El Dios de toda gracia
Abstract
Hablar de Dios desde la gracia, que es ante todo gracia de Dios, es siempre necesario y provocativo. Necesario por cuanto gracia y Dios son inseparables. Cuando los humanos separamos lo que Dios ha unido, hacemos de Dios un ídolo. La gracia, esto es, la realidad del amor eterno de Dios, ofrecido generosamente al ser humano como don, como favor inmerecido y gratuito, es el eje axial de la historia de salvación, el alfa y su punto omega. El término gracia denota el concepto central de la comprensión de la fe cristiana.1 Por otra parte, es provocativo por cuanto supone para la fe-confianza en el Dios de toda gracia, enfrentarse a los muchos ídolos de un mundo donde se evidencia con profundidad las huellas de la des- gracia. En un mundo perverso e idolátrico hemos inventado y rendimos culto a falsos dioses del poder y del dinero, de la guerra y del mercado. Ídolos que nos hacen ávidos de poder y de enriquecernos al precio que sea necesario. Ciegos ante la injusticia y la exclusión, sordos antes el grito de las víctimas y de la creación, e ignorantes ante la sobredosis de violencia acumulada a lo largo de nuestra historia latinoamericana.
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Copyright (c) 2005 Victorio Araya Guillén
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