la dinámica de la voluntad

 

Esta meta de la utopía libertaria ubica al capital como su sujeto y su centro y pone al ser humano a su servicio.[23] Así se confronta con otras visiones del futuro de la sociedad humana, que se nutren del humanismo o de la fe, vinculados con la existencia social igualitaria, el acceso a las condiciones vitales y los logros de la educación y la inventiva humana para todos los humanos. En ese sentido, los Derechos Humanos establecidos por la declaración de Naciones Unidas en 1948 y su vigencia, a la que deben agregarse los llamados “derechos de tercera generación”, los derechos de la niñez, las condiciones de género, y los “derechos de la naturaleza”, aprobados en tratados y acuerdos o metas posteriores, aparecen en el horizonte cultural como una esperanza de dignidad humana, un camino de progreso marcado por otras concepciones ideológicas y/o religiosas. Para el pensamiento utópico este es un piso sobre el que construir otros caminos hacia la sociedad que le da al ser humano y al orden natural posibilidades de mayor plenitud, “para que tengan vida y la tengan en abundancia”.

 

Aquí aparece otro elemento significativo para la comprensión de estas dinámicas. Algunas lecturas mecanicistas y estructuralistas del marxismo, al igual que cierto evolucionismo cristiano que ya he señalado, pareciera confiar en que el progreso y la mejora de los sistemas sociales pueden producirse casi como hechos naturales, inevitablemente, porque así está inscripto, sea en la dinámica de las fuerzas productivas y sociales o en el designio divino. Que, en todo caso, los retrocesos que observamos son momentos de perdida de velocidad de esa marcha, el dar un paso atrás para dar dos adelante.

 

En el otro extremo aparecen ciertas actitudes filosóficas y convicciones religiosas que insisten sobre la inutilidad del esfuerzo humano, sobre la incapacidad del ser humano, individual o colectivamente, de modificar su destino, de interferir o desviar lo que “está escrito”, en las fuerzas astrales o las leyes divinas –también las del mercado. Solo Dios, y en forma catastrófica, pondrá fin a esta existencia y este mundo. O, en lecturas pesimistas, que en realidad la historia humana se dirige hacia la autodestrucción planetaria.

 

Estas posiciones extremas nos vuelven a la pregunta fundamental sobre el sentido de la historia humana y el lugar de la voluntad. Nos traen a considerar el sentido de las utopías y la posibilidad de tenerlas como guías de acción.[24] Pero estas cuestiones no se resuelven solo en el plano abstracto de las concepciones filosóficas, sino que se insertan concretamente en la práctica social y política, en la construcción de las diversas configuraciones culturales.

 

Por eso, avance o retroceso, progreso o regresión no son términos absolutos sino lecturas del movimiento histórico a partir de una determinada comprensión de nuestra condición humana, del sentido de la existencia social y la vitalidad de la creación. Esto nos lleva a reconocer que estamos en lo que se ha dado en llamar una batalla cultural, donde se juega en el plano ideológico la hegemonía de los sectores dominantes en el plano económico y político-militar. De esta manera el ideario libertario se propone desplazar tanto al liberalismo de viejo cuño, al socialismo en sus diversas variantes, como a la fe cristiana como las ideas fundamentales, los “mitos fundacionales” de la cultura occidental.[25]

 

Sin pretender ser exhaustivo (otros artículos de esta publicación seguramente abundarán sobre otros aspectos) quiero referirme a algunos espacios donde se dan estas cuestiones que marcarán progreso o regresión, según las distintas perspectivas y lecturas ideo-teo-lógicas.

 

La apropiación sesgada del conocimiento

 

Uno de los primeros elementos para poder decidir si verdaderamente estamos frente a cierto progreso o la humanidad se encuentra en retroceso es el tema de la implementación de los descubrimientos, informaciones y constructos que se han alcanzado mediante descubrimientos e inventos desarrollados en las últimas décadas. Esta verdadera catarata de saberes y tecnologías, de variados dispositivos que invade nuestra cotidianeidad sin ninguna preparación especial para ello, que se nos imponen por la fuerza de los hechos, sin duda están modificando actitudes y conductas, dietas y salud, hábitos y paisajes, incluso las capacidades y deseos, las formas relacionales y van creando nuevos sentidos y lenguajes. Hasta qué punto nos exceden sus consecuencias sobre nuestra propia dimensión humana no es algo que podamos avizorar aún.

 

Sin embargo, como señalamos, aparecen de manera asimétrica, incidiendo diferenciadamente y ampliando las brechas culturales, generacionales, económicas, por lo que debemos preguntarnos si es un “logro de la humanidad” o se trata de nuevas formas opresivas de un sector sobre otro. Algunos derechos se han quitado a las personas físicas y se han extendido a las personas jurídicas (virtuales) y los entes financieros. Por ejemplo, en el importante fenómeno actual de las migraciones, se restringe la libertad de movimiento y tránsito a las personas físicas, especialmente a los pobres y trabajadores, se imponen barreras y muros, mientras una elite globalizada se mueve por los lugares y los no-lugares del lujo y la ostentación.[26] A su vez se hablita el tránsito irrestricto de valores financieros a través de los mercados globales sin siquiera pagar impuestos. Los bienes se producen a través de fronteras, el dinero fluye por la internet, pero los trabajadores y los desocupados quedan fijados a la tierra, como en el medioevo.

 

Esto se produce por diferentes mecanismos. Uno de ellos es cómo se gestionan los derechos de propiedad sobre los llamados “bienes intangibles” (patentes, marcas, registros, tecnología, software, diseños, etc.). Curiosamente, y contra el propio sentido del individualismo planteado a nivel teórico en la variante neoliberal, no son los productores directos quienes se benefician de sus creaciones, sino los “señores feudales” que los emplean, o las corporaciones y las plataformas que los comercializan (los que suelen coincidir).

 

Uno de los ejemplos más notables y evidentes se da en la industria farmacéutica, en el reciente caso de la pandemia de COVID-19. Las diferentes vacunas no son registradas ni conocidas por el nombre de sus creadores (como fue la “pausterización”, en homenaje a L. Pasteur, o las vacunas “Salk” o la “Sabin” en el caso de la poliomielitis) sino por los laboratorios que las comercializan. Los aportes de los científicos que las crearon, en trabajos en equipo y centros universitarios, quedarán, con suerte, en alguna nota de una revista científica, pero la patente, marca y comercialización es usufructuada por la empresa comercial. Algo similar ocurrió con los medicamentos dedicados a combatir el HIV-SIDA.[27] Esa apropiación es además una captura de saberes múltiples, ya que ningún conocimiento nuevo nace de cero, y es deudor de cientos de años de investigaciones, intentos y decepciones, aportes y experiencias que luego son parte de un saber universalizado. Otro ejemplo, en el mismo sector, es la pretensión de ciertos laboratorios de “patentar” como propiedad exclusiva ciertos productos que eran conocidos ya ancestralmente como medicinales por los pueblos originarios, o incluso de patentar en exclusividad la secuenciación del ADN humano.

 

No sirve negar la valía de los trabajos científicos en ese campo (y otros), pero distinto es generar una legislación que limite su uso amplio para asegurar las ingentes ganancias que irán a parar a los bolsillos de los financistas que explotan la marca comercial del laboratorio, que nada saben de biología. En muchos casos gran parte las acciones de estas empresas medicinales están en manos de los grandes fondos de inversión, aumentando aún más la distancia entre el trabajador (científico) y quienes se apropian del rédito económico de su trabajo (nuevas formas de apropiación de la plusvalía y la renta económica). Una vez más el progreso (científico) produce una regresión en la distribución de la renta.

 

De esa manera el financiamiento se apropia de la producción material. Sin duda el financiamiento aparece como necesario para la producción. De hecho, en el caso de las vacunas para el COVID-19 gran parte del financiamiento que posibilitó su rápido desarrollo provino de fuentes estatales[28], pero luego los beneficios económicos quedaron mayormente en las manos de las empresas privadas. Por ello, el tema de la propiedad privada o apropiación corporativa, frente a concepciones que limitan la propiedad, su uso y extensión, aparece en el centro de la discusión sobre progreso o regresión. Y también es parte del debate histórico entre las ideologías privatistas y las posturas humanistas, religiosas y/o socialistas (en sentido amplio).[29] Esto nos lleva al siguiente punto.

 

La virtualidad de la riqueza

 

Sin duda la financiación, con distintas formas y modos, o hasta nombres, forma parte del esquema productivo de la modernidad en cualquiera de sus variantes. En el fondo, la financiación es una anticipación de una producción futura.[30] ¿Pero es esto totalmente así en los actuales sistemas económicos? Una lectura crítica de cómo opera el mundo financiero en las últimas décadas nos muestra que mientras efectivamente una parte de la actividad financiera se relaciona con la producción de bienes y servicios, otras agencias del sector, que han llegado a ser mayoritarias, juegan su propio juego cada vez más autónomo de otros factores productivos y distributivos. Tanto es así que se forja una esfera propia de “los mercados financieros”, que ha generado un neologismo: la financierización. “Financierización se refiere al rol creciente de los motivos financieros, los mercados financieros, los actores financieros y las instituciones financieras en la operación de la economía tanto nacional como internacional”.[31]

 

Este juego autónomo de la especulación financiera ha generado un desfase entre la economía real y la financiera. Ciertos estudios nos indican que en el año 2010 los activos financieros eran 316% mayores que el PBI mundial.[32] Como señala Epstein en el citado artículo, en EE.UU.N.A., la mayor economía mundial, ese desfase en 2015 era del 500%. Los activos financieros más que triplican el PBI mundial, lo que significa que el dinero ya no representa los bienes reales disponibles, que esos activos financieros no tienen contraparte efectiva en la economía real. Es un dinero virtual, ficticio. Y más todavía cuando se le agrega el tema controversial de las llamadas “criptomonedas”. Una parte significativa de ese desfase lo forman las deudas de los países subalternos, deudas mayormente impagables, generadas a decenas de años, en algún caso a cien años, que se negocian en los mercados como valores actuales, cuando no sabemos qué será del mundo y la humanidad dentro de diez años. Ya no representan una producción a futuro sino un ídolo del presente.[33]

 

Un ejemplo de ello lo constituyen las llamadas “derivadas” que se conforman a partir del puro factor especulativo.[34] Es la simple acumulación de cauciones y de seguro sobre valores y bonos, sobre otros seguros, una cadena que “crea de la nada mediante la palabra”. El antropólogo Arjun Appadurai estudia este fenómeno de Hacer negocios con palabras y señala su carácter cuasirreligioso.[35] Otro ejemplo es el negocio de las apuestas deportivas. Prácticamente todos los eventos deportivos mayores son auspiciados por estas plataformas, que alcanzan así públicos masivos y mueven miles de millones de dólares sin producir nada y generan grandes ganancias a sus gestores, sumas de dinero virtual que sin embargo altera la economía doméstica de sus usuarios. Muchos de estos dineros provienen de negocios clandestinos mediante el llamado “lavado de dinero”.

 

Si estos dineros no tienen contraparte en la producción y en los bienes de la economía real, ¿qué son?, ¿qué representan? El mismo concepto de dinero queda alterado. Es dinero intangible, billones de dólares que constituyen las más grandes fortunas, que se puede reproducir al infinito ya que apenas son impulsos electrónicos en chips de computadora. “Fondos de inversión” que crecen a un ritmo incompatible con la producción real, fantásticas fantasías que se acumulan en cuentas artificiosas en megaservidores electrónicos que demandan abrumadoras cantidades de energía para sostener una ficción monetaria y que impulsan una carrera frenética que desconoce los tiempos y formas de la naturaleza y por lo tanto amenaza con destruirla. ¿Podemos llamarlo “progreso”?

 

El conflicto por la comunicación hegemónica

 

¿Qué hace que seres humanos “racionales” acepten y promuevan esta irracionalidad como razón? ¿Qué lleva a confundir de manera tan ingenua realidad con fantasía, lo tangible y vital con lo aparente y vacío? Cuando en teología o en antropología cultural hablamos de dioses y diosas, de divinidades, fuerzas o potencias celestiales o infernales, señalamos experiencias y deseos proyectados al plano de lo trascendente en imágenes que aparecen como poderosas y demandantes en la subjetividad de sus creyentes. Hasta qué punto esas potencias son efectivas y actuantes (por no decir existentes, que demanda otro plano) no es un asunto que se pueda dilucidar mediante métodos probatorios, a pesar de los intentos por hacerlo de diferentes corrientes teológicas, teosóficas o las teodiceas de distintos signos. La decisión de qué constituye un falso ídolo y un Dios verdadero es, pues una cuestión de creencias y confianzas según sean esas experiencias y deseos y su proyección. Allí descansa el núcleo de lo religioso[36], los mitos fundantes, las creencias aglutinantes de una cultura.

 

En ellos se reflejan las proyecciones vitales, las percepciones cósmicas y las demandas éticas que organizan las relaciones sociales y el vínculo con el medio natural. Por lo tanto, la posibilidad de inducir formas de calificar y significar las experiencias y de generar u orientar los deseos aparece como un dato fundamental en la constitución de las creencias básicas, de los mitos fundantes de una sociedad. Estas construcciones culturales, por cierto, no son homogéneas, no todos sus actores tienen los mismos intereses, comprensiones, expectativas, aunque compartan un marco idiomático, espacios y eventualmente algunos intereses comunes parciales. Estas configuraciones conforman "un marco compartido por actores enfrentados o distintos, de articulaciones complejas de la heterogeneidad social".[37] Por eso son también lugares de conflictos, espacios de luchas simbólicas y eventualmente físicas, para imponer un sentido y no otros. “Obviamente, existen intereses, objetivos y medios para construir ciertos sentidos comunes y no otros. Hay desigualdades económicas como las hay de poder en la fabricación del sentido común”.[38]

 

De allí que los mecanismos comunicacionales sean un factor importante en la formación de las construcciones culturales. Por ello aparecen como armas en esta lucha. El hecho de que los medios masivos de comunicación y el control y dominio de las redes sociales esté mayoritariamente en posesión de la misma elite financiera que concentra las grandes fortunas mundiales es parte de lo que construye las “agendas” sociales, legales y políticas. Hay una circulación de poder que busca naturalizar ese ordenamiento, presentarlo como el único posible, el “generalmente aceptado” que nos propone Hayek. En una palabra, crear una hegemonía: “Justamente, la hegemonía es la capacidad contingente de sutura entre multiplicidades de perspectivas diferentes y desiguales en un momento histórico. Es el anudamiento situacional de las racionalidades diferentes. La heterogeneidad y la hegemonía son condiciones de la comunicación”.[39]

 

Sin embargo, esa hegemonía nunca será absoluta justamente por la heterogeneidad que constituye todo pueblo, y al mismo tiempo su fractura.[40] Sin pretender se exhaustivo ni definir el problema podemos señalar algunos elementos donde se manifiesta ese conflicto y esa heterogeneidad que nos plantean las diferentes agendas y agencias, sus pretensiones y naturalizaciones que aparecen en la comunicación “hegemónica”:

 

·      El pecado tiene “buena fama”: Ambición, agresividad, orgullo y soberbia eran catalogados como “pecado” en la tradición judeo-cristiana; también en el Islam y otras religiones. Pero hoy son el requisito de un “emprendedor exitoso”. La codicia es prohibida en la tabla de los mandamientos bíblicos, pero, con nombres más amigables, es hoy valorada como el motor de la economía y destacada como la virtud del empresario o especulador financiero. Mientras el socialismo fracasa en su búsqueda de la “santidad social”, el capitalismo parece triunfar gracias a un pecaminoso egoísmo.

 

·      El prejuicio como dato: El prejuicio es una construcción social. Nace como justificación de la conquista y del poder: en las sociedades patriarcales contra “las mujeres”: en los griegos y romanos contra “los bárbaros”, o en la conquista de lo que hoy llamamos América contra sus pueblos originarios. Es el dato racista de los esclavistas sajones, o la justificación moral en cuestiones de género. Y podría seguir con la enunciación según lugares y épocas. El éxito de un prejuicio está cuando ya no se lo ve como tal sino como un dato “normal” de la realidad, como algo inscripto e innato en el orden social.

 

·      La mentira como construcción: La popularización de “la opinión” como algo verosímil (Platón se escandalizaría) constituye el eje de la llamada “posverdad”. El lema posmoderno de que “la verdad no existe, es una construcción subjetiva”, que puede resultar válido como crítica al dogmatismo de la racionalidad occidental, sin embargo, parece habilitar la idea de que cualquier cosa puede ser cierta si uno lo cree y más todavía si logra que otros y otras lo crean, aun contra toda evidencia. La difusión masiva de datos falsos, de acusaciones y “slogans” se aúna así a la circulación del prejuicio como parte del ejercicio del poder. Y más todavía cuando se encarna en otro poder, el poder judicial, que lo incorpora en lo que hemos conocido como “lawfare”: la condena por la construcción de los medios y la opinión del juez, su “íntima convicción” por encima de lo probatorio.

 

Así se constituyen, entre otros mecanismos, los llamados “mensajes de odio”, que son los que alimentan la agenda neoliberal. De allí la pregunta del título: ¿estamos frente a una agenda regresiva, o una agenda agresiva? Para poder llevar adelante su proyecto de dominio y control, su absolutización como clase dominante, su instalación ideológica como la única filosofía y sistema válidos, su orden social “ideal”, su pretensión de infinitud les resulta necesario atacar y en lo posible destruir toda forma de resistencia, cualquier visión alternativa. Y en ese sentido buscarán aprovechar todo “progreso” técnico para hacer “progresar” sus intereses e imposiciones de poder.

 

Para seguir pensando

 

Por otro lado, ciertas agendas humanistas postulan un “progreso” desde lugares utópicos, que pueden llegar a ser igualmente fantasiosos. De allí que creo que, desde la fe bíblica, no son decisivas las ideas de “progreso” o “regresión”. La pregunta que nos plantean los descubrimientos científicos y las nuevas tecnologías, y también las diferentes ideologías y fuerzas políticas, tienen que buscar su respuesta en el mandato de amor al prójimo, en la búsqueda “del Reino y su justicia” como espacios testimoniales, primicias parciales, que serán frágiles y transitorias, según los momentos y circunstancias. Nada de por sí es “progreso” ni “regresión”, ni en el plano científico ni en el social o político; cualquier cosa puede ser uno u otra según quien lo considere, o cómo resulte su implementación, que muchas veces va más allá de las propias intenciones de sus cultores. La verdadera pregunta, a mi parecer, es de qué manera, en qué situación, a partir de qué expectativas cada nueva instancia que se nos presenta ayuda a nuestra vida en relación con los otros seres humanos, con los otros seres vivos, en el planeta que habitamos, en toda la creación, con sus sorpresas y misterios. La vida cristiana, personal y comunitaria, la fe mesiánica, es la apertura a la realidad de mis prójimos, el camino de la esperanza, la búsqueda del Reino y su justicia, la experiencia del amor como la fuente de toda vida, de toda gracia.

 

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Néstor O. Míguez, es Doctor en Teología por el ISEDET (Buenos Aires, Argentina).

 

Contacto: nestormiguez@gmail.com  

 

Artículo recibido: 1 de abril del 2025.

Artículo aprobado: 20 de junio del 2025.

 

 

 



[1] Sería imposible en un artículo acotado como este historiar este proceso y considerar la situación actual. Sobre estos temas pueden consultarse las diversas obras de economistas de distintas escuelas, como Thomas Picketti, Cedric Durand, Yanis Varoufakis, Joseph Stiglitz, entre otros, en sus diversas publicaciones y estudios.

[2] Del verbo griego: esconder.

[3] Lo que llamamos “situación de imperio” no es exclusivamente el control político-militar de una nación sobre otros pueblos, sino una particular configuración de fuerzas con capacidad de imponer diversas formas de dominio. Ver Néstor Míguez, Joerg Rieger, y Jung Mo Sung, Más allá del espíritu imperial (Buenos Aires: La Aurora, 2016).

[4] Me refiero a la elección “democrática” de gobiernos que promueven el “ajuste”, la privatización de los servicios públicos, el punitivismo, etc. Ver, entre otros, Sebastián Plut, El malestar de la cultura neoliberal (Buenos Aires: Letra Viva, 2018), 21–34 y 41–117, las páginas corresponden a una parte de la primera sección “¿Cultura neoliberal?” y al capítulo 2 “¿Por qué la gente vota a un gobierno neoliberal?”.

[5] Para el concepto de “configuraciones culturales” ver: Alejandro Grimson, Los límites de la cultura. Critica de las teorias de la identidad (Buenos Aires: Siglo XXI, 2011), 171–94.

[6] Para el debate de estas denominaciones ver, entre otros: Miguel N. Alexiades “La antropología ambiental: una visión desde el antropoceno”, en Antropología ambiental: Conocimientos y prácticas locales a las puertas del Antropoceno, ed. Beatriz Santamarina, Agustín Coca, y Oriol Beltrán (Barcelona: Icaria, 2018), 17–70; Dipesh Chakrabarty, “Clima e historia. Cuatro tesis”, Critical Inquiry, núm. 35 (2009): 51–68.

[7] Menos conocido que los otros nombres, sus aportes al cálculo matemático y especialmente su creación de la contabilidad por partida doble fue decisiva en la implementación posterior del capitalismo.

[8] En cuanto a lo biológico, ver: Franz de Waal, Our Inner Ape: The Best And Worst Of Human Nature (London: Granta Books, 2005), 52–54.

[9] Incluso Adam Smith señala esto en su primer gran texto, La teoría de los sentimientos morales, aunque luego pareciera contradecirse al hacer del egoísmo competitivo el principal motor de la economía. Esto es motivo de un debate que abarca también a Locke, Hobbes, Spinoza y muchos otros filósofos y que no podemos detallar acá por la brevedad de este artículo.

[10] Salmo 72, 1-2 y 12-14.

[11] Oseas 6,6; citado por Jesús en Mateo 9,13 y 12,7.

[12] Mateo 25, 31-46.

[13] 1 Corintios 13.

[14] Ver El fenómeno humano (Madrid: Taurus, 1963).

[15] Ver James Barr, Fundamentalism (London: SCM Press, 1981).

[16] Ver Manoel Bernardino de Santana Filho, Karl Barth e sua influência na teologia Latino-Americana. Palavra, evento e práxis de libertação (ASTE, 2013).

[17] Entre otros postulados “ultras” producto de llevar al extremo las ideas neoliberales de propiedad privada, de productividad instrumental y de limitación del estado y sus atributos, este autor postula eliminar la obligación de la educación escolar, permitir la venta de niños, el trabajo infantil, la expropiación de las tierras comunitarias, entre otras cosas.

[18] Ver, por ejemplo: Cedric Durand, Tecnofeudalismo. Crítica de la economía digital (Adrogué: La Cebra, 2021); Yanis Varoufakis, Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo, trad. Marta Valdivieso (Buenos Aires: Ariel, 2024). Durand, C., 2021. Sobre la incidencia de la “refeudalización” en América Latina ver: Olaf Kaltmeier, Refeudalización: Desigualdad social, economía y cultura política en América Latina en el temprano siglo XXI (Bielefeld, Alemania: Bielefeld University Press, 2019).

[19] Ver, entre otros: Claude Lefort, La invencion democratica (Buenos Aires: Nueva Visión, 1990).

[20] Ver Friedrich A. von Hayek, “El atavismo de la justicia social”, Estudios Públicos, núm. 36 (1989): 181–93.

[21] Lucas 6, 20-28.

[22] Friedrich A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: The University of Chicago Press, 1948), 2, traducción y resaltados míos.

[23] Así, se habla de “capital humano”, donde las capacidades, saberes y disponibilidad de las personas son parte del capital. La contabilidad se hace eco de ello al ubicar a los trabajadores como “recursos humanos”, medios para alcanzar el fin empresario, que es la ganancia. Quizás la expresión más cabal de esto la da el presidente argentino Javier Milei, que se declara un libertario dogmático. Al asumir eliminó los ministerios de Género y diversidad, de Desarrollo social, de Educación y cultura, también el de Trabajo, y los puso bajo la órbita de un megaministerio de “Capital humano”. Es decir, la educación, el trabajo y el desarrollo humano quedan al servicio del capital, son la parte “humana” del activo capital, y las cuestiones de género y diversidad un obstáculo a desechar. Durante su gestión, además, le fue quitando entidad a las respectivas secretarías, especialmente abolió la de Género y desarticuló la de Niñez y adolescencia, y restringió los ingresos y servicios sociales a jubilados y pensionados, para lograr “el equilibrio macroeconómico” (que de todas maneras no logra).

[24] Ver Franz Josef Hinkelammert, Crítica a la razón utópica (San José, Costa Rica: DEI, 1984).

[25] Ver Jung Mo Sung, Neoliberalismo y derechos humanos (Buenos Aires: La Aurora, 2019).

[26] Para el concepto de no-lugares ver Marc Augé, Los no lugares (Barcelona: Gedisa, 2017).

[27] En ese caso, Sudáfrica desconoció ciertos acuerdos sobre patentes para distribuir genéricos para combatir la crisis sanitaria provocada por esa enfermedad, ver: “Sudáfrica acepta la ruptura de patentes por la crisis de NIH/sida”, Boletín Fármacos, Salud y Fármacos (blog), el 8 de noviembre de 2013, y algunos países plantearon algo similar durante la pandemia de COVID-19.

[28] Para el caso de EE.UU. de Norteamérica (uno de los que más recursos financieros puso en estos emprendimientos, ver: CARE, “The Case for U.S. Investment in Global COVID-19 Vaccinations”, CARE (blog), el 26 de abril de 2021.

[29] Ya en los textos de la Torá aparecen restricciones a la propiedad en las leyes del Jubileo (redistribución de la tierra cada 50 años) que supone que el ser humano es un poseedor a título precario y temporal, ya que todo lo creado es de Dios (Salmo 24). Incluso la posesión de esclavos es temporaria, ya que deben ser liberados al cabo periodos de 7 años. De igual manera las deudas se extinguen después de siete años (Deuteronomio 15). Con sus variantes, toda la doctrina cristiana recoge esta idea, de que el ser humano es mayordomo o administrador de los bienes puestos al servicio de toda la humanidad, y por lo tanto su propiedad es limitada por ese designio.

[30] Sin duda los diferentes conceptos de tiempo inciden en toda esta disquisición. De hecho, los conceptos de crédito a plazo, de futuro, de oportunidad, de recurrencias cíclicas o tiempos relativos son parte del debate también en el aspecto teórico y práctico del devenir económico. Exceden las posibilidades de este artículo entrar en ese debate.

[31] Gerald Epstein, “Financialization: There’s something happening here” (Working paper, 2015), 5, cita traducida del inglés. La lectura de este artículo es recomendable para conocer los conceptos básicos e historia del surgimiento del esquema financiero de los últimos 50 años. Algunos de los conceptos de este acápite son deudores de esta publicación.

[32] Información tomada de: José Pérez de Lama, “Datos comparativos «economía financiera» y «economía real»”, Arquitectura contable (blog), el 16 de agosto de 2019. El autor señala, por ejemplo, que: “En 2014 el volumen de la deuda global (supongo que pública + privada) ascendía a 199 billones de dólares USA, un 287% del PIB mundial (PIB según estos datos: 69.33 billones de dólares USA)”.

[33] Ver Hugo Assmann, La idolatría del mercado (San Jose, Costa Rica: DEI, 1997). La expresión “idolatría del dinero” aparece también en las encíclicas del Papa Francisco y en el siguiente documento del Consejo Mundial de Iglesias: “Juntos por la vida: Misión y Evangelización en contextos cambiantes. Nueva afirmación del CMI sobre Misión y Evangelización” (Consejo Mundial de iglesias, CMI, 2013).

[34] Una explicación del funcionamiento de las “derivadas” puede verse en Varoufakis, Tecnofeudalismo, 257–63.

[35] Ver Hacer negocios con palabras: El fracaso del lenguaje como clave para entender el capitalismo financiero, trad. Azucena Galettini (Buenos Aires: Siblo XXI Editores, 2017).

[36] De allí que algunos teólogos distingan la fe como don divino de la religión cristiana como construcción ritual. Esto constituyó el énfasis decisivo en la ruptura de K. Barth con la teología liberal en su Comentario a la Epístola a los romanos, de 1920.

[37] Ver Alejandro Grimson, “Comunicación y configuraciones culturales”, Versión. Estudios de Comunicación y Política, núm. 34 (el 15 de febrero de 2019): 116–25.

[38] Ibid., 121.

[39] Ibid., 124.

[40] Ver Giorgio Agamben, “¿Qué es un pueblo?”, en Medios sin fin (Valencia: Pre-textos, 2001), 31–36.