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Lucía Brenes[1]
De 1 Corintios 13,4-7 al femicidio en América Latina
Una reflexión desde la
perspectiva de género
Partir de extremos, como lo plantea el título del
presente artículo, ayuda en ocasiones a visualizar lo abstracto, lo
espiritual, los diversos aspectos de la vida humana, el contexto actual, el
extremo del poder masculino para decidir sobre la vida de una mujer y, desde
ahí, reflexionar propuestas sobre lo que podríamos hacer desde una teología
práctica, para fortalecer la inteligencia emocional y una identidad femenina
sin culpa (por el sólo hecho de replantearse el derecho a vivir), el derecho
a decidir conscientemente sobre el involucramiento en una relación amorosa y
que, por lo tanto, no se trata
simplemente de dejar tal responsabilidad a la Gracia de nuestro Dios.
¿Cómo ver y entender eso que no se ve, pero que llevamos dentro, que
sentimos, percibimos y se vive? ¿Cómo entender el género desde la propia
existencia femenina, comprendiendo el significado de nuestras vivencias, de
lo cotidiano, de la deconstrucción de la propia identidad, junto al camino
espiritual, pero sin espiritualizar todo lo que nos acontece, y sin hacerlo
banal tampoco? ¿Cómo emprender esta tarea, con la esperanza de que muchas
mujeres lo logren, con la esperanza de que algún día logremos producir nuevos
significados de identidad, en un proceso liberador de estereotipos
patriarcales, que histórica y socialmente determinan y reproducen roles
femeninos enmarcados en función “del otro”? Con la esperanza de que la
práctica teológica logre desarrollar consciencia en aquellas mujeres que
sobreviven invisibilizándose a sí mismas y logren
realizar un alto en ese camino que las lleva a la cúspide de la enajenación
que implica un feminicidio, es que tiene sentido hablar del apóstol Pablo y
algunas vivencias mal interpretadas a la luz de la carta a los Corintios.
1 de Corintios 13.
4-7:
4 El amor es
sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia;
el amor no es
jactancioso, no se envanece;
5 no hace nada
indebido, no busca lo suyo, no se irrita,
no guarda rencor;
6 no se goza de la
injusticia, más se goza de la verdad.
7 Todo lo sufre,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta
Proveniente de un contexto familiar católico, recuerdo tres
situaciones importantes en mi etapa adolescente, sobre las que
posteriormente, conociendo sobre la teoría de género, logré procesar una
interpretación diferente a la transmitida en aquella época. No me cabe la menor duda de que muchas mujeres
habrán sido marcadas por algo parecido o peor y, que teniendo el común
denominador que implica la construcción de la identidad de género femenino,
luchan contra la cultura, el contexto y la historia previamente vivida. Todo
esto define diferentes rumbos o desenlaces:
1.
En esa etapa de despertar
emocional, l de Corintios 13,4-7, se convirtió en el himno abanderado de
varias jóvenes, sobre lo significaba el amor y como actúa quien ama en una
relación de pareja. Con los primeros suspiros y enamoramientos, podíamos
hacer un auto examen pensando en “aquel”; lográbamos chequear y confirmar que
cumplíamos todos los requisitos que decía Pablo sobre lo que es el amor. No sabíamos cómo “aquel” interpretaba lo
que era amor, pero con la referencia de 1 Corintios 13,4-7 a la mano,
estábamos seguras de que al menos nosotras, “sí lo sabíamos” ¡y eso bastaba
para soñar!
2.
Con tan sólo 14 años, dos historias en mi Colegio
(sólo para mujeres), marcaron mis recuerdos de secundaria. Cursando el octavo
año, en el contexto de un desfile de modas interno, una joven fue anunciada
por micrófono, y cual modelo profesional ¡salió al desfile moviendo sus
caderas en traje de baño de dos piezas! Sólo logramos ver a una religiosa
correr a taparla y, por supuesto, sacarla del desfile. La
joven con cara de extrañeza siguió a quien la halaba de un brazo; no volvimos
a saber de ella, fue expulsada de la secundaria.
3.
Ya en noveno año a los 14 años, la mejor amiga
quedó embarazada de “aquel”, que en ese momento tenía 21. Actualmente y después de que la perspectiva
de género ha tenido su lugar, a estas relaciones se les llama “impropias”,
pero en aquel momento no. Era comprensible entonces que una joven embarazada
no podía estar en una secundaria de religiosas, así que pronto abandonó sus estudios
para dedicarse a ser mamá; con los años, mamá de dos niños y ¿“aquel” ?: ¡de
regreso a las conquistas!
Después de egresarme y con los años, otras compañeras siguieron sus
caminos, se casaron y se divorciaron. Pero… ¿qué pasó con “el amor de Pablo”,
dado que la fórmula parecía mágica e invencible? Las cosas no quedaron ahí,
con el pasar de los años comencé a escuchar en el país, de parejas, esposos y
novios, que mataban a sus parejas, esposas y novias ¡por amor…vaya amor tan
poderoso!; sin embargo, aún no contaba con suficientes elementos y madurez
para comprender tantas implicaciones psicológicas y teológicas en nombre del
amor.
Las experiencias vividas en secundaria no dejaron duda de ciertos
códigos de conducta esperados y exigidos en la mujer. Moral y religiosamente,
el cuerpo es templo del Espíritu Santo, por lo que no se mostraba, pero,
además, psicológicamente, es sencillo que, en este proceso de socialización,
la mujer joven asuma la vergüenza de su propio cuerpo, cual Eva en el
Paraíso, culpada y expulsada. Esto era parte del castigo social. De igual
forma, sucedió con el embarazo de la mejor amiga: lo prohibido, la
sexualidad, la censura sin acompañamiento, el pecado personal y el pecado
social que hace callar. Para las que veíamos y sabíamos lo que sucedía, el
tema nunca se habló: “a buen entendedor, pocas palabras”. ¡Cuanto más poder tienen los actos que las
palabras! Lo que hablamos, podemos controlarlo, adornarlo o bien, callarlo;
pero lo que hacemos y cómo lo hacemos ¡nos delata!
La admiración del propio cuerpo en la adolescencia quedó vetada para
decenas de jóvenes en esa etapa de tanto cambio físico, en el que a nivel
psicológico y espiritual comienza un despertar, un crecer que no da tiempo
para asimilar el desarrollo sexual. Tiempo en que la sociedad indica lo malo,
el pecado, lo prohibido; tiempo en que no se habla, basta la interpretación.
errada o no. Todo ello es más conveniente para la perpetuación del sistema
patriarcal.
1.
Para resignificar la identidad,
un poco de historia
Ya desde un conocimiento teórico de psicología, patriarcalismo y de
género, logré con los años resignificar algunas vivencias como mujer; sin
embargo ¡nada más liberador que conocer el contexto y el verdadero mensaje
bíblico de aquellos tiempos! Al hacerlo, comenzó a cobrar relevancia
comprender el sufrimiento, el dolor, la discriminación, la violencia y las
guerras que aún hoy se viven y resultan incomprensibles. Con todo, conocer el
contexto histórico-social en que Jesús y sus discípulos vivieron: la opresión,
dominación, migración, exclusión, juegos de poder y la respuesta espiritual,
ayudó a traer al presente los ejes que atraviesan nuestra propia historia.
Con l Corintios 13,4-7, Pablo no se refería ciertamente al amor
romántico o amor de pareja; sin embargo, tratándose de versículos que fueron
traducidos sobre el amor, con el peso moral y espiritual que la Palabra tiene
en la etapa de adolescente envuelta en silencios moralistas, este texto
resultó perfecto para validar y sostener temas patriarcales y de género que
formaron, o más bien deformaron, parte de la identidad femenina en las
adolescentes.
Con el crecimiento personal en Teología Pastoral y la elaboración de
la tesis en el año 2008, comprendí que cuando se aplica l Corintios 13,4-7 al
vínculo de pareja, describiendo lo que la mujer debe o debería dar en una
relación afectiva, no resulta liberador sino esclavizante:
las interpretaciones fuera de contexto facilitan la manipulación, el
desequilibrio del empoderamiento personal que tiende a sostener, legitimar y
perpetuar el patriarcalismo en una relación. Citando a Carlson
y Bohn (1989) en tal contexto, se observan aspectos
patriarcales y de género que atraviesan históricamente las relaciones
sociales e interpersonales. El patriarcalismo como ideología y estructura
sostiene y perpetúa el control del varón sobre la mujer, definiendo
históricamente las funciones de poder y control, como algo social y natural.
Conocer el contexto de l Corintios 13 facilitó dejar de suponer
valores o antivalores culturales actuales.
En cada época, cada cultura, cada sitio, se definen códigos culturales
que, mediados por factores sociopolíticos, trascienden a la identidad tanto
masculina como femenina, regulando los vínculos de hombres y mujeres y
regulando nuestra cotidianidad. Las
condiciones en tiempos de Pablo, el contexto romano, no fueron la excepción:
las leyes relacionadas con la familia, el matrimonio, la procreación y
situaciones cotidianas (como la preferencia en la gestación de varones vs
abandono de niñas), nos hacen abrir los ojos para darnos cuenta de que
ciertos “hilos” atraviesan la historia y la propia existencia.
En esta época, por ejemplo, los mecanismos de vigilancia y control
sobre las relaciones y el status eran parte de la habilidad para sobrevivir (MacDonald, 2004); es decir, funcionaban mecanismos de
control social en un mundo en el que las mujeres recibían un trato diferente
con respecto al hombre, por ejemplo, frente al divorcio y el procedimiento
para poder llevarlo a cabo. Vemos cómo en las sociedades mediterráneas
antiguas, existía una estricta diferenciación de los roles sociales y las
áreas competentes asignadas a cada uno, según el sexo biológico. Esta
asignación estaba profundamente relacionada con valores que se expresaban en
características estereotipadas (lo que corresponde a lo masculino y lo que
corresponde a lo femenino), situación que aún hoy día no nos resulta ajena,
por ejemplo:
-
el hombre: fuerte, valiente, reservado, racional,
controlado
-
la mujer: débil, temerosa, emotiva, incontrolada (Stegemann y Stegemann, 1999).
Siempre han existido códigos de comportamiento que regulan nuestro
actuar, pero por ser inconscientes y formar parte de la cultura, no los
percibimos y simplemente los reproducimos.
El código doméstico de aquella época, por ejemplo, se entendía como
una extensión del orden “la casa”, y se proyectaba en normas y principios
éticos que se resumían tres pares de relaciones desiguales: amos/esclavos,
esposos/esposas y padres/hijos, paridad en la cual, el segundo ocupa un lugar
de subordinación en relación con el primero (Brown 2002). Ya desde tiempos de
Platón, aunque con ciertas excepciones, se describía al sexo femenino como
inferior al masculino. Aristóteles,
explicó esa inferioridad de la mujer desde “su pasivo papel en la procreación
hasta la limitada capacidad para la actividad mental” (Pomeroy
1987, 254).
Posteriormente, las posiciones filosóficas masculinas respecto al
papel de la mujer continuaron enfocándose en el matrimonio, la maternidad y a su manera, el mundo político:
“Las relaciones del pater familias con la mujer,
con los hijos y con los esclavos era el núcleo de la casa que, a su vez,
constituía la piedra angular de toda la sociedad. La ciudad-Estado no era sino la extensión de
la casa. Por tanto, alterar la casa
era alterar la polis, subversión política.
Por eso, cuando la Iglesia acepta los códigos domésticos y legitima la
subordinación de la mujer, tiene, al mismo tiempo, una pretensión política
latente…” (Aguirre 2001, 215)
Esta subordinación es propia de un sistema
patriarcal que, por siglos, ha imperado en la organización social de
diferentes culturas, desde la época romana hasta 2000 años después en nuestra
era. Este es un legado que, desde hace algunas décadas, es objeto de luchas
tanto en el ámbito público como privado, pero que, sin lugar a dudas, ha
caracterizado e impactado el sistema de organización político, social y
cultural durante siglos.
El lugar que ocupaba cada uno de los sexos
en la sociedad era distinto y su valoración correspondientemente
desigual. Así, la estructuración de la
identidad en la mujer y en el hombre es históricamente definida por
contenidos, procesos y vivencias diferentes, pero configurados por una
ideología patriarcal que adquiere particularidad según la clase, el género y
hasta la religión que abrigamos. Este es el caso de las adolescentes del
colegio religioso mencionado, que asumieron lo dicho por Pablo, y lo
interpretaron como un “amor romántico” propio de su etapa de vida. Por desconocimiento,
no pensaron sin embargo, que si esa hubiese sido la interpretación correcta,
también habría debido ser una conducta recíproca, equitativa y esperable en
ambos sexos.
2. Y entonces ¿cuál es
la interpretación?
La verdad, descubierta posteriormente, es que esta carta escrita por
Pablo, aproximadamente en el año 54 o 55 d.e.c., se
dio como respuesta a inquietudes de algunos cristianos de las primeras
comunidades de Corinto, debido a informes de abusos por parte de la comunidad
cristiana respecto al tema de los dones espirituales El hecho de haber
malentendidos sobre enseñanzas cristianas básicas, estaba generando
contiendas entre ricos y pobres, arrogancia espiritual, conductas
escandalosas e injusticias contra los creyentes. De manera que, en el intento
de reestablecer el orden de la iglesia que recién surgía, Pablo escribió
aclarando un punto del mensaje cristiano, diferenciado de otras religiones y
filosofías del momento sobre temas cotidianos consultados por la misma
comunidad: matrimonio, fe, cultos y dones entre otros, pero, basándose en el
eje de la fe por la muerte y resurrección de Jesucristo, profundiza en la
consciencia de un “amor solidario que impulsa y orienta a los cristianos a
entregarse a sí mismo en bien de los demás” (Foulkes
1996, 61). Un amor que libera de la exclusión y opresión social a nivel
religioso, político y económico, era un asunto comunitario, no
individualista. Algunos lo traducen como “caridad”, lo cual, hace diferencia
con la interpretación de juventud, sobre el amor de pareja.
La carta de Pablo no trató de un amor PHILIA o EROS, es un amor más
de ágape, una “…fuerza que aúna y edifica a la comunidad. Sin amor es imposible la comunidad, la vida
común” (Bauer, 1968, 115). Es una guía para orientar en nuevas actitudes
basadas en el amor por el prójimo, es saber ponerse en el lugar del otro,
servir y rechazar la competencia: “…es discreto, no alardea ni se envanece,
sino que edifica y es constructivo, es humilde… aun cuando halla conocimiento, no lo
pregona, rechaza lo que hiere, no le gusta la injusticia por lo que ama la
verdad” (Maillot 1990,15).
Y desde una perspectiva de género, ¿qué se puede analizar ahora de
la carta de Pablo, pensando en su humanidad, como hombre, con una identidad
trazada por la historia y como producto social? Inevitablemente, la caridad
implica un llamado a descentralizarse de sí mismo (hombre), lo cual no
resulta extraño para la identidad femenina, pero quizás si para la masculina…
es ser sufrido, benigno, sin envidias. No se jacta ni se envanece; no busca
lo propio ni guarda rencor, no se goza de la injusticia, sino de la verdad.
Podría imaginar que Pablo, desde su humanidad como hombre que
vivenció socialmente las implicaciones de su género masculino, con valores
asignados como “fuerte, valiente, reservado, racional, controlado”,
hace el llamado a la iglesia a ser benigna, a no tener envidia. Dirige su mirada al amor ágape, a la
caridad a través de la Fe, para describirlo desde lo que no es: “no es
jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia”. Y considerando estas expresiones de
negación ¿será que el género masculino en aquella época guardaba muchas de
estas características en su forma de actuar?: jactancioso, envanecido,
indebido, egocéntrico, rencoroso, injusto. ¿Había sido acaso la experiencia
de Pablo que ahora podía dar testimonio de una conversión en Jesucristo?
Una relectura de la carta desde su contexto histórico y desde una
perspectiva de género, permite comprender, enriquecer y crecer personalmente,
considerando que también somos producto social e histórico. Considerando
también que La Palabra nos facilita la liberación emocional y psicológica de
la opresión, pero también necesitamos desarrollar consciencia de dónde
venimos para poder trazar un camino a dónde ir, sin trampas inconscientes que
no entendemos y que, por lo tanto, reproducimos.
Entonces ¿cuál es la relación de l Corintios 13,4-7 con los femicidios en América Latina? La errada interpretación
del amor de pareja en la adolescencia femenina,
la juventud, la adultez, y el encuentro en el proceso de socialización
femenino, hace que se viva la vejación de un cuerpo inocente que pasa de niña
a adolescente, el pecado de mirarse, lo prohibido de exponerse. Aun hoy día,
algunas de estas características funcionan como estereotipos y valores que
descalifican el cuerpo femenino en primera instancia, así como el pensar
femenino, generando posteriormente conflictos emocionales en las relaciones de
pareja, por la desintegración personal que socialmente se refuerza. Justamente porque las relaciones de pareja
resultan ser relaciones afectivamente cercanas, entran en acción y discusión
los valores patriarcales femeninos y masculinos, heredados por cada
integrante de la relación y sus expectativas sobre el otro.
Y a nivel psicológico ¿por qué la interpretación errada de amor en l
Corintios 13,4-7 resonó en las adolescentes? Porque también somos fruto de un
sistema patriarcal. En este sentido,
los elementos genéricos de nuestra identidad responden a la construcción
social de la ideología patriarcal y la forma de ver el mundo. Dice la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, (1992), que las mujeres somos construidas social
y psicológicamente para vivir PARA, A TRAVES y POR LOS OTROS, para tener a
los “OTROS” como sentido permanente de nuestra vida; de manera que en la complacencia de los
deseos del “OTRO”, en la satisfacción de las necesidades del “OTRO”, está la
vivencia de la satisfacción femenina;
por lo que la culpa, las prohibiciones y los deberes se instauran como
dispositivos de control social, con el propósito de que se cumpla el rol
social asignado y la mujer se sienta realizada al asumirlo.
Desde temprana edad, la mujer asume y reproduce los mandatos
sociales, estereotipos femeninos, como un mecanismo de interiorización y
sostenimiento de la ideología patriarcal;
de forma que se va estructurando la representación social del ser mujer en cada grupo social en particular,
construyéndose en el marco de referencia que funciona como una guía interna
para orientar su actuar: “Quedamos
recluidas en estas definiciones donde nuestro espacio, nuestro rol y nuestras
obligaciones han sido atribuidas en función de las necesidades -de-los-otros
(subordinación). Los otros: esferas
divinas ante las cuales, en realidad, somos seres abandonados” (Mizrahi, 1991, 17).
Es así como se construye, social y psicológicamente, cierta
incapacidad en la mujer para favorecer su autoestima y autocrecimiento,
para actuar respetando sus propios deseos y necesidades, lograr metas y
propósitos, hasta descubrir su propio sentido de vida.
Este concepto de una identidad femenina para el otro es reforzado
entre otros, por el refrán de “la media naranja” en las relaciones
amorosas. Sin embargo, si cada ser
humano está integrado por una dimensión espiritual, física y emocional; cada
ser humano requiere ser una naranja completa para caminar con otra naranja
completa.
Bert Hellinger
(1999), teólogo Jesuita, creador de las Constelaciones familiares, plantea la
importancia del equilibrio entre lo que se da y se recibe en toda relación
humana: afectiva, amorosa, laboral, amistosa, etc. Claro está que, como seres humanos,
tenemos la posibilidad del crecimiento espiritual y emocional pero no somos
expertos y, desde niños/niñas, cuando aún no comprendemos eso que es género,
las implicaciones sociales, históricas y cómo éstas nos atraviesan, se
generan carencias emocionales o bien, traumas infantiles que se reflejan
posteriormente en la relación de pareja.
Se trata de dar lo
que tenemos y podemos, y lo que el otro quiere y puede recibir y es capaz de
compensar de alguna manera, manteniéndose digno y libre. Se trata de recibir sólo aquello que el
otro nos da, queriendo y pudiendo, y que somos capaces de compensar de alguna
manera, manteniéndonos libres y dignos.
Ambas ideas constituyen un saber simple que, si logramos aplicar bien
en la práctica, de nuestras relaciones, nos inmuniza contra juegos
psicológicos y de poder que acarrean sufrimiento (Garriga, 2019, 57).
Desde esta perspectiva, una mujer que, por ejemplo, se socializa
para ser para “el otro”, también guarda expectativas basadas en carencias,
por lo que no guardará un equilibrio sabio entre lo que da y lo que espera
recibir. Quizás, su carencia le hará
sentir que no recibe, no podrá ver lo que recibe y dará sin límite, esperando
recibir en igual medida; mientras su compañero “está en otro canal
psicológico y social”, ya que históricamente fue socializado de diferente
modo. En sus extremos y en el desequilibrio entre lo que se da y se recibe,
existe un peligro psicológico latente, porque mantiene los círculos viciosos
de la agresión.
“Demasiadas
relaciones se estropean y rompen porque quien se siente deudor vive con
incomodidad su deuda, que muchas veces le hace sentirse pequeño y
dependiente; y quien se siente acreedor también lo vive con incomodidad, pues
le hace sentirse grande y con derechos.
Deudor y acreedor, si no encuentran un modo de compensar y equilibrar
su vínculo, dejan de poder mirarse confiadamente a los ojos” (Garriga, 2019,
58)
3. ¿Por qué hablar de feminicidio
en América Latina desde este contexto?
El 2 de junio del 2020, El observatorio de Igualdad de Género de
América Latina y el Caribe (ONU), mencionaba en su sitio WEB que al menos
3.287 mujeres en 15 países han sido víctimas de femicidio
en 2018. Si a estos se suman los datos de los 10 países de la región que solo
registran los feminicidios cometidos a manos de la pareja o ex pareja de la
víctima, se puede afirmar que el número de feminicidios para el año 2018 ha
sido a lo menos de 3.529 mujeres.
Aunado a estos datos, no se contabiliza los que han sido intentos de femicidio, amenazas, situaciones y agresiones que nunca
han sido denunciadas pero que se viven en no pocos hogares.
Estudios en Costa Rica sobre los detonantes
de femicidios, señalan como tal, la conducta
posesiva, el ataque sexual, la ruptura de la relación, el no corresponder a
las pretensiones amorosas y descubrir la existencia de otra relación. En este sentido, el 2 de junio del presente
año, el psicólogo experto en tema de masculinidad y violencia, Ruthman Moreira, menciona en el Observatorio de Igualdad
de Género de América Latina y el Caribe,
explica que con los femicidios, quedan
claros los elementos más tóxicos de la masculinidad hegemónica, pues los
agresores sienten que la mujer les pertenece, y que al intentar terminar la
relación, ellas se salen de su control y de su dominio, por lo que las hacen
pagar tal “rebeldía”.
Así también, podemos decir que, en su extremo más tóxico, la
feminidad hegemónica resguardada en el vivir POR Y PARA EL OTRO, no guarda
equilibrio consigo misma, con las propias necesidades y carencias, alimentando
el ciclo de violencia con la negación de la situación y una esperanza con
poco fundamento real. Muchas mujeres
menores de edad se vinculan amorosamente, aún no estando preparadas en etapa
de crecimiento, vinculándose desde sus carencias afectivas, no desde sus
fortalezas; de manera que continúan internamente vulnerables, mientras
depositan la protección y seguridad en “el otro”, se convierten en una
relación asimétrica de poder y dominación.
Cedemos el dominio propio, el poder personal, el poder de las pequeñas
decisiones en el mundo privado
Nos corresponde entonces, desde una Teología práctica y desde la
Psicología pastoral, tender puentes entre visiones de mundo, entre
espiritualidades, entre disciplinas, entre hombres y mujeres, reconociendo
que en la diferencia está la complementariedad real y la posibilidad de
construir, primero mirando hacia adentro, reconociéndonos como seres
espirituales y reconciliándonos como producto social e histórico patriarcal
que influye en nuestra psique, en nuestra forma de ver y reproducir el mundo
desde roles específicos.
Proponer y profundizar en diferentes contextos y situaciones
cotidianas desde una perspectiva de género, con poblaciones infantiles,
adolescentes, jóvenes y adultas, posibilita cambios profundos en la
construcción o resignificado de la identidad en este caso, femenina. No podemos obviar que la mujer actualmente
juega un papel importante en la transmisión y reproducción de códigos
culturales y estereotipos, con las nuevas generaciones. Es vital entonces, promover una mirada
hacia adentro, reconciliarse con la historia para poder reaprender nuevas
formas, nuevos vínculos y aprender la importancia del equilibrio entre lo que
doy y recibo, aprender a reconocer los propios límites, sin tener que rozar
la cúspide de la propia enajenación a través de la cual, ¡depositamos en el
otro la mirada, las interpretaciones, los límites, el crecimiento, la
madurez, el afecto y la protección!
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(Minneapolis).
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Lucía Brenes, costarricense,
Licenciada en Psicología, Universidad de Costa Rica, Licenciada en Teología
Pastoral, Universidad Bíblica Latinoamericana. Actualmente labora en la
Dirección Nacional de CEN-CINAI, ente adscrito al Ministerio de Salud.
Correo electrónico: lbrenes_r@hotmail.com
Artículo recibido:
29 de mayo de 2020
Artículo aprobado:
18 de junio de 2020
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